Idioma original: inglés
Título original:
The Life and Opinions of Tristram Shandy Gentleman
Traducción: J.A. López de Letona
Año de publicación: 1760-67
Valoración: Muy recomendable
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy se titula así porque… porque así lo quiso Laurence Sterne, un clérigo irlandés del siglo XVIII, dotado de una indiscutible facundia narrativa. Esa es realmente la única razón de ser del título porque, concluidas las quinientas y pico páginas, apenas sabemos nada de la vida y muy poco de las opiniones del caballero Shandy. Sabemos, sí, que el nombre de Tristram le cayó en gracia por el error de una criada; que su nariz quedó perjudicada por el torpe manejo de los fórceps en su alumbramiento; y que a una edad sin definir, seguramente en su juventud, emprendió un viaje a través de Francia del que conocemos unas pocas anécdotas. Eso es lo que el lector llega a conocer de la vida de Tristram Shandy; pero es lo que tiene Sterne, que titula como le da la gana y escribe lo que quiere con libertad absoluta, y esa es justamente la inigualable virtud del libro.
Así que supongo que ya se va viendo que esto no es un relato normal, no sé, la historia o las aventuras de un personaje determinado. El propio Sterne se jacta de su ‘talento digresivo’, porque la digresión es la esencia misma de la obra. Estamos ante un torrente de textos paralelos que desborda todo cauce, y se nota cómo el autor disfruta yéndose por las ramas con el pretexto más nimio, y muchas veces sin necesitar de él. De esta forma, la narración no avanza en absoluto y, como lectores acostumbrados a desarrollos más convencionales, nos sorprendemos al ver cómo se consume más de un tercio del libro, pendientes todavía del nacimiento del supuesto protagonista. Y sin embargo, bien pronto se acostumbra uno a este juego un poco malicioso, y disfrutamos si adoptamos esa actitud tan útil para el lector consistente en dejarse llevar, como lo hizo el público de la época, que brindó una magnífica acogida al libro.
Me permitía llamar supuesto protagonista al caballero Tristram porque a quienes sí tenemos siempre en primer plano es a su padre, Walter, personaje culto, singular y de humor un poco ácido, un artista del silogismo, tan devoto de la filosofía como de interminables duelos dialécticos sobre cualquier asunto que se presente; y su tío Toby, veterano en distintos episodios bélicos, de sencillez y bonhomía sin parangón. Con su charla, recuerdos, opiniones y descabellados proyectos consumen páginas y más páginas en espera de la llegada al mundo de Tristram, acompañados por unos cuantos secundarios que Sterne utiliza a su conveniencia, bien para contrastar la personalidad o los puntos de vista de los Shandy, bien para potenciar su posición. Pero no olvidemos la digresión. Lo que se nos presenta no es para nada una conversación coherente (o varias), sino un despliegue de materiales tan variados como insólitos: la historia de la comadrona que atiende al parto, una larga reflexión sobre el tamaño de las narices, pequeños cuentos que apenas guardan relación con nada, parodias diversas, una teoría determinista de Walter sobre la influencia del nombre de pila en la personalidad, o un sermón completo, al parecer real, del propio Sterne en torno a la conciencia… interrumpido una y otra vez por los mismos personajes.
Ya hemos visto que el pobre Tristram queda privado de todo protagonismo; pero es que ni siquiera tiene el honor de ser el narrador, o casi. En principio el libro está escrito en primera persona, por tanto con hechuras autobiográficas. Pero tampoco aquí Sterne se siente constreñido por las normas, y la voz del narrador oscila libremente entre el personaje y el propio autor. No sólo eso. La osadía llega hasta trascender el límite del propio texto e involucrar de forma directa al lector, a quien se interpela con frecuencia, y se convoca (o provoca) no solo a opinar, sino a completar el relato a su manera. Sterne no consiente un lector pasivo, quiere mantenerlo alerta, le pregunta, le señala (literalmente, con el dibujo de una mano con el índice apuntando) frases o pasajes que considera relevantes, marca con guiones o asteriscos párrafos que el lector debe rellenar a su gusto, y hasta intercala páginas en blanco invitando a su colaboración. Literatura interactiva como pocas veces se ha visto, y juraría que ninguna en épocas anteriores a este libro.
Tenemos entonces un relato que apenas habla sobre el personaje que se suponía protagonista, que carece por completo de desarrollo y se dedica a acumular multitud de materiales colaterales, en el que no está claro quién es el narrador y quién el autor, y que además involucra al lector de forma expresa y sin complejos. Pero hay todavía más. El repertorio de innovaciones formales incluye capítulos de una o dos líneas, otros colocados en desorden, repeticiones, una representación gráfica de la intensidad de pasajes anteriores del libro, un cuento que no se llega a contar, un dibujo de los movimientos de bastón que acompañan al orador. Mucho, ¿eh? ¿Les vienen a ustedes a la cabeza autores vanguardistas, rompedores? ¿Cortázar, Joyce…?
‘Al diantre las reglas que me obligan a tener que contar así este asunto –si es que hay alguna-. Sé de sobra que lo hago todo al margen de toda preceptiva y si me la tropezase, la cogería, la destrozaría y la echaría al fuego después.’ Más claro, agua.
Podemos deducir por tanto que este clérigo, aparte de cantidades industriales de ironía y bastante malicia, y de un impulso irresistible de escribir sin parar, era un auténtico revolucionario de las letras, un visionario que se anticipó siglo y pico a los más brillantes autores que exploraron los límites de la literatura. Pero me atrevería a decir que nada más lejos de su intención. Todo este aluvión de elementos dispares, esta gran oleada de atrevimiento, se presentan con tanta naturalidad que no hacen pensar en una exploración racional de fórmulas literarias, sino en la genialidad innata de alguien que se divierte escribiendo. Sterne busca –con éxito, desde luego- el entretenimiento de un público amplio, mantener la atención del lector a lo largo de las sucesivas entregas de los nueve volúmenes; y, si al tono lúdico que domina todo el texto le añadimos la multitud de notas eruditas que lo salpican, la conclusión cuadra al cien por cien en la vieja máxima de ‘docere et delectare’. Sobre el primero de los elementos poco puedo decir; pero el segundo lo cumple el Tristram Shandy con toda solvencia.
P.D: También podríamos hablar de las influencias, Cervantes, Rabelais, Sterne y los críticos, las traducciones... Pero en algún momento hay que parar.