Pues sí, hace no mucho tiempo, el mes de octubre era sinónimo de mañanas fresquitas, de noches de jersey y de tímidos solecitos de mediodía. Paseabas por las calles y parques y un aluvión de hojas crujían bajo tus pies, cuando no un vientecito molesto que incluso llegaba a quemar tus labios.
El otoño era la estación de los primeros calcetines después del verano, de dormir tapados con una manta, pero que a medianoche reclamaba echarte la colcha porque entraba frío. Y de la lluvia, esa que caía fina, leve, pero fría, no en aguaceros y con bochorno.
Era también la estación de la vuelta al cole con las manos frías, pero aún sin guantes, tu madre todavía no los había sacado del armario. Y de los primeros pucheros calentitos y de los resfriados por salir con la cabeza mojada a la calle.
Pues parece que todo eso se ha acabado y porque no quiero olvidarlo, lo escribo para que mis hijos sepan algún día que el otoño existió y no sólo como nombre de estación.