“Un día perfecto”, la película de Fernando León de Aranoa, transcurre en la guerra de Bosnia, pero bien podría ser un relato de lo que a diario sucede en cualquier ambiente laboral o social de nuestro entorno. O político: te enamoras de una causa, te la crees, dedicas tu tiempo y tu energía a ello… y antes o después te percatas de lo difícil que resulta cambiar el rumbo de las cosas. La vida se empeña en tener su propia inercia y tú, por lo general, sueles estar a merced de los acontecimientos. Así que más vale que lo asumas cuanto antes.
La película cuenta la historia de un equipo de cooperantes en los Balcanes que intenta sacar de un pozo el cadáver de un hombre para evitar así la contaminación del agua que bebe la población de la zona. Pero la cuerda con la que cuentan para ello se rompe y hay que buscar otra. Ahí empiezan los problemas: nunca la búsqueda de una simple cuerda permitió acercarse con tanta nitidez al absurdo, complejo y desconsolador ambiente de una guerra. Todo son obstáculos y dificultades para quienes quieren ayudar. No solo se les mira con desconfianza sino que, allá por donde van, encuentran todo tipo de impedimentos para conseguir la cuerda salvadora.
Nuestra vida diaria está llena de cosas así. Necesitamos una cuerda para que la gente no se muera de sed y es esa misma gente la que nos impide conseguirla ¿Tiene sentido hacer las cosas en las que crees, cuando aquellos a los que quieres ayudar desconfían de tu buena fe? ¿Tiene sentido hacer lo que crees justo cuando la legalidad y sus administradores te lo impiden hasta el punto de ser capaces de criminalizarte por ello si te empeñas demasiado?
Como en la película de León de Aranoa, basada en “Dejarse llover”, una novela de la médico madrileña Paula Farias, todos somos cooperantes en busca de una cuerda que nadie nos quiere dar. La hostilidad, la desconfianza o el miedo lo impiden y cuando al fin damos con ella… no la podemos usar porque topamos con la legislación vigente. Vean la película y comprobarán hasta qué punto sus protagonistas se encuentran con los mismos problemas con los que la mayoría de nosotros hemos de enfrentarnos a diario. Como los personajes que encarnan Benicio del Toro y Tim Robbins en la película, más vale echar mano del cinismo y el sentido del humor si queremos sobrevivir a las contrariedades.
Solo tiene sentido ayudar si no creemos demasiado en lo que estamos haciendo. Porque si nos da por pensar que nuestro trabajo es importante, si dotamos de trascendencia aquello en lo que nos ocupamos lo más probable es que al final, cuando comprobemos los resultados, se nos acabe quedando cara de tonto. El laberinto en el que se mueve el equipo que comandan Robbins y del Toro les lleva a concluir que sí, que es importante hacer lo que tienes que hacer, pero nunca has de esperar que te reconozcan ningún mérito. Y, por supuesto, más vale que estés siempre preparado para la decepción.
La legalidad respalda muchas veces la injusticia, y si te empeñas en plantar cara apostando por el voluntarismo, lo más probable es que ese exceso de celo acabe funcionando en contra de tus intereses. Más vale, como hacen los protagonistas de “Un día perfecto”, asumir que la mayor parte de las cosas que suceden a nuestro alrededor carecen de sentido. Y si lo tienen, nada que ver con lo que se espera, se desea o se imagina.
Farias y León de Aranoa nos cuentan la historia de gentes que quieren ser útiles y dotar de sentido a su vida en laberintos tan absurdos como injustos. Nos cuentan nuestra propia historia.
J.T.