Título original: Monsters. A Fan's Dilemma
Año de publicación: 2023
Traducción: Ana Camallonga
Valoración: entre recomendable y está bien
Como resulta obvio, este ensayo que nos ocupa hoy no va de Godzilla ni de la Cosa del Pantano, sino de artistas -entiéndase en su sentido más amplio; también escritores- que se comportan o han comportado alguna vez de forma reprobable; de hecho, la cubierta ya nos indica por donde van los tiros, porque el caballero que está haciendo el canelo con una máscara de toro (es decir, convertido en un monstruo clásico, el Minotauro) es uno de los más conspicuos, nada menos que el ínclito Pablo Ruiz Picasso. El subtítulo del libro ya nos lo deja claro, por otra parte: ¿Se puede separar al artista de su obra?, el no tan viejo como pueda creerse, pero siempre espinoso dilema que la escritora estadounidense Claire Dederer trata de dilucidar aquí. Veamos si lo ha conseguido... Ahora bien, como hay mucha tela que cortar, me voy a permitir utilizar el Método Patentado Oriol para reseñar libros. Primero, los aciertos de este ensayo, a mi entender:
- La autora sigue el sistema de ir analizando uno por uno los diferentes elementos o actores del asunto, con el objetivo (o eso parece) de ir conduciéndonos poco a poco a una conclusión: el fan, la crítica, el genio, el "antimonstruo" -éste es Nabokov, a quien dedica uno de los mejores capítulos del libro- las "madres abandonadoras", etc.
- Aborda el tema no desde una posición supuestamente ecuánime, elevada o académica, sino desde el reconocimiento de su propia subjetividad, que Dederer considera imprescindible para ejercer la crítica. De hecho, su interés por el tema viene de su devoción por el cine de Roman Polanski y Woody Allen, pese a los, como poco, censurables comportamientos de ambos con chicas menores de edad.
- El análisis que hace de los diferentes aspectos de la cuestión a menudo está lleno de sutileza, a lo que contribuye, sin duda y en buena medida, no poco sentido del humor y la empatía que le otorga ese punto de vista subjetiva que ya he mencionado.
Ahora bien, en cuanto a los puntos desfavorables del libro (que, en cierto modo, son los mismos que los favorables), también se pueden mencionar:
- Justamente, esa subjetividad de la que hablo. Mejor dicho, el personalismo, la necesidad constante que muestra Dederer de ilustrar todas sus observaciones con anécdotas personales, por triviales que sean. Esto tiene su sentido e interés cuando, por ejemplo, nos habla de su experiencia como crítica de cine, pues resulta pertinente, pero, ¿qué más nos da lo que le dijera la camarera del local de crepes o una amiga mientras tomaban una copa de vino en el jardín de su casa? Porque tampoco es que estuviese charlando con Noam Chomsky, precisamente... Comprendo que la autora ha escrito antes libros memorialísticos (sic) y, además, existe esa costumbre norteamericana de tener que ejemplificar cualquier aserto con anécdotas propias, pero llega un momento que ya resulta excesivo e incluso ridículo.
- Esa subjetividad -que tiene su cara positiva, repito- se plasma también en el claro sesgo ideológico y cultural presente en el libro. Lo cual, en principio, tampoco tiene nada de malo, menos aún porque Dederer no lo oculta, pero ocurre lo mismo que con las referencias personales, que resultan un tanto excesivas. En este caso, Dederer deja bien claro su impronta liberal (ojo, liberal en el sentido norteamericano, es decir "progre", no "liberal de extremo centro" como se entiende aquí); lo mismo ocurre con el feminismo, algo que le alejan del asunto central del libro, esto es, si debemos separar o no la vida y la obra de determinados creadores debido a su comportamiento indigno y hasta criminal. Es lo que ocurre con el capítulo dedicado a la artista Ana Mendieta y su presunto asesino, su marido y también artista Carl Andre (en el caso de Ana Mendieta, también denota Dederer la sonrojante obsesión estadounidense por la clasificación racial, pues la califica como "artista de color" porque, claro, era de origen cubano...). También, y aunque quizás no le corresponda por la edad, Dederer se deja llevar por la ola woke y le dedica un capítulo a la figura de J.K. Rowling; bien es cierto que además de aportar una interesante explicación de la animadversión de los fans hacia ella, no se ensaña demasiado con la autora de Harry Potter, tal vez porque piense que sus "pecados" no son comparables con los de los violadores de niñas o los maltratadores de mujeres, como Picasso (*).
- Sin embargo, lo menos entendible del ensayo, en mi opinión, es que todo ese sistema de análisis que he mencionado y que nos las prometía muy felices acaba, a partir de cierto momento diluyéndose en ese aluvión de personalismo y derivaciones varias, quedando, en última instancia, la respuesta al Fan's Dilemma que menciona el título en inglés, cuando menos bastante difusa. Lo que viene a decir es que debemos asumir e incluso reivindicar nuestro amor por las obras creadas por personas que despreciamos, sin olvidar el motivo por el que son despreciables, pero asumiendo nuestra propia contradicción ("...el amor no depende del criterio, sino de la decisión de dejar el criterio de lado"). Lo cual podría parecer una respuesta muy madura y reflexiva al problema, si no cupiera cierta sospecha de que Dederer ha llegado a ella simplemente por ser incapaz -o no tener ganas- de llegar a otra... Es decir, ¿se puede separar al autor de su obra? Pues ni sí ni no, sino todo lo contrario...
En todo caso, estemos o no de acuerdo con sus conclusiones, el asunto aquí es valorar este libro. Pues bien, siguiendo las premisas de Alessandro Manzoni, nada menos, para hacer una crítica y de las que propia Dederer extrajo el método que utilizaba cuando era crítica de cine, debemos preguntarnos cual era la intención de la autora, si esa intención es razonable y, sobre todo, si la autora ha logrado lo que pretendía. La respuesta a la primera cuestión parece clara, establecer un criterio para saber si podemos o no disfrutar de las obras artísticas realizadas por personas de comportamientos dudosos, deplorables o incluso claramente condenables. En segundo lugar, la intención, sin duda, parece razonable... Ahora bien, en cuanto a la tercera cuestión, ya digo que no creo que llegue a ofrecernos una conclusión nítida y categórica, sino que más bien, y siguiendo el tono subjetivo de todo el ensayo, lo deja al criterio personal de cada cual. Lo que no me parece tampoco mal, salvo que no sé si esa era la intención de su autora, desde un principio, o el resultado final de un proceso algo (bastante) divagante. Si en verdad era lo que pretendía, ella sabrá...
(*) Sé que me meto en un jardín bien frondoso, pero quiero aprovechar para expresar mi perplejidad sobre el hecho de que, al mismo tiempo (y en ocasiones por parte de las mismas personas) que se ha creado un consenso casi general en descalificar a J.K. Rowling a cuenta de sus opiniones sobre cierto tema (que no entraré a valorar aquí) asistamos a un reconocimiento también casi general de la figura de otro escritor cuyas ideas extraliterarias resultan no menos cuestionables (cierto es que quizás cada vez menos, por desgracia), como es H.P. Lovecraft, convertido ya casi en un icono pop... Yo me pregunto: ¿Se debe esta diferencia a que una está viva y el otro muerto? ¿A que una se haya hecho multimillonaria y el otro fuera pobre como las ratas? ¿O, siendo más suspicaz, a que una mantiene un control férreo sobre sus derechos de autor y la explotación de sus personajes, mientras los del otro son de dominio público, sus obras pueden ser reeditadas por cualquiera, monetarizada la fan-fiction y vendido el merchandising de sus criaturas? Que Cthulhu guarde a quien encuentre la respuesta...