Aquella noche de septiembre
estaba la urbanización tranquila, con algunas conversaciones a media voz, cuando
se empezaron a oír los gritos. Los
vecinos se quedaron callados, solo se escuchaba alguna risa sospechosa,
mientras aquella mujer gritaba desaforadamente en mitad de un orgasmo
interminable. Parecía mentira que un orgasmo pudiera durar tanto, y seguramente
tuvo su eco en algunas parejas que, con más prudencia, cerraron sus ventanas.
Cuando aquello cesó, se formó una pequeña algarabía en las distintas terrazas, risitas ahogadas y conversaciones cómplices de un balcón a otro.
Tres o cuatro días después, en
los periódicos contaron el suceso: un hombre había descuartizado viva a su
mujer en una vivienda de esa urbanización. Desde entonces, los vecinos se
saludan cabizbajos, no salen a la terraza de noche y hay un pacto implícito de
hacer el amor con las ventanas cerradas. En silencio.
Relato escrito durante el Microtaller de Humor de la Escuela de Fantasía