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viernes, 16 de julio de 2021

Umberto Eco: Cómo viajar con un salmón

Idioma original: italiano
Título original: Il secondo diario minimo
Año de publicación: como artículos en prensa, desde (1975) 1986. Como parte del libro Segundo diario mínimo, 1992.
Traducción: Helena Lozano Miralles
Valoración: molto facile e divertente... quiero decir, recomendable y divertido.

Tras este curioso título, encontramos un libro no menos recomendable e igualmente divertido: se trata de una recopilación de artículos que Umberto Eco escribió para la revista L'Expresso a partir de 1986 -aunque los hay fechados desde 1975; no sé si para otras publicaciones o si se trata de inéditos-, todos bajo la fórmula recurrente de "cómo hacer tal o cual cosa"; de esta forma, se diría que constituyen una especie de manual de instrucciones para ir por la vida -de hecho, uno de los artículos se titula, precisamente, Cómo seguir las instrucciones-, pese a que algunos de sus "consejos" no parezcan, a priori, de mucha utilidad para nuestra vida cotidiana: se nos explica, justamente, cómo viajar con un salmón (se entiende que muerto y, a ser posible, ahumado), cómo llegar a ser caballero de Malta o cómo salir en los medios aunque no seamos nadie... aunque esto último cada vez es más habitual.

Como se puede cualquiera imaginar, el humor, la ironía e incluso el sarcasmo es la constante en todos estos artículoso capítulos. En algún caso, sobre todo en los últimos, Eco se pone un poco más serio o mejor sería decir que en ellos predomina la reflexión sobre la ironía, reflexión que se centra en cómo la urgencia y banalidad de los medios de comunicación hacen que cualquier asunto acabe por volverse pasajero y superficial, terrreno abonado, ademá,s para las explicaciones absurdas pero fáciles de comprender: Cómo evitar caer en los complots (no quiero pensar que le hubieran parecido a don Umberto estos tiempos de terraplanistas, antivacunas o QAnon); Cómo no olvidar a los pedófilos (y quien dice pedófilos dice los okupas con que nos aterrorizaron los medios españoles el pasado verano; ya veremos qué toca éste...) o, sobre todo, Cómo sobrevivir al caos de los medios (no hace falta mayor explicación).

Cierto es que, probablemente, algunos de estos consejos sean sobre todo aplicables a profesores universitarios de semiótica o, al menos, a académicos e intelectuales en general, pues es sobre las cuitas de su quehacer sobre lo que escribe Eco: Cómo presentar un catálogo de arte, Cómo hacer un inventario, Cómo hacer una introducción, Cómo tirar los telegramas a la papelera -de premios y eventos a los que se le invita sin ser deseados-, Cómo precaverse de las viudas -de todos los herederos de la obra literaria de un escritor, en realidad-; en otros trata de los problemas que pueden asaltar a un frecuente viajero internacional como fue él mismo: para empezar, claro está, el del salmón  -ya digo que no es una metáfora de nada, sino algo literal-, Cómo comer en el avión, Cómo usar al taxista -muy útil-, cómo viajar en trenes americanos... Y también están los de una variedad que me resulta bastante enternecedora: la de los problemas con la tecnología moderna , que va desde los entonces sorprendentes artefactos, hoy diríamos que vintages, de aquellos 80 y 90 del siglo XX -Cómo comprar gadgets, Cómo usar el fax, Cómo no usar el teléfono móvil- hasta las vicisitudes habituales de los usuarios de Internet, ya en el siglo XXI: Cómo castigar a los que practican el spam, Cómo usar la red intentando acordarse de algo... Aunque más entrañables aún resultan los artículos que se refieren a los recuerdos de la infancia y juventud: Cómo comer el helado, Cómo empieza, cómo acaba.

Pero, en fin, para qué engañarnos: sé cuál es el capítulo que vais a mirar en primer lugar aquellos que os decidáis a leer este útil (!) y divertido libro: Cómo reconocer una película porno. Y no, no es cómo vosotros pensáis...

Más obras de Umberto Eco reseñadas en Un Libro Al Día: aquí

miércoles, 28 de agosto de 2013

Albert Espinosa: Brújulas que buscan sonrisas perdidas

Idioma original: Catalán
Año de publicación: 2013
Título original: Bruixoles que busquen somriures perduts
Valoración: bochornoso, pero homologuémoslo como repugnante

Lo de Albert Espinosa es un tema... espinoso. Menudo chistecito, para empezar. Bueno: el nivel del libro iría por ahí. Yo es que me meto en unos berenjenales, a veces, pero va, diremos que el sentido de este blog debe ser tanto advertiros por dónde hay que acercarse como de qué hay que alejarse, ¿no?
Bien: Espinosa es un personaje omnipresente en Catalunya, un escritor mediático cuya carrera parte de su experiencia personal como niño enfermo de cáncer, tema que introduce en su obra y que le aporta un añadido de dramatismo, de, digamos, significación. Sus experiencias han dado pie a los guiones de la popular serie televisiva Pulseras rojas (originalmente la catalana Polseres vermelles), de enorme éxito comercial. Sí: comercial.
¿Qué pasa cuando esa circunstancia pasa a ser el tema central de toda una carrera literaria?
Sí: literaria en cursiva.
Pues pasa lo que está pasando. Que se publica novela tras novela con títulos digamos, buenrollistas. Que se vende a cascoporro. Que es el libro que muchos padres satisfechos encasquetan a los hijos para Sant Jordi. Que se hace caja. Mucha caja. Que se va de flor en flor, pasando por todos los tópicos nivel 2.0, dejando atrás la sensiblería obvia y pasando a la sensiblería programada para no ser obvia. Un enorme filón explotado con la mayor desvergüenza y que, sonrojante a más no poder, se incorpora a una especie de cultura oficial que prioriza esfuerzo y sacrificio, frente a lo imprescindible hablando de literatura: talento.
Claro que Espinosa no pretende ser Vila-Matas. Pero es que parece que aspire a ser, no sé, Mocchia. Sale tanto en la TV, en la radio, se promociona tanto con esa pinta de eterno jovenzuelo, de yerno perfecto. Hasta Spielberg toma nota de su éxito.Claro que, con su enorme triunfo entre el público juvenil y adolescente (y notable entre el maduro), habrá quien diga que ya es suficiente con que haga que se lea a ciertas difíciles edades. Un argumento más que discutible visto lo muy alejado que está esto de lo que es literatura.
Que es de lo que aquí intentamos tratar.
Las primeras páginas de Brújulas que buscan sonrisas perdidas desanimarán a cualquiera con un mínimo listón de lo literario: frase tras frase terminada en puntos suspensivos (os lo digo: esto pone mucho de los nervios). A las pocas líneas ya ha aparecido la palabra enfermedad, claro. Y la palabra no dejará de aparecer, ni tampoco la palabra hospital, la palabra alzheimer, la palabra cáncer. Todo ello al mínimo pretexto y todo ello rodeado de un atrezzo que es marca de la casa. Los títulos de los capítulos, tan cargantes como el del libro, la tipografía usada en ellos, los puntos suspensivos (que siguen y siguen, hasta un final que no llega nunca), las sucesivas desgracias que acaecen al protagonista; todo, de un formulismo y una estructura tan previsible, que la sensación de hallarnos ante un producto es absoluta.
El protagonista, recién enviudado por un accidente, visita al padre, muy enfermo (pero empeorará, tranquilos) que también es viudo (...) pues la madre también enfermó. El protagonista, claro, visitó muchas veces el quirófano en su infancia. Claro, estaba muy malito y lo superó. Y los puntos suspensivos, insisto, por todas partes. Albert, atento: así se acaba una frase. Punto: uno, no tres. Pues bueno, qué queréis que os diga sin espoilear (porque alguien aún caerá en esta lectura, seguro). Que el mensaje es que la vida es muy importante y hay que disfrutar el momento y hay que tener buen rollo. Trescientas páginas para un leit-motiv tan sencillo. Una historia blandengue, sensiblera, programada, diseñada, producida. No salvarás bosques por leerlo en e-book: necesitarás kleenex, a punta-pala. Tan desechables como esta novela.

En fin: paro ya, de hacer amigos. Los resortes que toca este libro son indecentemente premeditados. Esto sí es pornografía, emocional e intencionada, más aún que la de la pobrecita e incomprendida Sasha Grey, que al menos busca excitar otra cosa que los lacrimales. Esto sí que es clavar justo la aguja donde se produce el efecto deseado. Toma, Jaime, etiqueta homologada, "repugnante". Y menudas han sido tres de mis últimas cuatro lecturas. 

Yo no es que esté en contra de que ciertos libros ayuden a la gente a bregar con ciertas crueles enfermedades. No es por eso, igual que no estoy a favor de la pederastia por gustarme Nabokov. Pero, aunque esté en papel y contenga letra impresa, hay muchos motivos por los que Brújulas que buscan sonrisas perdidas y, por ejemplo, cualquier obra de Faulkner, no pueden considerarse lo mismo. Aunque nos insistan que esta sea mejor lectura que ninguna lectura, cada libro que este autor vende es un libro que dejan de vender autores con mucho más merecimiento. Quienes amen la lectura no deben perder el tiempo con este producto. Que se venda (o se dispense) en farmacias, en consultas de psicólogos, prescríbanlo con tratamientos, lo que sea. Pero no lo pongan al lado de Bolaño, de Kapuscinski, de Foster Wallace...(estos sí, son mis puntos suspensivos).