Mostrando entradas con la etiqueta Pequeños relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pequeños relatos. Mostrar todas las entradas

jueves

Un mundo cualquiera



En un mundo tan frío no había cabida para los sentimientos.
Nadie sabía lo que era eso pero estaban prohibidos. Desde muy pequeños aprendieron la lección de que sentir era lo peor que te podía pasar.

Pocos humanos se "descuidaron" y entre ellos estaba ella...
Aprendieron a esconder lo que sentían a base de caras gélidas y a controlar el tacto entre los demás. Ni siquiera se unían para procrear, era todo mediante inseminaciones.

Ella supo controlar sus pupilas, su carne de gallina, su llanto, sus sonrisas, todo  por su propio bien. Como era de esperar se acabó enamorando a escondidas del humano encargado de retransmitir las noticias por el ordenador. Sola, en su casa, se podía permitir mirarlo por la pantalla y dedicarle su maravillosa cara de enamorada.

Una vez, andando por la calle, rodeada de miles de humanos sin sentimientos, su mirada se cruzó con la de él. Le delató su maravillosa cara de enamorada.

Su "objeto de deseo" se encargó de decir por las noticias que una humana "con sentimientos" había sido eliminada por incontinencia emocional.
Larga vida a la frialdad.

(Foto Agata)

miércoles

Olvidos

Comenzó a llorar.
Y ya no pudo parar.
Se acordaba de las cosas que no hizo bien, de las que pudo haber hecho mejor y de las que ya no tenían remedio.
Se acordaba de los momentos que prometió y robó a golpe de olvido. Se acordó de que le habían tratado bien. Demasiado bien. Recordó que era agradable esa sensación. Sin embargo no podía dejar de llorar.
Siguió llorando durante tanto tiempo que se quedó seca.
Entonces volvió a ser la misma paciente con Alzheimer que nadie visitaba. El olvido no tiene fecha de caducidad...o eso dicen.
(Foto Agata)


martes

Carga genética

Descubrió que era adoptado cuando se lo dijeron.
No sospechaba nada porque no era de fijarse en parecidos. Y había sido tratado con mucho amor.
Era muy callado. Demasiado, creía su madre adoptiva. Sin embargo nunca había dado motivos de rebelión. Pasó la infancia jugando solo. Nadie jugaba con él porque lo decía todo con la mirada. Una mirada demasiado adulta para sus siete años.
La adolescencia fue menos fructífera en amistades. Ni siquiera un amor. No sabía transmitir nada más que frialdad. Aunque no lo quisiera. Era algo innato.
Lo peor estaba por llegar.
Un día entró en su casa, su madre estaba en la cocina y con el cuchillo que había utilizado para cortar la carne la mató. Luego esperó sentado a que su padre llegara del trabajo. Lo que le tocó no era menos.
Lleno de sangre, la resistencia del padre fue enorme, salió a la calle.
Y allí una vecina le espetó la verdad. Con la voz chillona y llena de pánico gritó a los cuatro vientos que su padre biológico y el padre de éste fueron ajusticiados por asesinar a sangre fría a su familia.
La carga genética, a veces, es escalofriante.




domingo

Oido cocina

Su llegada hubiera pasado por desapercibida de no ser porque lo vieron llegar.
Era un hombre a un delantal pegado. Con ojos claros y mirada penetrante. Eran momentos duros, en tiempos de guerra no hay opción a comer ni a vivir como uno quisiera.
En el frente todos estaban perdiendo la razón. Los que un día lloraron abrazados a sus madres o novias se volvieron duros, siniestros. Eran otros. Había que sobrevivir matando al enemigo y asesinando el tiempo. La locura se hizo colectiva. Los ojos estaban inyectados de puro odio.
Pero llegó él.
Apareció andando por el camino que traía a la gente incauta del pueblo. Caminaba a pasos cortos pero firmes. Era el cocinero del pueblo.
Y se puso a hacer de comer con ingredientes que nadie supo nunca de dónde sacó.
Lo que sí supieron es que después de tan agradable momento, el de comer como en casa, volvieron a ser los mismos de antes de la guerra.
Sonrieron, se sintieron niños, se sentaron en el suelo a reposar, hacía mucho tiempo que no se sentían tan vivos y con tan menos ganas de matar. Y la guerra no pudo continuar. Dejaron sus armas abandonadas y regresaron a casa.
Este cocinero desapareció. No sin antes tocar algunos acordes en su guitarra del futuro.
Todo un HITO.


viernes

Personal e intransferible

Había una vez una mujer muy especial o eso creía.
Tenía muchas personalidades. Tantas que llegó un momento en que no se llegó a reconocer.
Creyó que era domadora de elefantes y tenía a un grupo de señoras delante.
Creyó que era una magnífica pastelera e hizo un dulce con una regadera.
Creyó que era bailarina y se había tomado una aspirina.
Sin saber que era alérgica, qué maléfica.
La mujer de varias personalidades se quedó ingresada, no sabía si era de verdad o una payasada.
Hoy le han dado el alta ¿alguien de ella no quedó jarta? Porque nadie va a buscarla.
Qué manera más cruel de no amarla...

jueves

Hermanas

Desde pequeñas, incluso recién nacidas, hubo un vínculo especial entre ellas. Nacieron el mismo día pero con la diferencia de dos interminables horas.
Una rubia, otra morena.
Cuando se hicieron atractivas para los hombres su vínculo fue...demasiado fuerte. La cara dulce de Silvia atraía a todo varón que estuviera escaso de miradas tiernas, de palabras de amor.
 Los ojos sensuales de Sabina hacían el resto, provocaban los más descarados sueños entre los caballeros y ella era muy buena samaritana.
Dicen que la unión hace la fuerza.
Silvia atraía con sus sonrojadas mejillas a los hombres a casa. Ellos terminaban de disfrutar con Sabina, ella se encargaba de hacer lo que le pidieran.
Lo que ellos no sabían es que, cuando creían que todo había terminado, era Silvia la que volvía...con ojos inyectados de sangre y un gran cuchillo afilado. Su hermana se quedaba mirando el final de la historia.

Así terminaba una historia que volvía a empezar la noche siguiente.

miércoles

Maleta de cuero verde

Cogió su coche y con la única compañía de una maleta de cuero verde se dispuso a volar sola. Se había propuesto cambiar de aires. Y lo hizo.
Rumbo hacia un desconocido lugar  recordaba lo que le dijeron una vez: "Bailaré sobre tu tumba". No quiso pensar más en eso y se declaró feliz por el resto de la tarde.
Cuando llegó al hotel una larga cola de eficientes trabajadores del mismo la esperaban en la entrada. Se sintió relajada.
Pero sólo hasta que abrió la puerta para dar la propina a cambio de su maleta de cuero verde. El precio fue demasiado alto. Todavía retumban sus gritos de horror.

lunes

Hartura

Era un hombre harto.
Se hartó de comer. De beber. De fumar. Se hartó de reír. De llorar. De sentir. De amar.
Su hartura no tenía fin. Visitó a numerosos curanderos que no daban con lo que tenía. No sabían el porqué de tanta hartura.
Hasta que el último que visitó le dijo todo lo que necesitaba saber en un principio:
"Su hartura, señor, tiene un origen. Comenzó en el momento en que la gente quiso que usted fuera de la manera que ellos quisieron. Ahí se hartó y ya no pudo parar"
Harto de todo, desapareció por una esquina. Desde entonces nadie sabe nada de él.

sábado

Fin de la cita

Le habían ordenado desaparecer de escena.
No más contacto físico, ni siquiera pensar en esa persona. Nada de verla, de llamarla, de cuidarla, de velar por su seguridad.
Lo que había hecho durante tanto tiempo, quizás demasiado, había sido en balde. Su eterno trabajo no había conseguido que el final fuera otro bien distinto.
Cogió su atormentada alma y se la llevó a otro lugar bien distinto. Donde nadie supiera su miserable pasado.
Fin de la cita.

viernes

Volver a soñar


Hoy he soñado que tenía un collar a juego con mis dientes. Que el perfume de mi casa impregnaba a mis visitantes y los envolvía entre rosas y jazmines. Que el color de mis ojos se asemejaba al del mar que veía por mi ventana. Que las caricias que me daba mi amor me hacía estremecer de pasión.
Hoy he despertado.
He vuelto a la muerte.
No tengo collar a juego con mis dientes, es más, me faltan algunos por algún puñetazo que dijeron me merecía.
Mi casa huele a terror. Nadie puede venir a verme porque lo tengo prohibido.
Desde mi ventana no puedo ver más que la tapia que mi monstruo ha puesto.
El color de mis ojos, horriblemente, es el mismo que el de mis moratones que recorren todo mi cuerpo.
No existen caricias aquí. Solo hubo una, la primera...justo antes de la larga lista de palizas de muerte.

Quiero que sea de noche, y cuando mi monstruo quede rendido de tanto pegarme, volver a soñar.

martes

En la habitación

La cabeza parece que no es sitio suficiente para verter la cantidad de pensamientos que emanan de su alma. Necesita más, mucho más. Necesita cuadernos en los que dejar todo lo malo que no puede reprimir. Tiene que intentar olvidar pero no puede. Así que las paredes de la habitación pueden ser un buen sitio en el que reflejar el vómito constante en el que se convierten sus palabras. Escritas de muchos tamaños, de diferentes colores, algunas haciendo muescas con la uña. Sí, la habitación se convierte en la mazmorra en la que no es lo libre que pretendía.
Las frases son brillantes, pero inconexas, tienen fuerza, luz, pero carecen de sentido.
De repente lo ve claro, lo que sale no es horrible, como piensa, está saliendo en el código equivocado, se está expresando de forma errónea. Entonces, las paredes ya no son el lienzo en el que las letras y palabras han de ser volcadas. Ahora son pentagramas, y las letras notas. Ahora tiene sentido. Es bello, arrebatador y tranquiliza. Al fin, duerme.


viernes

Cambios


Entraron en el café Paraíso, como siempre. Se sentaron en la misma mesa y el camarero les echó una mirada de reojo. Un café para él, un té para ella. Sin azúcar, con un terrón. La puerta que se abrió, entraba un cliente con un paraguas. No miró a nadie, ni siquiera se dio cuenta de que ella lloraba.
El hombre apuraba un sorbo de café y soltó un suspiro profundo. La mujer intentó beber pero no era capaz de sostener la taza.
De pronto , un cachorrillo de la calle se coló en el café para resguardarse de la lluvia y acabó en los pies de ella. Una sonrisa pasajera esboza sus labios .
El café se acababa por fin y el hombre recogía su maleta para irse.
Ella le mira fijamente implorando esperanza. El hombre se marcha musitando un breve adiós.

lunes

La reserva (y III)

Viene de aquí.



No sé muy bien la hora que era, pero recuerdo que los ojos del médico que me explicó todo llevaban la noche en sus pupilas. Cuando le vi entrar, sabía que él era el encargado de comunicarme las noticias, esa falsa sonrisa siempre anticipa lo peor.
-Hola, soy el responsable de todo esto.
-Ya, ¿pero quién me explicará por qué estoy aquí?
-Indudablemente, yo soy su hombre.
-Pues empecemos.
-¿Estoy muy enfermo?
-No, todo lo contrario, está sano y en perfectas condiciones.
-Supongo que puedo marcharme, pues, ¿no? ¿Habrá sido una confusión?
-No, ahora se inicia el protocolo acordado para estos casos.
-¿De qué habla?
En ese momento descorrió las cortinas que separaban nuestra existencia del enfermo que aparentaba agonizar.
-Mírelo bien, me dijo moviendo su mano.
-Ya, se ve que está en las últimas.
-Pero observe con detenimiento su aspecto. Fíjese en su expresión, en sus ojos, en esa pigmentación de nacimiento que tiene en la frente.
Eso me hizo caer en lo que estaba pasando. El enfermo de al lado no era un paciente cualquiera, era alguien demasiado familiar, alguien con un aspecto conocido, terriblemente conocido. Era yo. Yo con sesenta años más. Esa mancha, ese rictus en la frente tan propio de mí.
-Pero, pero ¿esto qué es? ¿qué significa? Musité en un susurro.
-Es usted una copia. Creada con un fin, y ese fin es ahora. Le necesitamos, o sea, él le necesita. Requiere un riñón de forma urgente para poder seguir viviendo. Ahora ya lo sabe, es usted una reserva, una despensa de órganos que iremos usando conforme el paciente sufra fallas en su organismo. Por ahora ha tenido suerte, podrá vivir más tiempo sólo con el riñón sobrante. Pero no se haga ilusiones, no podrá salir de aquí. El corazón de su original está muy débil.


 

miércoles

La reserva (II)

Viene de aquí

Aunque no podía levantar la cabeza, adiviné el pijama verde de un enfermero empujando la camilla vacía y sustituyéndola por otra con huésped. A media voz, la que mis fuerzas me permitían, pregunté que qué me pasaba. Sólo tuve como respuesta un leve susurro: "descanse". Pero ¿qué hago aquí? ¿por qué no me siento enfermo? "Tranquilo, tendrá todas las respuestas". El pijama verde salió cerrando la puerta de la habitación y me quedé de nuevo ensimismado en mis anhelos.
-Al menos tengo compañía, pensé. Pero antes de irse, el enfermero había corrido la cortina que separaban ambas camillas.
-Intentaré hablar con quien esté al otro lado.
Pero nada ni nadie me respondía. Sólo se oía el respirador y una leve queja, sorda, testigo de un sufrimiento insoportable.

lunes

La reserva (I)

Me desperté en una camilla sin saber muy bien lo que había ocurrido. Mi cuerpo no era capaz de asimilar la forma en la que unas horas antes me bañaba en la playa y en ese momento unas correas sujetaban mis extremidades para que no pudiera moverme. La habitación en semioscuridad, tenía otra camilla vacía en el otro lado. Olía a medicamentos y las probabilidades de encontrarme en un hospital eran absolutas.
¿Estaba enfermo? ¿Habría tenido un infarto? Con veintitrés años cumplidos hacía sólo unas semanas me parecía poco probable. ¿Quizás un ataque de epilepsia con la subsiguiente amnesia? Pero yo no había olvidado nada significativo sobre mi vida (o eso creía). Entonces ¿qué cojones hacía atado a esa puta camilla?¿Y mi familia? ¿Y mi novia? Estaban conmigo en la playa, ¿estarían en la sala de espera? Seguro que algo muy grave estaba pasando, pero ¿por qué a mí?
Alguien entraba, pero no podía levantar la cabeza para mirar a ver quién era.


(Sigue un día de estos)

Fiebre

Le juro que no tuve nada que ver. Todo ha sido un accidente, si tiene que culpar a alguien, la codicia humana es la responsable.
¿Pero cómo es posible que sólo sobreviviera usted? preguntó el jefe del departamento de investigaciones internas.
Déjenme que les cuente y...
No hay nada más que decir, es culpable a todos los efectos, sentenció la investigadora.
De acuerdo, a lo mejor por omisión, por dejar que ocurriera lo que veía venir, por creer imposible que tres personas tan bien entrenadas caerían al final en el más vil de todos los errores, en el más trivial. La avaricia.
Vale, le escuchamos, musitó el jefe.
La misión iba tal como estaba recogida en el plan de ruta. El despegue excitante, como siempre, y la convivencia en la nave mientras llegábamos al objetivo no tuvo incidentes dignos de mención. El cosmonauta ruso se había adaptado a la misión internacional y la astronauta coreana, aún cuando se llevaba mejor con el compañero italiano, se relacionaba con todos fluidamente. En calidad de comandante, nadie discutió nunca ninguna de mis decisiones.
¿Qué ocurrió cuando aterrizaron sobre el asteroide? inquirió la investigadora.
En principio empezamos la rutina prevista y el desarrollo de los experimentos programados. Fue el cosmonauta el que empezó a comportarse de forma extraña. Ahora veo que el que  todo coincidiera con el inicio del experimento exogeológico no fue una casualidad. Las extracciones de mineral del asteroide, los fracasos en su transporte a la nave, las reuniones de los tres integrantes para supuestamente mejorar los problemas suscitados... todo era una tapadera.
No sé quién descubrió al ruso antes, ni sé el acuerdo al que llegaron, del que por supuesto, yo era totalmente ajeno, pero la verdad es que Demianov había encontrado oro en A 44821. Pero no un oro cualquiera, sino uno de una calidad jamás vista. Probablemente, de un valor incalculable.
Si hubiera sido listo, tan sólo con el equivalente a un puñado le habría bastado para el resto de su vida. Pero tuvo que acumularlo en su habitáculo. No sé muy bien cómo esperaba ocultarlo, ni siquiera creo que pensara en ello. Lo cierto es que sus compañeros le descubrieron y acordaron con él algún tipo de reparto.
Durante más de tres meses fueron capaces de cooperar a mis espaldas, pero alguien empezó a desconfiar, o quizás nunca llegaron a confiar en ellos mismos más que lo suficiente para aparentar normalidad. Finalmente, el desenlace que ya conocen, un accidente trágico en el cráter N43 del asteroide. O a lo peor no fue ningún accidente y el vehículo de transporte se precipitó a aquel agujero por venganza, impulsos suicidas o simple violencia. Demianov condujo a sus compañeros y a sí mismo a un trágico final. Pensó tal vez que podría saltar en el último instante, pero no se dio cuenta de que estaba unido al copiloto, no se percató de que este quizás desconfiado, le había anclado a su traje para fusionar sus destinos.
Esto es lo que les puedo contar, no sé más. Fue como la "Gold Rush" del XIX. No hemos cambiado mucho, aunque hayan pasado más de cuatro siglos.  

domingo

Nano

La inspiración le vino en 1990. Era casi una niña, pero el descubrimiento le dejó boquiabierta: alguien había sido capaz de organizar una serie de átomos de forma que mostraran un patrón reconocible para la humanidad. Aunque lo reconocible fuera algo tan prosaico como las letras " IBM". Su profesor acababa de explicar el fascinante universo de las partículas elementales y en su cerebro sólo cabían imágenes de electrones orbitando, de quarks, de probabilidades inciertas. Se lo había preguntado muchas veces, ¿seríamos capaces de manipular lo atómico? ¿podríamos diseñar máquinas que fueran capaces de trabajar a esas escalas? Durante su formación como ingeniera se abrieron muchas ventanas, se hablaba ya abiertamente de la nanotecnología y muchos de sus compañeros veían un futuro real trabajando en cuestiones insospechadas para la mayoría. ¿Se podría limpiar una prenda sin usar sustancia alguna? ¿Seremos capaces de manipular el adn  dañado de una célula enviando nanoreparadores de las proteínas?
Ella iba por otro lado, pensaba en mejorar las comunicaciones neuronales. Si pudiera crear nanotransmisores que potenciaran el número de sinapsis, la velocidad y su eficacia, la inteligencia humana no tendría límites. Cualquier razonamiento podría tener infinitas posibilidades. Imaginaba la posibilidad de procesar en paralelo. ¡Por fin sería capaz de hacer muchas cosas distintas a la vez que implicaran un alto nivel de concentración!
Ahora que lo había logrado, deseó que sus ilusiones no se hubieran hecho nunca realidad. Que el porcentaje de éxito no hubiera mejorado las expectativas más optimistas. Pensaba en los cien voluntarios que se sometieron durante un mes a las pruebas y que ahora eran sólo parte de un proyecto fallido. Inexorablemente, habían tenido el mismo destino. El suicidio. Ninguno fue capaz de soportarlo.


Pensó por un momento que el ser humano no estaba  preparado para tanta sobrestimulación. O podría haber sido que ninguno sobreviviera al hecho de ser unos incomprendidos. Heridas antiguas se abrían de nuevo al recordar esos cursos en las que le pusieron la etiqueta de sobredotada. Todos la envidiaban, pero ella lo vivía como una maldición. Debería haberse dado cuenta...
 

jueves

Nueva vida

 

Levantó a la criatura para poder verle la cara debajo del foco del quirófano. Era un niño precioso. Ni un sólo moratón, nada de cabeza apepinada y la piel, aún llena de restos del proceso que acababa de superar pero de un color rosado y vivaz.  La madre no reaccionó a la excitación del médico que sostenía a su hijo. Parecía dolorida pero si uno se fijaba, podía ver la cara de terror que asomaba en la trastienda. Todo había parecido muy fácil, reproducción asistida gratis, donante desconocido y sólo un pequeño detalle, un ligero retoque genético que haría que este niño tuviera ventaja sobre sus congéneres. De repente,  un llanto. El médico se sonrió. Era sólo un vestigio de su anterior huella genética. El bebé respiraba rápidamente y sin dificultad.
¿Qué le pasa?  inquiere la madre.
Nada, esputa el médico.
Pero puede tener hambre.
 Imposible.
¿Pues no escuchas el llanto?
Jamás tendrá hambre.
Los ojos de la mujer se resquebrajan. ¿Cómo puede ser?
El hombre vuelve a levantar al niño, observa su pelo, ese que será el artífice de que el niño no necesite comer. Ese que permitirá la primera fotosíntesis humana. Ese que esconde tras la queratina, las células con cloroplastos.
Mira a la mujer y le sonríe. Toma a tu hijo, es mejor que todos nosotros.

Se había quedado dormido.

viernes

Agata nocturna




Han contratado por una vez más mis servicios solicitados tantas y tantas veces por diferentes personas ávidas de sensaciones fuertes. No quiero hacerlo con todos, una tiene su grado de escrúpulos. Los olores fuertes me aterran y el tacto ingrato, también.
Hombres y mujeres, mujeres y hombres. Todos tienen algo que esconder al resto de la gente. Cosas que a otras personas no dirían me lo confían a mí esperando que yo les de el placer que tanto desean. Y lo consigo. Por eso soy tan codiciada. Mis servicios son caros porque nadie lo hace como yo y tan discretamente.
Esta noche tengo el próximo trabajo. Ella me ha contratado, es bellísima. Subida a unos tacones de Jimmy Choo, enfundada en una falda de cuero de Yves Saint Laurent y con una camisa de seda de Carolina Herrera me mira con ojos deseosos de empezar. Su perfume me hechiza. Mi melena y la suya son negras como el azabache. Ahora viene lo bueno, las fotografías. Me enseña una de su marido, y yo, seré su regalo.
Han contratado de nuevo mis servicios...y una vez más mi manera de matar por encargo me hace ser la mejor. Alabado sea el demonio.

domingo

¿Jugamos?

No puede ser verdad que todo lo que toco se convierte en negro humo. La certeza de que nada ni nadie puede ayudarme me llegó hace tiempo, sin embargo todavía con cierta dosis de cordura, pensé en que todo cambiaría.
No puede ser verdad que todo lo que me toca se convierta en rojo sangre. El hombre desaliñado que me susurró por el callejón y me invitó a jugar en el descansillo de una casa abandonada. El rico extranjero que quiso comprar mi hora de vida a cambio de varios ceros. El cerdo con olor a alcohol que me asfixiaba con su sudoroso cuerpo mientras intentaba destruir mi vida en cuestión, con suerte, de pocos minutos.
No puede ser verdad que aún mi cuchillo no esté limpio. Siempre habrá mala sangre a la que dar salida de un peor cuerpo.
Cuidado.