Realidad
El día en el que todos ganaban, el Atleti perdió. Mientras los políticos de este bendito país, todos, arrastraban delante de las cámaras esa sonrisa que llevan practicando toda la vida, en Málaga el conjunto colchonero fruncía el ceño. Mientras los ejes del poder se seguían sujetando con ardor a los lugares que nunca han abandonado (ni abandonarán), el frágil y minoritario poderío colchonero sufría una de esas tardes clarificadoras con las que inexorablemente nos topamos los que estamos sometidos a la humana costumbre de cometer errores. Mientras en la galaxia, a fuerza de sacrificar personajes y forzar el guión, volvían a decorar la realidad del color que más le gusta a “todo el mundo”, en la ribera del Manzanares escuchábamos con acento andaluz los insultos que genera el odio prefabricado. Sin querer, nos topábamos de repente con la verdadera realidad, esa que dice que ahí fuera hace frío y que cada día es una aventura distinta en la que puedes ganar o perder. Decía mi admirado Philip K. Dick que la realidad es eso que sigue existiendo a pesar de dejar de creer en ello y qué razón tenía.
No pido a nadie que me siga en mi análisis pero para mí la derrota rojiblanca se basa en tres ejes:
Atleti.
El principal culpable de la derrota. El propio Atleti Saltó al campo sin brillo y lo abandonó secó y magullado. Ya frente al Athlétic de Bilbao el equipo había dado muestras de un inusitado cansancio, impropio de un equipo tan físico, pero en Málaga las muestras fueron mucho más evidentes. Vendrá bien el parón. Quizá esa escasez de fuelle lo condicione todo pero la preocupante falta de intensidad en un equipo que hace de ello su bandera no le va a la zaga. Fue particularmente significativa. Por ahí se empezó a perder. Lentos, imprecisos y sin ideas, los de Simeone se vieron siempre superados. Incapaces de recuperar el balón y, lo que es más grave, sin saber qué hacer con él cuando tenían la oportunidad de jugarlo, tuvieron que replegarse más de la cuenta, correr a rebufo y actuar siempre como personaje secundario. Gabi naufragó en su improvisada labor de 5 (el agujero dejado por Tiago es abismal) y quizá por ello (y por haber estado a los 8:00 de la mañana en un colegio electoral de Boadilla del Monte) se salió del partido en la segunda parte cometiendo dos errores de principiante que provocaron las dos tarjetas amarillas que probablemente costaron el partido a su equipo. Hasta su expulsión el Atleti no había jugado a nada y San Oblak había sacado dos manos prodigiosas pero todo estaba todavía por decidir. A partir de entonces el cansancio se hizo más presente y aunque Torres volvió a tener en sus botas la posibilidad de adelantarse en el marcador, los diez jugadores se notaron demasiado y el equipo se fue deshaciendo poco a poco hasta que, agotado, tuvo la mala suerte de encajar un gol. Fue con un rechace en la pierna de Godín después de un remate de cabeza malacitano en el segundo palo. Ni siquiera en eso se tuvo suerte. Un día para olvidar. No hay más análisis. Un muy mal partido del Atlético de Madrid.
Málaga.
Deportivamente saltó al campo mucho mejor que su rival, puso más intensidad, más ganas y fue sin duda el que más hizo para ganar un partido que mereció ganar. Antes de seguir, si usted es de los que se la coge con papel de fumar, es incapaz de separar paja de grano o le cuesta detectar la escala de matices entre el blanco y el negro, vuelva a leer la frase y quédese exclusivamente con lo que está marcado en negrita. O mejor, deje de leer. Lo digo porque, para mí, la hostilidad y falta de fairplay con la que se empleó el Málaga sobre el césped (y en la grada) fue tan sorprendente como evitable. No les hacía falta. Con un odio cuyo origen sinceramente desconozco, los andaluces provocaron constantemente el enfrentamiento personal y fabricaron una guerra púnica con cada encontronazo natural. Con la mirada inyectada en sangre acudieron a reclamar tarjeta amarilla cada vez que les quitaban el balón y tirando de esa suerte de arte dramático tan propia de equipos de otra época, encendieron la beligerancia de la grada y la duda en la cabeza del árbitro. ¿Por qué? Entiendo la situación desesperada del Málaga y la presión con la que deben jugar pero no entiendo (ni entenderé) el odio (sí, odio) que mostraron contra el equipo de Simeone. Tampoco lo olvidaré.
Árbitro.
No creo que haya influido en el resultado, así que fariseos, quédense de nuevo con la frase en negrita. La expulsión es técnicamente justa y no creo tampoco que tuviese errores de bulto (más allá de un penalti a Carrasco que yo sí vi en la segunda parte pero que es raro que se pite fuera del universo Madrid-Barça). Con todo me queda la sensación de que el colegiado fue parcial, que aceptó sólo las reglas de uno de los dos equipos y que nunca protegió al equipo visitante (más bien todo lo contrario). Nada nuevo bajo el sol y, si me apuran, nada verdaderamente grave. De hecho, si no hubiésemos tenido la mala suerte de ver lo que ocurrió en el Bernabéu un par de horas antes ni me acordaríamos ahora del árbitro.
Pero no pienso ponerme taciturno por un traspié ni justificar con atrezzo lo que ha sido principalmente un error propio. Ya dijo Simeone en rueda de prensa que el Málaga había ganado porque había jugado mejor. Fin de la cita. Tampoco pienso fustigarme. La vida es así. La realidad es así. Cuando te expones te pueden pegar. Cuando juegas puedes perder. Nadie es infalible, por mucho que los vendedores de fantasía de cartón piedra nos quieran hacer creer lo contrario con cada portada y con cada soflama. Toca recuperarse, apretar los dientes, entrenar más fuerte que antes y convertir la rabia en buen fútbol. Esto no ha hecho más que comenzar. Partido a partido.
@enniosotanaz