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¡Un abrazo!

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Vísceras

Las previsiones amenazaban lluvia torrencial sobre el Vicente Calderón y eso fue lo que motivó el que mis resentidas vísceras, las mismas que pocas horas antes habían estado soportando durante días temperaturas por encima de los 40ºC, decidieran esta vez quedarse en casa. Era evidente que el día empezaba torcido.

Un par de horas antes del pitido inicial del Atleti-Depor, descubrí a través de twitter que un “hincha” del equipo gallego había sido “agredido” y se encontraba en preocupante estado crítico. Las mismas vísceras juiciosas de antes volvieron ahora a coger temperatura pero esta vez por razones bien distintas. Esta vez la fiebre venía provocada por el asco extremo que me da la violencia, en todas sus formas y en todos sus contextos. Como un angustioso fantasma del pasado volvía a mi memoria aquella otra trágica fecha en la que el escudo de mis amores se veía manchado de sangre y de mierda por culpa de un puñado de inadaptados que, por falta de riego cerebral, confunden el culo con las témporas. La rabia se mezclaba con la impotencia dentro de mi maltrecho cuerpo en una suerte de mezcla explosiva que me agrió el carácter, como mínimo, para lo que quedaba de día. Decidí ir a ducharme, como si de esa manera tan sencilla y metafórica pudiese limpiarme la vergüenza de compartir afición con una pléyade de animales y descerebrados. No fui capaz, pero al menos salí convencido de que es a ellos y no a mí a los que debería darles vergüenza.

Con el pelo todavía mojado llegaron las noticias de que el tal hincha era en realidad otro descerebrado más. Otro ultra. Otro animal violento que lo distinguía de su agresor detalles tan nimios como el color de la bufanda o una supuesta ideología política que dudo fuese capaz de explicar simplemente con palabras. Pero mis maltratadas vísceras volvieron a sufrir cuando con incredulidad y a base de píldoras de información difíciles de creer, conocía más detalles del lamentable incidente. Habían tirado a un tipo al río después de haber sido apaleado, sí, pero no había sido un hecho aislado sino consecuencia de una batalla campal entre docenas de alimañas armadas con cuchillos y bengalas que mediante las redes sociales se habían dado cita en el centro de Madrid para matarse. En ese momento no sólo mis vísceras sino el resto de mi cuerpo se morían de pena mientras uno era incapaz de encontrar una explicación lógica a una atrocidad de semejante calado. El nivel de incredulidad llegó incluso al paroxismo cuando este humilde escribiente descubrió que la víctima era un tipo de 42 años con dos hijos que había recorrido 600 km en autobús ataviado con una bufanda blanquiazul y un cuchillo para ir a matar o morir. Vete tú a saber las razones que pueden llevar a alguien a hacer algo así.

Quince minutos antes de empezar a rodar el balón el miembro de los Riazor Blues agredido estaba clínicamente muerto. Como aficionado al Atlético de Madrid que soy, en ese momento no quería ver ningún partido de fútbol y entendí que lo más razonable era suspenderlo. Me consta que no era el único que pensaba así. Leo ahora que no fue posible por una llamada que no llegó o no sé qué otra excusa burocrática del mismo perfil. Me suena todo a paparruchas. Lamentable en cualquier caso. En forma y en fondo. Pocos minutos después de que el balón comenzase a rodar aparecía por la red, a toda velocidad, la noticia del fallecimiento del ultra coruñés. Aquello no cambiaba nada o lo cambiaba todo, no lo sé, pero quizá fue un punto de inflexión para que, al menos en mis vísceras, mi cuerpo y mi cerebro, decantasen ciertas reflexiones que prefiero compartir.

La violencia en el fútbol es un problema de todos. Apartarse es tan cínico como cobarde. Por acción u omisión, todos los estamentos que rodean al mundo del fútbol no están (estamos) haciendo lo que se debería para acotar esta lacra que poco a poco escribe el relato más horrible de un deporte tan maravilloso como el que nos ocupa.

No puede inhibirse el Club Atlético de Madrid. No, por favor. No puede salir su presidente, para bochorno de aficionados colchoneros entre los que me incluyo, quitándose de en medio y aludiendo a que la pelea tuvo lugar muy lejos del Calderón. ¿Y qué más da, Sr. Cerezo? ¿De quién es la responsabilidad de que la mayoría de los salvajes que estaban allí matándose estuviesen luego dando palmas dentro del Estadio? ¿Quién es el único que podría evitarlo? No puede salir tampoco ese ser taciturno ser que hace las veces de Consejero Delegado en mi equipo a decir que él no es nadie para disolver el Frente Atlético. Ya me gustaría a mí que efectivamente esa persona no fuese nadie en el Atlético de Madrid pero desgraciadamente es su principal accionista. Máximo responsable de su gestión y por lo tanto un protagonista estelar en esa especie de matrimonio oscurantista, con este señor todo es oscurantista, que durante años parecen disfrutar Club y Peña Ultra. ¿De verdad el Club Atlético de Madrid no puede hacer nada en este sentido?

Tampoco creo que se pueda inhibir el Frente Atlético con la excusa de que 100 personas no pueden representar a 3000 porque desgraciadamente sí que pueden hacerlo. Lo están haciendo, de hecho. Si efectivamente el Frente está mayoritariamente compuesto por gente sana y cabal, tienen hoy una oportunidad maravillosa para desmarcarse de los delincuentes, aislarlos, denunciarlos, desterrar la violencia en todas sus formas e incluso de refundar la peña si eso hiciese falta. Si no lo hacen habrán perdido la guerra y quieran o no, lo sean realmente o no, seguirán pareciendo cómplices.

Tampoco podemos inhibirnos los aficionados que reímos las gracias o que simplemente callamos. Ir a ver un partido de fútbol (y no se queden en detalles tan absurdos como el nombre del estadio o el color de las camisetas) es asistir a un concierto de insultos, descalificaciones y violencia verbal barata. Sin motivo alguno, además. Me da asco escuchar exabruptos obscenos y gratuitos que muchas veces, demasiadas, atentan contra las pocas cosas que nos distingue a los humanos de las alimañas. Pero generalmente callamos o miramos para otro lado. Dejando simplemente que escampe. Estamos tan acostumbrados a ese torrente de odio, que asimilamos como naturales cosas que no lo son y que en el fondo están sentando los cimientos de lo que viene después.

No se pueden inhibir tampoco los equipos rivales. Cualquiera. No es un problema del Atlético de Madrid como Club apestado. El tipo que cayó al río estaba vestido con los colores del Depor pero podría haber llevado el rojo y el blanco perfectamente. ¿Cambiaría eso el relato? Quiero creer que no. Para mí al menos no lo hace. Es una desgracia la muerte de ese hombre pero cometería un error la hermandad deportivista si de él hacen un mártir. No lo es. Es un tipo que se parecía demasiado a su agresor y que sólo la suerte, su ausencia en realidad, ha hecho que no tengan hoy los roles cambiados. No se puede inhibir el Depor igual que no se puede inhibir cualquier otro equipo porque el problema es tan suyo como mío. Es más útil arrimar el hombro que mirar por encima de él.

No se pueden inhibir las autoridades que en un ejercicio de “austeridad” económica decidieron catalogar el partido como de bajo riesgo. Tampoco las fuerzas policiales que no fueron capaces de detectar una convocatoria masiva a través de la red. Tampoco el Ayto. o el Delegado de Gobierno que tienen ahora la espina clavada de haber sido incapaces de prevenir una batalla campal de docenas de delincuentes violentos armados en el centro de Madrid. Explíquenle a los vecinos de Arganzuela que eso es un tema que tienen que solucionar los clubes.

Y no se puede inhibir el gremio periodístico que, como todos los anteriores, suele hablar del problema desde la distancia. Ponderando. Dogmatizando. Como si foco y resultado ocurriesen en otro planeta. Sin mancharse. Sin ser capaces de ver por el camino la responsabilidad que tienen en la generación de parte del caldo de cultivo en el que se cuece todo ese odio. Repasen portadas. Repasen comentarios. Repasen tertulias. Repasen tuits de anormales con micrófono y pluma. Repasen ustedes también, porque es sano, la capacidad de generar odio que tienen.

¿Y el partido?, preguntarán.

A quién le importa.  



Tres reflexiones sobre el verano.

1/La Pesadilla estival.
Hace demasiado tiempo ya que el periodo estival es una pesadilla insufrible para el seguidor colchonero. Un aluvión constante de rumores explosivos que en el 90% de los casos nadan a favor de la descomposición irreversible de la plantilla y en el resto apuntan hacía paraísos imposibles que cuando se marchan, como el humo que son, sólo dejan frustración. Como una regla inviolable, cualquier figura del equipo rojiblanco tiene también que pasar irremediablemente por el Derecho de Pernada que supone  ser virtualmente vendido en la prensa. Primero al Real Madrid (por supuesto) y después (cuando la Galaxia decide rechazarlo) a cualquier otro equipo con dinero. Dando por hecho que lo lógico para una estrella rojiblanca es irse a cualquier sitio antes que permanecer. Mensaje que, por cierto, está calando en mucho seguidor talibán que confunde amigos y enemigos. Llueve sobre mojado, lo sé, pero por mucho que los aficionados queramos aparentar indiferencia y lucir epidermis de acero, la realidad es que sigue molestando. Desconozco la base de verosimilitud que manejan los periodistas para publicar tan exagerado torrente de informaciones (quiero creer que no se lo inventan) pero lo que parece evidente es que el tratamiento periodístico que hacen de dicha información es capcioso, injusto con respecto a otros equipos cercanos, amarillista casi siempre y con excesiva orientación a que se vea con buenos ojos desde la cera de enfrente. La del seguidor madridista menos sofisticado, que al parecer es el único que compra periódicos, escucha la radio y ve la televisión. Pero sin olvidarme del Cuarto Poder (una cosa no excluye a la otra) no puedo olvidarme de la lamentable gestión que el club hace (también) de este tema. Poniéndose de perfil, dejando siempre desamparados a unos seguidores a los que constantemente les falta al respeto, colaborando con la incertidumbre y haciendo que la leyenda de que el Atleti es un equipo “menor” eche raíces a marchas forzadas. Se me hace muy difícil contradecir a aquellos que están convencidos de que toda esta situación es provocada y alimentada por el propio Club. Sea lo que fuere, como aficionado, me resulta absolutamente insoportable.

2/Incontinencia.
El verano nos ha dejado también la prueba fehaciente de que el Atleti, hoy por hoy, es incapaz de retener a sus estrellas. Demasiadas veces ha ocurrido ya como para pensar que no volverá a suceder en el futuro. Aterrador, pero es así. Un tema peliagudo en el que se entremezclan cosas diferentes, aparentemente inconexas e independientes, que sin embargo afectan en la misma dirección. Es obvio que el injusto y leonino reparto de los derechos de televisión, el trato desleal de las instituciones, los privilegios de las Sociedades Deportivas o la deuda con hacienda, ayudan a que se dé una situación tan lamentable. Pero no es menos cierto que la gestión fraudulenta y prolongada del clan Gil, junto al vergonzoso espolio continuado que realizan los mismos dirigentes delictivos (así lo dice la propia justicia) en el Club Atlético de Madrid, es dañino en igual medida si no más. No sé cuál de las dos vertientes tiene ahora mismo un efecto más terrible pero me resulta irrelevante tener ese debate. Ambas son letales. Es evidente que ambas contribuyen a lo mismo y me parece una solemne estupidez hacerlas antagónicas o incompatibles. Ambas duelen y ambas deberían desaparecer. Que el fútbol español sea un cortijo por y para dos monstruos protegidos no exculpa de sus fechorías al legado Gil. Ni viceversa.

3/Futuro.
Ese tipo huraño y mal encarado que dice hacer las labores de Consejero Delegado, esa persona oscura que rara vez se deja ver y que cuando lo hace es siempre para dejar en evidencia a la afición colchonera mientras escupe extraños mensajes cifrados que nunca cumple, dijo al principio del verano que no venderían a nadie dado que no había necesidad de ello. Siendo coherente con su historial y su fama, ha ocurrido efectivamente todo lo contrario. 15 jugadores han abandonado la primera plantilla y otros 10 han venido nuevos. Hablar de “mantener la base” es directamente una broma. Aun así, sinceramente, creo que los recambios se han hecho con criterio y de acuerdo a las restricciones económicas que suponemos en el club (ya que, gracias a la política oscurantista del afamado veterinario apodado Calamidad, siempre hay que suponer las cosas en el Atleti). Todo es discutible, por supuesto, pero creo que, con matices, se ha hecho bien. Mis peros fundamentales están en el centro del campo (echo en falta un mediocentro de galones que tome el relevo de Tiago y ni Mario lo es ni Koke o Saúl parece que sean opciones que Simeone se plantee) y la llegada tardía de los fichajes habiendo conocido las salidas tan pronto. Me cuesta entender (como a todos) el fichaje del mexicano o el desembolso realizado por Oblak pero lo mismo dentro de seis meses nos parece todo muy claro. Veremos. Se me hace difícil analizar si el equipo es a priori mejor o peor que el año pasado. No me parece tan evidente. Es injusto además comparar el potencial de esta plantilla (concepto etéreo) con los resultados que obtuvo la plantilla pasada (concepto concreto). Nadie pensaba que Diego Costa y Villa acabarían siendo lo que luego fueron (para bien en el primer caso para mal en el segundo). Muchos creíamos a priori en la resurrección de Adrián o en las virtudes de Diego pero ambos fueron dos rotundos fracasos. Así que no voy a jugar a futurólogo. Me gusta mucho Griezmann, me gusta Cerci y creo que Mandzukic puede ser un delantero de muchos goles. Espero que Oblak conquiste la titularidad enseguida y que dure muchos años en el Calderón. Quiero creer que Siqueira será ese jugador que hace un año quería el Real Madrid. Creo en estos jugadores y en este cuerpo técnico pero soy consciente de que mucho del trabajo de Simeone en los últimos años se ha marchado a Londres, al barrio pijo de Chelsea. Que el argentino tiene ahora que construir en pocas fechas un equipo nuevo con nuevos mimbres, nuevos recursos y nuevas personalidades. Démosle por tanto el tiempo que él nunca pidió y aparquemos momentáneamente los histerismos y las insuflas de nuevo rico. Creo además que nunca nos han sentado bien.

Ah y no se olviden: somos campeones de liga. Hace un año pensaba que nunca jamás en mi vida volvería a decir lo mismo.


Enfadado, triste y melancólico

Según escribo estas líneas acabo de ver la convocatoria de Simeone para el partido de vuelta en Moscú (que no Kazán) frente al Rubín, y según escribo esto me sube por la espina dorsal una mezcla letal de enfado, tristeza y melancolía. 

Enfado por comprobar que tenía razón cuando decía que no sólo Simeone sino también la directiva y la afición de este bendito club habían despreciado la Europa League. Era evidente. Es evidente. Una competición que nos ha dado las únicas alegrías de la última década. Una competición que no ganamos en los 100 años anteriores. Una competición que tiene en sus vitrinas Madrid y Barça (cuando de hecho era incluso menos importante al no incluir la recopa) por mucho que ahora los periodistas del régimen decidan olvidarse del disco duro de la historia. Una competición por cuyo visionado los colchoneros hemos pagado además un abono especial, nada desdeñable, que ahora entendemos como un sofisticado timo. Enfado por sentirse estafado. Engañado. Confundido. Enfado por sentir que esa especie de soberbia pragmática que hoy perfuma el escudo del oso y el madroño no corresponde a un equipo verdaderamente especial como es el Atlético de Madrid. 

Tristeza por no poder repetir mi viaje a Hamburgo, ni esos abrazos con desconocidos en la fría ciudad alemana, ni esas llamadas a mi hermano que estaba en Mónaco, ni esos gritos con mis amigos en la plaza de Neptuno. Todo eso, al parecer, no encaja en el nuevo Atlético de Madrid de balances negros y contables asépticos. No vale nada. No da dinero. No entran en unos presupuestos que ignoran que eso es precisamente lo que a mí me mueve a pagar el dichoso abono. 

Melancolía por acordarme de esos aficionados al fútbol que defendían a su equipo y que lo querían era verlo jugar bien y ganar. Siempre. En todos los campos. En todas las ocasiones. Sin dobleces. Obviando si interesaba o no económicamente vender a un jugador o tirar una competición europea. ¡Menuda estupidez! Aficionados que ponían el nombre y la historia del club rojiblanco por encima de todo pero fundamentalmente por encima de lógicas de instituto de negocios y ecuaciones de bachillerato. Que no podían entender que un jugador quisiera irse del Atleti igual que no podían entender que interesase perder un partido. Yo no soy de esos aficionados modernos que “entienden” el  fútbol moderno. De hecho yo no los llamaría aficionados. Tampoco fútbol. Es otra cosa. Es como un seguidor del mundo de los toros que entiende como humano que el torero no se arrime porque el toro le puede hacer daño. Absurdo, ¿verdad? Pues es lo que estamos haciendo. Entender que el Atleti no se arrime para que no se haga daño. Así es posible vivir sano. Si, pero así es imposible tener oreja. Ser especial. Así es imposible ser torero. Yo no quiero tener un Atleti sin corazón y con dinero. No me vale. 

Enfadado, triste y melancólico. Así me deja la convocatoria para Moscú y así seguiré también después. Seamos o no capaces de remontar. Porque en contra de lo que mucho enterado piensa en mi caso no es una cuestión de números. No tiene que serlo. Yo no soy presidente, ni entrenador, ni jugador, ni periodista, ni gano dinero con esto. Gano otra cosa que no se puede contar en euros. Por mucho que se empeñen en convencerme de lo contrario. Yo soy aficionado del Atlético de Madrid y como tal funciono con otras reglas. Con las reglas de aficionado. 

Sólo me queda una duda. Saber de dónde parte una directriz tan lamentable. 

Es broma. No tengo ninguna duda. Sé de dónde sale. Y usted también.

Óliver o la fuerza del sino

Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol, no es ningún ingenuo. Cuando el año pasado sorprendió a propios y extraños convocando a un juvenil con el primer equipo, sabía que probablemente estaba escribiendo el prologo de la historia de alguien llamado a ser especial. Es más que probable que ni Enrique Cerezo, el que dice ser presidente del Atlético de Madrid, ni La Mano Que Mece la Cuna, el poliédrico MA Gil, ni probablemente tampoco el florido orador de la barba creciente que sin tener razones para ello dice ser el director deportivo de este bendito club, el señor Caminero, tuviesen entonces la más remota idea de que en el club existía un muchacho llamado Óliver Torres. ¿Por qué tendrían que saberlo? Hay tantos chicos, que diría el talentoso productor. 

Pero los acontecimientos se precipitaron. En ese galimatías oscurantista y caótico que es el actual club Atlético de Madrid, en el que nada es lo que parece, en el que la verdad de su cruel realidad está guardada en la caja fuerte legal que idearon sus máximos accionistas y en el que sus mal llamados dueños tienen intereses absolutamente divergentes con los históricos intereses deportivos de la institución, han tejido este año, por enésima vez, un pastiche de plantilla asimétrica y desequilibrada. Especial mérito tiene esta nueva revisión del tradicional desbarajuste teniendo en cuenta que el final de la anterior campaña dejó, casi por casualidad, un bosquejo bastante aparente de equipo. Una base interesante sobre la que construir. 

Pero no. El actual equipo tiene los mismos defectos que el año pasado con el especial agravante (muy especial) de la ausencia del único futbolista con capacidad regular para crear fútbol que hemos tenido en los últimos años. Simeone lo sabe. Todos lo sabemos, pero el colchonerismo tira de paciencia esperando el milagro de San Gil, ese que dará una nueva cesión del brasileño Diego. Pero el milagro no llega, los ceños se fruncen y el ambiente se espesa. Es el momento de tirar de los amigos de la prensa para aplacar la furia y que empiecen a aparecer los tradicionales publirreportajes estivales de propaganda. Que si el equipo está a tope, que si Raúl García ahora se parece a Zidane, que si Simeone está probando un sistema ultra-ofensivo de toque,… chistes de verano que no parecen contener el magma de una afición antiguamente volcánica y ahora aletargada, pero de la que nunca se está completamente seguro de si es realmente un volcán inactivo o no. 

Entonces en la televisión ponen el europeo sub-19 y los colchoneros observamos con estupor que el cerebro de esa selección es un muchacho con cara de tener la mitad de los 17 años que realmente tiene pero hechuras futbolísticas de haber vivido el doble. Brillante, inteligente, técnicamente notable y con una capacidad única para mover al equipo y fabricar fútbol. Una perla. En un equipo normal ese jugador hubiese hecho la pretemporada discretamente con el primer equipo sin hacer demasiado ruido. Hubiese disputado desde la sombra el puesto al titular de esa posición y muy probablemente se hubiese asentado a lo largo de la temporada en la primera plantilla hasta hacerse titular. Sin presión. Sin prisas. Llegando desde atrás con poderío y rapidez como la estrella que puede llegar a ser pero con la salvaguarda de que si vienen mal dadas se puede volver en cualquier momento al lugar donde estaba sin con ello hipotecar el futuro y sin que nadie se tire de los pelos por ello. 17 años. Hay margen. Mucho. 

Pero el actual Atleti no es un equipo normal y mucho menos sus conductores que ven en el barbilampiño, de casualidad, el ejercicio de distracción que estaban buscando. A falta de estrellas colchoneras que vender, como todos los veranos, los amigos de la prensa entran a la muleta que el club les ofrece y fabrican un globo sonda con un jugador juvenil que todavía ni ha debutado. La gran masa colchonera, laminada en sus aspiraciones, hastiada de mediocridad, aburrida de estar aburrida, ávida de ilusión y de sueños, se lo come enterito hasta el empacho, comenzando así a deambular por enormes castillos mediáticos construidos sobre pilares de algodón. El Club, por supuesto, encantado con el devenir de los acontecimientos. ¿Quién habla ahora de la deuda, de la devaluación de la plantilla o de la falta de criterio deportivo? 

Y comienza la liga. Y estamos igual que siempre. Un equipo aguerrido y plano que no sabe qué hacer con la pelota. Un equipo con el mejor delantero centro del mundo y nadie capaz de darle un pase desde la medular. Entonces todo el mundo mira al tal Óliver a pesar de que la plantilla tiene en teoría otros seis mediocentros (Gabi, Mario, Raúl García, Tiago, Emre y Koke). Se ha especulado tanto con el canterano que ya es parte de la realidad. Está ahí. Es nuestro. Es muy bueno. ¿Por qué no? Despejado el humo de agosto y sintiendo la realidad del primer partido de liga nos topamos con la cruel realidad de que Óliver Torres es titular indiscutible en este equipo por la sencilla razón de que no tenemos cerca otro jugador de esas características para una posición que, como sabíamos, se antoja fundamental para el equipo. Jugada maestra de los de siempre. ¿Quién es ahora el culpable? El “cobarde” de Simeone. Un Simeone que fue el primero en ver lo que nadie había visto, que lo sube al primer equipo, que lo hace debutar y que cuyo primer cambio en el primer partido de liga, teniendo el banquillo lleno de mediocentros y alguno recién fichado, es Óliver Torres. Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol. 

Óliver Torres debuta en primera división en una posición que no es la suya y atenazado por los nervios como él mismo reconoce en su cuenta de twitter en un gesto que lo honra. El carnívoro imperio mediático afila los dientes y saliva. Es la hora. ¿Es su sino? 

Lo que yo quiero es tu dinero, chaval


No quiero hablar de fútbol. No quiero hablar de jugadores ni de tácticas ni de pases ni de remates a puerta. Es absurdo. Anécdotas que se pierden en el aire y en el tiempo como algodón de azúcar caducado. Me encantaría hablar de todo eso tranquilamente y mucho más si además pudiera hacerlo de mi equipo, del Atlético de Madrid, pero es imposible. No está. No se le espera. Ni siquiera estoy seguro de que siga existiendo como algo tangible. No quiero hablar de mala suerte, ni de contratiempo fortuito, ni de cansancio, ni de calendarios, ni de Bucarest. No quiero hacerlo porque me rezuma la furia por los poros y me hace heridas en la ilusión. Esa ilusión a prueba de bomba que este puñado de mediocres mercenarios, a un lado y al otro de la mesa de despacho, está puliendo hasta dejar reducida a cenizas.

Que el Atlético de Madrid es un tren a la deriva lo sabemos muchos (es evidente que no todos). Hace muchos años un señor de Burgo de Osma decidió utilizar la gloriosa historia del Atlético de Madrid en beneficio propio. Con carácter político y con carácter económico. Sacó de su pantalón esa billetera con olor a azufre y a base de billetes caducados compró chistes, fuegos artificiales, amigos mediáticos, jugadores, borreguillos y engañó a propios y extraños el tiempo suficiente como para que en un abrir y cerrar de ojos los otrora clubes deportivos pasasen a ser empresas privadas sin que nadie se diese cuenta. Hace casi 20 años el mismo señor decidió poner sus miras en otro sitio dejando este trofeo de caza al hijo que se quedaba rezagado. Ese benjamín de la camada que incapaz de hacer otra cosa en la vida tiene que vivir de estirar mal que bien el legado paterno. El muchacho le ponía empeño pero haciendo honor a su sobrenombre, Calamidad, aplicaba la receta del turrón para hacer unas lentejas. Hasta que se dio cuenta de que para lo que mejor estaba dotado, debía ser genética, era para navegar en la tangente de la legalidad y así, ya que eso del fútbol era algo aburrido y eso del Atleti una ñoñería típica de flojos, tratar de vender a trocitos aquel incómodo legado que había recibido. ¿Cómo? Pues especulando todo lo posible con las partes y alquilando los locales, los jugadores, la estructura, la historia, la esencia, la imagen y el espíritu del club para despedidas de soltero, bailes con putas, zarzuelas, espectáculos del Bombero Torero y cualquier otro tipo de varieté que dejase dividendos. De cualquier tipo.

Y en esas estamos 20 años después. Con un patrimonio menguante y erosionado, con un espíritu rojiblanco que parece un solar infestado de cardos, con un orgullo plastificado que se vende en bonitos llaveros con 50 centimos de euro, con una historia filtrada y retocada que se explica en sencillos spots de 20 segundos, vendiendo al mundo la bonita sonrisa del perdedor, entregados con candor y como fieles redentores al circo periodístico mediático que nos aplasta y nos humilla, aplaudiendo a rabiar un maravilloso empate, soñando con hacer buenos papeles y justificando con argumentos peregrinos que la hostia que nos acaban de dar no sólo no nos ha dolido sino que ni siquiera ha sido hostia.

Y si, sé de dónde vienen todos lo males pero yo voy al campo y veo los partidos y me cabreo y sé quienes son los once que el sábado tiraron el partido y los once, si once, que lo han tirado hoy. Y sé que ninguno de ellos es MA Gil. Tampoco veo a ninguno de los once demasiado afectado. Y veo como cada vez que metemos un gol nos echamos para atrás y que lo hacemos siempre y que llevamos diez años dando patadones desde la defensa. Y veo como presumimos de afición ejemplar pero escalamos a la nube o nos encerramos bajo la alfombra en función de si una pelotita entra o no entra en el último minuto. Que no nos preguntamos nada. Que esperamos a que nos pasen la letra para cantar la canción. Pitamos a jugadores como Arda y asentimos como borregos todas las estupideces que aparecen en unos medios de comunicación galácticos a los que en su mayoría el éxito del Atleti les emociona tanto como a mí la siguiente edición de Gran Hermano. Eso en el caso de que vean los partidos y no construyan sus teorías, de manoletes y antoñitos, directamente en función de los objetivos resúmenes de televisión.

Si ya sé que esto no es una crónica futbolística pero es que primero estoy harto de perder mi tiempo con algo que no lo merece y segundo no he visto un partido de fútbol. Lo que he visto hoy en el Calderón, jugándonos mantener la dignidad en una liga atroz y agarrándonos a la última e inmerecida oportunidad que el destino nos prestaba, es el enésimo ejercicio de especulación barata. Dirigido por especuladores y practicado por especuladores. Es absurdo utilizar teorías para explicar lo que ocurre si tiras un dado y eso es lo que el Atlético de Madrid lleva haciendo desde hace décadas. Jugar con todos los elementos alrededor menos con el más esencial: el fútbol. Años y años de desconstrucción, de laminar los cimientos de una institución centenaria, de jugar peligrosamente con los símbolos, de reír las gracias al indolente, de gritar pelillos a la mar, de pensar en el mañana sin reflexionar sobre el ayer, de conformarnos con las migas, así es como se ha construido una institución frágil y enfermiza. Tan débil y vulnerable que sólo funciona con el viento a favor. En el preciso momento en el que la brisa se tuerce el sujeto coge frío y enferma. Enferma incluso antes de ponerse enfermo. Tanto tiempo tapándose la cara para no recibir la bofetada nos ha hecho dejar de ver que se iba por el camino equivocado pero además no nos ha servido para amortiguar la patada en la cabeza.

Vulgaridad, mediocridad,... esas son ahora nuestras señas de identidad. 20 años sin alcancar el puesto en el torneo de la regularidad que la institución reclama por números. Si, los números. Los del sueldo de la plantilla, los de número de aficionados, de ingresos por televisión,...¿plantilla? ¿Cansancio? ¿Suerte? Paparruchas. Las mismas paparruchas de siempre que aparecen todos los años pero cada vez con un nuevo disfraz.

Perdonen por este arrebato de cólera pero al fin y al cabo no me va a escuchar nadie. A lo mejor los que se sientan cerca de mí y asienten con la cabeza pero entre todos no juntamos ni siquiera una mínima fuerza de oposición. Para eso necesitamos “notables” pero esos están ocupados. Necesitamos periodistas pero esos están demasiado preocupados por no tocar el suculento equilibrio que hoy dirige en mercado del fútbol.

Directivos, jugadores, notables, periodistas mediáticos,... a todos les veo mirándome a la cara y cantándome con la sonrisa enfurecida esa canción tan pegadiza de los Wonder Stuff: “Lo que yo quiero es tu dinero, chaval”...

The Wonder Stuff - It's yer Money I'm after baby


Adiós asesino


Real Betis 2 - At. Madrid 2

Hace un montón de años, no recuerdo ni en qué año ni si era una Eurocopa o una Copa del Mundo, estaba viendo en la televisión un partido internacional con un montón de personas. Eran semifinales y Alemania se jugaba la final frente a otro equipo que tampoco recuerdo. Lo que si recuerdo de aquel día, aparte de que los germanos ganaron, es la salida de los jugadores del campo. Acababan de ganarse la clasificación para la final y aquellos jugadores de tez curtida apenas lo celebraban. Se bajaron las medias hasta los tobillos, se saludaron con frialdad y se fueron al vestuario. Alguien que estaba por allí destacó aquello en lo que yo también había reparado diciendo: “Sólo les preocupa ganar el torneo y por eso no lo celebran. Eso es mentalidad ganadora”.

Entonces no lo entendí bien pero con el tiempo aprendí no sólo lo que aquella persona quería decir sino que además tenía razón. Hay equipos que independientemente de los jugadores que saquen, si son buenos o malos, salen siempre con el convencimiento de que son superiores y de que tienen que ganar de la misma forma que hay equipos a lo que les ocurre todo lo contrario. El Atlético de Madrid de los últimos 20 años ha sufrido en este sentido un evidente proceso de regresión que lo hace un equipo asustadizo, frágil desde el punto de vista psicológico y al que siempre asalta la duda de si deberían mirar arriba o abajo. Ese es el sutil éxito de una directiva, la de MA Gil, que independientemente de sus hazañas financieras y tejemanejes políticos es una pésima directiva de fútbol. Incapaz de entender el equipo que dirige, alérgico al fútbol en su esencia, ajeno a la historia y empeñado en transformar la realidad social del equipo que heredó en una suerte de compradores de palomitas saladas. La dirección de MA Gil ha creado un equipo desquiciado. Aturdido. Perdido en su esencia. Un equipo al que obligan a pensar en pequeño manejando presupuesto de grande.

Para mí esa es la explicación de lo que ha pasado hoy. Un partido que comenzó de forma soberbia, con un Atlético de Madrid bien plantado, sólido y mandón que se imponía desde el principio a un Betis que no sentía por ningún sitio la necesidad del resultado. Los madrileños adelantando la defensa, presionando con diligencia y jugando en campo contrario. Los sevillanos tratando de usar con mimo el balón pero sin la velocidad ni verticalidad necesaria. El Atleti era dueño del partido y Salvio su principal puntal entrando como quería por la banda derecha. Falcao tuvo un par de ocasiones nada fáciles y Adrián se perdía siempre en el último regate o en tiros mal seleccionados como ese a puerta vacía que saca el meta rival con el pie. Los colchoneros merecían ir ganando ya al descanso pero la falta de pegada hacía que no fuese así.

Pero la segunda parte comenzó de la misma manera y hasta con un punto mayor de profundidad que hizo desaparecer a los béticos del campo. Simeone retiraba del campo a Diego, algo tocado desde el jueves, dejando sitio a Koke y el canterano aprovechaba para abrir el marcador. Pase de Tiago, soberbia dejada de Falcao con la cabeza y Koke que empala para hacer el primero. En otras ocasiones esto tan simple, ir por delante en el marcador, era motivo para arrancar la arquetípica especulación que tanto disgustos nos ha dado pero hoy no. El equipo siguió inicialmente manteniendo los mismos ejes que le habían traído hasta ese lugar  y de esa manera empezaron a llegar jugadas clarísimas. El Atleti podría haber parecido entonces ese equipo letal y asesino que debería ser pero no era así. No había instinto. No había sensación. Adiós asesino. Las ocasiones llegaban, si, pero los delanteros atléticos se dedicaban a fallarlas con tranquilidad e insultante desparpajo. Daba la sensación de que el Atleti se sentía sobrado, relajado, falto de tensión. Entonces el Betis aprovechó para romper el partido. Ofreció un partido desquiciado de ida y vuelta y los cochoneros entraron al trapo. Inocentes. El equipo se rompió los espacios se abrieron...y el Betis empató. Faltaban diez minutos. Parecía increíble que un partido cuyo resultado más justo hubiese sido un 0-4 estuviese empatado. Pero más increíble fue cuando un par de minutos después los andaluces aprovechaban la pájara madrileña y la empanada de Courtois para ponerse por delante. La falta de ambición, la falta de oficio, la incapacidad manifiesta para cerrar un partido que estaba ganado hacía que se perdieran los tres puntos. O no, porque en esos escasos minutos de descuento si se pudo ver algo de orgullo, coraje, compromiso o como se le quiera llamar. El Atleti se fue a la desesperada arriba y en el último córner del partido, con el portero en la línea de remate, Falcao hacía el gol del definitivo empate que no aliviaba más que la honra.

El mito de jugar la Champions no está matemáticamente imposible pero si muy complicado. Un mito que en ningún momento ha merecido el equipo y que sería un éxito tan suculento como injusto. El Atleti que vimos hasta el gol era un buen modelo en el que creer. Un buen cimiento sobre el que construir. Para ello hace falta que lo que ocurrió después, esa galopante falta de instinto asesino, se destierre de jugadores y aficionados durante el próximo verano. El Atleti debe ser un equipo que mira siempre hacía la cima, por muy lejos que esa cima esté. Un equipo que cuando gana fuera de casa se saluda, se baja las medias y se va al vestuario sabiendo que no ha hecho más que lo que tenía que hacer. Un equipo que entiendo que entrar en puestos de Champions es lo menos que puede ofrecer a su público. Un equipo digno de llamarse Atlético de Madrid. 

The Pernice Brothers - Goodbye, Killer


Odio verte así

Rayo Vallecano 0 - At. Madrid 1

Durante años, décadas, el Atlético de Madrid ha vivido, de forma voluntaria e injustificada, colgado del síndrome de la situación límite. Ya saben, ese lugar en el que apelando a la desesperada, a la épica, al resultado como una opción de vida, todo vale. Incluso las propuestas más chabacanas y cobardes. Incluso cuando después nunca se consiguen resultados. Muchos equipos modestos, de bajo presupuesto, acuciados por la escasez de puntos o las deudas se ven obligados a ello. Plantillas limitadas en calidad y construidas con cuatro duros que apelan al trabajo, al esfuerzo, al rigor táctico, a la testosterona… Equipos que deciden construir una muralla defensiva y esperar a la divina providencia para pillar un “contrataque”. Equipos que saben que en un cuerpo a cuerpo pierden porque el delantero rival vale más que todo su propio club. Puede resultar lógico que en esas circunstancias, aunque resulte que encima muchos de esos equipos luego apuestan por el fútbol como opción viable y les sale bien. Hasta es creíble la idea de que no tienen otra alternativa, pero me entra la risa cuando lo veo aplicado a un equipo como el Atlético de Madrid, con un estadio de más de 50000 espectadores, ligas, copas, trofeos internacionales y que regularmente salta al campo con carísimos mundialistas e internacionales. Este mundo sin embargo, el del pobrecito desgraciado que no le queda más remedio, es el hábitat natural de los entrenadores que MA Gil y sus asesores financieros traen al Atlético de Madrid. No me hagan repetir tan dramática lista. También es el lugar común de esa parte de la afición asesorada por los periodistas vedette (o graciosetes) que parecen marcar la edulcorada ideología rojiblanca en los últimos años. Llevamos dos décadas apostando por una forma de entender el fútbol zafia, cobarde e incoherente con la historia de este club pero ahí seguimos. Y disfrutando.

El Atleti, el del millón de aficionados, más de cien años de vida, el de los 40 millones por Falcao, los 9 títulos de liga, etc… jugaba hoy con el Rayo Vallecano. Un equipo en el que juegan cedidos los jugadores que el Atlético de Madrid no quiere y que compra los mediocentros que nosotros, conocidos en el mundo entero por la calidad de nuestro centro del campo, echamos por “malos” (léase Movilla). Un equipo con la décima parte de aficionados, con infinitos menos recursos, tradicionalmente peleando si armas y con el corazón por mantenerse en primera división, acuciado brutalmente por las deudas, en suspensión de pagos, con un entrenador demandado y un presidente muy misterioso que acaba de sustituir a ese personaje tan infeccioso de apellido Mateos.

Si tienen todo esto en la cabeza y se ponen a ver el partido se echan a llorar. Eso es precisamente lo que hice yo. El único equipo que saltó al campo a intentar jugar al fútbol fue el Rayo Vallecano. El único equipo con carácter y orgullo para tratar de ganar el partido a base de dominarlo fue el Rayo Vallecano. Un Rayo Vallecano con además cinco bajas importantes en su plantilla. Enfrente el equipo titular del Atlético de Madrid en su versión ultra cobarde (y digo ultra porque cobarde suele ser siempre). El equipo que en verano dice pagar 40 millones de euros por un delantero (y que a nadie le sorprenda) salió al campo a encerrarse en su campo y a mandar pelotazos a un Falcao que, 40 metros alejado de sus compañeros, trataba sin éxito y a base de saltos tribales que el cuero de la pelota pudiese alguna vez volver al césped. El tercer equipo con más títulos de España salió en Vallecas a esperar a un contrario al que consideraba mejor que él. No era respeto, era miedo. Lo de siempre.

La primera parte fue una oda al anti fútbol. El Rayo salió derrotado en su propuesta por tratar de crear y mover eso tan repugnante para los colchoneros modernos como la pelota. Los de Simeone ganaron en su empeño por que no se jugara y que todo transcurriera por los derroteros del físico, el cese de espacios, los golpes y los pelotazos. Aun así, a balón parado, la única forma en la que los que vestían del Atleti entienden que se puede disputar un partido, el Rayo estuvo a punto de abrir el marcador y cerrar el partido. Sólo Courtois con una excelente parada impidió que un remate de Tamudo se transformase en gol. Mario Suarez estuvo a punto de hacer lo mismo en la portería contraria tras otra falta pero el canterano, más coherente con su labor en el campo, decidió rematar el balón fuera del campo. Poco más se puede decir del primer tiempo. Cojan las palabras que los cronistas de medio pelo usan, ya saben eso de igualdad, equilibrio táctico, derroche, respeto mutuo,… y tendrán una crónica tan solvente y real como intrascendente.

La segunda parte fue muy parecida pero marcada por el bajón de los de Sandoval, un bajón probablemente sustentado en la pertinaz carencia de pegada del Rayo. Dominio, actitud, buenas formas, carácter, intención de crear,… pero falta de millones. Los millones que si están al otro lado en forma de un colombiano que una vez más fue el mejor del partido. Primero jugando en solitario a la lucha greco-romana (sin protestar) con la defensa contraria. Después tratando de llegar generosamente a esas zonas del campo en las que se hace vulgar para tratar de hacer algo distinto. Más tarde derrochando coraje y corazón en su infructuosa búsqueda por tirar diagonales y buscar un remate que no le ponen. Finalmente haciendo lo que mejor sabe, meter goles. Juanfrán (lo mejor de era Simeone) mete un buen balón en profundidad. Raúl Bravo (ese que gracias a su madridismo estigmático la caverna mediática nos quería vender como estrella) resuelve con negligencia para que Falcao resuelva con maestría. Primero en la recepción, después en el regate y por último batiendo al portero cara a cara pero desde lejos.

Final del partido. Mientras el Atleti se armaba de razones para seguir haciendo lo mismo que hasta entonces el Rayo se dejaba llevar sin demasiada convicción, lo que de hecho provocó algún sucedáneo de contrataque por parte colchonera.

La victoria fuera de casa se venderá como un éxito que vuelve a meter al equipo en la tristísima pelea por las plazas europeas. ¿Lo es? Los manoletes y palmeros de la noche (y del día), en las ondas o en papel, verán la victoria como ese mal menor que “nos hacía falta”. “Ahora lo importante son los puntos”, nos venderán desde la pista principal del circo del fútbol para justificar la cobarde mediocridad y la insultante falta de espíritu. Como si alguna vez los puntos no fuesen importantes. Desde supuestas voces autorizadas y formalmente cargadas de colchonerismo nos avisaran de que esta es la forma para hacer las cosas y el camino a seguir. Habrá incluso quién con toda desfachatez y falta de rigor nos venda eso de que esta es la forma tradicional de jugar del Atleti, al contrataque. Dudo que alguno de esos advenedizos viese jugar alguna vez al mítico Atleti del contrataque. Dudo que sea así y se atrevan a decir algo tan ofensivo. Si lo hubiesen hecho sabrían que no tiene absolutamente nada que ver aquello con el actual pastiche de cobardía. Salir en vertical no es dar pelotazos. Acortar el espacio no es encerrarse en su área. Apostar por la velocidad no es despreciar el balón.

Aun así, lo que más me duele es ver al colchonerismo visible de acuerdo con esta bazofia. Odio verte así, Atleti. De hecho, me repugna.


Fountains of Wayne - Hate to see you like this

Marchitándome otra vez

At. Madrid 1 - R. Madrid 4

Cuando en 1903 el grupo de estudiantes vascos que estaban viendo un partido entre el Madrid y el Athletic de Bilbao decidieron crear un nuevo equipo de fútbol en la capital lo hicieron, entre otras razones, para no parecerse a ese Madrid que luego sería Real. Viendo la soberbia, arrogancia y malas artes de jugadores y aficionados del club “blanco” aquellos pioneros vascos, y un nutrido puñado de madrileños que se sumaron a la idea, decidieron básicamente que lo que querían era no ser eso. Es decir, desde la propia fundación, el Atlético de Madrid ya era anti-madridista. Esto no lo sabe, ni lo entienden los raptores que dicen ser dueños de la entidad y que como proxenetas sin escrúpulos trafican con el escudo, la historia y los activos del Atleti o si lo saben les da igual. Es evidente. Probablemente les de igual porque de hecho es probable que estén más cercas de las planteamientos vitales del Real Madrid que de los nuestros, que no suyos, los del Atleti. Todo esto no creo que lo sepan la mayoría de periodistas (ellos a lo suyo, que es dar de comer a la gallina de los huevos de Oro del Madrid-Barça) ni el resto de aficiones pero nosotros no deberíamos olvidarlo nunca. Antes de hablar de fútbol, o como se llame, quería abrir esta doliente crónica con este historia por dos razones. Primero para que no se olvide. Segundo, y más importante, para que seamos conscientes que la debacle, lo constante desidia, la esperpéntica y humillante situación en la que ha quedado esa preciosa idea que surgió en 1903 tiene su epicentro en el apellido Gil, en sus herederos y en sus albaceas. El resto de agentes que participan en la carnicería, entrenadores, directores deportivos, aficionados, periodistas,… con mayor o menor tino, con mayor o menor responsabilidad no son más que elementos “necesarios” que con aceitosa fiabilidad se adaptan al podrido esqueleto diseñado por esa estirpe familiar para beneficio propio.

“Me marchito de nuevo, esperando algún sitio en el que estar, resbalando de ese mundo bajo el árbol…”

Y ahora nos vamos al partido. Esa tradición que se cumple como la de semana santa. Ambientazo pre-partido, desazón insoportable a la hora de retomar el camino a la cama. ¿Por qué? Pues me da mucha pereza hablar de ello, la verdad. No creo que se pueda resumir en una frase. O sí. En realidad da lo mismo teniendo en cuanta que el año que viene tendremos que repetir la misma historia. En otras ocasiones el sensacional ambiente del Calderón había servido para todo lo contrario de lo que debería servir. Es decir, para espolear al rival (que se crece en terrenos hostiles) y para amedrentar a los locales (que está acostumbrado a asustarse hasta de sus sombra). Esta vez ha sido diferente. El Atleti salió al menos bien plantado en el terreno y con el nivel de mentalidad suficiente como para no hacer el ridículo. Enfrente un Madrid especulativo y sin brillantez pero fuerte y letal. La primera parte se pasó casi toda ella en ese baile de respeto mutuo. Presión, equilibrio, cierre de espacios, salidas en vertical. Ninguno de los dos llegaba pero la sensación de peligro era constante. Justo es decir que ninguno de los dos trataba de construir o crear tampoco. Ambos equipos se basan en un ladrillo defensivo impenetrable y unos estiletes que surgen a partir de la zona de tres cuartos. Los mejores del Atleti (Diego, Arda, Adrián) demasiado constreñidos en tareas defensivas, los mejores del Madrid (Ronaldo, Di Maria, Ozil) bien cerrados o en el banquillo. También estaba Kaka pero esa es otra historia. Como la de Gabi, ese muchacho que siempre juega por decreto y que siempre tiene que hacer una falta de más.

La distancia eran tanta que parecía ridículo intentar lanzar la falta directamente pero es que todo alrededor de Cristiano Ronaldo parece ridículo. Un portento físico tan buen jugador como sumamente estúpido. Si el portugués no fuese tan majadero, engreído, petulante y desagradable seriamos muchos más los que nos rendiríamos ante sus muchos recursos futbolísticos pero yo no me rindo. Se me hace imposible admirar grotescos esperpentos de este calibre. Paso. Seguiré negando cualquier elogio a tan repugnante personaje. Pero la realidad resultadista me deja sin argumentos cuando luego hace lo que hace. Es así. Será la potencia, será el balón, será la mecánica cuántica pero el balón vino desde el cementerio de la Almudena para alojarse en la red colchonera. Courtois se la come. El belga está haciendo una campaña excelente pero fue a fallar en el día que más duele. A partir del gol el Madrid activó el modo especulador (patético y cuestionable con la plantilla que tiene pero al final efectivo) y trató de parar el encuentro para matarlo a la contra. A punto estuvo con un remate de cabeza de Benzemá. El Atleti acusó el gol pero bastante menos de lo que nos tiene acostumbrados y acabó la primera parte teniendo el balón y dando la sensación de que había partido.

La segunda parte comenzó rara. Con un Atlético ligeramente más valiente pero sustancialmente más errático y aturdido. Pero vino bien la apuesta. Tras un par de avisos en forma de triangulaciones Adrián cuelga un balón desde la izquierda que Falcao mete en la red con la cabeza. El estadio se vino abajo. Es de esas veces en las que te abrazas con todos los que tienes alrededor sin saber quiénes son. El espíritu colchonero se puso en su punto de ebullición, las gargantas se quebraban y a los madridistas, aunque ahora lo nieguen, les entró el canguelo. Todo eso pasó fuera del césped. Dentro desgraciadamente las cosas no son iguales. Los blancos, juegue quien juegue, se llame Amavisca o Cristiano Ronaldo, saben no sólo que tienen que ganar sino que van a ganar. La institución no les deja sentir otra cosa. En Atleti, desgraciadamente gracias a la institución, las cosas ya no son así. Los años y años de mensajes ambiguos, cobardes y empapados en mediocridad desde la directiva, la estirpe de entrenadores nacidos en la mediocridad del juego y los resultados mediocres o la extensa colección de jugadores mediocres, malos y asépticos que han vestido injustamente nuestra camiseta en los últimos años han hecho bien su trabajo. El Atleti es ahora un equipo cobarde, mediocre, sin personalidad y con todos los defectos de los equipos grandes pero también de los equipos pequeños. El Madrid se fue a por el partido y el Atleti se vino abajo. Incomprensible teniendo en cuenta que venía con la inercia de la remontada, que estabas en tu campo y que 50.000 personas te estaban empujando desde la grada. Pero fue así. Y es cierto que el Madrid es muy bueno y que se fue arriba y que el Atleti está justo de fuerzas pero hay cosas que no se entienden. Como ver a Courtois perdiendo tiempo con el 1-1. Como ver a los once jugadores en el área. Como ver los patadones sistemáticos cada vez que se recuperaba el balón. Es más, un equipo con personalidad, insisto que jugando en su campo a rebosar, hubiese parado el arreón del rival por las buenas por las malas. Con juego o con faltas. No ocurrió nada de eso. El Madrid tiró de casta y millones mientras el Atleti se refugió en la mediocridad de su discurso más mediocre. Ese que abrazamos desde antes de bajar a segunda división.

“…y no necesito ser una estrella de cine…”

Y pasó lo más lógico. Con el Madrid encimando y jugando en el área colchonera apareció nuevamente Ronaldo para nuevamente reventar el balón desde la frontal del área y que nuevamente Courtois se la comiera. Si, creo que también se la come. Debo decir que en ese momento la tristeza se me colaba por todos los poros de mi cuerpo pero que viendo la bochornosa, lamentable y pestilente celebración de personajes como el propio Ronaldo o ese coleccionador de enfermedades mentales y psicóticas llamado Pepe me sentí muy orgulloso de ser aficionado al Atlético de Madrid pero sobre todo de no serlo de ese equipo mentiroso y zafio que reparte por el mundo ese señorío de papel que no se cree nadie más que ellos.

El segundo gol mató el partido. El Madrid volvió a su modo especulativo pero enfadados y con la lección aprendida. No iban a dejar que el Atleti volviera a subirse a la chepa. Los rojiblancos, cabizbajos, sin carácter ni orgullo, trataban de estirarse pero los merengues salían como afilados puñales cada vez que podían. Godín, el único animal que tropieza sesenta veces con la misma piedra, se encargó de finiquitar el encuentro entrando como el tren de mercancías sobre Higuain dentro del área. Les suena, ¿verdad? El definitivo 1-4 de Callejón entra, para mí, en el terreno de la anécdota dentro de un partido ganado con un equipo hecho a base de millones (pero hecho) y un pseudo equipo deshecho también a base de millones.

Derrota que nos deja dónde estábamos. Ni más ni menos. A eso supongo que se agarrarán los mediocres que como champiñones venenosos surgen con más frecuencia en la grada del Calderón y alrededores disfrazados de colchoneros y de optimistas. Esos que a mí me llaman agorero y pesimista. ¿Pesimista? Puede que lo sea pero más bien creo que me ciño a la realidad. Es difícil creer en un dueño escurridizo, procesado y mentiroso que lleva diez años vendiendo la sangre del Atleti en el mercado negro y diciendo que no lo hace, un presidente de cartón piedra que representado las mediocridad casposa de humor zafio resulta que representa a mi equipo, una dirección deportiva con tanto criterio profesional como verbal y una plantilla cuya columna vertebral (Courtois, Tiago, Diego,..) ha llegado cedida, las estrellas (Adrián, Falcao,…) aparecen como vendidas en las portadas cuatro meses al año sin que nadie diga nada, un buen puñado de picapedreros sin personalidad que nadie recordará ni en este club ni en ninguno y una plazas de extranjero, destinadas en teoría a elevar el nivel de la plantilla, ocupadas por especímenes como: Salvio o Miranda.

Marchitándome otra vez.

“…bagando por el mundo, buscando algo que poder hacer…”

Seth Swirsky – Fading Again

Un sueño ocasional

Levante 2 - At. Madrid 0

Hace pocas semanas tuve un sueño. El Atlético de Madrid, el equipo del cual inocularon su espíritu en mi sangre cuando uno todavía no era consciente de ello, volvía a ser un equipo respetable y respetado. Al menos en el campo del fútbol. Allí no acertaba a ver grandes muchachos galácticos de ademanes estúpidos y soberbia de Starbucks. Tampoco veía nombres de bambalinas ni peinados extravagantes. Allí veía un equipo. Un equipo que ganaba y que perdía. Que tenía buena y mala suerte. Que a veces jugaba bien y otras no le salían las cosas. Que tenía éxitos y fracasos. Un equipo que no todo el mundo entendía pero un equipo que era temido y respetado. Un equipo que SIEMPRE (y repito SIEMPRE) salía a ganar. Contra los buenos y contra los malos. En casa y en la otra punta del planeta tierra. Empezando y terminando la temporada. Por la mañana y por la noche. Por delante y por detrás en el marcador. En la ida y en la vuelta. Con sol y con nieve. Con el aliento de la afición o con la pestilente halitosis del rival mas encarnizado. Cansados o descansados. El Atleti, mí Atleti, salía al campo a jugar siempre igual y siempre a lo mismo. Por encima de modas y estupideces. En un mundo en el que la especulación se dejaba para las quinielas, el Black Jack o los equipos del montón. Hace pocas semanas vi ese Atleti en Roma y pensé que estaba viviendo una realidad y que por fin podía poner el marcador a cero. Estaba equivocado. Parecía real pero era ficción. Como otras tantas veces era, simplemente, un sueño ocasional.

Si alguien sigue este blog desde hace tiempo y tiene la santa paciencia de aguantar mis subidas y bajadas de ánimo sabrá que no soy esa clase de aficionado que basa su argumentación en resultados o títulos. Lo que reclamo, como un idiota gritando en un desierto, es valentía, respeto por la esencia del equipo, honor y fútbol. Con todo eso vendrá lo demás y si no viene me dará igual. Seré aficionado del Atlético de Madrid y eso, como una vez dijo con tino Vicente Verdú, será suficiente para mí. Ojo, aficionado del Atlético de Madrid, pero no de este sucedáneo de cartón piedra que no se parece a la realidad más que en la fachada de una camiseta y un escudo que llevan décadas arrastrando impunemente por el fango.

Y soy consciente de que el problema de esta broma macabra está fundado y enquistado en los despachos de la institución. Una institución usurpada, espoleada y violada por una familia de tramposos públicos y conocidos que sólo en un país de “listos” como este, en el que los delitos prescriben y a nadie le importa un carajo, pueden seguir ejerciendo fuera de la cárcel, sin que ningún dirigente se despeine o los periodistas, tan escrupulosos para otras cosas, dejen de tomarlos en serio. Y soy consciente, si, pero uno no puede dejar de pensar que hoy a las 11:59 estábamos a 5 puntos del rival que marcaba la clasificación de la Champions League y que nos enfrentábamos precisamente contra el. Hoy a las 11:59 había 11 tipos representando al Atlético de Madrid y sobre sus hombros caía el peso de la historia y el orgullo de la esencia de este club. No sé si alguien se lo había dicho pero no me da la sensación de que fuese así. El Atleti que yo conozco, al que me hicieron aficionado, tendría que haber salido hoy a matar o morir. No hay otro camino. No hay mañana. Jugándoselo todo y sabiendo que cualquier cosa que no sea ganar era un premio menor. Es más, sabiendo que incluso ganando esa cuarta plaza el premio era menor. Lo mínimo imprescindible.

Pero no. A las 12:01 ya vimos que lo que estaba sobre el césped del levante era el sucedáneo de todos los años. El equipo apocado y cobarde que sale a esperar al rival. A ver qué pasa. A no perder. A no jugar. El equipo que no quiere mandar. El equipo que entiende que no tiene ninguna obligación de nada más que de tratar de mantener su portería a cero. De dejar pasar el tiempo. De jugar con esas cosas que conforman lo que algún estúpido denomina el otro fútbol. A especular. A chapotear en el fango de la mediocridad. Esa mediocridad espesa y pestilente en la que al parecer están “todos los demás” y por eso no debería doler. ¿Todos? ¡por Dios! ¿Pero no se supone que somos el Atleti?

Si quieren saber algo del partido les recomiendo que en lugar de leer sesudas crónicas intenten ver los primeros diez minutos del mismo. No necesitan más. Verán todo lo que hace falta ver. Verán a un equipo, el valenciano, que cree en si mismo, que sabe a lo que juega, que es consciente de sus límites pero ese conocimiento lejos de restarle un ápice de ambición lo subraya y amplifica. También verán todo lo contrario. Una banda de millonarios que no sabe a lo que juega (probablemente porque cada día, dependiendo del rival, el tiempo, la luna, la hora, el horóscopo y el precio del barril de crudo, es diferente), que no tiene conocimiento del valor de la camiseta que están defendiendo, que no tienen ni idea de cual es el objetivo de la institución (o tienen la idea equivocada que la propia institución transmite), que carece de cualquier tipo de ambición y que se siente inferior a cualquiera que se ponga delante. Se llame FC Barcelona o Levante. Nos doble en presupuesto o tengamos diez veces más presupuesto que el rival. Da igual. En esos diez minutos verán a un Levante que sale al campo a matar y un Atleti que sale al campo. Simplemente. Que sale al campo. Un Levante que sabe hacer dos cosas bien y provoca que todo lo que pase en el campo esté encauzado para que se puedan dar esas dos cosas. Un Atleti que no hace nada más que esperar a la segunda parte para tratar de hacer algo parecido a jugar al fútbol. A los dos minutos Valdo remataba de cabeza al borde del área un pase envenenado desde la izquierda. ¿Por qué en el minuto 2 alguien puede poner tan fácil ese pase? ¿Por qué en el minuto 2 un delantero puede rematar cómodamente ese balón? pues la explicación mayoritaria hablará de lo ingenuo de la defensa. Puede ser, pero lo que tengo claro es que si el balón hubiese estado en el campo del Levante, si los 22 jugadores hubiesen estado cerca del otro área, las cosas hubiesen sido diferentes. Cuando Koné hizo el segundo (una falta muy bien sacada desde la derecha y muy mal defendida por el Atleti) los colchoneros todavía no habían pasado del medio campo. ¿Para qué? Está claro lo que buscaba uno y otro equipo al saltar al terreno de juego.

A partir de ahí un equipo supervitaminado y crecido frente a un asustadizo, aturdido y atolondrado Atleti que no sabía que hacer. Lógico. Un equipo que había sido diseñado para huir del balón, cerrar huecos, “equilibrar” el campo, defender, achicar, especular, dar patadones, etc... diez minutos después tenía que crear fútbol y ocasiones de gol. Absurdo. Y más absurdo todavía si el centro del campo, por llamarlo de alguna forma, está compuesto por Gabi y Mario (manteniendo ambos la regularidad de seguir haciendo partidos calamitosos sine die) y el jugador más adelantado es esa engañifa sin gracia llamada Salvio. Absurdo y hasta insultante. 80 minutos que sirvieron para que aumentara el cabreo del que esto escribe, para volver a ver el nombre de mi equipo humillarse y para dejar claras varias cosas: que si el Atlético de Madrid ha sido incapaz este año de colarse en Champions es porque la ruina deportiva es sólo comparable con la ruina institucional. Que el problema no es una cuestión de entrenador o jugadores (que también) sino de la filosofía casposa y mediocre que se ha instaurado en el Atlético de Madrid. Que aun buscando el beneficio personal y la comisión más rentable es imposible pergeñar una plantilla peor y más desequilibrada. Que es difícil ponerse a jugar al fútbol de repente cuando no te has preocupado de ello en años. Y que es absurdo soñar ocasionalmente con sueños ocasionales. Espero no ser tan ingenuo de volver a hacerlo.

David Bowie - An Ocassional Dream

El Mago de Oz

Si hay algo que caracteriza al Atlético de Madrid de la última década es que la solución a los problemas siempre está en el otro lado. En forma de jugador imposible, en forma de promesas tan ilusionantes como infundadas, en forma de futuro estupefaciente o en forma de entrenador milagro. Da igual. Sea la forma que sea, el aficionado se agarra sin remedio a esa difusa pero efectiva ilusión para afianzar los cimientos de una afición colchonera que se resquebraja imparablemente por falta de mantenimiento. Rara vez vemos que el monstruo rojiblanco, ese que podemos observar en las gradas del estadio y que con descuidada precisión describen también los grandes medios, sea capaz de mirar a este lado de la verja. Como poseídos por una insaciable necesidad de fantasía el aficionado colchonero emprende sistemáticamente la búsqueda del Mago de Oz… y ahí se queda.

El Mago de Oz, ese ser difuso y misterioso que vive al otro lado y que es capaz de conceder todos los deseos. De solucionar todos los problemas, cualesquiera que éstos sean. De devolvernos a nuestro particular y tranquila morada en Kansas. Ese lugar en el que se respetaba el nombre del Atlético de Madrid, en el que los jugadores querían quedarse en el equipo, en el que no se especulaba con el orgullo, en el que no se hacía el ridículo o en el que se luchaba por ganar títulos en lugar de por hacer “buenos papeles”. Confundida todavía por los efectos de un tornado cuyo epicentro no es capaz de situar con precisión, la afición del Atleti parece sin embargo consciente de estar en otro mundo diferente. Un mundo en el que las cosas no funcionan. ¿O si? No se sabe bien y eso es algo que provoca todavía mayor confusión. ¿Éxito o fracaso? Quique, Raúl García, Aguirre, Reyes, Agüero, Pitarch, Forlán, Manzano… todos pueden ser (y de hecho son) buenos o malos, héroes o villanos, dependiendo de cuales sean las circunstancias o de lo que se quiere contar.

Pero la afición colchonera no es sólo la Dorothy que busca al Mago de Oz para poder volver a Kansas sino que es el Espantapájaros y el León y al Señor de Hojalata. Un espantapájaros perdido y sin guía que espera ilusionado a que el Mago lo dote con un cerebro. Un León derrotado y quejoso que espera encontrar de una vez la valentía que no tiene. Un Señor de Hojalata humillado y deprimido que busca desesperadamente La Ciudad Esmeralda en la que obtener un corazón. Ahí estamos nosotros. Nuestro equipo. Nuestro club. A la búsqueda constante de nuestro particular Mago de Oz.

El de este año se llama Simeone. Antes se llamó Manzano y antes Quique y antes Abel y antes Aguirre. En verano se llamó Falcao. Hace algunos veranos se llamó Forlán. Hubo una vez que se llamó Agüero y poco antes Fernando Torres. Llámenlo como quieran. Es siempre lo mismo. El de hoy, Simeone, viene a dotar a la institución de cerebro, de valentía y de corazón. Con todo ello volveremos de forma natural a esa Kansas que todos decimos recordar. Parece tan fácil y evidente que resulta extraño el que a nadie se le hubiese ocurrido antes. El aficionado vuelve a sonreír mientras corretea una vez más por el enésimo arco iris de cartón piedra que nos han trazado.

Pero el Mago de Oz no existe. Resultaba ser un simple ser humano nacido también en Kansas que escondido tras una cortina y aupado en juegos de luz y pirotecnia aparentaba ser lo que no era. Esa es también la historia que nos está tocando vivir a los aficionados. Nos toca vivir periódicamente alimentados por la ilusión de un Mago que desprovisto de los fuegos artificiales que nos motivaron a creerlo sobrenatural resulta ser alguien normal y corriente. Un fraude.

El cuento deja sin embargo una lectura mucho más interesante. El Mago fraudulento de la Ciudad Esmeralda era efectivamente un humano mortal y corriente pero era suficiente para solucionar los problemas sin magia. Le bastaba aplicar el sentido común. Dándole una medalla y un diploma al Leon y al Espantapájaros, que acreditaba Valentía y cerebro, les hacía ver que para llegar dónde habían llegado habían utilizado aquello que reclamaban. Ya lo tenían. No necesitaban nada más. El premio de un inútil reloj en forma de corazón junto al recuerdo de lo que había sentido por el camino es todo lo que necesitó el Señor de Hojalata para darse cuenta de que así como estaba ya tenía más corazón y emotividad que nadie. El Atleti, su afición, no necesita buscar un Mago de Oz. Lo que necesita es recordar o darse cuenta de lo que de verdad es el Atleti y utilizar sus recursos en consonancia. No necesitamos que un ser sobrenatural nos regale valentía, un cerebro, un corazón y nos devuelva a Kansas. Necesitamos darnos cuenta de que somos una afición fiel y muy numerosa junto al tercer presupuesto de la liga. Lo que necesitamos es simplemente que alguien o algo nos permita ver de verdad lo que somos, lo que tenemos y lo que podemos hacer con ello aplicando únicamente la lógica y el sentido común. ¿Será Simeone el señor tras la cortina? Podría ser, pero no lo sabremos mientras que el tipo que diseña los fuegos artificiales y los juegos de luz, ese que recorre la M-30 los días de partido, siga viviendo de hacer “magia”. Mientras no retiremos lo cortina, el Atleti seguirá permanentemente a la búsqueda de un Mago de Oz que no existe.

Cualquier día estará bien

At. Madrid 0 - Albacete 1

Decía Charles Dickens que cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender. Yo creo que Dickens tiene razón pero alguno pensará que no es así o que si lo fuese, los dirigentes del Atlético de Madrid serían a estas alturas unos grandes genios de la dirección de un club de fútbol. Créanme, tiene una fácil explicación. Ustedes, como yo, entenderán que la humillante expulsión del Atleti de la Copa del Rey 2011/2012 es un rotundo fracaso. Ese es el problema. El actual dueño prescrito de nuestro bendito equipo, y sus floreados mamporreros, lo entienden de otra manera. Un contratiempo, mala suerte, un borrón, algo que puede pasar, cosas del fútbol,... todavía no habrán acordado la explicación pero ira por ahí. Bajar a segunda no fue un fracaso sino una búsqueda interior que reforzaba el sentimiento atlético que había ocurrido como consecuencia de una justicia justiciera que la tenía tomada con esa familia de intachable expediente como la de Gil y Gil. Quedarse otro año en segunda no fue un fracaso sino un contratiempo incomprensible. Contratar un entrenador de quinta línea y construir aquel año el equipo bajo las premisas de que en segunda se jugaba de forma diferente no fue un fracaso sino efecto de la mala suerte. Quedar el séptimo haciendo un juego horrible con Manzano en el banquillo no fue ningún fracaso sino en este caso un éxito. Un éxito rotundo ensuciado por la mala suerte de un gol en la última jornada que nos sacó de ese eufemismo de UEFA llamado Europa. Tampoco fueron fracasos los ridículos de Bianchi o Ferrando, ni la penosa eliminación contra el Bolton, ni salir de la Champions haciendo el ridículo y sin ganar un sólo partido (¿para eso la queremos jugar?), ni el no haber sido tercero en la liga desde hace décadas, ni las goleadas de Barça y Madrid, ni las ventas de Torres, o el Kun o Forlán o De Gea, o... Nada es un fracaso. Cuando no es directamente un éxito al menos todo tiene justificación y entra dentro de la cruel normalidad. Cualquier día estará bien. Hay que animar hasta reventar y divertirse sufriendo. Por eso no aprendemos. Por eso estamos igual que estábamos. Nosotros más viejos y asqueados, el club más pobre y MA Gil más rico. Piensen sobre esta última frase. Piensen quién es el único que gana con todo esto.

Pero aquí estamos. Eliminados de la Copa del Rey, con justicia, por un equipo de 2ªB (el Albacete) y hablando del entrenador o el tamaño de los genitales de los jugadores que este año han tenido la mala suerte de colocarse la casaca rojiblanca. Cientos de jugadores han pasado por ese lugar y esa situación con la misma camiseta. Docenas de entrenadores se han sentado en ese banquillo con similares resultados. Siempre acaba pasando lo mismo. Queramos verlo o no, ésta es más o menos la versión que conocemos del Atlético de Madrid desde que el heredero del patriarca Gil, un tipo apodado Calamidad, se hiciese con los mandos de la institución a finales de los 90. Ahí sigue. Ha cambiado todo menos él. Pero seguramente no tenga nada que ver y la culpa sea mía por escribir esto en lugar de irme a dormir o a escuchar las explicaciones de los gurús de la radio.

Si quieren hablamos algo de fútbol aunque, la verdad, no apetece. Manzano, ese señor soberbio y cínico que no ha pasado un día como integrante del Atlético de Madrid (ahora y antes) sin que mostrase su prepotencia y su desprecio por la afición del Atlético de Madrid, que también ha demostrado por activa y por pasiva su manifiesta incapacidad para hacer algo digno con este equipo, jamás debió haber venido por segunda vez al Atleti. Ahora es fácil decirlo pero yo ya lo dije en verano (está escrito) cuando muchos se me tiraron encima, abducidos por los periodistas galácticos, principales valedores del a figura del jienense. Una vez aquí, consumado el fracaso del proyecto (que venía siendo evidente mucho antes) en el coqueto estadio del Español no debió haber seguido dirigiendo a este equipo por el bien no sólo del Atleti sino de él mismo. Como aquí no existen los fracasos y la institución tiene más trampas que deudas, el tipo siguió llevando a la institución y sus protagonistas a un estado de histeria colectiva que no tenía muy buena pinta. Se vio en el Calderón contra el Betis cuando aturdido por su propia prepotencia insultó a la grada con sus cambios mientras el marcador se desangraba. Entonces eran sólo 3 puntos. Pero se ha visto de nuevo hoy. Esta vez dando un paso en falso que ya si, no tiene solución.

El Atleti ha salido está noche perdido, sonado y con miedo. Como no queriendo estar allí. Con la figura del entrenador en forma de cadaver, la plantilla quedaba a su suerte y hoy se ha visto cual es. Sin líderes naturales ni artificiales, sin referencias, sin proyecto, sin futuro, sin identidad, sin empatía,... los jugadores han demostrado sus carencias en esa materia con la que se debe construir la elite. Escondidos, asustados y cobardes la plantilla nunca ha estado a la altura de su sueldo. No digo ya de la historia de este club. Enfrente un equipo construido alrededor del balón a pesar de estar en 2ªB (algo que no ocurre en el Atleti desde que el ínclito veterinario está al frente) y con el frasco de ilusión hasta arriba salió a comerse el mundo. Y lo hicieron. A los 20s ya iban ganando.

El Atleti intentó entonces tomar el mando del balón y del partido. Lo hizo, pero con esa pasividad marca de la casa y esa incapacidad para hacer peligro que ha hecho ya famoso al equipo. Circulación barata, espesura, lentitud y balón a la olla. Ninguna ocasión. De hecho las mejores fueron del Albacete que gracias a su desacierto de cara al gol y a Asenjo no tuvieron mejor renta al descanso.

Manzano entonces decidió morir matando. Quitó a Diego por Pirri. No busquen explicación. No la hay salvo que se recurra al rencor. En la primera parte hubo balón y dominio pero faltaron las ocasiones. En la segunda faltaron las ocasiones, el dominio y el balón. Infinitamente más espeso y superado con creces el punto en el que ya se hace el ridículo, el Atleti se dedicó a chapotear en su mediocridad mientras veía como el Alba estaba mucho más cerca que ellos de hacer gol. Fin del partido sin apenas tirar a puerta.

Según escribo esto ni he escuchado a Manzano ni a los jugadores ni a los dirigentes ni francamente me importa lo que puedan decir. Ya me lo sé. Tampoco me importa si viene Simeone (jugador que adoro pero entrenador que no me gusta nada) o su prima. Me da igual. En el mejor de los casos serán apósitos que cortarán momentáneamente la hemorragia (o no), pero nunca puede ser la solución. La solución está más arriba. En ese tipo que siempre se esconde y que nunca ve fracasos. Ese tipo intocable para la prensa y del que nunca se acuerda mayoritariamente la afición. Esa afición que dice ser la mejor del mundo pero que como su equipo está en proceso de descomposición. Una fachada opaca y pasada de moda que ya no engaña a nadie salvo a si misma.

Mojave 3 - Any day will be fine