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sábado, 6 de abril de 2024

Marguerite Duras: El hombre sentado en el pasillo

Idioma original: Francés
Título original: L’homme assis dans le couloir
Año de publicación: 1980
Traducción: Arnau Pons Roig
Valoración: No sé

El hombre sentado en el pasillo, relato erótico de Marguerite Duras, describe los encuentros amorosos de un hombre y una mujer. Semejante premisa, tan simple como efectiva, adquiere factura artística y opacidad conceptual gracias al estilo de la autora, al tono que impregna la historia, a la elección de la voz narrativa y al papel que juega el escenario en el conjunto.  

Duras entrega, pues, una ficción de vocación metafórica y acabado abstracto; una ficción bellamente escrita, densa en contenido e incómoda dadas sus implicaciones; una ficción llena de contrastes en la que el deseo se funde con la violencia y la pulsión de muerte.

Más que disfrutarla, la he apreciado. De hecho, no puedo recomendarla a todo el mundo, ya que me parece que su hermetismo, sus inquietantes reflexiones y su prosa lacónica pueden llegar a frustrar a la mayoría de lectores.

En la edición que yo he leído, publicada en catalán por Afers, un extenso epílogo acompaña a El hombre sentado en el pasillo. En dicho epílogo, Arnau Pons teoriza sobre el relato de Duras y su vinculación con el resto de la obra de la autora.


También de Marguerite Duras en ULAD: Aquí

domingo, 15 de mayo de 2022

Guillaume Apollinaire: Los diablos enamorados

Idioma original: Francés
Título original: Les diables amoureux
Año de publicación: 1964
Traducción: Julio Monteverde
Valoración: Recomendable para interesados

Supongo que a todos os suena Guillaume Apollinaire, narrador, poeta, dramaturgo, crítico de arte y periodista. Pues bien, resulta que este señor era un gran entendido en eso de la literatura erótica y llegó a escribir, además de obras de género bastante destacables (pienso en Las once mil vergas), decenas de prólogos para los trabajos calenturientos de otros.

Los diablos enamorados, volumen de la editorial sevillana El Paseo, recupera una serie de introducciones de Apollinaire que contextualizaron diversas obras eróticas. 

A mi juicio, las virtudes de este tomo serían: 

  • Que entrega enfoques curiosos sobre autores tan manidos como el Marqués de Sade. 
  • Que da a conocer obras alejadas del canon. Y es que, en palabras de Julio Monteverde, traductor y prologuista de Los diablos enamorados, Apollinaire pensaba que «frecuentar solo las obras consensuadas como maestras no lleva más que a sitios que ya conocemos», y que es en los márgenes «donde estalla lo nuevo, lo diferente, la sorpresa».

Por otro lado, la especificidad de este libro es su mayor lastre; sólo aquellas personas interesadas en la materia tratada podrán extraerle jugo. Sea como fuere, lo recomiendo, aunque sea a los degenerados que, como un servidor, sabrán sacar provecho a los conocimientos de uno de los mayores "enfant terribles" de la Literatura.


También de Guillaume Apollinaire en ULAD: Las once mil vergas

lunes, 29 de octubre de 2018

Arcipreste de Hita: Libro de buen amor


Idioma original: castellano del siglo XIV
Año de publicación: 1330? 1350?
Valoración: Sse dexa lyer (pero requiere cierto esfuerzo)

No nos engañemos: nos pongamos como nos pongamos, leer un texto del siglo XIV en versión original, sin ‘traducirlo’ o actualizarlo, es una tarea no muy gratificante, por lo menos ardua. Pero tampoco por eso vamos a arrugarnos tan fácilmente. Ya desde Secundaria o como se llame nos habían hablado del tal Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y pronto utilizamos algunos fragmentos de su obra para provocar a los Hermanos maristas, así que no se podía posponer por más tiempo esta lectura, para lo cual hubo que activar los protocolos (eso que tanto gusta decir a los periodistas) para sortear o amortiguar los obstáculos que van saliendo al paso.

Para empezar, decía lo del lenguaje. Es frecuente que las ediciones de textos tan antiguos se presenten en un lenguaje adaptado a nuestro tiempo, al menos limando algo la grafía del original. Pero esta mi edición de Austral es tan clásica, tan auténtica que, oiga, ni la menor concesión al pobre lector del siglo XXI.  Un truco puede ser utilizar la propia factura del texto: dado que, salvo unas páginas iniciales, todo está escrito en verso, lo mejor es dejarnos llevar por el ritmo, como si recitásemos, pasando un poco por encima de los detalles ortográficos. No será tan difícil encontrar sentido a palabras en principio oscuras, la comprensión mejora un montón y la lectura se hace más ágil y entretenida. Y bueno, también ayuda el hecho de que todos tenemos una cierta idea de sobre qué va el asunto, los amoríos del arcipreste, la vieja Trotaconventos, doña Endrina, y todas esas cosas. Aún así, tampoco vendrá mal un poco de paciencia, sobre todo cuando se nos presenten varias páginas seguidas atiborradas de versos en cuaderna vía.

Pero vamos al lío. Básicamente, el libro es un relato de las andanzas amorosas del tal Juan Ruiz, narradas con importantes dosis de humor y espíritu iconoclasta. Esto es lo más famoso, pero quizá hay una idea algo inexacta sobre el particular. El Libro de buen amor no es en absoluto un texto erótico tal como podemos entenderlo actualmente. Tras la mención de esas prácticas que el autor define llamativamente como ‘la lucha’ no hay nada explícito en torno a artes amatorias o peripecias sexuales. Así que ahórrese el esfuerzo el que busque alto voltaje en versión medieval. El arcipreste, eso sí, está ansioso por echar el lazo a lo que se mueva, pero la gracia (sea mucha o poca) reside en los trucos y artimañas que utiliza para conquistar a las ‘dueñas’. De hecho, de doce o trece iniciativas que el hombre desarrolla incansable, creo que sólo dos llegan digamos a buen fin, así que sus estadísticas son más bien discretas.

El tronco fundamental son por tanto los ardides del arcipreste y su alcahueta para alcanzar los sucesivos objetivos femeninos, pero hay también algunas otras cosas. Quizá una de las partes más divertidas comprende un pequeño viaje por la sierra de Guadarrama, donde el protagonista se topa con varias mujeres (las ‘serranas’), en encuentros más bien abruptos en los que no cosecha ningún éxito, pero es a cambio violado por la Chata, la más fornida de las mozas que salen a su encuentro. Por lo demás, el autor aprovecha la narración para colocar diversas sátiras, como la famosa batalla de don Carnal y Cuaresma, u otras menos afortunadas sobre las horas canónicas (maitines y todo eso) o los pecados capitales. Hay incluso un par de páginas de cierta profundidad sobre el valor del arrepentimiento y la confesión.

Y aún hay más, y más sorprendente. Especialmente el inicio y el final del libro incluyen unas cuantas cantigas ‘de loores a Santa María’ y algún otro pequeño texto de tono religioso, lo que forma un cóctel algo extraño con los tan desenfadados trabajos de seducción y el sarcasmo que dominan el texto. El arcipreste se esfuerza en las primeras páginas en justificar su defensa del ‘buen amor’ (el amor de Dios) frente al ‘loco amor del mundo’, o del pecado, y tiene el morro de decir ‘por que es umana cosa el pecar, si algunos (lo que non los consejo) quisieren usar del loco amor, aquí fallarán algunas maneras para ello’. A eso se llama pragmatismo, versatilidad tal vez. Quizá la razón de este lío se encuentre en los versos sobre los ‘clérigos de Talavera’: cuenta Juan Ruiz cómo se recibió una orden del Papa amenazando con la excomunión a los clérigos que tuviesen ‘mançeba, cassada nin soltera’. Por lo visto, el propio arcipreste acabó con sus huesos en la cárcel y fue ahí donde escribió el libro, con lo que parece que por una parte dio rienda suelta a su humor, relatando sus aventuras, pero contrapesando el relato con muestras de devoción religiosa, por si acaso. Bueno, puede ser.

Es indudable que el libro tiene momentos divertidos, pero tampoco voy a ocultar que el lenguaje es un escollo que a veces resulta difícil de vencer, los cientos de alejandrinos encadenados sin descanso acaban por aburrir con su ritmo un poco infantil, y las muchas fábulas didácticas, pues hombre, cansan un poco a fuerza de repetirse, aunque a veces tengan también su gracia. Quizá es un libro para leer a sorbitos, por trozos más pequeños y, bueno, no cabe duda de que es Historia de la literatura, que eso también importa. Pero si aún así no nos decidimos, servidor os deja con mucho gusto la deliciosa versión que el gran Paco Ibáñez hace del fragmento sobre el dinero:



jueves, 20 de septiembre de 2018

José Luís de Juan: Este latente mundo


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1999
Valoración: Muy recomendable

Quien más quien menos, si asoma su nariz por este ciber engendro también lo hace por alguna biblioteca. Ummm! Esos espacios acogedores y sublimes, catedrales del saber, reservas de curiosidad y silenc

-Pero bueno, oiga Usted reseñador de medio pelo, deje las digresiones a Javier Marías, bájese los humos y hable de algún libro. Y lo del silencio… lo del silencio, en fin, será cuando cierran por inventario.
-Cierto, mis disculpas, el cliente siempre tiene la razón. 

Este latente mundo discurre en gran parte en bibliotecas, entre montones de papiros o entre centenares de miles de libros sistemáticamente catalogados y ordenados y lo hace además de manera simultánea en dos momentos diferentes y a la vez paralelos, entre el ajetreo polvoriento del Bajo Imperio de Roma por un lado y la segunda mitad del siglo XX por el otro, en la enmoquetada Universidad de Harvard, en Boston, Estados Unidos. Y la manera en que el autor ha sabido engarzar una situación y una trama en la otra es, desde luego, uno de sus evidentes aciertos. Y tiene más.

Lo que hace latir estos mundos es, desde luego, el deseo. La fuerza irrefrenable  por conseguir al otro, la seducción y la excitación compartida, la maravillosa locura del goce. El ponerse en riesgo –en según qué circunstancias y ante según qué ojos- por amar a alguien del mismo género. Es este pulso, profundo y hedonista, el que atrapa la curiosidad del lector y envuelve en fascinación la lectura. Las situaciones y los personajes existen y se desenvuelven en una bien lograda atmósfera de transgresión –rayana incluso con el thriller- por las sombras y los límites de lo convencional y admisible, de lo decente y público. Es, por tanto, una realidad discreta, oculta, lista para ser desvelada para quien se asome a sus páginas. 

Amanuenses, sátirocopistas, ventrílocuos…Los que se dedican a leer y recrear, a alterar, mejorar o desvirtuar lo que otros previamente dejaron por escrito. Personajes como el copista de origen sirio Mazuf que se desenvuelve en la Biblioteca de Trajano, en la Tiberiana, en la del Palatino. O como el estudiante de Derecho Laurence, llegado del medio Oeste, que actúa a su vez en las de Harvard: Gutman, Langdell, Widener... También ellos tienen en común el merodeo: “Ahora como entonces, a Widener y a cualquier otra biblioteca no se va a leer sino a merodear. Claro que leer es también merodeo, búsqueda de trémulo placer en el humo que despiden las palabras”.

Pero también es destacable el estilo, el lenguaje con el que José Luís de Juan (Palma, 1956) elaboró Este latente mundo. Con un tono mesurado, templado, sin cargar tintas ni recrearse en lo frivolo o en lo escabroso, hasta las escenas más explícitas –y abundan con minucioso detalle- aparecen  como impregnadas de una sobria objetividad, como cuando asistimos a “efusiones carnales, por lo general en grupo”. Por lo visto, Este latente mundo adquirió cierta condición de icono entre lectores lgtb –nuevas disculpas por si me dejo alguna inicial- habiendo tenido ediciones para el mercado inglés –“This breathing world”- y francés –“Les souffles du monde”-. Y hasta aquí, me parece, se puede contar. Por estas razones me parece muy recomendable; calificación que aplico igualmente a los frecuentadores, y merodeadores, de cualquier tipo, tamaño o condición de biblioteca.

lunes, 31 de julio de 2017

Joumana Haddad: Los amantes deberían llevar solo mocasines



Idioma original: Francés

Título original: Les amants ne devraient porter que des mocasssins

Año de publicación: 2010

Traducción: Héctor Rodríguez Vizcarra

Valoración: Muy recomendable


Es este libro apenas un fogonazo, breve y arrebatado, como lo es el deseo, el abrazo lujurioso, la fantasía vislumbrada y, por fin, ejecutada. Un relato efímero e intenso, cálido e inquietante, sorprendente y brillante, en el que se desata esa fuerza poderosa e irresistible, ese apetito tirano que –nos dice Joumana Haddad- no se puede aliviar por uno solo. Afortunadamente. 

En Los amantes deberían llevar solo mocasines, Joumana Haddad (Beirut, Líbano, 1970) nos narra la experiencia que supone visitar, por vez primera, un club de swingers, y lo hace desde dos voces –primera y tercera- y desde la opción por lo conciso y lo concreto, saltándose ese límite o cliché establecido entre lo sugerido y lo explícito. Es un lugar común decir que la frontera entre erotismo y pornografía es tenue y vaporosa, y, en todo caso, uno no sabe muy bien donde acaba el territorio de uno para empezar el de la otra (ni tampoco comparta eso de que la diferencia está en la mirada del receptor), aunque tras la placentera lectura de este texto queda por supuesto la sensación de que, en estas tareas, el órgano más valioso es el cerebro. O, bueno, casi.

El detonante se halla en esa capacidad tan corriente de juguetear con la libido (del latín libere, gustar) y de la oportunidad de darnos el regalo de una primera vez… Y con esto, ya hemos franqueado la puerta que nos sitúa en medio de la fantasía concretada, hecha carne.

A través de las distintas distancias y texturas de los dos puntos de vista –ella, yo-, la autora nos describe lo que encuentra, lo que ve y lo que piensa, y esto último es, por supuesto y con diferencia, lo más interesante. Desde la inspección visual del espacio y de los ejemplares allí acogidos, de sus cuerpos, poses, palabras y actitudes, el relato nos aloja en la corriente de sensibilidad y sensualidad que circula por los poros, órganos y neuronas de la narradora. El resultado es una zambullida consciente e íntegra en uno de esos momentos que supone una de las grandes maravillas de la condición humana, “el ingreso tierno e  impetuoso del todo en el todo”. 

Los amantes deberían llevar solo mocasines es una amalgama de timidez, inocencia, curiosidad y vergüenza. Y también de inconveniencia y de algún momento ridículo, y de ahí su título. Y de desparpajo y desafío y apasionada convicción, y ahí su principal mérito:  
“¿Lo insólito y lo prohibido no son, acaso, los dos clítoris de la mente?”

Profesora, periodista y activista cultural, Joumana Hadded, ha escrito poesía, ensayo y narrativa en árabe, inglés y francés. Ha sido responsable de la información cultural del diario de Beirut An Nahar y directora jefe de la ya desaparecida revista Jasad, uno de cuyos principales argumentos era la reivindicación de la sensualidad y la belleza del cuerpo humano frente a los tabúes y las restricciones religiosas y culturales.

miércoles, 19 de julio de 2017

Ana Rossetti: Alevosías

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1.991
Valoración: Decepcionante (por lo menos)

Mal asunto. Literatura erótica, escrita además por una mujer, y servidor empieza por calificarlo de Decepcionante. Demasiados boletos para la rifa de los improperios (reprimido, machista, facha…) Pero qué le vamos a hacer. Eso ocurre por echar mano del primer libro desconocido que aparece por la estantería. A veces el resultado es bueno y por tanto la sorpresa más agradable. Y otras… pues eso. La curiosidad mató al gato.

Pues efectivamente, este ‘Alevosías’ (me ahorro comentarios sobre el título) es una colección de ocho relatos de corte erótico que recibió en su día el premio Sonrisa Vertical –que es, por cierto una marca de prestigio en ese ámbito. Y, oiga, no nos andamos por las ramas: a las primeras de cambio nos encontramos ya a un par de primos preadolescentes metiéndose mano en tareas de exploración recíproca, y en un visto y no visto pasan a no dejar miga en el mantel. Los dos chicos son sustituidos en el siguiente relato por dos hermanas, la pequeña de apenas ocho o nueve años, que se ponen como motos en menesteres parecidos con el pretexto del juego y todo eso. Sí, bueno, después se deja caer algo sobre sus diferentes trayectorias sexuales en la edad adulta, pero esto resulta poco más que un simple adorno. Siguen sueños de alto voltaje en un tren de esos de larga distancia, con compartimentos y tal, un escenario bien propicio para este tipo de aventuras. Y todo así.

Naturalmente, línea tras línea nos encontramos con distintos tipos de fluidos y oleajes, 'cuevas resbaladizas y anhelantes’, cierto ‘succionador cilindro de terciopelo’, ‘bocas húmedas’ y ‘salvajes embestidas’. Y, sobre todo, pezones ‘de frambuesa’ y de texturas, sabores y morfologías semejantes aunque diversos, muchos pezones erectos, desafiantes, acusadores, todo un catálogo. Yo no sé si esto es exactamente literatura erótica, es decir, si el mérito consiste precisamente en describir el acto sexual y sus mil y una variantes, de mil y una formas diferentes, tirando todo el tiempo de metáforas para poner de manifiesto el grado superlativo que alcanzan el deseo y la excitación. De ser así, y si no hay nada más (como pasa en este caso) tengo que confesar que la cosa me aburre profundamente.

Hay que admitir que a la señora Rossetti  -que para eso es poetisa y autora de textos para niños, todo versatilidad- se le ve hábil en el manejo de esa miríada de adjetivos, alegorías, figuras y símbolos que se suceden sin pausa a lo largo de todo el volumen. Pero, claro, una vez que hemos asistido a un polvo, una masturbación o una felación (sin olvidarnos de los pezones), la lectura no da más de sí, es como asistir a un concurso para ver quién lo describe mejor, cuántas piruetas pueden utilizarse para el mismo fin, cuáles son las ocurrencias o imágenes más sorprendentes. Seguro que alguien dirá que no hay que quedarse sólo con el momento voluptuoso y las temperaturas extremas, que hay un mensaje profundo (con perdón), sensibilidad, agudeza psicológica. Pero, sinceramente, no soy capaz de encontrar nada de esto.

Incluso estaría dispuesto a reconocer que –si no hemos tirado la toalla antes- el libro coge algo de vuelo más o menos a la mitad, donde encontramos un par de relatos con un ambiente algo más oscuro, una pizca más de interés, y algún otro donde afloran ramalazos de humor que lo hacen más llevadero. Como uno es cicatero en las valoraciones pero también tiene su momento generoso, estas dos pinceladas me han movido a dejarlo solo en Decepcionante. Pero, no obstante lo dicho, vean ustedes: los últimos dos o tres relatos tienen un hilo común donde se toca de soslayo el tema de la infidelidad, y ahí aparece un personaje llamado Txomin, que tiene la osadía de dejar con el trabajo a medias a la señorita protagonista. Ella, con un rebote colosal, urde una sofisticada y claramente desproporcionada venganza dirigida a cargarse su matrimonio (el de Txomin). Ahí queda eso, para que se entere el vasco, cobarde, mediohombre, capullo, que a una mujer no se le hace eso. Ese es el nivel.

P.S. Aviso a mis colegas que si a alguien se le ocurre montar una semana de literatura erótica, conmigo no contéis, gracias.

También de Ana Rossetti: Señales y muestras

domingo, 2 de julio de 2017

Zoom: ¡Ponte, mesita!, de Anne Serre

Idioma original: francés
Título original: Petite table, sois mise!
Año de publicación: 2012
Traducción: Javier Albiñana
Valoración: estoy confuso


Aviso: en las escasas cuatro páginas que componen el primer capítulo de esta novelita, encontramos ya todo un repertorio de parafilias sexuales, por no decir perversiones varias; a saber: travestismo, narcisimo, ninfomanía, pederastia e incesto -de hecho, y dicho sin ironía alguna, se agradece el contrapunto convencional que nos ofrecen lesbianismo y adulterio-; y todo ello, para olvidar cualquier remilgo que quedase, en el seno de una misma familia, compuesta de padre, madre y tres angelicales niñas, más el aporte de amigos y conocidos de ambos géneros, todos bien dispuestos al frenesí lúbrico con mayores y menores, sin discriminación...

Sí, lo sé: contado así en frío suena horrible, casi -o sin casi- una apología del abuso infantil (aunque no olvidemos que estamos hablando de una obra de ficción, sin más consecuencias). Pero un poco de relax... perdón quiero decir de calma: una vez asumido que nos encontramos ante una obra literaria de incuestionable "inmoralidad", el despiporre sexual resulta bastante divertido y del todo inofensivo; en realidad, cabe sospechar que se trata de la enésima variante del épater les bourgouises al que son tan aficionados en las letras francesas (un clásico de lo más burgués, por otra parte)... o, en el mejor de los casos, un añadido más a la tradición erótica, también muy arraigada en esa literatura. Erotismo un tanto brutico, si se quiere, pero tira que te va...

Esto, por lo que se refiere a la primera parte de la novelita o relato -que viene a ocupar casi la mitad de la misma-, que es donde está el tomate. También es la parte que posee más potencia, -por coherencia y ritmo, no sólo por salacidad-, el pulso narrativo más firme que las otras dos, que no dejan de ser un añadido aguado y hasta insípido, en comparación con el subidón cafeínico que proporciona la primera. la razón de este desequilibrio resulta fácil de adivinar: la historia parece haber sido planteada como una especie de reflejo especular de la célebre Justine de Sade (autor que es mencionado un par de veces en este breve libro); aquí, al revés que en la otra novela, la joven protagonista migraría del vicio en el que le educa su propia familia a la virtud y moderación que encuentra en el mundo exterior. Aunque, por la razón que fuera, también parece que la autora de este relato desistió de tal  propósito, tras un comienzo prometedor y apañó unas continuación y desenlace bastante más flojos con las notas o borrador que le quedaba, para pergeñar algo mínimamente publicable. Esa es la impresión que da, al menos.

Otra cosa más complicada de dilucidar es a qué demontres se refiere el sorprendente título de este rel... novel... lo que sea; en principio, parece que hace referencia a un cuento de los hermanos Grimm, La mesa, el asno y el bastón maravillosos, en el que el hijo de un sastre expulsado de casa por su padre, recibe el regalo de una mesita que, a una orden suya, se llena de las más suculentas viandas... pero antes de volver con ella a casa de su padre se la roban  Que esta alusión pretende ser la metáfora de algo es evidente, pero no he sido capaz de averiguar de qué exactamente... ¿la infancia perdida? ¿La inocencia perdida? ¿El paraíso... la libertad erótica perdida? ¿Algo que se pierde, lo que sea...? Ni idea. Quien sea más agudo que yo, espero que me ilumine.

En cuanto a la valoración, miedo me da hacerla, entre otras cosas porque temo que se nos llenen los comentarios de lectores ofendidos ante la procacidad pederasta y aún más, la alegría sin remordimientos con que se cuenta. Pero lo cierto es que, repito, esa es la mejor parte, al menos en términos literarios, de la narración, con un toque onírico-costumbrista que contribuye a otorgar cierta fascinación a las prácticas más soeces de las que nos hacen sabedores (no con todo detalle, no se me asusten); si la autora hubiese mantenido el tono y la tensión a lo largo de toda la obra, o quizás simplemente el mismo interés, otro gallo nos cantaría... pero así, la verdad, no sé. Ni sé, ni quiero saber, que todo lo que diga puede ser utilizado en mi contra. 

Uf, menos mal que Lolita ya está reseñada...


martes, 25 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto: La exhibición de atrocidades, de J. G. Ballard

Idioma original: inglés
Título original: The Atrocity Exhibition
Año de publicación: 1969 (como libro)
Traducción: Marcelo Cohen y Francisco Abelenda
Valoración: yo diría que recomendable, pero por una vez... que cada palo aguante su vela

Imaginemos por un momento un campeonato de lucha entre libros "de culto" (sea lo que sea eso), una especie de Mortal Kombat gafapástico... ¿quien ganaría ese torneo del K.O. para culturetas? No lo sé, claro, pero seguro que podríamos contemplar peleas memorables, como el enfrentamiento de dos campeones pesados de sumo, como son Los reconocimientos y La broma infinita. O, mejor aún, peleas aparente y apasionadamente desiguales, como una que enfrentase a un samurai acorazado y armado con las más contundentes técnicas del bushido... por ejemplo, El arco iris de la gravedad, con un monje shaolin apenas ataviado con su túnica, pero maestro en los arcanos del wu-shu, como sería este La exhibición de atrocidades, de J. G. Ballard. Quizá más de uno de ustedes tendría claro por cual apostar, pero yo no daría por hecho el resultado: este pequeño volumen de menos de 200 páginas podría acabar con cualquier oponente con la ligereza del viento y la letalidad de la víbora. O como se diga.

La lectura de esta extraña ¿novela? no es fácil. O, mejor dicho, su lectura sí resulta engañosamente fácil -también algo cansina-, pero su interpretación no lo es. leyendo este libro nos adentramos en un mundo obsesivo, repetitivo, fluctuante entre el erotismo onírico y la pesadilla malsana. Una historia que parece navegar a la deriva hacia la entropía, una y mil veces rota la percepción que vamos recibiendo de los que se nos cuenta y luego mil veces reconstituida, como cuando giramos un caleidoscopio para componer una figura a costa de deshacer la anterior. Aún así, la experiencia de leerlo resulta altamente estimulante, a partir del momento en que se aceptan las reglas que nos impone. Si se consigue entonces un cierto relajamiento del neocórtex del cerebro o como demonios se llame su zona más racional, la sensación de estar ¿disfrutando? (no, no es la palabra adecuada...) de una obra literaria de lo más singular se vuelve incluso... ¿placentera? (no, desde luego, tampoco esta es la palabra).

Para empezar, la estructura del libro ya resulta bastante peculiar: dividido en quince capítulos en principio independientes -de hecho, algunos fueron publicados por separado en revistas a partir de 1966-, que se pueden considerar incluso "novelas condensadas" (al estilo del Reader's Digest, supongo), cada uno de éstos está a su vez compuesto por párrafos con su propio título cada uno, que parecen guardar una continuidad entre sí, al tiempo que la transgreden; es decir, cada uno de los párrafos se podría considerar como perteneciente a una historia diferente o bien todos a la misma historia, de alguna manera. Además de que los encabezamientos de los párrafos de algún capítulo conforman juntos un nuevo párrafo... El efecto de dislocación narrativa que producen es bastante desconcertante, e incluso perturbador, al no buscar la ruptura entre las distintas partes del relato, sino su interrelación, pero a través de la reiteración a lo largo de todo el libro, de una serie de elemnetos recurrentes. sexo, parafilias, sexo, accidentes de tráfico, sexo, geometrías insólitas, sexo, fetichismo, sexo, espacios desolados, sexo, estudios psicológicos, sexo, películas experimentales, sexo, enfermos mentales, sexo, geografías post-(o pre-)apocalípticas, sexo, celebridades de los sixties, sexo, guerra del Vietnam, sexo, muertes violentas de diverso tipo... ¿he mencionado ya que esto va de sexo? Con todos estos elementos y más, Ballard va construyendo una serie de variaciones sobre el mismo tema, hasta que el conjunto de ellas acaba conformando, de una manera extraña, una narración en la que podemos intuir cierto sentido. Algo parecido ocurre, por otra parte, con los personajes, algunos de los cuales aparecen a lo largo de todos los "capítulos": el doctor Nathan, la doctora Austin -aunque a veces es Claire y otras Elizabeth-, Karen Novotny -catalizadora del deseo sexual masculino-, el turbio Koestero Koster... otros, en cambio, van mutando de nombre, de rol y de posición a través de todo el libro; así ocurre con el "protagonista" (si se le puede considerar así), que siempre es un hombre, a veces casado, otras viudo o soltero, que ha sufrido algún tipo de trauma o está embebido en una indagación obsesiva y hermética: es Travis, Traven, Talbot, Trabert...

No menos obsesiva y recurrente es la mención a personajes o acontecimientos de aquella década de los 60: los Kennedy -Jack y Jackie-, Ralph Nader, Malcolm X, Lee Harvey Oswald, estrellas de cine como Elizabeth Taylor, Brigitte Bardot, Jeanne Moureau; Vietnam, el Congo... Incluso los títulos de los capítulos participan de ese festival sesentero: Por qué quiero joder a Ronald Reagan (a la sazón, gobernador de California) o El asesinato de John Fitzgerald Kennedy considerado como una carrera de Automóviles Cuesta Abajo. Todo muy moderno (para aquel entonces) y hasta muy pop, pero irónica, condenadamente perverso. También encontramos diversas referencias al arte pictórico y con cierta frecuencia a pintores surrealistas como Max Ernst. Referencia nada baladí porque toda la obra transmite un aire a escritura automática que no creo sea casual (hay otra conexión con el mundo del arte: al parecer en 1972 Ballard organizó una exposición de coches estrellados semejante a una que aparece en el libro y con consecuencias bastante en consonancia con los planteamientos de la novela).

Bien, y a todo esto... ¿por qué podemos considerar a este libro como "de culto") En primer lugar (y aunque no sea condición sine qua non, ayuda bastante) porque es más raro que un perro verde. Punto. Después, aquí encontramos la génesis de otra novela del mismo autor -de hecho, uno de los capítulos se titula precisamente así- que sí podemos considerar como "de culto": Crash (o al menos lo era; no creo que la peli de Cronenberg la acabara convirtiendo en mainstream... ¿o sí?). En tercer lugar, La exhibición de atrocidades también ha sido llevada al cine, por un tal Jonathan Weiss, en una película inencontrable pero, a tenor de las referencias, igual -o más- raruna que el libro. Y por último, porque esta extraña novela/libro de relatos sirvió de inspiración, allá por 1980, a los legendarios Joy Division. Que si eso no es ser de culto, yo ya no sé...


Otros libros de J. G. Ballard reseñados en Un Libro Al Día: RascacielosEl mundo de cristalLa sequíaCrash


martes, 11 de noviembre de 2014

Marguerite Duras: El amante

Idioma original: francés
Título original: L'Amant
Año de publicación: 1984
Valoración: imprescindible

Esta novela entra perfectamente en la categoría "No puedo creer que todavía no la hayamos reseñado"; de hecho, estaba convencido de que yo mismo, o Yemila, o alguien, había escrito una reseña en los primeros tiempos del blog, y sin embargo, salvo que el buscador me esté jugando una mala pasada, no es así. Así que puedo decirlo: no puedo creer que no hayamos reseñado El amante hasta ahora.

Esta novela también entra en otra de mis categorías favoritas: libros que han pasado a la cultura popular con una imagen simplificada o deformada. (A esta categoría pertenecen, por ejemplo, El retrato de Dorian Gray o Los viajes de Gulliver). Porque uno piensa en El amante y, probablemente por culpa de la película de Jean-Jacques Anaud, en lo que pensamos es en una novela erótica llena de tórridas escenas de sexo explícito entre una adolescente francesa y un joven oriental.

Claro, es elemento erótico está en la novela, que es una recreación (ficcionalizada) de un episodio en la vida de la escritora: una breve relación amorosa mantenida, cuando tenía apenas quince años, con un hombre chino durante su estancia en Vietnam (o en aquella época, Indochina). Sin embargo, no es una novela que se recree en el sexo explícito, sino en la sensualidad, el deseo, la atracción irracional y sus consecuencias, sobre todo cuando se trata de una relación imposible debido a diferencias de edad, culturales, sociales y económicas.

Pero El amante es también el retrato de una familia disfuncional y opresiva, arruinada e inadaptada a la nueva situación. Se trata de una familia, la de la propia escritora, compuesta por una madre obsesiva y depresiva, y unos hermanos de caracteres opuestos. Es, en cierto modo, una novela de aprendizaje de una muchacha que está descubriéndose a sí misma (en el sentido sexual, pero no solo) en medio de un ambiente hostil e incomprensible. "Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde", dice una de las primeras frases de la novela.

Hay varias cosas que hacen que esta novela sea imprescindible: la sensibilidad con la que está narrada; la propia técnica narrativa, que desgaja la voz de la autora en su yo adolescente y su yo adulto, casi anciano, que recuerda, reescribe y evalúa la propia acción. Y el estilo: un estilo depurado y directo, pero también capaz de un lirismo de evocación poderosa: una frialdad de cirujano con que se analiza tanto la primera relación sexual de la joven protagonista como la muerte de su hermano o la locura de su madre, pero que aun así alcanza una gran belleza expresiva, tanta que dan ganas de aprender francés solo para poder disfrutar del original (aunque la traducción de Ana Maria Moix, creo, le hace justicia).

Un imprescindible como hacía tiempo que no reseñábamos (yo, por lo menos). No puedo creer que hasta ahora no lo hubiéramos reseñado...

sábado, 6 de agosto de 2011

Félix María de Samaniego: El jardín de Venus

Idioma original: castellano
Año de publicación: escritos en 1780, publicados en 1921
Valoración: recomendable

El eufemismo del título de esta compilación de poemas del ilustrado español Félix María de Samaniego nos da una idea bastante clara del contenido. Sí, damas y caballeros: lo que hoy les presento es, nada más y nada menos, una colección de poemas eróticos. Pero no solo eróticos, sino satíricos, humorísticos y... también un poco chabacanos.

Sorprende esta faceta ignota del autor de fábulas tan conocidas como las de la lechera o la cigarra y la hormiga. Con estos poemas, Samaniego da la vuelta al calcetín de "enseñar deleitando" y nos muestra su cara más jocosa e irreverente. Deleitar, deleita; y no se puede decir que cada uno de los poemas no nos vaya a enseñar alguna canallada nueva...

El jardín de Venus os va a sacar una sonrisa detrás de otra gracias al ingenio del estilo y la desvergüenza de las historias que narra, y por eso os lo recomiendo. Los poemas están en el Cervantes Virtual, así que que no cunda el pánico si no encontráis el volumen en vuestra librería o biblioteca más cercana.

Y ahora os dejo con una muestra: Las lavativas

Cierta joven soltera,
de quien un oficial era el amante,
pensaba a cada instante
cómo con su galán dormir pudiera,
porque una vieja tía5
gozar de sus amores la impedía.
Discurrió al fin meter al penitente
en su casa y, fingiendo que la daba
un cólico bilioso de repente,
hizo a la vieja, que cegata estaba,10
que un colchón separase
y en diferente cama se acostase.
Ella en la suya en tanto
tuvo con su oficial lindo recreo,
dándole al dengue tanto15
que a media voz, en dulce regodeo,
suspiraba y decía:
- ¡Ay...!, ¡ay...!, ¡cuánto me aprieta esta agonía!
La vieja cuidadosa,
que no estaba durmiendo,20
los suspiros oyendo,
a su sobrina dijo cariñosa:
- Si tienes convulsiones aflictivas,
niña, yo te echaré unas lavativas.
- No, tía, ella responde, que me asustan.25
- Pues si son un remedio soberano.
- ¿Y qué, si no me gustan?
- Con todo, te he de echar dos por mi mano.
Dijo, y en un momento levantada,
fue a cargar y a traer la arma vedada.30
La mozuela, que estaba embebecida
cuando llegó este apuro,
gozando una fortísima embestida,
pensó un medio seguro
para que la función no se dejase35
si a su galán la tía allí encontrase.
Montó en él ensartada,
tapándole su cuerpo y puesta en popa,
mientras la tía de jeringa armada
llegó a la cama, levantó la ropa40
por un ladito y, como mejor pudo,
enfiló el ojo del rollizo escudo.
En tanto que empujaba
el caldo con cuidado,
la sobrina gozosa respingaba45
sobre el cañón de su galán armado,
y la vieja, notando el movimiento,
la dijo: - ¿Ves como te dan contento
las lavativas, y que no te asustan?
¡Apuesto a que te gustan!50
A lo cual la sobrina respondió:
- ¡Ay!, por un lado sí, por otro no.