Rutinas
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Miranda
At. Madrid 2 - Elche 0
Pasaban veinte minutos de la segunda parte y uno podia escuchar a través de la televisión el cálido sonido del Calderón cuando ruge. Sí, a través de la televisión. Desgraciadamente el partido coincidía con el Viernes Santo y por circunstancias de la vida uno no podía estar en la grada durante el partido. Bien que lo lamentaba. Pasaban los minutos, quedaba poco para el final del partido y mientras el sol lucía en lo alto, una nube negra saturada de leyendas y malos recuerdos parecía no querer abandonar el césped del Vicente Calderón. Uno se frotaba las manos en sentido anti-horario, posaba los pies en el suelo con cada balón parado e incluso obligaba a su padre a sentarse en el mismo sitio en el que habían estado viendo la victoria colchonera unos días antes pero nada. No daba resultado, así que no podía quitarme de la cabeza que a lo mejor era yo el culpable. Que haber impedido cumplir la principal rutina de todas, acudir al estadio, estaba siendo el problema. Un milagro echado a perder por mi decisión egoísta de no cumplir con mi “obligación”. Uno es medianamente sensato, leído, escéptico y con conocimientos suficientes de física newtoniana como para saber que la superstición es algo absurdo, inexistente, digno de la incultura y la falta de rigor... pero que quieren que les diga. Queda más elegante hablar de rutinas si quieren, pero estamos hablando de lo mismo. Aunque soy también consciente de que mientras uno se lamentaba de estar viendo el partido en el lugar equivocado, miles de colchoneros estaban pensando en lo mismo o lamentándose por algo parecido. Sintiéndose de alguna manera culpables de lo que estaban viendo. De alguna manera tan peregrina como la mía. Pero el Atlético de Madrid 2013/2014 parece que está por encima de mí, de supersticiones y de leyendas negras. De evidencias y nimiedades como ser superior o jugar mejor al fútbol. El Atleti de Simeone parece que también es capaz de mirar a los ojos a la suerte y convencerla de que pincha en hueso.
El partido contra el Elche fue raro hasta decir basta. Raro el día, rara la hora, rara la situación y raro lo que ocurrió sobre el terreno de juego. No pasaron cinco minutos desde el pitido inicial y ya sabíamos que no iba a ser nada fácil. Como alguna que otra vez anterior, el equipo salió lento, espeso y sin mucha claridad de ideas para manejar el balón y construir ocasiones de gol. Muchas veces esas limitaciones se suplían a base de intensidad y velocidad pero ninguna de las dos cosas aparecieron tampoco esta vez, lo que hizo que el Atleti pareciese una caricatura del equipo que es. Mucha culpa de ello, si no toda, tiene el excelente planteamiento táctico de Fran Escribá que colocó sobre el campo a un Elche muy bien colocado, con las líneas muy juntas, intenso en el centro del campo para desactivar al Atleti y con un descaro tremendo para manejar el balón con mucho más criterio que su rival. Algo de culpa tuvo también, desde mi punto de vista, la presencia de Adrián en la alineación titular. Al igual que Villa apenas entró en juego cuando el Atleti atacaba, fue incapaz de servir de transición cuando el Atleti tenía la pelota y su aportación defensiva resultó un handicap que debilitaba el centro del campo. Entiendo que Simeone quiera subir al tren a un jugador que puede ser muy útil en la recta final pero tener a Villa y Adrián a la vez en el campo, en esas circunstancias, me parece un lujo excesivo. La primera parte fue un auténtico calvario para los rojiblancos que sólo la mala fortuna de los alicantinos y San Courtois hicieron que no estemos ahora acordándonos de una tragedia. El Elche fue el único dominador del partido y tuvo al menos dos ocasiones claras de adelantarse en el marcador, ambas desbaratadas por el portero belga.
Mientras durante los quince minutos que dura el descanso a los colchoneros se nos agriaba el carácter y empezaba a paralizársenos el corazón, en la caseta intuyo que Simeone abría la tapa de las esencias para que el equipo cambiase de cara. Gracias a Dios y al cholo así fue. La segunda parte fue otra cosa. Con Raúl García por Adrián, sin demasiada calidad ni fútbol ni grandes de excesos pero con un Atleti recuperando sensaciones e intensidad y absolutamente dueño del balón, del tempo del partido y del campo. Queriendo ganar. Pero las ocasiones llegaron con cuentagotas y no con demasiada claridad. Las prisas no ayudaban nada y normalmente a la hora de rematar se podía divisar cierta ansiedad que complicaba todavía más las cosas. Pasados bastantes minutos ya, apareció un balón colgado al segundo palo que Raúl García no pudo rematar porque un defensa levantino se lo impidió. En cámara lenta parece penalti pero a mí en vivo no me lo pareció. Es de esos miles de penalties que ocurren en las áreas que, siéndolo técnicamente, casi nunca se pitan porque harían del fútbol un deporte lento e insoportable de ser disfrutado. Villa sustituía en el lanzamiento a un Costa que había fallado demasiado últimamente desde el punto fatídico pero el Guaje se solidarizó con su compañero lanzando el balón flojo y mal al centro de la portería para que el portero rival lo parase. Las nubes negras se hacían cada vez más densas sobre el Calderón.
Y avanzaba el tiempo, con un Atleti siendo excesivamente vertical y al límite de perder la paciencia pero con el suficiente criterio y profesionalidad todavía como para no perder los papeles. Mientras en el césped no llegaba la maldita ocasión, en la grada los corazones colchoneros rozaban el infarto. Faltando menos de veinte minutos la tensión alcanzó límites exagerados pero afortunadamente, como aquella otra vez de cuyo nombre quiero acordarme, apareció la cabeza de Miranda para que por fin tomásemos conciencia de que en el cielo brillaba el sol. Excelente balón botado por el principito Sosa desde la derecha que el brasileño conecta con la testa para cambiar la dirección del balón al palo contrario. 1-0. Si el grito de Simeone no sonó en toda la capital fue porque acabó mezclado con el de el resto de colchoneros que estábamos sufriendo. Era el grito de la tensión acumulado. De los que seguían y siguen soñando. Lo que quedó de partido fue simplemente una dulce agonía, no demasiado severa, con un Atleti en modo replegado y un Elche incapaz de hincar el diente a esa espesa roca que es el equipo madrileño cuando se coloca así. Diego Costa, de penalti claro, hizo el segundo gol cuando quedaban pocos segundos, algo que agradecieron los nervios de los aficionados rojiblancos.
Una final menos y tres puntos más. Fin del análisis. A bajarse las medias, a recuperar fuelle y a encarar la siguiente final. El siguiente partido. Ahora más que nunca les pido que hagan caso de Simeone. Olvídense de consumir bazofia. Olvídense de calculadores, apuestas e historias de brujas. Nadie sabe lo que va a pasar. Ustedes tampoco. Partido a partido. Final a final.