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Un señor francés

A veces, gracias probablemente a los agentes que especulan con la información o a esa corriente contemporánea que reduce la vida a un sencillo catálogo con dos únicas opciones (supuestamente antagónicas y que en el fondo son la misma), olvidamos que el fútbol es un deporte que se juega en una superficie real. Que, en contra de lo que pueda parecer, no ocurre en un servidor virtual en la nube al que accedemos mediante tarjeta de crédito, a través de una pantalla de plasma y mientras abrazamos una cerveza industrial en el salón de casa. Ayer, después de haberse clasificado por segundo año consecutivo para disputar los cuartos de final de la Champions league, el entrenador del Atlético de Madrid decía que ellos no entrenaban una tanda de penaltis sencillamente porque es absurdo. Porque no es lo mismo disparar a puerta rodeado de un montón de sillas vacías (o de árboles, que fue exactamente la metáfora que utilizó) que hacerlo ante la atenta mirada de 55000 seres humanos que chillan y que te hacen ser consciente de que es en tus pies (en tu cabeza, realmente) donde está la posibilidad de llevarles a la felicidad o a la miseria. Lo ves. Lo sientes. Y duele. Es una sensación tan evidente que al que está allí le resulta fácil entender que se te puedan encoger los isquiotibiales y acelerar el flujo sanguíneo. 

El Atleti ganó ayer al Bayer Leverkusen en un partido feo, áspero que supongo debió ser un suplicio para el espectador medio, neutral, adoctrinado y aséptico, que lo vio desde casa haciendo zapping. Yo les aseguro que lo viví desde la grada con el corazón en el paladar y que lo disfruté como pocas cosas en la vida me hacen disfrutar. 120 minutos que se me pasaron como una exhalación y que acabaron con un golpe de alegría que me alimentará bastante más que las tres comidas reglamentarias de cualquier otro día. Eran casi las doce de la noche de un vulgar martes de un vulgar marzo y yo, a mi edad, estaba allí, saltando y gritando, con una sonrisa que desfiguraba mi cara, mientras me abrazaba espontáneamente a un señor francés, que no conocía de nada, pero que estaba sentado a mi lado. Ayer, cuando salí del Calderón, lo primero que pensé fue en toda esa pobre gente que es incapaz de disfrutar de esa manera del fútbol (y seguramente de nada). Sentí mucha lástima por ellos. Hay muy pocas cosas en la vida que le permitan a un tipo adulto, solvente y sensato, poder sonreír, gritar, cantar y abrazarse a un desconocido señor francés a las 12 de la noche de un martes de un día cualquiera. 

En partidos como este, sinceramente, creo que el análisis táctico y deportivo queda en un segundo plano. Simeone sorprendió a propios y extraños con la incursión de Cani en la alineación titular. Algo que salió radicalmente mal pero que podía haber salido bien. La idea era tener más calidad. Más fútbol. Mayor posibilidad de un pase entre líneas cuando la intención es la de jugar mucho tiempo en campo rival (defensa adelantada, presión muy arriba,…). La realidad es que el Leverkusen (que sospechosamente se parece mucho al Atleti) no dejó a los de Simeone desarrollar el plan. Arriesgó poco, presionó la salida de balón y apoyado en la connivencia del árbitro, fue capaz de frenar, por las buenas o por las malas, cualquier intento de dar dos pases seguidos. Con esas premisas el partido fue una partida de ajedrez en la que nadie quería perder una sola posición y en la que el miedo a un gol, sobre todo por parte de los colchoneros, hizo que todo lo demás estuviese atenazado. Eso y la racha de las últimas semanas, no nos engañemos. Arda no tuvo su día, Cani fue una anécdota, Griezmann no fue capaz de sacar la cabeza entre un bosque de piernas alemanas y Mandzukic, pasado de revoluciones y metidísimo en el partido, se peleaba con todos, demostrando una vez más lo injusto que es hoy meterse con su profesionalidad. Afortunadamente Koke seguía siendo Koke en el mediocentro y el eje de atrás Mario, Gimenez y Miranda, estaba fuerte y concentrado. Mario hizo un gran partido y Gimenez volvió a demostrar que es ya una realidad. 

El Atleti hizo el 1-0 en una de esas jugadas típicas de acoso, con segunda llegada y tiró desde la frontal. Podía haberlo hecho en cualquier de los miles de saques esquina que se habían derrochado pero hubiese sido más difícil a través de un juego que no conseguía aflorar. Aún así, creo que el gol hacía justicia. El equipo colchonero era el que más había expuesto y el que más había intentado jugar. También lo sería a partir de ese momento y hasta el final de los 120 minutos. Supongo que a nadie le hubiese extrañado que la eliminatoria se hubiese ganado antes, en una llegada de Mandzukic que, de forma incomprensible, se durmió a la hora de rematar o en algún latigazo de Raúl García en la segunda parte. Pero no ocurrió y tuvimos que recurrir a la épica injusta de los penaltis. Una épica que culminaba el guión de película independiente europea que había sido la lesión primero de Moyá (que hizo entrar a Oblak) y de Mandzukic después (que aceleró probablemente la presencia de Torres). Lo primero sirvió para dar la oportunidad de aparecer al portero esloveno y tener un papel protagonista (paró el primer penalti después de que Raúl García hubiese errado el suyo). Ojalá sea el principio de algo grande para el cancerbero. La segunda lesión sirvió para demostrar (otra vez) la entrega, coraje y corazón de un jugador que yo siempre querré tener en mi equipo: Mandzukic

La prorroga había dejado claro que el Leverkusen estaba físicamente muerto, pero los alemanes aguantaron con oficio y decidieron encomendarse a su portero, que por cierto es muy bueno. Pero allí estaba el nuevo Atleti. El de Simeone. El que se ríe de aquel mal sueño de “el pupas”. El que no admite la derrota en su abanico de posibilidades. El que siempre mira de cara y siempre sabe que puede ganar. El que gana. El que ganó. Teniendo la cabeza más fría y metiendo más penaltis que su rival. Y el Vicente Calderón estalló en un rugido ensordecedor que se escuchó en todos los rincones de los barrios limítrofes y que hizo vibrar las vísceras de los miles de colchoneros que, con el alma, también estaban allí sin estarlo. Y yo salté y grité y me abracé llorando a un señor francés que estaba a mi lado. 

El Atlético de Madrid vuelve a estar entre los ocho mejores de Europa. El resto me da igual. Especialmente los análisis fríos y calculados de los que ven el mundo a través de un profiláctico.

@enniosotanaz