Idioma original: castellano del siglo XIV
Año de publicación: 1330? 1350?
Valoración: Sse dexa lyer (pero requiere cierto esfuerzo)
No nos engañemos: nos pongamos como nos pongamos, leer un
texto del siglo XIV en versión original, sin ‘traducirlo’ o actualizarlo, es
una tarea no muy gratificante, por lo menos ardua. Pero tampoco por eso vamos a
arrugarnos tan fácilmente. Ya desde Secundaria o como se llame nos habían
hablado del tal Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y pronto utilizamos algunos fragmentos de su obra para provocar a los Hermanos maristas, así que no
se podía posponer por más tiempo esta lectura, para lo cual hubo que activar
los protocolos (eso que tanto gusta decir a los periodistas) para sortear o amortiguar
los obstáculos que van saliendo al paso.
Para empezar, decía lo del lenguaje. Es frecuente que las
ediciones de textos tan antiguos se presenten en un lenguaje adaptado a nuestro
tiempo, al menos limando algo la grafía del original. Pero esta mi edición de
Austral es tan clásica, tan auténtica que, oiga, ni la menor concesión al pobre
lector del siglo XXI. Un truco puede ser
utilizar la propia factura del texto: dado que, salvo unas páginas iniciales,
todo está escrito en verso, lo mejor es dejarnos llevar por el ritmo, como si
recitásemos, pasando un poco por encima de los detalles ortográficos. No será tan
difícil encontrar sentido a palabras en principio oscuras, la comprensión
mejora un montón y la lectura se hace más ágil y entretenida. Y bueno, también
ayuda el hecho de que todos tenemos una cierta idea de sobre qué va el asunto,
los amoríos del arcipreste, la vieja Trotaconventos, doña Endrina, y todas esas
cosas. Aún así, tampoco vendrá mal un poco de paciencia, sobre todo cuando
se nos presenten varias páginas seguidas atiborradas de versos en cuaderna vía.
Pero vamos al lío. Básicamente, el libro es un relato de las
andanzas amorosas del tal Juan Ruiz, narradas con importantes dosis de humor y
espíritu iconoclasta. Esto es lo más famoso, pero quizá hay una idea algo
inexacta sobre el particular. El Libro de buen amor no es en absoluto un texto
erótico tal como podemos entenderlo actualmente. Tras la mención de esas
prácticas que el autor define llamativamente como ‘la lucha’ no hay nada explícito en torno a artes amatorias o peripecias sexuales. Así
que ahórrese el esfuerzo el que busque alto voltaje en versión medieval. El
arcipreste, eso sí, está ansioso por echar el lazo a lo que se mueva, pero la
gracia (sea mucha o poca) reside en los trucos y artimañas que utiliza para
conquistar a las ‘dueñas’. De hecho, de doce o trece iniciativas que el hombre
desarrolla incansable, creo que sólo dos llegan digamos a buen fin, así que sus
estadísticas son más bien discretas.
El tronco fundamental son por tanto los ardides del
arcipreste y su alcahueta para alcanzar los sucesivos objetivos femeninos, pero
hay también algunas otras cosas. Quizá una de las partes más divertidas
comprende un pequeño viaje por la sierra de Guadarrama, donde el protagonista
se topa con varias mujeres (las ‘serranas’), en encuentros más bien abruptos en
los que no cosecha ningún éxito, pero es a cambio violado por la Chata, la
más fornida de las mozas que salen a su encuentro. Por lo demás, el autor
aprovecha la narración para colocar diversas sátiras, como la famosa batalla de
don Carnal y Cuaresma, u otras menos afortunadas sobre las horas canónicas
(maitines y todo eso) o los pecados capitales. Hay incluso un par de páginas de
cierta profundidad sobre el valor del arrepentimiento y la confesión.
Y aún hay más, y más sorprendente. Especialmente el inicio y
el final del libro incluyen unas cuantas cantigas ‘de loores a Santa María’ y
algún otro pequeño texto de tono religioso, lo que forma un cóctel algo extraño
con los tan desenfadados trabajos de seducción y el sarcasmo que dominan el
texto. El arcipreste se esfuerza en las primeras páginas en justificar su
defensa del ‘buen amor’ (el amor de Dios) frente al ‘loco amor del mundo’, o
del pecado, y tiene el morro de decir ‘por que es umana cosa el pecar, si
algunos (lo que non los consejo) quisieren usar del loco amor, aquí fallarán
algunas maneras para ello’. A eso se llama pragmatismo, versatilidad tal vez. Quizá
la razón de este lío se encuentre en los versos sobre los ‘clérigos de
Talavera’: cuenta Juan Ruiz cómo se recibió una orden del Papa amenazando con
la excomunión a los clérigos que tuviesen ‘mançeba, cassada nin soltera’. Por
lo visto, el propio arcipreste acabó con sus huesos en la cárcel y fue ahí
donde escribió el libro, con lo que parece que por una parte dio rienda suelta
a su humor, relatando sus aventuras, pero contrapesando el relato con muestras
de devoción religiosa, por si acaso. Bueno, puede ser.
Es indudable que el libro tiene momentos divertidos, pero
tampoco voy a ocultar que el lenguaje es un escollo que a veces resulta difícil
de vencer, los cientos de alejandrinos encadenados sin descanso acaban por
aburrir con su ritmo un poco infantil, y las muchas fábulas didácticas, pues
hombre, cansan un poco a fuerza de repetirse, aunque a veces tengan también su
gracia. Quizá es un libro para leer a sorbitos, por trozos más pequeños y, bueno,
no cabe duda de que es Historia de la literatura, que eso también importa. Pero
si aún así no nos decidimos, servidor os deja con mucho gusto la deliciosa
versión que el gran Paco Ibáñez hace del fragmento sobre el dinero: