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Nubes negras

Cinco minutos antes de que empezase el Atleti-Celta todo era ilusión. La batalla del Camp Nou, ese partido en el que los de Simeone habían tirado de casta y juego para sucumbir ante un mohíno gigante blaugrana (y el imaginativo arbitraje de La Mejor Liga del Mundo), había dejado las mejores sensaciones en la parroquia rojiblanca. Los jugadores eran todo espíritu y pundonor. Atrás quedaban las nubes negras del pasado. O no. Poco más de una hora después, a falta diez minutos para terminar el partido, el panorama era antagónico. La histeria volvía a reinar en el coliseo rojiblanco. Un nuevo penalti al larguero, ocasiones de libro falladas, el Celta de Vigo acababa de marcar su segundo gol, la Real Sociedad nos pasaba en la clasificación y el Sevilla se marchaba a siete puntos. Gritos e insultos volvían a decorar la noche madrileña. Los jugadores eran morralla y al parecer, porque hay que tener valor para decirlo, no tenían “cojones”. La nube negra estaba otra vez sobre la azotea del corazón colchonero. Literal y metafóricamente. O no, porque diez minutos más tarde el Atleti había remontado el marcador y ganaba el partido. 

Imbuidos por ese circo mediático que decimos no consumir pero del que asimilamos sus principios y sus modos, la afición colchonero se estruja la cabeza por encontrar un remedió mágico a sus males. Una solución rápida y homeopática que, con una simple toma y sin levantarnos del sofá, arregle todos nuestros problemas. Todo hay que simplificarlo. Todo es una cuestión de cara o cruz. De ser Dios o demonio. Nadie parece reparar en que, aparte de ser absurdo, de esa manera estamos entrando en una especie de esquizofrenia absurda que nos va a destrozar. 

El Atleti no está bien. Seamos claros. No lo estaba antes de jugar contra el Barça, ni después, ni cuando faltaban diez minutos para terminar su partido contra el Celta, ni lo está ahora mismo. Pero una cosa es que no te salgan las cosas y otra que no quieras que te salgan. El Atleti no es un desastre en la dirección ni una colección de jugadores acomodados que no ofrecen todo lo que tienen. Es más, me ofende la mera insinuación de esta última afirmación. Me ofende escuchárselo al histérico que tengo sentado detrás en la grada y a tantos otros histéricos, del mismo estilo, que pululan por el cada vez más difuso universo colchonero. 

El Atleti ha cometido errores de planificación y seguramente está pagando cara esa grieta en la coraza que le protegía de las alimañas mediáticas y por la que se han colado ciertas críticas (discutibles) al “estilo de juego” que le han hecho dudar. Es verdad también que, por las razones que sean, hay jugadores lejos de su mejor versión pero no es menos cierto que no les sale nada. Todo eso, unido a la histeria colectiva, genera que un nivel de ansiedad en la plantilla que es muy difícil de gestionar.

Pero es que insisto, no sale nada. El Atleti lleva dos años fallando con el delantero centro (pieza clave en el esquema Simeone) pero, salvo para los gurús del análisis a posteriori, era algo difícil de prever. Jackson, a mí al menos, me parecía una opción solvente que acabó siendo un fiasco. Gameiro, internacional francés, fue la revolución de la Liga pasada. Hoy parece un señor asustado al que lo han puesto a jugar sin que lo supiera. No me gustó su fichaje desde el principio pero nadie podía esperar un resultado tan pobre. El plan era jugar con Augusto en el mediocentro defensivo (pieza clave en el esquema Simeone), alternándose con Tiago en partidos clave pero ambos se lesionan. Los rivales son cada vez mejores y juegan contra el Atleti como si fuese el partido de su vida. De hecho, lo es. A Oblak se le sale el hombro en el peor momento. Giménez se lesiona también cuando parecía volver a ser el que era. Saúl se lesiona cuando mejor estaba y tampoco vuelve a su mejor versión. Carrasco tres cuartos de lo mismo. Gaitán no terminar de superar la melancolía. Se sigue llegando a puerta contraria pero no se mete un gol ni queriendo. Para colmo todo el mundo empieza a fallar penaltis. La ansiedad crece y crece mientras los colchoneros posmodernos (alguno con más años que matusalén) se dedican a remar en dirección contraria cuestionando la premisa, chillando, abrazándose a una especie de futurología tramposa e insultando a diestro y siniestro. “Exigiendo” algo que todavía no me ha quedado muy claro el qué es. 

Ayer, en una metáfora deliciosa, muchos histéricos se marcharon del estadio cuando el equipo gallego marcó su segundo gol. Lo hicieron refunfuñando y echando pestes. Quedaban diez minutos, el Atleti parecía muerto, hacía frío y la lluvia no dejaba de caer sobre la grada del Calderón. Es lo que haría el prototipo de aficionado que maneja Tebas. Irse. Todo era incómodo. Pero allí, como siempre, nos quedamos los aficionados del Atlético de Madrid. ¿Sabíamos lo que iba a pasar? No, pero teníamos que aplaudir a nuestro equipo. 

Rogaría a los aludidos en esta pequeña anécdota que, en lo que queda de temporada, sigan interpretando exactamente el mismo papel que ayer. Los histéricos marchándose a su casa cuando llueve, los aficionados apoyando a su equipo y los jugadores engrandeciendo el escudo otra vez. Como sólo ellos saben hacer. 


@enniosotanaz

PD. El Celta es un equipo fantástico. Me declaro muy fan de Berizzo.


(Foto sacada de www.colchonero.com)


Baño de azar

Woody Allen nos enseñó en Match Point la diferencia que puede existir entre un anillo que rebotando en la barandilla cae en el río o se queda en la superficie. La historia estaba ahí mucho antes de ese momento. Era una historia de amor, celos y muerte construida a base trabajo, pasión y lógica que no tenía nada que ver con el devenir de una humilde joya. Dio igual. La vida del protagonista quedó vinculada a lo que finalmente le ocurrió a ese anillo. 

Viendo las caras sonrientes de los jugadores colchoneros al acabar el partido de Vigo, con un contundente 0-4 al fondo, me acordé de esa película. Del poder que tiene el azar. De lo frágil que es a veces la condición humana. De lo mucho que se parecen la vida y el fútbol. 

Antes, durante el descanso, las sensaciones no eran muy diferentes de las de hacía pocos días. El equipo seguía siendo sólido y dinámico. Había jugado relativamente bien y había controlado el partido pero eso es lo mismo que dijimos frente a Leganés y Alavés. El problema seguía estando donde siempre. En la definición. En esa incapaz misteriosa para hacer un gol que se negaba. 

Simeone había apretado filas y confiado en su vieja guardia. Ni un solo nuevo fichaje en la alineación titular (algo que ya ocurrió el año pasado). Funcionó para ganar intensidad y contener a un buen Celta de Vigo pero también salieron costuras con las que no contábamos. Asistimos a dos errores terribles (y raros) de Juanfran y a un Fernando Torres que, sinceramente, no lo vi. Me gustó mucho ver a Carrasco en el campo. Un tipo de jugador, vertical y diferente, que se distingue del resto de la plantilla y que, quizá por eso, debería estar en el campo al principio de todos los partidos. Me gustó todavía más ver cómo Koke y Saúl dejan de parecer piezas satélites y pasar a ser protagonistas del centro del campo. Me gusto igualmente esa evolución dinámica, en pleno partido, que va desde el legendario 4-4-2 a esa especie de 4-5-1 que deja suelto a Griezmann y que funcionó tan bien. 

Pero seguíamos sin meter gol. 

El final de la primera parte había sido del equipo de Berizzo (excelente entrenador) pero el Atleti volvió muy bien al campo. Tan bien como había comenzado el partido, no nos confundamos. Seguramente los analistas hablarán de una segunda parte prodigiosa del cuadro de Simeone (y lo fue) pero yo prefiero centrarme en otro cosa. En el anillo. 

Chris Wilton decidió deshacerse de las joyas robadas y tirarlas al Támesis cuando no habían pasado todavía diez minutos desde la reanudación. Griezmann recogió un balón muy largo que había caído en la banda cerca de la esquina del campo. Levantó la vista y vio al genio de Koke desmarcándose en solitario a toda velocidad en el segundo palo. El pase no era fácil pero puso un gran balón a cincuenta metros. La pelota llegó bombeada, rápida y difícil. Koke venía al límite y no pudo enganchar la pelota como hubiese deseado. El remate no fue del todo limpio. Podría haber salido fuera, golpeado en el larguero o sido atajado por el guardameta sin que nadie se hubiese sorprendido demasiado. Pero no. El anillo rebotó y se quedó en tierra. La autoría del crimen se fue a uno de los lados y no al otro. La pelota entró a bote pronto en la portería y el Atleti acabó siendo el Atleti y no una caricatura de sí mismo. Acabamos viendo a un equipo poderoso con tres de los mejores jugadores jóvenes de Europa (Griezmann, Koke, Saúl). Con un lateral izquierdo entre los mejores del mundo. Con un portero cada día más solvente. Con un entrenador galáctico. Con un banquillo prometedor. Con una contundencia tal que fue capaz de hacer cuatro goles en cuarenta y cinco minutos a un equipo que en un par de días juega la Europa League. 

Y todo por un puñetero anilló que decidió quedarse en el suelo después de rebotar. 

Como enseñanza me quedo con una moraleja que en el fondo ya conocía. Podemos discutir la lógica de las historias lógicas. Podemos defender la pasión y reclamar entrega. Lo que no podemos es intentar teorizar sobre las consecuencias de darse un baño de azar. No lo intenten.

@enniosotanaz

(Foto extraída de www.colchonero.com)

Allá ellos

Las reglas básicas del fútbol son bastante sencillas: un balón esférico que hay que meter dentro de una portería con cualquier cosa que no sea la mano y sin salirse de ciertas reglas técnicas. Ya está. Está muy claro lo que hay que hacer pero no el cómo. Es decir, aunque parezca difícil de creer siguiendo la actualidad oficial, en ningún sitio pone que dar doscientos toques en el centro del campo valga más que un pase vertical al hueco, que un túnel puntúe más que un despeje  o que una manoletina mirando al tendido mientras luces torso afeitado sea mejor que un poderoso remate de córner. En ningún sitio se define tampoco lo que es moralmente mejor, más espectacular o estéticamente más digno. Por eso en fútbol, como en cualquier otro deporte o como en la vida misma, si tu rival corre más que tú intentas ganarlo con algo que no implique correr (y viceversa). No se me ocurre además nada más digno en la vida que intentar ganar limpiamente a un rival que es mejor que tú. Es tan evidente que me siento ridículo teniéndolo que explicar. 

Siempre (y cuando digo siempre es siempre) me ha parecido tramposo y bastante mentiroso el debate sobre el estilo futbolístico pero mucho más cuando se practica exactamente después de una derrota y fundamentalmente cuando se hace para justificarla. Esa suerte de sentencia petulante que desde algunos Olimpos radiofónicos se emiten para compulsar las victorias como dignas o indignas. Como buenas o malas. ¿Quiénes son esos iluminados para erigirse en jueces de la razón? Y ojo, no hablo de opiniones, hablo de sentencias.

Ayer, después de sufrir una inapelable derrota por 0-2 y tras un partido en el que su equipo no había sido capaz de tirar una sola vez a puerta, un tal Aspas decía que es imposible jugar contra un equipo, el Atlético de Madrid, que "no propone nada". ¿Qué no propone nada? Semejante pataleta, que curiosamente se parece demasiado a las portadas de los diarios “profesionales” y a las soflamas de los creadores de realidad, no debería pasar de una torpe falta de respeto o una inocente estupidez enunciada por un rabioso jugador de pocas luces y mal perder. Pero no, a fuerza de ser repetida y amplificada por los “listos” del fútbol, se erige en mantra curativo, paliativo de males "menores" como... perder. Algunos, aupados en su propia soberbia, elevan el monólogo (que no debate) a categoría de dogma e incluso, a pesar de su manifiesta subjetividad, lo sitúan por encima de evidencias tan poco discutibles como el marcador. Y ojo, me duele escribir esto porque el que suscribe nunca ha sido resultadista. En esta misma bitácora (ustedes lo saben bien) he criticado (y lo seguiré haciendo) el mal juego de mi equipo. Ganando y perdiendo. Tantas veces como haga falta. A veces con dureza y a veces con desesperación. Eso sí, cuando sea verdad. 

Porque lo más triste de todo es que no lo es. No siempre. Ayer el Atlético de Madrid ganó a un equipo excelente como el Celta (lo cortés no quita lo valiente) y lo hizo con solvencia, con poderío, con personalidad y por momentos jugando bien. Repasen el vídeo. 

Había caído la mundial en Vigo durante el fin de semana pero el terreno de juego, afortunadamente, no fue un agente más del partido. Los de Berizzo (fantástico entrenador) salieron al campo tratando de imponer su juego pero Simeone tenía la lección aprendida del año pasado y no les dejó. Esa especie de cuatrivote abierto (Gabi, Saúl, Koke y Augusto) minó el centro del campo y los celestes no pudieron practicar su juego en ningún momento. Sobre todo a partir de que, tras la amenaza de un Orellana muy activo, neutralizasen la línea de creación celeste con un cambio de sistema, colocando ese 4-1-4-1 contemporáneo. Poco a poco los colchoneros fueron teniendo más balón, llevaron el partido al campo contrario y empezaron a jugar allí. Faltó precisión en el último pase, algo de creación (Augusto estuvo tímido, errático y poco activo) y capacidad de enganche (Vietto mejora por momentos pero le sigue faltando confianza) pero el partido era suyo. La mejor ocasión de la primera parte llegó con un remate de Griezmann en la frontal que se marchó alto. 

La segunda parte fue otra cosa gracias al tempranero gol del francés. Jugada de auténtico crack (lo que es) complementada por un soberbio movimiento de Vietto. Si el argentino sigue haciendo ese tipo de cosas será titular de un equipo que no tiene 9 y que probablemente tampoco se le espera ya. El gol fue letal para un equipo gallego mermado en su plantilla (es lamentable que le puedan quitar a uno de sus mejores jugadores a mitad de liga para armar al rival) e incapaz de atacar al conjunto que mejor defiende de Europa. El Atleti se puso además en modo de equipo grande y no sólo no pasó apuros sino que cerró el partido antes y con más facilidad de lo esperado. Alejó el peligro de su área (no recuerdo una sola ocasión del Celta), trianguló el balón cuando tuvo que hacerlo para agotar al rival y aprovechó los huecos del equipo gallego para ejecutar varios contraataques definitivos. En uno de ellos Yannick Carrasco, un jugador al que siempre habría que hacerle sitio en el equipo, resolvió con maestría delante del portero para hacer el definitivo segundo gol. Dicen que Jackson jugó un rato al final pero no puedo atestiguarlo.

Independientemente de lo que digan los gurús del Olimpo, gran partido del conjunto colchonero que termina la primera vuelta de la liga en lo más alto de la tabla. Un dato que creo que debería de ser visto como algo positivo y alentador para el resto del equipos despreciados por la galaxia pero que lamentablemente sirve para todo lo contrario. Algunos, como anónimos siervos de la gleba, prefieren desprestigiar, vilipendiar y despreciar al equipo "intruso", haciéndolo además con las ideas y los postulados del gran señor. Allá ellos. 

@enniosotanaz