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viernes, 24 de mayo de 2024

Charles Bukowski: Hollywood

Idioma original: inglés

Título original: Hollywood

Traducción: Cecilia Ceriani

Año de publicación: 1989

Valoración: Está bien


No creo que me equivoque mucho si digo que casi todos hemos catado en alguna medida a Bukowski en nuestra juventud. Es que es irresistible, todo eso del realismo sucio, hablando sin tapujos de sexo, de alcohol, libros en los que se dice follar y que te jodan, tipos antisociales que se ríen de las convenciones. Una especie de versión cínica de Kerouac, un Borroughs en viaje de vuelta. Un cóctel apetecible para alguien ansioso de conocer el lado oscuro del vicio, el riesgo y las peleas. Muchos años más tarde echamos un vistazo a aquellas historias y, claro, impresionan bastante menos pero ¿pueden seguir resultando atrayentes?

Un director de cine encarga a Bukowski (o a su inevitable alter ego Chinaski) que escriba un guion. Tras algunas dudas consigue sacarlo adelante, y ahora toca hacer la película. Todo son dificultades con productores y actores, con la financiación y los caprichos de la industria, problemas que el guionista contempla a cierta distancia, más vinculado al proyecto por amistad que por auténtico interés (al margen del económico, claro). Las múltiples vicisitudes que se van sucediendo, algunas disparatadas pero con el aspecto de ser muy reales, constituyen el cuerpo del relato de principio a fin.

Bukowski siempre habla de Bukowski, con lo que la lectura de todos sus libros nos proporciona algo parecido a una biografía completa. Esta tendencia a contarnos sus excesos y aventuras puede resultar un poco cansina, y hasta poner en cuestión la creatividad del autor. Pero bueno, es innegable que con su personaje a cuestas consigue arrastrar a buen número de incondicionales que disfrutan de su aspereza y su sarcasmo. Todo esto lo encontramos, claro está, en Hollywood, que por lo demás me parece un texto algo monótono, una colección de anécdotas más o menos cómicas que desde el punto de vista narrativo no dan mucho más de sí.

Claro que Bukowski no es mal escritor, no solo tiene un estilo muy personal y domina perfectamente la acción (no por nada es su propio protagonista y puede estirar, adornar o reinventar su propia experiencia), sino que también sabe colocar elementos que realcen su relato. Aunque sea en una capa menos visible, podemos detectar la decadencia que marca la edad, y una especie de viaje involuntario, casual o no tanto, a lugares visitados en la juventud, un punto muy tenue que, sumergido en la ironía dominante, se diría que el autor no quiere que se llegue a apreciar. El peculiar papel del guionista asoma también entre las páginas, es quien ‘hace latir los corazones’ de sus personajes, quien les da ‘palabras para hablar’, les hace vivir o morir; pero

¿Y dónde estaba el escritor? ¿Quién fotografiaba alguna vez al escritor? ¿Quién aplaudía? Aunque menos mal ¡joder!, claro que menos mal: el escritor estaba donde debía estar: en algún rincón oscuro, observando.

Ya, se podría añadir, o más bien en el bar, o en ese mismo rincón oscuro trasegando un par de botellas de vino. Porque si nos parásemos a contar las botellas que se vacían en este relato (sobre todo vino, pero también whisky, vodka, lo que se tercie) nos podría salir un número cercano a ese gúgol que nos es tan familiar, no por nada la presencia del alcohol en los relatos de Bukowski, o sea, en su propio día a día, es de esas cosas que en principio hacen gracia, diríamos que despiertan simpatía, pero sobrepasada una frontera, empiezan a dar bastante grima. Quizá también porque, queriéndolo o no, todo tiene un ligero aire de autoparodia: al autor le gusta presentarse como el alcohólico irreductible que ha aprendido a integrar su vicio con cierta dignidad, y también como el sexagenario bien curtido al que nada asusta, el superviviente que se ríe del mundo y sus pequeñas miserias.

Naturalmente, hay en el fondo una corriente crítica con la industria del cine, el gobierno implacable del dinero y la ambición, los caprichos de las estrellas y la mezquindad de los productores, la falsedad escondida en fiestas aburridas donde cada uno busca su oportunidad. Y por ahí, ocultándose o saludando, anda Bukowski, que a fin de cuentas parece un buen hombre, buscando al camarero para que le ponga otra copa.

Más de Charles Bukowski reseñado en ULADaquí


lunes, 23 de enero de 2023

Amy Liptrot: En islas extremas

Idioma original: inglés

Título original: The Outrun

Año de publicación: 2016

Traducción: María Remedios Fernández Ruiz

Valoración: entre recomendable (para vosotros/as) y está bien (para mí).

Es éste el segundo libro que he leído de lo que se conoce como "literatura del yo" (aunque , en realidad, no creo que el anterior, Chicas Muertas, lo sea, sensu stricto) y eso pese a mi alergia, cierto que a veces algo aletargada, a todo lo que huela a "autoficción", Sin embargo , había leído cosas muy positivas y de personas con muy buen criterio sobre éste de la ¿escocesa?, ¿inglesa?, ¿británica?... bueno, orcadiana, en todo caso, Amy Liptrot, así que no he dudado demasiado en leerlo cuando he tenido ocasión. 

Resumen resumidillo: Amy Liptrot es una joven escritora nacida en las islas Orcadas, allí donde Escocia casi pierde su nombre, aunque de padres ingleses que se trasladaron a tan remoto lugar para hacerse cargo de una granja de ovejas, lugar en el que creció la autora. Pero, poco a gusto con su vida allí -a lo que contribuyó, seguramente, el trastorno bipolar que sufría su padre y el fanatismo religioso de su madre- la ya más crecida Amy se dio el piro en cuanto pudo, para recalar en la siempre jubilosa Londres, donde vivió una veintena gloriosa, de fiesta en fiesta, discoteca en discoteca y borrachera en borrachera... con el previsible resultado de que antes de cumplir los treinta nuestra Amy se había convertido en una alcohólica y perdido novio, trabajo(s) y vivienda(s). Conservó, no obstante, el suficiente tino para apuntarse a un programa de desintoxicación y, una vez superada la primera fase en Londres, retornó a las Orcadas con el reto de permanecer sobria y recuperar el timón de su vida. El libro, pues, es una especie de crónica de los dos primeros años de ese difícil proceso y de lo que vivió a la vuelta en sus islas natales, ayudando a su padre en la granja, buscando aves esquivas para una asociación ornitológica, nadando y buceando en las gélidas aguas del Atlántico o el mar del Norte, aprendiendo astrología, leyendo sobre las leyendas e Historia de las orcadas, pasando el invierno en una isla con tan sólo 70 habitantes... en fin, un despliegue de actividades muy diferentes de la vida fiestera que llevaba en la gran ciudad, pero también incesante, casi se diría que adictiva, lo que indicaría cierta predisposición al enganche -a lo que sea- por parte de la autora.

En cualquier caso, cabe poca duda para el lector (al menos para este lector) que, sin ánimo de despreciar, resulta más interesante todo el despliegue de conocimientos geográficos, astronómicos u ornitológicos  que encontramos en el libro que los avances en el proceso de superar el alcoholismo, por más que, como resulta perfectamente comprensible, esto sea lo más importante para Liptrot. Pero, como narrativa, no deja de ser una variante de una historia de superación ya mil veces contada, mientras que la originalidad, lo que le da singularidad al libro (repito. para el eventual lector, no para la autora del mismo) es lo que se refiere a su visión de la peculiaridad idiosincrasia de las Orcadas. Por supuesto, también a la excelente forma de explicarla...

Ahora bien, he de reconocer que he tenido algún problema con este libro, por más que comprenda a la perfección y respete los motivos de Amy Liptrot para escribirlo, debido a mi alergia, como ya he referido antes, a todo lo que suene a autoficción o literatura del yo; después de todo y a pesar a sus indudables virtudes, al final se trata, básicamente, de su autora hablando sobre sí misma, lo que, en más de una ocasión, ha despertado los síntomas de mi alergia, en forma de sarpullido metafórico 8pero pertinaz y dificultad respiratoria... digo, lectora, aunque sin llegar, por fortuna, al shock anafiláctico (es decir, a abandonar la lectura). Pero entiendo que esta circunstancia es un problema personal mío; a vosotras o vosotros seguro que os gusta más.

Nota de última hora: justo este mes de enero la casa editorial de este libro, Volcano, dedicada especialmente a temas relacionados con la naturaleza, ha anunciado su cierre. Una lástima, sin duda... Desde aquí, les deseo mucho ánimo y suerte a sus responsables.

sábado, 28 de mayo de 2022

Monstruo Espagueti: Tratado sobre la resaca

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2021

Valoración: Recomendable


Vaya, nos hemos ido a lo fácil, eh? Ves en Norma Comics un librito que te hace gracia sobre algo tan manido como el pedo y la resaca, y ala, directo a Un Libro Al Día. Porque es un libro, claro, y aquí cabe cualquier cosa que tenga esa forma, no?

El asunto, ya sabemos, es tan recurrente y propenso al chiste que recuerdo una ocasión en que montamos entre varios una especie de Un, Dos, Tres… para ver cuántos sinónimos de borrachera éramos capaces de recordar, y salieron muchos, muchos de verdad, y siempre, inevitablemente, cargados de cachondeo, porque lo uno lleva a lo otro al parecer sin remedio. Y el libro, pues eso, que se mete de lleno por ese camino que es difícil que defraude porque, a poca gracia que uno tenga, contar cosas relacionadas con el descontrol alcohólico es garantía de éxito.

Cuenta la autora (porque Monstruo Espagueti es una ilustradora barcelonesa cuya página web podéis visitar aquí) que le propusieron hacer un libro sobre el cambio climático, le pareció demasiado aburrido y se decidió por esto del desparrame y sus consecuencias. Y desde luego creo que acertó porque, por muy manoseado que esté el tema (sin ir más lejos, creo que mi paisano Juan Bas escribió un libro exactamente con el mismo título) siempre hay alguna esquina que encontrarle.


Evidentemente, reina en el libro un permanente tono desenfadado, ayudado por esa caligrafía gamberra y los divertidos dibujos que lo llenan, generalmente de formato pequeño, muy básicos, infantiles, pero de una expresividad aplastante, capaces de hacer que te partas de risa al acompañar el texto dándole siempre una orientación cómica. Porque no se trata exactamente de una simple sucesión de ocurrencias o chistes, tiene como un corazoncito didáctico, es decir, quiere entretener y divertir pero no a base de decir disparates sino contando cosas que ocurren, que seguramente nos han ocurrido a todos, o casi, y haciéndolo de forma desinhibida, mostrando el lado irrisorio, pero dejando claro que hablamos de situaciones muy reales.

Así que no debía de extrañarte que el librito pierda algo de gancho cuando por ejemplo describe los diferentes brebajes responsables de un buen número de curdas, o que se quede en la mera curiosidad (aunque no sin cierto interés) al describir los matices que el universal consumo adquiere según las diferentes culturas. Y en cambio reconocerás que te has tronchado con la sección Pelis con resacón (genial el Dumbo piripi o la famosa escena de la inyección de Pulp Fiction) y, sobre todo, Famosos y sus resacas, donde la combinación entre el dibujo y los comentarios (ácidos aunque en apariencia inocuos) resulta ya irresistible, iniciándose con leyendas de la alcoholemia como Ozzy Osborne, Ernesto de Hannover, Hommer Simpson y Ava Gardner. Una bomba.

Otro desternillante puñado de páginas es el que dedica a algo muy parecido al juego que te decía sobre los apelativos de la borrachera: aquí se trata de formas de nombrar a la resaca en los distintos idiomas y países, donde se encuentran algunas versiones realmente fantásticas, todo un descubrimiento que incorporar a nuestro bagaje cultural sobre el asunto. Triunfa incluso la autora cuando se adentra en terrenos algo más serios, como la presión social que se ejerce sobre aquellos que se niegan a beber o lo hacen a un ritmo que alguien considera demasiado moderado, pongamos en una salida nocturna o en algún tipo de celebración especial. Situación que, digámoslo ya, resulta sumamente irritante.

Así que no fue mala elección la de este libro. Un tema muy visto, sí, pero tratado con desparpajo y atinando con la dosis exacta de mordacidad. Nada demasiado original ni transgresor, pero un trabajo simpático, entretenido y bien hecho que le saca a uno unas cuantas sonrisas y alguna carcajada, que nunca viene mal. 


sábado, 11 de diciembre de 2021

Irvine Welsh: El artista de la cuchilla

Idioma original: Inglés     
Título original: The Blade Artist
Traductor: Francisco González, Arturo Peral y Laura Salas Rodríguez
Año de publicación: 2016
Valoración: Está bien como novela negra al uso. Recomendable en tanto que ejercicio de género capaz de suscitar preguntas incómodas 

El artista de la cuchilla recupera a Frank Begbie, el psicópata de la pandilla de inadaptados de Trainspotting, y lo sumerge en una trama propia de la novela negra más violenta y ácida. Abundan  en estas páginas el alcohol, el sexo, la acción, la crueldad e incluso el humor negro, pero también reflexiones en torno a la moralidad o la incapacidad de cambiar sustancialmente (y menos todavía para bien). 

Entre las muchas virtudes que le he visto a este texto de Irvine Welsh, destacaría las siguientes: 

  • Funciona de manera autónoma. En otras palabras: se puede comprender perfectamente aunque no hayas experimentado Trainspotting (o, como es mi caso, apenas recuerdes nada).
  • Se lee en un santiamén. No sólo porque su argumento es sumamente adictivo, sus capítulos breves y su prosa dinámica, sino porque uno quiere saber cómo culminará todo. 
  • Nos interesa Begbie. Es un cabronazo de mucho cuidado que comete actos aberrantes y cuyo egoísmo puede llegar a atragantársenos, pero Welsh logra que comprendamos por qué es así.
  • Sus contrastes entre EEUU y Escocia, California y Edimburgo, el pasado y presente de Bedge, la personalidad real de éste y su nueva apariencia (encarnada bajo el nombre de Jim Francis). 
  • Sus desalentadoras reflexiones. Por ejemplo, aquellas que evidencian la relación que existe entre la pobreza, la marginalidad y el crimen, o las que señalan la vertiente superficial y cínica del arte moderno. 

Quizás le veo un par de defectos a la obra:


  • En determinadas momentos, uno tiene que suspender la incredulidad en demasía: cuando se nos obliga a aceptar que la estela de destrucción que va dejando Begbie a su paso no lo llega a incriminar, cuando se nos pretende hacer creer que dos gángsters importantes se reunirían con él sin escolta, o cuando se nos ofrecen ciertas motivaciones. 
  • Algún personaje no encaja del todo en la historia, pues su relevancia nunca acaba de cuajar. Sería el caso, por ejemplo, de Martin Crosby, el agente de Begbie, de Harry Pallister, un policía obsesionado con la mujer de éste último, o de John Dick, el que fuera mentor del protagonista.   

En cualquier caso, recomiendo El artista de la cuchilla. Aunque debo advertiros de que el hecho de que un auténtico hijo de puta como Bedge se salga con la suya inquietará a los moralistas, y de que la descarnada violencia de la novela puede llegar a conmocionar a los que tengan un estómago delicado. Pero bueno, conociendo a Welsh, estoy seguro de que esa era su intención.

viernes, 10 de diciembre de 2021

Étienne Davodeau: Los ignorantes

 Idioma original: francés

Título original: Les ignorants

Año de publicación: 2011

Traducción: Raúl Martínez

Valoración: sin duda, recomendable

Los ignorantes parte de una idea curiosa pero de lo más eficaz y original en su sencillez: un dibujante de cómics -el propio Étienne Davodeau- le propone a su amigo Richard, viticultor en Anjou, trabajar con él durante una temporada y que le enseñe los secretos del cultivo de la vid y la elaboración del vino; a cambio, él le introducirá en el mundo de la historieta, no sólo dándole a leer cómics y respondiendo a sus preguntas, sino mostrándole cómo funciona el proceso de creación y edición hasta obtener el resultado final: un libro en su caso, una botella de vino en el de su amigo.

He de reconocer que en un principio no estaba demasiado convencido de que me fuera a gustar este libro porque, por una parte, soy bastante refractario a eso que llaman "la cultura del vino" (no al vino en sí, claro) y, por otra, me causa más bien repelús la tendencia, habitualmente masculina, aunque no siempre, a la obsesión por ciertos temas, aunque sean, como en este caso, el vino o los cómics (o los libros, en general... ejem); más aún si quien la sufre es, no sólo vinatero, sino seguidor de la agricultura "biodinámica", como el señor Richard de este libro, desarrollada por los teosofistas Rudolf Steiner y compañía... Además, y aunque me reconozco bastante francófilo (de Francia, no de Franco), no pude evitar una sonrisilla escéptica al ver que el autor había elegido como temas dos de los emblemas de la cultura de su país: el vino y les Bandes Dessinées... sólo faltaban los quesos y las canciones de Patrick Bruel.

Ahora bien, también he de admitir que, una vez que me puse a leerlo, se me olvidaron todas mis reticencias hacia este libro: en él, Davodeau nos cuenta de forma sencilla, amena y entrañable no sólo el proceso de mutuo aprendizaje de Richard y él mismo -el subtítulo de Los ignorantes es Retrato de una iniciación cruzada-, sino, sobre todo, la amistad entre ellos y con otras personas con las que van compartiendo su "aventura"; porque, además de la lectura de cómics y  las labores propias del campo -podar, arar, vendimiar, etc.- , los dos amigos hacen visitas a otros viticultores, a toneleros, ferias de vino... Y por otra parte, también se entrevistan con famosos autores de cómics -Jean-Pierre Gibrat, Marc -Antoine Matthieu, Emmanuel Guibert-, visitan una imprenta, la editorial Futuropolis, los festivales de Saint-Malo y Bastia... Sin embargo, creo que el mayor peso del libro se lo lleva la parte vinícola, quizás porque también sea la que más llama la atención al autor, profano en la materia -aunque Davodeau ya ha demostrado su interés y sensibilidad por el mundo agrícola también en otros libros, como El perro bizco y Rural. Crónica de un conflicto-; está claro que el del vino es un mundo que seduce por su complejidad , pero también por cierto carácter aleatorio que le otorga su encanto y que marca la diferencia entre un vino normalito o incluso bueno y otro extraordinario (igual que ocurre en el cómic o la literatura en general, supongo). Además, por supuesto, de sus cualidades organolépticas y... ejem, etílicobolingas.

Al final, y ayudados también, sin duda, por el amable trazo de las ilustraciones de Étienne Davodeau, nos encontramos ante un libro sumamente grato de leer, con unos personajes a los que tomamos cariño y que consigue avivar el interés que se pueda tener antes tanto por el vino como por los cómics o B.-D. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de disfrutar, o aprender a hacerlo mejor, de las cosas buenas que hay en la vida, como el vino, los libros, los blogs de libros (guiño-guiño-codazo), la conversación con los amigos... lo que a cada cual le haga más feliz, que, total, son dos días, y uno está todo cerrado.



También de Étienne Davodeau y reseñados en Un Libro Al Día: El perro bizco

domingo, 14 de noviembre de 2021

Alfonso Sastre: La taberna fantástica

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1966

Valoración: Bastante recomendable

 

Hace poco más de un mes murió Alfonso Sastre. Por lo que yo sé, su pérdida ha pasado más bien desapercibida en la mayoría de medios, y que aparezca ahora en el blog es una simple casualidad. En ULAD solo había una reseña de este autor (ver enlace abajo), por lo demás bastante prolífico (y longevo), lo que me parece una pequeña injusticia, quizá explicable porque el teatro, que ocupa la mayor parte de su obra, es un género que por lo que sea tiene aquí un hueco bastante reducido. Pero tengo que decir que, aun sin conocerlo con mucha profundidad, me parece un autor interesante, alguien que desde los lejanísimos, y difíciles, años 50 del siglo pasado se ha movido por diferentes corrientes y ha contribuido a dinamizar el teatro desde la base promoviendo iniciativas sin descanso. Activo luchador antifranquista, puede que su prestigio se viera lastrado, al menos a ciertos niveles, por sus relaciones poco claras con el entorno del terrorismo de ETA. Pero centrémonos en el libro.

La taberna fantástica, escrita en 1966 pero no estrenada hasta 1985, supuso un cierto éxito de público, y tiene los ingredientes para ello. En un bar de mala muerte de los arrabales de Madrid coinciden varios personajes de los bajos fondos. Rogelio, perseguido quizá sin razón por el asesinato de un policía, aparece con intención de acudir al entierro de su madre, y se encuentra en el bar algunos parroquianos habituales, Paco y Caco, dos jóvenes del lumpen que parecen mostrarle un respeto reverencial, y el Carburo, un gallo que dice tener alguna cuenta pendiente con él. Todo presidido por el tabernero Luis, bregado en la relación con este tipo de clientes y cuyo principal interés es mantener cierto equilibrio entre todos para poder seguir sirviendo alcohol a mansalva.

Porque, señores, no encontraremos muchos libros en los que la priva corra con mayor caudal que en este. Exceptuando obviamente al dueño del bar, todos los personajes llevan una cogorza de campeonato a nada que pasemos un par de páginas. Rogelio la lleva puesta desde mucho antes, y ninguno de ellos hace una mínima pausa hasta que cae el telón. Se pueden imaginar los derroteros que toma el asunto. El conflicto, alimentado por el ego y exacerbado por el estímulo espirituoso, se mueve en el campo del amago intermitente (esa bravuconada tan española), y se incendia con la posterior llegada de otros personajes… que se suman, cómo no, al festival etílico. Y ya no puedo contar más.


Podemos verlo desde perspectivas muy diferentes. Si nos contentamos con el lado cómico de unos cuantos quinquis borrachos en un bar, la obra resulta realmente divertida, incorporando un lenguaje barriobajero convincente que acerca los diálogos a cierto tipo de sátira costumbrista. Este punto de vista es seguramente el dominante para explicar el relativo éxito que obtuvo en su estreno, ya bien entrados los años 80, es decir, cerca de veinte años después de escrita.

La parte más seria de la crítica pone de relieve el probable mensaje social, con la representación de los estratos más degradados de los arrabales, delincuentes de poca monta, macarras manejando chuscos códigos de honor, desplazados de la sociedad sometidos sin escapatoria posible a la violencia y el alcohol (por esa época la droga todavía no había triunfado como años más tarde, y además, de haber estado presente le hubiera dado al texto, digo yo, un tono muy diferente).

Desde el punto de vista literario La taberna se inscribe en una zona mixta, diríamos intermedia entre el teatro de Brecht y el esperpento de Valle-Inclán, ambos con una fuerte distorsión en el dibujo de los personajes, aquél más escorado (decisivamente escorado) hacia la crítica social, el gallego más próximo al alma humana y al absurdo. Personalmente me parece que el cuadro de Sastre es algo más cercano a Valle, aunque sin su profundidad y su fuerte corriente poética. En cualquier caso, el retrato de los personajes es afilado y certero sin perder la comicidad: Luis el tabernero podría ser una caricatura del burgués, serio, contemporizador pero afianzado en la defensa del negocio; los secundarios, más jóvenes, temerosos de entrar en disputas, chicos sin expectativas de ningún tipo, se dejan llevar por el ambiente marginal siempre a las órdenes de los capos. Y estos, en especial Rogelio (llamado el Rojo, no sé si con alguna intención), ejercen su supremacía incluso desde lo más profundo de su intoxicación alcohólica. Personajes que permiten cualquiera de esas lecturas que apuntaba antes, o todas ellas a la vez.

Es esta fotografía de lo más bajo de la delincuencia pasado por el tamiz del humor lo que me parece más atractivo del libro, porque resulta realmente convincente, y consigue captar al lector-espectador mediante la risa para hacerle partícipe de una forma de vida miserable que de alguna manera replica las relaciones de poder y sometimiento más o menos inconscientes, imperantes en la sociedad. Todo ello visto desde el casi tópico espejo distorsionado (hoy hablaríamos de un filtro), que muestra la degradación mediante el siempre eficaz vehículo de lo cómico.


También de Alfonso Sastre en ULAD: Escuadra hacia la muerte


martes, 24 de noviembre de 2020

Kenneth Cook: Pánico al amanecer

Idioma original: Inglés
Título original: Wake in Fright
Traducción: Pedro Donoso
Año de publicación: 1961
Valoración: Recomendable

Pánico al amanecer es una novela breve de Kenneth Cook. De apenas doscientas páginas, concilia el entretenimiento con el fondo reflexivo y la factura artística. Narra una historia de autodestrucción y la atraviesan la alienación, la miseria, la crueldad y, sobre todo, la tristeza humana. Está plagada de ninfómanas, ludópatas y alcohólicos. Su premisa es la siguiente: John Grant se encuentra, de la noche a la mañana, sin dinero ni conocidos en medio de una tierra inhóspita.

Transcurre en el Oeste de Australia. Y dejad que os diga que Cook nos desplaza hasta ese escenario con pasmosa facilidad. Sentimos en nuestra propia piel el calor del sol, la soledad de la llanura, la pobreza moral y económica de sus pueblos y ciudades, el envilecimiento de sus habitantes. Olemos un disuasivo aroma a patatas fritas grasientas, participamos de brutales cacerías de canguros o montamos en trenes cuyo recorrido se prolonga durante horas. 

La prosa del autor, exenta de artificios, es muy inteligente en su manejo de varios recursos literarios. Naturalista y psicológica por lo general, consigue transmitir, en los pasajes pertinentes, un sesgo subjetivo o emociones abstractas; asimismo, imprime un adictivo suspense o una enriquecedora ambigüedad a la acción si se tercia.  

El desarrollo que experimenta el protagonista de esta ficción me ha parecido sumamente interesante. En un inicio nos es presentado como alguien racional, pero pronto presenciamos con impotencia que su falta de carácter y la ebriedad le llevan a la ruina. Y durante gran parte del relato parece que el bueno de Grant será incapaz de remontar, pero al final atisbamos un brillo de esperanza en el horizonte. Prefiero el fatalismo absoluto al desenlace agridulce con visos de mejora, pero en este caso agradezco que Cook le haya dado un cierre vagamente positivo a su héroe. Es un cierre redondo, dada su linealidad y coherencia. Es un cierre conmovedor, con una poderosa carga de redención y madurez.    

Hay quien afirma que la conclusión de esta novela es previsible. Admito que Cook recurre a ciertos personajes (Janette Hynes, Jock Crawford...) de un modo un tanto obvio, y que resuelve el conflicto de Grant de una manera, como ya he adelantado, algo lineal. Sin embargo, insisto en que el cierre del texto me ha parecido espléndido en su sencillez. 

Por supuesto, si Pánico al amanecer me ha gustado tanto es debido a los temas y mensajes que maneja, su prosa, su tono, su exótica ambientación, su argumento y los personajes a los que retrata. Puede que no estemos frente a literatura de alto voltaje, pero sí ante una digna muestra de que el entretenimiento no tiene por qué estar reñido con la calidad. 

Existe, por cierto, una adaptación cinematográfica de Pánico al amanecer, estrenada una década después de la publicación del libro. Elevada en la actualidad a la categoría de obra de culto, reproduce fielmente al material original. Para mi gusto no aporta demasiado, aunque es una buena traducción del trabajo de Cook al lenguaje audiovisual.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Charles Bukowski: La senda del perdedor

Idioma original: Inglés
Título original: Ham on Rye
Traducción: Jorge Berlanga
                           Ernesto Giménez-Caballero
Año de publicación: 1982
Valoración: Recomendable

Releer La senda del perdedor me deja un mejor sabor de boca que hacer lo propio con las otras cuatro novelas dedicadas al álter ego de Charles Bukowski. A fin de cuentas, esta obra es mucho más variada que el resto de entregas de la saga.

Narra la infancia, adolescencia y juventud de Henry («Hank») Chinaski. Aborda multitud de temas: la pobreza, el mito del Sueño Americano, la violencia, los abusos domésticos, la crueldad, el alcohol en tanto que válvula de escape, la sexualidad precoz y el desencanto por la vida. Como telón de fondo tenemos la Gran Depresión primero y la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial después.

Llegados a este punto, querría destacar los apartados que más me han gustado de La senda del perdedor.

  • Su estilo. Es austero (salvo por algún alarde poético), pero funciona de maravilla.
  • Su humor. Ácido y mordaz a la par que fruto del nihilismo más profundo.  
  • Sus reflexiones. Para muestra, un botón: «Todo lo que necesitaba una persona era una oportunidad. Siempre había alguien controlando quién podía tener una oportunidad y quién no.»
  • El narrador. Es un "underdog" que siempre quiere tener la última palabra, pero se le cuestiona diegéticamente. 
  • El padre. Personaje muy humano retratado con sus contradicciones. Es una caricatura del norteamericano de clase baja que, según la famosa cita, se ve a sí mismo como un multimillonario temporalmente avergonzado. Pobre diablo. 
  • Ciertas escenas, bien descritas y bastante memorables.
  • Los guiños que Bukowski hace a su admirado John Fante. 

Por otro lado, me gustaría resaltar los aspectos más flojos de esta obra.

  • Su estructura un tanto deslavazada. 
  • La repetición estéril de situaciones que involucran peleas, masturbación o alcohol. 
  • Su prosa. Ya he dicho que el estilo me gusta, pero la prosa es algo burda. La transición de un párrafo a otro no siempre fluye orgánicamente. También hay frases cuya formulación no tiene sentido. Por ejemplo: «Al día siguiente (...) busqué un gran cuaderno que destinaba para las tareas del instituto. Estaba en blanco.» O: «Ya no temía en absoluto a la aguja. Además, nunca la había temido.» Aunque le daremos el beneficio de la duda a Bukowski y asumiremos que están mal traducidas.

Porque la traducción de esta edición es pésima. No sólo repite palabras innecesariamente, sino que siente un apego excesivo por el idioma original del texto. Así pues, nos obsequia constantemente con anglicismos: juramentos, interjecciones y estructuras lingüísticas propias de la jerga norteamericana.

En definitiva, La senda del perdedor es una novela recomendable, pese a no ser redonda. Sobre todo si eres un adolescente, ya que conseguirás empatizar fácilmente con su protagonista y su mensaje. Ojalá el resto de la saga de Henry Chinaski hubiera mantenido el nivel de esta primera entrega. 


 También de Charles Bukowski en ULAD: Aquí

lunes, 9 de septiembre de 2019

Charles Bukowski: Cartero

Idioma original: Inglés
Título original: Post Office
Traducción: Jorge García Berlanga
Año de publicación: 1971
Valoración: Está bien

Releo ahora, con veinticuatro años, esta novela de Charles Bukowski que a los diecinueve me encantó. Y debo reconocer que, aunque sigo apreciando sus hallazgos, la termino con un sabor agridulce.

En primer lugar, porque es más irregular de lo que recordaba. Su estructura y su argumento son un desastre, y su prosa tiene altibajos brutales. A esto súmale que el realismo sucio, género en el que se inscribe, ya no despierta en mí la admiración de antaño.

Pero bueno, especifiquemos a qué me refiero con que la estructura de este libro es un desastre. Antes he dicho que Cartero es una novela, pero realmente se puede considerar un ciclo cuentístico, ya que los relatos que la conforman tienen cierta unidad. No obstante, esta unidad se limita al protagonista compartido y a algún elemento recurrente puntual. De modo que las partes se sienten a menudo desconectadas del todo.

Asimismo, el argumento no acaba de funcionar. Cartero nos cuenta doce años de la vida de Henry Chinaski, álter ego de Bukowski. Esta es, pues, una historia semi-biográfica. Una historia que parece hablar de sueños frustrados y conformismo, pero que tiene demasiadas digresiones para focalizarse en nada. A la postre, uno no sabe si se encuentra frente a una novela con un mensaje aguado o ante un deslavazado estudio de personaje.

Por otro lado, digo que la prosa de Bukowski presenta altibajos considerables porque pasa de reflexiones geniales a metáforas manidas en menos que canta un gallo. También compagina interesantes recursos estilísticos (la técnica del "patchwork") con otros menos afortunados (enfatizar conceptos obvios mediante mayúsculas o cursivas). Y no hablemos de esos pasajes tediosos que se le cuelan al escritor de tanto en tanto; pasajes que hablan largo y tendido de temas tan fascinantes como el código de ética de la oficina de correos, las carreras de caballos o la morfología urbana de Los Ángeles.  

En cuanto a aspectos positivos, diría que esta auto-ficción se siente muy honesta. Además, hay que admitir que la voz de Bukowski, guste o no, es bastante personal. Su humor, negrísimo, es absolutamente hilarante. A destacar también el ejercicio de intertextualidad que hay en el final de la obra. Chinaski (y, por ende, Bukowski) abandona la miserable seguridad de su empleo con cuarenta y nueve años para dedicarse exclusivamente a escribir. Y escribe, precisamente, Cartero.

Lo dicho: una novela (o ciclo cuentístico, si lo preferís) muy irregular, con ideas la mar de sugestivas eclipsadas por otras que son decididamente mediocres. Bukowski fue un descubrimiento en mi adolescencia, pero mucho me temo que mi gusto lector le ha dejado atrás.


También de Charles Bukowski en ULAD: El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Pulp, La máquina de follar, La senda del perdedor Hollywood

jueves, 9 de mayo de 2019

Graham Greene: El factor humano

Idioma original: inglés
Título original: The Human Factor
Traducción: Iris Menéndez y Enrique Sordo
Año de publicación: 1978
Valoración: Recomendable

Casualidades: siendo más bien poco aficionado a los relatos de intriga y espionaje, muy poco antes de ponerme con este libro había terminado otro de asunto teóricamente similar. Como la reseña se publicó hace poco, no volveré sobre aquella lectura, pero sí me complace dejar constancia de la diferencia. Moviéndose también por terrenos más o menos próximos (tramas de espionaje), la novela de Greene es justo la antítesis de la otra: argumento muy sencillo, solo un puñado de personajes pero interesantes, profundidad psicológica, el punto de humor justo. Todos los ingredientes bien manejados y ensamblados con inteligencia. En realidad, tampoco creo que El factor humano se deba considerar un libro sobre espías. Efectivamente hay espías, el relato se monta en torno a ellos y su trabajo, pero ese mundo opaco es solo una de las capas del relato, y no necesariamente la más importante. 

En un oscuro departamento de cierto servicio de inteligencia inglés se descubren unas filtraciones que, como puede suponerse, es lo peor que puede ocurrir en un lugar así. Como en este entorno todo debe ser necesariamente sutil, se inicia una investigación discreta y el problema se focaliza en dos únicas personas. Aquí empezamos a descubrir a algunos de esos ricos perfiles que iremos encontrando. Los dos funcionarios sobre los que recaen las sospechas son aproximadamente antagónicos: uno es un veterano servidor del Estado, curtido en distintas misiones, con familia y ganas de colgar la chapa. El otro, un joven soltero, algo derrochador (ay, esas apuestas) y con una vida un poquillo disoluta. Ambos tienen en común un elemento omnipresente en la novela: el alcohol. Más concretamente el whisky, que trasiegan como la cosa más normal en dosis, momentos y frecuencias que llegan a dar un poco de grima. Quizá no llega a ser una adicción, pero sí una costumbre digamos demasiado arraigada, que terminará con la aparición de cierto hígado bastante triturado. Como para extrañarnos.

Subiendo en la escala administrativa nos encontramos con un coronel, entregado a la tarea con empeño castrense, y de una integridad moral irreprochable. Y, ya en las alturas, aparecen esos sujetos de responsabilidades nebulosas, que flotan entre lo político y las prácticas mafiosas, individuos socialmente intachables, encantados de concebir y ordenar operaciones de limpieza mientras despachan una trucha ahumada en el comedor del club. Tipos sin escrúpulos cuando se trata de alcanzar los objetivos o, mejor dicho, con niveles de escrúpulos muy bajos, aunque no siempre equivalentes: dentro de ese mundo de ‘los malos’, Greene define con finura a unos y otros, porque en definitiva esta es una novela de personajes, donde lo que hacen importa solo para definir cómo son.

Es también notable la imagen que tenemos del trabajo de los espías. El autor, que por lo visto trabajó un tiempo para el MI6, parece empeñado en desmitificar ese mundo, y se vuelca en su vertiente más burocrática. Sin rastro de heroicidad, lo que vemos son funcionarios que en una oficina polvorienta tramitan informes recibidos de distintas partes del mundo, muchos de ellos irrelevantes. Un ambiente gris y aburrido en el que ejercen más de chupatintas que de urdidores de oscuras tramas internacionales. 

Probablemente Greene ha querido degradar a propósito la épica de los servicios secretos para poner de manifiesto con más rotundidad la perspectiva que va en el mismo título: lo que importa en este caso no serán las peripecias de espías y agentes dobles, ni las maniobras de los Gobiernos para mantener o alterar los equilibrios geopolíticos. Lo que interesa esta vez es contemplar ese mundo desde la posición de sus protagonistas, individuos que trabajan en una oficina como otros tantos millones, aunque lo que manejen sea material sensible y estén sometidos a controles y obligados a mantener secretos que personalmente les importan bien poco. Hablamos de tipos que en definitiva se mueven por estímulos no muy diferentes de cualquier otro, básicamente llevarse un sueldico a casa y, según los casos, tener lo suficiente para apostar a los caballos y alguna juerga, o simplemente mantener a su familia con algo de decencia. Estos currelas de los servicios de espionaje -nos dice Greene- no son superhéroes de cine de acción, ni se dejan llevar por raptos de patriotismo pensando en Su Graciosa Majestad. 

Con esta perspectiva, cuando aflora la traición tampoco encontraremos a un culpable atrapado entre dos lealtades, ni a alguien atormentado o vengativo con algún terrible secreto que justifique su conducta imperdonable, sino alguien corriente, consciente de su falta pero que simplemente actúa como considera correcto. El personaje recuerda un poco al cura de El poder y la gloria que, sin ser un héroe ni un gran traidor, se salía del carril para seguir su propio camino, asumiendo con naturalidad  las consecuencias de su conducta. Pero no sólo el protagonista, la mayoría del reparto tiene también su dibujo, su pequeña historia y su personalidad, y de todo ello deriva su forma de proceder.

En definitiva, lo que Greene presenta, más que un relato de espías, es un conflicto en el que las circunstancias individuales y las convicciones chocan con (y prevalecen sobre) las obligaciones, como queriendo dejar claro que por mucho que esos servicios de inteligencia se diseñen con toda la frialdad y las cautelas para asegurar su eficacia e impermeabilidad, no dejan de estar formados y manejados por personas, cuyas debilidades o fortalezas, según se mire, pueden terminar por hacer vulnerable el sistema.

Como apenas hay acción hasta bastante cerca del final, cabría pensar si una novela de estas características no se hará aburrida: pues en absoluto. El autor tiene indudable destreza para componer una narración fluida, dosificada a la perfección y con un tono equilibrado, que se mueve cerca de lo oscuro sin desdeñar lo íntimo ni la pincelada humorística, medida y colocada exactamente donde debe. Y es que cuando se tiene talento y las ideas claras, con lo más sencillo es suficiente para construir algo inteligente e interesante.

Otros títulos de Graham Greene en Un Libro al Día: El americano impasible, El tercer hombre, El Dr. Fischer de GinebraEl poder y la gloria

jueves, 18 de octubre de 2018

Semana del arte #4: André Salmon: La apasionada vida de Modigliani

Idioma original: francés
Título original: La vie passionnée de Modigliani
Traducción: Manuel Arranz
Año de publicación: 1957 (reeditado en 2017)
Valoración: Está bien

Cuando el Consejo de Ancianos de ULAD decidió convocar esta Semana del Arte, no lo pensé: desde que se publicó por primera vez en castellano el año pasado, tenía en cartera este libro sobre Modigliani. No porque fuese especialmente fan de su obra, sino por curiosidad en torno a personaje tan peculiar, solitario y destacada víctima de dependencias varias. 

Pero, por ir al grano, resulta que el libro no es exactamente una biografía, o al menos lo que yo entiendo por biografía, es decir, el relato cronológico de lo acontecido en la vida de tal personaje. André Salmon, poeta y crítico de arte, fue por lo visto amigo del pintor italiano, y al parecer veinte años antes ya había escrito un ensayo previo al que ahora nos ocupa. No sé hasta qué punto Modigliani era protagonista de aquel trabajo, pero lo cierto es que al menos en la primera mitad de este, Amedeo aparece más bien poco. La impresión que da es que M. Salmon, en el ocaso de su vida (andaría por los setenta y tantos), decidió retomar su personaje favorito como imagen central, con la intención de elaborar un retrato mucho más amplio, con los recuerdos de toda esa época ya mítica de la bohemia parisina (primeras dos décadas del siglo XX), con centenares de artistas en ciernes viviendo casi siempre en la miseria para estar donde había que estar, en el corazón de la creatividad del planeta. 

Lo reconoce el mismo autor, cuando habla de evocar ‘los grandes días de una época sin igual como fue la de las grandes creaciones’. Siente nostalgia el viejo Salmon, y se lanza a describir con detalle cafés, boulevares y miserables estudios de Montmarte y Montparnasse, y semblanzas, a veces un poco largas, de numerosos artistas (Picasso, Derain, Soutine, Severini, entre otros muchos). Y todo ello, según reconoce, novelado en una medida que no podemos conocer, pero que en bastantes ocasiones sospechamos bastante elevada. Con todo, la sensación es la de un inmenso travelling, un recorrido en el que la cámara va viajando por la ciudad y se va encontrando aleatoriamente con diversos personajes que beben en una taberna, discuten en un café o se reúnen en una pensión. Y entre ellos, cada cierto tiempo aparece el guaperas de Modigliani. Salmon se esfuerza en hacerle protagonista, en mantenerle a la vista, pero no será hasta la segunda mitad del libro cuando acapare la mayor parte de la atención. En cualquier caso, esa dispersión inicial no carece de cierto interés. 

Centrándonos ahora en Amedeo, descubrimos a un joven que, como tantos otros, acude a Paris atraído por el magnetismo del epicentro mundial del arte. A las penalidades comunes a todos los que allí aterrizaron con una mano delante y otra detrás hay que añadir la doble desubicación de Modigliani. Por una parte, es un tipo rabiosamente individualista, de pocas palabras y ninguna afición por las actividades colectivas de la bohemia. Generalmente, aparece por los bares solo o con alguno de sus escasos amigos, dibujando sin descanso y sin convicción.

Pero además parece también voluntariamente aislado desde el punto de vista creativo: como buen italiano, Modigliani carga con una importante herencia clasicista, y no termina de encontrar el camino. Aunque admira a Picasso (estrella emergente), detesta el cubismo y su geometrización de la formas, y tampoco se deja seducir por el divisionismo que goza de cierto predicamento entre algunos compatriotas. Puede que este doble aislamiento, personal y artístico, haya dejado su huella en un obra tan personal, inconfundible e imposible de etiquetar en las corrientes de la época.

Realmente, esto son circunstancias que tampoco tenían por qué conducir a más desgracias. Pero Modigliani pronto encontró otras fuentes de sufrimiento. Su talento parecía estancado y ni siquiera se decidía a pintar (se refugiaba en el dibujo y sondeó la escultura, robando piedras de obras en construcción para poder trabajar). Y bien por esto mismo, o simplemente porque le dio por ahí, comenzó una intensa y prolongada relación con el alcohol y el hachís. Añadido a su carácter colérico, los colocones del frustrado pintor y los escándalos consiguientes fueron famosos en toda la ciudad. La interacción entre su carácter difícil, las generosas adicciones, su pobreza casi extrema y la creatividad marchita genera un conglomerado inevitablemente explosivo, pero sin que queden claras las relaciones de causa/efecto entre los distintos factores.

Y no quedan claras quizá porque la posición de Salmon resulta bien extraña. Se presenta como amigo de Modigliani, y así lo confirman testimonios de la época, pero nunca parece estar ahí en los momentos importantes. Transmite el autor la sensación de escribir de oídas, y ofrece citas larguísimas de numerosos personajes que claramente son reelaboraciones de recuerdos más que el relato fiel de las situaciones. Incluso llama enormemente la atención cómo cuenta sin rubor en una escena bastante cruda cómo corrió a esconderse mientras Amedeo maltrataba a su gran amor Jeanne Hébuterne en plena calle. O esa amistad era algo bastante relativo, o la cobardía de don André era sencillamente sonrojante.

Al margen de esto, la verdad es que esta última parte del libro ofrece un buen retrato del artista italiano, presentado con ciertas dosis de ironía. Es Salmon especialmente punzante con la primera gran amante de Modigliani, la supuesta poetisa Beatrice Hastings, aunque tampoco le duelen prendas en reconocer que fue bajo su influjo cuando la pintura de Amedeo comenzó por fin a florecer. 

Finalmente, como decía antes, el amor terminó triunfando quizá con la persona más inesperada, aquella muchachita llamada Jeanne que, no obstante su aparente insignificancia, capturó el corazón de aquel hombre ‘de belleza dramática’, atormentado y devorado por el alcohol y la droga. Y como la acción conjunta de todos estos ingredientes no dejaba margen al error, el final de Modigliani, de Jeanne y del hijo que esta llevaba encima, fue inexorablemente catastrófico.

jueves, 16 de agosto de 2018

Charles Bukowski: La máquina de follar

Idioma original: inglés
Título original: Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness 
Año de publicación: 1974 (como libro) 
Traducción: J. M. Álvarez y Ángela Pérez 
Valoración: entre recomendable y está bien


No soy un devoto de Charles Bukowski (*), aunque claro, allá por mi desencantada juventud sí que leí, al menos que yo recuerde,  un par de libros de este autor (de la serie de su alter ego Chinaski, para más señas). Vamos, como todos, al menos todos los jóvenes varones que aspirábamos a una vida de emociones fuertes, siquiera a través de la palabra escrita. Después, sí que he leído algunos poemas del viejo Hank Bukowski, en mi opinión bastante buenos y en los que demostraba una sensibilidad... digamos más afinada que en su prosa. Pero hasta ahí. Lo que pasa es que, reconozcámoslo, el título de este volumen de relatos es irresistible: esto lo tenía que reseñar mientras aún me quede un rescoldo de ímpeto juvenil y alguien, aunque sólo sean ya las octogenarias, me siga llamando "este chico"... (que lo hacen, eh, a ver qué os pensáis).

La máquina de follar, por lo demás, es en realidad el título del último cuento o relato que componen esta recopilación, cuyo título en inglés, de todas maneras, resulta no menos sugestivo. Eso sí, el título que se le puso en castellano resulta no poco pertinente, porque aquí otra cosa no, pero no se para de follar. Bueno, de follar y de cumplir con todo tipo de funciones corporales sobre las que se suele guardar un cierto recato. Y también de beber, porque el personaje protagonista de todos los cuentos que encontramos en este libro -que son bastantes- es el típico personaje bukowskiano: alcohólico irredento, bala perdida, jugador y mujeriego. Vamos, como se supone que era el propio autor de los mismos... de hecho, en la mayoría de ellos el protagonista se llama también Bukowski, aunque en otros ha tenido el detalle mínimo de cambiarle el nombre. Es más, algunos de estos relatos  -Ojos como el cielo, Notas sobre la peste, Un hombre célebre- parecen una crónica de cómo eran los días de este escritor famoso por su malditismo, con otros poetas o profesores universitarios visitándole mientras él sólo quería hundirse en su propia miseria alcohólica-; otros también parecen tener una impronta autobiográfica importante, en los que cuenta su estancia en hospitales -Vida y muerte en el pabellón de caridad-, sus desesperanzadas visitas al hipódromo -Caballo florido-, sus opiniones (no demasiado entusiastas, sobre el LSD y el cannabis, en Un mal viaje y El gran juego de la yerba,sus escarceos sexuales, mediante pago o no -Tres mujeres, Reparando la batería- o sus vagabundeos por América, como en los tristísimos Lo toma o lo deja y Un lindo asunto de amor; este último relato animado por una ternura insólita, pese a estar protagonizado por el característico personaje que ya conocemos, cínico y que trata las mujeres con un desenvuelto pero impostado 8por temeroso) desdén.

Cuatro cuentos, no obstante, se salen un poco de la tónica general, aun compartiendo el cutrerío ambiental: los tres últimos, La manta, Animales hasta en la sopa y La máquina de follar, entrarían en el registro, y de forma más bien divertida, del género erótico-terrorífico-fantástico (seguro que existe un nombre más corto para esto). El otro relato que destaca del resto, en este caso por su crudeza añadida, es El malvado, la descarnada descripción de un pederasta, que, más que como un intento de epatar o escandalizar al lector, quizás sea más bien un remedo sarcástico (y por tanto crítico, podemos suponer) de la célebre, y más por aquella época, puesto que su adaptación al cine era relativamente reciente,  Lolita.

Luego está, claro, la cuestión del estilo de este escritor. dinámico, burlón, arrebatador.... Más clásico en ocasiones o al borde del stream of conscieousness en otras (la desaparición de las mayúsculas o la alternancia aparentemente espontánea de la primera a la tercera persona y viceversa acentúan esta impresión): es lo que ocurre con Yo maté a un hombre en Reno, por ejemplo. ¿Los mejores relatos del libro? Pues aparte de alguno de los ya mencionados, como Un lindo asunto de amor, yo diría que alguno más que incide en su más que recurrente "senda del perdedor", como Veinticinco vagabundos andrajosos. O una supuesta estancia en un psiquiátrico (no se si el Bukowski real llegó a vivirlo) en Púrpura como un iris, sin duda uno de los más destacados relatos de esta pasmosa y muy particular antología.

(*) Casualmente, hoy sería su cumple, así que ¡felicidades y buena borrachera, allá donde se encuentre!


Otros títulos de Charles Bukowski reseñados en Un Libro Al Día: El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barcoPulp, CarteroHollywood

domingo, 11 de marzo de 2018

Serguéi Dovlátov: Retiro

Idioma original: ruso
Título original: Zapovednik
Año de publicación: 1983
Traducción: Tania Mikhelson  y Alfonso Martínez Galilea
Valoración: más que recomendable

Ya sé lo que parece: que mi ambición consiste en convertir este blog en Un Dovlátov Al Mes... ¡Pues eso es exactamente lo que ocurre! Lástima, sin embargo, que no vaya a poder hacerlo: antes o después se me acabarán los Dovlátovs y como el bueno de Serguéi pasó a mejor vida en 1990, difícil va  a estar el reabastecimiento... (aprovecho para brindar una idea a los muchos emprendedores del sector del MDMA: ¿por qué no ponerle a sus pastillitas el nombre de "dovlátovs", en vez de "teslas" o, como antaño, "mitsubishis"? Yo les aseguro que como adictivos, estos libros también tienen los suyo...

Y eso que la trama de esta novela no es que pueda calificarse de trepidante: el protagonista, Boris -no demasiado diferente del propio Dovlátov, por lo visto- es un periodista que ha fracasado como tal, como escritor y en su matrimonio, más los previsibles problemas con el alcohol, que acude para trabajar como guía al llamado Parque o Reserva Nacional Pushkin, un complejo turístico-cultural soviético en la finca familiar del gran escritor decimonónivo en la loclidad de Mijailovskoye, en Pskov (sea donde sea que esté eso). De ahí viene el título de Retiro, ya que el escritor decide tomar su estancia allí como una oportunidad para superar el desastre de vida que ha llevado hasta entonces. Hasta que esa vida de la que trata de retirarse va a buscarlo de nuevo...

Así contado quizás no lo parezca, pero este es un libro lleno de humor, descacharrante incluso en algunos momentos, como las descripciones de personajes insólitos: ¡ese Mitrofánov, que parece sacado de un Borges pasado de vueltas! ¡Ese inepto y fatuo Pototsky, que pretende compararse con Chéjov! ¡Ese casero del protagonista, tan... inenarrable! Ahora bien, como ocurre con el resto de la obra de Dovlátov (incluso cuando se trata de un libro con un carácter más ominoso, como es La zona, hay momentos para ello) el humor lo impregna todo con un sabor agridulce, aunque, por otra parte,, sin pretender arrogar ninguna superioridad moral al narrador, que sabe perfectamente que cualquier retrato que se hiciera de él daría un  resultado no menos (tragi-) cómico.

Porque, en realidad, esta no es una novelita tan ligera como puede parecer a primera vista, sino, aunque a la manera guasona y melancólica de Dovlátov (tan rusa, diría uno sin saber muy si no es un tópico), se trata el relato de un fracaso,  la disección anatómíca de cómo se puede echar todo a perder, sin siquiera ser consciente de lo que se había ganado, de la desesperación que el ansia de vivir puede producir cuando no se tiene la suficiente paciencia o talento para ello... Dovlátov, aunque quizás él no estuviese seguro de ello, sí que lo tenía, sin embargo.

Una última observación, a partir de un diálogo que mantiene el protagonista de la novela:

"- ¿Los objetos personales de Pushkin? El museo fue inaugurado decenas de años después de su muerte...
- Así es -dije- como se hacen siempre estas cosas. Primero lo liquidan a uno, y luego se ponen a rebuscar entre sus objetos personales. Ocurrió con Dostoyevski, con Yesenin... Ocurrirá con Pasternak. Y en cuanto caigan en la cuenta, se pondrán a buscar entre los objetos personales de Solzhenitsyn."

No sé si a Dovlátov le habría hecho gracia la ironía (sospecho que sí), pero su misma figura parece estar siendo objeto de este proceso: de momento, en el pasado festival de Berlín se presentó una película titulada, precisamente Dovlátov -y existen planes para llevar al cine también Retiro-; en su ciudad natal, San Petersburgo, el escritor ya tiene una estatua muy resultona y en Queens le han puesto su nombre a la calle donde vivió después... No sé si acabaremos viendo algo así como un "Parque Dovlátov"... pero por si es así  yo (que, he de confesar, también tengo alguna experiencia en la "gestión del patrimonio cultural" , por utilizar un eufemismo), me ofrezco para mi propio "retiro" en él. Incluso en Pskov, donde diablos esté eso...


Otros títulos de Serguéi Dovlátov reseñados en Un Libro Al Día: La maleta, El compromiso, La zona, La extranjera

jueves, 1 de febrero de 2018

Serguey Dovlátov: La zona

Idioma original: ruso
Título original: Ӡоңа
Año de publicación: 1982
Traducción: Ana Alcorta y Moisés Ramírez
Valoración: Muy recomendable

Entre otras muchas cosas que fue en su vida -sobre todo, periodista y escritor, pero también, por ejemplo, boxeador o guía de un parque temático sobre Pushkin... y, por supuesto, exiliado-, Serguey Dovlátov cumplió su servicio en el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos como guarda de campos reformatorios (léase cárceles) en la parece que no muy acogedora República de Komi, por ahí al Norte... Es decir, en una parte del conocido "archipiélago Gulag", aunque no en un campo de trabajo destinado a los disidentes políticos, sino a los delincuentes comunes. Da lo mismo, no creo que a Dovlátov le importara mucho esta diferenciación, visto que para él tampoco había demasiada diferencia entre los zeks o presos y sus guardianes, como él mismo:

"Descubrí una asombrosa semejanza entre el campo de trabajo y el libre albedrío, entre los prisioneros y los guardias (...). Un solo mundo desalmado se extendía a ambos lados de las áreas restringidas (...). Éramos muy similares unos a otros, incluso permutables. Casi cualquier preso habría encajado en el papel de guardia. casi todos los guardias merecían una condena.
Insisto: esto es lo principal de la vida en la prisión. Todo lo demás es periférico."

Como se ve, para Dovlátov el campo, la prisión o como quiera llamarse lo que él denomina "la zona", en realidad no ocupaba sólo las instalaciones del campo en sí, o el territorio adyacente -junto con Chebyu, el peligroso asentamiento donde se establecían muchos presos tras cumplir la condena-, sino que se diría todo el país, el estado soviético y aún el mundo entero. El infierno está dentro de cada uno de nosotros.

Al igual que ocurre en otros libros de este autor, en esta suerte de "crónica carcelaria" también nos regala un despliegue variopinto de personajes más o menos peculiares, desde tercos "ladrones en la ley" a melancólicos, embrutecidos o flemáticos guardianes; encanalladas trabajadores libres y entusiastas instructores políticos; tipos humanos procedentes de medio Imperio Soviético, que se emborrachan con alcoholes de los más diverso, procedentes del otro medio imperio... empezando, como no podía ser menos, por el propio narrador, quien, pese a ser considerado como un "intelectual" por sus compañeros y superiores -o quizás por eso mismo-, no le pone reparos a un  zapoy, esa forma extrema y trágica que tienen los rusos de empinar el codo.

Porque todos los personajes del libro y todas las historias que nos cuenta Dovlátov tienen un poso trágico o, cuando menos, taciturno, pese a algún episodio tan chanante como el montaje de una obra teatral aleccionadora con y para los prisioneros. O los interludios epistolares del autor para su editor en Estados Unidos, que no dejan de tener su punto humorístico-; dada la visión desengañada que tiene Dovlátov de todos los que se encuentran, por una causa u otra, en "la zona". Ahora bien, haciendo una elección literaria y personal, aunque también a causa de su estilo algo seco e irónico -esto no lo dice él-, el escritor renuncia a mostrarnos todas las truculencias que podría:

"Decidí rechazar los episodios más salvajes, más sangrientos, más monstruosos de la vida en el campo. me pareció que habrían quedado muy sensacionalistas, especulativos. Su efecto se habría surtido por la naturaleza del material narrativo mismo, más que por su textura literaria"".

Pero lo cierto es que resulta aún más estremecedora esta omisión, saber que el bueno de Serguey prefiere ahorrarnos ciertas cosas que él no pudo ahorrarse. Incluso cuando la violencia es ejercida contra su persona, nos lo cuenta Dovlátov de una manera algo distante, sobria, huyendo de cualquier énfasis dramático. Eso no significa que la experiencia no le dejara huella. Con permiso, reproduzco de nuevo las propias palabras del autor (la reseña en sí ya ha terminado, pero no me puedo resistir, con lo bien que escribía, el tío):

"Nací con los instintos de un boxeador profesional: para convertirme en un joven capaz de reflexión, fueron necesarios esfuerzos literalmente sobrehumanos. Hubo de formarse una cadena de acontecimientos  inverosímiles... y por tanto lógicos y convincentes. Uno de ellos fue la prisión. Obviamente, alguien deseaba fervientemente hacer de mí un escritor. 
No fui yo quien escogió esta profesión agotadora, estentórea, dolorosa, pesada. Ella me escogió a mí; ya ahora la cosa tiene mal arreglo."


Otros títulos de Serguey Dovlátov reseñados en Un Libro AL Día: La maletaEl compromiso, Retiro, La extranjera

sábado, 9 de diciembre de 2017

Bret Easton Ellis: Lunar Park


Idioma original: Inglés
Título original: Lunar Park  
Traducción: Juiz Rodríguez Cruz
Año de publicación: 2005
Valoración: Repugnante 

Me encanta American Psycho, de Bret Easton Ellis. Tengo veintidós años y ya he leído esta novela cuatro veces. Pienso que su factura es perfecta (aunque, ciertamente, algo inaccesible); es un libro con un inusual paralelismo entre lo que quiere comunicar y los aspectos formales. También he leído Menos que cero, la primera novela de Ellis. Ha envejecido mal, no lo niego, pero no es un auténtico despropósito. Lo tercero que he abordado del autor es Lunar Park, y me ha parecido un insulto. Mira que tenía todos los ingredientes para que me gustara: una mezcla de realidad y ficción, a Patrick Bateman (el protagonista de American Psycho) y sucesos de apariencia sobrenatural. ¿Cómo ha podido naufragar de tal manera una historia tan prometedora?

Creo que a Ellis le ocurre como a Palahniuk. Ambos autores lograban escandalizar al principio. Ahora, sin embargo, no lo consiguen con la misma efectividad. Pese a sus constantes esfuerzos. Y, para colmo, esta insistencia les vuelve machacones. La polémica no es ya un medio para ellos, sino un fin absurdo y gratuito. Ya cansa que recurran a ella una y otra vez, irreflexivamente. 

Lunar Park parecía haberse dado cuenta de esto. Al empezarla, pensé que Ellis se estaba redimiendo, que iba a cambiar de modus operandi; una lástima que no fuera así. El escritor vuelve al shock que en su momento le funcionó, y que ahora no es más que un recurso barato: sexo pornográfico, violencia extrema y drogas duras. Bret Easton Ellis cae de nuevo en la provocación. Lo peor es que no por inercia, sino que para vacilarnos, pero ya llegaremos a esto. 

La premisa de la novela no es muy original. Ellis es perseguido por una de sus creaciones. El adversario del escritor es una confusa mezcla entre Bateman y su padre ya difunto (quien fue, de hecho, su principal inspiración a la hora de concebir al asesino de American Psycho). Metaliteratura a punta pala, vamos. Ellis es el protagonista del duelo al que ya tantos otros se han enfrentado: pienso en Frankestein, de Shelley, o en Beaumont, de King. 

El protagonista de Lunar Park está lleno de defectos. Lo sabe y hasta lo reconoce. Esta es una buena decisión. Al fin y al cabo, ya no estamos frente a los desubicados adolescentes de Menos que cero, ya no hablamos del psicópata completamente ido de American Psycho. No, el protagonista no es otro que el propio Ellis, autor de los anteriormente citados libros. Este enfant terrible que escandalizó al panorama literario en el pasado parece haber madurado: se arrepiente de sus errores. ¿Pues por qué sigue cometiéndolos? No para. Drogas, alcohol, mujeres. Y no tengo ni idea de por qué narices le aguanta su cabreada esposa (añadido ficticio, por cierto). 

Ellis, en una entrevista, aseguró que escribiendo esta novela se estaba mofando de la visión que la gente se había formado sobre él. Pues bien, esto me parece una pataleta infantil. Al principio de su carrera, esa intención me hubiera parecido justificada. Ya sabes, por lo de indignar a un público hipócritamente remilgado, que se lo tiene bien merecido. Pero a estas alturas no lo veo necesario. Creo, incluso, que está fuera de lugar. Los lectores ya no son igual de impresionables que antaño. Ya no tienes que escandalizarlos para reírte de ellos. Por eso no veo por qué nos tiene que tomar el pelo. En Lunar Park no buscamos la redención de Ellis por morbo. Él nos la ofrece en bandeja de plata al iniciar este libro, y cuando nos ha dado una falsa impresión, nos la quita delante de nuestras narices. ¿Qué recibimos a cambio de nuestra credulidad? Que en su novela nos haga pensar que se está flagelando para después acabar riéndose en nuestra cara. 

Ellis también confirmó que el protagonista de la novela está basado un 60% en él. ¿Dónde empieza realmente, pues, esa versión que el lector se ha fabricado sobre Ellis si él mismo confiesa haberse inspirado mayoritariamente en sí mismo?

En definitiva: mientras que Lunar Park arranca con un agradable sabor a autocrítica (personal y literaria), acaba por recurrir a los tropos de siempre. Lo que parecía una especie de autobiografía no autorizada, la confesión avergonzada y a regañadientes de una persona que ha cambiado, da paso a una dispersa sucesión de momentos que buscan ser polémicos y que acaban contradiciendo el que se nos hizo creer (a traición) que era el mensaje inicial. Dichos momentos, por cierto, opacan la supuesta historia principal de la novela, aquélla en la que el escritor se ve inmerso en una persecución metaliteraria. 

Mejor paro, que sueno a ex pareja despechada, a moralista barato. ¿Soy un exagerado? ¿Soy injusto al reclamar algo a una obra, algo que creía que el autor me estaba ofreciendo? Al fin y al cabo, hay muchas reseñas celebrando aquello que yo critico. Ni idea. Va, Ellis, riéte de mí, si quieres; felicidades, has conseguido indignarme. Lo único que tengo claro es que es poco probable que relea tu Lunar Park. Para ver a Bateman ya tengo suficiente con American Psycho o la excepcional encarnación de Christian Bale. 


También de Bret Easton Ellis en ULAD: American PsychoMenos que cero, Suites Imperiales