A la hora habitual me acerco, llamo y espero. Tardan, pero al fin se abre la puerta, y alguien en bata y al parecer recién salido de la cama me mira sorprendido. «Ya no está aquí, desde el viernes está en la residencia».
Me despido y me vuelvo a casa.
Me lo había avisado; sabía que casi con toda seguridad tendría que marchar a la residencia porque su situación personal y familiar no permitía otra salida. Sin embargo, yo, en una actitud que me es muy propia de cerrar ojos y oídos ante lo que no entiendo y quiero que no sea, no cambié y continué como siempre, con la vana pretensión de que todo siguiera siendo igual.
Otra vez volví a darme de lleno en los morros.
Esto fue la semana pasada. Volvió a repetirse el mismo gesto de ningunearme, de hacerme invisible a sus ojos. Si no me quisieron avisar cuando murió él, ahora tampoco han querido informarme de la marcha de ella.
Tal vez ahora se encuentre en mejor lugar, aunque le cueste quizás un poco acomodarse a la nuestra situación. O tal vez no.
Paso página, y sigo mi camino.
Me despido y me vuelvo a casa.
Me lo había avisado; sabía que casi con toda seguridad tendría que marchar a la residencia porque su situación personal y familiar no permitía otra salida. Sin embargo, yo, en una actitud que me es muy propia de cerrar ojos y oídos ante lo que no entiendo y quiero que no sea, no cambié y continué como siempre, con la vana pretensión de que todo siguiera siendo igual.
Otra vez volví a darme de lleno en los morros.
Esto fue la semana pasada. Volvió a repetirse el mismo gesto de ningunearme, de hacerme invisible a sus ojos. Si no me quisieron avisar cuando murió él, ahora tampoco han querido informarme de la marcha de ella.
Tal vez ahora se encuentre en mejor lugar, aunque le cueste quizás un poco acomodarse a la nuestra situación. O tal vez no.
Paso página, y sigo mi camino.