Foto: David Rice
El destino nos encontró en aquella escalera, pero no fue él quien miró tus ojos verdes o la mata de pelo negro que caía por mi espalda, ni fue él quien sonrió al pasar, quien se giró al tercer peldaño, quien sugirió el café, los besos y las tardes de sofá y manta. No fue el destino, tampoco, quien desconfió y quien dio pie a los gritos. No lloró el destino. No cerró la puerta.