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jueves, 16 de junio de 2011

La carne

Dedicado a Pablo Garcinuño

Hoy comí un bistec. Como siempre, se me quedan pequeños hilillos de carne entre los dientes, por eso no me gusta comerlo cuando voy por ahí, es muy desagradable andar manipulándose la boca toda la tarde. Pero hoy, afortunadamente, estaba en casa.
Al rato de andar con la lengua moviendo, para que cayera, fui al baño desesperada, y allí, armada con un cepillo dental, eliminarlo definitivamente.
Me acerqué al espejo para mirarlo, estaba ahí justo, entre el incisivo y el colmillo, y cuando encendí la luz del frente para verlo bien dí un respingo ¡se movía!
Primero morí de asco, luego el morbo me pudo y volví a observarlo, tenía que sacarlo de allí como fuera, preferí usar la seda dental por si acaso el cepillo no fuera suficiente. Corté el trozo de seda largo para hacer, si era necesario, más de una prospección y me lancé a por el asqueroso bicho con patas que se había alojado entre mis dientes.
Pasé la cinta una primera vez, no lo conseguí, una segunda y ahora sí, allí lo tenía, un hombrecito pequeño, diminuto, aferrado al hilo de seda. Ya no me sorprendí, solo me asqueé aún más ¿cómo había podido? ¡el muy puñetero! hay hombres que no hay manera de echar, ni en la noche, ni en el desayuno, ni siquiera en la comida. Esta vez no vuelve me dije, y lo lancé por la taza del váter.

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