Largo ha sido este
verano climatológicamente hablando. Pero todo se acaba en esta vida, y ayer
tocó retirar los ventiladores que al grito de ¡una de ventiladores! había
colocado el pasado dos de julio.
Si es verdad que
empezamos tarde a utilizarlos, también es cierto que hemos aguantado con ellos
adentrado el otoño. Pero ha cambiado el tiempo, y ahora hay que empezar a
preparar la calefacción. Llega el tiempo de los radiadores.
Así que de mañanita,
sin prisa pero sin pausa, he desmontado uno por uno cada artefacto y los he
colocado en el trastero, en el último rincón, para que no estorben y estén
listos si el verano del año que viene exige volver a instalarlos.
Vuelve a estar el
templo parroquial desnudo de cachivaches y con lo justo y necesario para
nuestras cosas. Lo que no se usa termina por estorbar, y ahora van a hacer
falta calorías, no frigorías; aire caliente, no buenos aires.
De todas las maneras,
no hay prisa por encender aún la caldera. Por aquí somos muy ardorosos, y,
puesto que no tenemos a la entrada del recinto servicio de guardarropía, es
mejor que la temperatura sea la justa, así no se llenan los bancos de gabanes y
otras prendas de abrigo, que el personal se quita de encima en cuanto empezamos
con el canto inicial.
Además, estas cosas
hay que utilizarlas en su justa medida. Excesos de ventilación en verano o de
calefacción en invierno, además de hacernos incómodo estar, son una
contribución inútil e innecesaria a la contaminación que ya tenemos en nuestro
medio ambiente. Europa, dicen los expertos, enferma por respirar aire sucio,
dañino. Y, aunque somos ciudadanos de las afueras, mucho nos toca del 90% de la
población que peor lo tiene por vivir en ciudades.
Me gustaría terminar
ahora como otras veces, con una moraleja. Pero no se me ocurre ninguna. Sólo un
chascarrillo tontorrón, si se me permite. Al ver el amasijo de ventiladores en
aquel rincón de arriba de la nave almacén, me acordé de cuando fui cura rural;
en un aparte de los bajos de la torre de la iglesia, lleno de polvo y de telas de araña, había un pequeño ejército de
santos, unos enteros y otros con faltas, que dormían el sueño de los justos, a
la espera de que alguno de los que estaban en uso se estropease o fuera
solicitado para algún otro lugar. Aquí como no tenemos de eso, no necesitamos repuesto.