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En la madrugada del día 16 de noviembre de 1989


Un pelotón del ejército salvadoreño entró en la universidad de los jesuitas de San Salvador, la UCA, y asesinó a todos los que pillaron. Seis profesores jesuitas y dos mujeres empleadas de la universidad cayeron bajo las balas. No hay duda de por qué ocurrió aquello, aunque la justicia humana aún sigue dándole vueltas al asunto.
Hubo un superviviente: Jon Sobrino. Él, desde entonces, responsable por dar testimonio y fe pública de aquel suceso, no ha cejado en el empeño por mantener viva su memoria.
Estas son sus palabras, en una conferencia en la universidad de Santa Clara, California, y es también mi ofrenda y homenaje, en este 25º aniversario, a todos ellos:


Comenzamos con los seis jesuitas. Después de Medellín, 1968, y tocados por el sufrimiento del pueblo se convirtieron. Aceptaron que ser jesuita es luchar, no sólo trabajar. Luchar por la fe, y más sorprendente aún, luchar por la justicia. Así lo exigía la realidad y así lo dijo la CG XXXII (D 2. 2). Su muerte confirmó lo que la misma congregación había previsto lúcidamente: "No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio" (D 4. 46).

Los mártires de la UCA lo hicieron cada uno según sus talentos, y es bueno recordarlo para que todos nos podamos sentir cuestionados y animados. Permítanme detallarlo mínimamente.
Ellacuría, 59 años, filósofo y teólogo, rector. Repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados. Puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y para conseguir una paz negociada.
Segundo Montes, 56 años, sociólogo, fundador del Instituto de Derechos Humanos. Se concentró en el drama de los refugiados dentro del país y sobre todo de los que tenían que abandonarlo, los emigrantes, que entonces huían de la represión violenta y ahora del hambre y la falta de trabajo. Los visitaba en los campos de refugiados en Honduras.
Ignacio Martín-Baró, 44 años, psicólogo social, pionero de la psicología de la liberación, fundador del Instituto de Opinión Pública de la UCA para facilitar que se conociese la verdad y dificultar que ésta quedara oprimida por la injusticia. Cada fin de semana visitaba comunidades suburbanas y campesinas con las que celebraba la eucaristía.
Juan Ramón Moreno, 56 años, profesor de teología, maestro de novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. En Nicaragua participó en la campaña de alfabetización. Amando López, 53 años, profesor de teología, antiguo rector del seminario de San Salvador y de la UCA de Managua. En ambos países defendió a perseguidos por regímenes criminales, a veces escondiéndolos en su propia habitación.
Por último Joaquín López y López, 71 años, el único salvadoreño de nacimiento, hombre sencillo y de talante popular. Trabajó en el colegio y fue el primer secretario de la UCA en 1965. Después fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares para los más pobres.
Fueron muy distintos, pero todos ellos fueron seguidores de Jesús y jesuitas. Es lo que nos dejan. En ellos podemos mirarnos para saber lo que debemos ser y hacer. Digamos una palabra sobre lo que fue más suyo.
Seguidores de Jesús. Reprodujeron en forma real, no intencional o devocionalmente, la vida de Jesús Su mirada se dirigió a los pobres reales, aquellos que viven y mueren sometidos a la opresión del hambre, la injusticia, el desprecio, y a la represión de torturas, desaparecimientos, asesinatos, muchas veces con gran crueldad. Y se movieron a compasión. "Hicieron milagros", poniendo ciencia, talentos, tiempo y descanso, al servicio de la verdad y de la justicia. Y "expulsaron demonios".
Ciertamente lucharon contra los demonios de fuera, los opresores, oligarcas, gobiernos, fuerza armada, y de ellos defendieron a los pobres. No les faltaron modelos, Rutilio Grande y Monseñor Romero. Y fueron fieles hasta el final, en medio de bombas y amenazas, con misericordia consecuente. Murieron como Jesús, y han engrosado una nube de testigos, cristianos, religiosos, también agnósticos, que han dado su vida por la justicia. Estos son los "mártires jesuánicos", referente esencial para los cristianos y para cualquiera que quiera vivir humana y decentemente en nuestro mundo. Su bautismo fue de Espíritu de sangre y siguieron a Jesús.
Con el espíritu de san Ignacio. En este punto me voy a detener un poco más pues hoy se habla mucho de espiritualidad ignaciana. Creo que nos pueden ayudar a historizar a san Ignacio ciertamente en el tercer mundo y a hacerlo útil para comprender mejor a Jesús.
El otro Ignacio, Ellacuría, hizo una relectura de los Ejercicios desde la realidad del tercer mundo. Tres puntos me parecen fundamentales, y pueden fungir como presupuestos ignacianos de la opción por los pobres y la lucha por la justicia.
1) Mirar la realidad de nuestro mundo y captarla como "pueblos que están crucificados". Ante ellos la reacción fundamental -sin necesidad de discernimiento- es "hacer redención".
2) Ser honrados con nosotros mismos, jesuitas, y preguntarnos "qué hemos hecho para que esos pueblos estén crucificados y qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz".
3) Tomar en serio -quizás lo más difícil y menos frecuente- que hay dos modos de caminar en la vida, de ser jesuitas, construir la sociedad y la universidad.


Son caminos opuestos y están en pugna. Uno es el camino de la pobreza, que lleva a oprobios y menosprecios; hoy diríamos humillaciones, difamaciones, amenazas; y de ahí a la humildad, a la hondura de lo humano, a la verdadera vida. El otro es el camino de la riqueza, que lleva a los honores mundanos y vanos; hoy diríamos al prestigio entre los grandes de este mundo; y de ahí a la arrogancia, a una vida falseada, personal e institucional. En resumen, uno conduce a la salvación -humanización- y el otro a la perdición -deshumanización. Se trata de ganar o perder la vida, como dice Jesús. Y de estar dispuestos a pagar el precio.
En términos de estructuras, Ellacuría insistía en que hay que elegir entre una civilización de la pobreza -afín a una civilización del trabajo- y una civilización de la riqueza -afín a una civilización del capital. Ésta, que predomina en el mundo, ha generado una civilización gravemente enferma. Aquélla, la que hay que construir, puede revertir la historia y sanar la civilización.
Estos tres puntos: pueblo crucificado, necesidad de liberación, camino de la pobreza -más la honradez con nosotros mismos- son, en mi opinión, lo que más resplandece en la ignacianidad de los mártires de la UCA y lo que mejor explica por qué acabaron como acabaron. En la tradición de san Ignacio ciertamente hay otras muchas cosas importantes a tener en cuenta: el "magis", "a mayor gloria de Dios", "en todo amar y servir", "el bien cuanto más universal más divino" -todo lo que se menciona con frecuencia en la explosión ambiental de ignacianidad que hoy existe.
Los tres puntos que hemos mencionado son más fácilmente comprensibles, también por los no iniciados en ignacianidad, y ciertamente por los pobres. Y en mi opinión tienen menos peligro de perderse en el ámbito de lo conceptual e intencional. Expresan realidades claramente históricas y verificables.
En este contexto me parece oportuno recordar un hecho singular: los mártires de la UCA nunca discernieron si era voluntad de Dios permanecer en el país, con riesgos, amenazas y persecuciones, o salir. Ni se les ocurrió. Para ver cuánto de explícitamente ignaciano había en ese proceder pienso que hay que ir al primer tiempo de hacer elección: "sin dubitar ni poder dubitar" (Ejercicios n. 175). Hay que preguntarse "que movía y atraía la voluntad". Si era "Dios nuestro Señor" comunicándose al alma, como en la formulación de san Ignacio, o si eran realidades históricas: "el sufrimiento del pueblo", que no dejaba vivir en paz; "la vergüenza que daba abandonar al pueblo"; "la fuerza cohesionante de la comunidad"; "el recuerdo enriquecedor de Monseñor Romero, de nueve sacerdotes y cuatro religiosas asesinadas"; incluso el "haberse acostumbrado a la persecución". Pienso que todo ello movía la voluntad e iluminaba las decisiones y el camino a seguir. En el lenguaje de los ejercicios, en ello y a través de ello Dios estaba realmente causando el sin dubitar ni poder dubitar. Pero Dios no actuaba a través de cualquier cosa, sino de las que hemos mencionado.
El Espíritu de Dios mueve a caminar, pero su fuerza pasaba a través del pueblo sufriente. Así ha parafraseado Pedro Casaldáliga el conocido poema de Antonio Machado: Camino que uno es,/ que uno hace al andar./ Para que los atascados/ se puedan reanimar./ Haz del canto de tu pueblo/ el ritmo de tu marchar.
Así, pienso yo, discirnieron los jesuitas de la UCA. Se dejaron atraer y llevar por la realidad. Es la sinergia de Dios y del pueblo sufriente. Y no se me ocurre otra manera de explicar por qué se quedaron.
Quisiera terminar esta reflexión sobre su ser jesuitas recordando que "murieron en comunidad". Pudo no haber sido así, y pudiera haber sido asesinado sólo Ellacuría, el enemigo principal. Pero hay una verdad importante -providencial si se quiere-, en que su muerte fuese "en comunidad". Así había sido su vida y trabajo, con alegrías y tensiones, con virtudes y pecados, pero siguiendo una sola línea bien trazada. Y así expresaron que la Compañía está hecah de "todos". Es "cuerpo", no suma de individuos, algunos de ellos geniales, otros normales.
Esta comunidad de seis jesuitas se integró en una comunidad mayor, el cuerpo de la Compañía universal. 49 son los jesuitas que han muerto en el tercer mundo, asesinados de una u otra forma, después de la CG XXXII. Entre ellos se cuentan tres estadounidenses. Francis Louis Martiseck, 66 años, nacido en Export, Pennsylvania, muerto por arma de fuego en Mokame, India, 1979; Raymond Adams, 54 años, nacido en New York, muerto por arma de fuego en Cape Coast, Ghana, 1989; Thomas Gafney, 65 años, nacido en Cleveland Ohio, asesinado en Katmandú, Nepal, 1997.
No es infrecuente recordar "las glorias de la Compañía", las reducciones del Paraguay, Mateo Ricci en China... Hoy, estos mártires, unos más famosos, otros menos, son la gloria de la Compañía. Y sobre todo son ellos los que mantienen a la Compañía con vida. Una semana después del asesinato del Padre Rutilio Grande el Padre Arrupe escribió:
"Éstos son los jesuitas que necesita hoy el mundo y la Iglesia. Hombres impulsados por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o de clase. Hombres que sepan identificarse con los que sufren, vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos, hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario" (19 de marzo, 1977).


+ La gracia de los mártires
Hemos recordado a mártires. Su vida y su muerte son de gran dureza, y por eso mis palabras pueden sonar fuertes. Pero también es verdad que a ellos se dirigen las bienaventuranzas de Jesús. Y que para nosotros son -pueden ser- una bendición: nos animan a entregarnos a los demás y a tener esperanza, ánimo que no se encuentra, con esa fuerza, en ninguna otra parte, ni en la liturgia ni en la actividad de la academia.
En navidad decimos que en Jesús de Nazaret "ha aparecido la benignidad de Dios". En semana santa escuchamos en boca de Pilato que ese Jesús es "el hombre verdadero", "el que cargó con la realidad por amor a los pequeños". De ahí el "ecce homo". Ambas cosas, la aparición de Dios y de lo humano en un mundo en oscuridad es una buena noticia.
Eso es lo que celebramos en este acto universitario. Los seis jesuitas de la UCA nos llevan en su fe, de la que podemos tener alguna noticia, aunque sea caminando en silencio y de puntillas. Julia Elba y Celina nos llevan en la suya, pero de manera distinta. Yo al menos, no puedo entrar hasta el fondo en su misterio. Pero Dios sí les conoce y ellos -Dios sabe cómo- nos llevan a Dios.
Y contra toda ciencia y prudencia, los mártires generan esperanza. Miles de campesinos pobres, con familiares muertos, se juntan la víspera del 16 de noviembre en la UCA para celebrar unos con otros, rezar y cantar. Jürgen Moltmann lo ha teorizado muy bien: "no toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús, quien, por amor, tomó sobre sí la cruz".
Termino. Quiero agradecer muy sinceramente a la Universidad de Santa Clara por la oportunidad que me ha dado de dirigirles estas palabras. Me han permitido hacer presente de algún modo el sufrimiento y la esperanza de un pueblo admirable y la memoria de mis hermanos y hermanas de la UCA. También quiero agradecerles el honor personal que me hacen. Me remite al cariño que me mostraron hace veinte años. Y lo interpreto como símbolo de solidaridad de esta Universidad con la UCA y con todo el pueblo salvadoreño.
+ Mis palabras finales son las que escribí aquí hace veinte años
Descansen en paz Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Matín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, compañeros de Jesús. Descansen en paz Julia Elba y Celina. hijas muy queridas de Dios. Que su paz nos transmita a los vivos la esperanza, y que su recuerdo no nos deje descansar en paz.
Jon Sobrino



Para más información, coloco aquí el artículo de Juan José Tamayo publicado en El País el pasado día 14 de noviembre:
Ellacuría vive
"Ellacuría debe ser eliminado y no quiero testigos". Fue la orden que dio el coronel René Emilio Ponce al batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. La orden se cumplió la noche del 16 de noviembre de 1989 en que fueron asesinados con premeditación, nocturnidad y alevosía seis jesuitas y dos colaboradoras, madre e hija, Elba y Celina, esta de 15 años en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de San Salvador (UCA). Entre los asesinados se encontraba el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA, discípulo de Zubiri y editor de algunas de sus obras. Era filósofo y teólogo de la liberación, científico social e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos, cuatro dimensiones que son difíciles de encontrar y de armonizar en una sola persona, pero, en este caso, convivieron no sin conflictos internos y externos, y se desarrollaron con lucidez intelectual y coherencia vital.
"Revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección", "sanar la civilización enferma", "superar la civilización del capital", "evitar un desenlace fatídico y fatal", "bajar a los crucificados de la cruz" (son expresiones suyas) fueron los desafíos a los que quiso responder con la palabra y la escritura, el compromiso político y la vivencia religiosa. Y lo pagó con su vida.
25 años después de su asesinato Ellacuría sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente. En 1990 y 1991 aparecieron dos de sus libros mayores: Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, de la que es editor junto con su compañero Jon Sobrino, entonces la mejor y más completa visión global de dicha corriente teológica latinoamericana, y Filosofía de la realidad histórica, editada por su colaborador Antonio González, cuyo hilo conductor es la filosofía de Zubiri, pero recreada y abierta a otras corrientes como Hegel y Marx, leídos críticamente. Es parte de un proyecto más ambicioso trabajado desde la década de los setenta del siglo pasado y que quedó truncado con el asesinato. Posteriormente la UCA publicó sus Escritos Políticos, 3 vols., 1991; Escritos Filosóficos, 3 vols., 1996, 1999, 2001; Escritos Universitarios, 1999; Escritos Teológicos, 4 vols., 2000-2004.

En el cuarto de siglo posterior a su asesinato se han sucedido ininterrumpidamente los estudios, monografías, tesis doctorales, congresos, conferencias, investigaciones, cursos monográficos, círculos de estudio, Cátedras universitarias con su nombre, que demuestran la "autenticidad" de su vida y la creatividad y vigencia de su pensamiento en los diferentes campos del saber y del quehacer humano: política, religión, derechos humanos, universidad, ciencias sociales, filosofía, teología, ética, etc.
Lo que descubrimos con la publicación de sus escritos y los estudios sobre su figura es que Ellacuría tuvo excelentes maestros: Rahner en teología, Zubiri en filosofía, monseñor Romero en espiritualidad y compromiso liberador, de quienes aprendió a pensar y actuar. Pero su discipulado no fue escolar, sino enormemente creativo, ya que, inspirándose en sus maestros, desarrolló un pensamiento propio y él mismo se convirtió en maestro, si por tal entendemos no solo el que da lecciones magistrales en el aula, sino, en expresión de Kant aplicada al profesor de filosofía, el que enseña a pensar. Ellacuría parte del pensamiento de sus maestros, pero no se queda en ellos; avanza, va más allá, los interpreta en el nuevo contexto y, en buena medida, los transforma. Su relación con ellos es, por tanto, dialógica, de colaboración e influencia mutuas. Sus obras así lo acreditan y los estudios sobre él lo confirman.

Teología 

Su colega y amigo Jon Sobrino ha escrito páginas de necesaria lectura sobre el "Ellacuría olvidado", en las que recupera tres pensamientos teológicos fundamentales suyos: el pueblo crucificado, el trabajo por una civilización de la pobreza, superadora de la civilización del capital y la historización de Dios en la vida de sus testigos, que Ellacuría acuñó con una aforismo memorable: "Con monseñor Romero Dios pasó por la historia". Ellacuría entiende la teología de la liberación como teología histórica a partir del clamor ante la injusticia, establece una correcta articulación entre teología y ciencias sociales y asume un compromiso por la transformación de la realidad histórica desde los análisis políticos y desde su función como mediador en los conflictos. Son tres aspectos que desarrolla José Sols Lucia. El teólogo austriaco Sebastián Pittl recupera la primera idea destacada por Jon Sobrino y la interpreta teológicamente: la realidad histórica de los pueblos crucificados como lugar hermenéutico y social de la teología. Asimismo hace una lectura de la concepción ellacuriana de la espiritualidad radicada en la historia desde la opción por los empobrecidos
El resultado es una teología posidealista cuyo método no es el trascendental de sus maestros, sino la historización de los conceptos teológicos y el punto de partida, la praxis histórica. La teología de Ellacuría tiene un fuerte componente ético-profético. Aplicándole a ella la consideración lévinasiana de la ética como filosofía primera, bien podría decirse que, para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética.

Filosofía

El objeto de su filosofía es la realidad histórica como unidad física, dinámica, procesual y ascendente. De aquí emanan los conceptos y las ideas fundamentales de su pensamiento: historia (materialidad, componente social, componente personal, temporalidad, realidad formal, estructura dinámica), praxis histórica, liberación y unidad de la historia. Su método es la historización de los conceptos filosóficos para liberarlos del idealismo y de la idealización en que suelen incurrir la filosofía y la teoría universalista de los derechos humanos. H. Samour, uno de sus mejores intérpretes y especialistas, reinterpreta al maestro relacionando su pensamiento con la realidad histórica contemporánea, al tiempo que considera la filosofía de la historia como filosofía de la praxis. Recientemente se está desarrollando una nueva línea de investigación del pensamiento filosófico de Ellacuría: la que hace una lectura pluridimensional con las siguientes derivaciones creativas, que enriquecen, recrean y reformulan su filosofía:
a) Su conexión con la dialéctica hegeliano-marxista, que implica analizar la concepción que Ellacuría tiene de la dialéctica, la utilización del método dialéctico en su análisis político e histórico, y la dialéctica entre historia personal -biografía- e historia colectiva -el pueblo salvadoreño-, en otras palabras, el impacto y la capacidad transformadora de su vida y de su muerte en la historia de El Salvador (Ricardo Ribera).
b) Su conexión con la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, que integra dialécticamente las diferentes disciplinas dando lugar a un conocimiento emancipador, así como su incidencia en la negatividad de la historia (L. Alvarenga).
c) Su conexión con la filosofía utópica de Bloch en uno de los últimos textos más emblemáticos de Ellacuría: "Utopía y profetismo en América Latina" (Tamayo).
d) Su original teoría del "mal común" como mal histórico, la crítica de la civilización del capital y las diferentes formas de superarla (Hector Samour).
e) La recuperación filosófica del cristianismo liberador (Carlos Molina).
f) La fundamentación moral de la actividad intelectual y la relevancia del lugar de los oprimidos en los diferentes campos y facetas de quehacer teórico (J. M. Romero).

Teoría crítica de los derechos humanos

Ellacuría ha hecho aportaciones relevantes en el terreno de la teoría y de la fundamentación de los derechos humanos. Cabe destacar a este respecto su contribución a la superación del universalismo jurídico abstracto y de una visión desarrollista de los derechos humanos, y a la elaboración de una teoría crítica de los derechos humanos (J. A. Senent, A. Rosillo).
El pensamiento de Ellacuría no es intemporal, sino histórico, y debe ser interpretado no de manera esencialista (aun cuando algunas de sus primeras obras escritas bajo el discipulado escolar y la influencia de Zubiri tuvieron esa orientación), sino históricamente, en diálogo con los nuevos climas culturales. Así leído e interpretado puede abrir nuevos horizonte e iluminar la realidad histórica contemporánea.

Conversión de la Iglesia al reino de Dios. Ignacio Ellacuría. Sal Terrae, Santander 1984
Conceptos fundamentales de la teología de la liberación
, 2 vols. Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1990
Filosofía de la realidad histórica
.  Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1991
El legado de Ignacio Ellacuría. José Sols Lucia. Cuadernos Cristianisme i Justicia, Barcelona 1998
Crítica y liberación. Ellacuría y la realidad histórica. H. Samour. ADG-N LIBROS, València 2013
La realidad histórica del pueblo crucificado como lugar de la teología. Sebastian Pittl. ADG-N LIBROS, 213
Ignacio Ellacuría. Utopía y teoría crítica. J. J Tamayo y L. Alvarenga (dirs.) Tirant lo Blanch, València 2014
La lucha por la justicia. Selección de textos de Ignacio Ellacuría, ed. de J. A. Senent de Frutos, Universidad de Deusto, Bilbao 2013

Casi se me pasa… pero no

 

Hace ya… VEINTICUATRO AÑOS que mataron con muerte alevosa a unas bellísimas personas por ser consecuentes con su fe y con su compromiso con el pueblo hasta el final.
Como dice el autor bíblico, “que se me pegue la lengua al paladar si me olvido de ti, que se me paralice la mano derecha” (Salmo 135). Tengo bien vivos en la memoria vuestros nombres: Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Celina y Elba, Amando y Juan Ramón, Joaquín y Segundo. Ahora estoy seguro de que están grabados en las palmas de las manos del Buen Padre (Is 49, 16).
Fuisteis mucho más que meros escuchas de la Palabra. «Os perseguirán por mi nombre, y los que os maten creerán que dan culto a Dios» (Jn 15, 26ss.). Asumisteis que «hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre» (Lc 21, 18).
Porque estabais convencidos de que «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21, 19).
Hicisteis bueno lo que dice Pablo: «El que no trabaja, que no coma» (1 Tes 3, 7-12). Con sangre, sudor y lágrimas ganasteis vuestro sustento. Ahora estáis delante de todos nosotros y lo más importante, delante del Cordero, con vuestras túnicas blancas y palmas en vuestras manos, porque ya pasasteis la gran tribulación. (Cfr. Ap 7)
Tiempos difíciles, inciertos, que aún continúan, y que ojala terminen, porque aunque haya luz, “aún es de noche”.

Santos de toda santidad


El Salvador 16/9/1989 - Ntra. Sra. de Guadalupe 16/9/2012


EL INGENIOSO HIDALGO DON IGNACIO ELLACURÍA, EL SIN MANCHA
(Este poema formó parte del poemario “Poesía de la Liberación”, ganador del primer lugar en el Certamen de Poesía Mártires de la UCA, 2007)


En un lugar de esta mancha,
cuyo nombre sería bueno recordar,
vivió un cristiano sincero,
fiero pensante y fiel denunciador
de las injusticias…
Por estandarte
siempre tuvo la razón,
y por caballo su fe.
Se dice que luchó
contra la violencia
buscando siempre el bienestar
de su gran amor:
El Pueblo.
Enfrentose a los molinos
de la Represión,
y nunca se confió de lo evidente,
pues es allí donde los encantadores
siempre atacan,
por donde nunca nadie prevee.
Un día lo mataron
y le dispararon en la cabeza…
¡Y qué molinos tan tontos,
porque su historia nunca será olvidada!

Bienaventurados porque aman


 


Al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros». (Evangelio de Mateo 5, 1-12)


En la década de los 80, la sociedad salvadoreña sufrió una guerra encarnizada que dejó más de 500.000 personas asesinadas, desaparecidas o desplazadas. Al final de ese período, el 16 de noviembre de 1989 en el Campus de la Universidad Centroamericana UCA, fueron asesinados para acallar su compromiso intelectual y vital por la justicia y las mayorías populares, los jesuitas Ignacio Ellacuría, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes y las colaboradoras de la comunidad Elba Julia Ramos y su hija Celina Maricet Ramos.
http://www.uca.edu.sv/martires/new/indice.htm

Ignacio Martín Baró en su Comunidad de Jayaque

 
Bienaventurado Nacho,
que tuviste la suerte de recibir
de esas manos endurecidas
el fruto del esfuerzo de quien
sólo tiene bajo el sol
un presente de sudores,
miedo, familia que alimentar,
y la Presencia que todo lo sostiene.

Bienaventurado Nacho,
que escogiste la mejor parte,
la del amor desmedido,
la de la entrega total,
la del corazón descentrado,
la del saber despreciado
por los sabios ignorantes,
la de la riqueza que nada ansía.

Bienaventurado Nacho,
que dejaste aquí
familia, posición y futuro;
y te abajaste para servir
con los bolsillos vacíos,
con sólo el corazón;
y te trasplantaron de patria
con la mochila repleta.

Bienaventurado Nacho,
que no moriste solo,
aunque esa muerte matada
no la deseabas aún, era pronto, decías;
tu familia estuvo contigo,
tus familiares te siguen teniendo;
el pueblo que te adoptó
no consiente perderte.

Bienaventurado Nacho,
con la estola sobre el alba,
recibiendo la ofrenda presentada
por quien la trabajó con alegría;
el rito y la liturgia eran tu vida;
la oración, tu ciencia compartida,
tu sonrisa franca y espontánea;
tu mística, la liberación.

Bienaventurado Nacho,
santo sin peana ni corona,
que dejaste a la santidad del pueblo
contagiarte y transformarte;
de los pobres fuiste mensajero
implantando el Reino de Dios,
y los niños y gente sencilla
en ti encontraron consuelo y valor.

Bienaventurado Nacho,
y sus voces lo proclaman,
eres su mártir querido,
estás vivo en la comunidad;
Jayaque lo cantaba y lo reza:
tu cuerpo destruido
es semilla de esperanza,
tu espíritu en ellos
clama por la justicia y la paz.

Bienaventurado Nacho,
porque me hiciste dichoso
cuando tras la eucaristía
te dejaste llevar y traer
recorriendo calles y parques
que dejaste en la niñez;
volviste a retomarlos
y te vimos disfrutar.

Bienaventurado Nacho,
santo pequeño y cabal;
volviste salvadoreño,
pero hablabas castellano,
y tu voz y tu gesto eran
los de Juan bautizador;
no cambiaste el dicho claro,
al pan, pan, al vino, vino.

Bienaventurado Nacho,
te rezo al recordarte,
y lamento tu ausencia
ahora que en tu antigua casa
pintan bastos y muerte y maras
y sigue la pobreza y la emigración
y nada parece haberse logrado
tras tanta muerte y dolor.

Bienaventurado Nacho,
perdona la estupidez
de escribirte de esta forma;
no soy nada versoleador,
pero entre la emoción y el recuerdo,
ante la foto y tu gesto,
no he sabido articular palabra
salvo así, como lo ves, susurrando.

Bienaventurado Nacho,
no te impacientes, ya lo dejo.
Alicia, bien, a Dios gracias,
y lo demás por aquí también;
seguimos en la brecha roturando,
que los campos tienen hambre
y sed los cuerpos todos:
llegará la cosecha, seguro.
 

Manteniendo su memoria

Hace veintiún años que fueron asesinados por mantenerse firmes en su fe y coherentes con su compromiso con su pueblo salvadoreño.

Gastarse hasta dar la vida por los demás es el colmo de la más pura humanidad. Hubo un Dios que también lo hizo.


El Salvador, 16 de noviembre de 1989

Comunidad de Guadalupe, 16 de noviembre de 2001


¡HURRA!, por Ignacio Ellacuría
¡HURRA!, por Ignacio Martín Baró
¡HURRA!, por Amando López Quintana
¡HURRA!, por Juan Ramón Moreno Pardo
¡HURRA!, por Joaquín López y López
¡HURRA!, por Segundo Montes Mozo
¡HURRA!, por Celina Maricet Ramos
¡HURRA!, por Elba Julia Ramos
¡HURRA!, por los ocho




«Los viernes, Nacho cambiaba los libros por el petate y se iba con los humildes»
Alicia Martín Baró muestra una fotografía de su hermano Nacho


* * * * * * * *
De la hostia, la sangre y la arboleda.
Autor: Francisco Andrés Escobar.


I

La grama tiene sangre en la pupila
y grumos de sustancia el muro inerte.
Linfa dolida repta entre las hojas...
¡Y una gran pesadumbre en la arboleda!
Quebrado el cuerpo, y más ausente el alma,
rotos los verbos por injusto fuego.
Tiñe la muerte con su caldo el suelo...
¡Y una gran pesadumbre en la arboleda!
 


II

Ya no puedo atajar este silencio.
Se me escapa la voz del mudo duelo,
pues si el temblor no vino ante el despojo
y hasta mudos mis ojos parecieron,
es porque, a veces, el dolor nos vuelve
como estatuas de mármol, o de yeso:
cierra el párpado el dique de pesares,
el labio sella su palabra agreste,
sonámbula frialdad apresa el cuerpo
y el alma vaga sobre extraña fiebre.
No quiere maldecir. No es la blasfemia
el clamor de los labios taciturnos.
Ni los señalamientos. Ni los retos.
Ni las reivindicadas consecuencias...
Es otra cosa... ¡Dios!... es otra cosa...
... ¡mi pozo de dolor se enraíza adentro!...
¡Es la noche del débil peregrino
al extraviar la luz de su sendero!


III

Usted, mi don Ignacio, era otro padre:
padre de quien no tiene más que sueños,
padre de quien no habla porque el miedo
le cercena la voz, le mata el gesto.
Usted, mi don Ignacio, era otro padre:
padre de estos eriales y senderos
donde, escasa la luz y corto el verbo,
el mal se ensaña entre los más pequeños.
A usted, mi padre Ignacio, no lo oyeron.
A usted nos lo mataron... así... en seco...
y hoy nos queda esta sangre barboteante...
¡y una gran pesadumbre en la arboleda!
Usted dejó su España, don Ignacio,
y optó por el dolor de esta otra tierra.
Y aquí, mi gran rector, en este insomne
país de las insidias y violencias,
país de las conjuras y denuestos,
- ¡¡país simiesco de alarido y miedo!!
usted su verbo iluminado
y en sangre dio su aurora más cimera.
Usted vino con Rahner y Zubiri
acobijados en morral de sueños.
Y buscó interpretar las realidades,
e imponer la razón como criterio
para encarnar de Dios su mandamiento
de empezar en la historia el alto Reino.
Usted, mi don Ignacio - el Unamuno
de esta su Salamanca que acompaña
la pasión y la sed salvadoreñas -
se internó en la verdad más dolorosa,
descendió a sus raíces más primeras,
y luego la entregó como maestro,
o la vertió en palabras de profeta.
Usted hubo de habérselas, maestro,
con la ciega corriente de los odios
donde luchan los hombres por poderes
colocados en márgenes opuestos.
Y allí quiso mediar. Y confundieron:
vieron la espina en el lugar del beso.
Y en vez de aprovechar su augusta estirpe
para ordenar "la patria mal vivida"
- Como dice otro grande entre poetas -
trajeron a la muerte por consorte,
cegaron con el odio su ojo ciego,
y en la noche de sombras y alaridos
fundieron la esperanza en el silencio.


IV

Usted reposa ahora, don Ignacio,
con Amando, el arcángel consejero;
con la "fe y alegría" de aquel Lolo;
con Segundo, el de barbas de dios Zeus.
Con Pardito, silente y laborioso
que alcanzó a Dios en su correr eterno;
y con Nacho, consciencia inquisitiva
que ha de encuestar los ángeles del cielo.
Allí descansan de este rudo tiempo
de congoja, dolor, llanto y miseria,
y desde el gran martirio atribulado
defienden a la vida en esta tierra.
Elba y Celina, lirios de este pueblo,
reposan más allá de su silencio:
ellas volvieron a su lar amable
a dormir en la tierra primigenia.
Yo voy a recordarlo, don Ignacio,
con su paso sereno en la arboleda,
con la hidalguía del perfil altivo
con que viste el Creador al intelecto.
Con sus manos ungidas en aceite
votivo de las hostias y las letras.
Con sus ojos certeros y aguileños,
con la razón de escudo sobre el pecho
y el inflamado acento sobre el verbo.
Así habrá de vivir, mi padre Ignacio,
alumbrando las voces y el silencio,
iluminando inviernos y veranos
de esta casa que es suya, de este tiempo
cuando el fragor oscuro de la sangre
la paz responda con celestes ecos.


V

¿Qué más puedo decirle, don Ignacio?
¿Qué la luz de la tarde besa el muro
con el perdón del beso comprensivo?
¿Qué furor por furor no es justa vía
para aplacar daimones y delirios,
y que debe brillar, sereno y limpio,
el justo sol, en su alma tan querido?
Los brazos de la cruz, en el ocaso,
extienden ambiciosos sus dominios
con el perdón por lanza y por espinas...
... Debo irme pastor... padre... maestro...
para seguir andando los caminos
que llevan al amor y a su ancho alero.
Adiós... y gracias... por palabra y vida...
Gracias... por el martirio sacrosanto...
Quede con Dios. El lava sus heridas.
¡Adiós, mi gran rector, mi don Ignacio!
 



* * * * * * * *

Las flores en el monolito

Hoy no hay foto, ya saldrá en los medios, que con las prisas no llevé la cámara…

¡Qué rápidos son los de El Mundo, ya han colgado unas cuantas! ¡Si ha sido a las 13:00 horas el acto!

Y como ya han salido aquí están:

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Nos hemos convocado en torno al monolito, recordando y rindiendo homenaje a los que se fueron aquel aciago 11 de noviembre de 1989, porque nos fueron arrebatados por quienes encarnaban el Mal.


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Éramos muchas y muchos. Han hablado algunas y algunos. Íbamos con flores y allí las hemos dejado. Y nos hemos vuelto a lo de siempre, a seguir, a continuar.

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Catalina Montes, Alicia Martín Baró, José María Tojeira, niños y niñas, jóvenas y jóvenes, canosas y canosos, con versos, sentimientos, canciones…

Y una anécdota. Tojeira, el jesuita ahora rector de la UCA, y entonces el Provincial, la contó.

«Estábamos en la Casa Presidencial de San Salvador. El gobierno salvadoreño concedía a nuestros hermanos la mayor distinción con que el país honra a sus hijos ilustres. Hasta entonces jamás se habló en público de ellos como personas relevantes. El pueblo sí, siempre lo ha hecho, recordándolos como  ciudadanos y cristianos de tronío. Era la primera vez que oficialmente eran tenidos en cuenta.
En un momento dado, y fuera de todo protocolo, un grupo allí presente pidió la palabra. Les fue concedida. Se presentaron como miembros de una pequeña comunidad indígena, Jayaque, a la que Nacho había acompañado. Hablaron de aquellos tiempos, y de agradecimientos y de nostalgias, de luchas y de fiestas, de celebraciones y penalidades; para terminar solicitaron de nuevo permiso. Con el protocolo ya hecho totalmente añicos, les fue concedido. El grupo, animado por guitarras, entonó el Habrá un día en que todos…
Para mí fue lo más emocionante porque un grupo de campesinos en la Casa Presidencial decían que tenían esperanza en que un día llegase la libertad a El Salvador».

Seguro que si hubiera estado allí Labordeta mismamente les da un beso. Yo no lo hago, porque estoy aquí y ellos allá. Pero me repito y vuelvo a colocar este vídeo de este pedazo de baturro que ya es todo un personaje universal. Nacho, el de la guitarra, se lo enseñó a los suyos, y éstos llevan más de veinte años cantándolo:

Vivir... con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez...





que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra…



«Los viernes, Nacho cambiaba los libros por el petate y se iba con los humildes»
Alicia Martín Baró muestra una fotografía de su hermano


  • Ignacio Martín-Baró
  • Biografía: Nació en Valladolid el 7 de noviembre de 1942 y residía en Centroamérica desde 1962.
  • Formación: Era el vicerrector de la Universidad Centroamericana (UCA) en el momento de su asesinato y director del departamento de Psicología. Sus estudios y obras estaban encaminados a responder a la dura represión política que se registraba en la zona, el menosprecio a los derechos humanos y la creciente exclusión sociosocial y económica en América Latina. Entre 1988 y 1989 trabajó además como párroco de la comunidad de Jayaque, pueblo campesino incrustado entre las fincas cafeteras. Dicen que su voz fue la única escuchada por los testigos. Gritó a sus asesinos: «Esto es una injusticia, ustedes son carroña».
  • Ignacio Ellacuría
  • Biografía: Nació en Portugalete en el 9/11/30. Hijo de un médico oftalmólogo, era el cuarto de cinco hermanos. Curso, estudios de Humanidades y Filosofía en Quito (Ecuador) y Teología en Innsbruck (Austria). En 1967 fue destinado a El Salvador. Rector de la Universidad de los jesuitas desde 1979 hasta el momento de su muerte. Quienes lo conocieron destacan su capacidad de entrega a los más débiles.
  • Amando López Quintana
  • Biografía: Nacido en Cubo de Bureba (Burgos) el 6/2/36, residía en Centroamérica desde 1953, destinado durante muchos años en Nicaragua.
  • En El Salvador: Desde 1984, profesor de Teología en el centro de reflexión teológica y religión de la UCA. Entre los jesuitas se recuerda su imagen de hombre bondadoso, callado pero con una sonrisa contagiosa... y fumador de pipa. 
  • Segundo Montes Mozo
  • Biografía: Nacido en Valladolid el 15 de mayo de 1933, vivía en Centroamérica desde 1949. Era el superior de la residencia y director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana, institución que investigaba y denunciaba las violaciones de los derechos humanos cometidos en el país.
  • Formación: Ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Orduña, el 15 de agosto de 1950. Continuó su formación en Santa Tecla (El Salvador), Quito (Ecuador) e Innsbruck (Austria). Regresó a El Salvador en 1966 y fue rector del colegio Externado San José entre 1973 y 1976. Desde 1970 colaboraba con la Universidad Centroamericana, donde fue trasladado definitivamente en 1976 como profesor de Sociología. 
  • Juan Ramón Moreno
  • Biografía: Navarro (nació en Villatuerta el 29/8/33), era el secretario provincial de los jesuitas de Centroamérica. Trabajaba en la zona desde 1951 y era profesor de Teología en la UCA. Además, en 1985 se le encomendó la organización de la biblioteca del Centro de Reflexión Teológica, que hoy lleva su nombre, ya que se encargó de recopilar y catalogar todos los libros que la componen. 
  • Joaquín López y López
  • Biografía: Nacido el 16/8/18, era el único de los jesuitas asesinados que había nacido en El Salvador. Era director del movimiento de educación popular Fe y Alegría (ocho mil alumnos), que fundó además en el año 1969. Hombre callado, en los meses previos a su asesinato, los médicos le diagnosticaron un cáncer de próstata que, sin embargo, no le apartó de sus quehaceres diarios.
  • Elba Julia Ramos (5/3/47-16/11/89)
  • Celina Maricet Ramos (27/2/73-16/11/89)
  • Biografía: Salvadoreñas, mujeres, trabajadoras. No son unas desconocidas. Habrían sido unas mártires anónimas, como la inmensa mayoría de las víctimas de El Salvador, si no hubieran estado aquella noche en el lugar en donde estaban.


El Norte de Castilla


«La herida sigue abierta y aún sangra en la memoria colectiva no sólo de Valladolid, sino también de El Salvador y Centroamérica, donde los nombres de dos jesuitas vallisoletanos, Segundo Montes e Ignacio Martín Baró, son recordados con orgullo y ensalzados con actos póstumos, homenajes y condecoraciones, redoblados durante estos días porque el calendario se ha empeñado en clavar agujas en el recuerdo. Este lunes se cumplen 20 años del brutal asesinato de seis jesuitas -entre ellos, los dos vallisoletanos- en El Salvador.

Allí era la madrugada de un jueves, del jueves 16 de noviembre de 1989, con el país centroamericano golpeado por una Guerra Civil que hundía sus raíces en 1980 y cuyos ecos llegarían hasta 1992, con 75.000 personas muertas en ambos bandos. Aquella noche, aquel jueves, un grupo de uniformados -en el marco de una ofensiva emprendida por la entonces guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, hoy partido del Gobierno- entraba a las 2.30 horas en la residencia de los jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en San Salvador. 

Con metralletas

Los militares -que veían a los jesuitas como corrosivos teólogos de la liberación y cómplices del comunismo- empuñaron las metralletas y, a sangre fría (un lema recurrente allí y entonces era: 'Haga patria, mate un cura'), asesinaron a los seis sacerdotes (que dormían en sus camas) y a dos mujeres, Julia Elba, la cocinera de la casa religiosa, y Celina, su hija de 15 años, que habían solicitado a los jesuitas quedarse con ellos en la residencia de la Universidad, ya que la violencia y los combates se habían intensificado esos días en la capital. Después de la salva de disparos, y no contentos con asesinarlos, los militares lanzaron una bomba incendiaria en el inmueble. «Algunos de los asesinados, que fueron arrastrados hasta el exterior, tenían destrozadas las cabezas», contaba el periódico. Porque al día siguiente, Valladolid se desayunaba con la trágica noticia y una fotografía estremecedora en la primera página de EL NORTE.

Allí se veía a una de las víctimas tendida en el suelo, boca abajo, con un enorme charco de sangre a su alrededor, el líquido vital metiéndose en las juntas de las baldosas. Al fondo, la cama desecha de la que fue arrancada la víctima y a su alrededor armarios llenos de papeles. «Seis jesuitas y dos mujeres, asesinados por elementos uniformados en San Salvador», titulaba el periódico ese día. Hoy, 20 años después, la memoria sigue viva y lo demuestra el ramo de flores que abraza el monolito erigido en 1991, en recuerdo a los dos vallisoletanos asesinados, en la calle Francisco Javier Martín Abril. El Ayuntamiento también les dedicó una calle en Arturo León; en Parquesol está el colegio Ignacio Martín Baró y en la calle Núñez de Arce tiene su sede la Fundación Segundo y Santiago Montes. 

Hoy, 20 años después, la herida sigue abierta porque la Justicia aún no se ha decidido a cerrarla. Un jurado compuesto por cinco personas elegidas por sorteo acordó el 29 de septiembre de 1991 absolver a siete de los nueve militares acusados del asesinato porque el Ejército salvadoreño «no aportó pruebas suficientes». Dos años después, la Comisión de la Verdad, hizo público un informe -entregado a la ONU- en el que concluía que René Ponce, el ministro de Defensa, dio la orden de matar al rector de la Universidad Centroamericana, Ignacio Ellacuría, «sin dejar testigos». No sirvió de nada, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó una amnistía general y los dos únicos condenados quedaron en libertad. Todos de rositas. Hoy son empresarios, jubilados, altos cargos del Ejército. Y libres. Este enero, la Audiencia Nacional ha admitido a trámite una querella de la Asociación Pro Derechos Humanos de España contra 14 militares de El Salvador para que se reabra el caso.»


Veinte años sin Montes y Martín Baró
Monolito que recuerda a los mártires de El Salvador en una céntrica calle vallisoletana.








El horror de El Salvador

José Jiménez Lozano

Sólo a duras penas, con la poderosa ayuda de los Estados Unidos, todo un ejército regular como el de El Salvador sólo será capaz de expulsar a la guerrilla que ha tomado la capital. Una vez más ha mostrado su incapacidad absoluta, y, por si fuera poco, a través de los famosos «incontrolados», «escuadrones de la muerte» y «grupos paramilitares», u otro tipo de asesinos, si no directamente, que quizás nunca se diga aunque se sabrá, han asesinado a un grupo de jesuitas -entre ellos varios españoles- de la Universidad de San Salvador culpables naturalmente de no aceptar el 'status quo' de pobreza y miseria, explotación y marginación decretado para la mayoría de la población salvadoreña. Así son las cosas, y asuntos como los de la «teología de la liberación», alusión a extremismos y otras zarandajas sólo son indecentes arreglos de exculpación de un crimen más. ¿Qué va a hacer, ahora, un Gobierno de extrema derecha humillado, un Ejército cuya victoria es la de sus protectores pero no la suya? Es de temer que lo peor. Y decir lo peor en un país donde tanta barbarie ha sido ensayada es decir mucho. ¿Se hará con la bendición o el silencio de los demás países? La cuestión centroamericana hace ya mucho tiempo que, por encima de toda denominación política, todo pretexto político, toda acción política, toda ideología política, es una cuestión de mínima ética de supervivencia del hombre como hombre, o de vigencia -mayor vigencia aún que en el pasado- de predominio del más fuerte al margen de todo Derecho y toda civilidad. Y la reflexión vale para los Gobiernos y las guerrillas, las formaciones militares que difícilmente pueden llamarse ejércitos y la población civil, de cualquier condición y estado. Centroamérica puede convertirse en un gigantesco incendio, ensayado ya desde hace años.

[Ese artículo fue publicado en El Norte de Castilla el 19 de noviembre de 1989]





También han hablado de esto:




    Posibilidades que ofrece un Blog (V): Carta con memoria a Ellacuría, y con enlace para Monseñor Romero

    Aún faltan unos días para el aniversario del asesinato de los jesuítas de El Salvador, pero Jon Sobrino -el superviviente de aquella matanza- es madrugador, y no quiere que le pille la fecha con el paso cambiado. Con más de un mes de antelación nos trae a la memoria a aquellas entrañables personas, y no las deja caer en el olvido.


    Un blog cualquiera, como éste por ejemplo, permite contribuir a mantener la antorcha encendida de quienes tienen luz porque estuvieron siempre en sintonía con la Luz, pero también alumbran con energía propia, la que emana desde sus propias convicciones y de su compromiso con el ser humano y con la vida.


    Al mismo tiempo este lugar, de múltiples y variopintas posibilidades, adquiere una dignidad que no le pertenece, pero que recibe alegre y esperanzado. ¡Ellas y ellos lo hacen posible!


    * * * * *




    MONSEÑOR ROMERO Y TÚ
    Carta a Ellacuría
    JON SOBRINO
    EL SALVADOR.

    ECLESALIA, 25/10/09.- Querido Ellacu: Este año es el veinte aniversario de vuestro martirio y pronto llegará el treinta de Monseñor Romero. Nos toca hablar de ustedes con frecuencia, con especial responsabilidad, y también con algún escrúpulo. Ustedes, los jesuitas, son mártires bien conocidos, pero Julia Elba y Celina no tanto. Y sin embargo ellas son el símbolo de centenares de millones de hombres y mujeres que han muerto y mueren inocente e indefensamente aquí, en el Congo, en Palestina, en Afganistán, sin que nadie les haga mucho caso.
    Prácticamente no existen ni en vida ni en muerte para las sociedades de abundancia. Y tampoco la institución Iglesia sabe qué hacer con tantas gentes que han muerto asesinadas. Si difícil es que canonicen a un mártir de la justicia como Monseñor Romero, mucho más lo es que canonicen a esos hombres y mujeres que han vivido y han muerto en pobreza y opresión. Y sin embargo, muchas veces te oí decir que son “los preferidos de Dios”.
    Debería escribirte, pues, sobre Julia Elba y Celina, pero conozco poco de ellas. De Julia Elba sé que pasó trabajando toda su vida en las cortas, en la cocina. Y todo ello desde que tenía 10 años. No sé mucho más de ella. Sí me he preguntado “quién es más mártir, Ellacuría o Julia Elba”, y sería terrible que los mártires jesuitas hiciesen olvidar a esas dos mujeres que murieron asesinadas a 50 metros del jardín de rosas. Estos días he escrito que “Ellacuría no vivió ni murió para que el esplendor de su figura opacase el rostro de Julia Elba”. Ellacu, éste es el escrúpulo.
    Pero Julia Elba y muchas mujeres salvadoreñas como ella, me perdonarán, quizás hasta se alegrarán, de que en esta carta te hable sobre nuestro Monseñor, pues no tienen celos de una persona muy querida. Y la he titulado: “Monseñor Romero y tú”. Mi intención es ayudar a las nuevas generaciones, a quienes no les sobra orientación cristiana y salvadoreña. Que sepan que una vez hubo un país y una Iglesia extraordinaria: la de Monseñor Romero. Y tú eres un mistagogo de lujo para introducirnos en su persona. Por ello, voy a recordar cómo se llevaron ustedes dos.
    La gente sabe que los dos fueron elocuentes profetas y mártires. Pero me gusta recordar otra semejanza importante sobre cómo empezaron. Los dos recibieron una antorcha cristiana y salvadoreña, y sin discernimiento alguno hicieron la opción fundamental de mantenerla ardiendo. Monseñor la recibió de Rutilio Grande la noche que lo mataron. Y muerto Monseñor la retomaste tú. Es cierto que ya habías empezado antes, pero tras su asesinato tu voz se hizo más poderosa y comenzó a sonar más como la de Monseñor. A una señora le oí decir en la UCA: “desde que mataron a Monseñor, en el país nadie ha hablado como el P. Ellacuría”.
    Lo que me interesa recordar y recalcar es que en El Salvador existió una tradición magnífica: la entrega y el amor a los pobres, el enfrentamiento con los opresores, la firmeza en el conflicto, la esperanza y la utopía que pasaban de mano en mano. Y en esa tradición resplandecía el Jesús del evangelio y el misterio de su Dios. No podemos dilapidar esa herencia, y debemos hacerla llegar a los jóvenes.
    Los comienzos de tu relación con Monseñor Romero no fueron positivos. Al comienzo de los setenta, tú ya eras conocido como peligroso jesuita de izquierdas por tu defensa de la reforma agraria, el apoyo a la huelga de los maestros de ANDES y el análisis del fraude electoral de 1972. Pero con tu libro “Teología Política” de 1973 empezaste a tocar temas más explícitamente cristianos: salvación e historia, el mesianismo de Jesús, la misión de la Iglesia, violencia y política… Y aunque en el país no se hablaba todavía de teología de la liberación -y de cuán peligrosos eran sus defensores- los obispos se asustaron del Ellacuría teólogo que emergía con fuerza. Y le tocó a Monseñor Romero escribir una crítica de siete páginas sobre tu libro. Lo hizo en tono serio y educado, a diferencia de la crítica que llegó de un teólogo de una curia romana, llamado Garofallo. El primer encuentro entre ustedes fue un encontronazo.
    Las cosas siguieron su curso. Tú con ciencia y profecía, y a veces con humor e ironía. En una pequeña revista de la UCA escribiste un breve artículo con este título: “un obispo disfrazado de militar y un nuncio disfrazado de diplomático” -los de mi generación sabrán a qué jerarcas te referías. No era tu estilo, pero sí tu convicción.
    Así llegó 1976. Monseñor Luis Chávez y González, benemérito y buen amigo, después de 38 años dejaba la responsabilidad de la arquidiócesis. En ECA nos reunimos para escribir un editorial sobre tema tan importante: “quién será el nuevo arzobispo”. Apoyamos a Monseñor Rivera y nos distanciamos críticamente del que sonaba como posible candidato: el obispo Oscar Arnulfo Romero. La elección, por cierto, le salió mal al Vaticano, y más tarde escribirías que “a Monseñor Romero no se le eligió para que fuera a ser lo que fue; se le eligió casi para lo contrario”.
    Llegó la conversión de Monseñor y un hondo cambio en tu relación con él. Cuando en marzo de 1977 mataron a Rutilio, tú estabas en España, y desde Madrid el 9 de abril le escribiste una carta, que llegó a mis manos por casualidad muchos años después. La publicamos en Carta a las Iglesias marzo 2006.
    “Tengo que expresarle, desde mi modesta condición de cristiano y sacerdote de su arquidiócesis, que me siento orgulloso de su actuación como pastor. Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y respeto, porque he visto en la acción de Vd. el dedo de Dios. No puedo negar que su comportamiento ha superado todas mis expectativas y esto me ha producido una profunda alegría, que quiero comunicársela en este sábado de gloria”.
    Ellacu, esta carta es uno de tus textos más bellos. Le hablas a Monseñor con total verdad, y te muestras a ti mismo en facetas desconocidas para quienes sólo te han conocido como profesor y rector. Después del asesinato de Rutilio le agradeces “su valentía y prudencia evangélicas frente a claras cobardías y prudencias mundanas”, el acierto de “oír a todos, pero decidiendo lo que parecía a ojos prudentes lo más arriesgado”. Te referías a la misa única, la supresión de las actividades en los colegios católicos, la promesa de Monseñor de no asistir a ningún acto oficial… Le felicitas: “usted ha hecho Iglesia y ha hecho unidad en la Iglesia”; la mayoría del clero, religiosos y religiosas se aglutinaron alrededor de Monseñor. Y se lo vuelves a desear al final: “si logra mantener la unidad de su presbiterio mediante su máxima fidelidad al evangelio de Jesús, todo será posible”.
    En la carta aparece la dialéctica evangélica e ignaciana, recurrente en ti: usted “lo ha logrado no por los caminos del halago o del disimulo sino por el camino del evangelio: siendo fiel a él y siendo valiente con él”. “No ha podido entrar usted con mejor pie a hacer Iglesia”. Yo también escribí que, aunque parecía que todo empezaba muy mal para Monseñor, toda empezaba muy bien. Y firmaste: “Este miembro de la arquidiócesis, que ahora se ve alejado contra toda su voluntad”.
    Cuando regresaste en 1978 te pusiste, con entrega y devoción, al servicio de Monseñor. Escribiste para la YSAX, la radio del arzobispado, una larga serie de comentarios a su tercera carta pastoral, “La Iglesia y las organizaciones políticas populares”. Le ayudaste a redactar la parte central sobre las idolatrías en la cuarta carta pastoral, “La Iglesia en la actual situación del país”. En sus últimas semanas estuviste con él en la conferencia de prensa después de la homilía dominical, y te daba la palabra cuando le preguntaban sobre la situación política. Con él estuviste la víspera de su asesinato, después de aquella homilía irrepetible: “En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Y en el funeral cargaste el féretro. Se te ve en la foto con Walter Guerra, Jesús Delgado y Juan Spain.
    Lo que hiciste por Monseñor no fue simplemente uno más de tus muchos servicios al país. Tampoco lo pensaste como servicio estratégico, dada la inmensa influencia de Monseñor. Monseñor Romero llegó a ser para ti alguien muy especial, distinto a como lo había sido Rahner o Zubiri. Se metió dentro de ti, y tocó tus fibras más hondas. Esa sensación la tuve desde el principio. Y se me quedó grabada para siempre en tu homilía en la misa de funeral que tuvimos en la UCA. En ella dijiste: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.
    Muchas veces he citado estas palabras, Ellacu. Son muy tuyas por la precisión del lenguaje y por el peso del concepto. Conociéndote, estabas diciendo verdad. Y una verdad teo-logal: por este El Salvador, masacrado y esperanzado,, taimado y valiente, cruel y generoso, se sintió el paso del misterio. El paso de Dios. Por eso Monseñor Romero se convirtió para ti en referente de Dios, y en principio y fundamento de tu teología. Lo voy a recordar brevemente.
    Comencemos con la eclesio-logía. El “pueblo de Dios” no era un tema cualquiera, y menos cuando el Vaticano II ya estaba en declive y volvía a resurgir la jerarcología. Sobre él escribiste un artículo sistemático en 1983, pero antes, en 1981, habías escrito “El verdadero pueblo de Dios, según Monseñor Romero”. No tratabas de analizar las ideas de algún importante teólogo, sino de ir al fondo del problema desde la fuente que tenías más a mano y que te parecía la más fructífera.
    Cuatro características mencionaste del verdadero pueblo de Dios: 1. La opción preferencial por los pobres, 2. La encarnación histórica de las luchas del pueblo por la justicia y la liberación, 3. La introducción de la levadura cristiana en las luchas por la justicia, 4. La persecución por causa del reino de Dios en la lucha por la justicia. No toda la novedad provenía de Monseñor, pero la más novedosa, por así decirlo, las tres últimas características, de él provenían. Al menos Monseñor Romero te hizo profundizar en ellas.
    Monseñor te puso en la pista de “la Iglesia de los pobres”, la que ni siquiera en el Concilio tuvo éxito, a pesar de los deseos de Juan XXIII, el cardenal Lercaro y algunos pocos obispos. Y ciertamente te inspiró para hablar del martirio, realidad fundante para la Iglesia, como la cruz de Jesús. Varias veces citaste unas palabras escandalosas de Monseñor Romero: “Me alegro, hermanos, de que la Iglesia sea perseguida. Es la verdadera Iglesia de Cristo. Sería muy triste que en un país donde se está asesinando tan horrorosamente no hubiese sacerdotes asesinados. Son la señal de una Iglesia encarnada”. Mejor y más profundamente que con muchos conceptos Monseñor define a la Iglesia desde dos relaciones esenciales: con el destino de Cristo y con el destino del pueblo. Alguien, con buena intención, cuestionó una vez que Monseñor Romero corriera tantos riesgos, aun de su vida. Pero tú le contestaste: “eso es lo que tiene que hacer”. Y eso es lo que tú también hiciste con tu vida. La eclesiología no era un conjunto de conceptos prendidos de la realidad con alfileres, sino surgidos de ella.
    En cristología coincidiste con Monseñor en muchas cosas. Sólo voy a recordar una, para mí la más decisiva hoy, ciertamente en el tercero mundo, pero también en el primero: ver a Cristo en el pueblo crucificado, considerar a éste como la continuación del siervo de Jahvé. Son hoy los centenares y miles de millones de pobres, hambrientos, oprimidos, dados muerte violentamente, masacrados, inocentes e indefensos, desconocidos en vida y en muerte. Con ellos he comenzado esta carta al recordar a Julia Elba y Celina.
    En 1978, en preparación para Puebla, escribiste “El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica”, en el que analizas la realidad de los pobres y víctimas como el siervo sufriente de Jahvé. En 1981, en tu segundo exilio de Madrid escribiste “El pueblo crucificado como ‘el’ signo de los tiempos”. En el primer texto recalcas su carácter salvífico. En el segundo, su carácter de revelación.
    Monseñor Romero dijo en 1977 en Aguilares a los campesinos perseguidos y asesinados: “Ustedes son el divino Traspasado”. Y en una homilía de 1978 mostró su alegría porque los estudiosos del Antiguo Testamento no sabían decir si el siervo, del que habla Isaías es “todo un pueblo” o es “Cristo que viene a liberarles”.
    No sé decir “quién copió a quién” o si ocurrió como con Leibnitz y Newton que descubrieron los fundamentos del cálculo infinitesimal con independencia el uno del otro. Lo que si me parece cierto es que ustedes tuvieron la misma asombrosa intuición de equipar la humanidad sufriente con el crucificado y el siervo de Jahvé. Y por lo que yo sé, sólo ustedes dos. No aparece en encíclicas ni concilios. Tampoco, normalmente, en las teologías. Y muertos ustedes, parece que no hay vigor ni rigor para hablar así de un mundo hoy está evidentemente crucificado.
    Y una cosa más. En tu segundo exilio escribiste otro breve texto al que diste mucha importancia: “Por qué muere Jesús y por qué lo matan”. El título es más que muestra de ingenio. Se trata de esclarecer el sentido transcendente de esa muerte y sus causas históricas. En teología se pueden encontrar reflexiones afines, pero no así, ciertamente no con esa radicalidad, en textos oficiales de la Iglesia. Para lo primero hay que tener presente ante todo el designio de Dios. Para lo segundo hay que tener en cuenta la historicidad radical de la vida de Jesús: defensor de aquellos a quienes ofenden los poderosos. Por esa razón Jesús denunció el poder, entró en conflicto con él, perdió y fue crucificado. Esto, tan evidente, suele ser oficialmente silenciado -incluso en Aparecida, un buen documento por otros capítulos.
    No lo silenció Monseñor Romero. En la misa funeral de uno de los sacerdotes asesinados dijo lapidariamente: “se mata a quien estorba”. Y los que estorbaban no eran demonios o poderes transcendentes, sino oligarcas, militares, cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte. Así se entiende el “por qué mataron a Jesús”, como tú preguntabas.
    Termino con la teo-logía, con Dios y con tu fe. En la primera carta te escribí que tu fe en Dios no pudo ser ingenua. En 1969 hablaste en Madrid de las dudas de fe que Rahner llevaba con elegancia -y entendí que algo semejante decías de ti mismo. Creo que luchaste con Dios como Jacob, en aquellos años recios para la fe. Y a tus 47 años “se te apareció” Monseñor Romero -y uso el término “aparecer”, opthe, conscientemente, para expresar lo que en ello hubo de inesperado, destanteador, cuestionante y bienaventurado. De esto sólo se puede hablar con temor y temblor, pero pienso que en contacto con Monseñor tuviste una experiencia nueva de la realidad última, de Dios. Y creo que se notó en tu hablar sobre Dios.
    He escrito que para Jesús Dios es “Padre” en quien se puede descansar, y que el Padre sigue siendo “Dios” quien no deja descansar. En Monseñor Romero, en su compasión hacia los sufrientes, su denuncia para defenderlos, el amor sin componendas viste al Dios que es “Padre” de los pobres. En su conversión, su adentrarse en lo desconocido y no controlable, en su caminar sin apoyos institucionales eclesiásticos, en su mantenerse firme llevase a donde llevase el camino viste al Padre que sigue siendo “Dios”. Y quizás en Monseñor viste también que, a pesar de todo, el compromiso es más real que el nihilismo, el gozo más real que la tristeza, la esperanza más real más que el absurdo. Así interpreto sus sencillas palabras: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. En ellas asoma la utopía
    Termino. No era la primera vez que te encontrabas con alguien que iba a influir importantemente en tu vida, como bien lo analiza Rodolfo Cardenal. Sin embargo, encontrarte con monseñor Romero significó algo distinto. Y eso distinto radica en que te encontraste con la profecía, la entrega, la bondad de Monseñor, pero sobre todo con su fe, lo que configura toda la persona. Por eso nunca te consideraste “colega” de Monseñor. Nunca te escuché, siendo tú de talante crítico, una crítica a Monseñor. Y en tu nombre y en el de la UCA, dijiste que “Monseñor Romero ya se nos había adelantado”. E insististe: “No hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”. Lo decías con total sinceridad.
    “Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo”, escribiste. Y Monseñor te habló de lo que en Dios hay de “más acá”. Pero también te habló de lo que en Dios hay de inefable, de misterio bienaventurado, de lo que en Dios hay de “más allá”. “Ni el hombre ni la historia se bastan a sí mismos. Por eso [Monseñor] no dejaba de llamar a la transcendencia. En casi todas sus homilías salía este tema: la palabra de Dios, la acción de Dios rompiendo los límites de lo humano”. Monseñor Romero vino a ser como el rostro de Dios en nuestro mundo.
    Ellacu, termino esta carta con las palabras con las que tú terminaste tu último escrito de teología. Son para los que no te conocieron, para todos los que te conocimos y especialmente para que ayuden a que la Iglesia retome su rumbo:
    “La negación profética de una Iglesia como el cielo viejo de una civilización de la riqueza y del imperio y la afir­mación utópica de una Iglesia como el cielo nuevo de una civilización de la pobreza es un reclamo irrecusable de los signos de los tiempos y de la dinámica soteriológica de la fe cristiana historizada en hombres nuevos, que siguen anunciando firmemente, aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador”.

    (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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