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Enriquito tenía un don, utilizaba la telepatía, y además la utilizaba bien. Era un buen chico y gracias a ella ayudaba a su madre con los pequeños olvidos diarios. También a sus compañeros cuando preguntaban en clase, y así les evitaba los cintarazos de los curas. Él no necesitaba esa ayuda, además de telepatía tenía memoria fotográfica y se quedaba con la información a la primera.
Se hartó en su infancia de ver el trato que daban los curas, incluso a él que no era travieso ni fallaba nunca en clase, le quedaron cicatrices para toda la vida.
Enriquito se decidió por el seminario para cambiar las cosas, pero allí había más gente con buenos dones, y enseguida le pillaron lo de la telepatía. El superior le negó la posibilidad de utilizarla, "ya estamos buenos de milagros Enrique, solo nos falta que vengan las abuelas diciendo que Dios les habla" así que tuvo que someterse por sus votos y dejar de utilizarla.
Ya mayor, cuando daba religión en los colegios, le dieron ganas de usarla, pero no lo hacía por sus votos, santa obediencia, y en todo caso, ellos no recibirían nunca cintarazos de su parte.
Aquél viernes tenía prisa por irse del colegio, pero a los chicos y chicas les encantaba el juego que organizaba para terminar la semana, las preguntas y respuestas les ayudaban a aprender el catecismo de manera divertida. No les importaba que hubiese sonado la campana, así que para cerrar e irse optó por dejar la respuesta que nadie sabía en el aire a ver si alguien la recogía -no es exactamente telepatía- se mintió.
Cuando estaba recogiendo y aquélla niña le dijo que Dios le había hablado, contestó con una risa nerviosa, "no digas tonterías", los milagros no pueden existir, estamos apañados.