Puedo atinar un
pronóstico con sólo mirarme en el alma.
Digo alma y no
espejo, porque el muy mentiroso siempre me muestra entera y de pie. Confieso
que atino y no que acierto, porque aquella es insostenible, volátil, devaluable,
densa, asfixiante. Mutable.
Descubrí que el
atajo hacia mi alma está inmerso en un bosque tupido de árboles desamparados, poblado
por los corceles fantasmas que se reflejan desde las manchas de humedad del
cielo raso.
Puede ser un día
de hormigón, de pupila oculta tras las nubes que derrapan en los lagrimales, y
que indefectiblemente llueven raudas sobre los prados aledaños, áridos de
caricias. Un día de cemento y lodazal, de árboles sedientos que arden de
impotencia y duelen en cada latido si cierro los párpados.
Puede ser una
jornada de surcos oreados al sol de algún recuerdo que no pestañea, para no
llamarte desesperadamente en código Morse. Corro el riesgo de que te
desvanezcas en alguna ochava de la mente si me muevo demasiado, y corro la
certeza de que no vengas.
Podría atinar un
pronóstico si lograra divisarme en el alma.
Hoy hay
demasiada neblina, imprecisión, huecos. Hoy no me acechan los pantanos, hoy no
flamean las crines.
Pero tampoco
distingo los árboles.
Caro García
Caro García me envió hace días esta foto, a partir de la cual escribí el micro Perdido. Esta es su propuesta, que hoy publico yo en mi blog, a la espera de que ella abra el suyo propio ;-)
Gracias, Caro.