Mientras él me talaba yo sacaba ramas nuevas, invisibles, que no pudiera cortar a su antojo para dejarme hecha un tronco inmóvil y feo.
Cuando él salía a trabajar yo me disfrazaba para ir a la calle. Con las clases de teatro, conseguí seguir siendo para él la que empequeñecía con cada palabra y cada hostia.
Contraté a una entrenadora personal que me hiciera fuerte y mejorara mi musculatura bajo la misma complexión de siempre.
Las demás ramas las hice crecer yo sola, esperar el momento, medir las palabras hasta conseguir las perfectas para la última conversación.
Llegó el día, vi la oportunidad y no la dejé pasar, me sentía fuerte y calmada, y con ganas de ser yo por fin.
Él llegaba enfadado del trabajo, y tenía su árbol talado para aguantarle toda la mierda. Cuando empezó yo le fui envolviendo con mis ramas invisibles, intentó desasirse pero era más débil que yo, entonces trató de darme miedo con su voz, ahora temblorosa, y al escucharme, mis palabras le quemaron las entrañas, enmudecido y pequeño cayó ardiendo a mi lado. Me aparté mientras se quemaba, después saqué la escoba y barrí sus cenizas.
*Relato presentado al concurso del blog de Castillos en el aire "Microrrelatos sobre violencia de género"