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sábado, 22 de septiembre de 2012

La confesión de Stavroguin, de Fédor Dostoievski

Toda situación afrentosa, desmedidamente humillante, 
repulsiva y, ante todo, grotesca en la que me haya encontrado en mi vida, 
me ha inspirado siempre, además de una rabia sin límites, un deleite increíble.

1.
¿Alguno vio recientemente La naranja mecánica? ¿O Apocalypse Now? La primera es de 1971 y la segunda de 1979, pero las dos son películas que parecen recién estrenadas. Hay gente muy capaz (y muy capa) que puede hacer eso de crear algo atemporal. Clásicos, que le dicen. Con Dostoievski pasa eso. Contra lo que muchos pueden suponer, sus libros son tan enviciantes como el último ladrillo best seller fantástico, policial o soft-porn para mamás. Aunque toda su obra fue escrita entre mediados y finales del siglo XIX, parece que hubiera sido escrita ayer, y yo aún diría más, parece haber sido escrita mañana.

(No, no exagero).

2.
Mi recomendación para quien quiera empezar a leer a nuestro amigo Fédor es que empiece por el que tenga más mano. Seguro que algún título encuentra en su biblioteca y todos son buenos. Si me exigen especificidad, diré que por extensión y efectismo (y porque se consigue en millones de ediciones) El jugador es una excelente opción para entrarle. Memorias del subsuelo es otra.

3.
De todos modos, estamos hablando de Dostoievski porque este año ediciones Corregidor publicó una pequeña "novedad" dostoievskiana, a la que vale la pena prestarle atención. Se trata de un pequeño volumen (75 páginas) preparado por Ricardo Piglia, que incluye tres textos. Por un lado, el del título,  La confesión de Stavroguin, es un capítulo perdido/rechazado/censurado de una de las obras más importantes del ruso, Los demonios (o Los endemoniados, según la traducción), pero que a la vez se lee como un relato autoconclusivo de cuya trama preferimos no revelar demasiado. La historia del texto es interesante: en 1871, plena publicación periódica de Los demonios en El Mensajero Ruso, el editor de Dostoievski le impide incluir el episodio de La confesión... por motivos que se pueden suponer de moral o de imagen. Dostoievski y su editor pelean, la publicación de Los demonios se interrumpe por un año y el propio autor se ocupa de difundirlo por canales alternativos. Sin embargo, cuando Fédor Dostoievski finalmente tiene la potestad de publicar su libro como le de la gana, excluye de motu propio el capítulo de la polémica... [Música de misterio]

4.
 El libro se completa con un ensayo de György Lukács que se presenta como prólogo y se titula "Dostoievski", y una nota previa de Juan Carlos Martini Real que narra los avatares de La confesión de Stavroguin. Todo el asunto está prolijamente editado y cabe en el bolsillo de la dama y la cartera del caballero. Aproveche.


5.
Está reseña ha sido confeccionada para el blog de la librería Libros del pasaje y es a la vez la reseña #200 de RESISTIRSE ES FUTIL. ¡iupi!

domingo, 27 de mayo de 2012

Ómnibus, de Elvio Eduardo Gandolfo


"Interrogue a sus cucharitas".
Georges Perec

1.
Supongo que alguna vez habrán hecho el trayecto Buenos Aires-Rosario en un micro de línea, pero a lo mejor no, así que les cuento: son cuatro horas clavadas. Y cuatro horas en un micro es la medida justa, en varios sentidos: si las dormís, es una excelente siesta; también es una cantidad de tiempo que se soporta despierto perfectamente; si hay películas, entran dos, como para que una sea mala y otra no tanto; si vas acompañado, una charla de cuatro horas permite historias en detalle, revelaciones inesperadas... en fin. Y si salís de mañana, es lo suficiente como para considerar la jornada como "día de viaje" y anularla: te quedan muchas horas de día, salgas a la hora que salgas, pero en forma de limbo, de vacaciones. Elvio Gandolfo dice que uno de sus problemas con Ómnibus fue decidir dónde cortar, porque la escritura se extendía en el tiempo y las páginas iban aumentando: 
¿Cuánto tenía que durar el libro? Podía convertirse en el texto de mi vida: llegar a las 500 o a las 1000 páginas. Materia había de sobra, en el pasado, y el interior del ómnibus me seguía fascinando en el presente: ni qué decir que el futuro era imprevisible y amplísimo. Pero pensé: así está bien. Incluso lo convertí en un argumento casi publicitario: menos de 150 páginas, un recorrido leve, limitado, como entre Rosario y Buenos Aires que, justamente, pueden empezarse a leer y terminarse en ese lapso de espacio y de tiempo.

2.
Elvio E. (de Eduardo) Gandolfo vive y trabaja hoy en la ciudad de Montevideo, pero en determinado momento de su existencia, vida y trabajo lo llevaron a estar constantemente entre Buenos Aires y Rosario y a pasar buena parte de su semana en tránsito, sobre un ómnibus. Por la misma época fue que Gandolfo leyó, en Página/30, un breve artículo de Georges Perec titulado “¿Aproximación a qué?”, en el cual el autor francés se preguntaba cómo interrogar lo cotidiano. “Ya no lo exótico, sino lo endótico”. El texto de Perec “le activó la cabeza” para ponerse a escribir “algo largo”, y tras algunos meses que se convirtieron en años llegó Ómnibus, “esto, que desde el comienzo mismo de la existencia del proyecto no es propiamente una novela, ni un trozo autobiográfico, ni filosofía, sino el discurrir sobre la línea recta de la ruta, de la historia o las ideas que gracias a mí o a mi pesar se van a ir desarrollando”.

3.
Gandolfo, que nació en San Rafael (Mendoza) pero se crió en Rosario, dice que los porteños llaman “micros” a los ómnibus, y da a entender que es una suerte que él no sea porteño, porque el título Micros le parece espantoso.

4.
Los relatos de Ómnibus tienen una capacidad prodigiosa para no quedarse con una sola impronta: no prevalecen la bitácora de viaje, ni el ensayo sobre los cambios en la posmodernidad al estilo Los bárbaros de Baricco, ni la literatura del yo, ni la historia de amor o de misterio, ni la crónica periodística, ni la crítica literaria (por nombrar algunas): una se transforma en la otra imperceptiblemente; cada capítulo empieza como un objeto identificable pero en realidad, visto en completo, es otro. Y además, como dice Osvaldo Aguirre en una entrevista al autor, “El viaje aparece en dos sentidos en el libro: en sí mismo, como “una especie de serena experiencia” a la vez densa de significación, pero también hay un viaje a través del libro” (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2142-2006-07-09.html).

5.
Elvio E. Gandolfo es un autor sobrio y divertido a la vez, además de elegante prosista, y por carrera ya es un consagrado, aunque de los no tan conocidos. Ómnibus (2006) –que no es su último libro: siguieron The book of Writers (Caballo Negro, 2010), así en inglés el título, y Los orientales de Stevenson (La Propia Cartonera, 2011)–  es una excelente forma para empezar a leerlo; también será una excelente razón para seguir haciéndolo.

6.
Esta reseña la escribí para la página de Libros del Pasaje.

jueves, 24 de mayo de 2012

Virus tropical, de Power Paola



1.
La Editorial Común, de la que ya nos ocupamos en la reseña de Fueye de Jorge González, y de la que nos volveremos a ocupar cuando reseñemos El Arte de Juanjo Sáez, publicó hace un tiempito este libro de la autora colombo-ecuatoriana (o ecuato-colombiana) Paola Gaviria, (a) PowerPaola, y cuando el libro sólo era para mí un título y un par de imágenes sueltas y vistas de refilón en algún diario, ya entonces me sentía atraído (intelectualmente) por él. El título tiene algo intrigante, no me lo van a negar. Y mucho más tiene a sabiendas de que Virus tropical es la novela gráfica auto-bio-gráfica de una piba entre Quito y Cali, y no una de guerra post-Apocalipsis nuclear con zombis o algo así. Y también es intrigante el diseño de las tapas... (sigue en el punto 2)

2.
Las tapas con esa suerte de estampado selvático en negro sobre cremita dan ganas de que el libro fuera un cuaderno y poder escribirle adentro, o dibujarlo. Más bien, de que viniera en las dos versiones, libro lleno y cuaderno vacío (y aquí podemos recordar la sabia sentencia del señor José Duval: un libro que no está escrito más que libro es un cuaderno). No viene en cuaderno, pero de todos modos nadie nos impide que si queremos después de leerlo agarremos lápices y lo coloreemos. Ya está, ya me saqué las ganas. Hablemos de lo que pasa entre tapa y tapa.

3.
Cuando en 1977 a la señora de Gaviria –que se había hecho ligar las trompas de Falopio –le empezó a crecer la panza, los médicos ecuatorianos le dijeron, con la prepotencia que a veces caracteriza al rubro, que de ninguna manera estaba embarazada: o era aire, o un embarazo psicológico, o un virus tropical. Pero un embarazo no. Vaya forma de llegar al mundo, con el mote de virus tropical. Paola nace entonces en Quito, en una familia complicada (como todas) y amorosa (como muchas pero no todas) y tiene una primera infancia, una segunda, una adolescencia: o sea, crece. Virus tropical es la historia de todo lo que pasa desde la concepción de Paola (literalmente) hasta que a los 18 años deja la casa materna (o en su caso fraterna) para "vivir su vida". Así lo pone la misma autora en una entrevista que le hicieron para el Buenos Aires Herald y que yo traduzco de forma amable pero amateur para todos ustedes:

“Todas las familias tienen historias oscuras que tratan de esconder. La vida cotidiana está llena de episodios dramáticos. Si los miramos de cerca, nos damos cuenta de que eso es la vida misma. A veces los exageramos, pero en verdad no son más que situaciones de todos los días. Yo traté de contarlos tal y como son, sin embellecer la historia real. No querría que la gente diga ‘pobre chica, qué momentos jodidos que vivió’. No es más que mi vida, no es ni mejor ni peor que la de otros…”.

4.
La diferencia entre la vida (temprana) de la poderosa Paola y la de otros, y con esto termino, está en que ella se sentó y la dibujó; y además la dibujo lindísimo, con un trazo sencillo en blanco y negro e innumerables detalles. Tema aparte son las portadas a página completa de cada capítulo: espectaculares. A no perdérselo.

5.
Esta reseña fue publicada primero en el blog de Libros del Pasaje.

lunes, 21 de mayo de 2012

El Arte: conversaciones imaginarias con mi madre, de Juanjo Sáez




1. Juanjo Sáez es un dibujante barcelonés que ya tiene bastante fama: gugleenlo sino. No es que antes de El Arte fuera un desconocido, pero del 2006 a esta parte publicó Yo, otro libro egocéntrico (2010, disponible en Argentina y en Libros del Pasaje), hizo el arte del disco Principios básicos de astronomía de la banda española indie-pero-con-proyección-internacional Los Planetas y estrenó dos temporadas de una serie animada en televisión, Arròs covat o Arroz pasado, de la cual además editó el guión en formato libro. También publicó por primera vez en Argentina vía La Editorial Común este tomo que nos ocupa.

2. Es impresionante lo parecida que es la mamá de Juanjo Sáez a Conse, la encargada de mi edificio.

3. Un día Juanjo vuelve de un viaje y va a comer a casa de su madre. Había ido con su mujer Vanesa a Bilbao a visitar el museo Guggenheim. "Tendrías que ir, te encantaría" dice Juanjo a su mamá. "Bueno, ya sabes que yo no entiendo" dice la madre. A ese comentario de la madre de Juanjo -en esa breve conversación real sobre arte contemporáneo- intenta responder El Arte:
"Tengo la manía de terminar las conversaciones con mi madre en mi cabeza, es un poco raro, pero todo lo que sigue a continuación es imaginario".


4. El Arte es un libro rarísimo, y por ende muy difícil de clasificar. Guiándonos por la trayectoria de su autor y por la editorial, diríamos que se trata de una historieta, y en ciertos tramos sin duda lo es. Por otro lado, muchas páginas de texto pleno (manuscrito) con algunas ilustraciones desencasillan al libro, y todo descarrila cuando llegamos al contenido. Un poco manual de historia y filosofía del arte, un poco autobiografía... Parece que el mote de novela gráfica se gasta rápido y ya nos enfrentamos a cosas como ésta, para la que quizás deberíamos inventar una designación onda cómic-ensayo o ensayo gráfico o algo por el estilo.

5. En las historias de Sáez se encuentran los móviles gigantes de Alexander Calder con la pipa no-pipa de Magritte, las constelaciones de Miró con las películas de Warhol o Lars von Trier y hasta con los mutantes X-Men de Marvel Comics. También Chillida, Picasso, Tàpies y el aduanero Rousseau son de la partida. Siempre con su madre como interlocutora -imaginaria- el protagonista recorre museos, campos y castillos en el aire y se esfuerza por responder a cuestiones tan remañidas como la famosa: "esto lo puede dibujar un chico de cinco años". Bueno, no.

6. Una comparación inesperada: sin intentarlo (y sin la solemnidad, y sin la voluntad omnímoda) El Arte tiene algo en común con ese bestseller de los noventa que fue El mundo de Sofía, porque de una forma sumamente lúdica permite una primera y sin embargo comprometida aproximación a un tema "profundo", que en aquel era la filosofía y, en éste, El Arte (las mayúsculas son del autor).

sábado, 19 de mayo de 2012

Yo era una chica moderna, de César Aira

1.
“Las peripecias de la aventura nos habían llevado, a través de los altos y bajos de la noche, al corazón de lo serio, y una vez allí volvíamos a ser las dos chicas que salían un sábado a la noche a buscar el amor y reparar las injusticias de la sociedad.”

Capaz un día César Aira escriba una novela más y diga “Listo, terminé”. Por ahora lleva escritos y publicados más de cincuenta libros y no parece haberse agotado. Descubro que leí, con este, diez de ellos, y si existiera un esbozo de conclusión general (mía) sobre la literatura de César Aira podría ser algo así como “Aira sólo se parece a Aira”. O también, más desde la popular, “Aira es un capo”. Hay quienes –desde el esnobismo – plantean que Aira escribe siempre lo mismo, o que ya no es "original". Tengo dos respuestas simultáneas para darles a estos hipotéticos críticos esnob: sí y no. Sí porque, por un lado, Aira es un estilo en sí mismo (o varios). Y también no, porque una vez que te das cuenta que Aira tiene un estilo tan propio (y no hace falta leer varias novelas para encontrarlo: a lo mejor con una alcanza) y con ese conocimiento disponible tratás de formular hipótesis probables sobre lo que está por venir, es muy posible que te equivoques. Todo puede ser siempre más fantástico, y también más convencional, y también más aleatorio, y también más significativo de lo que pensás. Lo que nos lleva de vuelta a mi segunda conclusión sobre la literatura de César Aira: qué capo.

2.
“De la saga de milagros que constituía nuestra amistad podía esperarse perfectamente que nos encontráramos por casualidad en la disco más chica del mundo.”

Una sinopsis posible y sin spoiler alert: en algún punto de los años noventa, en la noche de una reconocible pero mutante ciudad de Buenos Aires, dos amigas cometen un crimen por despecho y huyen en círculos que las llevan una y otra vez a los mismos lugares: el Bar Lilliput, la calle Florida, Chez Tatave, una estatua de San Martín, la sinagoga engualichada de la calle Libertad.

3.
“Sentíamos el sabor del crimen, que nada iguala en la realidad, ni la droga, ni el sexo, ni las privatizaciones”.

Los noventas es sin duda uno de los temas de la historia, ya desde la campera de cuero azul de la tapa (que nos recuerda la descripción de los noventa del escritor Sebastián Kirzner: colores primarios, frutas, Ritmo de la Noche). La novela está plagada de alusiones a la “movida” de esos años. El otro tema es -como dice en la contratapa- “un interrogante generacional y de género”. La amistad, el amor, la maternidad, la sexualidad, distintos ejes de reflexión atraviesan intempestivos la novela con una óptica tan exacerbadamente femenina (ya desde el título y la frase que abre el texto) que pegan la vuelta: pasan del delirio y la parodia a la seriedad más absoluta. Y decimos “de reflexión” no porque sí: la práctica o el oficio han hecho de Aira un genio de los ritmos, y entonces –por ejemplo – en medio de una encarnizada batalla entre estatuas vivientes y patovicas, puede que la acción se detenga con una párrafo en primera persona sobre la modernidad y el estilo que te abstrae de lo anterior, para casi de inmediato arrojarte como nuevo al fragor absurdo del que te había sacado.

4.
Yo era una chica moderna no es la última novela de César Aira (es de 2004), pero tiene una reedición reciente y muy cuidada por Interzona, con guardas, tinta en dos colores y todos los chiches. Si todavía no la leyeron, no se la pierdan.

5.
Reseña publicada originalmente en Libros del Pasaje.

viernes, 13 de abril de 2012

Conquista de lo inútil, de Werner Herzog

1.
A la noche terminé de leer un libro, y como me sentía muy solo, enterré el libro al borde de la selva con una pala prestada.

No necesitaba estímulos externos para querer conseguirme cuanto antes un ejemplar de Conquista de lo inútil, el diario de Werner Herzog durante la filmación de Fitzcarraldo. Sin embargo los estímulos no pararon de llegar. Todos me hablaban de su sorpresa: de la distancia entre el libro y sus expectativas. Algunos lo habían empezado esperando encontrar la mirada que un europeo como Herzog puede tener de un lugar como la selva peruana. Otros, un manual de procedimientos cinematográficos personales, en la línea del célebre Días de una cámara de Néstor Almendros. Otros, una lista de exabruptos y papelones protagonizados por Klaus Kinski. Y los menos pretenciosos, una chismografía de la farándula mundial de esos años (1979-1981). Lo que ninguno de mis informantes se esperaba era que el diario de un cineasta pudiera estar escrito con una prosa tan cuidada, pudiera estar tan lleno de frases subrayables, párrafos a marcar con corchetes en los márgenes, tanta poesía. Para muestra, el epígrafe suprascripto.

2.
El diario de Herzog es sin embargo también todo lo que mis informantes esperaban. Para empezar, si lo que se busca es conocer las aventuras de Werner Herzog en Perú, Conquista de lo inútil cumple las expectativas absolutamente. El entramado de relaciones que el director tuvo que mantener con el Estado peruano, el ejército peruano, las comunidades indígenas locales y los habitantes de Iquitos, relaciones siempre complejas y teñidas por las sospechas que despertaban las intenciones de un europeo desplegando un campamento en la selva fueron tan complejas que sorprende hasta el anonadamiento el que hoy podamos ver Fitzcarraldo terminada.

3.
Conquista de lo inútil es también pedagógico, para el que lo quiere leer buscando lecciones. Seguramente no a un nivel técnico, pero definitivamente sí al nivel más llano y abarcativo y también trascendente en el que cualquiera más allá de su oficio puede extraer lecciones de la experiencia ajena, por cursi que esto pueda parecer. Va un ejemplo. Resulta que hay dos ingenieros trabajando en el rodaje, y el trabajo que tienen que desarrollar es tal vez el más importante para el éxito de la película: son los encargados de que se logre el objetivo de Fitzcarraldo, izar el barco de vapor por encima de la montaña para que llegue por tierra desde un río hasta el otro. Como los que vieron la película saben, lo principal era que el barco realmente subiera la montaña: un truco hubiera arruinado el punto de toda la cuestión. En cierto momento, los ingenieros tienen una discusión sobre el método a utilizar. Uno de ellos, convencido de que la tarea es imposible, quiere arrasar la montaña para que el barco pase por una superficie plana. Abro cita textual, página 189:
Le dije que no lo iba a permitir porque de esa forma perderíamos la metáfora central de la película. Metáfora de qué, me preguntó. Le dije que eso no lo sabía, sólo que era una gran metáfora. Quizás no era más que una imagen que dormita en todos nosotros, y yo soy apenas aquel que la pone en contacto con un hermano al que todavía no conoció.


4.
También es cierto que en Conquista de lo inútil cunden las apariciones estelares. Y no sólo las de los participantes del rodaje, como Mick Jagger y por supuesto Klaus Kinski. Hacen su aparición personajes como F. F. Coppola o M. Vargas Llosa, pero eso es sólo el principio: en un momento Herzog almuerza con un nonagenario Abel Gance, ese padre del lenguaje cinematográfico nacido en el siglo XIX y al que no le quedaba mucho tiempo sobre la Tierra. En otro momento, con Stanley Kubrick, en pleno rodaje de El resplandor. Y esos encuentros no son casualidad, porque Herzog no está haciendo una película más. Aunque él no pueda saberlo, la película que está intentando filmar será uno de los hitos del cine mundial y de la historia de su país. El afiche de Fitzcarraldo es uno de los pocos elementos del cine que se exponen en el museo de historia alemana de Berlín.

5.
En definitiva: Conquista de lo inútil es un gran libro, y es posible que siga siendo importante en años por venir. La excelente traducción de Ariel Magnus ayuda a disfrutarlo en su completitud. La sinceridad del autor, lo épico de los acontecimientos y el ritmo de relato se nos impone y hace que no podamos evitar empatizar con Werner Herzog cuando, cerca del final del diario (y del rodaje), leemos
Siento que estoy en una sala de conciertos donde se estrena una obra orquestal poco conocida y al final nadie sabe bien si terminó, es decir si deben aplaudir, y como nadie quiere quedar como un ignorante empezando demasiado temprano a batir las palmas, cada uno espera un momento a ver qué hacen los demás, ese momento de silencio e indecisión en el que la ovación no acude a redimir: en ese momento, pero dilatado por meses, he caído ineluctablemente.


6.
Esta reseña salió tal cual está en el blog de Libros del Pasaje. Lo que me faltó incluir es que en una parte Herzog narra una película de Olmedo y Porcel, sin saber que se trata de una película de Olmedo y Porcel. Fantástico.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Fueye, de Jorge González

1.
Hitchcock le cuenta a François Trouffaut en El cine según Hitchcock (Alianza, varias ediciones) que para él sus películas ya estaban terminadas en la etapa del storyboard. Que lo que venía después lo aburría sobremanera, porque los storys de sus películas eran tan minuciosos y completos que todo lo que tenía que hacer era seguirlos al pie de la letra. En ese sentido, si alguien decidiera hacer de Fueye una película, y tomara la historieta tal cual es como su storyboard, flor de película tendría entre manos. Alcanza con imaginarse las primeras tres viñetas del libro como si fueran los primeros tres planos de esa superproducción: abrumadores. Si ya son abrumadores en el libro… Podés tenerlo en tu regazo y estar mirando para abajo, pero el tercer cuadro a doble página se siente igual que si uno estuviera sentado en la primera fila del cine Gaumont, mirando para arriba… Pensándolo bien, eso se llama empatía: los que miran para arriba son los personajes de esas viñetas, italianos en un puerto en 1916 tratando de abarcar con los ojos el transatlántico en el que se van a pasar los próximos tres meses de sus vidas.

2.
Me pasó que tuve Fueye sin abrir, casi sin ojear siquiera durante varios días. Salió de la librería y llegó a mi escritorio y se quedó quieto ahí, esperando su momento. Yo no tenía referencias previas ni del libro ni del autor, aunque sí de la editorial (La Editorial Común, que como se habrán enterado por diversos medios, es un emprendimiento relativamente reciente de Ricardo Liniers Siri y Angie Erhart del Campo para editar en el país novelas gráficas de autores que a ellos les gustan) y también sabía lo del premio (Internacional de Novela Gráfica Fnac-Sins entido) pero eso tampoco me decía mucho. Cuando finalmente me decidí y me senté a leer Fueye, a mí alrededor bien puede que hayan pasado al galope una horda de hunos vociferantes sin que yo me haya enterado. Esas abrumadoras tres primeras viñetas (sí, insisto con ellas) son el señuelo perfecto para todo lo que viene después. Cuando logré cerrar el libro para volver a mis obligaciones 1916 había quedado atrás y ya era 1968 en Buenos Aires, en la página 100. El olor a tinta debe haber colaborado en la hipnosis. (Aquellos que disfrutan del olor a libro nuevo, preparensé).

3.
Voy a prescindir de adelantos sinópticos, es mejor si lo descubren por ustedes mismos. Sólo doy algunas nociones para aquellos que no pueden sin ellas: es una historia con inmigrantes, malevos, anarquistas, bandoneones, corrupción, orgías, infancia, travestis, cárceles, oficinas, amores desgraciados… que transcurre en las décadas del ’10, del ’30, del ’60… Y también es otra historia, una contemporánea, aunque también porteña, también con inmigrantes y también con bandoneones.

4.
Hablando de bandoneones, esto: así como en el bandoneón se oye a la vez lo que se toca y cómo se lo toca (cuando suenan a la vez las notas y el claqueteo de la botonera), en Fueye González nos muestra lo que dibuja y cómo lo dibuja: las diferentes etapas del dibujo se superponen sin taparse entre sí, agregando sentido en la presencia simultánea. Y hablando de bandoneones, también esto: el disco Fueye, del bandoneonísta Marcelo Mercadante (más doppelgänger que banda sonora del libro). Se lo puede bajar de la página web del músico, bajo licencia creative commons. Les recomiendo perentoriamente que no se pierdan ninguno de los dos.

5.
Esta reseña la hice para y fue publicada primero en la página de Libros del Pasaje.

domingo, 11 de marzo de 2012

La soledad del lector, de David Markson

1.
Al principio pensás que lo que tenés entre manos es algo así como una versión más culta de la Enciclopedia de datos inútiles de Homero Alsina Thevenet. Que Picasso esto, que Emily Dickinson aquello, que Camille Claudel pasó los últimos treinta años de su vida en un manicomio. También pensás que cada vez que el autor pone “el Lector” se refiere a vos, el lector. Pero no: en ambas cosas estás equivocado. El libro que estás leyendo es una novela, aunque compuesta de “referencias y alusiones intelectuales, y “sin casi nada de novela”. Y “el Lector” no sos vos: es el autor. Ya nos lo había advertido el epígrafe de Borges: “Ante todo me considero lector”.

2.
Y cuando te das cuenta de esas dos cosas, te surge un nuevo pensamiento: “estoy ante una novela difícil, sesuda, tengo que pensar, tengo que prestar atención”. (“Tengo un relato. Pero tendrás que esforzarte para encontrarlo”, nos azuza el escritor, el Lector). Te volviste a equivocar: nada más alejado de la realidad. La soledad del lector de David Markson no sólo no es un libro “difícil” sino que es uno de esos libros que se lee como viene, sin esfuerzo, en cualquier circunstancia, sin poder parar y que de pronto se terminó. “Hipnótico”, lo llama Kurt Vonnegut en la contratapa.

4.
David Markson nació en 1927 en Nueva York y murió ahora, en 2010. En la década del cincuenta supo ser amigo de la pomada (Kerouac, Dylan Thomas) y hasta se carteó profusamente con Malcom Lowry, mientras escribía por encargo westerns y novelas policiales (Epitaph for a Tramp [1959], Epitaph for a Dead Beat [1961] y The Ballad of Dingus Magee [1965]). La fama le llega tarde, en 1988, con la publicación de su novela Wittgenstein’s Mistress. La soledad del lector [Reader’s Block] es de 1996, y da inicio a la serie que se completa con This Is Not a Novel [2001], Vanishing Point [2004] y The Last Novel [2007] que efectivamente es su última novela.

5.
Anecdotario de la historia del arte universal, lista de antisemitas, de suicidas y de obsesos y a la vez novela sorprendente, La soledad del lector es además una muy buena puerta de entrada a la obra de este escritor que según David Foster Wallace representa “el punto más alto que podemos encontrar en la ficción experimental de los Estados Unidos”.

6.
Esta reseña la escribí para el blog de Libros del Pasaje y también salió en el blog de la editorial La Bestia Equilátera. Quiero agregarle que: a) es re judío. Después de casi cada referencia holocáustica viene una onda koolot valeivaa. b) Aparecen mencionados sólo dos personajes de nacionalidad argentina y uno es Borges. Nunca se me hubiera ocurrido que el otro fuera a ser el que es. c) Aparece citado el comienzo de Pedro Páramo. d) El libro es re ñoño, mal. O sea, bien, re bien. Pero sólo se puede disfrutar con un espíritu ñoño.

martes, 6 de marzo de 2012

Un hombre sin cabeza, de Etgar Keret

1.
Supongamos que yo ahora estoy muerto, o que abro una lavandería de autoservicio, la primera de Israel.
Así empieza el cuento “Suciedad”, el noveno de los treinta y cuatro cuentos cortos y muy cortos que componen Un hombre sin cabeza. Es el mismo que yo traduje como "Mugre", cuando leí un libro con casi los mismos cuentos que tiene éste pero en inglés. Mi traducción me gusta más porque la hice yo. Igual debe estar mejor la de "Suciedad", porque la mía es del inglés y no del hebreo. Es notable como casi ninguna frase estaba traducida idéntica en las dos versiones.

2.
Etgar Keret, para quienes todavía no lo conocen, es EL escritor israelí vivo y todavía joven más capo por lejos. Nació en Israel en el '67 y sacó su primer libro en el '92. Escribe más que nada cuentos cortos (que podrían ser amigos, sin salvar tanto las distancias, de los de Un tal Lucas de Cortázar y La máquina de pensar en Gladys de Levrero), aunque también guiones de televisión, cine y cómics. Tiene una novela breve, Pizzería Kamikaze, que quiero leer. Y además hace pocos años estrenó una película, Meduzot [2007] (sí, es el hebreo para medusas), junto con su mujer Shira Geffen, que no es su ópera prima pero sí la primera en salir de Israel, en llegar hasta acá y en ganar la Camera D'or del Festival de Cannes.

3.
Vaya uno a saber por qué, la edición de la obra de Keret fuera de Israel es un quilombo: para cada nuevo idioma han hecho compilaciones diferentes de los cuentos que están en sus libros originales en hebreo. En castellano, ese sería el caso de La chica sobre la nevera (Siruela, 188 p.), que tiene cuentos de Gaaguei LeKissinger [1994] pero también de otros libros publicados con posterioridad. Un hombre sin cabeza, sin embargo, es la excepción a la regla, o el comienzo de una nueva era de ediciones bien cuidadas. Es la edición en español, íntegra, de Anihu (Aní-hú), a la que en vez de dejarle su título traducido ("Yosoyel", por lejos el más extenso) le pusieron el nombre de otro cuento que también está en el libro y que también está muy bien.

4.
Si intentemos una clasificación posible de la literatura de Keret, que se aplique a los cuentos de Un hombre sin cabeza, nos sale así:

a) Cuentos con chicos que se enfrentan al mundo adulto con sus armas de niño y que por lo general resultan extrañamente victoriosos. ("A Tuvia le pegan un tiro", "Satisfacción", "Ojos brillantes", el del título).

b) Cuentos con una buena cuota de fantástico en la onda de los cuentos fantásticos de Bukowski. ("El gordito", "Tu hombre", "La botella").

c) Cuentos donde se muestra -mejor que en ningún otro autor, desde la perspectiva de este reseñista- cómo es vivir en un país como Israel que está en conflicto permanente, casi por definición, diríamos. ("Los pechos de una chica de dieciocho" es el ejemplo perfecto y uno de los mejores relatos del libro. Otro ejemplo, "Rabin ha muerto", al que quizás le falta una nota al pie que explique el título a los menos informados sobre política israelí).

d) Cuentos absurdos. (Como el del tipo en el avión al que la nena del asiento de al lado le insiste para que se encuentre con la azafata en el baño, mientras puede que la propia nena sea en realidad un enano que además hace de camello. Y no les conté nada).

e) Cuentos inclasificables. (Como "Halibut", que en castellano sería "Mero" y que es mi favorito del libro)

5.
La edición es re linda y te da ganas de acariciarla.

6.
Esta es una versión de la reseña que escribí para el blog de Libros del Pasaje. http://www.librosdelpasaje.com.ar/2012/03/un-hombre-sin-cabeza.html