Mostrando entradas con la etiqueta guardia civil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta guardia civil. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de septiembre de 2016

Sobre la película de Roldán y Paesa


Quien a partir del próximo 23 de septiembre, fecha prevista para su estreno en salas de cine, decida ver "El hombre de las mil caras" sin conocer de antemano los hechos en que está basada la película, tendrá la impresión de asistir a una historia imposible por lo fantástica y exagerada que llega a parecer en algún momento. Que la policía española acompañe al siniestro ex espía Francisco Paesa hasta la misma puerta de la embajada de Laos en París y éste, tras entrar solo en el edificio se limite a preguntar por los lavabos, saque allí de su portafolios un tampón con tinta verde y unos documentos de extradición firmados previamente por el ministerio español del Interior, y falsifique descaradamente la firma y el sello de Laos sin que quienes le iban a pagar 300 millones de pesetas por entregar a Luis Roldán intuyan el engaño, suena a auténtico cachondeo. Como tantas otras escenas del film, se trata de una recreación cinematográfica de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, pero se ajusta bastante a lo que sucedió en realidad.

Que al estafador la jugada le saliera bien y que tras el timo estuviera ni más ni menos que la extradición de un ladrón español que había sido director general de la Guardia Civil y a quien el gobierno de su país quería apresar vivo o muerto donde quiera que estuviera, refuerza la impresión de estar presenciando la historia de un guionista y un director propietarios de una imaginación prodigiosa. La tienen, pero aquí no les hizo falta: el relato está basado en hechos completamente reales.

Ese guión hace ya más de veinte años que figura, marcado a fuego para siempre, en la historia de España. En el transcurrir de unos años negros y trepidantes en los que cada mañana nos desayunábamos con historias de policías y ladrones, a cuál más inquietante y escandalosa. No es que se pueda decir que hayamos mejorado mucho con el paso del tiempo, pero lo que Alberto Rodríguez, director de "El hombre de las mil caras", nos cuenta que ocurría en la España de los noventa ayuda a entender muchas cosas de las que aún continúan sucediendo en 2016. "Thriller de tramposos e impostores", lo ha subtitulado.

Aunque se presenta este sábado 17 en el Festival de Cine de San Sebastián, he tenido el privilegio de haber visto ya la película, basada en un libro de mi amigo Manuel Cerdán cuya primera edición se publicó hace diez años, y me alegro por dos cosas: por lo que significa de reconocimiento al documentado trabajo de mi viejo colega y porque creo que es bueno que la historia de Roldán y Paesa no se olvide jamás. Todo lo que se narra en el film es sobradamente conocido, la fuga de Roldán cuando iba a ser llamado a declarar, su misteriosa reaparición tras diez meses en paradero desconocido, el papel que jugó el ex espía Paesa durante el tiempo en que el ex director general de la Guardia Civil anduvo desaparecido, la rocambolesca entrega-detención del prófugo en el aeropuerto de Bangkok, capital de Tailandia, el doble juego del hombre de las mil caras, que por un lado engaña a Roldán y se apropia del dinero que éste había acumulado procedente de comisiones ilegales de obras y de fondos reservados (1.500 millones de pesetas) y por otro le cobra 300 millones más a Belloch, ministro de Interior y Justicia con Felipe González, a cambio de traicionar a su protegido...


Es conocido, sí, que el famoso sinvergüenza Francisco Paesa, a quien en la película da vida el actor Eduard Fernández,  nunca pisó la cárcel y que llegó incluso a simular una muerte falsa pero aún así, el trepidante ritmo con el que está contada la historia hace que nos vuelva a interesar casi como si no la conociéramos. Aquellos acontecimientos ocuparon decenas de primeras páginas en los periódicos españoles y extranjeros, y abrieron muchos informativos de radio y televisión. Los seguimos durante meses, durante años incluso, incrédulos y escandalizados. Ahora, al verlos resumidos en una película de dos horas, parece como si fuera imposible que todo eso hubiera podido llegar a suceder.

Sorprende constatar, por mucho que conozcamos la historia, que con la manera chapucera de desenvolverse que tenía Paesa, éste fuese capaz de tener en vilo a todo un país durante casi un año dejando además en ridículo a los servicios secretos españoles, al gobierno y a las fuerzas de seguridad del Estado. Roldán nunca estuvo en Laos, pero Paesa nos hizo creer a todos, empezando por el gobierno español, que era ese país quien lo extraditaba y accedía a entregar al fugado en el aeropuerto de la capital de Thailandia, cuando en realidad mercenarios pagados por Paesa lo tenían escondido en un barrio de París. Nos hizo creer que un falso militar laosiano al que bautizó como capitán Khan -pitorreo puro- en homenaje a un célebre personaje televisivo de los programas infantiles de los sesenta llamado el capitán Tan, estaba al frente de la operación: en realidad se trataba de un conocido suyo, cocinero vietnamita en París, al que pagó  por prestarse al juego. Y redondeó la faena porque contaba con la fidelidad de un piloto aéreo, que fue quien trasladó a Roldán (Carlos Santos) hasta Bangkok con documentación falsa. Piloto que en la ficción encarna José Coronado y bajo cuyo punto de vista está contada la historia.

El guión de Cobos y Rodríguez, que como ya hemos dicho no se ajusta a la realidad en todos sus detalles, transmite sin embargo con mucha fidelidad la atmósfera del momento y el ambiente en el que se movían los personajes. A Cerdán, autor del libro en el que se inspiran, le parece bien el trabajo resultante. A los extranjeros y a quienes por edad no conozcan la historia de aquellos dos pícaros españoles de finales del siglo veinte llamados Roldán y Paesa, este nuevo trabajo de Alberto Rodríguez, como siempre ocurre con las películas del director andaluz, les permitirá aprender y ayudará a pensar.

J.T.


viernes, 19 de agosto de 2016

40 años ya del asesinato de Javier Verdejo

A finales de la década de los sesenta, en los tiempos en que yo estudiaba los últimos cursos de bachillerato en el Instituto Masculino de Almería, el alcalde de la ciudad se llamaba Guillermo Verdejo Vivas y era farmacéutico. A Franco todavía le quedaban siete u ocho años de vida. Pero lo que no sabía su incondicional alcalde es que el quinto de sus hijos, de nombre Javier,  moriría apenas nueve meses después que el dictador. Lo asesinó un guardia civil en la playa de San Miguel en agosto de 1976, en aquellos convulsos y confusos momentos en que comenzaba la "celebrada" transición política. El joven Verdejo tenía 19 años, era ya universitario y estaba de vacaciones.

Fue el verano en que Adolfo Suárez se convirtió, merced a los designios reales, en presidente del gobierno. Apenas llevaba un mes en el poder cuando decidió pasar en el Cabo de Gata sus primeras vacaciones como primer ministro. Y justo en el Cabo de Gata, en el Arrecife de las Sirenas, Javier Verdejo y algunos de los amigos, Ana, Rosa y Fran entre ellos, decidieron pasar un fin de semana sin poder sospechar que a Javier, que surtía puntualmente a la pandilla de condones requisados en la farmacia de su padre, le quedaban apenas cuarenta y ocho horas de vida.

Dos días después, ya en Almería, el quinto hijo de quien fuera alcalde franquista de la ciudad, "garbanzo negro" de la  familia, miembro de la Joven Guardia Roja, había quedado con algunos compañeros de militancia. Se dirigieron a la playa y allí escogieron una pared blanca donde decidieron reclamar "Pan, Trabajo y Libertad". Javier empezó a escribir la pintada que nunca terminaría. Se quedó en la cuarta letra. La irrupción de la guardia civil obligó al grupo a dispersarse y buscar donde esconderse. Con tan mala fortuna para Javier, que la caseta en la que se refugió fue lo último que vio en su vida. Le dispararon cerca y en la garganta, y acto seguido arrastraron su cuerpo hasta la orilla.

Yo estaba en Ceuta, en la mili, y la noticia me conmovió y me impactó con la violencia de una descarga eléctrica. Habían matado a Javier en la playa de San Miguel, junto a la Ciudad Jardín y el Zapillo, en la arena y el agua que habían marcado la memoria sentimental de mi infancia y mi adolescencia. Cerca de mi instituto, cerca del Cable, en aquella orilla donde de niños no sabíamos evitar que el alquitrán que soltaban los barcos se nos quedara pegado a los pies. La noche de su asesinato, la orilla de la playa llena de alquitrán, seguro que se mezcló con la sangre de Javier.

Me contaron, porque yo no pude estar, que la familia decidió no reclamar, que la capilla ardiente fue en la casa de los Verdejo, cerca del Parque y que al joven fallecido lo amortajaron con hábito de franciscano. Que tras el funeral, se armó un importante pollo en la plaza de San Pedro entre los allegados de Javier y sus compañeros de militancia.

Me contaron que al autor del disparo lo cambiaron de destino y que nunca se conoció oficialmente su nombre ni pagó por ello, que el abogado laboralista que se interesó por no dejar dormir la causa, conocido como "Pirri", falleció al año siguiente, en el Arrecife de las Sirenas, de un corte de digestión cuando se estaba bañando después de comer y que con su muerte se enterró definitivamente el interés por remover el asesinato de Verdejo.

Me contaron también que el resuelto Adolfo Suárez apenas prestó atención a las protestas por este asesinato, que las relegó en sus orden de prioridades o que nunca se interesó a fondo por el asunto. Almería está demasiado esquinada para figurar en ningún orden de prioridades. En esta provincia andaluza, los desaprensivos cuentan con más ventajas que en otras para moverse y actuar a sus anchas. Ocurrió en los tiempos en que mataron a Javier Verdejo y continúa sucediendo ahora. Porque a la sensación de impunidad, y casi de inmunidad, con la que se mueven por todo el país, en Almería los corruptos y los granujas cuentan con un valor añadido: la pereza del centralismo para ocuparse de lo que ocurre en lo que muchos llaman "el culo del mundo" sin cortarse un pelo.

Ya no hay alquitrán en las playas de Almería. Desde hace mucho tiempo cuando me acuerdo del alquitrán, no puedo dejar de acordarme también de la sangre de Javier.

J.T.

miércoles, 13 de abril de 2016

Torres Hurtado, el campechano


José Torres Hurtado es un auténtico profesional contando chistes. Campechano y simpaticote, ameniza tertulias de bar y reuniones de amigos con un envidiable gracejo natural que, en su caso, convierte en injusto ese tópico tan manido sobre la mala follá granadina.

- Pepe, ponme al día y cuéntame los últimos chistes sobre mí que corren por la calle.

Durante los años en que Torres Hurtado fue delegado del gobierno en Andalucía otro campechano desahogado, de nombre Juan Carlos y con residencia habitual en un palacete de los madrileños montes de El Pardo, ahora rey emérito, aprovechaba sus viajes al Sur para hartarse de reír con Pepe el Tractorista, como llaman desde siempre en su pueblo al que lleva trece años largos al frente de la alcaldía de Granada.

Conocí a Torres Hurtado en aquellos años de leche y miel -gobierno Aznar, España "iba" bien-, en los desayunos con políticos que Carlos del Barco, forzado hace unas semanas a dimitir como adjunto al Defensor del Pueblo Andaluz, organizaba por entonces en la agencia Efe de Sevilla. El entonces delegado del gobierno en Andalucía es bajito, pero nada cohibido: no se cortaba un pelo a la hora de cantarle las cuarenta a compañeros de militancia como Celia Villalobos, con quien siempre se llevó fatal, ni tampoco le faltó habilidad para no molestar demasiado en los círculos de poder de su partido.  

Aunque nunca quitó protagonismo a los mandamases peperos andaluces, estos un buen día lo quitaron de la delegación del gobierno para dársela a Zoido y lo mandaron a Granada para que se estrellara en las elecciones municipales de 2003. Pero nuestro hombre los sorprendió a todos y sacó mayoría absoluta ya en las primeras elecciones a las que se presentó a la alcaldía.

Su estilo desahogado le ha jugado algunas malas pasadas, como cuando el verano pasado soltó aquella lindeza de que "las mujeres, cuanto más desnudas, más elegantes", poco después de conseguir retener el bastón de la alcaldía por cuarta vez, aunque en esta última ocasión necesitó el apoyo de Ciudadanos.

Tras la detención este miércoles por unas horas de José Torres Hurtado y de la concejala responsable de Urbanismo de Granada, registro domiciliario incluido, parece que Ciudadanos se va a pensar lo de continuar dándole su apoyo para que continúe como alcalde. Fueron decenas de agentes de la UDEF, a instancias del Juzgado de Instrucción número 2 de la ciudad y la Fiscalía de Medio Ambiente, los que se presentaron este miércoles, en una operación coordinada, tanto en el ayuntamiento como en distintas empresas y domicilios particulares. Una operación en la que se quiere aclarar, entre otras cosas, la construcción de una discoteca y una pista de patinaje en una zona verde junto a un gran centro comercial (Serrallo Plaza). Se quiere saber también si se alertó a promotores sobre recalificaciones previstas y si hubo “compensaciones” a cambio.

No estaba tan campechano Torres Hurtado en su comparecencia ante los medios la tarde de este miércoles, pocas horas después de prestar declaración y quedar en libertad con cargos. Más bien solemne y circunspecto:

- Seguiré trabajando por esta ciudad el tiempo que me corresponda, que me dejen o que Dios me dé salud, ha dicho. No sé de qué se me acusa porque hay secreto de sumario. No es agradable estar vistiéndose por la mañana y que toquen a la puerta para registrar tu casa. Parece que había que darle bombo a esto".

Bombo no sabemos, pero de momento su partido lo ha suspendido de militancia. Al "simpaticote" Torres Hurtado le han helado este miércoles la sonrisa y su contrastado sentido del humor. En el pp andaluz se ha abierto la caja de los truenos y más de uno seguro que, tras ver las barbas de su vecino pelar, está poniendo ya las suyas a remojar. 



J.T.

domingo, 9 de febrero de 2014

La tragedia de El Tarajal y el uso perverso del lenguaje


¿Para qué utilizar eufemismos a la hora de hablar sobre la tragedia de El Tarajal, la frontera ceutí entre Marruecos y España? ¿Para qué andarse con rodeos? Para muchos, no se trata de un intento de buscar una vida mejor, ni de un desesperado último recurso para salir de la miseria o de una lucha por la supervivencia allá donde poder encontrar el medio de vida que en su países no existe. No, no es eso. Para los xenófobos, que son muchos, los negros que osan violar nuestra legalidad y nuestras fronteras son unos intrusos que molestan. Vienen en "avalancha". Quieren "invadirnos". Vienen desnudos y hambrientos, pero nos "asaltan" (tve dixit) y claro, pues no queda más remedio que dispararles. Pero con balas de goma, no vaya usted a creer...

Los medios controlados por la derecha, públicos y privados, no se andan con rodeos en el empleo del vocabulario más agresivo. Están siendo crueles y desvergonzadamente xenófobos con tal de justificar esa infame actuación de las fuerzas de seguridad en la frontera de El Tarajal que el pasado jueves desembocó en una espantosa tragedia: 14 personas muertas. Que tve, por ejemplo, emplee la palabra "asalto" para definir el intento de un centenar de desesperados de alcanzar suelo ceutí me escandaliza, pero no me extraña: la xenofobia y el racismo están en el adn de la derecha y sus cachorros mediáticos tienen que estar a la altura. El problema está cuando escucho en la Ser, viernes noche, en boca de un tertuliano de Hora 25, que "si la policía usa pelotas de goma contra nuestras manifestaciones ilegales, no tiene que extrañar que lo haga contra los que intentan "invadirnos" en "avalancha" ilegal. Ni Ángels Barceló, ni Javier Aroca ni nadie lo puso en su sitio. Nadie le dijo que eso no se puede decir ni en broma. Y no lo dijo en broma.

El uso del lenguaje nunca es inocuo y menos en estas cuestiones. Los mismos, y las mismas, que se la cogen con papel de fumar en todo lo tocante al lenguaje de género estoy esperando, ¡ya!, que se pronuncien contra quienes emplean palabras sinónimo de violencia para referirse a las acciones de seres humanos desesperados, jóvenes llenos de energía y de salud, que luchan desesperadamente por encontrarle una salida a su vida y a su futuro.

Basta ya de criminalizar a los inmigrantes.
Basta ya de cuchillas en las vallas, de ataques intimidatorios, de pelotas de goma...
Basta ya de tragedias. Basta ya de referirse a este problema como “avalancha”, “invasión” o asalto”

Búsquense soluciones, por favor, pero sin una sola muerte más. Cuando un africano muere intentando cruzar la frontera "europea", algo nuestro muere también. Muere nuestra dignidad, nuestra capacidad de mirar de frente, limpiamente a los ojos, a quienes, solo por razones geográficas, porque no tuvieron la "fortuna" de nacer donde nosotros, la vida les trata mucho peor todavía.
La muerte de las 14 personas que soñaban con vivir mejor a este lado de la frontera ceutí de El Tarajal es un crimen de lesa humanidad que contraviene todos los códigos éticos, civiles, y yo diría que hasta penales y militares. Porque si no los contravienen, hay que cambiarlos porque esto no puede continuar así.

No podemos construir nuestro porvenir sobre los esqueletos de tanto desesperado a los que no solo les negamos una oportunidad sino que, en casos como el de El Tarajal, contemplamos impasibles cómo pierden trágicamente la vida.

Esto no puede ser. No sé qué hacer con mi vergüenza, no sé cómo gestionar esta indignación. De momento aquí quedan estas líneas, con la esperanza de que mis compañeros presuntamente progresistas, al menos ellos, dejen de denominar "avalancha" o "invasión" la lucha de muchos seres humanos por conseguir, a costa incluso de la vida, un futuro mejor.

J.T.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Alaya irrumpe en UGT


Me parece sumamente injusto que la toma de la sede de la UGT andaluza por orden de la juez Alaya, corte de calle incluido, acabe recordando actuaciones similares en ayuntamientos corruptos como los de Marbella, Estepona o Alhaurín. 

¿Se habría podido evitar esa imagen? Quizás sí, si se hubiera hecho frente a las acusaciones desde el primer momento antes de que acabaran convirtiéndose en un incesante goteo. Apostando por la mayor transparencia posible desde el minuto uno. ¿Por qué no han reaccionado antes en ugt? ¿Por qué no contraatacaron? ¿Por qué no han actuado con más reflejos y quizás hubieran evitado esas ya imborrables imágenes de este jueves con la calle del sindicato tomada por la guardia civil? 

Pues creo que no lo han hecho, entre otras cosas, por el enorme peso burocrático que lastra el funcionamiento de la institución. Los sindicatos, no solo la ugt, y muchas organizaciones sociales son verdaderos especialistas en marear la perdiz, en dedicarse a redactar extensos documentos convenientemente fotocopiados cien veces, expertos en reuniones y en no tener nunca prisa por tomar decisiones. Y claro, esta vez en Andalucía, donde ya llovía sobre mojado con la que tiene montada Alaya con la Junta y con los eres, a la ugt le ha acabado pillando el toro. 

El entramado burocrático, el componente sectario y la falta de transparencia quitan agilidad, frescura y capacidad de respuesta a quien se instala en este tipo de funcionamiento. Se convierten así en el caldo de cultivo ideal para la aparatosa y sospechosa manera de funcionar de jueces como Mercedes Alaya y para que la caverna disponga de una presa contra la que lanzarse en tromba e intentar contrarrestar de esa manera el aluvión de mierda al que la derecha tiene que hacer frente a diario: las preferentes, los sobresueldos, los áticos, los fabras, camps, matas, blesas, bárcenas y urdangarines varios… 

Por eso creo que cuando se tienen adversarios, o directamente enemigos, de tanto calado como la desprejuiciada derecha española y sus amorales adláteres, los sindicatos no se pueden dormir en los laureles ni empeñarse en mantener los mismos sistemas de funcionamiento que hace décadas. Los sindicatos existen porque los trabajadores precisamos de su existencia; afrontar las necesidades de los currantes de hoy día no se puede hacer del mismo modo que años ha. Los grandes aparatos ya no llevan a ningún sitio, ni las grandes reuniones. Cuando los movimientos sociales, del 15M para acá, han cambiado y están cuestionando tantas cosas en este país, en los sindicatos no pueden continuar preocupándose por el número de liberados a conseguir o por cómo perpetuarse en los cargos. Ni gastando el tiempo peleándose entre ellos. Así no se va a ningún lado. 

Cada minuto que pierden lo aprovecha la derecha para intentar desactivarlos. Porque para rematar el pisoteo de derechos al que se está sometiendo a los trabajadores es buena cosa machacar e intentar hundir a quienes han de dedicarse a defenderlos. Para recortar, para rebajar sueldos, para explotar más y mejor a los pocos que consiguen trabajar, los sindicatos sobran. Por eso éstos no pueden permitirse bajar la guardia ni mostrar puntos débiles por los que ser atacados. 

Yo deseo sinceramente que los responsables de ugt sean capaces de explicar y justificar las irregularidades que presuntamente se les atribuyen, pero han perdido un tiempo precioso. Ahora, con las imágenes de la calle de la sede regional tomada por la guardia civil, el daño ya está hecho. 

El tiempo que habrán de emplear en explicar cosas, en acudir al juzgado, en regenerarse, en plantearse de una vez promover una organización más moderna y más ágil es tiempo que nos quitan a los trabajadores para que los representantes sindicales se preocupen de nuestros verdaderos problemas y se dediquen a intentar resolverlos, que es para lo que están. 

Que con tanto marrón no les quede tiempo para la defensa de los trabajadores ni para apretar al gobierno y a los empresarios en la creación de empleo es un terrible efecto colateral más que sumar al desastre en que vivimos. Efecto colateral que a los peperos y a su cohorte de paniaguados les viene como anillo al dedo.

J.T

sábado, 27 de noviembre de 2010

Guardias civiles sancionados por no sancionar


- Manda cojones, Juan, que tengamos que aparecer en la tele como si fuéramos delincuentes.

Con mi compañero Jose Ángel buscábamos un encuadre apropiado que permitiera camuflar la identidad de los dos guardias civiles con los que estábamos hablando. La frase del comienzo corresponde a uno de ellos. Iban a hacernos declaraciones para el informativo pero procurando evitar ser identificados.

Nos enseñan una carta que habían recibido explicándoles que se les iba a retirar un plus que, sumado a otras restricciones y a la rebaja funcionarial de meses pasados, ha reducido sus nóminas hasta cuatrocientos y pico euros menos al mes.

¿Por qué les explican en la carta que les suprimen un plus más? Pues porque no son lo "productivos" que al parecer se espera de ellos. Es decir, que a juicio de sus superiores llevan tiempo multando menos de lo que deberían.

Uno de nuestros entrevistados se ha traído chubasquero con capucha para facilitar el trabajo de camuflaje a la hora de contar sus penas. Su compañero estaba dispuesto a salir a cara descubierta, de perdidos al río, pero viene de discutir con su mujer, temerosa ella de mayores represalias, así que ha optado también por la clandestina penumbra:

- No importa el carácter de servicio de nuestro trabajo -nos explican, no cuenta el auxilio en carretera que puedas realizar, los neumáticos que puedas cambiar o tu intervención en circunstancias dolorosas y muchas veces trágicas cuando ocurren accidentes, no. Lo importante es multar. Y cuanto más mejor. Y si es a camiones, que las sanciones son un pastón, pues todavía mejor. Eso es lo que hay- nos aseguran.

Niegan mis interlocutores de la llamada "benemérita" que estén realizando de una manera orquestada ningún tipo de "huelga de bolis caídos", como se ha dado en llamar a la disminución de la cifra de sanciones que, de un tiempo a esta parte, parece que llevan a cabo un buen número de agentes de la guardia civil de tráfico en toda España.

Los dos guardias civiles con los que estamos forman parte de los ya sancionados. Poquísimos, según el ministerio que por supuesto niega el carácter de represalia de la medida y lo atribuye a otro tipo de razones técnicas.

Pero los testimonios de nuestros dos entrevistados insisten en que no hay otro motivo sino que sus jefes quieren que multen más. No pueden demostrarlo. Temen por si continúan las represalias. Y apuestan por el anonimato.

Guardias civiles que, para salir en la tele, cambian el tricornio por la capucha. Un puntazo.

J.T.