Él me pidió que bailara. Yo no me podía negar, era su cumpleaños.
En el cajón de la habitación oscura encontré mis viejas zapatillas, me las puse y empecé a bailar al son de la música que él tocaba. Los pasos parecían salir solos, adagios, allegros, todo cabía en esa melodía.
Cuando dejó la guitarra a un lado yo seguí bailando, y no pude parar más.
Miré mis pies, el desgaste había oscurecido mis zapatillas, se habían vuelto rojas.