Este artículo ha sido publicado en la revista Libre Pensamiento nº 96
El 50 aniversario de la muerte de Amparo Poch (15 de
abril de 1968) está sirviendo para que se produzcan algunos homenajes que,
aunque tardíos, resultan merecidos[1].
Este artículo no pretende hacer una biografía hagiográfica, ni siquiera una
biografía convencional, solo pretende homenajearla y recordarla en el momento
en que Amparo Poch hizo su apuesta definitiva por un sueño emancipatorio en el
contexto de la guerra civil española y de la revolución de 1936.
Amparo
Poch y Gascón
(1902-1968), nacida en Zaragoza, se dedicó desde muy joven a la poesía, la escritura y el periodismo. Debido a la oposición de su padre a que estudiara Medicina, cursó
Magisterio en la Escuela Normal Superior de Maestros de Zaragoza entre 1917 y 1922.
Se licenció con premio extraordinario en la sección de Ciencias. Al acabar Magisterio
se matriculó en la Facultad de Medicina y se licenció en 1929 con matrícula de
honor en todas las asignaturas (28 matrículas de honor). En su promoción se
licenciaron 97 hombres y 2 mujeres. Sus tempranas colaboraciones en
periódicos, como La Voz de la Región, reflejaron sus inquietudes como
estudiante de Medicina.
Enseguida mostró inquietudes culturales,
sociales, feministas, pacifistas y ecológicas y un gran deseo de autonomía
personal que la condujeron a divulgar enseñanzas esenciales sobre maternidad,
puericultura, sexualidad e higiene. En sus conferencias y artículos, trataba de
erradicar tabúes, miedos, sentimientos de culpa y la condena del pecado en
relación con la sexualidad.
Se casó civilmente con Gil Comín Gargallo en 1932 en Zaragoza, el
matrimonio duró apenas seis meses. Ejerció la medicina en Zaragoza
hasta 1934, marchó a Madrid donde
abrió una “Clínica Médica para Mujeres y Niños”, además de pasar consulta en la
Mutua de Médicos de la CNT, del Sindicato Único de Sanidad. En Madrid se unió libremente con Manuel Zambruno Barrera y conoció a Lucía Sánchez Saornil
y Mercedes Comaposada con las que comenzó un proyecto ilusionante, la revista Mujeres Libres, que sacó a la calle el primer número el quince de
mayo de 1936.
La revista, de marcado carácter cultural, cambió de
orientación cuando estalló el conflicto bélico y la revolución social,
convirtiéndose en un periódico de combate. Este cambio en la orientación de la
revista fue acompañado por una circunstancia personal relevante: la
participación de Poch en el ministerio de Sanidad y Asistencia Social que
encabezó Federica Montseny (noviembre 1936-mayo 1937). La ministra anarquista
constituyó dos Consejos, el de Sanidad y el de Asistencia Social, organizados
sobre la base sindical de Consejos Nacionales con representantes de UGT y de
CNT más una Secretaría General. Poch fue nombrada para ocupar
el cargo de Consejera médica al frente del Consejo Nacional de Asistencia
Social (diciembre 1936-junio de 1937)[2]. Este nombramiento ocasionó su traslado de
Madrid a Valencia junto con el resto de los miembros del Gobierno.
El
efecto de la guerra sobre la revista fue evidente en la periodicidad, formato y
extensión de la misma. Además, los artículos no aparecieron firmados en los números 4, 5 y 6 (excepto
uno de Emma Goldman titulado, “Situación
social de la mujer”). En el nº 7, editado en marzo de 1937,
aparecieron de nuevo los nombres de las tres redactoras y los de ocho mujeres
que escribieron artículos o poemas, entre ellas, pese a ostentar aún su cargo
en Asistencia Social, Amparo Poch.
Este artículo, que quiero que sirva de homenaje a
esta mujer libre, se centra en
analizar la obra escrita firmada de
Amparo Poch en Mujeres Libres. La
mayoría de sus colaboraciones en la revista (diez artículos) aparecieron bajo el seudónimo: Dra Salud
Alegre[3].
Escribió también dos artículos sobre puericultura y uno sobre amor libre
aparecidos en los primeros tres números. Por último, cuatro poemas que trataban
sobre la guerra y la revolución.
Sanatorio
de optimismo. Doctora Salud Alegre
Esta serie de relatos trataban del mundo de la
sanidad, su mundo, tanto porque el escenario era un sanatorio (“de optimismo”),
como porque ella, como médica, era uno de los personajes, la Dra. Salud Alegre.
Estos textos fueron elaborados desde una
óptica basada en la alegría, el humor y la ironía fina, se acompañaban de
dibujos hechos a línea por ella misma con afán ilustrador.
El programa de “Sanatorio de optimismo” antes de la
guerra estaba recogido en el primer
relato titulado “Apertura y marcha triunfal”[4].
En este texto la Dra. Salud Alegre, narradora omnisciente en primera persona,
presentaba su sanatorio como la antítesis de lo que eran los centros médicos
existentes: nuevo, divinamente
desordenado y lleno de luz. Presentaba su personal formado por
médicos y enfermeras que repartían sonrisas, brincaban y palmoteaban, cosa inusitada en los medios sanitarios (no
se percataba del estereotipo de género que alimentaba con esta división sexual
del trabajo).
Los nombres de su personal eran una declaración de
intenciones de lo que debería ser un sanatorio con asistencia médica humanista:
el Médico-director, Dr. “Buen Humor”[5],
estaba acompañado por los doctores “Buen Apetito”, “Sueño Feliz” y “Amor
Humano” y las enfermeras “Eterna Ilusión”, “Fantasía” y “Risa”. Esta
combinación de elementos era la fórmula infalible para curar a los/las
pacientes, es decir la “Humanidad triste”, compuesta por:
el celoso, el suspicaz, el pesimista, el desconfiado, el agresivo, el
razonador, el egoísta, el que vacila, el tímido, el rencoroso, etc.
La Dra. Salud Alegre confiaba, para curarlos, en
recursos naturales y emocionales como el sol, las estrellas, las caricias, la
esperanza, las sonrisas; no confiaba en la “Razón”, que habían tenido que encarcelar
porque todo lo estropeaba queriendo volver serio y reflexivo al personal del
sanatorio.
El primer cliente del sanatorio fue el celoso, un
hombre siempre impenitente, molesto,
fastidioso, pelma, una persona que afirmaba tener el corazón muy grande[6],
pero que en realidad lo que quería era atar el corazón de la otra persona. Los
celos eran la consecuencia de la propiedad privada, desaparecerían con esta
según el relato.
En el segundo caso tuvo que intervenir el equipo de
urgencias, se trató de un mitin feminista que sin piedad era calificado como el espectáculo más lamentable que ustedes
puedan imaginar. Lamentable por la reclamación de que las mujeres fueran
fiscales, jueces o notarios (lo que podía suponer no atender adecuadamente a
sus criaturas), cuando lo que había que hacer era suprimir esos oficios. Y
lamentable porque las feministas atacaban el amor libre y defendían el
matrimonio que acababa, según su parecer, con el amor y la libertad. Este caso
fue un fracaso, había que aceptar, se decía en el relato, que había
“enfermedades” incurables, el feminismo burgués era una de ellas[7].
El conflicto bélico cambió el programa de
enfermedades a curar en el sanatorio puesto que aparecieron otras que provocaron
“doña Guerra” con su cesto lleno de bombas y “doña Revolución” con su cesto
lleno de cartuchos. El tono de sus metáforas mostraba a la mujer pacifista que
era, comprometida durante la guerra con la Liga Española de Refractarios a la Guerra de la que fue presidenta,
organización afiliada a la Internacional de Resistentes a la Guerra.
No aparecieron relatos en el momento de mayor
entusiasmo revolucionario (julio- septiembre de 1936). Cuando aparecieron el
cuarto y el quinto relato (marzo de 1937)
se afirmaba que “Doña Guerra” había traído muchos cambios, entre otros,
la desaparición de los doctores “Sueño feliz” (la revolución en retroceso hacía
dudar de ese sueño) y “Amor Humano” (la guerra hacía desaparecer tal
sentimiento). La tristeza y el escepticismo se fueron adueñando de la alegre
doctora, el sanatorio fue decayendo y se fue deteriorando al compás de los
acontecimientos.
Los relatos que aparecieron en la etapa en que la
revolución estaba en retroceso, pero se creía posible salvar algo a través de
la participación en el Gobierno de Largo Caballero, hicieron referencia a
dos “enfermedades” que no eran
individuales sino colectivas: la
perversión y burocratización de los comités y las nuevas bodas.
Respecto a la perversión y burocratización de los
comités, el relato era muy crítico con la intervención y control del sanatorio[8]
por parte de los clientes (la humanidad triste) y, en consecuencia, con el mal
funcionamiento del sanatorio, ya que nadie lo limpiaba, nadie lo atendía ni se
esmeraba. La burocratización era denunciada con fina ironía cuando afirmaba que
el Comité número 10.084,653.926,800 de la
España leal, hace sus deliberaciones en la galería de curas, de espaldas a la
Vida y al Sol.
Amparo Poch estaba en el Gobierno y era consciente
del exceso de comités y de su burocratización, su capacidad crítica no se
evaporó por tener responsabilidades políticas. Como miembro del Partido
Sindicalista, no rechazaba la acción política, por tanto, no vivió mal su
integración en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, pero ello no fue
obstáculo para ser crítica con los defectos que iba observando desde su
privilegiada atalaya política.
Sobre las bodas en serie, el relato empezaba así: la
camarada Revolución nos ha dado cuenta de su gran desconsuelo porque
la gente se sigue casando, demostrando con ello que amaban las diversas
modalidades de opresión (incluidas las parejas libertarias). Proponía,
entonces, una fábrica de bodas que tenía que emplazarse lejos de los núcleos
urbanos, que produjera como churros
ceremonias rápidas y gratuitas, bastante
desdicha tienen los que van, que leyera a los contrayentes los
“Mandamientos del Sentido Común”, que besaran la tricromía del Comunismo
Libertario y se les tirara, con sus papeles sellados (en rojo o en rojo y
negro), por un tobogán[9].
La disolución del Gobierno de Largo Caballero y la
salida de los tres ministros y la ministra del Gobierno dejó claro que la
revolución había sido definitivamente derrotada al igual que el Movimiento
Libertario. En este nuevo contexto, las críticas de Poch se endurecieron y su alegría
se fue marchitando.
Ahí estaban las críticas a las fiestas mojigatas y
cuasi religiosas de Asistencia Social, su antiguo ministerio (reconvertido en
Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad) ocupado por el comunista Jesús
Hernández; las críticas a la incompetencia, absentismo y enchufismo de los
Ministerios; y la burla del uso y abuso de los avales políticos o sindicales
para cualquier cosa.
Las llamadas fiestecitas
superevangélicas e infrarevolucionarias en pro de Asistencia Social,
recordaban a las fiestas de los colegios
purísimos de dulces monjitas, solo que ahora las organizaba el PCE,
principal protagonista de la lucha en contra de la revolución libertaria y el
partido que estaba alcanzando más poder dentro de los gobiernos republicanos
gracias a la ayuda militar cobrada de la URSS[10].
La crítica a la incompetencia, el absentismo y el
enchufismo en los Ministerios de los gobiernos republicanos le valió la censura
completa de uno de sus relatos (solo quedó el título de la sección)[11].
La crítica de los avales políticos o sindicales para
cualquier cosa fue también objeto de ácida burla cuando el Dr. Buen Humor quiso
comprarse unos calcetines rojos con ribetes morados. La necesidad para hacer la
compra de un aval llevó al cariacontecido doctor a hacer veintinueve colas en
quince días. Cuando, por fin, en medio de pesadillas, consiguió el aval y fue a
recoger sus calcetines, le dieron unas
piltrafas de lana roja que eran los
restos de los calcetines que se había comido la polilla[12].
Tampoco se salvaron de la crítica la Sociedad de
Naciones y la supuesta mejora que podían aportar los progresos técnicos. En el
caso de la Sociedad de Naciones el relato se articulaba alrededor del hecho de
que al Dr. Buen Humor le había salido un bulto en la región precordial que
segregaba “la credulitas confiábilis”. Le fue recetada una cura enérgica en
Ginebra a base de discursos, proclamas, comités e internacionales. Aunque
mejoró, no se curó hasta que no tomó un medicamento de extracto vegetal: el
“escepticismus”[13].
Una dosis de escepticismo aplicó también Poch a los
avances tecnológicos, en este caso el relato adoptó la forma de un viaje a
Marte con formato de ciencia-ficción[14].
Artículos
Los artículos que aparecieron en la revista con su
firma fueron tres, publicados antes de
la guerra. Sus temas mostraban la línea pedagógica relacionada con la salud que
pretendía desarrollar y que la guerra torció: maternidad, puericultura y sexualidad.
Los dos primeros artículos trataron sobre “El recién
nacido” y “El niño sano”[15],
en ellos la autora, ducha en la materia por su formación como puericultora,
daba pautas sobre cómo afrontar los primeros meses del recién nacido: cómo
conocerlo (repasaba los cinco sentidos y el psiquismo) y cuidarlo desde sus
planteamientos higienistas (dejarle dormir, alimentarle a través de la
lactancia y bañarle cada día eran los consejos básicos). Aunque su dedicación a
la infancia (como médica y educadora) ocupó siempre una parte importante de su
vida, era partidaria del control de la natalidad (a través del uso de
anticonceptivos) para separar placer de reproducción. El control de la
natalidad favorecía además la maternidad consciente que conllevaba la eugenesia
positiva en favor de la procreación en las mejores condiciones posibles.
El tercer artículo trataba sobre el amor libre[16].
Amparo Poch tenía una concepción
espiritual, elevada y moralista del amor, del llamado “Buen Amor”:
En el buen amor pesa
tanto lo alto como lo bajo, el Pensamiento como la Carne, la Dulzura como el
Deseo; y es incompleto si le falta cualquiera de estas cosas.
Pero el buen
amor debía desarrollarse sin ataduras, el cuestionamiento del matrimonio
era claro:
Para
él se necesita plena libertad, pero también capacidad plena, pues sin ésta la
primera es una ficción.
Eros
fue despojado de sus alas cuando
el amor se convirtió en deber con el matrimonio. El adulterio nacía del
matrimonio, que es como una carcajada
fresca, entre burlona y honrada, el pleno derecho a la libertad de amar…
Había sido el hombre el que había provocado que el
amor descendiera a la categoría de pecado al perder la espontaneidad, la
sencillez y la naturalidad del goce. La mujer debía capacitarse para evitar
convertirse en un ser de instintos, carne
simple, monótona y limitada.
La reclusión de la mujer en casa, quedando excluida de la producción que daba derecho a
la subsistencia, era la causante de que las mujeres dieran al hombre sus servicios privados, incluso los sexuales, (considerados
como prostitución dentro del matrimonio) y a cambio defendieran su posición, preocupándose de afianzar los lazos que la
unían al hombre. Y ahí nació el sentido de la propiedad de entre la pareja.
Que a las mujeres no se les reconociera su perfil de
trabajadoras las situaba en el precipicio de la prostitución (marital o
extramarital). Las mujeres debían romper con todos los estereotipos de mujer
creados por el discurso de género (la mujer-esposa, la mujer-prostituta, la
mujer virtuosa):
La
Vida está harta ya de la Mujer-esposa, pesada, demasiado eterna, que ha perdido
las alas…; está harta de la Mujer-prostituta, a la que ya no queda sino la raíz
escuetamente animal; está harta de la Mujer-virtud, seria, blanca, insípida,
muda…
Si las mujeres querían recobrar su dignidad como
personas, debían cambiar radicalmente, encontrarse a sí mismas y amar sin
pensar que dicho sentimiento te da
derecho sobre nadie ni te hace objeto de propiedad. La clave estaba en
conocer el valor del “yo” libre.
Poemas
En la revista aparecieron cuatro poemas firmados por
Amparo Poch, tres de los cuatro estaban
relacionados con la guerra y aparecieron
en el nº 8 de la revista, uno sobre el bombardeo de una casa habitada por un
niño y su madre, ya que el hombre estaba luchando en el frente; el segundo era
un breve poema sobre la muerte de un miliciano; y el tercero, sobre la muerte
de un niño que estaba jugando[17].
El cuarto poema reclamaba más trabajo y esfuerzo a las mujeres para empujar la
revolución[18].
***
Amparo Poch salió al exilio en 1939 como miles
de hombres y mujeres derrotadas en la guerra civil, en Francia prosiguió su
labor, clandestinamente, al no poder ejercer como médica. Mientras duró la II
Guerra Mundial, vivió las penurias del
exilio, dibujando pañuelos para un gran almacén, en Nimes. Tras la liberación
de Francia trabajó en el dispensario del Hospital de Varsovia (en Toulouse), más
tarde, ejerció en el dispensario de la Cruz Roja Española hasta su muerte. Cuando murió solo disponía en su cartilla de la Caja
de Ahorros de 16 francos con 29 céntimos, todo un símbolo de la vida de una mujer libre.
Conclusiones
1ª La manera de entender la medicina que tenía
Amparo Poch era plenamente moderna puesto que era una médica vocacional. Su
práctica médica se basó en la implicación empática con los y las pacientes,
daba mucha importancia al talante humanista de la asistencia médica (así se
apreciaba en sus relatos de “sanatorio de optimismo”). Destacaba en ella también la función educadora y
divulgadora.
2º El anarquismo, con su bagaje de neomaltusianismo,
higienismo y eugenesia, sustentó muchas de sus ideas junto con sus lecturas y
formación académica. Su formación como puericultora le permitió hacer una tarea
educadora importante para que las madres (no los padres) asumieran su responsabilidad
como tales, especialmente en los primeros meses de vida de las criaturas. No
olvidemos, por otro lado, que la maternidad había sido muy valorada desde las
pioneras del feminismo anarquista (Teresa Claramunt y Teresa Mañé) como factor revolucionario
y que los hijos y las hijas no se entendían como propiedad privada sino como un
bien social con un gran protagonismo en la transformación social.
3º El control de la natalidad, el goce sexual libre
de pecado y la capacitación de las mujeres para ser libres y autónomas,
favorecían el “buen amor”, libre y plural.
4º No rechazaba la acción política y, por ello,
formó parte de la corriente trentista y del Partido Sindicalista, aceptando su
integración en el Gobierno de Largo Caballero. Esta postura, que no era la
mayoritaria en la CNT, no le nubló la vista a la hora de criticar los Gobiernos republicanos,
especialmente cuando se incrementó la presencian comunista. También fue crítica con las contradicciones de la revolución.
5º Ella, como nadie, demostró que el humor y la
ironía permitían la crítica, la denuncia y la censura sin
expresarlo de manera explícita o directa, sino dándolo a entender. Precisamente
de esta forma sutil mostró su desagrado hacia el uso de la violencia en la
guerra desde su conocida posición pacifista.
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De
octubre a diciembre de 1936 había ejercido como médica en la Milicia, en el
Regimiento Pestaña nº9. 1º y 2º Batallón. Participó también en el hospital de
sangre Frontón de Recoletos montado por
iniciativa del Ateneo Libertario de Delicias (CNT).
Mujeres Libres, nº 1, mayo (15),
1936, p. 4.
¿Es el alter ego de Amparo Poch? Antonina
Rodrigo así lo señala (Antonina
Rodrigo (2002): Una mujer libre. Amparo
Poch y Gascón, médica y anarquista. Barcelona, Flor del Viento, p. 189). pero ¿por qué un hombre y no una
mujer?, ¿por qué con nombre diferente? En esta presentación que hace en el
primer artículo la autora indica que el Médico-director es uno de sus empleados:
“Tengo un médico-director muy simpático”, Mujeres
Libres, nº 1, mayo (15), 1936, p. 4.