Lo peor que le ha podido pasar a la iglesia española en los últimos veinte años tiene un nombre: Antonio María Rouco Varela, el gran crispador.
Hay muchas maneras de abanderar intolerancias, pero el ahora defenestrado arzobispo de Madrid escogió durante muchos años la peor de las posibles. Rouco Varela se marcha, y lo hace dejando tanto descanso que no hay más remedio que desearle que se lleve con él una paz parecida.
Pero parece complicado, porque quien ahora se resiste como gato panza arriba a marcharse tal y como han dictaminado sus superiores (año y medio han tardado en decidirse a ponerle el cascabel) ha sido durante años en este país el promotor y artífice del aumento de la crispación en los púlpitos, en las hojas parroquiales, en la Cope, en 13tv y en todos aquellos lugares donde le ha sido posible sembrar cizaña y desparramar discordia.
No hace mucho, en la catedral de la Almudena, se permitió incluso profanar la memoria del 11-M removiendo fétidas teorías conspiratorias. Y en el funeral por la muerte de Adolfo Suárez tuvo las santas narices de insinuar la reedición de un enfrentamiento civil entre los españoles. A pesar de ser contrario a las manifestaciones públicas para reclamar derechos laborales y sociales, no dudó sin embargo en ponerse al frente, por ejemplo, de manifestaciones callejeras contra las políticas a favor de la libertad de la mujer en la época de zetapé...
Para acercarnos al perfil del personaje, no hay más que comprobar cómo, ni siquiera con Rajoy, que infestó su gobierno de opusdeístas y meapilas, ha sido capaz de hacer migas.
Rouco Varela ha vaciado las iglesias de jóvenes y ha conseguido generar el rechazo de buena parte de la sociedad a la institución que tan torticera y sectariamente ha representado.
Como periodista no puedo menos que avergonzarme del papel desempeñado por muchos comunicadores durante años en la Cope y en 13tv al servicio de sus dictámenes, sustanciosas nóminas mediante (dinero, por cierto, procedente del 0,7% de los impuestos de aquellos que marcan la casilla de la iglesia católica).
Rouco Varela es todo lo contrario a lo que quien se tome la molestia de consultar esos evangelios por los que en teoría han de regirse los católicos, encontrará en sus páginas.Siempre fue beligerante, agresivo, retador, bronquista. Lo que se conoce como un tipo que transmite mal rollo. Nunca le importaron los pobres, algo que al menos le une a Mariano y a sus chicos y chicas a pesar de sus muchas discrepancias con un gobierno que siempre le pareció blando y melifluo. Se empeñó en mantener y ejercer un poder que ya no tenía cabida en un estado aconfesional.
Ni para marcharse está teniendo clase Antonio María Rouco Varela. ¿Cómo me pueden estar haciendo esto a mí?, cuentan que andan gritando por las esquinas desde que el día de Santiago fue citado para acudir en 24 horas a la nunciatura, donde se le anunció sin anestesia que sería relevado en pocas semanas. No lo asimila. Tantos años subido a su pedestal le impiden entender que ya no es nadie y que quien manda sobre él ha decidido que su tiempo se ha acabado. Busca excusas para postergar el desalojo: viaje a Alemania, esperar hasta redondear veinte años en el cargo, que se cumplen en octubre... No hay manera. Los biempensantes lo atribuyen a debilidad humana; los que sostienen tesis menos amables se preguntan qué tendrá que esconder tras dos décadas de gestionar a su antojo una archidiócesis de la envergadura de la madrileña. El caso Pujol anda demasiado cerca en el tiempo.
Demasiado benévolos han sido con él quienes, con Bergoglio al frente, quieren recuperar para la institución que representa una mínima autoridad moral, la que se desprende de actuar acorde con lo que pregonan y con los principios que aseguran les mueven a actuar. Algo que a Rouco Varela nunca le importó demasiado. O al menos no lo demostró.
Lo dicho, egregio defenestrado, tanta paz lleve como descanso deja.
A ver ahora cómo se enrolla el sustituto, que esa es otra.
J.T.