Llevan los tertulianos de guardia repitiéndolo todo este mes de agosto y lo cuentan como si estuvieran descubriendo la pólvora: Perdimos el tiempo en primavera -dicen- cuando elucubrábamos sobre pactos y variantes posibles para una imposible investidura. Perdimos el tiempo pensando que una solución era factible. Pues sí, queridos, perdisteis el tiempo con tanta ecuación, tanto caldo de cerebro y tanta paja mental, y lo que es peor: continuáis perdiéndolo ahora. Igual o más. Estamos todos perdiendo miserablemente el tiempo desde el mes de enero mientras los políticos juegan ahora al escondite, ora al mus o al póker, nos vacilan sin pudor o se ríen a carcajadas en nuestra propia cara. Y, como en la canción, nosotros nos empeñamos en continuar preguntándonos cuándo, cómo y dónde para que ellos siempre respondan quizás, quizás, quizás. Y así pasan los días, nosotros desesperando
y ellos contestando
quizás, quizás, quizás.
Cuesta trabajo asistir impasible a esta mascarada, a esta ceremonia de la confusión, a este cuento chino. Nunca fue la política en España más mentira que en este 2016. Nueve meses ya mareando la perdiz, un año perdido para todo lo que soñábamos y un año ganado por los poderosos, que saben que hay momentos históricos en que perder el tiempo es la mejor manera de acabar ganándolo. Se trata de hacer perder la paciencia a quienes queremos que las cosas cambien hasta que, desanimados, exhaustos... cautivos y desarmados, los pocos que se animen a votar en la próxima convocatoria lo hagan para refrendar que las cosas sigan como están y el desastre continúe.
Desorientados, los ciudadanos nos hemos ido cociendo en agosto en el fuego lento de nuestra propia desesperación mientras ellos tan panchos de puente en puente y de playa en playa, haciendo como que se reunían e intentando que nos creyéramos que buscan un acuerdo que ni quieren ni desean. Como en el refrán, "ni se muere ni cenamos". Un año más de desigualdades intolerables, un año más de aumento de la pobreza, de overbooking en Cáritas, de empleos miserables, de contratos laborales de juzgado de guardia... Un año más de corrupción, de recortes, de pérdida de derechos, de deterioro en la sanidad y en la educación públicas...
Nos hemos instalado en un limbo tan desconcertante como sospechoso y de propina, como diría Enric Juliana, los de Podemos haciendo el muerto en la orilla, instalados en aquella indolencia que otrora tanto combatieron. No entiendo nada. A los únicos que entiendo es a los de Ciudadanos, los más cínicos y desvergonzados de todos, pero también los más consecuentes. Nacieron para hacer justo lo que están haciendo, y a fe que están cumpliendo con su papel.
Pero no entiendo a Pedro, ni a Pablo, ni a ningún otro apóstol de los que, ya en el otoño pasado, andaban predicando una buena nueva que ni está ni se le espera. Tampoco entiendo a Mariano, tan ladino y cauto él, presentándose finalmente a una investidura que solo se explica si cuenta con un conejo en la chistera para sacarlo en el último minuto. ¡Ay, cuánto me acuerdo estos días de Tamayo y Sáez, aquellos dos socialistas que, con su cinematográfica ausencia en 2003 del pleno de investidura de Rafael Simancas permitieron la irrupción, cual elefante en cacharrería, de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid.
Hay quien sostiene que el as en la manga de Mariano es el anunciado fracaso del PSOE en las elecciones vascas y gallegas y la posible necesidad del PNV del apoyo del PP para gobernar en Euskadi. A mí la verdad es que tanto ajedrez ya me aburre y me da mucha pereza. ¿Alguien me puede explicar todo este quilombo? Y mientras tanto, como en la canción, "así pasan los días
y yo, desesperando
y tú, tú contestando
quizás, quizás, quizás".
J.T.
Cuesta trabajo asistir impasible a esta mascarada, a esta ceremonia de la confusión, a este cuento chino. Nunca fue la política en España más mentira que en este 2016. Nueve meses ya mareando la perdiz, un año perdido para todo lo que soñábamos y un año ganado por los poderosos, que saben que hay momentos históricos en que perder el tiempo es la mejor manera de acabar ganándolo. Se trata de hacer perder la paciencia a quienes queremos que las cosas cambien hasta que, desanimados, exhaustos... cautivos y desarmados, los pocos que se animen a votar en la próxima convocatoria lo hagan para refrendar que las cosas sigan como están y el desastre continúe.
Desorientados, los ciudadanos nos hemos ido cociendo en agosto en el fuego lento de nuestra propia desesperación mientras ellos tan panchos de puente en puente y de playa en playa, haciendo como que se reunían e intentando que nos creyéramos que buscan un acuerdo que ni quieren ni desean. Como en el refrán, "ni se muere ni cenamos". Un año más de desigualdades intolerables, un año más de aumento de la pobreza, de overbooking en Cáritas, de empleos miserables, de contratos laborales de juzgado de guardia... Un año más de corrupción, de recortes, de pérdida de derechos, de deterioro en la sanidad y en la educación públicas...
Nos hemos instalado en un limbo tan desconcertante como sospechoso y de propina, como diría Enric Juliana, los de Podemos haciendo el muerto en la orilla, instalados en aquella indolencia que otrora tanto combatieron. No entiendo nada. A los únicos que entiendo es a los de Ciudadanos, los más cínicos y desvergonzados de todos, pero también los más consecuentes. Nacieron para hacer justo lo que están haciendo, y a fe que están cumpliendo con su papel.
Pero no entiendo a Pedro, ni a Pablo, ni a ningún otro apóstol de los que, ya en el otoño pasado, andaban predicando una buena nueva que ni está ni se le espera. Tampoco entiendo a Mariano, tan ladino y cauto él, presentándose finalmente a una investidura que solo se explica si cuenta con un conejo en la chistera para sacarlo en el último minuto. ¡Ay, cuánto me acuerdo estos días de Tamayo y Sáez, aquellos dos socialistas que, con su cinematográfica ausencia en 2003 del pleno de investidura de Rafael Simancas permitieron la irrupción, cual elefante en cacharrería, de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid.