El estallido de la "burbuja" política, certificada estos días por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), ha dejado al aire las vergüenzas de los partidos tradicionales. Demasiado tiempo ya oliendo todo a podrido. Hasta que ha reventado con la estruendosa aparición en el escenario de una fuerza política que, con solo siete meses de vida, es ahora la principal causa de insomnio en tantos hogares bipartidistas y/o pactistas de toda la vida.
Que Podemos sea un partido, una formación, una plataforma, una iniciativa... de momento parece que a la gente eso le da igual... siempre que se le pueda votar. Funciona como un símbolo, como la marca blanca de todos los cabreos, de todas las indignaciones. Había mercado para algo así y daba igual quiénes fueran y cómo se llamaran. Hacía falta algo, alguien, álguienes, que se batieran el cobre haciéndose eco de lo que tanta gente siente, piensa y sufre. Y han aparecido. Lo que las encuestas reflejan es esa alegría, ese júbilo, esa necesidad de que lo que cuentan estos chicos -que otra forma de hacer política es posible- sea verdad.Mucha gente que buscaba una manera práctica y útil de manifestar su descontento ha creído encontrar con ellos algo parecido a su bandera.
En ocasiones he podido comprobar -viendo la tele con amigos o con familiares, por ejemplo- cómo cuando atacan a Podemos hay quien se siente atacado como si se estuvieran metiendo personalmente con él. Lo interpretan como un ataque a ellos, no a la formación política recién nacida. Algo parecido a cuando en el recreo de nuestros colegios de infancia, el niño malo te quería quitar y destrozar el juguete que con tanta ilusión le habías pedido a los reyes magos.
Que no se rompa el juguete, parecen pensar, que no me lo destrocen, que esto no sea solo un sueño, que no se desanimen, que no los aburran ni los asusten, que no se vuelvan como los demás, que no se peleen entre ellos, que no nos defrauden...
¿Gobernarán algún día? Siendo lo más importante, parece como si eso ahora diera igual, como si bastara con su existencia, con que el fenómeno haya cristalizado y sea palpable. Esa imagen del primer día en que los cinco diputados electos de Podemos entraron juntos al parlamento europeo tiene una fuerza extraordinaria. Es muy potente. Demasiado potente como para que los partidos de toda la vida se quedaran a verlas venir sin reaccionar. Y reaccionaron
- Bolivarianos, proetarras, estalinistas, goebellianos, populistas,comunistas,les gritaron y les gritan por activa, pasiva y reflexiva.
No se han quedado sin adjudicarles ni una sola de las etiquetas de manual.Y la consecuencia, como certifica el CIS, es que la ciudadanía parece que no quiere que insulten a quienes representan sus esperanzas y manifiesta a quien le sondea que sí, que piensa votarlos por muy verdes y poco organizados que todavía estén. Como quien se hace hincha de un equipo de fútbol, mucha gente ha decidido que este es su equipo y quiere que gane. Les da igual si lo consigue de penalty injusto y en el último minuto. Lo que no quieren es que vuelvan a ganar, una vez más, los mismos de siempre.
La burbuja no ha explotado solo por los resultados electorales del 25-M, sino por el pánico que esa misma noche asaltó a los que no habían visto nunca en peligro sus poltronas, lo que les llevó desde entonces a cometer esos continuados y pertinaces errores que han acabado colocando a Podemos en todos los mapas.
-¿Pactarían ustedes con el PSOE, les preguntan una y otra vez?
Los periodistas de carril, de ese carril que dura ya casi cuarenta años, tampoco parecen acabar de captar el mensaje: que lo importante es lo que está pasando ya, y no solo lo que puede llegar a pasar; que lo importante es esa secreta alegría de tanto puteado que ha recuperado la sonrisa y que lleva semanas yéndose a la cama soñando con el día que se tomará la revancha en las urnas. Y que en política, dos y dos no siempre suman cuatro.
Tienen muy poco que perder y todo por ganar. Por muy en mantillas que todavía estén, y lo están, esa es la gran fuerza de Podemos y de movimientos como Guanyem o Municipalia, dispuestos a cambiar las reglas del juego y a modificar tanto los sistemas de funcionamiento como la manera de elegir a sus representantes... y de echarlos.
En el PP quieren parar esta especie de huracán cambiando la ley electoral para que gobierne la lista más votada. Y no se dan cuenta que hacerlo podría volverse contra sus intereses como un boomerang. Primero porque la lista más votada puede acabar siendo justo la que no desean, en cuyo caso se quedarían colgados de la brocha y sin escalera. Y en segundo lugar, porque si el PP es la lista más votada pero no tiene mayoría absoluta, habrá de vérselas en los plenos con una serie de concejales o diputados cuyo idioma será muy distinto al que hasta ahora están acostumbrados a escuchar. Incluso con mayoría absoluta del PP, la geografía de los plenos será muy distinta una vez que tomen posesión de los escaños los representantes de estas fuerzas emergentes. Como ha ocurrido en Estrasburgo.
Por muchas trampas, presiones y amenazas de las que echen mano, el PP puede perder en bastantes plazas estas próximas municipales y autonómicas... y lo saben. Es perfectamente factible que muchas mayorías de gobierno sean para Podemos, Guanyem, Ganemos...
Aunque cambien la ley electoral, puede que el PP pierda más municipios y autonomías de los que ellos mismos se piensan.Que le pregunten si no al PP madrileño, por ejemplo. Que le pregunten a Cristina Cifuentes, quien tras analizar todo tipo de sondeos estos días, anda llorando por las esquinas mientras repite una y otra vez a todo el que quiera escucharla: "Perdemos Madrid, que te lo digo yo. Perdemos Madrid".
La burbuja se ha pinchado, el tinglado ha explotado y, como decíamos ayer, el CIS lo ha certificado.
J.T.