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El misal



Está a la vista de multitudes permanentemente. Todo se hace siguiendo sus dictados. No falta ni en la más pequeña iglesia. Se abre al comenzar cualquier celebración y se cierra al concluirla. Como todo libro tiene erratas, pero lo contiene todo y nada se hace sin que esté en él anotado. A pesar de todo ello, es el gran desconocido, y no digo, aunque pudiera hacerlo, que sea el gran ignorado.
Es el misal romano. En latín en su versión original, se adapta a la lengua vernácula, la propia del lugar, y es la conferencia episcopal nacional la que edita y aprueba. Rige para todo el orbe católico y es su tercera edición.
Acabamos de estrenarlo en mi parroquia, y como es de precepto lo he presentado brevemente. Ahora vengo aquí a enseñarlo.
En principio, nada más verlo o cogerlo, se aprecia que es contundente: bien impreso, bien encuadernado y muy bien presentado. Un defecto: pesa un montón, ahí está la prueba. Me preocupan los monaguillos y monaguillas, allí donde se den, que tengan que transportarlo ante la comunidad congregada.
Ha ganado en claridad, porque las explicaciones, que están escritas en rojo y se llaman rúbricas, no interfieren por su tamaño discreto y su estilo diferente con el texto litúrgico propiamente dicho. De modo que, si ahora al principio parece algo complicado de manejar un libro de casi dos mil páginas, no tardando mucho será coser y cantar.
El cambio más importante, a mi modo de ver, es el realizado en la fórmula de la consagración del cáliz. Aunque sabíamos que no era literal, ya estábamos acostumbrados a «por vosotros y por todos los hombres», porque ni considerábamos hubiera inexactitud en la expresión ni problema de género. Ahora se ha querido guardar fidelidad a las palabras de Jesús en los textos bíblicos y diremos «por vosotros y por muchos».
Y que nadie piense que es reduccionista la frase, porque Jesús no lo quiso así. Por eso han aconsejado que se explique el por qué de esa modificación. Lo he hecho así ante mi gente lo concisamente que me permite una celebración, pero como aquí tengo espacio y tiempo suficiente voy a dar la explicación completa con el documento que Joseph Ratzinger, papa Benedicto XVI, dirigió a los obispos de Alemania, que le pidieron una aclaración a la vuelta al «pro multis» original.

La Infancia de Jesús, según el Papa, o sea Joseph Ratzinger



Me acerqué al libro para ver alguna novedad. Tan a bombo y platillo lo habían anunciado, y la prensa sacó titulares tan a contrapelo, que decidí comprarlo. Alguien se me adelantó y lo depositó en mi correo.
Una mañana, algo tempranito, me puse a leer…
Hasta que me atasqué. Exactamente en la página 33, justo ante el epígrafe “El nacimiento virginal, ¿mito o verdad histórica?
[Antes de nada he de resaltar la forma de escribir que tienen en la imprenta vaticana. Porque supongo que me ha llegado en versión original, habida cuenta de quien ha sido el sujeto emisor. Acostumbrado a escribir con mi pequeña máquina portátil, ahora en el ordenador utilizo muy poco, prácticamente nada, el tabulador, y doy al paso de carro sólo al empezar párrafo tras punto y aparte. En el resto la máquina misma pasa a renglón siguiente, y me dejo llevar por la corriente. En esta edición que estoy leyendo, en versión texto rtf, hay golpes de tabulación a todas las horas, y prácticamente hay renglones enteros cuyas palabras están separadas no por el espaciador, sino por el tabulador. Una cosa muy extraña, y sin embargo la apariencia del escrito es exquisita, perfecta.]
A lo que iba. Ahí, en la treinta y tres me he parado. Y desde ahí continuaré, porque me lo voy a leer todo.
El caso es que en las páginas leídas aprecio que el autor, o sea Joseph Ratzinger, está instruido en los avances de la investigación bíblica; cita a autores de última generación. Pero no discute con ellos, simplemente dice que su opinión no le convence, y que le gusta mucho más la suya.
Esto me recuerda cuando estudié filosofía escolástica, la única en mi vida, que en cada tesis, tras el enunciado general y el estado de la cuestión, se citaban a los adversarios, es decir, a los pensadores que no estaban de acuerdo con el principio enunciado, o bien defendían posturas que de alguna manera lo contradecían, o las consecuencias de sus afirmaciones llevaban a conclusiones diferentes… A todos se los ventilaba de un plumazo, con razones o sin ellas; las más de las veces por el método expeditivo de acusarles de estar en el error. Claro ellos ni mu, no había lugar a la controversia. De modo que la tesis pasaba a continuación a defender su principio, rematando con uno o varios corolarios en los que normalmente se volvía a zumbar a los disidentes.
Así he podido observar que se maneja el autor en este pequeño libro sobre la infancia de Jesús en estas páginas primeras.
Hasta aquí nada ha cambiado. Salvo el incidente de la mula y el buey, que ciertamente no aparecen en los evangelios, la teología que se desprende es la que está, la de siempre.
Sin embargo, el otro día, departiendo tras una comida de familia, alguien dijo que había empezado a leer y que también lo había interrumpido. Se sentía perpleja, la mujer. Esperaba otra cosa, tal vez palabras claras y contenidos concretos, entendibles y asumibles. Concluía que volvería al Catecismo. Mi pecado fue callarme, cuando debería haberle señalado que el lugar a donde dirigirse en su situación eran los evangelios; así, directamente y sin más dilación.
Acabé de leerlo hace unos días. Y me quedé… como estaba.
No voy a discutirlo. No doy la talla. Quien lo firma lo hace por doble partida: por su nombre de pila bautismal, Joseph Ratzinger, y por su nombre de Papa, Benedicto XVI. No voy a discutir, tampoco evaluar, a un teólogo reconocido; mucho menos poner en tela de juicio la palabra del Papa.
Sin embargo, hay una cosa que me runrunea; si está tan seguro de lo que dice, con el segundo nombre basta, y aquí paz y después gloria. Pero si no lo está, con el primero solo habría dejado todo abierto, y permitiría que cada creyente razonara por sí mismo lo que le parece mejor. No creo que quienes investigan y tienen puestos en centros docentes oficiales vayan ahora a decir en público otra cosa, a pesar de que las investigaciones de los últimos cincuenta años ofrecen interpretaciones y reflexiones muy distintas. Y los que son de otros lugares o pastan libremente por su cuenta tienen ya su público y lectores, y seguirán en lo suyo; eso al menos creo yo.
Volví a comer con la familia, y surgió de nuevo el tema. Esta vez enmendé mi pecado, y apunté claramente que el libro conviene leerlo, porque está bien saber qué opina el Papa de este asunto, y con él una parte grande de la Iglesia Católica, y ver sus razones y explicaciones. Volver al catecismo, dije que no era la solución, porque un texto así está cuadrado, o redondo; tiene límites, exactamente las palabras en que está escrito; es punto de llegada, no de partida. Dejé bien claro que lo mejor de lo mejor es tomar el evangelio y leer en él. Ya se encargará el Espíritu que está dentro de sus letras y palabras de dirigir el corazón ansioso para entender, comprender y orar.
Claro, otra cosa hay que dejar bien clara antes de nada: el texto de la Biblia es asequible, en lectura y en adquisición (se lee fácilmente y es barato), y no tendría que faltar en ninguna casa en donde habite persona bautizada. Pero ya comprendo que esto es harina de otro costal, como decía mi padre cuando el asunto a tratar tiene otras connotaciones que más vale no tocallas.


Dos por una…, me he perdido

     Como en las ofertas y saldos por cierre de negocio, ojalá no esté yo acertando, ofrezco dos productos al precio de uno.
     El primero de política nacional, sobre Garzón y los dineros del Santander ante el Supremo. Aunque en realidad dice todo sobre todo el asunto del juez enjuiciado.
     Tendrán razón quienes afirman que no es tan grave, que incluso es bien sano para un país democrático, que este asunto esté tratado, que aquí nadie está al margen de la ley. Pero yo, qué voy a hacer si soy así, tengo la mosca tras la oreja. Recuerdo que mi padre me decía, «Míguel, hijo, no te metas en pleitos, que aunque ganes, pierdes.» Es posible que Garzón salga de esto reforzado, pero es posible también que no sea así. Y no es que no me fíe de la ley, pero somos tan humanos…

     El segundo trata de otro asunto. La Iglesia. Y el autor es un teólogo que sobre eclesiología sabe un huevo, que lo ha demostrado. Pero ahora yo creo que desbarra, está desmedido e incluso sobreactuado. Se trata de Hans Küng, a quien le publican todo lo que saca. Pertenece a un grupo de ideólogos que han caído en gracia y tiene muchos admiradores; no sé si tantos serán los seguidores. Está muy bien lanzar ideas bonitas, siempre que no sea uno mismo el que las lleve a cabo. También es proverbial la frase: «Una cosa es predicar y otra dar trigo».
     Aquí está el contenido de su carta que ha aparecido al mismo tiempo por tropecientos mil lugares. Que cada quien la lea y saque sus propias conclusiones.
     Yo mientras tanto seguiré con lo mío.

I


EDITORIAL de El País (16/04/2010)

Otra visita al Supremo
Garzón contó con el aval de la Audiencia Nacional para archivar la querella contra Botín

     El juez Baltasar Garzón compareció ayer por segunda vez en poco tiempo ante el Tribunal Supremo en condición de imputado. En esta ocasión, la cita correspondía a su primera declaración en la causa que se le sigue por haber archivado una querella contra el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, tras haber dirigido unos cursos en la Universidad de Nueva York patrocinados por la entidad financiera. La causa fue archivada hace un año, pero los querellantes -uno de ellos letrado en la querella contra Botín-, han logrado reabrirla insistiendo en que existe relación entre el patrocinio y el posterior archivo de la querella. Acusan al juez de un delito de prevaricación en conexión con otro de cohecho.

     Esta causa se diferencia de las otras dos abiertas contra Garzón en un aspecto esencial: quiere alimentar la sospecha de que el juez utilizó la jurisdicción en provecho propio. En la abierta por los crímenes del franquismo a instancias del sindicato ultraderechista Manos Limpias y Falange Española la motivación es ideológica: lavar el honor de los responsables de aquellos crímenes, mancillado por el intento de Garzón de abrir una causa penal contra ellos, para así resolver el problema de las fosas. Ese trasfondo hace a esta causa especialmente lacerante para muchos españoles: transmite el mensaje de que el Tribunal Supremo de la democracia considera aceptable que los restos de las víctimas del franquismo que yacen todavía en esas fosas sigan desperdigados por los campos y cunetas de España. Y en la causa de las escuchas a abogados del caso Gürtel presuntamente implicados en la trama, es transparente que el objetivo es la impunidad de los delitos de corrupción.

     Las tres causas coinciden en los rasgos más importantes. Han sido abiertas a instancias de acusaciones particulares y populares y con la oposición del ministerio fiscal, defensor institucional de la legalidad. Las tres versan sobre asuntos que han tenido solución, tras la natural controversia jurídica, en el ámbito de la jurisdicción: dos de ellas, la causa por los crímenes del franquismo y el archivo de la querella contra Botín, en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, y la de las escuchas, en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Que vuelvan por la vía de la querella no deja de plantear sospechas de instrumentación de la justicia y de interferencia dolosa en la actividad jurisdiccional que el Tribunal Supremo debería impedir.

     La Sala Penal de la Audiencia Nacional consideró ajustado a derecho el archivo de la querella contra Botín. ¿Dónde está, entonces, la injusticia dolosa propia de la prevaricación? Que Garzón no se inhibiera no significa que prevaricara. Tampoco lo hizo el magistrado De la Rúa, por su amistad íntima con Camps, en la causa de los trajes y nadie se atrevió a acusarle de prevaricar. Incluso si el Supremo anulara la sentencia que absolvió a Camps sería aventurado acusarle de ese delito. Garzón cuenta con la ventaja de que el tribunal del que depende avaló su actuación.

 

 

II

 

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo


     Estimados obispos,

     Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965  los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros. 

     Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II. 

     Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente, no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas: 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita. 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes. 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos “anhelaban” la religión de sus conquistadores europeos. 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos. 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre. 
  • Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas
     Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica: 
  • Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales. 
  • Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles. 
  • No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato. 
  • Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo. 
     El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales. 

     Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un “representante de Cristo” absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales. 

     Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de sacerdotes [en la traducción de EP dice obispos] han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas “unidades pastorales” en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados. 

     Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delictis gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia. 

     Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz. 

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma! 

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles. 

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres. 

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que “decirle en la cara que actuaba de forma condenable” (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo. 

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto: 

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo. 

     La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con “valentía” apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva. 

     Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng. 


[Traducción: Jesús Alborés Rey]

Jesús, ese peligroso delincuente

Llevo todo el día dándole vueltas a este asunto, y llega la hora de cerrarlo, el día, y no he conseguido gran cosa.

Resulta que hoy pretendía escribir algo en este blog. Pero ha sido una jornada normal, es decir, plana, sin nada especial que reseñar. Y a punto de dar las 0:00 horas me encuentro con que no tengo nada que escribir.

Corto por lo sano y empiezo por lo que tengo más a mano.

He terminado de leer un folletito que me llegó ayer en el correo real, en el que un cartero en moto de color amarillo deposita cartas y revistas de las que se tocan y se huelen. Son pocas páginas, apenas 30, y las empecé anoche, entre las sábanas, y acabo de terminarlas antes de cenar.

Miedo a Jesús, de José I. González Faus SJ, Cuaderno nº 163 de Cristianisme i Justícia

Sí, la tesis que el autor mantiene es la misma que el título expresa: Jesús da miedo. Con un prólogo -Avisos para navegantes-, tres capítulos -Por qué Jesús seduce y molesta tanto, La llamada a una forma insólita de vida, Miedo a Jesús: un diagnóstico-, y una conclusión: «No temáis», a González Faus le basta para hacer un recorrido rápido pero suficientemente profundo sobre Jesús y su carácter subversivo respecto de cuanto sobre Dios es capaz el ser humano de construir.

En una primera conclusión, tras analizar algunos de los cambios que fuerza la existencia de Jesús sobre nuestras componendas, Faus constata, y con él todos los demás, que «Dios no es de los nuestros».

"Y Dios no es de los nuestros, por algo que expresaron muy gráficamente los primeros creyentes, mirando a Jesús: no tomó su divinidad como una razón para la propia dignidad, un fundamento para el propio poder y una riqueza para el propio provecho, al contrario, renunció a ella para presentarse con figura de esclavo y como un hombre cualquiera (Fil 2, 7ss). Por eso, aunque era el Hijo, aprendió en la dureza de su vida, lo más difícil de la condición humana (cf. Heb 5, 8). Pero precisamente en ese hecho de que la comunicación de Dios se hiciera fragilidad humana ("carne" en los términos semitas de la época), precisamente ahí «hemos visto la Gloria» de Dios (Jn 1, 14). Ahí está la gloria de Dios: no en nuestro incienso, nuestras sedas, nuestras capas pontificias de armiño y nuestras músicas (por bellas que puedan ser), ni mucho menos en que los llamados "príncipes de la Iglesia" se revistan con lencería femenina, sino en Su solidaridad increíble con lo menos aparente y lo más despreciado de la condición humana."

Los cambios que provoca Jesús a los que se refiere el autor, sólo citándolos a vuela pluma son:
- Dos palabras: Abba-Reino, para hablar de la parentalidad de Dios, que significa que Dios es amor, tomando el amor como lo contrario al poder.
- Dos protagonistas: enfermos y pobres-excluídos, a quienes declara dichosos porque Dios es de ellos.
- Dos conductas: curaciones y comidas, que tenían por comensales a los fronterizos de aquella sociedad, o se realizaban en circunstancias al margen o en abierta oposición a las normas y leyes establecidas, y que Jesús presentaba como señales de que el Reino de Dios estaba llegando (Mt 12, 28)
- Dos actitudes: exigir al de dentro-comprender al de fuera, apoyándose Jesús en "la noción de ´elección de Dios´ que, entendida bíblicamente, nunca es privilegio para uno mismo y ´destino manifiesto´, sino gratuidad, servicio y universalidad: llamada para los demás»: alegrarse con lo bueno de los demás y no cerrar los ojos a lo que debe ser corregido en nosotros, en lugar de esa autocomplacncia y desprecio hacia lo otro que, de entrada, nos caracteriza a todos.
- Dos palabras cambiadas: samaritano y fariseo que, invertidos sus significados, pasan a referirse respectivamente a lo mejor en humanidad que hay en nosotros y a lo peor que puede hacernos una religiosidad que manipula a Dios.
- Dos reacciones: seguimiento y conflictividad, las dos reacciones posibles ante este Jesús inmanejable. «Jesús desató un movimiento de seguidores que acabaron dando la vida por él y también implantanto en el mundo una revolución que no parecía llamada a triunfar, dada la ignorancia y el nivel social de sus primeros seguidores. Pero desató también una hostilidad que fue creciendo vertiginosamente hasta quitarle de en medio de la manera más humillante y violenta posible».
- Dos posibilidades: Dios es así o Jesús es un blasfemo. Jesús «¿era un blasfemo imperdonable o era la revelación misma de Dios? De modo que si Jesús era así, es porque revelaba a Dios y revelaba que Dios es un Dios de los pobres y que se escapa de todo intento de codificarlo religiosamente».

A partir del texto evangélico de Mt 16, 13-28, donde se pone en duda la divinidad de Jesucristo (y la identidad de Dios que ahí se revela), González Faus va a probar que lo que Jesús está ofreciendo es una concepción de la Divinidad no como triunfo, sino como entrega.

Y lo hace desde los tres esquemas bíblicos éxodo-tierra prometida, exilio-retorno y muerte-resurrección. Las tres parejas "tienen una base histórica. El binomio éxodo-tierra arranca de la dura realidad de un pueblo brutalmente oprimido. El binomio exilio-regreso nace de la experiencia histórica de un pueblo pecador. Y en perfecta sintonía con ello, el binomio muerte-Resurrección nace del seno de una historia concreta que fue la vida particular de aquel Hombre particular. La muerte de Jesús fue la consecuencia de su vida: no fue un malentendido circunstancial ni una necesidad de la justicia incomprensible de un sádico poder divino… Aquella muerte concreta… revela al Dios de Jesús".

¡Cómo no va a dar miedo Jesús, tan humano que se rompe, si el Dios que transparenta no es el omnipotente sino el omnimisericorde! «Jesús no revela más divinidad que la de su figura humana y ese es el escándalo de la encarnación de Dios». Y el bueno de Pedro, que afirmó su fe en Jesús: «Tú eres el Mesías», se ganó de Jesús -«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar, tú piensas como los hombres, no como Dios», porque rechazaba el rostro humano del maestro, ansiando un cristo diluido entre nubes y poder.

Recordando la frase de Leonardo Boff, "Así de humano sólo puede serlo el mismo Dios" como resumen de la experiencia de muchos que convivieron con Jesús, Faus concluye: "Pero tanta calidad humana nos parece inaccesible, y más cuanto más y mejor nos conocemos: Jesús, el Jesús real, no el sustituido por un cristo sin rostro, nos convierte en imperativo lo que era la tentación de la serpiente: «ser como Dios». Pero la idea de Dios ha quedado vuelta del revés en esa promesa: porque se trata de ser «misericordiosos como el Padre celestial» (Lc 6, 36). [En palabras del evangelista Juan: «Dios es amor».]  Y esto resulta seductor, pero también sobrecogedor para nuestra pequeñez."

«No temáis» es la última palabra. Lo que realmente produce vértigo es la humanidad de Jesús, aparentemente tan fácil, que comprendemos cuán difícil es sólo cuando tratamos de modelar la propia humanidad. "Aquí se besan otra vez la seducción y el vértigo. Y aquí precisamente somos remitidos a esa aventura de una entrega radical y confiada que llamamos fe. (…) Quizá pues sí que necesitamos volver una y otra vez sobre aquellas palabras que forman parte del discurso de despedida de Jesús en el cuarto evangelio: «tened confianza; yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33)."

Incluye José Ignacio González Faus, ya al final, un texto raro -«Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo». (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme 1970, pág. 301)- pero rabiosamente actual.

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