Se acercaba la noche de San Juan y no dejaba de pensar en las tres cosas que quemaría en la hoguera. Era tan difícil decidirse, sin duda este no había sido su año.
En el trabajo todo iba de mal en peor, dejando que le recortaran el sueldo para conservar un puesto que, por un lado, no le gustaba y, por otro, no duraría demasiado, vistos los despidos que ya se habían realizado.
La casa que compró con tanta alegría, y tan bien de precio (relativamente, dada la coyuntura, blablabla), se caía a pedazos y le daba problemas, mes si, mes también.
No había estado con nadie en todo el año del sexo opuesto ni, ya puesta, del suyo propio. Se lo pasaba bien a solas pero un poco de contacto humano no le vendría mal, una vez al año al menos.
Sus dos mejores amigas, las más cercanas, una se había echado pareja y desde entonces estaba desaparecida. La otra se mudó a las afueras, más cerca del curro, al principio hacían el esfuerzo de verse pero ahora cada vez menos, algún cumpleaños, alguna comida, no más de una vez cada... dos meses.
Había leído, en los últimos meses, los peores libros de su vida, no tenía mucho tiempo para pasar en una buena librería y compraba los libros más leídos o los que le recomendaban en la oficina ¿qué tipo de mierdas lee la gente?
Tenía la tensión alta y el colesterol en línea ascendente, de tanto café y tanto mal comer.
Con todo lo malo que podía quemar pensó si no sería más sencillo quemarse ella, pero bueno, siempre hay quien está peor, eso dicen ¿no? Quizá si quemaba solo lo que iba mal de todo aquello, lo demás mejorara
Empezó una lista en la que fue tachando
Ahora tocaba pensar en las cosas buenas, lo que pediría para mejorar la vida que llevaba, le hizo gracia, miró el papel a quemar y no tenía mucha lógica quedarse sin casa ni trabajo, más bien había que cambiarlo, se acordó de uno de los libros de mierda y escribió en otro papel la primera palabra:
Feng shui
Con eso quizá serviría de momento, cambiar la energía de los espacios, al menos sentirse cómoda donde estuviera.
Quedaban dos y se acordó de que un compañero de curro que le caía bien le habló un día de algo y escribio la segunda palabra:
Grupo de caminantes
Ya tenía dos de las tres, cinco de las seis y sin quemarse a sí misma.
Se acordó de que había algo que sí funcionaba en su vida, una fuente inagotable de alegría y sufrimiento, también de rutina, risas, llantos, compartir sin pensar, y que eso, le gustara o no, no podría cambiarlo y escribió su tercera palabra:
La noche llegó, fue a casa, cogió todos los horribles libros y se los llevó en un carrito al solar de al lado donde ardían varias hogueras ya. Echó sus libros y su papel al fuego y saltó, libre, la hoguera, tres veces.