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Nunca me he quejado de mi vida. Me educaron para ser feliz, eso sí, con un poco de disciplina. Papa trabajaba mucho cuando yo era pequeña. Y mamá se dedicaba a cuidarme por los dos. Los fines de semana eran geniales. Estábamos los tres juntos y hacíamos lo que mejor se nos daba: querernos.
Cuando hay una separación entre dos personas todo cambia para siempre. A partir de entonces la vida continua y debe hacerlo de diferente manera porque las circunstancias te obligan a ello. Se dividen entre dos toda una vida: la casa, los bienes, el cariño de los amigos, si tienes hijos hay que compartir custodia. Pero nunca había pensado en lo siguiente: cuando hay una mascota y la quieren los dos. Yo...soy la mascota.
Es duro luchar en momentos tan tristes: yo los quiero por igual. Pero ellos...ya ni se respetan.