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¡Un abrazo!

Mostrando entradas con la etiqueta Torres. Mostrar todas las entradas
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Personalidad y fútbol

No me gustaba nada el nivel de presión que detectaba entre la afición colchonera antes del partido. Esa pose dramática de estar ante el encuentro de nuestras vidas. Esa querencia por dejar claro que el Atleti se jugaba poco menos que la existencia. No me gustaba nada tampoco el hedor que llegaba desde la información oficial. Hace mucho que vivo de espaldas a la realidad televisada de los medios y que mi única fuente de información es twitter pero, incluso así, me llegaba el repentino resurgir de la figura de Chicharito, genuino representante de "nuestro fútbol", como tema central a la hora de describir la previa del Bayer-Atleti. A tenor de los medios oficiales da la sensación de que el Atlético de Madrid es un equipo madrileño que juega exiliado en Madrid. 

Pero entonces encendí la televisión y vi a los jugadores dándose la mano ordenadamente en el saludo inicial. Todos los rostros colchoneros tenían una expresión similar pero me fijé especialmente en la de Gabi. Era la pura imagen de la concentración absoluta. Ni un solo atisbo de sonrisa. Mirada fija y seriedad creíble. Daba la sensación de tener muy claro en la cabeza lo que había que hacer y que todo lo demás era accesorio. Juro que en ese momento me vine arriba.

La primera parte del equipo de Simeone en Alemania es probablemente la mejor de toda la temporada. Lo hizo todo bien. Recordó a esa versión europea del Atleti contemporáneo que tantas alegrías nos ha dado. Encaró la eliminatoria juntando mucho las líneas, sacando la línea defensiva de su área, compactando la presión como hacía mucho que no hacía, siendo vertical con el balón (a base de talento y no de recursos rupestres), marcando siempre el ritmo del encuentro y aprovechando la contundencia para liquidar al rival. Puede parecer fácil pero no lo es. Basta recordar lo que ocurrió hace dos años y lo mal que se pasó entonces en ese mismo campo. Los de Simeone recurrieron a la personalidad y al fútbol y eso, si sale, es una combinación letal. 

Cualquier intento de avance alemán era abortado a bastantes metros de la frontal del área. El trabajo de los cuatro del centro (Gabi, Koke, Saúl y Carrasco) era ejemplar pero en defensa destacaba además un hipermotivado Vrsaljko que comenzó muy bien pero que acabó completando su mejor partido hasta la fecha como rojiblanco. El Atleti robaba arriba y cada salida con balón se hacía con sentido, inteligencia y sangre en la mirada. Una apertura de Gabi a la derecha provocó una de esas clásicas (y elegantes) diagonales de Saúl. Después de desprenderse con mucha clase de su rival, se plantó en la frontal del área. Podía colgar el balón o escorarse a la derecha para centrar desde allí, pero decidió resolver como hacen las estrellas. Se acomodó el balón a su zurda y lanzó una parábola perfecta que reproducía el famoso gol de Falcao en Bucarest. Golazo. 

Poco después, un fantástico Gameiro ejecutaba una de las muchas demostraciones de velocidad y fuerza que hizo a lo largo de la noche. Salió en vertical con el balón controlado para llegar algo cerrado hasta el área rival. En lugar de liarse en una guerra imposible (que es lo que hubiese hecho el Gameiro de hace unos días) tuvo la inteligencia y la paciencia de parar, mirar y esperar a Griezmann que venía completamente solo por la parte derecha del área. Gol del otro francés. La noche se tornaba maravillosa. El propio Griezmann estuvo a punto de poner el tercero antes del descanso, que hubiese sido definitivo, pero el mejor de los alemanes, su portero Leno, lo impidió. 

La segunda parte fue buena también pero más extraña. Con más desajustes, provocados seguramente por la huida hacia delante de los alemanes. El Bayer Leverkussen recortó distancias muy pronto, en una gran jugada por la derecha que culminó Bellarabi. Mala suerte porque era la primera vez que llegaban en todo el partido. El gol espoleó su ánimo y se fueron hacía arriba con más corazón que juego. Situación que aprovechó Gameiro para seguir haciendo un partidazo. En una de sus muchas actuaciones destacadas fue derribado en el área y él mismo se encargó de marcar el tercero para, de paso, asesinar los fantasmas del lanzamiento de penaltis. 

El partido estaba completamente controlado en ese momento pero Moyá (que se había mostrado seguro hasta entonces y había hecho una intervención espectacular en la primera parte) tuvo uno de esos errores que no se pueden tener en la alta competición. Despejó mal una pelota fácil de atrapar, ésta golpeó en Savic y el balón se metió en su propia portería. El 2-3 encendió a la grada y al Bayer, provocando que el Atleti pasase unos minutos de angustia. Los alemanes se fueron a la portería con todo y los de Simeone tuvieron que sufrir. Pero este Atleti sabe sufrir como nadie. Aguantaron el chaparrón con gallardía y tuvieron la inteligencia de aprovechar las salidas para matar el partido. Primero Torres, que había salido en los minutos finales, y que enganchó un cabezazo excelente que ponía el 2-4. Después Correa, que también había salido con el madrileño, y que delante de Leno volvió a toparse con el buen hacer del cancerbero alemán. 

El resultado puede parecer corto para lo que ocurrió pero es fantástico (el Bayer tiene que ganar 0-3 o 1-4 en el Calderón para pasar). Ha supuesto además un pildorazo de ilusión en la parroquia colchonera. Por el resultado, por el juego y por ver como jugadores que creíamos desahuciados, vuelven mejor que nunca no sólo para quedarse sino para ser importantes. Disfrutémoslo. Olvidemos por un momento el futuro, las cuentas, las apuestas, los fichajes, las salidas o lo puede pasar en mayo y centrémonos en lo que ocurre alrededor de nuestros pies. Toquemos el suelo. Vivamos el día a día. Partido a partido.

@enniosotanaz


(Foto sacada de www.colchonero.com)

Y no pasa nada

Llevábamos tanto tiempo flotando en el aire que se nos había olvidado lo duro que estaba el suelo. Lo que cuesta volver a tener que andar por el asfalto. Es duro hacer cola después de haber entrado por la puerta de artistas y es duro tener que compartir habitación después de haber tenido una en propiedad pero no pasa nada. Nadie se muere por ello. Que sí, que cuesta tener que mudarse a un piso más pequeño o tener que ponerse a cocinar después haber tirado de restaurantes pero insisto, no pasa nada. Nada en absoluto. La dignidad sigue intacta. Los sueños también. Es más, eso es la vida. Entrenar. Estudiar. Ensayar. Caerse y volver a levantarse. Lo que es absurdo es alimentarse de melancolía o quedarse estancado pensando en lo que pudo ser y no fue. Lo que es estúpido es quedarse parado y ponerse a llorar. 

El Atleti acaba la primera vuelta en la cuarta posición, con muchos puntos por detrás de la cabeza y con demasiadas dudas en el zurrón. Aunque los números en Champions y Copa siguen siendo excelentes, las sensaciones no son buenas y negarlo sería vivir en una fantasía tan irreal como la de los histéricos que ven el Apocalipsis con cada pase de Gabi. 

El equipo de Simeone acaba de sacar un empate de San Mamés en un partido entretenido, rápido y emocionante que sirve como certero epílogo a una primera vuelta de transición. El equipo salió muy bien. Con esa intensidad marca de la casa que tanto bien les ha hecho y que habían olvidado en partidos anteriores (buen síntoma). Dominando el ritmo, dominando el balón y dominando el marcador. En pocos minutos construyeron una gran combinación por la izquierda que acabó con un pase al área de Koke que no sé si llega a tocar Griezmann pero que acaba igualmente en la red. 

El partido estaba controlado, el Athletic algo aturdido y todo se parecía demasiado a muchos otros partidos de temporadas anteriores. 0-2 en un contraataque y a dormir. Pero no fue eso lo que ocurrió. Mientras hace años los de Simeone hubiesen pausado el juego, controlado el ritmo y minimizado los riesgos, el actual equipo se ha dedicado a despejar el balón. Como suena. Pelotazos en vertical, que hacían que el equipo bilbaíno necesitase poco para seguir dominando el balón en campo contrario. Pasada la media hora los vascos ya dominaban no sólo el balón sino todos los ángulos del juego. Se lo habían creído y creo que había sido culpa nuestra. A pocos minutos del final un despiste en la defensa (creo que de Filipe) dejó un balón franco en la frontal del área y el equipo de Valverde empató con un golazo. Los fantasmas volvieron a salir de la madriguera. Todos. 

El Atleti de Simeone es lo que es gracias a su defensa. No es que sea sólo defensa (que hay mucho cafre con ganas de confundir) sino que lo que es, lo es por su defensa. Una defensa rocosa, adulta, eficaz y que apenas cometía fallos. Hoy no y no es nuevo en esta temporada. Algo pasa ahí. 

Los madrileños salieron con ganas de ganar en el segundo tiempo (otro buen síntoma). Aumentaron las pulsaciones y volvieron a tirar de intensidad pero todo se enfangaba en una lucha constante por el balón. Pero es que el rival también juega y además juega muy bien. Las ausencias de Augusto y Tiago hacen que el centro del campo colchonero carezca de la pausa necesaria para partidos así. Hoy lo volvimos a acusar. Pero el Atleti insistía y no estaba siendo peor que su rival. Es más, creo que era mejor y que empezaba a dominar. No había ocasiones pero uno era optimista. Hasta que llegó un nuevo fallo en la defensa. Impropio de un central de alcurnia como Godin pero tampoco algo nuevo este año. El uruguayo salió conduciendo en exceso, perdió el balón, recuperó tarde (y mal) y el contraataque vasco por la derecha hizo que su lateral, sí, su lateral, rematase completamente solo en el corazón del área. 

Los fantasmas estaban de fiesta a esas alturas. Salió Torres y el equipo se descompuso todavía más. Puede que sea casualidad. Puede que no. Soy consciente del amor (merecido) que El Niño despierta en la grada pero yo lo veo completamente perdido. No entiendo porque Simeone sigue insistiendo con él sobre el campo. Quizá tenga que ver con que el otro 9, Gameiro, está poco mejor. El francés es un buen jugador (no lo dudo). Corre como el que más (es así), pero resulta intrascendente. Da igual que esté o que no esté en el campo. Lleva un gol en diez partidos, un dato que es indefendible por mucho que corra. Creo que ya se le ha terminado el crédito. No es el jugador que creíamos y no creo a estas alturas que ya lo pueda ser. Problema. Ojalá me equivoque. 

Pero en esa ensalada de caos, justo cuando los cenizos llenaban con sus caracteres las calles de Twitter, el equipo tiró de orgullo (otro buen síntoma). No salía nada y todo parecía un desastre pero me gustó ver al equipo tirar de corazón. Mucho más cuando ese jugador espectacular que es Griezmann se sacó un disparo de la nada que se coló por la base del poste. Golazo de esos que pagan por sí mismo una entrada. El partido se abrió y podía haber acabado de cualquier manera pero no pasó nada más.

El empate es un resultado pésimo pero es justo. El partido, con todo, ha sido además muy divertido. Una bofetada amistosa a esa estirpe de rapsodas, los talibanes del peloteo estéril, que me parece tan nociva para el fútbol. 

Sí, sé que no he hablado del árbitro pero ha sido aposta. Creo que hoy nos perjudica igual que en Eibar nos ayudó. Normal. Fútbol. De eso no merece la pena hablar. Lo que no es fútbol (ni suerte, ni casualidad, ni irrelevante), de lo que sí merece la pena hablar, es de lo que pasa en cada partido del otro equipo de la capital. El equipo de todos, ya saben. 

Culminada la primera vuelta, a punto de iniciarse el tramo final de las competiciones de copa no se me ocurre mejor momento para dejar de experimentar, agarrarse a lo que tenemos con fe, olvidarse de la histeria posmoderna y subirse, más que nunca, al genuino: partido a partido. No hay otra. Toca caminar por el asfalto porque en el asfalto (que no fuera de la carretera) es donde estamos. Toca arremangarse y alcanzar al que va delante porque no queda otra. Pero no pasa nada por tener que hacerlo. 

@enniosotanaz

(Foto: La Vanguardia)

La guerra de los mundos

El 30 de octubre de 1938 la CBS norteamericana narraba a través de sus ondas radiofónicas una invasión alienígena que Orson Welles había perpetrado adaptando una novela de HG Wells. El grado de verosimilitud era tal que las calles de Nueva York y New Jersey (donde supuestamente se estaba produciendo la invasión) entraron en pánico. Las centralitas de comisarías, edificios públicos y hospitales se bloquearon y la población entró en crisis. Algún radioyente avispado salió a la calle y comprobó in situ que no estaba ocurriendo nada realmente pero nadie recuerda el nombre de ese tipo. “¿Cómo no va a pasar nada si lo dice la radio?”, le decían. “¿Vas a saber tú más que los que hablan en los medios?” 

El 7 de enero de 2012 Diego Pablo Simeone debutaba como entrenador del Atlético de Madrid en el estadio de La Rosaleda. Comenzaba entonces una nueva edición de La Guerra de Los Mundos… pero al revés. Mientras en la calle se forjaba una preciosa historia de superación, de fe, de trabajo, de gestión, de comunión, de aunar valores deportivos, de alegría, de emoción y de fútbol, en los medios de comunicación se relataba una gris novela de terror pergeñada por los mercados y adaptada por los siervos de la gleba. Mientras en las calles se producían milagros sustentados en el trabajo, en las ondas nos contaban una historia triste, aparentemente realista, sobre el drama de ganar a balón parado, la violencia extrema, la posesión como nuevo paradigma de vida, la definición estética de un puñado de rapsodas como condición de vida (y de muerte), la jardinería como pilar de la sociedad, la viscosidad cinemática del césped o la sensación de vergüenza que aparentemente deberíamos tener los aficionados colchoneros por el simple hecho de serlo. Un muchacho, abstemio y de buena dicción, llamó desde la noche de Munich para decirle al mundo lo que veía en la calle. Un equipo que no estaba invitado a la Convención del Dinero había alcanzado la final de la Champions League por segunda vez en tres años. Lo había hecho además eliminando al campeón de Portugal, al campeón de Holanda, al campeón de España y al campeón de Alemania. Un equipo que con presupuesto cinco veces menor que sus rivales había ganado en cinco años todo lo que se puede ganar como club (a excepción de esa bendita Champions). “Sí, pero…” le dijeron sus vecinos. “¿Vas a saber tú más que los que hablan en los medios?” 

Pero si hoy abren la ventana y miran con sus propios ojos verán que el Atleti está en la final de Milán. Que lo está por méritos propios y que lo que ha conseguido es una gesta sin precedentes. Que lo está después de eliminar a uno de los equipos más potentes del mundo (dentro y fuera del campo) en una batalla épica en la que se peleó “como hermanos”, “derrochando coraje y corazón”. Que lo está después de eliminar al equipo que mejor le ha jugado a este Atlético de Madrid (Simeone dixit). 

La batalla comenzó como se suponía, con un Allianz enfervorecido y un equipo bávaro saltando en la yugular de los rojiblancos. Los alemanes, orgullosos y dolidos, parecían desatados. Lo estaban. Los madrileños, serios y disciplinados, parecían superados por las circunstancias. No lo estaban. Simplemente el rival estaba siendo mucho mejor. La primera parte fue un monólogo del equipo de Guardiola. Un despliegue técnico y táctico decorado con una de las mejores macedonias de talento del planeta tierra. Cuando marcó Xabi Alonso el mundo colchonero se tambaleó mientras Munich rugía. Cuando minutos después al árbitro turco pitó un penalti el alma ya se nos partió. Era el fin. Pero no. No lo era. Nunca dejes de creer, leí en el teléfono. Estaba Oblak. El hombre tranquilo. Un tipo cuya sangre se podría emplear en procesos criogénicos y que parece que nada de lo que pasa en el campo vaya con él. Pero como ataja. Y como juega, porque lo que hace este portero es jugar al fútbol. Estar. Aportar. Transmitir. Oblak fue el héroe de la noche alemana. Lo merecía. 

Simeone dijo a los muchachos en el descanso que no estaban siendo el Atleti y lo que dice el Cholo va a misa. Seguramente por eso volvieron al campo sabiendo que tenían que recuperar el pulso y la fe colchonera para seguir adelante en la competición. Y lo hicieron. Claro que lo hicieron. Como siempre lo hacen. El Bayern fue otro porque el Atleti fue otro. Entonces llegó el golpe de gracia. Otra de esas jugadas grabadas a fuego en el subconsciente colectivo. Griezmann de cabeza, Torres que la manda larga a la espalda de la defensa y el francés que resuelve como sólo saben hacer los que están dotados de un don especial. 1-1. ¡Hostia, qué pasamos! 

Y pasamos. Sufriendo las embestidas de los alemanes cabreados. Teniendo que encajar un gol de pundonor de Lewandowski tras un salto de ese chileno malencarado que no es consciente de representar perfectamente aquello que tanto critica. Tuvimos que pasarlo mal mientras Oblak se coronaba como rey de Europa y Fernando Torres nos quitaba un par de años de vida fallando un penalti que para mí no había sido. Pero el árbitro pitó el final y todo lo anterior ya no importaba. No sé qué pasó en el campo o en la grada porque no pude verlo. Estaba gritando, abrazándome, contestando llamadas de amigos y recibiendo felicitaciones mientras las pulsaciones de mi cuerpo volvían, por fin, a valores propios de los seres humanos.

¿Y ahora? Muy fácil. Vivan el momento. Sean felices. Abran las ventanas. Dejen entrar la luz y el aire puro. Bajen a la calle. Toquen, beban, coman y gusten. Vean la realidad con sus propios ojos, tal y como es. Vívanla y olvídense de los que la están retransmitiendo porque lo que están transmitiendo es una mentira y la verdad es mucho más divertida. 

@enniosotanaz

Entre todos la mataron...

En esa carrera desenfrenada y concienzuda por destrozar la competición futbolística en vigor más antigua de nuestro país, el Campeonato de España que reparte la Copa del Rey, puede que estemos colaborando todos. Encabeza la lista la propia Federación, organizadora de la Copa y que, con modos de torpe estibador, eleva la cutrez de un torneo fantástico hasta categorías nunca antes alcanzadas. Cutrez, un diseño infumable y un desprestigio constante que aparece protegido por una gruesa costra de caspa y que confina un fuerte olor a rancio digno de otros tiempos. Colaboradores necesarios en este horror son también las televisiones que, en pos de no sé qué concepto del espectáculo, desplazan los partidos a horarios absurdos, ridículos y humillantes para el aficionado al fútbol. Horarios que desnudan las gradas y matizan, todavía más, un cuadro costumbrista de tristeza incalculable. "Es lo que vende", dirán, en esa especie de mantra ocultista que, aparentemente, esconde algo que solamente conocen "ellos". 

Los aficionados, acostumbrados a la inapetencia del mediocre y siguiendo esa ley del mínimo esfuerzo que tan bien le sienta al sistema, nos dejamos llevar, esperando a que nos lo hagan todo. Convertidos en elementos pasivos que asumimos como inexistente (o falso) todo aquello que no aparece en la tele (o en la web del MARCA), evitamos complicarnos la existencia teniendo que pensar y decidimos, como forma de vida, limitarnos a comprar y llorar cuando se acaba la cerveza. Imbuidos por ese tufo a decadencia que ya no percibimos, miramos de refilón una competición considerada como “menor” (salvo que la gane el equipo del Gran Hermano) que es como se considera en las redacciones "serias" y en esas “tertulias” tabernarias, protagonizadas por tipos que interpretan personajes al borde de la salud mental, que se emiten en medios tremendamente "profesionales". En ese caldo de cultivo no es de extrañar el hecho de que los propios entrenadores utilicen los vilipendiados partidos de Copa para realizar sofisticados experimentos que, en el mejor de los casos, denominan eufemísticamente como “rotaciones”. Entre todos la mataron... 

Eran las 22:00 de la noche del día de Reyes y echaba a rodar el balón en un desolado estadio de Vallecas. Cuando la gente debería estar acostando a los niños tras un agotador día dedicado a ellos, algún iluminado, de esos que dicen saber cosas que los demás no sabemos, decidió colocar el inicio de un partido de fútbol. Un partido que, dicho sea sin acritud, me pareció un tostón. Sin medias tintas. Un aburrido correcalles en el que 22 jugadores corrían mucho, presionaban más pero jugaban poco. La alta densidad de caras nuevas en ambos conjuntos daba un cierto aire de partido de pretemporada que no ayudaba mucho a centrarse en lo que estaba pasando. En el Atleti atraía la posibilidad de ver a los nuevos, Kranevitter y Augusto, pero no creo que fuese el debut soñado para ninguno de los dos. Tengo la sensación de que son ese tipo de jugadores que necesitan que la pelota esté rodando con sentido por el césped para poder destacar. No fue el caso. El Atleti no jugó a nada. Óliver y Torres volvieron a naufragar. Thomas parecía estar de entrenamiento. Carrasco quería jugar solo contra todos y los dos nuevos asistían perplejos al despropósito. Afortunadamente la defensa cumplía con solvencia si exceptuamos, claro está, a Siqueira que sigue acrecentando esa leyenda de transferible. Me da mucha pena la trayectoria de este jugador en el Atleti. 

Enfrente, el Rayo competía al mismo nivel de intensidad que su rival pero con bastante mejor afinidad por el balón (sin que tampoco fuese nada del otro mundo). Fruto de ello, y con algo de suerte, consiguió inaugurar el marcador tras un disparo de Nacho desde lejos que, para mí, se “come” el bueno de Moyá. Un tipo que me cae de lujo y al que le deseo lo mejor pero que, por alguna razón, no me inspira demasiada confianza en la portería. 

La segunda parte fue muy parecida a la primera pero los cambios de Saúl y Vietto por Augusto, Óliver y Torres, pusieron una pizca de cordura en los rojiblancos. Verán que he omitido un jugador en el balance pero soy consciente de ello. La razón es que el otro que salió al campo fue Jackson Martínez pero como si no lo hubiese hecho. Lo más destacable de los segundos 45 minutos (lo único probablemente) fue la jugada del gol. Buen pase lateral de Kranevitter, buena recepción y mejor asistencia al área de Vietto y gran remate de Saúl, siguiendo su más puro estilo de llegador. Viendo el estado de forma de Jackson, Torres y Correa, Vietto es para mí titular en este equipo. Saúl también. 

Con todo, el resultado es quizá lo más positivo para los rojiblancos. Viendo los antecedentes en casa y los pocos goles que encaja el equipo, todo apunta a que la eliminatoria podría estar encarrilada pero es arriesgado asumir ese tipo de cosas en una competición tan cambiante y en cierto modo tan adulterada como la Copa del Rey. No sé qué equipos sacarán Jémez y Simeone la semana que viene así que puede pasar cualquier cosa. La competición sigue viva, debería rezar el titular. Lo que no sé es si verdaderamente lo está.

@enniosotanaz

Felicidad

El Atleti cierra esta noche un año complicado y lo hace fiel a su más pura esencia: sufriendo, trabajando, pasándolo mal, tirando de espíritu y ganando. Sí, ganando. A pesar de lo que pueda parecer si usted no es de esos arqueólogos de la información que tienen que zambullirse cada mañana en el fango para encontrar un puñado de realidad y por el contrario prefiere ceñirse a la pulimentada versión oficial. El Atleti termina el año en lo más alto de una liga tramposa y tergiversada que lo sigue tratando con desdén y desprecio a pesar de haberle salvado la cara. Anteriormente a la llegada de Simeone, la máxima competición española era una versión casposa de la liga escocesa pero mucho más injusta. La llegada del argentino no sólo ha creado un nuevo e incómodo personaje en el poder establecido sino que ha significado un influjo de fe para el resto de equipos que ahora están mejor preparados y que han entendido que si se cree y se trabaja, se puede. El Atleti cierra esta noche el año con algunas dudas, sí, pero con muchas más certezas. Paren un instante a pensarlo y verán que las segundas ganan con creces a las primeras. 

Jugar en Vallecas es complicado. Es un campo pequeño, estrecho y con un equipo local valiente e imprevisible que, si está bien, puede llevar el partido a situaciones difíciles de solventar. Los de Jémez, dolidos por el robo vergonzoso de la última jornada, saltaron al campo muy metidos en el encuentro. Intensos, rápidos y con una defensa adelantada y presionante que impedía cualquier triangulación. El Atleti, escarmentado también tras su último partido, lo hizo con el mismo espíritu, la misma intensidad y el mismo desempeño que su rival. Fueron unos minutos muy fogosos, en los que todo pasaba a toda velocidad y en los que salieron ganando los colchoneros por la mínima gracias a su mejor interpretación de la situación. La falta de laterales en los vallecanos y esa defensa de tres, hacían que su punto más vulnerable fuesen precisamente las bandas y hacía allí fueron dos buenos balones de Óliver y Koke que provocaron dos ocasiones de gol de Carrasco, de esas que no se pueden fallar. Del mismo modo llegó otra buena ocasión de Torres que también desperdició. Yoel, portero rayista, era ya el mejor de su equipo para entonces. 

A partir de ahí los rojiblancos se diluyeron, fundamentalmente en el centro del campo. Saúl salvaba los muebles, Koke desaparecía y Óliver ni siquiera llegaba a aparecer. Cada vez que tocaba el balón pasaban cosas, sí, pero es que apenas lo tocaba. Otro partido desperdiciado del canterano que no encuentra su sitio en este equipo. Algo parecido le pasa a Torres. Obsesionado con el dichoso gol, no termina de hacer un partido medianamente decente que disipe las dudas que existen sobre él.

El inicio de la segunda parte fue radicalmente diferente. El Rayo salió como un ciclón. Mucho más presionante y preciso con el balón, cercó a su rival sin dejarlo salir y disputó sus mejores minutos del encuentro. Un gran Trashorras se erigía en el jefe de la medular y el Atleti se perdía en la zona de creación, incapaz de hacer otra cosa que no fuese dar un patadón. Los cambios de Simeone (Correa y Thomas por los señalados Óliver y Torres) lograron contener la sangría, igualar el medio campo y alejar el peligro rayista. A partir de ahí los rojiblancos tomaron más riesgos y, más por corazón que por juego, desequilibraron el campo otra vez hacia el lado contrario. Jackson salía al campo en sustitución de un agotado Carrasco y el Atleti se disponía a morir en el área contraria con todo su arsenal. Godin tuvo un par de ocasiones claras, rematando de cabeza dos buenos balones parados, pero Yoel y el larguero volvieron a sacarlos con maestría. Hasta 5 ocasiones claras de gol acumulaba el equipo a esas alturas. Algo que subrayaba, una vez más, el gran problema del Atlético de Madrid durante este primer tramo de la temporada: la pertinaz falta de gol. 

Pero el Atleti, que tiene muy buenos jugadores,  tiene también la suerte de poder comenzar el encuentro con algunos de ellos en el banquillo. Con el partido casi concluido una espectacular jugada de Thomas (para mí el jugador que mejor parado sale después del terremoto Tiago) acaba en una pared en el área que remata Correa como sólo los genios son capaces de rematar. Golazo. Dos minutos mas tardes Griezmann rivalizaba en destreza con su compañero calzando una vaselina por encima del cancerbero rayista tras un muy buen pase de Jackson. 0-2. Tres reservas frescos y uno de los mejores jugadores del mundo frente a un equipo modesto, agotado y con bajas. Imposible para los vallecanos. El equipo colchonero se lleva el partido frente a un gran equipo al que solamente su mínimo presupuesto le impidió llevarse algo más esta noche y al que le deseo lo mejor. A seguir remando. 

El Atleti acaba el año sumando tres puntos. No hay mejor sentencia para describir lo que es este equipo. Mientras otros se desgañitan aplicando teorías “conspiranoicas” para insistir en convencernos de que el Emperador no va desnudo, los colchoneros tomaremos uvas con pipas y turrón terrenal y los haremos, como siempre, con alegría, porque, por encima de todo lo demás, lo que tiene este equipo es eso: felicidad. Una felicidad que es nuestra y que es natural. Que no se compra ni se vende. Una felicidad insólita y envidiada que está ahí, y que está siempre. Sin necesidad de trofeos, medallas o falsos titulares. Una felicidad que nadie entiende y que algunos niegan pero que sabemos muy bien que existe. Que está. Que está y que estará mientras quedemos humanos dispuestos a transmitir la buena nueva. 

Espero que pasen una noche estupenda mañana. Que despidan entre risas y amigos el año que se va y que reciban al nuevo con ganas, con fuerza, con ánimo, con respeto, con intensidad y en formación de 4-4-2 o 4-1-4-1. 

Sean felices. 

@enniosotanaz

Sorpresa

El Atlético de Madrid está otra vez en octavos de final de la Copa del Rey. Un titular así, libre de aderezo, no debería sorprender a nadie. “Estaría bueno”, me contestará incluso algún erudito de la estadística y amante de ese estilo zafio, propio del nuevo periodismo, en el que la identidad de uno se construye solamente mediante la aniquilación (o desprecio) del otro. Atendiendo a la tradición, al estado actual de los colchoneros y a la categoría en la que jugaba el rival, parece sensato pensar que efectivamente no puede suponer ninguna sorpresa el que el cuadro colchonero haya superado la eliminatoria de Copa frente al Reus Deportiu pero lo que sí ha sido sorprendente, al menos para mí, es el cómo se ha conseguido. 

Primero, y fundamentalmente, por el rival. Un modesto equipo de la segunda B que juega como los ángeles. Que asumió su eliminatoria frente al Atleti como un partido de fútbol y después (y sólo después) como una fiesta. Aplicando intensidad, respeto, ilusión y totalmente libre de complejos, se dedicó a jugar (muy bien) al fútbol. Ya sorprendió en su propio campo y lo volvió a hacer en el Calderón. Más atado en el coliseo madrileño, con menos posibilidad de construir (gracias al empeño del rival por impedirlo), los catalanes han vuelto a hacer un partido mucho más que digno. Es un placer y un honor jugar frente a equipos así: rivales en el césped y amigos en la grada. Modestos pero valientes. Respetuosos pero desacomplejados. Chapeau. Toda la suerte del mundo para el Reus Deportiu. Se lo merece. 

También pudo resultar una sorpresa (para alguno) la actitud que ha tenido el Atleti. De diez. Desde el principio se plantearon el reto como lo que era: una ronda de la Copa del Rey. Lo único que cambió respecto a cualquier partido de liga o Champions fue la alineación. Nada más. Misma intensidad, misma concentración, misma forma de encarar el partido y mismo respeto por el rival. Como colchonero me llenó de orgullo escuchar al final del partido a un jugador del Reus destacando esto mismo que acabo de contar. El Atleti dominó de principio a fin, mucho más que en Tarragona, y sólo el desacierto de Torres cara al gol impidió que el resultado fuese más allá del pírrico 1-0. Vimos buenos minutos de Gámez y cosas interesantes de Savic. Recordamos lo buen tipo (y portero solvente) que es Moyá. Comprobamos que Saúl se desenvuelve mejor por delante del stopper que haciendo él mismo de mediocentro defensivo. También pudimos intuir, más allá de ese gol de volea que hizo en semifallo, lo buen jugador que puede llegar a ser Thomas si corrige cierta anarquía táctica y esos desajustes en defensa que le hacen cometer errores. Desgraciadamente también pudimos observar el bajo estado de forma de Correa (preocupante) y de un Fernando Torres al que el dichoso gol 100 no está haciendo más que amplificar una situación que ya venía de antes. 

Pero sorpresa, y muy desagradable, fue escuchar insultos hacia uno de los estandartes del equipo rojiblanco como ha sido (y es) Fernando Torres. No paso por ser un defensor a ultranza de su figura y mucho menos de su juego actual (basta darse una vuelta por esta bendita bitácora para comprobarlo) pero tendemos a un tipo de sociedad tan simplificada, mediocre e ignorante que cada vez parece más difícil distinguir entre crítica y falta de respeto. Sé que es sólo una posición minoritaria dentro de la grada colchonera (una buena parte del campo se puso a animar a Torres justo después de su fallo más evidente) pero resulta lo suficientemente nutrida como para hacer ruido. Y no lo entiendo. Entiendo la decepción por sus fallos, el malestar por su estado de forma, el miedo a que no logre recuperar el tono o las preferencias por otros jugadores. Todo eso es fútbol. Yo mismo puedo estar de acuerdo pero de ahí a insultar a un jugador del Atleti creo que media un abismo. Es un acto repugnante en sí mismo pero mucho más cuando va dirigido a un jugador de tu propio equipo y del todo incomprensible cuando se lanza contra un tipo que lo único que ha hecho toda su vida es declararse colchonero, en las buenas y en las malas, a todo el que lo quisiera (y no quisiera) escucharlo. 

Desgraciadamente la grada colchonera no deja de darme sorpresas de este tipo en los últimos tiempos. No me gusta esta deriva caprichosa, superficial y cutre. La afición del Atleti no es así. O al menos no debería serlo. 

@enniosotanaz

Gol de Vietto.

Quedaba poco tiempo para que finalizara el partido y aunque el Atleti llevaba un buen rato intentando igualar la contienda, tirando de corazón (más que de fútbol), la situación no era nada halagüeña. En ese momento el Real Madrid se marchaba 5 puntos, el Barcelona tres cuartos de lo mismo y el Celta (o el Villarreal) no sólo se separaban también en la clasificación sino que su desempeño en el campo era muy superior al que practicaban los colchoneros. Por si eso fuera poco, el once inicial de Simeone no incluía a ninguno de los flamantes fichajes estivales. Las dudas respecto a todos los jugadores y todos los sistemas se sucedían con demasiada continuidad. Las aves de rapiña, licenciadas en Ciencias de la Información, desplegaban sus poderosas alas para volar en círculos sobre el Calderón y el runrún impaciente de una grada cada vez más impaciente, perfumaba el ambiente de un hedor pesimista y desagradable. La pendiente hacia los infiernos se empinaba de forma imparable hasta que de repente, casi sin querer, apareció el gol de Vietto que empataba el partido contra el Real Madrid. 

Acabada la batalla, aprovechando el parón de selecciones, llegó el tiempo de inventariar las bajas y la situación. Fue entonces cuando tomamos conciencia de que, con un calendario infernal, jugadores cuestionados, dirección deportiva en formación, sensaciones contradictorias y un juego para olvidar, resultaba que, administrativamente, no estábamos tan mal. Ni mucho menos. Apenas unas semanas después, el equipo está, administrativamente, igual o mejor, pero además la dinámica es otra. Jackson empieza a meter goles, Tiago se quita años de encima con cada quincena, Koke ya no es un recuerdo del pasado, Correa llama a la puerta con fuerza, Griezmann está donde estaba y, ay amigos, ha aparecido un tal Yannick Ferreira Carrasco para levantarnos del asiento. Bendito gol de Vietto. 

El Atleti acaba de ganar al Valencia haciendo un gran partido de fútbol. Es cierto que ha terminado pidiendo la hora, pero es igual de cierto que los de Simeone han pasado por encima del conjunto Che de forma más que significativa. Firmo desde ya que el juego del Atleti 2015-2016 se parezca a la primera parte de hoy. Dos laterales incisivos y de calidad que abren mucho el campo para asociarse con los interiores, dos mediocentros despiertos, muy activos en la presión e inteligentes en lo táctico (especialmente Tiago que es un escándalo de jugador), dos delanteros letales (la resurrección de Jackson viene más lenta de lo que a mí gustaría pero parece que el colombiano empieza a entonarse) y dos falsos interiores que dan el espíritu y el juego al equipo. Koke, a base de inteligencia y talento, ligando centro del campo con delantera. Yannick poniendo velocidad, descaro y picante. Soberbia primera mitad frente a un Valencia timorato y sin personalidad que sin poder remediarlo perdieron la pelota, el ritmo, el juego y el centro del campo. Mucho peor cuando Rodrigo, el mejor de los blancos hasta entonces, cayó lesionado. Las ocasiones se sucedieron por izquierda y derecha. Los valencianos no encontraban su sitio y sólo Jaume en la portería conseguía mantener el cero en su marcador. 

Antes del descanso llegaron dos goles pero podía haber llegado alguno más y hubiese seguido igual de justo. El primero cayó tras error garrafal de los dos centrales levantinos (lamentables todo el partido, especialmente Santos) que aprovechó Jackson para desviar bien el balón cuando encaraba en solitario la portería. El segundo fue de Yannick, tras cabalgada por la izquierda, recorte al centro y fuerte disparo desde lejos que entró lamiendo el poste derecho. Golazo. Lo lógico hubiese sido que hubiese pasado el balón a Jackson, que le estaba tirando la diagonal, pero bienvenidos sean, por una vez, los jugadores ilógicos. Gran partido del belga que mezcló a partes iguales calidad y ganas de comerse el mundo. El Calderón se lo agradeció como corresponde. 

La segunda parte no varió mucho en los primeros instantes hasta que Simeone, yo creo que viendo el partido ganado, decidió sacar a Torres y a Óliver al campo. Error. La dinámica cambió radicalmente. Ya no había chispa ni novedad. Sobre el terreno de juego aterrizó de repente la mediocridad y ese ritmo lento y titubeante tan típico de esta temporada. Torres aporta todo lo que tiene (ni un pero a eso) pero da la sensación de apagarse futbolísticamente. Óliver sigue teniendo un problema de cabeza. Mientras Yannick o Correa saltan al campo pidiendo el balón con la idea de echarse el equipo a la espalda, jugársela y meter el gol de su vida, Óliver salta al campo con la idea de… no cagarla. Con esa actitud nunca podrá ser un jugador verdaderamente relevante. Un drama, teniendo en cuenta que es muy bueno pero que se le acortan los plazos y las oportunidades. 

El Valencia consiguió aparecer al final de encuentro gracias a un error de Godin (no fue su mejor partido) que salió como un toro a defender a un central rival que estaba con el balón en el área. Lo arroyó, claro. Penalti estúpido pero penalti. La transformación de Alcacer hizo que viésemos por primera vez las camisetas blancas en el campo. A ello contribuyó también un colegiado que, en un partido que no hacía falta, decidió formar parte de los resúmenes televisivos. Pero afortunadamente estaba el carácter colchonero y ese Tiago que día tras día se consolida como el mejor mediocentro colchonero que haya vestido la elástica rojiblanca en las dos últimas décadas. 

Victoria balsámica y elocuente de un Atleti en crecimiento que continúa abriendo ventanas por las que, de momento, se cuela la ilusión. Seguimos con la sensación de que lo mejor está por llegar y eso es muy bueno. Insisto, bendito gol de Vietto.

@enniosotanaz

Adaptación.

El primer partido de Simeone al frente del Atlético de Madrid fue en tierras malagueñas. Lo recuerdo bien. Fue un aburrido 0-0 con apenas ocasiones, en el que los colchoneros no pasaron del medio campo hasta los diez minutos finales. Las sensaciones fueron buenas, sin embargo. Los colchoneros, en bloque, dormimos ese día esperanzados. Eran otros tiempos en los que no recibir goles suponía una bendición y conseguir un punto fuera de casa se acercaba al milagro. Eran otros tiempos, digo, que no tienen nada que ver con los actuales, en los que ceder la posesión provoca caras de asco en una parte de la afición, se debate acaloradamente en torno al concepto de “jugar bien”, las malas rachas ya no se entienden y perder tres puntos, dentro o fuera de casa y sea contra quién sea, es imperdonable. Lo miro en perspectiva y puede que todo haya ido demasiado rápido. La capacidad de adaptación es un concepto líquido y difícil de definir que afecta a Jackson o a Vietto pero que también, por narices, nos tiene que afectar a nosotros, pobres espectadores de pasión desbordante y sentimientos a flor de piel. 

Cuando acabó la primera parte del encuentro del Atleti en Ipurúa, ese campo en el que juega el Eibar y que huele a fútbol por los cuatro costados, usé los 120 caracteres de mi cuenta de twitter para decir que me estaba gustando el Atleti. Mi valiente declaración recibió alguna muestra tímida de apoyo pero lo que recibí mayoritariamente fueron reproches entre los que destacaban un amplio surtido de mensajes que se preocupaban por mi salud mental o mi, aparentemente mermada, capacidad para ver fútbol. En esas estamos. ¿Por qué dije eso? Pues porque de verdad lo pensaba. Así de simple. 

Los primeros 30 minutos fueron imposibles de jugar. El ritmo endiablado, la velocidad supersónica y el nivel de presión resultaron exagerados. Por parte de los dos equipos. Un infierno para el Atleti y para cualquiera. Algo que tiene mucho mérito por parte de un equipo, el guipuzcoano, que consciente de lo que había, entendió que su éxito pasaba únicamente por anular físicamente al rival. Es francamente difícil jugar en esas condiciones y más en un campo de dimensiones reducidas pero el Atleti dio la cara también en ese escenario hostil y acabó imponiendo su superioridad. Igualando el derroche físico primero y tirando de balón después. Con una defensa portentosa y un doble pivote eficaz, Griezmann trataba de crear magia. Koke también lo intentaba pero no lo conseguía. Aunque tuvo mejores momentos que en los últimos partidos, sigue sin ser Koke. Y se nota. Con todo, el punto flaco estaba realmente arriba. Faltaba pegada. Vietto trataba de combinar y de aparecer pero sigue sin ser un jugador determinante, sin presencia y timorato. Le falta soltar la pierna. Jugar sin miedo. Llegará ese día. Seguro. Me preocupa más el caso de Jackson porque creo que pasa básicamente lo mismo pero, en este caso, en un jugador de categoría contrastada. No debería costar tanto. El colombiano trata de entrar en la dinámica de juego pero no se le ve cómodo. Frente al Eibar ha estado además muy mediocre de cara a la portería. Tengo paciencia, pero desgraciadamente para él ha llegado a un Atleti con más alternativas. 

Simeone quitó a los dos nuevos delanteros en la segunda parte para poner a Óliver y Fernando Torres. Parecía lógico, pero el equipo se descompuso momentáneamente. Tardó unos minutos en adaptarse, abrió las líneas y el equipo armero rebaño en su lata de energía para soltar todas las naves que le quedaban. No tuvieron ocasiones claras pero daba la sensación de que el partido podía romperse en cualquier momento y eso sí que hubiese sido una pendiente cuesta arriba para los de Simeone. Pero por desgracia para los vascos ocurrió todo lo contrario. Gracias al duende de uno de esos jugadores diferentes que de vez en cuando pisan los terrenos de fútbol: Ángel Correa. En la primera pelota que tocó aprovechó una excelente jugada de Torres por la izquierda para hacer un amago a-la-Agüero (sí, todos tuvimos ese Dejà Vu) y abrir la portería contraria. Tiene magia el argentino. Siempre que toca el balón parece que pasa algo. 

El partido pasó entonces a la tradicional fase de control colchonera. Se cierran las filas, se desespera al rival, con y sin balón, y se espera el latigazo letal. Y llegó, con los mismos protagonistas: Correa habilitando al “niño” para que esté, rememorando también aquella final de la Eurocopa, hiciese el segundo. Me paró aquí para decir que el inicio de temporada de Torres está siendo espectacular. Dentro y fuera del campo. Y lo digo yo, porque no decirlo sería de necios. 

Tres puntos que no valorarán las huestes del nuevo Atleti pero tres puntos de mucho mérito en un campo difícil, contra un rival motivado que estaba invicto y con un Atleti que sigue buscando con pausa su once de referencia. Efectivamente son otros tiempos y efectivamente todos seguimos todavía adaptándonos. 

@enniosotanaz

Inmediatez

Por mucho que uno intente engañarse refugiándose en esquinas proscritas, vivimos en un mundo sometido por la inmediatez. Ocurre en la sociedad, ocurre en la política, ocurre en los negocios y ocurre en el fútbol. La lícita búsqueda de la sencillez ha terminado acabando en una aceptación estúpida de la simpleza. Todo tiene que poderse explicar con discursos reconocibles, tópicos, baratos y, a ser posible, antagónicos. Hasta los juegos de azar, los sorteos y la divina providencia. Lo que no es éxito es fracaso. Lo que no es maravilloso es una mierda. Si Neymar hubiese tirado la falta a la grada y a la jugada siguiente Jackson hubiese empalado bien el balón (como se supone que suele hacer), el Atleti sería hoy un equipo maravilloso, un grande de Europa, aspirante a todo y que jugó de manera "inteligente". Como el balón de Neymar fue a la escuadra y minutos más tarde el mejor jugador del mundo aprovechó una serie de malos despejes (y la suerte de los rechaces) para meter gol, resulta que el Atleti genera dudas, fue cobarde, timorato, sus flamantes nuevas figuras una gran mentira y “todo” tiene el tufo del fracaso. 

La afición a un equipo de fútbol se está convirtiendo irremediablemente en un egoísta ejercicio de onanismo. Después de mí el diluvio, como decía Luis XV. Dócilmente adoctrinados por las fuerzas mediáticas que reparten el dinero de la tarta, el aficionado estándar adopta los esquemas binarios propuestos por los gurús y analiza la vida mirándose un ombligo, el suyo, sobre el que supuestamente gira el universo. Como decía Cicerón, el egoísta se ama a sí mismo sin rivales. El resto no cuenta. Sea el campeón de Europa o el tercer equipo de Almendralejo. Da lo mismo. Es un esquema que funciona mediática (y comercialmente) para los protagonista de esa historia de fantasía (Madrid y Barça, claro) pero que dudo lo haga en equipos felizmente anclados a la realidad terrenal. Los aficionados Atleti parecen ahora querer adoptar esos mismos esquemas de inmediatez e intolerancia en los que no existe una forma lógica de explicar una derrota sin culpables. Nuevas formas de entender la afición en las que uno ya no busca encontrar la felicidad sino el placer inmediato. Creo que se equivocan. 

El Atleti ha perdido frente al FC Barcelona (¿o deberíamos decir que el FC Barcelona ha derrotado al Atleti?) porque primero el equipo blaugrana es, objetiva y subjetivamente, mejor y segundo porque los de Luis Enrique han tenido suerte (o claridad o chispa) en momentos críticos y puntuales del partido. La primera parte fue el típico Atleti-Barça contemporáneo. Los unos con el balón en la frontal del área rival, los otros corriendo detrás y cerrando espacios. 0-0. ¿Planteamiento cobarde del Cholo? No lo creo. Cuando Ter Stegen sacaba desde su portería la defensa rojiblanca estaba 40 metros fuera de su área y el Atleti presionaba en campo contrario como si le fuese la vida en ello (yo estaba en el campo y lo vi con estos sacáis). Valiente. El problema es que el Barça es el mejor equipo del mundo manejando el balón y si le funciona no hay mucho que hacer. Acaba encerrando al Atleti (y a cualquiera) en su propia área. No es voluntario sino una consecuencia. La única opción a la que puede agarrarse el equipo de Simeone en esas circunstancias es ser inteligente con el balón y salir muy rápido cuando recupera la pelota pero el Barça también lo sabe (son ya muchos años) y para ello ejerce una presión excelente sobre el primer jugador (punto flaco de los madrileños). Si el Atleti fuese capaz de superar esa primera línea de presión tendría muchas posibilidades de éxito pero la realidad es que no puede. No pudo. ¿Por qué? Pues porque Gabi no es ese jugador (aunque este año está mucho mejor), Tiago está demasiado atrás, Óliver sigue jugando constreñido y Koke está en un momento de forma muy bajo. Tampoco podía Arda el año pasado así que no no debe ser tan fácil. 

Independientemente de esa gran mentira de la posesión, la primera parte fue igualada y las oportunidades se repartieron. Tres clarísimas para el Barça (larguero, paradón de Oblak y rectificación de Giménez tras contraataque con suerte al recoger un rechace) dos para Torres (remata mal en los primeros minutos y encara mal al portero después). De las manos en el área no hablo porque en el campo nunca las veo bien. Me decepcionó la titularidad de Torres pero a toro pasado, para mí, fue el mejor de la primera parte y uno de los mejores del partido. Dio todo lo que tiene y eso le bastó para estar mejor que sus compañeros. 

La segunda parte empezó mejor para los de Simeone. Más intensos, con Griezmann en el partido, con Gabi muy fuerte… y con más balón. Y llegó el gol de Torres. Llorando. Por fe y coraje. Pero apenas unos segundos después empató Neymar. Clave. Letal. El plan se desmonta. Tiago se funde. Koke va a peor, los cambios no suman (ilusionante Carrasco, aunque fue de más a menos, inquietante lo de Jackson que salió demasiado frío, preocupante lo de Vietto)… y encima sale Messi. Si además le acompaña la suerte en los rechaces al argentino, no hay nada más que hacer. 

Me duele perder, pero no estoy preocupado. Veo los mismos problemas y las mismas virtudes en el equipo que antes de enfrentarnos al Barça. Me preocupa bastante más la ola de histerismo y ansiedad que observo en la grada o en las redes sociales, que cualquier aspecto táctico. La falta de memoria y el exceso de soberbia no son buenos compañeros de fatigas. Especialmente para nosotros. Un equipo como el Atleti, con esa larga tradición de ciclotimia e inestabilidad, debería agarrarse como una lapa a esta edad dorada del buen juicio. Con orgullo, con ilusión, con memoria y con paciencia. También con fe. Dejemos la inmediatez y el discurso del fracaso para los habitantes de las galaxias. Ciñámonos al plan. Caminemos felices por el suelo. Es más sano. Partido a partido. Les recuerdo además que así ganamos la liga.

@enniosotanaz

Helen Keller

Helen Keller fue una mujer nacida en Alabama a finales del siglo XIX que con un año de edad se quedó ciega y sorda. Con unas cartas tan malas, fue sin embargo capaz de convertirse en la primera persona ciega y sorda que obtuvo un título universitario en los Estados Unidos, erigirse en una importante pensadora y activista política de su época o escribir más de una docena de libros, uno de los cuales ("La Historia de mi Vida") es hoy de lectura obligada en las escuela de Estados Unidos. 

Ayer, pocos minutos después del soberbio gol de Fernando Torres, cuando todavía estaba reposando el complicado empate que el equipo sacó del Ciutat de Valencia, me acordé de Helen Keller. Y no lo hice por el afán de superación de un equipo que se sabe agotado, por remontar por dos veces un partido que se complicó mucho o por esa capacidad, construida a base de orgullo, que el hijo pródigo se sacó de la chistera para, otra vez, rescatar al equipo de sus amores de un momento complicado. No, me acordé por todo lo contrario. Por esa parte de la afición que al minuto de acabar el partido tiraba ya de lecturas fáciles, de eslóganes de chiringuito y de pesimismo preventivo. Invocando precisamente a Helen Keller, segué a la conclusión de que o ellos o yo nos hemos equivocado de equipo. 

Durante años he peleado contra ese estereotipo tóxico que el Ministerio del Gran Hermano trata de inocular al mundo "libre" y que dice que los colchoneros somos perdedores, pesimistas y taciturnos. Nada más lejos de la realidad. O eso al menos es lo que yo creo. Los rojiblancos somos ganadores natos (basta mirar nuestras vitrinas) y nos molesta mucho perder. Pero eso no significa que, como ocurre en otros equipos, no ganar sea un escenario intolerable, casi de ficción, del que tengamos que huir o cubrir con hipocresía y odio. Eso no significa que no seamos capaces de reconocer el esfuerzo y la justicia. Tampoco que nuestro vínculo emocional con el equipo esté exclusivamente cosido por el resultado. Y somos además optimistas y soñadores porque si hemos elegido el lado difícil de la vida, el real, es para demostrarnos precisamente eso, que se puede. Con alegría. Con las cartas que se tengan. Haciendo más que los demás si fuera necesario. Hellen Keller dijo una vez que ningún pesimista ha descubierto nunca el secreto de las estrellas, o navegado hacia una tierra sin descubrir, o abierto una nueva esperanza en el corazón humano. Tiene razón. Por eso no puedo entender que todos esos cenizos que, encaramados a un avatar de rayas rojiblancas, derraman en las redes sociales odio estandarizado, digan ser, sentir y entender el Atleti. Un equipo que, tal y como yo lo entiendo, no tiene sentido con pesimistas cabalgando en su grupa. 

Pero no nos confundamos. La crítica es lícita y cerrar los ojos a la realidad es de necios. No estamos hablando de eso. Estamos hablando de no tirar la piedra y esconder la mano. De no bajarnos del tren cuando derrapa y subirnos cuando es el más rápido. De hablar en términos de “hemos ganado” y “han perdido”. De no apostar a perdedor para luego ganar siempre, bien sea diciendo “ya te lo dije”, si se cumple la profecía, o siendo el más colchonero cuando no se cumple. El Atleti está mal. Jugando con la reserva física y con un estado anímico cansado. Exhausto, diría yo. No tiene suerte (¿cuánto hacía que no le metían dos goles al Atleti?) ni duende (si metemos cualquiera de las que se tuvieron en la primera parte el partido se acaba). Jugamos sin delantero centro (lo de Mandzukic es un drama humano y estoy con Simeone en que Torres funciona mejor con el equipo contrario cansado), el medio centro lleva varios partidos notando los años y nuestros creativos no están precisamente en su mejor forma. Pero es lo que hay y quedan dos partidos. ¿Qué sentido tiene ahora abrir facturas, amplificar los reproches, sacar pecho con el maniqueo “ya te dije” o caer en la tentación de seguirles la trampa al repugnante rodillo mediático que, con artes de filibustero, insisten en querer condicionar nuestro partido contra el Barça? No tiene ningún sentido. Sé que los jugadores, mucho o poco, pondrán todo lo que tienen. Sería absurdo dudar también de esos a estas alturas. Sería también absurdo que yo no hiciese lo mismo. 

Hellen Keller decía que uno no puede hacer todo, pero que aun así puede hacer algo. Que precisamente porque uno no puede hacerlo todo, no tiene sentido renunciar a lo que sí puede hacer. Me quedo con ello.

Conclusiones tras el Madrigal

Ganadores. Los más jóvenes del lugar, o los que se han destrozado el cerebro a base de periodismo deportivo caducado, no lo recordarán pero hubo un tiempo en el que el objetivo del Atleti no era quedar tercero en la liga o ganar la Champions sino “hacer un buen papel”. ¿Lo recuerdan? Lo decían jugadores, entrenador y presidente. El Atleti parecía ser un pobre verso libre cuyo desempeño en el césped no se correspondía (ni por lo visto tenía por que corresponderse) con lo que apuntaba su presupuesto y su historia. Una parte de la afición colchonera (con el apoyo cómplice de los medios de comunicación, claro) llegó a celebrar una cuarta posición, conseguida in extremis tras una temporada de asco, como un verdadero título. ¿Recuerdan? Otra parte de esa misma afición llegó incluso a ilusionarse con la segunda llegada del ínclito Gregorio Manzano, agarrándose con ardor a esa campaña de los medios (siempre en su sitio) que vendía la experiencia anterior como "fantástica" dado que sólo el gol average de la última jornada nos había dejado fuera de Europa. ¿Recuerdan? La fragilidad cerebral del aficionado al fútbol nunca ha sido prodigiosa pero parece menguar según pasan los años. Gracias a Dios todo esto ha cambiado. Para bien. El Atleti que saltó ayer al Madrigal, independientemente de su forma física, estado anímico, capacidad de juego, carencia de gol, desequilibrios tácticos, falta de verticalidad y lo que ustedes quieran, lo hizo para ganar. Sin peros. Ni buena imagen, ni un puntito, ni historias. A ganar. Como sea. Eso, señoras y señores, es lo más importante. Al menos lo es para mí, que tuve que sufrir con dolor y diarrea, esas épocas “gloriosas” en las que “todo el mundo” aceptaba que mi equipo fuese una simpática comparsa. Los mismos periodistas que nos animaban entonces a celebrar una cuarta plaza son los que ahora nos exigen ganar la liga y la Champions, catalogando de sonoro fracaso no hacerlo. Ustedes verán lo que hacen y lo que quieren pensar pero basta poner los datos sobre la mesa y abrir un poco el objetivo para darse cuenta de lo obvio. 

Cansancio. Noto al equipo cansado. Pero más por una cuestión anímica que por algo físico que, sinceramente, no veo. Es como ese tipo educado que está en una fiesta que ya no le interesa para nada pero que, estando muerto de sueño y con unas ganas terribles de irse a su casa, es capaz todavía de mantener dignamente una conversación coherente. La temporada ha sido larga (tres competiciones peleando hasta el final) y dura (8 partidos contra el Madrid, 4 contra el Barça, Supercopa, Copa, Champions,…). Jugadores y cuerpo técnico han tenido que soportar también una inusitada y desproporcionada presión adicional, externa e interna, que en algún momento deberíamos analizar para intentar no autodestruirnos. Encima, tampoco han tenido demasiada suerte en momentos puntuales. Todo eso se tiene que notar y es normal que aparezca ahora que los objetivos golosos se han disipado. Todo cuesta más. Frente al Villarreal el equipo hizo un gran esfuerzo por mantener la concentración, la pasión y su característica intensidad pero la gasolina se está agotando. Los partidos que vienen van a ser terribles en este sentido y probablemente el efecto será cada vez más evidente. Me asusta pero confío en el equipo. 

Portería y Delantera. Durante muchas fases de la temporada había llegado a estar convencido de que la gran diferencia de este equipo con el del año pasado estaba en la portería. Creo que me equivocaba. Una inoportuna lesión a principio de temporada y una mala tarde en El Pireo condicionaron el futuro de la meta colchonera, pero a estas alturas de película da la sensación de que la portería está en buenas manos. Los últimos partidos de Oblak han creado suficiente certeza como para pensar que será (es) un portero más que solvente y que tenemos motivos para soñar con que se ha solucionado un problema que parecía irresoluble. El despunte de Oblak da todavía más valor a la temporada de un Moyá cuya titularidad es más valiosa sabiendo a quién tenía detrás. Al final, el verdadero problema estaba arriba. El Atleti 2014/2015 no tiene pegada, es obvio, y fundamentalmente no la tiene porque tampoco tiene delantero centro. Nuestro máximo goleador es un segundo punta francés en estado de gracia porque no tenemos un 9 a la altura de las exigencias. Quedan 4 partidos así que yo creo que ya lo podemos decir. Mandzukic no ha estado a la altura en ningún momento (llegó sólo a estar a punto) e intuyo que ya no lo va a estar. No sé si es una cuestión de calidad personal, de tipo de juego, de estado de forma o de adaptación al sistema pero en el fondo me da igual. No funciona. Es lo que hay. Que Raúl Jiménez formase parte de esta plantilla debería entrar en la categoría de milagro o de Expediente X. No merece mayor desarrollo. Y luego está Torres, un jugador al que es muy difícil juzgar sin la enorme carga emocional que tiene para la mayoría de colchoneros. Para mí sigue sin estar bien (está mal de hecho). Es cierto que no se le puede poner un pero a su compromiso y entrega pero creo que tampoco se le puede poner a Mandzukic o a Raúl Jiménez. Dicho esto, creo que ahora mismo debe ser el titular. Es cierto que le falta desborde y que ha fallado muchos goles pero también ha demostrado que puede meterlos (el de ayer es prodigioso y además se lo fabrica él solo). Como mínimo ha generado ocasiones de gol, cosa que no se puede decir de un croata que no remata a puerta desde que el futuro Balón de Oro, Chicharito, jugaba en el Guadalajara. 

Juego. El juego del Atleti es malo. Poco brillante y carente de ideas. No creo que sea una cuestión de colocar la defensa más arriba o más abajo sino de falta de grasa. De ausencia de frescura y seguramente de escasez de talento. El lateral izquierdo es un problema, por mucho que la actuación de Gámez sea más que digna y de un mérito tremendo. Es una limitación a la hora de atacar al rival en un equipo ya de por si limitado. La lentitud de ideas en los mediocentos es un problema generacional del que ya hemos hablado pero es que además (sobre todo) Arda y Koke están muy lejos de su mejor versión. Sin ellos, el Atleti pasa a ser un equipo demasiado parecido a sus rivales y todo cuesta el doble. Aun así me gustaría destacar que el Atleti jugó contra el Villarreal en campo contrario y tuvo el balón tanto como su rival (en la primera parte bastante más, incluso). Eso no significa nada (lo sabemos bien), pero lo digo por todos esos “analistas” que solo ven al equipo cuando juega contra el Real Madrid o el Barça y asumen que esa es la forma habitual de jugar. No, queridos. Levanten la vista del ombligo y descubrirán ahí fuera un mundo nuevo y fascinante. 

Quedan 4 partidos. 4 finales. Dejemos a los jugadores jugarlas en paz y juguémoslas nosotros fuera como ellos. Con orgullo, con dignidad, partido a partido y olvidándonos de los cantos de sirena del ejército de la caspa que intentará acelerar la realidad y tratará de poner los focos (y el veneno) en su propia miseria y en ese partido de la penúltima jornada que pretenden jugar sin tener que hacerlo. No seamos tan mediocres de caer en el engaño.

Fútbol control

Es complicado normalmente aburrirse en el estadio Vicente Calderón pero a veces ocurre. Ayer ocurrió. Siguiendo esa estela moderna de llevar cualquier debate al enfrentamiento personal y de construir una barrera infranqueable (o conmigo o contra mí) en mitad de cualquier desacuerdo, habrá quién con malos humos y atinado criterio se me tirará a la yugular para sofocar mi atrevimiento y alertarme (como si acabase de llegar y no lo supiera) de que en breve vienen retos mayores, que no hay que gastar energía, que es absurdo forzar, que es lo que hay que hacer, etc. No seré yo, desde luego, el que se ponga a saltar la barrera discutiendo con artes de chiringuito unos argumentos de mucha profundidad, mucha lógica y mucha trascendencia pero, qué quieren que les diga, yo me aburrí y mucho. 

Tras los debates sobre cuál es el objetivo del equipo que el entrenador tiene que decir en las ruedas de prensa, las lesiones, los expedientes X en el lateral izquierdo, los pinchazos deportivos, la búsqueda infructuosa de un delantero centro, el cinematográfico pase a cuartos de la Champions y el “cortarrollos” que ha supuesto el enésimo y perezoso enfrentamiento con el equipo de toda la humanidad “libre”, el Atleti parece haber entrado en un periodo estable y de aburrida tranquilidad. Como corredores de fondo estirando detrás de la línea de salida o toreros acomodándose la ternilla antes de pisar el albero, los de Simeone parecen haber entrado en una rentable dinámica de dejar pasar el tiempo con faenas de aliño, que por el camino dejan buenos resultados y poco desgaste. Los enfrentamientos contra Getafe, Córdoba o Real Sociedad han sido todos muy parecidos en su desarrollo: salida en tromba, colchón de dos goles muy pronto y toneladas de fútbol control después. Pero de fútbol control made in Atleti de Simeone, que son palabras mayores. 

Poco más que añadir. 9 puntos a favor y cero goles en contra son tangibles más que suficientes como para no tener ganas (ni argumentos) de poner en duda si la elección ha sido la buena o no. El Atleti vuelve a la senda de los éxitos, recupera el rigor defensivo, la contundencia táctica, la precisión a la hora de definir y el respeto, público o privado, de sus rivales. Esto último lo digo porque, aunque en el campo es evidente, parece que los rivales compatriotas (y de los analistas mejor no hablar) son algo reticentes a declarar en público su admiración o respeto por el trabajo de Simeone y sus jugadores. De denunciar, aunque sea tibiamente, la injustica que se está cometiendo con ellos a la hora de escribir la historia. Hace un par de días Moyes, entrenador del equipo txuri urdin, decía que muchos jugadores del Atleti estaban infravalorados. Obvio. Pero claro, Moyes es escocés. 

De fútbol tampoco se puede hablar mucho. A los quince minutos la defensa de la Real Sociedad ya se había metido un gol en propia puerta y Griezmann, todo un talento en plena metamorfosis hacía algo que puede ser espectacular, había cerrado el partido con el segundo. A partir de ahí los rojiblancos pusieron la coraza en el campo, los vascos eran incapaces de tan siquiera provocar un rasguño (en este paréntesis dejo que el lector elija el chiste que prefiera pero siempre con Granero como protagonista) y los aficionados nos aburríamos a lo grande en las cochambrosas sillas de la grada. En mi caso con riesgo muy alto de romperme la mandíbula entre bostezo y bostezo. Con ese escenario es muy difícil reparar en esos problemas que tenemos en el lateral izquierdo (Gámez merece jugar, pero es una limitación grande tener un diestro en el lateral izquierdo dentro de un equipo en el que los laterales son parte fundamental del ataque) o en la delantera (donde tres nueves de los llamados clásicos no terminan entre todos de sumar uno), pero están ahí. Ansaldi es una metáfora. Siqueira un manojo de nervios. Mandzukic con sus problemas de esguince (que a mí me suenan a problemas de confianza) no termina de estar. Torres sin estar en forma (no sé si porque todavía no la ha cogido o porque ya la ha dejado para siempre) parece más un recambio que un jugador titular y Raúl Jiménez… pues eso, Raúl Jiménez. 

Pero llegan curvas, amigos. Me temo que los tiempos de bostezos, aburrimiento, bocadillos reposados en el descanso y alborozadas sesiones de sing-along cantando pegadizos estribillos de Los Chunguitos (obi, oblak,…) están a punto de pasar a mejor vida. En las próximas dos semanas se decide lo que va ser el Atleti 2014-2015. Si seremos toro o torero. Si musa o escritor. Si vamos a poder soñar o si tenemos que caminar hasta que se termine formalmente la temporada con botas katiuskas sobre una solar infestado de charcos. Pero lo que esta claro es que esto del fútbol control pasará a mejor vida y que entonces lo recordaremos (el que lo recuerde) como una cosa del pasado. ¿Y saben qué? Me gusta. No me da miedo. Estoy deseando que llegue.

@enniosotanaz