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200 temas de mecánica

At. Madrid 1 - Granada 0

La asignatura de Mecánica del segundo curso de la antigua carrera de Ingeniería Industrial tenía un contenido de más de 200 temas. Cada uno de ellos era una farragosa y generalmente complicada demostración matemática de fenómenos físicos, como el péndulo de Foucault o la curva braquistócrona, que requiere un esfuerzo de abstracción y conocimientos de cálculo avanzado. En el examen, el pomposo catedrático sacaba un número aleatorio que se correspondía con alguno de esos temas y esa era la mitad del ejercicio. Completar la demostración de forma perfecta. Valía 5 puntos y la alternativa, no completarla con éxito, equivalía a obtener un cero. Ahí estaba la clave para aprobar la asignatura dado que los otros 5 puntos venían de un problema práctico que generalmente era imposible de resolver incluso para premios Nobel de Física. No resultaba una asignatura fácil y el número de alumnos que se acumulaban en sus listas era de proporciones bíblicas. Fue una pesadilla, pero saqué una gran lección de todo aquello que no es precisamente el puñado de nociones de dinámica Newtoniana ni la elegante aplicación del principio de Hamilton. Fue la forma de enfrentarme a los retos complicados. Había alumnos que veían los 200 temas en bloque y directamente pensaban que era imposible aprenderse todo aquello. Se convencían en un vistazo de la inutilidad de enfrentarse a algo que parecía evidente. Muchos dejaron incluso la carrera en ese punto. Ver esa montaña de papeles en bloque y pensar que tenías que metértelo de forma razonada en tu cabeza era algo impresionante que provocaba un miedo al abismo que impedía incluso empezar a mover los pies para andar. Resultó mucho más efectivo aplicar entonces el “partido a partido”. Esa técnica sencilla y antigua que sin embargo tiene más calado de lo que muchos iletrados que ocupan nuestros medios de comunicación (algunos rozando incluso el analfabetismo), son capaces de entender. La técnica se basa en concentrar los esfuerzos exclusivamente en el siguiente paso, como forma definir retos factibles y evitar escuchar el ruido aterrador del premio imposible. El único objetivo era aprender lo mejor posible el siguiente tema y nada más, sin reparar nunca en cuánto duraría aquello o en si lo más fácil o lo más difícil estaba o no por venir. Así, uno detrás de otro. Concentrándose en llegar vivo al siguiente paso. Sin levantar la vista ni especular con cosas que no estaban al alcance. Aprobé, claro, lo que me hizo ser un furibundo creyente de esa religión. Simeone lleva meses tratando de inculcar la misma filosofía en los aficionados colchoneros. También ha tratado de explicársela a los periodistas pero o no lo quieren entender o realmente no tienen capacidad intelectual para hacerlo. No caigamos nosotros en el error de imaginar cuentas. De hacer de videntes. No hagamos lo mismo. No escuchemos los cantos de Sirena. Pensemos exclusivamente en el siguiente partido porque, como siempre dice el propio Simeone, eso nos va bien y nos hace fuertes. Olvídense del calendario. Olvídense de las salidas o del último partido y concéntrense en el Athletic Club de Bilbao. Lo sé, pero nadie dijo que fuera fácil.

Perdonen esa introducción tan larga pero es que del partido contra el Granada se puede hablar mucho de emociones y muy poco de fútbol. Ni la insultante hora elegida por la mafia que domina la liga española fue capaz de retirar del Vicente Calderón esa mística y ese sonido que se ha instalado esta temporada en el coliseo rojiblanco. Una entrada bastante decente, para lo indecente de la hora, que estuvo con su equipo desde el principio. Un equipo que saltó al campo demasiado consciente probablemente de lo que había en juego. Bien colocado, mandando y dominando el juego, pero con la sensación de tener la zapata del freno echada. Con cierta aprensión a cometer errores. Tampoco ayudó mucho una alineación que desde mi punto de vista no se correspondía con las necesidades del encuentro. Comprensible la salida de un errático Insúa en lugar del sancionado Luis Filipe pero el acompañamiento en banda del Cebolla es algo que se escapa a mi entendimiento. Decían que podía tener la misión de tapar la incertidumbre que provoca el bueno de Insúa pero para mí el uruguayo no recorta la incertidumbre sino que la amplifica. Pero no creo que sea él el principal responsable del mediocre partido que hicieron los colchoneros. Mucho más responsabilidad tuvo la escuadra rival, un Granada muy bien plantado en el campo que había estudiado al enemigo con gran acierto. Tapando a Diego Costa y dejando a Villa que se perdiera en su propio bosque, cerrando las puertas de Arda (el único capaz de cambiar el sentido de las agujas del reloj) y obligando a los medios centros a tener que jugar muy atrás. Desgraciadamente para los andaluces, su sistema era puramente defensivo y en ataque todo lo dejaban a la inspiración improvisada de sus hombres de arriba, pero ahí tenían un par de puntales (El-Arabi y sobre todo Brahimi) que pusieron las cosas difíciles a la defensa colchonera en varias fases. La primera parte fue eso, centrocampismo estéril que moría en las inmediaciones del área. Salvo un gol anulado a Costa y las jugadas a balón parado, no hubo mucho más.

La segunda parte fue muy parecida de inicio pero con la salvedad de que el Atleti se fue descaradamente hacia arriba para tratar de meter un gol por lo civil o lo criminal. Con muy poco fútbol, eso sí, lo que me hace volver a intentar entender por qué no estaba Diego Ribas en el campo. Pensamiento que se hizo todavía mucho más fuerte cuando Sosa entró por Cebolla como primer refuerzo. Probablemente sea de los pocos que reclama a Diego de titular y por su puesto esto no supone ni un átomo de merma en mi confianza en Simeone, pero no entiendo que no juegue cuando es el tipo de jugador que tiene precisamente aquello de lo que adolece el equipo. El Principito tuvo sin embargo buenos detalles en el campo. Sigue mostrando una indolencia que asusta y le falta entrar más en juego pero poco a poco intuimos porque está jugando en este equipo. Suyo fue de hecho el saque de esquina que motivo el único gol del partido. Balón al área que esa bestia llamada Diego Costa remató a la red. 1-0. La grada respiraba aliviada pero consciente de la dificultad de lo que estaba pasando en el césped se puso a alentar a su equipo. Un equipo que se echó para atrás a defender el resultado provocando el pánico entre los que nos congelábamos en la grada. Realmente el Granada no tuvo una sola ocasión de gol pero la sensación hasta que terminó el encuentro fue la de que en cualquier momento podía ocurrir lo peor. Pero no, lo que ocurrió fue que el Sevilla marcaba en su estadio y ganaba al Real Madrid. Dato que provocó el delirio del respetable y que nos recordó lo bonito que es el fútbol cuando los partidos de liga se juegan a la vez.


Tres puntos más. Somos todavía más líderes y quedan 8 partidos. Estamos casi en abril, falta poco para que acabe el fútbol de clubes, está todo por decidir y el Atleti está en la pomada. Hace ocho meses soñar con esta situación se asemejaba bastante a estudiar 200 temas de Mecánica. Tenemos la suerte de vivir un milagro, un sueño, que se puede tocar y sentir. Paladear y degustar. Aprovechémoslo. No seamos tan estúpidos de sufrir por cosas por las que no merece la pena sufrir. Especialmente porque ni siquiera han ocurrido.

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Evidencias y bailes regionales

At. Madrid 0 - R. Madrid 2

Cuando hace un semana el señor que iba vestido de colegiado pitó en final del partido con un reluciente 3-0 en el marcador para delicia de periodistas, empresarios y todas esas personas que glosan las estadísticas fundamentales de este país, servidor, que no pertenece a ninguna de las categorías anteriores, olvidó por completo el Campeonato de España (Copa del Rey) de la temporada 2013-2014. Ipso facto. Sin posibilidad de recuperación. Pasaba a ser un torneo, como el resto de torneos futbolísticos en los que está Barça o Madrid pero  no está el Atleti, que no me merece el menor interés. Por razones obvias, además. Pero el rodillo mediático compuesto por horas y horas de televisión, de radio, millones de megas en internet y toneladas de ese papel que se estropea para describir estupideces, siempre alrededor del Real Madrid, necesitaba que la llama no se apagase. Que siguiese viva hasta el siguiente partido del siglo para que su producción diaria de alfalfa no se viese mermada. Pero un servidor hace lustros que no comulga con todo ese mundo imaginario. Me da absolutamente igual lo que digan. Sus cuitas y demonios. La eliminatoria estaba resuelta y el Real Madrid había sido mejor. Lo sabíamos todos. Desde Simeone a los periodistas. Desde el colegio de árbitros (que por fin podían relajarse) hasta ese ser divino con poderes de protagonista de cómic de la DC llamado Florentino Pérez. Desde el Mono Burgos hasta el que esto escribe.

Lo siento por todos aquellos colchoneros que cayeron burdamente en la trampa de la remontada y ese pastiche prefabricado por el mercado sobre leyendas y momentos espectaculares. Era todo mentira. Más falso que una tertulia de TikiTaka o una columna de Manolete. Y no seré yo quien reniegue del romanticismo en el fútbol o de las empresas imposibles, Dios me libre, pero hay cosas que se caen sobre su propio peso. Esta era una de ellas. Meterle cuatro goles al Madrid sin que además el rival marque es una empresa imposible para casi cualquier equipo del mundo. Mucho más para un equipo con la décima parte de presupuesto como el Atlético de Madrid, incluso en su mejor momento. Mucho más para el Atlético de Madrid sin estar en su mejor momento. Y mucho más para el Atlético de Madrid jugando con los reservas. Decía ya en la previa que si de mí dependiese no hubiese gastado una sola partícula de energía en el partido de vuelta de la copa y muchos colchoneros, por los que siento admiración, no lo entendieron. Apelaban a la épica y al socorrido “dejarse los huevos en el campo”. Lo entiendo, pero a mí no me salía. Me parecía un esfuerzo vano y artificial que podría traer muchas desventajas y ningún beneficio. Me temo que a Simeone, que ya hizo algo parecido el año pasado en la Europa League, le pasaba lo mismo. Y fíjate, mientras lo del año pasado no lo entendí, lo este año lo entiendo perfectamente.

Cuando camino del Calderón vi la alineación que saltaba al césped, me quede más tranquilo. Las posibilidades de pasarlo mal en el campo, por estar a punto de conseguir lo imposible, se reducían con  cada nombre: Aranzubía, Insúa, Cebolla, Sosa, Raúl García,… Pero es que cuando el balón echó a rodar se disiparon por completo. El Madrid, dispuesto a no sufrir, se colocó bien en el campo y se puso a marear el balón mientras el Atleti se estrechaba cerca de su área corriendo detrás de la pelota sin demasiada fe. Tardando mucho en robar el balón (por falta de intensidad y por mala colocación) pero haciendo el ridículo cada vez que ocurría. Y es que meter tres goles sin delanteros es francamente complicado. Porque Raúl García es rematador (y poco más) pero no es delantero. Ni tiene movimientos, ni tiene picardía, ni tiene velocidad. Si encima el balón se lo tiene que dar Cebolla o Sosa (cada día más indolente y menos jugador) la misión se antoja imposible. Diego como si no hubiese salido. A los pocos minutos Mario Suárez, un jugador muy interesante cuando está en forma pero muy peligroso cuando no lo está (y no suele estarlo), perdió el balón de forma infantil en la zona crítica lo que provoca que Cristiano Ronaldo coja el balón en su lugar favorito y en las mejores condiciones posibles. El pobre Manquillo, que todo lo que tiene de superlativo en ataque lo tiene de déficit en defensa, intentó parar al portugués corriendo como el mercancías, con tan poco tino, que arroyó al morador de la galaxia por el camino. Él propio astro de todos los astros convirtió el 0-1, deleitándonos posteriormente con una de esas celebraciones tan plásticas y que tan bien concuerdan con el señorío de la institución a la que representa. Minutos después, con un lanzamiento al palo de Raúl García entre medias en el único lance decente del equipo en toda la primera parte, el encargado de hacer una demostración de cómo no se defiende fue el otro lateral, Insúa, que decidió zancadillear a Bale y sus millones, cometiendo otro penalti igual de claro y absurdo que el anterior. El astro de todos los astros volvió a marcar y a ofrecernos al planeta tierra otro de sus bailes regionales. 0-2. No habían pasado ni quince minutos.

El roto podría haber sido de escándalo pero el Real Madrid decidió tirar de pragmatismo, no entrar en guerrillas, bajar el ritmo y dejar correr el tiempo. Yo, sinceramente, lo agradecí desde la grada. El Atleti aparecía inofensivo e incapaz ni siquiera de conseguir tirar a puerta. La segunda parte tuvo otro color, con un Atleti con algo más de mordiente y mucho más incisivo pero tampoco consiguió despeinar a los de blanco, que se dedicaban simplemente a pasarse el balón en zonas libres de peligro. Hubo alguna llegada (especialmente destacable la mano que Casillas saca para sacar un tiro de Sosa en lo que fue la mejor jugada del partido) pero todo cae fundamentalmente en la zona de la anécdota.

No quiero acabar esta crónica con un sentimiento pesimista. No lo tengo. Igual que hace dos meses, sigo pensando que es un puto milagro que el Atleti esté donde está. Compitiendo en la élite, tocando las narices a los que antes ni nos dirigían la mirada y llamando a puertas que normalmente veíamos por televisión. Nos elimina el Real Madrid en semifinales y no el Albacete en primera ronda. No perdamos la perspectiva. No caigamos en la trampa del rodillo mediático y apliquemos a los de Simeone las reglas que se utilizan para equipos, como el Real Madrid, que con lo que han costado dos de los jugadores que normalmente están en su banquillo se puede arreglar el presupuesto anual del Atleti. Seamos honestos a diferencia de “nuestros” periodistas. Seamos humildes a diferencia de nuestros rivales. Miremos adelante y por supuesto, nunca dejemos de soñar, porque no tenemos razones para dejar de hacerlo.





PD. El lanzamiento del puñetero mechero es lamentable. Cualquier multa o sanción que le apliquen al autor de esa cobardía me parecerá poca. Cualquier intento de asociación de ese hecho concreto con la afición del Atlético de Madrid me parecerá torticero y repugnante.

Va por usted.

At. Madrid 4 - Real Sociedad 0

Hace unos días, con toda la solemnidad de algo importante, me preguntaban por un jugador del Atlético de Madrid que, en mi opinión, representase lo que es el Atleti. En ese momento, en menos de un segundo, se me pasaron por la mente los cientos de jugadores que he visto con la elástica rojiblanca pero por alguna razón elegí instintivamente a uno al que nunca he visto jugar: Luis Aragonés. Lo dije porque así lo sentía y porque así lo siento. Porque muchas veces en mi vida me he sentido orgulloso de que esa persona fuese del mismo equipo que yo, y eso no es algo que me pase tan a menudo. Entendía como mía, como nuestra, su forma de entender el fútbol. La fidelidad, el juego, los jugadores, el orgullo, la pasión, la gloria, el desaliento, la disciplina. La Biblia de Luis era nuestra Biblia. Es nuestra Biblia. Y sí, sé que Luis no era perfecto pero es que nadie lo es. Los que somos de este equipo, lo somos entre otras cosas porque sabemos que la vida es así, imperfecta. Y nos gusta. Con subidas y bajadas, con momentos arriba y momentos abajo. Los que somos del Atleti huimos de la mediocridad y los tonos seguros pero grises de los aburridos. Luis no era así y nosotros tampoco. Los que somos del Atleti no nos sentimos cómodos con esas fotos satinadas de gente bañada en gomina, de premios pluscuamperfectos y promesas de felicidad constante e infinita. Pensamos que tienen trampa. No nos lo creemos. Luis tampoco. Ayer Don Luis Aragonés nos dejó solos en este mundo pero somos muchos los que hemos entendido su legado. El primero de ellos, nuestro equipo actual que como mejor homenaje a nuestro ídolo ha escalado hasta lo más alto de la clasificación para despedir al más grande. Transformando en fútbol sus palabras: y ganar y ganar y ganar y volver a ganar.

No creo que me salga urticaria por decir que, por una vez, me parece que el club ha estado a la altura de las circunstancias. Lo estuvo ayer cuando rápidamente movilizó su web y las redes sociales para liderar las riendas del pequeño tributo a nuestro querido 8 y lo ha estado hoy con ese homenaje que le ha brindado en el Calderón. Un homenaje sencillo, que lejos de ser rimbombante o estrambótico ha resultado entrañable, creíble y emocionante. Un breve video por los videomarcadores anticipaba la salida de un puñado de ilustres colchoneros de todos los tiempos que llevaban en sus manos una inmensa camiseta rojiblanca con el número 8. El estadio era ya un clamor y se desgañitaba gritando el nombre de Luis Aragonés. Pero me ha emocionado todavía más otro detalle, seguramente improvisado, que se ha producido durante el minuto de silencio. En ese momento el capitán del Atleti, Gabi, se ha llevado al equipo hacía el lugar en el que estaban los veteranos para abrazarse a ellos en esos segundos. Mi piel de gallina era la piel de gallina del resto de personas que tuvimos la suerte de estar en las gradas, viendo a varias generaciones distintas de colchoneros que despedían juntos y abrazados a un ícono de su equipo. De nuestro equipo. La Real Sociedad, por cierto, no llevaba brazalete negro. Supongo que no tenían nada por lo que rendir homenaje. En fin,...prefiero ahorrarme los comentarios.

Luis no era muy amigo de celebraciones y fiestas pre-partido. Yo tampoco, la verdad, aunque lo de hoy era inevitable. Pero según empezó a rodar el esférico, el runrún se apoderó de la grada, rememorando otras ocasiones parecidas, de inicio festivo y final trágico. El inicio del encuentro además no ayudó mucho a quitarse el fantasma de encima cuando vimos un Atleti parado y espeso enfrente de una Real Sociedad muy bien plantada y sin ganas de arriesgar un ápice. Como una tregua pactada sin pactar, los equipos no hicieron nada (con permiso de una peligrosa diagonal de Diego Costa que paró el cancerbero txuri urdin) hasta que en el minuto 8 el estadio abandonó el silencio inicial y empezó a cantar a coro el nombre del verdadero protagonista de la noche. A partir de ahí, tras unos minutos de incertidumbre en los que los gipuzcoanos metieron a los de Simeone en su área, el Atleti tomó por fin el balón y se hizo dueño del partido. Y empezó a moverlo con criterio con un Mario renacido (buenos minutos iniciales tras su lesión) y un Koke hiperactivo que sin embargo no estaba tan acertado como otras veces. Arriba Diego Costa se peleaba (ganando) con todos mientras Villa parecía con más chispa que otras veces. Volvió a gustarme mucho, otra vez, el bueno de Insúa que sin limitar su labor defensiva estuvo bastante acertado también en ataque. Al que sigo sin ver es al principito Sosa. Creo que necesita hacer bastante más para ser titular en este equipo. El Atleti fue claro dominador de la primera parte pero hasta casi el minuto 40 no llegó el primer gol y lo hizo gracias a una acción de coraje de Insúa que roba muy arriba, abre el balón a Diego Costa y  éste cruza el balón al centro de la portería donde estaba el guaje Villa para marcar. Un guaje, que había mostrado ya antes su adoración por Luis, y que decidió dedicarle el gol en una emotiva celebración que todos sentimos como nuestra. Una pena que se lesionase poco después porque llevaba un par de partidos cogiendo buen tono.

La segunda parte comenzó con una cara bien distinta. La Real dio una paso adelante, Carlos Vela decidió tomar el mando del ataque guipuzcoano desde la izquierda y el Atleti, incomprensiblemente, reculó. Mientras los donostiarras se quedaban con el balón e imponían su juego con bastante criterio, el Atleti juntaba demasiado sus dos línea defensivas y dejaba muy separada la línea de arriba. El partido se puso feo para los locales así que Simeone echó una mirada al banquillo y por allí vio a Diego. El brasileño había llegado ayer a Madrid y sin entrenar una sola vez entró en la convocatoria. Su salida al campo tuvo sin embargo el efecto de una sustancia estupefaciente prohibida. El equipo parecía otro y Diego parecía llevar toda la vida entre sus compañeros. Una prueba más de que esa cantinela del periodo de adaptación es algo que no aplica a los buenos. Este Atleti es mucho Atleti y sin que antes sufriese verdaderas ocasiones en contra, la nueva versión del equipo era otra cosa y ya en el primer zarpazo que dio metió el segundo. Error de Vela (creo) en banda izquierda que aprovecha Raúl García para meter un gran pase a la espalda de la defensa rival. Diego Costa recoge el balón con velocidad para encarar la portería y marcar su vigésimo gol en liga. Una barbaridad lo del hispano-brasileño. No me canso de decirlo.

A partir de ahí lo que vimos fue un recital del equipo de Simeone dirigido y orquestado por un Diego que promete buenas dosis de fútbol. Que era exactamente el tipo de jugador que necesitábamos es tan evidente que duele, pero mejor no echemos la vista atrás. El tercero de la noche cayó tras un córner (¡qué sorpresa!) en el que Miranda entra como un toro para incrustar el balón en la red. El cuarto llegó de los pies de Diego que si ya llevaba minutos rondando el gol esperó a un pase del Cebolla desde la izquierda para debutar de la mejor forma posible en su segunda llegada a la orilla del Manzanares.


3 nuevos puntos obtenidos en el inexpugnable Vicente Calderón que, ahora sí, deja al Atlético de Madrid en lo más alto de la tabla y además en solitario. No ocurría desde 1996, el día que el Atleti se proclamaba campeón de liga, pero no podía haber llegado en un día más señalado. Hasta siempre Luis. Va por usted. 

Gota China

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Aparecía Simeone con este rostro curtido y serio con el que afronta las ruedas de prensa normalmente. Escondido tras esa mirada que parece transmitir el cansancio de sus jugadores y envuelto en ese sonido discreto, monótono, del que se sabe ganador. Del que es muy consciente del trabajo bien hecho, muy bien hecho, pero que aún así procura por todos los medios guardar, bien oculto, cualquier reducto de petulancia o soberbia que pudiera quedar pegado por algún sitio. El Atlético de Madrid acababa de clasificarse para las semifinales de la Copa del Rey en un partido complicado, frente a un rival en un gran momento y en un estado que hasta ese instante estaba inédito para los equipos visitantes. Pero Simeone se rindió. Prescindió de esa coraza fría que usa para los periodistas, olvidó por un momento el mantra de vivir el momento pensando en el partido siguiente y se rindió. Se rindió a sus jugadores. Con honestidad y admiración. Felicitó a los once jugadores que habían saltado al campo como si estuviese felicitando a once héroes que logran llegar a un terreno para el que no estaban destinados. Se rindió momentáneamente para reconocer, a su manera, que lo que está haciendo este equipo es sobrenatural. Imposible. Inexplicable. Como si hubiese llegado a un punto que sobrepasara incluso al propio Simeone. Pero ahí está el Atleti. Como una roca, sólida y robusta, que no deja de girar y que jamás se aparta del camino. Como una gota china que cada cinco minutos golpea.

Pero no fue fácil. El partido se presentaba complicado, a priori, debido a una serie de agentes internos y externos que no beneficiaban a los rojiblancos. La realidad no defraudó. Los del Cholo se presentaban en el campo con una serie de bajas más que significativas y enfrente aparecía una Athletic crecido tras sus últimos resultados, confiados en utilizar el factor campo como un elemento más con el que competir. El plan parecía claro: contener a los vascos para salir en vertical y a punto estuvo de salir enseguida. Hasta el punto de poder haber resuelto el partido ya en el primer minuto. Una diagonal que deja a Diego Costa delante del portero pero que sin embargo el hispano-brasileño tiraba contra Herrerín. Mal síntoma para el delantero, que volvía a mostrar esa ansiedad frente al gol que ya habíamos observado en los últimos partidos. Pero esa primera jugada fue un espejismo. El Atleti, muy lejos de su mejor versión, hizo una primera parte muy pobre. Una primera parte que levantó las señales de alarma en los seguidores colchoneros, que durante muchos minutos no reconocieron a su equipo. Defendiendo excesivamente atrás y totalmente a merced del conjunto bilbaíno que, con buen manejo de balón, rapidez y ayudas en ataque, controlaban completamente el partido. Me gusta mucho Valverde. La cosa se puso todavía peor cuando Filipe Luis se rompió el aductor peleando un balón en banda y tenía que abandonar el campo dejando su sitio a Insúa. Irónicamente esa fue una de las notas positivas del partido ya que el argentino completó un partido muy serio en todos los aspectos, disipando así las dudas que probablemente habían empezado a surgir respecto a su fichaje y levantando las esperanzas sobre su futuro en rojiblanco. Hay jugador. 

Pero el partido seguía igual, no por problemas defensivos, sino por lo poco que le duraba el balón a los de Simeone y la mediocridad con la que lo utilizaba cada vez que eran capaces de recuperarlo. La razón, para mí, estaba clara. Formar una línea de tres cuartos con Cebolla, Adrián y Raúl García es regalar el balón y el control del partido al equipo contrario. El primero brega y trata de salir en vertical pero rara vez combina con criterio y no está llamado para la creación. El segundo, aunque se le vio más que otras veces, sobre todo en la segunda parte, no está y cada vez son menos los que le esperan. El tercero, que además estaba colocado como delantero dejando la banda a Diego Costa, es un portento en el remate y la segunda jugada pero pobre en la combinación y bastante flojo en la creación. La presión no salía, las dos líneas de 4 se juntaban muy atrás y el equipo se limitaba a achicar agua. Enfrente los de Valverde se gustaban mientras poco a poco se lo creían. Los últimos 15 minutos fueron de pesadilla para el Atleti con un par de remates de Mikel Rico bastante peligrosos y finalmente el gol de Aduriz tras remate de cabeza a la espalda de Godin (muy parecido, e igual de falta, que el que el uruguayo les metió en la ida). A partir del gol el Athletic crecía de forma proporcional al hundimiento colchonero, pero en ese momento volvió a aparecer, por enésima vez, el bueno de Courtois. Un auténtico crack sobre el que no redundara más que para reconocer que es un pilar sobre el que se cimentan muchos de los éxitos del equipo.

La segunda parte fue otra cosa. El Atleti, consciente de que necesitaba marcar para pasar la eliminatoria, salió con otro tono al campo. Cambió el esquema (Costa recuperaba su posición en punta), empezó a presionar mucho más arriba y se fue a por el partido. A los 5 minutos el Atleti había hecho más con el balón que en toda la primera parte. Había estado también a punto de empatar con un remate de Costa de cabeza que Herrerín sacó de la misma línea de gol. A los 10 minutos un nuevo ataque por la izquierda coloca el balón en el segundo palo para que Raúl García lo remate bien de primera sin demasiada fortuna. El rechace vuelve a la misma zona del campo, se vuelve a colgar al segundo palo y Raúl García lo vuelve a rematar de primera, pero esta vez en semifallo. Lo que son las cosas, esta vez el balón entró en la portería. 

Con el 1-1 los equipos volvieron a asumir el papel que habían interpretado en la primera parte pero el guión era ahora otro y lo escribía el Atlético de Madrid. El Athletic volvía a tener el balón pero ya no llegaba, chocando una y otra vez con el muro de Simeone. El Atleti volvía a ponerse la camiseta de la especulación pero esta vez con sentido y criterio. Cerrando huecos, tirando de ayudas y teniendo la portería contraria en la cabeza cada vez que robaban el balón. Así, sin demasiados sobresaltos, estuvimos muchos minutos hasta que un soberbio pase de Koke dejaba a Diego Costa encarando completamente solo al portero rival, regateándolo y haciendo el segundo gol. Justo premio para el hispano-brasileño que completaba una segunda parte soberbia de brega, fijación de la defensa, protección de balón y tirada de diagonales. Costa es un jugadores excepcional al que sin embargo no le duele en prenda bajar al barro si hace falta. Chapeu, a esa versión del jugador. Poco más tras el gol. El Atleti contemporizó con mayor inteligencia mientras el Athletic abandonaba sus esperanzas con la misma celeridad que sus aficionados abandonaban las gradas del nuevo San Mamés.


El Club Atlético de Madrid volverá a disputar una semifinal del título del que es vigente campeón. Espera un Miura como el Real Madrid pero esa es otra historia que abordaremos en su momento. Hoy prefiero quedarme con ese guiño del destino, ese favor a la historia, que hace que el primer equipo que gane al Athletic Club de Bilbao en su nuevo estadio sea precisamente el Athletic Club...de Madrid.   

Propia medicina

Villarreal 1 - At. Madrid 1

El Atlético de Madrid ha conseguido hoy un punto que no mereció en un mal partido, probablemente el peor de lo que va de liga, frente al mejor rival con el que se ha enfrentado desde que empezó a rodar el balón allá por el verano. Esa es al menos mi humilde opinión. Ahora podemos ponernos a buscar fisuras, descosidos, problemas y errores en nuestro equipo. Los hay, sin duda, pero creo que todo lo que podamos decir tendrá bastante que ver con el rival. Y es que a veces olvidamos que no estamos solos en esto. Se nos va de la cabeza el equipo que somos, de dónde venimos y también cómo hemos llegado hasta aquí. Construyendo un equipo de la nada y a base de trabajo, inteligencia y hacer las cosas bien hechas. El Villarreal ha empatado hoy un partido que mereció ganar haciendo precisamente eso. Superando las dificultades con ingenio, fútbol y entrega generosa. Haciendo un gran partido y jugando muy bien al fútbol. Eso que tantas veces nos ha servido a nosotros. Hemos tenido que beber de nuestra propia medicina y quizá eso sea algo a lo que no estemos acostumbrados pero que nos puede venir bien.

Pero el partido tiene más lecturas. Comenzó de forma inmejorable para los de Simeone. Un gran desborde por la banda de Juanfran (de los mejores del equipo colchonero) consigue colocar un buen balón en el centro del área que Koke intenta rematar y Mario mete en propia puerta. Todo se ponía de cara para los rojiblancos pero en los minutos siguientes ocurrieron varias cosas que fueron claves para el partido. En primer lugar la ambición del Villarreal. Un equipo por el que siempre he tenido simpatía. Por su forma de construirse como club, por su forma de plantear el fútbol y por su desempeño dentro del campo. A pesar de una afición que quizá este demasiado empapada con ese desagradable síndrome del “nuevo rico” que no le sienta nada bien, el Submario Amarillo es un ejemplo en muchos aspectos. A base de balón, coraje y fútbol, aupados sobre todo en ese mediocentro excelente que se llama Bruno, los jugadores de Marcelino se fueron a por el partido y se lo quedaron. Enfrente el Atleti aparentaba mostrar su habitual cara en estas ocasiones pero  era un espejismo. La tradicional presión brutal de los madrileños no era tal. En parte por el buen manejo de balón y la intensidad local, en parte por la falta de intensidad y desequilibrio visitante. El Atleti empezó entonces a mostrar ciertas inseguridades atrás, con un Insúa nulo en ataque y flojo en defensa y un Alderweireld aparentando solvencia pero mostrando dudas. Tiago, mucho mejor cuando el equipo domina los partidos que cuando tiene que defender, se veía desbordado y Gabi tampoco daba a basto. Koke trataba de echar un cable en defensa pero se le veía especialmente espeso. Como perdido. Eso le penalizaba la fase creativa y aparecía muy lejos del balón, lo que acrecentaba el problema. Al Atleti no le duraba nada el balón en los pies. Con Koke perdido, Raúl García volvió a recordar al eterno Raúl García. Ese jugador incapaz de sacudirse la presión y dar un pase en condiciones en el momento adecuado. Arriba Diego Costa, perdido en el juego, volvió a mostrar su cara más desagradable. Villa, otra vez, ni está ni se le espera. No entiendo ese empeño de Simeone en seguir jugando con dos puntas en los partidos de fuera, sobre todo con un Villa en ese estado. No aporta nada en ataque y con él perdido arriba el centro del campo se resiente. La primera parte fue todo un acoso del equipo castellonés frente a un Atleti absolutamente carente de fútbol, de juego y de creatividad. Justo lo que era necesario para quitarse la buena presión y el empuje del rival. Aún así el 0-2 podría haber llegado perfectamente antes del descanso si el árbitro ve un claro penalti a Villa cuando estaba a punto de rematar de cabeza otro pase excelente de Juanfrán. 

Uno, que está mal acostumbrado a la magia del Cholo Simeone, estaba convencido de que el descanso sentaría bien al equipo madrileño y que la segunda parte presentaría una cara muy diferente. Nada más lejos de la realidad. El partido siguió exactamente por los mismos derroteros o incluso peores. El Villarreal asentado en su empeño por llevarse el partido y el Atleti hundido en esa versión tristemente especulativa y carente de recursos. Cualquiera podía ver que el gol del equipo de Marcelino estaba a punto de caer pero el Atleti aguantó, achicando agua y generando poquísimo fútbol, bastante más de lo esperado. Por un momento llegó a pasar por las mentes colchoneras el espejismo de que se podían acumular tres puntos más, pero por una vez hubo justicia en el fútbol y el Villarreal empató en la enésima llegada que tuvo. Perbet entró al área tapado muy mal por Tiago, Alderweireld que se lo come (acrecentando esa leyenda que dice que defender en Holanda no es defender en España) y el pase de la muerte que dio a Uche es metido en propia puerta por Juanfrán.

La salida al campo de Arda puso un poco más de claridad al juego colchonero y a mí me surgió la duda de por qué el turco no había salido antes. Un gran pase suyo a un Villa que se quedaba sólo es desbaratado por un Insúa, que la primera vez que se suma al ataque es para molestar. Pero la realidad es que el Villarreal seguía llegando y queriendo ganar mientras que el Atleti había despertado demasiado tarde. El partido terminó en empate y creo que los colchoneros podemos darnos con un canto en los dientes.


Simeone, ante una pregunta impertinente de uno de esos periodistas que equivoca su lugar en este negocio, dijo que al equipo no le había faltado ambición hoy, sino que lo que le había faltado había sido creatividad y calidad para contrarrestar el juego del Villarreal. No puedo estar más de acuerdo. Me temo que una vez más el discurso de los huevos y la testiculina no funciona en este caso. Lo que hoy ha faltado es fútbol. Pero prefiero terminar repitiendo lo que acabo de colgar en Twitter: seguimos segundo en la liga. Crítica constructiva, sí. Cenizos catastrofistas, no.

Desajustes en la precisión

At. Madrid 2 - Osasuna 1

Cuando un equipo de precisión (un reloj, una guitarra,…) funciona a la perfección, la principal obsesión de su dueño, o su creador, es la de no tocar nada. Intentar que nada cambie. El mantenimiento de esa sofisticada pieza de orfebrería, que con el tiempo se ha ido puliendo, suele orientarse entonces a tratar de mantener en el mejor estado posible las piezas originales, sin que tengamos que modificar ninguna de ellas. A veces, llegado el caso, se hace necesaria indefectiblemente la sustitución de alguna de las partes, pero incluso en el caso de utilizar algo aparentemente idéntico suele no funcionar igual y casi siempre necesita un determinado periodo de ajuste. Que el Atlético de Madrid, hoy o por hoy, es un mecanismo de precisión ya lo sabemos. Que Simeone intenta mantener las piezas que tiene en el mejor estado posible también. Que las piezas de sustitución parecen estar bastante alejadas de las originales y que su inclusión precisa de un periodo de ajuste mayor del esperado, parece otra evidencia después de lo de ayer. Ahora bien, el mecanismo sigue ganando.

El partido frente a Osasuna fue de los más aburridos que se recuerdan en el Calderón en la etapa cholista. Aparte del derroche de Diego Costa, lo más emocionante de la noche (o más bien madrugada), fue asistir al minuto de silencio y posterior homenaje por los videomarcadores al socio número uno del Atleti recientemente fallecido. En el campo el equipo salió frío, desasistido y desajustado. Es muy raro que algo así ocurra estando Simeone en el banquillo, pero tiene que ser tremendamente complicado, incluso para Simeone, mantener el nivel de intensidad natural de este equipo en esas condiciones. Y se notó. Desde luego que se noto. El Atleti tocaba bien y se sentía dueño del partido pero era una ficción. Arda y Koke se gustaban pero Insúa no es Luis Filipe (mucho más notable el debut de Manquillo el otro día) y Leo Baptistao no es, ni mucho menos, Villa. Tampoco es Adrián. Es injusto juzgar a un jugador por un único partido pero la sensaciones que dejó el brasileño no me gustaron nada. Vi poco en lo que creer y eso me preocupa. En esas, el equipo no reculaba con celeridad, estaba muy abierto tácticamente y aparecía largo en el campo. Muy largo, teniendo en cuenta que los del Cholo suelen jugar apretados en 30 metros. Así que los navarros, casi sin querer, empezaron a hacer cosas. Y a llegar. Y a dejar algún susto muy tímido y de poco alcance.

Pero en el campo estaban Koke y Diego Costa, así que estamos hablando de palabras mayores. El primero es ahora mismo el cerebro de este equipo. Y no sólo a balón parado. Corre, reparte, da, quita, ve… jugador total. El segundo está en estado de gracia que no se le recordaba y cuando se olvida de meterse en peleas de barrio aparece un delantero brutal, capaz de abrir huecos, tirar desmarques, bajar la pelota, encarar y rematar. A los 20 minutos Arda metió un balón en banda para que Juafran, de escorzo, lo parase y colgase al área. Allí estaba Costa para rematar como buen delantero centro. 1-0. 5 minutos después y de nuevo por la derecha (la izquierda de Insúa no existió) Juanfran (muy buen partido del lateral, por cierto), deja el balón a Koke para que lo cuelgue al área y Costa lo remate de cabeza de precioso remate. 2-0. Muchos, entre los que me incluyo, daban entonces por concluido el partido.

Pero el Atleti, sin alcanzar en ningún momento un mínimo de intensidad y sumido esa especie de fútbol control torpe que tan mal le sale cuando lo intenta, se dejó llevar y por primera vez e un mucho tiempo bajó los brazos. Mal en la presión (Gabi es vital en esto), poco pragmático a la hora de encarar la portería contraria (demasiados efectivos desequilibrando el ajuste ataque/defensa) e inusualmente blando en defensa, provocó que un Osasuna muy justo, bien colocados y poco más, creyese en que sacar algo positivo del Calderón era posible. Creencia que se hizo fe tras el gol de Oriol Riera, que cabeceaba un buen pase de Puñal a balón parado para poner el 2-1 en el marcador.

La segunda parte se desarrolló con el mismo libreto, los mismos protagonistas (aunque Gabi salió por un lesionado Mario) y el mismo espíritu. Fue un suplicio. Turan pudo matar el partido, especialmente en una jugada de esas suyas en las que regatea a todos, pero no lo hizo y eso provocaron los nervios de la grada y la conocida sensación de que la fiesta podía romperse en cualquier momento. Si uno lo piensa fríamente lo cierto es que Osasuna no tuvo ocasiones y que apenas inquietó a Courtois pero la sensación que flotaba en el aire era la de esos viejos tiempos de cagadas a destiempo y disgustos de última hora. No ocurrió. Aupados en una grada espoleada por Simeone el partido terminó dando tres puntos más a los colchoneros.


Y ahora el derbi. El derbi que afrontamos con más posibilidades de arañar de todos los disputados en los últimos años pero que no deja de ser un partido fuera de casa frente a un equipo que te quintuplica el presupuesto y que tiende a tener la suerte de acumular más errores arbitrales a favor que nadie. Un derbi en el que además, gane o pierda, la prensa "madrileña" venderá indefectiblemente como un éxito del "nuevo" Real Madrid. Por lo civil o por lo criminal. Se juegan mucho dinero como para que la "modelo" salga a la pasarela con el traje arrugado. Hay muchos periódicos y horas de radio o televisión que vender. Pero es un derbi, qué diablos, y como tal hay que vivirlo.