Resulta difícil entender por qué los extranjeros que nos visitan sienten tal predilección por este curioso matrimonio gastronómico. Si paseas por la Rambla, allá que un ejército de camareros intentarán que entres en su local ofreciéndote la combinación perfecta: sangría y paella. En la Puerta del Sol, no tendrás más remedio que ajustarte al menú y así irremisiblemente con todos los lugares en los que se acumulen turistas ávidos de sensaciones hispanas.
¿Qué oscuro y secreto placer puede esconderse tras una paella a las tres de la mañana con una jarra de sangría? ¿Qué parecido puede tener eso que ofrecen bajo el seudónimo de paella y la auténtica receta? ¿Es esto un síntoma de la decadencia de Occidente? Son misterios a los que no encuentro respuesta.