Triunfo Arciniegas
Males
11 de marzo de 2025
Un cuento extraordinario de Jhumpa Lahiri, “El intérprete de enfermedades”, trata de los paciente que acuden al médico en un país cuya lengua no dominan y necesitan los servicios de un intérprete. No es exagerado pensar que su suerte está más en las manos del intérprete que las del mismo médico. Un error de traducción puede ser mortal.
Temo a los males cuando viajo. Más de un mes estuve bien y ahora que unos días primaverales se imponen en Roma al final del invierno me atrapa el traicionero abrazo del oso. No ha sido un descuido: no me han faltado las bufandas, el sombrero, las ropas adecuadas, las botas. De calidad italiana, por supuesto, exceptuando el pintoresco sombrero azul, baratija de un almacén chino.
Alguna vez pasé tres días solo y enfermo en un hotel de Santiago de Chile. El país, que ya es suficientemente frío y desabrido, empeora con la enfermedad. Otra vez tuve quedarme en un hotel bogotano en vez de cumplir con los diversos compromisos de la feria del libro. Me sentí en pleno proceso de transformación kafkiana. Alguna vez caí fulminado por algo que comí en un restaurante del centro histórico de Ciudad de México. Un veneno azteca o algo así. Venía de un amargo carnaval de Veracruz y había pasado por un compleaños sin festejo. Soledad y lejanía vuelven la situación aún más miserable. Ocho años atrás, en Barcelona, me salieron poporotes en la cabeza y se me agrandaron las orejas. Hay fotos. Por Google, en Bologna, nos enteramos que se debía al estrés. “Para que no andes con malas mujeres”, se burlaba Claudia, muerta de risa, y no se refería a ella sino a una que no se portó a la altura.
Hay otros casos, vergonzosos y difíciles de olvidar. Nadie elige las fechas de sus males. Sabemos que el monstruo recorre el mundo, pero esperamos pasar desapercibidos. Que al menos esta vez no nos atrape. Tomamos precauciones, algunas razonables y otras absurdas, y hasta nos escondemos detrás de la puerta. Pero puede que, al ver la casa vacía, el monstruo se lleve precisamente al pendejo que se escondió detrás de la puerta. Sucede en las historias, sucede en la vida.
Viajo con algunos remedios, pero no todos, por supuesto. Extraño el Montelukas para combatir la tos que me azota desde ayer, y las hierbas con agua de panela para la gripa. Y mi cama. Y mi gato. Y hasta mi televisor. Extraño tenderme a ver una serie de Netflix sin ninguna tarea pendiente. Carajo, me pegó la nostalgia.
Pasé mala noche. Para el dolor de cintura traje unas gotas mágicas, por suerte. Pero los males, de tan diversa naturaleza, se comportan como bandidos en oscuros callejones y asaltan sin piedad cuando uno ni se imagina. Me dicen que acá solo venden los medicamentos con fórmula, como en Estados Unidos. Tocar no es entrar. Con la intención de cruzarme con una farmacia, fui a la estación central de Ostia en el autobús y tomé el Metromare en Lido Centro hasta Piramide. De ahí seguí en la línea B hasta la estación Colosseo. Y ahí estaba una de las maravillas del mundo. Aparte de que la entrada debe pagarse con tarjeta, no me sentí con fuerzas para hacer el recorrido. El malestar acaba la emoción del viaje. Hice unas fotos como por no dejar y decidí volver a Ostia a buscar la farmacia: línea B con dirección Laurentina y otra vez los treinta minutos del Metromare.
De nada sirven los monumentos de un pasado esplendoroso en un mal día. Ningún alivio viene de mezclarse con los numerosos grupos de turistas, viejos y jóvenes, o de aturdirse con la algarabía de tan distintas lenguas. La mayoría viaja en grupos, como niños de primaria. Monumento tras monumento, ciudad tras ciudad, país tras país, siguen como ovejas al guía parlanchín que mantiene en alto una vara con la bandera que identifica al hotel o la agencia de viajes, y vuelven a casa con una incomible sopa de paisajes y datos.
Así que volviendo al corazón de este episodio desafortunado, las cosas empeoran cuando se padecen los males en otro idioma. Ho tosse e influenza. Per favore, cosa posso prendere. Algo así dije en una de las farmacias de Ostia. Una anciana muy seria tuvo la gentileza de atenderme. Entendí algo de tres dosis y cucharadas grandes. Grazie mille, con la mano en el corazón. Salí con un jarabe y unas pastillas y unas ganas de comer algo. Por suerte ayer preparé unas pastas.
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