lunes, 31 de julio de 2023

No me fío nada de las derechas



Iban a incendiar Catalunya, a derogar cuantas leyes significaran avances sociales, destituir desde el primer día de legislatura a los responsables de Correos, el CIS, RTVE... Iban a entrar a sangre y fuego, espada flamígera en mano, dispuestos a acabar con todo vestigio del Gobierno de coalición saliente. Por fin iban a recuperar el poder "los que siempre tienen que estar", aquellos a quienes por ley natural les corresponde regir nuestros destinos porque así lo creen en su fuero interno, están convencidos de que el país es suyo, y sostienen y sostendrán siempre que las izquierdas mandando son una maldita anomalía.

Estaban tan seguros PP y Vox de que por fin el país iba a ser todo suyo que, en plena campaña y sin pudor alguno, cerraron pactos autonómicos donde han colocado negacionistas, xenóbos, machistas y homófobos al frente de instituciones en Valencia, Aragón, Extremadura o Baleares. Si la estrategia de la crispación, el mal rollo eterno, no les había pasado factura en las municipales, ¿por qué se la iba a pasar ahora?

Estaban tan convencidos de que el Gobierno de coalición caería fulminado, que para ellos la campaña electoral era solo un incómodo trámite a solventar casi sin despeinarse. Todo el pescado estaba ya vendido, así que ¿para qué esforzarse en acudir a debates, para qué realizar propuestas u ofrecer datos correctos, por qué no mentir, por qué no intimidar a quien tuviera la osadía de replicarte y demostrar que tus datos no son correctos?

Merced a sus esbirros en las redes, gracias también a sus acólitos mediáticos y demoscópicos, que llevan años mascando rabia y sembrando odio, las derechas habían conseguido, o al menos eso creían ellas, instalar en las izquierdas la sensación de que había poco que hacer para evitar su victoria, que todo estaba perdido. En los bares, en las calles, en las reuniones familiares, en el trabajo o de paseo con tu pareja, solo escuchabas alrededor la voz de quienes soltaban pestes de Pedro Sánchez, insultaban sin parar a Podemos o se reían de Yolanda Díaz y su nuevo proyecto.

Reconozcámoslo: consiguieron que nos acojonáramos. Desde el día de las elecciones municipales y autonómicas, el 28 de mayo, teníamos el susto metido en el cuerpo, la campaña para las generales tampoco nos ofrecía razones para ser optimistas salvo unos cuantos destellos, y el domingo 23 de julio, cuando tocó ir a votar, muchos lo hicimos temiéndonos lo peor. Quizás por eso esté costando digerir los resultados (a ellos más) aunque es verdad que se pudo respirar con cierto alivio cuando quedó certificado que el monstruo fascista no iba a poder cumplir sus amenazas. Aún así, yo apostaría por la prudencia y me abstendría de lanzar las campanas al vuelo. Tiempo habrá.

No olvidemos que el think tank del odio no va a descansar ni un solo día, por muy agosto que sea. Estoy con quienes sostienen que la presión en la redes y en los medios este verano va a ser más violenta y procaz de lo que llevamos viviendo desde primeros de mayo. Procurarán por todos los medios, como ya estamos pudiendo comprobar, poner el mayor número de palos en las ruedas de la negociación con los nacionalistas, se negarán a aceptar los resultados todo el tiempo que puedan y trabajarán a destajo para intentar revertirlos. La aceptación es la quinta fase del duelo y aún van por la segunda, la ira, tras superar la primera que es la negación (“esto no me puede estar pasando a mí"). 

Van por la segunda y ahí andan a piñón, sugiriendo tamayazos y empeñados en llamar perdedoras a todas las fuerzas políticas que tienen posibilidades de conseguir mayoría absoluta y que no quieren saber nada con ellos. Fuerzas perdedoras, por cierto, a las que el líder popular envía cartas de amor sin que se le caiga la cara de vergüenza, lo que significa que ya está aquí la tercer fase del duelo, la negociación. Tras el zasca de Sánchez no creo que tarde mucho en entrar en la cuarta, la depresión.

Feijoó, Abascal y las formaciones que ambos encabezan padecen el síndrome de la madrastra de Blancanieves. Ni soportan ni quieren oír las verdades del espejo: que no son los más guapos porque Europa prefiere la continuidad de un Gobierno de coalición progresista, porque la economía va bien, porque en Bruselas hay alivio desde que hemos parado a la ultraderecha en las urnas, vamos, que no los quieren ni en pintura.

Las dificultades no van a faltar, menos aún con la entrada de Puigdemont en escena, pero parece poco factible que volvamos a oler a naftalina y alcanfor; tardarán en aceptar que España es plural por mucho que ahora sean capaces hasta de hacerle ojitos a Junts, se revolverán y montarán pollos de todo tipo hasta asumir que, al menos de momento, no han conseguido sus objetivos por mucho que el grueso de los medios de comunicación y un escandaloso porcentaje de jueces continúen actuando de espaldas a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía.

Mejor no bajar la guardia y no fiarse ni un pelo. Mejor andarse con pies de plomo y dejar el cava para el día en que Sánchez, como presidente de un nuevo Gobierno de coalición, vuelva a prometer el cargo. 

J.T.

domingo, 23 de julio de 2023

Domingo de suspense


Ni el PP de Aznar en sus peores tiempos suscitó jamás tanto miedo como el de Núñez Feijoó. Votamos este domingo dejando atrás, posiblemente, la peor campaña electoral desde que se restauró la democracia. La más triste, la más crispada, la más enconada. El gallego, a quien muchos creyeron moderado cuando aterrizó en Madrid tras la defenestración de Pablo Casado, ha resultado ser la peor opción posible para una convivencia en paz.

Llegamos a esta jornada electoral exhaustos por un lado y aliviados por otro, al menos quien esto escribe. Llego exhausto por haberme visto tantas veces obligado a gestionar lo mejor posible la indignación que me producían los mensajes de odio de esta derecha salvaje que nos ha tocado en suerte mientras una izquierda escasamente beligerante exhibía pegada endeble y se dejaba comer la tostada. Por otro lado, decía, siento alivio porque ya se acabó y ahora, por fin, toca votar.

Por fin quedaron atrás el festival de mentiras a granel de Feijoó, el tormentoso cara a cara con Pedro Sánchez; por fin quedó atrás el irresponsable intento de sembrar dudas sobre el funcionamiento de Correos con el objetivo de reventar la campaña al más puro estilo trumpista, por fin quedaron atrás las entrevistas con Alsina, Motos, AnaRosa, La pija y la quinqui; quedó atrás el debate a siete, y el último a tres, sin Feijoó y con una Yolanda Díaz más agresiva de lo habitual pero apenas alejada del discurso de Pedro Sánchez…

Hoy veremos si tanta confraternización Yolanda/Pedro-Pedro/Yolanda consiguió tapar o no la fuga de votos de Sumar al PSOE, ¿o no era ese el objetivo? Si lo era, igual hubiera resultado mejor para la izquierda que tanto ese debate como la campaña electoral entera hubieran girado en torno a los marcos de un Gobierno de coalición del que ambos parecen renegar ahora, al menos en parte. Como decía al comienzo, es el PP el que debe darnos miedo y no Vox, porque la amenaza ultra no transmite la impresión de ser tanta como para que la gente corra en masa a votar izquierda.

El PP, que no arrimó el hombro en toda la legislatura, ni siquiera durante los peores tiempos de la pandemia, y que cuando no gobierna siempre demoniza a su rival y lo intenta deslegitimar es, repito el verdadero peligro. Cualquier candidato de izquierdas no habría salido vivo de una campaña electoral en la que se hubieran exhibido fotos suyas de vacaciones con un narcotraficante cuando, según Feijoó, “solo” era contrabandista. Ningún candidato de izquierdas hubiera podido resistir tampoco tras ser pillado in fraganti soltando mentiras tan de grueso calibre como asegurar que el PP subió siempre las pensiones conforme al IPC o que el caso Pegasus se archivó por falta de colaboración del presidente del Gobierno.

Las papeletas en las urnas deberían hacer justicia y zanjar tanto mal rollo pero mucho me temo que, ocurra lo que ocurra, no va a ser así. Si gana el PP y le dan los números para gobernar con la ultraderecha, el panorama no puede ser más inquietante. El aperitivo vivido este último mes con los pactos autonómicos será un juego de niños comparado con la presencia en el gobierno de la nación de un partido como Vox, que ya ha anunciado sin cortarse un pelo que piensa presionar para incendiar Catalunya y el País Vasco, resucitar el franquismo, perseguir inmigrantes y derogar leyes progresistas una tras otra: memoria histórica, violencia de género, LGTBI… Eso para ir abriendo boca.

Ocurrirá así si gana el PP, pero si los números dieran para que fuera posible conformar un gobierno de coalición PSOE-Sumar, no dudemos que entonces continuaríamos, a partir del minuto uno, con el infumable raca-raca que enfangó la legislatura que ahora acaba ¿Serán capaces de cuestionar el resultado como Arenas y Gallardón hicieron en 1993? En aquel entonces fue Aznar quien desautorizó el intento al reconocer públicamente la victoria socialista. Pero ni Feijoó es Aznar, ni el Aznar de ahora tiene nada que ver con el de entonces, cuando hablaba catalán en la intimidad y llamaba a ETA Movimiento Vasco de Liberación.

Si a la izquierda le dan los números este domingo y las derechas aceptan el resultado sin montar ningún pollo, aún así me pregunto cómo actuarán cuando se constituya el parlamento y posteriormente un nuevo Gobierno de coalición ¿Volveremos a las andadas en las sesiones parlamentarias, a la crispación, la descalificación y el insulto como único método de hacer oposición? ¿Otra legislatura más intentando tumbar el gobierno legítimo desde el primer día?

Una jornada electoral como la de este domingo merece más paz que la que hemos tenido durante la campaña. Si la participación es masiva igual hay remedio, porque España es progresista y en esta legislatura, en palabras de Rodríguez Zapatero, “se han hecho las cosas bien. Aunque ni Yolanda ni Pedro, por cierto, hayan defendido la gestión del Gobierno de coalición durante la campaña con la vehemencia suficiente. Ni con la contundencia que hubiera sido esperable.

J.T.

martes, 18 de julio de 2023

El periodismo de Silvia Intxaurrondo


Hay tres maneras de analizar la famosa entrevista a Feijoó en La Hora de la 1 de tve y la bola de nieve en que se ha convertido que la periodista Silvia Intxaurrondo dejara desnudo al líder del PP limitándose sencillamente a hacer bien su trabajo. La primera de ellas podría ser el estilo trumpista abrazado ya sin discusión por el PP y su líder a la cabeza; la segunda, esa balsa de pirañas llamada Televisión Española y la tercera, el pésimo momento por el que atraviesa el ejercicio del periodismo en España.

Confieso que gocé viendo cómo Silvia, compañera de fatigas en los tiempos de CNN+ y Cuatro, hacía gala una vez más de su contrastada profesionalidad y acababa de un plumazo con esa impunidad con la que Feijoó lleva mintiendo puede que toda su vida, pero sobre todo desde que empezó la campaña y en especial durante ese momento culmen del cara a cara con Pedro Sánchez en Antena Tres. El líder del PP debió creer que continuaba teniendo enfrente a Vicente Vallés, se encontró con Silvia y se cortocircuitó porque no podía entender que alguien “osara” rebatirle sus mentiras.

Puede que al gallego amigo de narcotraficantes lo que le ocurra es que en la cohorte que le rodea no haya quien se atreva a decirle nunca la verdad, puede que se haya acostumbrado a que buena parte del mundillo periodístico actúe como una prolongación de Génova13 y claro, cuando alguien le cuestiona el discurso evidencia su falta de costumbre para reaccionar con serenidad. La chulería, la prepotencia y la mala educación con la que se comportó frente a Intxaurrondo así parece certificarlo. “Espero que usted rectifique” llegó a decirle, y cuando descubrió que la había cagado intentó salir al paso en redes con matizaciones ridículas creyendo que así solventaría el asunto y pasaría la tormenta.

Pues no, no se ha solventado el asunto ni ha pasado la tormenta porque lleva tanto tiempo "pasándose" tantos pueblos, tanto tiempo yendo con el cántaro a la fuente que al final, claro, se ha roto en pedazos. Mintió no solo con lo de las pensiones sino también con un asunto muy serio relacionado con la seguridad del Estado. En una radio teóricamente amiga como es Onda Cero, ya sufrió días antes un revolcón cuando Carlos Alsina tuvo que precisarle que el asunto del Pegasus se había archivado por falta de colaboración de Israel, una falta de colaboración que Feijoó atribuyó a Pedro Sánchez argumentando que lo había leído en un teletipo. Cuando en tve Intxaurrondo le preguntó si recordaba de qué agencia era el teletipo, el candidato popular respondió que no. Pues claro que no, ¿cómo iba a recordar algo que era otra mentira más?

En línea con el segundo enfoque posible del análisis de la entrevista, admito también que tras disfrutar viendo un ejercicio de buen periodismo en la televisión pública, acto seguido, y dado el conocimiento que tengo de las tripas de esa casa, me temí lo peor y así ha sido: Intxaurrondo ha recibido en redes apoyos de compañeros a título personal, es verdad, pero a la hora en que escribo estas líneas todavía no se ha producido ningún apoyo institucional. Algo que, a tenor de la deriva que ha ido adquiriendo el asunto, sería muy de agradecer por parte de quienes queremos creer que tve tiene todavía solución.

Pero no, entre los que temen por su sacrosanto plus, quienes están tan a gustito en sus sillones y quienes se dedican a dinamitar desde dentro la convivencia en la corporación, el caso es que nadie acaba de dar en la mesa ese higiénico puñetazo que sería tan de agradecer por quienes vemos en peligro la libertad de expresión y echamos tantas veces de menos el ejercicio profesional del periodismo en las televisiones públicas. No quiero pensar que la escasez de apoyo a Intxaurrondo tenga nada que ver con que es contratada y no es una periodista “fija de la casa”. No quiero pensar que estemos ante un nuevo caso Cintora, no quiero pensar que acabe ocurriendo lo mismo que en Telemadrid cuando Silvia, haciendo el periodismo que ella sabe, puso en apuros a Díaz Ayuso y al poco tiempo dejó de trabajar allí.

No quiero pensarlo, pero me preocupa que significativos cargos del PP como González Pons hayan hecho públicos tuits intimidatorios tachando a tve de “partido político”. En parte les está bien empleado esto a quienes durante toda la legislatura han dejado que el PP campara por sus respetos en la columna vertebral de la casa, que son los Telediarios, ofreciendo una información sesgada, nunca progubernamental, tolerante con Vox y siempre antiPodemos “por miedo a que el PP se enfadara”. Eso ha sido literalmente así porque entre los responsables de informativos hay algún que otro cobarde de libro ¿De qué les ha servido? Ahí tienen a su mimado PP, advirtiéndoles que los días están contados para ellos si ganan el próximo domingo. Aquello de Roma y los traidores, ya saben.

Esta es la cera que arde, y arde sobre todo por la dinámica vergonzante que se ha instalado en el desempeño de la profesión periodística, tercer ángulo que proponía al comienzo para analizar el trabajo de Intxaurrondo frente a las descaradas mentiras de Feijoó. Manda narices que tenga que ser noticia que una periodista haga bien su trabajo. Manda narices que hayamos olvidado que la función de un informador no consiste en ponerle un micrófono a un político para que suelte lo que le venga en gana sin recibir la réplica adecuada. Manda narices que un “sabio” como Margallo se pasee por las tertulias escandalizándose porque una profesional del periodismo hace lo que todos deberían hacer.

¿Cómo es posible que los hayamos acostumbrado tan mal? ¿Cómo es posible que nos hayamos echado tanta tierra encima que ahora cueste tanto defender la esencia del periodismo, su razón de ser, que es controlar al poder, impedirles que practiquen la impunidad, pedirles cuentas de sus actos? El periodista existe para que la ciudadanía vea y sepa lo que los políticos no quieren que se vea ni que se sepa. ¿Cómo es posible que haya que desgañitarse reivindicando esto? ¿Cómo es posible que las Asociaciones de la Prensa no actúen con la mayor celeridad, como ha hecho el Sindicato de Periodistas, para poner los puntos sobre las íes en un asunto en el que está en juego no solo el poco prestigio que le queda a la profesión, sino cuál va a acabar siendo su papel en el futuro? ¿Lo harán?

J.T.

domingo, 16 de julio de 2023

La pija, la quinqui y Pedro Sánchez


La pija y la quinqui no ven televisión, se informan a través de las redes no solo para conocer las noticias de actualidad sino las últimas tendencias en música, series, películas interesantes… Están al día de lo que se cocina en el mundo sin necesidad de sentarse en el sofá con el mando a distancia en la mano. Su único artilugio, sacrosanto instrumento, es el teléfono móvil. Así lo pudimos comprobar en la entrevista que le hicieron a Pedro Sánchez para el podcast que difunden en spotify. 

Entre copas con vino blanco y cerveza, que ya está bien del hipócrita vaso de agua o de tazas que impiden saber si lo que beben los contertulios es coca cola o güisqui, podía verse también una discreta tablet en la que os entrevistadores consultaban sus notas. En realidad les podía haber bastado con un smartphone. Como el del presidente, revestido con un funda roja casi a juego con la desenfadada camisa rosa con la que se presentó en el estudio de estos dos jóvenes representantes de la llamada generación Z

Desde el minuto uno, la pija (Carlos Peguer) y la quinqui (Mariang Maturana) le hablan de tú al invitado, quien acaba de reconocer con naturalidad que hasta hace unos días no tenía ni idea de quiénes eran sus ahora anfitriones. Le llaman Bizcochito con la misma naturalidad que otros le pueden llamar señor presidente, hablan de música, de Taylor Swift, de Los Ronaldos… Para prepararse la entrevista, le habían rastreado su playlist y su cuenta de twitter hasta el punto que consiguieron encontrar uno de hace más de diez años en el que Sánchez contaba que se estaba tomando una pizza cojonuda en un determinado restaurante que desde entonces bautizó así esa variedad: “pizza cojonuda”.  

La pija y la quinqui decidieron obsequiarlo con una pizza adquirida en ese mismo local, así que junto a unas tijeras la sacaron, la cortaron y la compartieron en directo; fría, eso sí. Sánchez les correspondió con un kit de merchandising sobre la Unión Europea, cuadernos, lápices, tazas, abanicos y foulards con el logo “UE23” o “Presidencia del Gobierno”. Así fue como coló el mensaje de que este semestre España, es decir, él, está ejerciendo la presidencia de los 27, la presidencia de la Comisión Europea. 

Hablaron también de perros, que a él le gustan porque creció en una familia donde siempre hubo perros, pero que a su mujer no. Negociando con ella, que no soltaran pelo fue la condición que le puso Begoña, al final ha conseguido tener en casa una pareja de perros de agua. Sabe que le llamen “Perro Sánchez” y asegura que no le molesta, y en cuanto a “Falconetti” precisó que le parecía ingenioso.  

Para hablar del poder de los bulos contó una anécdota durante el confinamiento en Moncloa, con parte de la familia contagiada cuando una de sus hijas, que hasta ese día se creía todo lo que le llegaba por redes, apareció con una noticia en el móvil donde se contaba que la familia presidencial estaba pasando la pandemia en Doñana tan ricamente. 

Cuando Carlos Peguer, natural de Don Benito (Badajoz) y Mariang Maturana, de Cartagena, le dirigieron la pregunta que en su famoso podcast le hacen a todos los invitados (“¿Tú que te consideras, más pija o más quinqui?”) Sánchez contestó que se crió entre Aluche y Tetuán (dos barrios populares de Madrid) por lo que pija no se veía mucho. En poco menos de una hora, dos jóvenes veinteañeros han dejado en evidencia a los entrevistadores convencionales, a tanto hierático profesional del postureo, a tanto relamido periodista empeñado en preguntar una y otra vez las mismas cosas que no interesan a nadie. O a casi nadie. En todo el tiempo que duró la conversación, creo recordar que de la oposición se habló una vez. O ninguna.  

La pija y la quinqui cuentan con un segmento de audiencia que incluye a los casi dos millones de jóvenes que van a votar el 23J por primera vez en unas elecciones generales. No sé si la intervención de Sánchez en el podcast puede influir o no en el resultado de las elecciones, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que este empieza a ser el camino más eficaz de llegar a la gente de a pie. Las entrevistas de los periódicos son largas y cansinas, reiterativas, pesadas. En televisión y radio, aunque a veces parecen combates de boxeo, tampoco obtienen ya las audiencias mayoritarias de otros tiempos. 

Con su conversación con Pedro Sánchez, emitida a través de Spotify y luego troceada en twiter, tik tok o instagram, el programa de despedida de La pija y la quinqui esta temporada, cuya audiencia y repercusión desconozco cuando estoy escribiendo estas líneas, ha demostrado que las antiguas maneras de abordar la comunicación cuando un político quiere llegar a la gente van muriendo poco a poco. Ya no valen, o al menos no valen tanto. 

Si los jóvenes de veintipocos, o veintimuchos años, no mira ya la tele, la tele o cambia o muere; si ni siquiera los menores de cuarenta se acercan a un quiosco para comprar un periódico ni por equivocación, la prensa o cambia o muere. Solo la radio parece que flota una vez más, pero que no se engañen demasiado: eso es gracias a los insomnes, a los viajes en coche y a las caminatas salutíferas de tanto personal como sale a pasear o correr con los auriculares puestos. Y porque las emisoras han apostado por los podcasts.  

Sin duda fue una entrevista eficaz para los objetivos que tanto el presidente del gobierno como sus asesores se fijaron cuando decidieron aceptar la invitación a conversar con una pareja de jóvenes tan desinhibidos como habilidosos. Supieron acercarse al perfil humano de Sánchez sin recurrir a tópicos y sin que pareciera que se esforzaban, ni ellos ni el invitado, en esquivar temas espinosos. Aquello iba de lo que iba. Y funcionó. 

Visto lo visto y escuchado lo escuchado, una cosa parece clara: el camino de los debates con mal rollo, las entrevistas kilométricas o los vídeos de propaganda encorsetados tienen los días contados, al menos en las campañas electorales.  

J.T.

La infame campaña del PP


El éxito del fútbol se debe, entre otras cosas, a que es una excelente parábola de la vida misma. Ya puedes estar excelentemente preparado, ser brillante, practicar un juego bonito y deslumbrar con tu habilidad… que siempre te vas a encontrar frente a ti en el rectángulo de juego con alguien dispuesto a romperte las piernas y mandarte largo tiempo a la enfermería. Por no hablar de la importancia de los árbitros si deciden no quitar ni poner rey, pero ayudar a su señor, poderoso caballero. Si además hay días en que sales a jugar sin estar inspirado, entonces ya ni hablamos.

Nadie recuerda con el paso del tiempo a quien quedó en segundo lugar, suelen argumentar los amorales; lo importante es ganar, y da igual cuáles sean los caminos para conseguirlo, añaden. Así que como lo primordial es eso, el resultado, quienes son respetuosos con las reglas del juego acaban encontrándose en inferioridad de condiciones cuando, con el balón en los pies, han de driblar a quienes carecen de prejuicios y no dudan en recurrir al juego sucio para impedirles el paso.

Como el fútbol, también la política es la vida misma; claro que tal como anda el patio, quizás tanto el fútbol como la política deberían estar prohibidos en horario infantil: en ambos casos impera la máxima del sálvese quien pueda, nada que ver con la moral judeocristiana (esa que predica que los malos acaban perdiendo y los buenos ganando) que tanto perjudica a quien se la cree y la practica. Proliferan las trampas, la corrupción, los negocios turbios: el peor ejemplo posible.

PP y Vox llevan varios años encanallando la dinámica parlamentaria y contribuyendo con ello a empobrecer la convivencia. Tres años y medio insultando sin parar entre bulos, lawfare y cloacas infectas. Y por si nos faltaba algo, importan de Galicia a una mosquita muerta llamada Núñez Feijoó, protagonista de la más infame primera semana de campaña en unas elecciones generales desde que recuperamos la democracia. Con las afrentas de Vox ya contábamos, incluso con las lonas canallas en las fachadas de edificios apostando por el regreso del peor de los fascismos pero la amoralidad, el desahogo con el que miente y el desprejuicio con el que actúa el candidato popular nos ha pillado a muchos con el pie cambiado.

Sobre el debate del lunes 10 de julio se ha dicho ya casi todo, pero se equivocan quienes piensan que lo perdió solo Pedro Sánchez: lo perdimos todos aquellos que trabajamos para que en este país no vuelva a instalarse ese fascismo al que el PP ha abierto la puerta sin comedimiento alguno. Como los defensas-carniceros en los campos de fútbol, Núñez Feijoó y los “insensatos sin escrúpulos” que le rodean han apostado por una campaña en la que no dudan a la hora romper todas las piernas que consideren necesarias para ganar el partido.

La sospecha contra el funcionamiento de Correos es otra infamia intolerable. Como los ultrajantes pactos en las Comunidades Autónomas, cediendo a las exigencias totalitarias de la ultraderecha, que ya ha empezado a prohibir obras de teatro, películas, canciones y según qué lecturas en las bibliotecas. La mayoría asistimos a este siniestro espectáculo creyendo que somos solo público pero no, somos protagonistas, porque el desastre que se está fraguando nos concierne muy directamente.

El muñidor-jefe de todo esto, el gallego con amigos narcotraficantes, no cesa de echar leña al fuego cada día que pasa. Tanto él como su lugarteniente Gamarra son capaces de negar sin inmutarse que su partido votó contra la revalorización de las pensiones conforme al IPC, contra el matrimonio homosexual, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la subida del SMI, la ley rider. contra igualar permisos de maternidad y paternidad… Mientras por un lado exigen que gobierne el más votado, por otro convierten en presidente de Canarias al segundo. Demonizan a Bildu al tiempo que organizan coaliciones con el fascismo en Valencia y Extremadura. Si añadimos Castilla y León, Vox va a gobernar ya las vidas de uno de cada cinco españoles. Ante lo espantoso del panorama, quizás no vendría mal hacer estas cuentas con mayor frecuencia.

Para el PP de Núñez Feijoó, lo primordial es el resultado; no importan los métodos, el que mata sigue vivo y los muertos acaban olvidándose. Dinámica bélica pura donde anda en juego el bienestar de todos, nuestro futuro, nuestra calidad democrática. Hemos trabajado mucho para que esto no llegara a suceder, pero los ayuntamientos y autonomías en que eso ha ocurrido son ya demasiados. Algo sin duda hemos hecho mal. Aún nos quedan los penalties. Todavía nos queda el 23J para rectificar. Tenemos la obligación de votar en defensa propia.

J.T.

domingo, 9 de julio de 2023

¿A quién votará Marinaleda el 23J?


El hall del ayuntamiento de Marinaleda está presidido por un cartel gigante con la foto de Salvador Allende y una leyenda: “Viva la clase trabajadora”. Tras 44 años de gestión ininterrumpidos, la oferta política que Juan Manuel Sánchez Gordillo lidera desde 1979 ha vuelto a ganar las elecciones municipales en el pueblo. Desde hace unas semanas, el alcalde-sucesor es Sergio Gómez Reyes, un joven profesor de Historia que nació cuando Gordillo llevaba ya siete años gobernando.

El partido de los jornaleros de la CUT (Candidatura Unitaria de Trabajadores) se presentó en mayo, y ganó, bajo las siglas "Con Andalucía” (coalición IU-Podemos). En la línea de su carismático antecesor, Gómez Reyes cree que las decisiones importantes se han de continuar adoptando tras la celebración de asambleas abiertas a la participación de todos los habitantes del pueblo, cuyo censo actual (menores de edad incluidos) anda en torno a los 2.600 habitantes.

Acordar qué votar en las elecciones generales del próximo 23 de julio es sin duda una decisión importante, así que hay que debatir el asunto durante las asambleas que se celebran este mes. Una de ellas, la de este jueves 6 de julio, a la que tengo el honor de ser invitado, cuenta con dos puntos en el orden del día. El primero, la organización del voluntariado (camareros, cocineros, etc.) para las cercanas fiestas de la tercera semana de julio. El segundo punto es debatir qué hacer en las elecciones generales, “a nombre de quién votar”, como expresa textualmente una de las asistentes.

A buena parte de los reunidos, la mayoría jornaleras y jornaleros con un largo historial de luchas y una contrastada cultura democrática, no les gusta en absoluto el veto de Sumar a Irene Montero. Yolanda empezó bien, apunta una de las asistentes, pero se ha echado a perder; un brazo más del PSOE, puntualiza alguien; el sistema la está absorbiendo, señala un concejal; Sumar se está pegando un tiro en el pie, remata el alcalde.

Con una participación del 90,41% la lista de “Con Andalucía”, liderada por Sergio Gómez Reyes obtuvo en Marinaleda el pasado 28 de mayo 1.071 votos sobre un total de 1.884, el 56,63%, mayoría absoluta, seis concejales de los once que integran el Consistorio. Los cinco que ahora conforman la oposición pertenecen a un conglomerado local llamado “Avanza” que aúna distintas sensibilidades criticas, y al que la lista de Sergio le ganó por 276 papeletas de diferencia. Los partidos de ámbito nacional, como suele suceder siempre en Marinaleda en las elecciones locales, no se comieron un triste rosco (7 votos obtuvo el PP, 6 el PSOE y 5 Vox).

En las municipales de 2019 Sánchez Gordillo, que lleva ya bastante tiempo con serios problemas de salud, se quedó solo a 44 votos de perder la alcaldía, pero la gestión de Sergio Gómez Reyes como teniente de alcalde durante la pasada legislatura ha permitido la sucesión natural tras las elecciones de mayo con un aceptable respaldo en las urnas al relevo generacional.

Se percibe en la atmósfera que se respira en el local del Sindicato (SAT, Sindicato Andaluz de Trabajadores) donde se celebra la asamblea un inequívoco aire de desencanto. Hoy tienen claro que se han reunido para tragarse un sapo y así lo manifiestan. Sumar ha guillotinado el aire nuevo que significaba Podemos, escucho decir a alguien. No vamos a consentir que se carguen a Podemos, añaden por otra esquina. Saben que acabarán apostando por el mal menor, que no les queda más remedio que tragar y acordar que hay que votar a Sumar, pero antes se desahogan.

El mal menor, repiten una y otra vez. No están cómodos, pero es lo que hay. Lo de Irene Montero ha hecho mucha pupa aquí. Ha sido la que más ha trabajado en el Gobierno, no como Garzón, dice alguien. Se ha mojado, ha hecho política de verdad, ahora tenemos que votar a quien la ha quitado de en medio, a quien ha cometido un error que acabaremos pagando, ya lo veréis.

Les molesta mucho la disyuntiva, lo consideran una encerrona, un chantaje. Lo que aquí se decida tras las asambleas de estos días es lo que todos van a hacer el día que se abran las urnas, el domingo 23 de julio. Muchos expresan las enormes ganas de abstenerse que tienen, pero si la mayoría decide que hay que acudir a los colegios electorales para votar a Sumar, cumplirán. Siempre lo hacen así y, por lo general, la mayoría ejerce su derecho individual respetando el compromiso colectivo. Pocos días antes del 23, adoptarán la decisión definitiva.

Si la mayoría decide que hay que meter en la urna la papeleta de Sumar, Yolanda Díaz contará aquí más o menos con el millar de votos que otorgaron en mayo la alcaldía de Marinaleda a Sergio Gómez Reyes, el sucesor de Juan Manuel Sánchez Gordillo. En el hall del ayuntamiento, junto a la enorme foto de Allende, se puede también leer otra frase: “El futuro es de los pueblos, no del capital”.

J.T.

jueves, 6 de julio de 2023

No sin Irene


Han vendido a Irene Montero por un plato de lentejas. O ya veremos, porque según los resultados del 23J, puede que hasta por menos de eso. 

Celosos defensores de la mentalidad práctica me conminan a callarme cuando digo en voz alta cosas como esta. No es el momento, Juan, no ayuda; hablar bien de Irene es hacerle el juego a las derechas y propiciar que Abascal acabe de vicepresidente del gobierno… Y así todo el rato.  

Pero vamos a ver, queridas y queridos de toda la vida, eminentes izquierdistas que me reprendéis, ¿de verdad os creéis que callar lo obvio acaba siendo rentable? Apostáis por el pan para hoy, os olvidáis del de mañana, ¿y me queréis convencer de que eso es bueno sin tener ningunaevidencia técnica? ¿Desde cuándo el silencio cómplice es eficaz? ¿de qué rentabilidad me estáis hablando?  

Yo creo que el momento de poner en valor el trabajo de Irene Montero y su equipo en el ministerio de Igualdad es ahora. Yo creo que es el momento de decir que admitir la eficacia de los bulos y las insidias no ayuda a ser optimista de cara al futuro que nos espera. Me conozco demasiadas historias similares, vergonzosos episodios de acoso y derribo en el mundo de la política donde, a toro pasado y cuando ya no vale de nada, acaban reconociendo los méritos de personas a quienes machacaron e hicieron la vida imposible.  

¿De qué le vale por ejemplo a Bibiana Aído, ministra de Igualdad con Rodríguez Zapatero, que trece años después de haberse tenido que ir de España harta de sentirse acosada, venga ahora el Tribunal Constitucional y respalde la legislación sobre el aborto que ella y su equipo pusieron en marcha? 

Es que el Ministerio de Igualdad es una trituradora, diagnostican augustos próceres del tertulianismo, en muchos casos los mismos que la trituran, por cierto. Y si es una trituradora, ¿a qué se debe? ¿No será que sus titulares ponen el dedo en la llaga apenas empiezan a trabajar y eso deja al descubierto lo muy machistas que somos, lo mucho que nos queda por avanzar para que la igualdad entre hombres y mujeres acabe siendo una realidad en instituciones, derechos, costumbres o vida social?  

En eso, en que la desigualdad entre hombres y mujeres disminuyera, fue en lo que empezó a trabajar Aído hace tres lustros y ya sabemos cómo le fue. No podemos tolerar que acabe sucediendo lo mismo con Irene Montero. No se puede pretender que la ministra de Igualdad desaparezca del mapa y de las fotos sin más, -no olvidemos que continúa siendo miembro del Gobierno de coalición-; no se puede pretender que dejemos de hablar del acoso y derribo al que ha sido sometida por las derechas porque hacer eso ahora resulte poco conveniente, o pueda perjudicar los resultados electorales de las izquierdas a la izquierda de los socialistas. 

La lideresa de Sumar no parece haber entendido que si en cada comparecencia pública de aquí al 23J le van a preguntar día sí y día también por la ausencia de Montero en el proyecto que encabeza, puede que lanzar balones fuera y no responder nunca (al menos así ha ocurrido hasta el momento de escribir estas líneas) no sea lo más sensato. 

Irene Montero es un activo poderoso del trabajo que el Gobierno de coalición ha realizado en materia de derechos y libertades. Que el presidente de ese Gobierno la ningunee, y que la vicepresidenta eluda explicar las razones por las que no cuenta con ella es validar de hecho los argumentos de quienes durante tres años y medio se han dedicado a vituperarla sin parar en el Congreso de los Diputados, ponerla verde en tertulias y primeras páginas de periódicos o acosarla a las puertas de su propia casa.  

A pesar de todo esto, la veo con fuerza, transmite ganas y satisfacción con su trabajo y eso es bueno. Como lo es también que en acontecimientos públicos como el del otro día en Madrid durante la celebración del Orgullo, al paso de la carroza desde la que la ministra saludaba, su nombre fuera coreado con afecto y reconocimiento. Aún así no me parece suficiente, porque Irene Montero no es solo Irene, sino lo que simboliza, lo que significan la lucha de la que ha sido cara visible durante tres años y medio, o las leyes tramitadas –sí, la del Sí es Sí también-, y el valor demostrado a la hora de plantar cara al fascismo que a diario pretende intimidarla.  

Que existan quienes han tenido el valor de llamarla “fusible quemado” es tener muy poca vergüenza. Sobre todo porque esos mismos, a las primeras de cambio y si se vuelve a terciar, volverían a hacerle la pelota sin dudarlo.  

Ya está bien de solo valorar y reconocer el trabajo de quien hizo las cosas de manera competente y con sentido de la responsabilidad quince años después de quitarla de en medio. 

J.T.

sábado, 1 de julio de 2023

¿Somos votantes o "hooligans"?


Les importa un pimiento el programa electoral, les da igual que mientan, que roben, que crispen, que odien… son lo suyos y punto. En materia de gustos políticos y, por tanto del color de la papeleta a introducir en las urnas, el personal parece haber decidido comportarse como los hinchas de los equipos de fútbol y no hay nada más que hablar: serán unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta. Esa es la actitud. Censura cero, crítica cero, cuestionamiento cero.

Resultaría infantil y bastante inexacto atribuir a estas alturas las intenciones de voto que reflejan las encuestas a la capacidad de influir en el ánimo ciudadano que pueden tener los medios de comunicación. Ha de haber algo más, aunque parece que desde las izquierdas no se acaba de dar con la tecla, para que una mayoría del común de los mortales en este país se muestre dispuesta a comprar una mercancía tan defectuosa como Alberto Núñez Feijoó o una amenaza tan flagrante para nuestra convivencia en paz como Santiago Abascal.

Tengo la impresión, por no decir la certeza, de que los argumentos que exponen a diario los políticos para conseguir el voto influyen ya muy poco en el ánimo de los presuntos votantes. Las ventajas ciudadanas obtenidas merced a la gestión del gobierno de coalición importan un comino a quienes tienen pensado votar derecha ultra o ultraderecha. Son hinchas antes que ciudadanos.

Los bolos de los políticos vagando de tele en tele no cambian el voto de nadie, a lo sumo afianzan las adhesiones inquebrantables de esta ciudadanía-hooligan en la que nos hemos convertido. Los debates puede que sí influyan, y por eso huye de ellos como de la peste ese mediocre gallego que, con su llegada a la presidencia del PP, es la prueba más irrefutable de la veracidad del principio de Peter.

Estoy rodeado de personas LGTBI que, tras celebrar estos días la fiesta del Orgullo con todas sus ganas y mejor disposición, piensan en cambio votar PP el día 23 o, lo que es peor, a Vox. Conozco pensionistas y jóvenes cuya vida no puede ser ya más precaria que no piensan ir a votar o que, si lo hacen, optarán por las derechas. No alcanzo a acabar de entender qué demonios nos ha pasado. Suele decirse que el estómago y el bolsillo son factores clave para decidir el voto. En las pasadas municipales parece que esta máxima no se cumplió: fueron más bien las emociones las que llevaron a mucha gente a votar contra lo que podía convenir a sus intereses.

Esa olla a presión generadora de odio llamada Madrid ha conseguido colocar en el imaginario colectivo, entre otras muchas cosas, la desgarradora animadversión contra el ministerio de Igualdad; si a alguien se le ocurre hablar bien de Pedro Sánchez lo miran como diciendo de dónde ha salido este; la rabia con las izquierdas y la condescendencia con las derechas se extiende desde el kilómetro cero hacia todo un país que, salvo en Euskadi, Catalunya y algo en Galicia, consume y difunde los argumentarios ultras contribuyendo con ello a la progresión geométrica del rencor y el frentismo.

El Partido Popular ha decidido cruzar todas las líneas rojas tras las elecciones del 28 de mayo. Cruzar todas las líneas rojas y proporcionar a Vox pista libre para sus proclamas antidemocráticas en autonomías como Extremadura, Valencia o Baleares, Comunidad esta última donde presidirán a cambio de acabar con la inmersión lingüística, con la ley Trans o con las políticas progresistas en materias como la inmigración o la violencia de género. Ha decidido el PP cruzar todas las líneas rojas y propiciar gobiernos municipales que se doblan el sueldo a las primeras de cambio y prohíben representar según que obras de teatro o exhibir banderas LGTBI.

Al mismo tiempo que las cruza, Feijoó y sus huestes intentan que la provocación no se note, que tamaños desmanes se perciban lo menos posible hasta conseguir redondear la faena metiéndonosla doblada en las elecciones generales. Lo están haciendo a la luz del día y con escaso disimulo, y el personal continúa apostando por el hooliganismo. Como en el fútbol, que un jugador o un presidente defraude al fisco, sea un delincuente, incluso vaya a la cárcel da igual. Soy del Barça a muerte y al Madrid, ni agua. O viceversa.

Es a veces menor la alegría que les proporciona ganar un partido que el placer que les supone la derrota y la humillación del adversario. “Quiero que el Barça pierda hasta en los entrenamientos”, suelen vociferar muchos madridistas. Cuando estos días percibo la animadversión contra Sánchez o contra el proyecto Sumar me suena a eso mismo. No nos podemos haber vuelto tan locos, ¿verdad? ¿O sí?

Quien quiere quitar derechos no puede tener más hinchas que quien lucha por conseguirlos. De lo contrario, paren el bus que me bajo sin esperar a la próxima parada.

J.T.