La risa siniestra, las carcajadas que salen de lo más hondo del mundo, enloquece a la gente del pueblo congregada junto a la hoguera donde arden las brujas.
Los inquisidores que han dictado sentencia de muerte se encogen dentro de sus vestidos negros y sus sombreros de ala ancha. Las miradas oscuras apuntan al suelo sin osar siquiera encontrarse en otro lugar.
Mientras tanto, las brujas mueven el tiempo a su antojo, apagan las llamas, deshacen los nudos y caminan hasta la cueva donde invocan la sabiduría eterna.