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Que nadie vuelva a olvidarse

Chelsea FC 1 - At. Madrid 3

No eran todavía las once de la noche pero el día ya se había terminado. Había pasado todo lo que tenía que pasar. En la calle los viandantes disfrutaban de una temperatura magnífica pero el salón de mi casa parecía un horno de pirólisis. Daba igual. Las sensaciones y los sentimientos estaban en otro sitio. Dos adultos, responsables y provechosos para la sociedad, nos abrazábamos torpemente dando saltos anárquicos que podrían parecer ridículos a ojos ajenos. Sudando euforia. Intentando emitir gritos guturales que, al menos en mi caso, no conseguían salir porque la garganta no daba ya para más. Oliendo a felicidad. Una felicidad que lo impregnaba todo y que salía a borbotones desde una pantalla de plasma en la que podíamos ver lo que en ese mismo momento estaba pasando a orillas del Tamesis, en el acomodado barrio de Chelsea (¿o era Fulham?). Un grupo de deportistas, de atletas, de atléticos, de amigos, un puñado de grandes profesionales, un señor equipo, alzaba los brazos al cielo londinense delante de miles de colchoneros entregados que parecían su prolongación en la grada. No lo parecían, lo eran. Matizado todo con esa pasión enfermiza, densa, intensa y muchas veces incontrolable que no todo el mundo es capaz de comprender. En ese momento, con el planeta tierra poniendo los ojos en el equipo de mis amores, con los jugadores correteando por el césped de Stamford Bridge, con los valientes de la grada disfrutando de su momento histórico, con el móvil si parar de pitar, recibiendo mensajes de felicitación desde cualquier esquina del mundo, con mi hermano (¡y el Richy!) al teléfono, mi padre gritando en su casa, mi tío celebrando la victoria en Abu Dhabi, con el recuerdo de mi abuelo en la cabeza, los amigos de los 50 lanzando whatsapps sin parar y abrazado a mi amigo Teno, recordé una frase de Séneca con la que algún día tendré que hacerme una camiseta: un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella.

La noche empezó con nervios. No podía ser de otra forma. Por mucho que el insoportable rodillo mediático con el que tenemos la mala suerte de convivir los madrileños se hubiese encargado de hacernos recordar lo insufrible que va a ser vivir en esta ciudad con el equipo de TODOS, el “único” que para la prensa existe en este país y en esta ciudad, alcanzando la final de Champions, según se acercaba la hora del pitido inicial todo se olvidaba y la temperatura de la sangre que corría por las venas colchoneras se acercaba peligrosamente al punto de ebullición. Empezó el partido y el Chelsea impuso desde el principio su criterio. Ritmo pausado, pocos espacios y ningún riesgo. El Atleti, desposeído de las obligaciones de jugar en casa, aceptó el reto y se adaptó a esa forma de hacer fútbol que, en mi opinión, tan poco le conviene. Juego táctico en el que ganó Mourinho. El Atleti sin intensidad ni velocidad es una versión reducida de si mismo y aunque la situación estaba controlada, el balón dominado y los espacios cerrados, las posibilidades de ser diferente o de morder también eran limitadas. Mourinho lo sabía, pero el ya había apostado en la ida por esa versión del fútbol en la que el primero que falla, pierde. Koke estuvo a punto de dar la sorpresa nada más comenzar el encuentro lanzando un balón al larguero en eso que antes se llamaba centro-chut, pero ahí se acabaron las ocasiones.

Mediada la segunda parte pudimos darnos cuenta, por fin, de que el Chelsea es un equipo que triplica el presupuesto al Atleti y que eso le permite tener en su plantilla a jugadores como Hazard o William, capaces de vivir entre las rígidas ecuaciones de su entrenador e inventar cosas. El belga fue el que más talento puso por parte de los blues y el único capaz de buscar las cosquillas a la defensa atlética, especialmente por el lado de Juanfran, pero fue William el que realmente la lío, precisamente por el lado contrario. Jugada imposible en la que consigue marcharse de dos defensores, Filipe y Godin que no es cualquier cosa, para meter un balón al área que remata Fernando Torres, da en la pierna de Mario Suarez y entra en la portería de Courtois. El madrileño no celebró el gol pero a mí eso me daba igual. 1-o. Mal asunto.

Los cuervos negros aparecieron en lontananza y los buitres empezaron a volar en círculos salivando ante la presa que se avecinaba. Mourinho tenía el partido que quería y lo que hasta ese momento había mostrado el Atleti no parecía demasiado como para dar la vuelta al partido. En ese instante todos reparamos en que lo que estaba en juego era nada menos que una final de Champions. Palabras mayores. Pero es precisamente ahí, en esas circunstancias, dónde se mide a los equipos sobresalientes y el Atleti volvió a demostrar, en el mejor de los escenarios y con la mejor de las formas, que es un equipo sobresaliente. Levantó el pie del freno, dio un paso adelante, se adueño del balón y agarrado al escudo se fue a por el partido. Empezó a jugar en campo contrario con personalidad y sin complejos delante de un Chelsea que sí, se dejaba “querer”, pero que no sabía lo que se le venía encima. Antes de llegar al descanso los del Cholo ya habían dado la vuelta a la eliminatoria en una jugada prodigiosa que quedará en los anales de colchonerismo. Iniciada por un Koke que ayer se revalido como uno de los mejores centrocampistas del mundo, tirándose con rabia al suelo para recuperar un balón que se marchaba. El balón acabó en Tiago que realizó un cambio de juego hacía el lado derecho por el que entraba Juanfran. El lateral, nervioso en algunas fases del partido pero que nunca perdió la cara, consiguió tocar la pelota en la misma línea de fondo para meter un balón cruzado al segundo palo por donde llegaba Adrián. El asturiano había sido la gran sorpresa de la alineación. Simeone buscaba desborde e improvisación frente a una defensa cerrada como la londinense, lógico, pero las garantías que ofrecía el jugador eran muy pocas a tenor de la pésima temporada que había realizado. Pero Simeone es un hombre de fe y fe es lo que tiene en un jugador que él mismo cataloga de diferente. Adrián respondió realizando un partido más que decente y marcando probablemente el gol más importante de su carrera hasta el momento. Con la derecha, rematando con la espinilla, consiguió meter la pelota cercana a la escuadra y subir el empate a 1 al marcador. El Club Atlético de Madrid estaba en la final de la Champions League en ese momento. Y ahí se quedó.

La segunda parte fue sencillamente un tratado de fútbol contemporáneo por parte del Atleti. Opino que el debate sobre el mejor estilo para jugar al fútbol, esa bobaba de la posesión frente al contrataque, es una solemne estupidez. Una simplificación barata de algo mucho más complicado. De la misma forma que creo también que el futuro del fútbol pasa por equipos capaces de manejar varios registros en el mismo partido. De jugar replegado cuando hace falta, de manejar el balón si es necesario, de atacar y de defender. Eso es lo que hizo el equipo de Simeone. En lugar de colocar el autobús sacó al equipo del área y presionó arriba. En lugar de ceder el balón al Chelsea se lo quitaba cada vez que estos pretendían tenerlo en zonas de peligro. En lugar de jugar asustados prefirieron hacerlo con alegría. Con la valentía de un equipo que no se siente inferior a nadie. 

Diego Costa llegó con habilidad a un balón bombeado en el área del Chelsea teniendo la picardía de meter el pie antes de que lo hiciera Eto’o. El camerunés, impropio de un jugador de su talla, cometió un error digno de principiantes, regalando un penalti que resultaba definitivo. Esas son las cosas que pasan cuando los 22 futbolistas están en tu área y obligas al delantero centro a tener que defender. Ni los penaltis fallados ni el nefasto estado del césped en el punto fatídico fueron capaces de desconcertar a un Diego Costa que marcando la pena máxima ponía el partido franco y mataba los fantasmas del pasado. El abrazo con Simeone en la grada segundos después confirmaba todo eso. Desde ese momento hasta el final del partido el Atleti siguió dando una lección de fútbol que debería proyectarse en todas las escuelas pero especialmente en las de nuestro propio club. Si los de Mourinho parecían entregados ya a esas alturas lo parecieron todavía más después del tercer tanto. Un gol de el más grande. El genio de Bayrampasa. El gurú del ardaturanismo. Un tipo que remató de cabeza al larguero para recoger el rechace y marcar con el pie. Así es Arda Turan. Y yo me alegro.


Todavía no soy capaz de asimilarlo pero tengo tiempo para hacerlo. El Atleti, cuarenta años después, está en una final de la máxima competición de clubes del mundo. Mi equipo. Soy muy feliz por ello pero lo soy todavía más porque me siento totalmente identificado con esa plantilla, con ese entrenador y con esa forma de enfrentarse a la vida. Con humildad pero sin miedo. Con respeto pero con orgullo. Con ambición pero sin soberbia. Como fue, es y debería ser siempre el Club Atlético de Madrid. Que nadie vuelva a olvidarse de ello.

Frozen

At. Madrid 0 - Chelsea 0

Si el amable lector es progenitor de niñas pequeñas, por alguna razón tiene retoños de corta edad en su entorno más cercano o simplemente es un aficionado al cine de animación, sabrá, como yo, que Frozen es la última película de Walt Disney. En una adaptación muy sui generis de un cuento de H. C. Andersen bastante más complejo, la película nos presenta a una princesa con poderes para transformar en hielo todo aquello que le rodea. Un poder que no logra controlar y que se hace mucho más intenso, peligroso e incontrolable cuando el miedo aparece en su portador. Cuando el tal Eriksson, inefable árbitro del encuentro, pitaba el final del partido de la ida de las semifinales de Champions league con el marcador anunciando un triste cero a cero, fue Frozen, su princesa Elsa y esa capacidad para congelar todo su entorno, lo que me vino a la cabeza. Porque eso es lo que para mí fue el Chelsea. Un poderoso Príncipe de los Hielos con una capacidad sobrehumana para congelar todo lo que ocurría a su alrededor.

El partido era una fecha señalada, no ya para los aficionados colchoneros que tenemos la suerte de portar un abono que nos permite sentarnos en la grada, sino para la propia historia del club. Pocas veces el Atleti ha jugado una semifinal de la máxima competición europea así que actuar como si no fuese así (que a algún iluminado he visto) sería muy petulante e incoherente por nuestra parte. Pero tampoco tenía sentido acudir con la cabeza gacha y sensación de inferioridad porque, igualmente, no era la primera vez que el Atleti estaba en esa tesitura como club (como también algún iluminado, en este caso supuesto profesional, ha tratado de hacer ver). Simeone ha puesto equilibrio en el sentimiento y por fin nos ha hecho estar, física y espiritualmente, en el lugar que nos corresponde. Afortunadamente el entorno, a diferencia de otras veces, creo que está respondiendo. Los aledaños del Calderón eran ya una caldera de orgullosos, animados y optimistas aficionados una hora antes del pitido inicial, pero los segundos previos elevaron todavía más la temperatura. Los mosaicos de la grada o el himno a grito pelado de la afición recordaron a la mágica noche de la eliminatoria anterior y todo apuntaba a noche épica, aunque el sol brillaba todavía en el cielo cuando el balón comenzó a girar… Entonces apareció el Chelsea y su poder para transformar todo en hielo. A la vez que el sol caía, se apagaba la grada, se apagaba la intensidad, se apagaba el ritmo y se apagaba el fútbol. Así durante 90 minutos hasta que se apagó el partido para dejar todo congelado.

Es muy difícil hacer una crónica futbolística del Atleti-Chelsea sin recurrir a fríos datos estadísticos (¿congelados?) o sesudas y aburridas disquisiciones tácticas. Hagámoslo rápido. Mourinho entendió desde el principio que el Atleti es un equipo grande y como tal planteó el partido. Estudiado su rival decidió destapar su particular tarro de las esencias. Ese que, recordémoslo, le ha hecho campeón de Europa. Planteamiento ultra defensivo, espectacular capacidad de repliegue, brutal habilidad para cerrar espacios o anular el dinamismo de Diego Costa y elevadísimo nivel de intensidad y concentración en sus jugadores. El miedo, como la princesa Elsa, hacía que su poder de congelación fuese todavía más intenso y se multiplicase hasta límites incontrolables. Y lo consiguió. Eso sí, a costa de renunciar al balón, a la transición en ataque, al centro del campo como línea de creación y al juego de delantera. El Atleti desde mi punto de vista planteó bien el encuentro. Tuvo la iniciativa, movió el balón, trató de ganar y anuló la potencial salida vertical del Chelsea. El único pero que podría ponerle es quizá no tener algo más de calidad en su plantilla y algo más de paciencia a la hora de elaborar la jugada esperando el momento adecuado. Pero es evidente que el Atleti no se encuentra cómodo en esa tesitura de dominar el partido con el balón en los pies sin espacios y también era muy complicado hacerlo, sabiendo que un error en un pase horizontal de los centrocampistas era una ocasión clara del Chelsea y la posibilidad de perder la eliminatoria.

El partido fue una sucesión de intentos del Atleti por hincar el diente al autobús londinense, principalmente por banda y colgando balones laterales, que realmente provocaron muy pocas ocasiones de gol y de escasa relevancia todas ellas. Enfrente había una roca impenetrable. Inofensiva también. Ya desde la primera, parte pero mucho más en la segunda, apareció además ese otro fútbol (a la Caparrós) que a mí, a diferencia de cualquier planteamiento táctico, sí que me parece lamentable. Uno puede entender el fútbol tácticamente como quiera y será siempre formalmente lícito (aunque moralmente cuestionable) pero lo que entiendo que no es lícito, ni legal, son las continuas pérdidas de tiempo en cada saque a balón parado, tirarse al campo con repentinos ataques epilépticos cada dos por tres y ese infinito catálogo de recursos al borde del reglamento para congelar el ritmo del partido. El tiempo real de juego fue mínimo. Claro que mucha culpa de ello la tiene un árbitro lamentable que, sin ser crucial en ninguna jugada clave (quitando la tarjeta a Gabi y la no segunda tarjeta a Lampard), desarrollo un ejercicio lamentable de filibusterismo que favoreció (¡sorpresa!) al equipo rico. Un ejercicio que los periodistas calificarán de “político”.

El partido terminó como empezó, congelado, pero con un Atleti, probablemente sacado de quicio por la actitud del rival, que en los últimos minutos se fue excesivamente arriba, corriendo unos riesgos a la espalda que sinceramente a mí me parecieron gratuitos. No entendí esa necesidad de arriesgar tanto en ese momento del partido viendo lo que estaba ocurriendo y sabiendo que un gol del Chelsea era prácticamente renunciar a la eliminatoria. En el capítulo de sucesos cabe destacar la significativa lesión de Cech tras entrada de Raúl García (no he visto la repetición pero en el campo me dio la sensación que empujaban al navarro) que provocará la ausencia del buen cancerbero en Stamford Bridge. Tampoco estará allí nuestro capitán, Gabi, pieza que se me antoja tan importante o más que la baja del rival.

Así que las espadas están en todo lo alto. Realmente es como si la ida no se hubiese disputado y todo se tuviera que decidir en el feudo de los blues. Personalmente creo que tenemos las mismas posibilidades que teníamos al inicio de la eliminatoria. Ni más ni menos. Veremos lo que pasa. En la película lo que provoca que se rompa el hechizo y se descongele la preciosa ciudad de Arendelle es simplemente el amor verdadero. Pero no el amor verdadero de las películas clásicas de Walt Disney en las que un príncipe apolíneo y musculado besa a una princesa frágil y sumisa, sino el amor entre hermanos, que es mucho más poderoso. Un tipo de amor que evidentemente no puede corresponderse con el dinero masivo y moteado de polvo que viene del esquivo sistema monopolista del gas natural ruso, sino del de miles de personas aferradas a fuego, e independientemente de los resultados, a un sentimiento abstracto y centenario. Saliendo del estadio escuché el himno y lo vi claro: donde luchan como hermanos…    

Inútil



At Madrid 2 - Chelsea FC 2


Decía Chopin que es inútil volver sobre lo que ha sido y ya no es y el partido de esta noche frente al vigente campeón de la Premier era una suerte de volver sobre lo que ha sido y ya no es. Es decir, el partido de esta noche tenía un poso de inutilidad del que era muy difícil evadirse pero irónicamente ha sido el mejor partido del Atleti desde que comenzó la temporada. Empatar en casa (injustamente porque se mereció la victoria) frente a un señor equipo como el Chelsea entra dentro de las cuentas de cualquier seguidor de cualquier equipo del mundo. Lo que no podía entrar ni con calzador era la penosa trayectoria seguida por el equipo en la máxima competición europea hasta el día de hoy pero aquellos vientos traen estos lodos y la realidad, la cruel realidad, es que estamos eliminados de la Champions League.

Pero creo que hemos caído con la dignidad que nunca debería abandonar este equipo y que lamentablemente nos sorprende cuando se da. El equipo salió metido en el partido, concentrado, con una idea clara de equipo en la cabeza y lo más importante: sin complejos. Plantó cara desde el primer minuto al todo poderoso equipo del barrio pijo londinense y lejos de escudarse en artimañas rupestres propias de sucedaneos de entrenador lo hizo a base de táctica y fútbol. Juntando líneas, abriendo el campo, equilibrando las ayudas con dinamismo, tapando la salida rival, con mediocentros versátiles que se ofrecían e interiores activos, incisivos y generosos en el esfuerzo. Un equipo señores, un equipo. Lo que hacía muchos meses que no veíamos. Forlán amenazó con un tiro ajustado al palo desde lejos en los primeros cinco minutos que precedió al dominio del partido y del balón por parte de los colchoneros. Las ocasiones no llegaban y las que llegaban por ambos bandos eran tímidas y poco destacables pero el partido estaba divertido. Reyes daba una clase de como se debe jugar por banda lo que lleva a pensar primero lo insensato y egoista que es este jugador al dilapidar su talento de forma tan ruin pero después a tener la esperanza de que pueda ser un futbolista a recuperar. Simao volvía a derrochar esfuerzo y entrega (aunque le falta acierto en el desborde) y los medio centros parecían lobotomizados por un gen reparador puesto que apuntalaban al equipo con solvencia y en muchas ocasiones, lo crean o no, hasta conseguían hacer jugar al equipo. La defensa estaba muy sería también sin realizar aspavientos y quizás sólo la delantera bajaba el buen tono del equipo con un Forlán desacertado y ansioso ante el gol y un Sinama demostrando con cada acción lo sumamente mal jugador que es. La primera parte terminó con el 0-0 el marcador pero una dulce victoria a los puntos de los madrileños.

Bien es verdad que el Chelsea no dio la sensación de pisar el acelerador en ningún momento. Llegar al cuarto partido de la liguilla con 9 puntos tiene estas cosas. Los Blues además no se caracterizan por ser un equipo que proteja mucho el balón ni por ser muy generoso con ese fútbol de arte y ensayo que algunos pregonan pero lo que si que son es un equipo muy bien entrenado que lleva muchos años jugando exactamente igual (antes con Mourinho ahora con Ancelotti) y con una plantilla poderosa y perfecta para jugar de esa manera. Es decir, un excelente ejemplo de planificación deportiva. Es decir, todo lo contrario que el Atlético de Madrid.

La segunda parte comenzó con los mismos parámetros de la primera pero el Atleti pareció irse definitivamente a por el partido para lo que se necesitaba algo más de talento del que había se se quería hincar el diente a este rocoso Chelsea y ese algo era el Kun Agüero que por alguna razón había empezado el partido en el banquillo y que salió a sustituir a esa broma macabra que es Sinama. La primera intervención del Kun acabó en lo que perfectamente podría haber sido penalty. La segunda fue para recoger un rechace bombeado desde la izquierda que el argentino empalma de volea para empotrar el balón en la red, inaugurar el casillero atlético en la Champions, acabar con su maldita racha negativa y acabar con la costra que se había generado en las gargantas de los colchoneros después de tanto tiempo sin cantar un gol así. Golazo.

A partir de ahí el Chelsea se desperezó un poco, empezó a dar muestra de peligro y a arrinconar a los madrileños pero también se vio un gran detalle sobre el que soñar y es que el equipo no se echo atrás y siguió jugando exactamente igual que antes del gol. Lástima que un agotado Forlán se olvidase de presionar el pase lateral de Malouda y que Asenjo (más inseguro de lo habitual todo el partido) no se atreviese a salir con Drogba en el área pequeña. 1-1. El jarro de agua fría sentó como un tiro en un Calderón que hasta entonces (y después) había estado de diez en una muestra más de lo que puede ser esta afición pero el partido siguió igual en cuanto a intensidad y ritmo. Un compañero de grada dijo entonces un frase que se me quedó grabada: “joder, por fin un partido de fútbol”.

Pero el Chelsea es el Chelsea y basta ver las sustituciones para tomar la medida de quien es el rival: Ballack, Deco y Anelka por Essien, Cole y Kalou. Sin palabras. Estando el Atleti volcado en el área rival, Drogba aprovecho un mal rechace convertido en contrataque para demostrar el pedazo de jugador que es con una jugada de potencia casi desde su campo que sienta a los centrales (Pablo desgraciadamente se resbala) y que acaba empotrando a Asenjo que para el primer envite pero que no puede con el segundo. Injusto castigo para los meritos del Atleti. Injusto premio para un conservador Chelsea. 1-2.

Pero al final el Dios del fútbol puso algo de justicia con una falta al borde del área que el bueno de Agüero, que no se prodiga en e esta suerte, transforma en un precioso gol al filo del final. Para entonces el Oporto ya había marcado su gol en Chipre dando al traste con cualquier esperanza para los rojiblancos pero eso ya daba igual. Era una cuestión de orgullo y dignidad.

Dejamos la ansiada Champions con la ilusión de hacer un buen papel en la segunda división europea y con la certeza de que la verdadera competición este año está fundamentalmente en la liga y no precisamente para ganarla. Sin conseguimos mantener los mismos parámetros de hoy seguro que será todo mucho más fácil.

Abonados a la tristeza

Decía Flaubert que hay que tener cuidado con la tristeza porque es un vicio. El Atlético de Madrid está en estado permanente de tristeza y aunque estamos lamentablemente acostumbrados lo está gracias al suicidio que la propia institución inició hace ya muchos años y que en esta temporada parece avanzar a marchas forzadas hacía su culminación. Tanto tiempo soñando jugar la Champions y llevar nuestra camiseta a sitios como Stamford Bridge para acabar perdiendo 4-0 en el partido en el que te juegas todas tus posibilidades. ¿A alguien le sorprende? Supongo que no pero doler duele mucho.

Que el atletico de Madrid tiene poco muy poco y mal repartido, por mucho que tanto y tanto charlatán profesional diga lo contrario, es algo que todos los que seguimos a este equipo sabemos hace tiempo. La diferencia del partido de hoy es que lo poco que tenemos saltó al campo con cierto criterio fundamentalmente en lo anímico aunque el confuso planteamiento táctico que prácticamente ningún ser humano entendió hay que reconocer que funcionó 40 minutos. Eso si, queda claro que no es suficiente. Aun así a mi me pareció cobarde sacrificar a Jurado por delante de Simao, jamás entenderé una alineación de un equipo profesional donde aparezca Cléber Santana, me parece tremendamente cobarde hacer debutar a Dominguez frente al Chelsea en Stamford Bridge y apostar por el músculo frente a un equipo musculoso por excelencia como los del barrio pijo de Londres no parecía una opción muy valiente tampoco pero hay reconocer que el equipo ha hecho la mejor primera parte de lo que va de temporada. Esa especie de 4-3-3, que al final era el 4-2-3-1 cobarde de siempre con Cleber en banda y Forlán peleando con los Elfos en la tierra media, paró a los ingleses aunque más debido a lo que pasaba dentro de las cabezas de los que iban vestidos de rojiblanco y la tranquilidad de los azules que a otra cosa.

El equipo salió concentrado, con menos complejos que de costumbre y en los primeros minutos primero Forlán y luego el Kun fallaron dos ocasiones de las que no suelen fallar, especialmente en el caso del argentino con un remate de zurda que no cogió puerta. Probablemente el partido hubiese sido diferente si alguno hubiese entrado pero este equipo tampoco tiene suerte. Eso si tres minutos después el bueno de Asenjo hizo una interpretación de cante jondo que hacía mucho que no veía. Un centro-chut desde muy lejos paso por encima de las manos del cancerbero en una salida atormentada que ha sembrado más de una duda entre la afición colchonera. Afortunadamente el colegiado anuló el tanto creo que por fuera de juego. A partir de ahí el Atleti bajó el tono anímico y físico y los blues dispusieron de un par de ocasiones a puerta vacía de esas que normalmente no se fallan. El dominio pasó con mayor intensidad a mano de los londinenses, los tradicionales fallos defensivos del folklore atlético empezaron a aparecer y una buena jugada de Deco al borde del descanso provocó un pase de la muerte a Kalou que dio con el primer gol del partido que podría parecer injusto pero que igualmente subió al marcador. Dado el planteamiento del atleti y su capacidad de reacción: fin de partido.

Porque la segunda parte fue una paseo del equipo de Abramovich. Los primeros cinco minutos fueron un acoso constante del equipo local con los madrileños aturdidos en su propia área. A los cinco minutos Asenjo se resarcía de su fallo anterior haciendo una parada espectacular a tiro lejano de Anelca pero la siguiente jugada dejaba un centro lateral desde la izquierda que Kalou volvía a rematar a la red. La pesadilla tomaba el color negro que al final impregnó todo. Un Atleti que intentaba llegar pero un Chelsea que llegaba. El Atleti de siempre y el Chelsea de siempre, es decir, lo peor que nos podía pasar.

Asunçao se lesionó en una de sus entradas desmedidas y la entrada de Jurado trató de aportar algo más de balón, eso que tanta alergia le da a Abel, pero ya no valió para nada. Además cuando cerca del minuto 60 Agüero falló sólo delante del portero la primera oportunidad madrileña de la segunda parte todos supimos que no había nada que hacer. Lampard se encargó de confirmarlo cuando le dejaron sólo en la frontal de área para que probase a Asenjo y a ciencia cierta que lo probó: 3-0. Maxi, que había salido al campo para aportar algo de orgullo y pundonor marró una genial jugada a falta de 10 minutos del final y otra minutos después poco antes de que un desesperado Perea hiciese el cuarto en propia puerta.

Los ingenuos que pensaban que el Atleti haría en Londres lo que había sido imposible hacer en Madrid y en Oporto supongo que ahora ya habrán salido de su error. Este equipo está muerto. La única duda es si alguien será capaz de hacerle el boca a boca para se siga respirando y pueda levantar la cabeza. Eso si, tendrá que ser otro año.