Entro en el vagón, me siento y bajo la barra de seguridad. Suena un pitido y empezamos a avanzar por los carriles. Primero una subida lenta, muy lenta, que hace presagiar una bajada vertiginosa: pero no, hay un llano y después cae con suavidad, luego otra subida y ahora sí, triple vuelta de campana, estómago en la garganta, ojos fuera, gritos de pánico. Llano rápido y una bajada, ya caemos en picado, los pelos se quedan arriba, las manos aferradas a la barra, hasta el culo se levanta un poco del asiento. Subida otra vez y luego vuelta, giro, vuelta, giro, un llano largo lleno de temores y por fin una bajada por un túnel que parece no terminar nunca. Al salir, media vuelta y se terminó. Respiro. Ahora por fin sé que te has ido para siempre.