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domingo, 11 de marzo de 2018

Serguéi Dovlátov: Retiro

Idioma original: ruso
Título original: Zapovednik
Año de publicación: 1983
Traducción: Tania Mikhelson  y Alfonso Martínez Galilea
Valoración: más que recomendable

Ya sé lo que parece: que mi ambición consiste en convertir este blog en Un Dovlátov Al Mes... ¡Pues eso es exactamente lo que ocurre! Lástima, sin embargo, que no vaya a poder hacerlo: antes o después se me acabarán los Dovlátovs y como el bueno de Serguéi pasó a mejor vida en 1990, difícil va  a estar el reabastecimiento... (aprovecho para brindar una idea a los muchos emprendedores del sector del MDMA: ¿por qué no ponerle a sus pastillitas el nombre de "dovlátovs", en vez de "teslas" o, como antaño, "mitsubishis"? Yo les aseguro que como adictivos, estos libros también tienen los suyo...

Y eso que la trama de esta novela no es que pueda calificarse de trepidante: el protagonista, Boris -no demasiado diferente del propio Dovlátov, por lo visto- es un periodista que ha fracasado como tal, como escritor y en su matrimonio, más los previsibles problemas con el alcohol, que acude para trabajar como guía al llamado Parque o Reserva Nacional Pushkin, un complejo turístico-cultural soviético en la finca familiar del gran escritor decimonónivo en la loclidad de Mijailovskoye, en Pskov (sea donde sea que esté eso). De ahí viene el título de Retiro, ya que el escritor decide tomar su estancia allí como una oportunidad para superar el desastre de vida que ha llevado hasta entonces. Hasta que esa vida de la que trata de retirarse va a buscarlo de nuevo...

Así contado quizás no lo parezca, pero este es un libro lleno de humor, descacharrante incluso en algunos momentos, como las descripciones de personajes insólitos: ¡ese Mitrofánov, que parece sacado de un Borges pasado de vueltas! ¡Ese inepto y fatuo Pototsky, que pretende compararse con Chéjov! ¡Ese casero del protagonista, tan... inenarrable! Ahora bien, como ocurre con el resto de la obra de Dovlátov (incluso cuando se trata de un libro con un carácter más ominoso, como es La zona, hay momentos para ello) el humor lo impregna todo con un sabor agridulce, aunque, por otra parte,, sin pretender arrogar ninguna superioridad moral al narrador, que sabe perfectamente que cualquier retrato que se hiciera de él daría un  resultado no menos (tragi-) cómico.

Porque, en realidad, esta no es una novelita tan ligera como puede parecer a primera vista, sino, aunque a la manera guasona y melancólica de Dovlátov (tan rusa, diría uno sin saber muy si no es un tópico), se trata el relato de un fracaso,  la disección anatómíca de cómo se puede echar todo a perder, sin siquiera ser consciente de lo que se había ganado, de la desesperación que el ansia de vivir puede producir cuando no se tiene la suficiente paciencia o talento para ello... Dovlátov, aunque quizás él no estuviese seguro de ello, sí que lo tenía, sin embargo.

Una última observación, a partir de un diálogo que mantiene el protagonista de la novela:

"- ¿Los objetos personales de Pushkin? El museo fue inaugurado decenas de años después de su muerte...
- Así es -dije- como se hacen siempre estas cosas. Primero lo liquidan a uno, y luego se ponen a rebuscar entre sus objetos personales. Ocurrió con Dostoyevski, con Yesenin... Ocurrirá con Pasternak. Y en cuanto caigan en la cuenta, se pondrán a buscar entre los objetos personales de Solzhenitsyn."

No sé si a Dovlátov le habría hecho gracia la ironía (sospecho que sí), pero su misma figura parece estar siendo objeto de este proceso: de momento, en el pasado festival de Berlín se presentó una película titulada, precisamente Dovlátov -y existen planes para llevar al cine también Retiro-; en su ciudad natal, San Petersburgo, el escritor ya tiene una estatua muy resultona y en Queens le han puesto su nombre a la calle donde vivió después... No sé si acabaremos viendo algo así como un "Parque Dovlátov"... pero por si es así  yo (que, he de confesar, también tengo alguna experiencia en la "gestión del patrimonio cultural" , por utilizar un eufemismo), me ofrezco para mi propio "retiro" en él. Incluso en Pskov, donde diablos esté eso...


Otros títulos de Serguéi Dovlátov reseñados en Un Libro Al Día: La maleta, El compromiso, La zona, La extranjera

jueves, 1 de febrero de 2018

Serguey Dovlátov: La zona

Idioma original: ruso
Título original: Ӡоңа
Año de publicación: 1982
Traducción: Ana Alcorta y Moisés Ramírez
Valoración: Muy recomendable

Entre otras muchas cosas que fue en su vida -sobre todo, periodista y escritor, pero también, por ejemplo, boxeador o guía de un parque temático sobre Pushkin... y, por supuesto, exiliado-, Serguey Dovlátov cumplió su servicio en el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos como guarda de campos reformatorios (léase cárceles) en la parece que no muy acogedora República de Komi, por ahí al Norte... Es decir, en una parte del conocido "archipiélago Gulag", aunque no en un campo de trabajo destinado a los disidentes políticos, sino a los delincuentes comunes. Da lo mismo, no creo que a Dovlátov le importara mucho esta diferenciación, visto que para él tampoco había demasiada diferencia entre los zeks o presos y sus guardianes, como él mismo:

"Descubrí una asombrosa semejanza entre el campo de trabajo y el libre albedrío, entre los prisioneros y los guardias (...). Un solo mundo desalmado se extendía a ambos lados de las áreas restringidas (...). Éramos muy similares unos a otros, incluso permutables. Casi cualquier preso habría encajado en el papel de guardia. casi todos los guardias merecían una condena.
Insisto: esto es lo principal de la vida en la prisión. Todo lo demás es periférico."

Como se ve, para Dovlátov el campo, la prisión o como quiera llamarse lo que él denomina "la zona", en realidad no ocupaba sólo las instalaciones del campo en sí, o el territorio adyacente -junto con Chebyu, el peligroso asentamiento donde se establecían muchos presos tras cumplir la condena-, sino que se diría todo el país, el estado soviético y aún el mundo entero. El infierno está dentro de cada uno de nosotros.

Al igual que ocurre en otros libros de este autor, en esta suerte de "crónica carcelaria" también nos regala un despliegue variopinto de personajes más o menos peculiares, desde tercos "ladrones en la ley" a melancólicos, embrutecidos o flemáticos guardianes; encanalladas trabajadores libres y entusiastas instructores políticos; tipos humanos procedentes de medio Imperio Soviético, que se emborrachan con alcoholes de los más diverso, procedentes del otro medio imperio... empezando, como no podía ser menos, por el propio narrador, quien, pese a ser considerado como un "intelectual" por sus compañeros y superiores -o quizás por eso mismo-, no le pone reparos a un  zapoy, esa forma extrema y trágica que tienen los rusos de empinar el codo.

Porque todos los personajes del libro y todas las historias que nos cuenta Dovlátov tienen un poso trágico o, cuando menos, taciturno, pese a algún episodio tan chanante como el montaje de una obra teatral aleccionadora con y para los prisioneros. O los interludios epistolares del autor para su editor en Estados Unidos, que no dejan de tener su punto humorístico-; dada la visión desengañada que tiene Dovlátov de todos los que se encuentran, por una causa u otra, en "la zona". Ahora bien, haciendo una elección literaria y personal, aunque también a causa de su estilo algo seco e irónico -esto no lo dice él-, el escritor renuncia a mostrarnos todas las truculencias que podría:

"Decidí rechazar los episodios más salvajes, más sangrientos, más monstruosos de la vida en el campo. me pareció que habrían quedado muy sensacionalistas, especulativos. Su efecto se habría surtido por la naturaleza del material narrativo mismo, más que por su textura literaria"".

Pero lo cierto es que resulta aún más estremecedora esta omisión, saber que el bueno de Serguey prefiere ahorrarnos ciertas cosas que él no pudo ahorrarse. Incluso cuando la violencia es ejercida contra su persona, nos lo cuenta Dovlátov de una manera algo distante, sobria, huyendo de cualquier énfasis dramático. Eso no significa que la experiencia no le dejara huella. Con permiso, reproduzco de nuevo las propias palabras del autor (la reseña en sí ya ha terminado, pero no me puedo resistir, con lo bien que escribía, el tío):

"Nací con los instintos de un boxeador profesional: para convertirme en un joven capaz de reflexión, fueron necesarios esfuerzos literalmente sobrehumanos. Hubo de formarse una cadena de acontecimientos  inverosímiles... y por tanto lógicos y convincentes. Uno de ellos fue la prisión. Obviamente, alguien deseaba fervientemente hacer de mí un escritor. 
No fui yo quien escogió esta profesión agotadora, estentórea, dolorosa, pesada. Ella me escogió a mí; ya ahora la cosa tiene mal arreglo."


Otros títulos de Serguey Dovlátov reseñados en Un Libro AL Día: La maletaEl compromiso, Retiro, La extranjera

lunes, 13 de noviembre de 2017

Nuestros Autores Olvidados #8 Maksim Gorki: La madre

Idioma original: ruso
Título original: Мать (Mat´)
Año de publicación: 1907
Valoración: Recomendable


Es indiscutible que Maksim Gorki es uno de los tíos más feos que han podido verse desde que los cromañón triunfaron en la línea evolutiva del hombre. Pero aparte de esa evidencia, Gorki fue también el abanderado del realismo social ruso, y un autor completamente implicado con los ideales revolucionarios que cristalizaron ahora hace justo cien años. Tras mucho batallar por sus ideas, parece ser que se las tuvo tiesas con el mismísimo Lenin y, en un largo tira y afloja durante el stalinismo, acabó cayendo en desgracia, no sin que antes su ciudad natal, Nizhni Nóvgorod fuera rebautizada con su apellido, lo cual no sé si es exactamente un premio. Vamos, como si la plaza de la Concordia estuviese en Voltaire, o la Giralda en Cernuda. Pero ya he vuelto a irme por las ramas.

La posición militante de Gorki fue siempre inquebrantable y queda patente en su obra, de la que ‘La madre’ es el ejemplo más significativo y reconocido. Digámoslo ya: todo el relato está hecho al servicio de la causa, la emancipación del proletariado, el despertar a una ‘nueva fe’. La acción se sitúa justamente en un periodo embrionario, en el momento en que pequeños grupos, integrados generalmente por jóvenes, toman conciencia de la situación y comienzan a expandir sus ideas entre los obreros, algo muy próximo a la excepcional ‘Germinal’, escrita unos cuantos años antes.

El Étienne de Zola es aquí Pável Vlásov, cuya madre asiste atónita a la transformación de su hijo en algo desconocido: un joven que no bebe, lee libros y se expresa sin la rudeza de sus vecinos, a veces de forma ininteligible para ella. La madre es entonces una especie de alegoría de Rusia, una mujer ignorante y devastada por la brutalidad y el alcoholismo de su marido -por lo demás muy poco diferente del resto de los hombres. Es ésta una imagen fijada como una maldición en la literatura rusa de la época. Como también observamos en otras obras, por alguna parte aparece una voz que clama contra ese país primitivo e inculto, pero Gorki va más lejos: ya no se trata sólo de un intelectual en su torre de marfil, sino de un fuego con vocación de extenderse entre los oprimidos, entre los trabajadores de las ciudades, de las fábricas, que tímidamente, aun con miedo, van sin embargo asimilando el mensaje liberador.

Pável es el cabecilla del movimiento, a su alrededor se mueve un pequeño círculo de jóvenes comprometidos, y la madre pasa lentamente del terror ante ideas subversivas que no entiende bien, a descubrir más bien a golpe de intuición el atisbo de un mundo futuro en el que será posible recuperar la dignidad, salir de la miseria, abandonar el estado de postración al que la vieja Rusia, el poder del dinero y la violencia han relegado durante siglos a los de su clase.

Como decía al principio, todo el libro está orientado a enaltecer estos principios con un objetivo didáctico. Pero esto tampoco quiera decir que carezca de valores literarios. Los personajes son simples aunque están bien dibujados; no busquemos sutilezas psicológicas, sus matices tienen que ver con su posición en relación con el ideal revolucionario, y sólo con ello: el hosco Vessovchikov va por libre, siempre echando de menos acciones más contundentes; el entrañable Andrei encarna el aura romántica de la lucha, mientras que Rybine presenta un sesgo mesiánico también interesante. Pável, el héroe, representa a su vez al estratega que estudia sin descanso, elabora planes y tiene muy claro lo que hay que hacer. Finalmente, la madre es la ingenuidad y el buen corazón de las gentes sencillas, la materia prima que hace posible la revolución. También es cierto que a la hora de expresarse, casi todos los personajes tienen la misma voz, incluida la propia madre. Pero estaría mejor decir que Gorki sólo permite esas voces y excluye expresamente tonos diferente tales como discusiones teóricas, o las intervenciones técnicas en un juicio. No quiere desenfocar la atención con cuestiones complejas o laterales, de manera que sólo tenemos la sencillez inicial de la madre y su posterior incorporación al coro que lanza sus proclamas y exhibe su aguerrida forma de vivir a la menor ocasión.

Algo parecido pasa con el argumento. Sí que existe un cierto crescendo con la progresiva infiltración de las ideas socialistas en las fábricas, su aceptación creciente por grupos cada vez más amplios, y la paralela asunción de esas ideas por parte de la madre. Pero el ritmo tampoco es gratuito, está también estrechamente relacionado con el mensaje, y hace posible exponer algunos puntos esenciales de la estrategia revolucionaria, primero los episodios de agit-prop en las fábricas, y más adelante la difícil tarea proselitista en el mundo rural.

No obstante lo dicho, aunque desde el primer momento uno es consciente de lo que tiene delante y de lo que puede esperar del libro, éste se lee con agrado. Hay que reconocer que a veces los discursos se hacen un poco pesados por reiterativos, que el trazo resulta algo maniqueo y se echa en falta algo más de humanidad, pero en general está escrito muy pulcramente, intenta, y creo que consigue casi siempre, mantener la atención del lector, colocándole claro está el mensaje, pero sin apabullarle, y concediéndole también algo de intriga, de entretenimiento, pedagógico pero digno. Sin olvidar ese espléndido capítulo-escena final, cinematográfico donde los haya y sumamente convincente.

Posiblemente el canon gorkiano no está tan lejano de aquella anécdota –apócrifa o no- que se atribuye a Bertolt Brecht, según la cual éste tenía junto a su escritorio un burro de madera con un cartelito colgado al cuello que decía ‘Yo también debo entenderlo’.

lunes, 5 de marzo de 2012

Upton Sinclair: La jungla


Idioma original: inglés
Título original: The Jungle
Año de publicación: 1906
Valoración: Imprescindible

A causa de un encargo para el periódico socialista Appeal to Reason, Upton Sinclair pasó siete semanas trabajando de incógnito en los mataderos de Chicago, tiempo más que suficiente para escribir una novela, La jungla, que llegó a ser una de las más influyentes del siglo XX.

Sinclair nos cuenta en esta obra la vida de Jurgis Rudkus, un inmigrante lituano que llega a Chicago con su familia en busca de un trabajo y, consecuentemente, de una vida mejor. Pero el sueño americano que sirve de motor para sus sacrificios quedará reducido a nada cuando tenga que enfrentarse a unas condiciones de trabajo inhumanas y a las injusticias sociales que se encuentra al llegar a los Estados Unidos. Apaleado por un sistema codicioso y completamente corrupto, Jurgis aprenderá que la única manera de sobrevivir en esa jungla en la que ha caído es la revolución del proletariado y el trabajo conjunto.

Así, lo que tenemos en nuestras manos no es sólo una novela sobre los problemas que tiene una familia de inmigrantes para hacerse un lugar en el nuevo mundo. Lo que Sinclair nos ofrece, sin embargo, es una crítica feroz al capitalismo mediante la descripción más cruda (y, en ocasiones, bastante desagradable) de los mataderos de Chicago, de sus malas prácticas, de la penosa situación de los trabajadores y de los contínuos fraudes y engaños que sufría el proletariado (y los inmigrantes en particular). Todo esto se acaba traduciendo en una serie de demandas necesarias para que tanto la vida de los trabajadores como la sociedad en general sean mejores: derecho a una vivienda, a la educación, condiciones laborales dignas... lo cual deriva en un acercamiento del protagonista hacia el socialismo, aparentemente la única manera de hacer del agujero en el que vive un lugar mejor.

Aunque resulta innegable el valor literario de esta obra, es también indudable que La jungla será recordada por la revolución que causó su publicación (hace ya más de un siglo, no lo olvidemos) y que se tradujo en la aprobación de nuevas leyes que controlaban la manipulación de alimentos y en el inicio de una lucha por los derechos de los trabajadores.

Y, viendo la que está cayendo, no podría imaginar una ocasión mejor para reeditar este libro y ser conscientes del lugar del que venimos y al que desgraciadamente podríamos volver.


También de Upton Sinclair en ULAD: Aquí