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Le gané a la máquina
o
Por el interés te quiero



La tensión está alta, vamos a ver otra vez. Y esperamos un rato y volvió a tomarla. No dijo nada, pero vi 14.9 y la baja ni la miré; no dije nada. Esta vez no se trataba del efecto blancura, porque vestía de azulina. Es para plaquetas, añadió. Pero si me habíais desechado definitivamente, repliqué. Estaba convencido que me habían llamado para tomarme plasma, y había pensado hacer más cosas por la mañana. Veremos qué datos das, y decidimos.
Ya puesto sobre la maquinita, otra también de azul celeste y habitual en estas lides me susurra por lo bajinis es que estamos a cero y hacen falta plaquetas. Pues que sepas que a mí no me importa, me he traído el quijote, contesté. Y era verdad. Pero leí esta vez unos cuentos de los hermanos Grimm.
En la pantalla aparecieron las cifras: 64 minutos. Bien, pensé, termino pronto. Al poco rato, con los resultados del análisis la de azul tecleó unos números y el visor cambió a 66 minutos. Vamos subiendo, murmuré. Ya se verá, replicó ella.
Me enfrasqué en la lectura hasta tal punto que tuvieron que avisarme que relajara la mano, porque mecánicamente seguía dándole al aprieta/afloja; cuando toca retorno hay que parar y dejarla quieta.
Los últimos trece minutos fueron especialmente trabajosos. O la máquina tenía flojera o mi sangre se agotaba o mi vena se resentía… Cada poco pitido al canto y el aviso “falta presión en el proceso de extracción”. Varias veces vinieron a toquetear botones para reanudarla y decirme que era normal cuando se acercaba el final.
Exactamente en el minuto 61, como si fuera la tocata y fuga sonaron todos los clarines indicando que habíamos terminado.
¡Ostras, tú! gritamos todos a coro los que en ese momento ocupábamos la amplia sala del centro de hemodonación. Le había ganado a la máquina por cinco minutos. ¡Cinco!
El resto ya fue de pura rutina, y salí de allí con el brazo enreatado en un esparadrapo y sonriendo al sol que por fin había despejado los nubarrones con que amanecimos.

Aféresis, entrada en registro número 13



Y un fallo que no cuenta, porque mi vena no aguantó. Desde que comencé este blog, allá por junio de 2008, hacen catorce citas. Antes no las tengo enumeradas, y por lo tanto tampoco sumadas. No estaré lejos del centenar desde me dieron el carné, digo yo. Salvo avisos de excursiones varias y de la reunión general anual, amén de la fija de felicitación en mi onomástica, la hermandad a la que me incorporaron no suministra esta información, y tampoco se la he solicitado. De vez en cuando me entregan alguna insignia, pero ignoro el motivo concreto del regalo.
Esta vez fue por la tarde y cometí el desliz de decir, al ofrecer mi brazo para el abrazo íntimo con la aguja, “aquí está mi arteria, tómala” (¡cuándo habré utilizado este término tan alejado del coloquial la sangre que corre por mis venas!). La enfermera toda de azul me corrigió enseguida: “No se me ocurrirá pincharte en arteria, sería un desastre”. A continuación me explicó que una sola vez fue testigo de un puntazo en la arteria de un donante, y fue tan aparatosa la efusión sanguínea que se vieron malamente para corregir el yerro.
Así que mi vena, que no arteria, dejó manar mansamente el líquido elemento y en treinta y ocho minutos estaba terminada la labor.
No sé si habré batido algún record, porque se me pasó tan rápido el proceso que pienso si es que me dormí y/o si mis pensamientos vagaron por lugares deleitosos.
En fin, que me encuentro muy bien después de haber dado una unidad de plasma, y que animo al personal que lea esto a que se apunte cuanto antes para hacer lo mismo o lo que le permitan sus componentes biológicos. No todos valen igual, pero de todos se saca provecho.
¡Sé donante!

Primera victoria, pero me costará una pasta



No sé si me pareció sorprendida, o ya se lo esperaba. Su cara no delató otra cosa que perplejidad. Pues, habrá que seguir con ello. Dentro de seis meses volvemos a estudiarlo. De momento sigue como hasta ahora.
Ese fue el dictamen final que Milagros, mi doctora favorita, ha emitido esta mañana tras observar el análisis sistemático solicitado y el mapa de mi tensión a lo largo del pasado verano.
A la dieta sana, el ejercicio físico y sobre todo psíquico que es en mí habitual, al consumo de tabaco tirando a casi ná… añadir la ingesta de armolipid plus diariamente y el control de cuando en vez de la tensión. Esta ha sido la receta, emitida verbalmente, pero rubricada con una amplia sonrisa; esta vez sí se la he visto en la cara. No es que estuviera mohína durante la consulta; es que al mirar escrutadoramente los datos numéricos del sistemático, no le cuadraban determinadas cifras, unas por haber bajado, otras por haber subido. Por eso levantaba las cejas, cerraba los ojos, o miraba a su mir, según y cómo.
Como soy iletrado en estas cuestiones, sus comentarios no los puedo publicar; no porque no quiera; es que ni siquiera conseguí retenerlos.
Salí contento, pero dócilmente doblegado a seguir tomando una pastilla diaria. Menos agresiva, ciertamente. Pero igualmente obligatoria. Y mucho más cara. No la cubre la seguridad social.

Esa máquina que tanto me desea


Tras el ultimátum de la última vez, en esta ocasión sólo ha sido aféresis de plasma.
Conociéndome como ya me conocen, en mayo me preguntaron si plasma sólo o plaquetas. Envalentonado dije ¡a por las plaquetas! Pero la jefa de la sección correspondiente dijo cuando estábamos en medio de la función ¡ni una más! Ella había pronosticado una duración disparatada, que yo, a fuerza de puño, reduce de manera ostensible. Aún así, al salir, me avisó de nuevo.
Ayer no preguntaron, menos insistieron; lacónicamente dijeron, ¡plasma! Y así ha sido. Además con una máquina nueva, al menos para mí, que en cuatro sesiones me sacó lo que tenía que sacar.
Antes me tomaron la tensión y midieron el hematocrito. Hubo que repetir ambas, porque la primera alta y el segundo bajo. ¡Mecachis! protesté yo, y eso que ahora estoy con armolipid en lugar de la simvastatina. Ya subsanado el fallo, me dieron el pase y pude continuar. Entre tanto, leí. Un artículo, por cierto, que no entendí. Cuando lo terminé empecé otro, y este fue de corrido, porque era facilito y estaba escrito muy claramente.
Hay que ver; habiendo formas sencillas de expresarse, ¿para qué diantre hacerlo de manera enrevesada? (Juro por lo más sagrado que de esta noche no pasa que me entere bien de lo que está ocurriendo en Egipto; no he conseguido hasta ahora saber qué sucede en aquel país. Adelanto que ya he recabado algo de información, y empiezo a hacerme una idea aproximada. Continuaré indagando).
En esas estaba cuando la máquina a la que estaba enchufado dejó de funcionar. ¡Se terminó! dijo la encargada. Y me desenchufó al tiempo que me empaquetaba el brazo derecho, que es el que por costumbre ofrezco para este tipo de trabajos.
Ya en la calle, pude comprobar que estamos en agosto, que el personal está de vacaciones, que los comercios ofrecen rebajas de auténtico escándalo, y que gracias a ello he vuelto a casa con pantalones nuevos. Estaban marcados a setenta euros y lo he cogido por catorce. Pura lana marino de alta calidad, con forro hasta por debajo de la rodilla y la cintita de rigor en los bajos de las perneras. Un auténtico chollo. Me cae… ¡cómo me cae!

Patada a la hipercolesterolemia



He vuelto a estar enganchado a la máquina durante buena parte de la mañana. He terminado cansado, pero satisfecho. Tras el primer aviso, “van a ser más de ochenta minutos, ¿hacemos sólo plasma”?, respondí “vamos a por las plaquetas, dure lo que dure”. La técnica sanitaria me hizo caso y yo puse de mi parte cuanto pude, dándole al puño para mantener la tensión. Al final sólo fueron setenta y siete. Esta vez gané.
Ya de paso, en la sala de “recuperación” pesqué este artículo que no recordaba de la última vez, y lo coloco aquí para información general.
Dar sangre, o sus derivados, no sólo viene bien a quien lo necesita; también redunda en beneficio de la propia salud. Lo dice Marilyn Rosa-Bray*.

La donación de plasma reduce el colesterol

Un estudio para evaluar la salud de los donantes arroja que esta mejora

Los autores no tienen una explicación para el fenómeno

 Madrid 14 MAR 2012


La directora de Grifols, Marilyn Rosa-Bray. / LUIS SEVILLANO

Los datos han sorprendido a los propios autores del estudio: las personas que se someten a una plasmaféresis reducen sus niveles de colesterol total y, sobre todo, del LDL, el malo. Es el resultado de un estudio observacional realizado con 663 donantes de plasma por la empresa biotecnológica española Grifols en sus centros de captación de plasma de Estados Unidos.
“No sabemos por qué” sucede, admite la directora de estos centros, la puertorriqueña Marilyn Rosa-Bray, quien hoy presenta los resultados en el congreso de la Asociación de Terapias de Proteínas de Plasma (PPTA, por sus siglas en inglés). “Nosotros lo que queríamos era estudiar qué pasaba con la salud de los donantes”, dice. Así que aprovecharon los análisis a cada uno para ver cuál era la evolución de algunos parámetros. Y el resultado fue que “el colesterol total bajaba hasta 45 puntos en hombres y 35 en mujeres, y el malo alrededor de 35 puntos en ambos grupos”, afirma Rosa-Bray.
Además, la reducción era proporcional al exceso que tenían los voluntarios. “Si una persona tenía niveles normales, no bajaba”, señala la médica, que no puede ocultar la sorpresa. “Pero se han tomado 9.000 muestras en nueve de nuestros centros en distintos lugares de la geografía de Estados Unidos para asegurarnos de que hay una representación variada, y esto es lo que ha salido”, apunta.

“Si una persona tiene niveles normales de colesterol, este no se reduce”
La plasmaféresis es un proceso de donación de sangre distinto al que se conoce más en España. Lo que se hace es extraer la sangre —hasta 800 mililitros—, someterla a una centrifugación y la fracción celular (los glóbulos) se vuelven a inyectar al paciente. Por eso, la Agencia del Medicamento y la Alimentación de EE UU (FDA) permite que el proceso se haga incluso dos veces en semana, ya que el plasma, que es agua en un 92%, se recupera mucho antes que en el caso de la sangre completa.
El laboratorio es un líder mundial en derivados de plasma, como el factor VIII que usan los hemofílicos o la inmunoglobulina, que se extraen precisamente de ese plasma.
Rosa-Bray explica que esta especie de diálisis (aunque mucho más sencilla) ya se practica en algunos casos de hiperlipemia familiar, cuando los niveles de colesterol son extremadamente altos incluso en niños.
Lo que la médica no quiere es aventurar una explicación al fenómeno, que se detectó al comparar las sucesivas analíticas de los voluntarios. “Es todo teórico. No hay una explicación. Lo que hemos visto es que no importa el peso o la edad de las personas: el colesterol, si está alto, va a bajar. Y eso lo podemos decir”, afirma. “Nosotros hicimos el estudio para asegurar que donar era seguro”, indica.

"No importa el peso o la edad de los donantes: si el colesterol está alto, va a bajar"
De hecho este tipo de trabajos están en auge. A diferencia que en España, en EE UU hay muchas donaciones de órganos de vivo, y ver los efectos en la salud de quienes ceden un riñón es muy importante para fomentar esta práctica. Por eso son frecuentes los estudios sobre su esperanza de vida y otros datos relacionados. Por cierto, que esta suele ser incluso superior a la de la media, no porque donar alargue la supervivencia, sino porque solo se deja someterse al proceso a personas sanas. Pero eso, al menos, indica que su calidad de vida no se resiente. “Nosotros dependemos de los donantes y por eso tuvimos la curiosidad de hacer este trabajo. Porque tan importante como la salud de quien recibe nuestros productos es la de quien nos los facilitan”, manifiesta la experta.
Rosa-Bray no quiere apuntar aplicaciones futuras de este hallazgo. “El metabolismo del colesterol es muy complicado”, dice. Aunque la gente está acostumbrada a oír que lo malo es tenerlo alto, esta molécula tiene una función en el organismo. Es parte del proceso de producción de hormonas y forma parte de la membrana celular. Por eso tan importante como que su nivel cuando es excesivo baje está el hecho de que las personas con niveles normales no experimentan una reducción, recalca la experta. Además, “hay que tener en cuenta que los donantes son, por definición, personas sanas”, añade como otro factor que puede haber condicionado los resultados. “Eso sí, descartamos, con la entrevista que les hacemos antes, que el cambio pueda deberse a una modificación de hábitos, de dieta o de medicación”, asevera.
Como mucho, la médica apunta a que “el cuerpo humano es listo”. “No es un cubo en el que se añaden o quitan cosas. Parece que él se autorregula”. Por eso, ella espera “que los datos despierten la curiosidad de la comunidad científica”.
Esta idea de “abrir una puerta” es una constante en las explicaciones de Rosa-Bray. La idea de limpiar la sangre no es nueva, y Grifols está incluso haciendo estudios con alzhéimer, en los que, en un proceso algo más complejo, se retira la proteína beta-amiloide de la sangre. Este es uno de los indicadores de esta enfermedad neurodegenerativa porque se acumula en el cerebro, impidiendo el correcto funcionamiento de las neuronas.

* Puertorriqueña, doctora miembro del Academy Board y directora médica para Biomat USA, una de las divisiones de plasma de Grifols.

¡Me han vuelto a llamar y además me han devuelto mi carné!



Ya casi había desistido, visto el resultado en números, o sea objetivo, ya que aquí no cuenta la parte subjetiva. Te encuentres bien o mal, datos son datos; las máquinas no perdonan. Y cómo serán las puñeteras que en tensión hubo que repetir, porque en la primera casi salgo por el techo.
Luego, tras una pausa que aproveché para leer, [esta vez me llevé el último número de Selecciones de Teología que tiene un precioso texto de Martha Zechmeister (La pasión por Dios vivida en la com-pasión por las víctimas. Esencia de la vida religiosa), volví a poner el brazo y la cosa estuvo algo mejor, justo para poder continuar. Así que continuamos. Pero antes leí una noticia en la cartelera: “La donación por aféresis de plasma favorece al donante en su nivel de colesterol. Inexplicablemente hasta ahora para la comunidad científica, dar plasma mantiene los niveles en quienes los tienen normales, y baja el colesterol malo en las personas que lo tienen alto”. (*)
Plaquetas ni hablar, que estás escaso; tomaremos plasma; así me dijo una enfermera jovencita. Bien, pensé, en media hora lo avío y me doy un garbeo por la capital. No se me logró; al final, tras entregarme el carné [¡dónde lo tendrían metido! No me lo dijeron] hicieron quedarme en reposo tomando un agua clara, no sé si de solares o de candanchú.
Salgo al sol con el apósito en el brazo, y advertido de que durante cuatro horas lo dejara tal cual; y nada de alcohol ni de tabaco. Mucho agua, eso sí, y líquidos a mansalva. Como comentara que hoy me tocaba cocido, la enfermera me miró con envidia. La pobre está a régimen.
Casi al final de la sesión, cuando ya estaba avisado de que acababa, entra un tropel de jóvenes en plan visita. Pinta tenían de ser de algún instituto. El guía no parecía ser muy ducho en las explicaciones y el personal entró allí como si lo hiciera en cualquier otra parte, fábrica de embutidos o cadena de montaje. Muy pocos prestaban atención y el desinterés era manifiesto. Aún así nadie hizo ascos de la pinta que tenía la bolsita de mis “cosas” que colgaba de la máquina: el color amarronado ni les iba ni les venía. Cuando siguieron su ruta exploratoria hacia el laboratorio, otra enfermera que no había intervenido en toda la mañana se me acercó para comentarme que ahora almacenan datos pero no los procesan, y que luego, cuando les toca, vuelven a preguntar. Y lo dijo mirando con intención a su compañera, la que me había estado atendiendo; se conoce que la tocó ser tutora en la maternidad de la más joven.
Lo dicho: extracción por aféresis de plasma, devolución de mi carné extraviado y esta vez nada de cuarentena. Aproveché para tragarme Fenomenología de una “presencia” (El Dios de Juan de la Cruz), de Juan Antonio Marcos, fraile carmelita. Y saqué una conclusión que no me pilló de nuevas: Johann Baptist Metz sigue siendo a sus ochenta y cuatro años tan actual como lo fue en los setenta. Mal que les pese a quienes desprecian a José GómezCaffarena, aún después de muerto († 5/2/2013).

(*) Ya en casa investigo y resulta que existe una “aféresis terapéutica”, que consiste en filtrar la sangre para separar de ella las moléculas o proteínas que estén implicadas en el origen de la enfermedad. Se conoce esta técnica desde 1940 fruto de las investigaciones del doctor J. A. Grifols Lucas, que fueron divulgadas por él mismo en el Congreso Internacional de Transfusión celebrado en Lisboa en 1951. Sin embargo, la nota colocada en el tablón del centro de Hemodonación hacía referencia a otra cosa, y de ésta no he podido encontrar nada para ampliar mi información.

Esta vez he sido yo


Hacía tiempo que no me avisaban, desde enero, y ya estaba esperando su llamada. Suelen hacerlo por estas fechas. Que si puedo dar plaquetas. Por supuesto, dije, ¿cuándo? ¿El viernes le viene bien? ¿A qué hora? Quedamos a las diez.
A la hora señalada entro por el vestíbulo y entrego el carné. Me dan la hoja de recomendaciones y, tras leerla y firmarla, me toman la tensión y me sacan sangre para un análisis previo, que en mi condición se ve necesario.
Media hora después la enfermera que avisa: Se nos va el tiempo a 79 minutos. ¿Le parece mucho? Me encojo de hombros y largo: lo que sea…
Por mi tipo de sangre y por la constitución de mi arteria derecha, que es la mejor de las dos, la máquina debe trabajar a un ritmo lento; eso hace que el tiempo se dispare de los 40/45 minutos, que es + ó - lo normal, a casi el doble.
La enfermera, como si tuviera responsabilidad alguna, me confiesa: En otras circunstancias la doctora no le dejaría donar, pero como es usted y porque debe ser para una atención muy concreta, se la vamos a recibir.
Ya me sospechaba que algo de eso había por medio. Alguien espera mi plasma y mis plaquetas como agua en agosto. Y allí estaba yo, con tiempo libre, una sangre floja (dentro de la normalidad) y una arteria vacilante.



Me tumbo tal como está ese señor en la foto, me enchufan mismamente y la máquina empieza a funcionar. Es todo un cerebro: en la pantalla se refleja el tiempo final, el transcurrido y el que falta; indica las dos fases del proceso, extracción y devolución; cantidades que se van acumulando en las bolsas, de plasma y de plaquetas; y si no sucede nada, pues muy bien; pero si ocurre cualquier incidencia, por ejemplo que yo me descuide en apretar/aflojar el puño en la extracción, acuse la falta de presión con un ruido inquietante que pone a todo el personal sanitario en alarma roja.
Hoy no me han abrumado, y todo ha sucedido lenta pero tranquilamente. Al final salieron 81 minutos, y mi cuerpo se quejó de la inmovilidad tan duradera. Pasaron por allí jóvenes fuertotes, de ambos sexos, que en un pis pás resolvieron la papela de simple donación, y dejé en pleno proceso a otro carrozón para hacer lo mismo que yo había hecho.



Esa es la pantalla que yo he tenido que controlar. Tiene cuatro columnas. La de la derecha me sobraba, porque yo no doy hematíes. La del centro es la primera que empieza a subir, es el plasma; en media hora aporté 300 cl. La de su izquierda indica las plaquetas, y tarda en moverse hasta quitarte por completo la paciencia, total para aportar 3,20x10 a la noséqué. Y la columna del extremo oriental señala la presión con que se bombea la sangre en el doble proceso salida-entrada. En mi caso, justo por la parte de abajo…
Ha sido todo un placer ir a engancharme una vez más a esta máquina tan lista. Y salgo con la sensación de que ésta puede ser la última vez, porque tanto tiempo no lo aguanta la institución sanitaria, que yo estoy dispuesto a que sea la mañana entera. En fin, la próxima ya veremos que ocurre.
¡Hazte donante! ¡Merece la pena!






Post Data: He encontrado esta información adicional, y me peta publicarla. Sólo en plan divulgativo, que conste.



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Y la máquina falló


Esta vez fue ella la que falló. Yo hice lo que pude.

Me avisaron ayer tarde; que me presentara hoy de mañana para donar plaquetas. Dije a las diez, me mandaron a las once. A las diez y media allí estaba yo. Rellené papeles, firmé autorizaciones, bien la tensión, bien el hematocrito, todo ajustado resultó que salían 66 minutos. ¿Te parece? Ya será más, respondí.

Empezó la cosa. Extracción. Retorno. Extracción. Retorno. Esta vez la máquina no decía nada, era yo quien tenía que mirarla, para abrir y cerrar la mano, para dejarla quieta. Así una y otra vez, pausadamente, a ritmo, sin prisas pero sin pausas.

Discurrían los minutos mientras en otras camillas se sucedían uno tras otro, donantes de ambos sexos; más ellos que ellas. Será porque es de mañana y nosotros no hacemos faenas, pensé.

Al rato la máquina se ajustó en 69 minutos. ¿Ves?, lo que yo decía.

Aburrido de la posición, escuchaba Radio Tres, con música de mi juventud, de los sesenta y los setenta. Iba pasando el tiempo, y sólo el brazo derecho se quejaba un poco, casi nada.

Volvió el robot a ajustarse en 70 minutos. A este paso, pensé, como aquí lo que me den.

A un minuto del final, la máquina silenciosa hizo no sé qué bobada, salió un mensaje en rojo y luego se puso negra la pantalla por la que nos transmitía sus saberes. Se había parado.

Las tres enfermeras se miraron, me miraron, volvieron a mirarse y fueron corriendo hacia mí con unas tijeras de esas que no cortan, sólo aprietan. Pinzaron todos los tubos que iban y venían y me pusieron delante de mis narices no una, dos botellas de agua. Toma y bébetelo. Ha fallado el último retorno y necesitas reponer líquido. Quédate un rato echado y espera.

Apenas unos minutos después, cansado de la postura, me incorporé. ¿Estás bien?, preguntaron. Sí, normal. Te puedes levantar ya y en la sala te sientas y sigues bebiendo agua o zumo, lo que quieras.

Fui a la sala donde terminé la última botella paseando entre las mesas. No me cabía más. Entró la enfermera, me sonrió diciendo: ¿no eres capaz de estarte quieto?

Al salir recogí mi carné y salí al sol de la mañana. Era la una. Lucía un sol hermoso, el mismo que al amanecer. Pero el día no había mejorado, dos hombres esforzados habían perdido la vida en un incendio intencionado.

Alguien, sin embargo, seguirá viviendo gracias a quienes esta mañana les dimos algo de nuestra vida.




¡Dona sangre! ¡Sé donante! ¿Qué te cuesta?

Una foto para una exposición



Hoy ha amanecido cálido y gris. Poco movimiento y ruido escaso. El correo, vacío. Día de lavadora y de rellenar frigo y despensa. Un día más, pero lunes. Momento de poner algún aviso…

El caso es que el otro día buscando una foto que existe de mi hermano y yo, niños y en pololo yo y él en pantalón corto, encontré esta otra cosa. Se trata de un carné que me hicieron en el Clínico de San Carlos, en los madriles.

Lo creí perdido, ¡la de veces que he extraviado o me han sustraído la documentación junto con la cartera! Lo llevo siempre conmigo, como el caracol con su concha. Así pasa lo que pasa.

La foto que buscaba sigue aún disparu, pero este carné sí que está en el baúl de mis cosas, qué suerte que aún lo conserve.
Desde luego que ya está superado, que ahora sólo soy AB+, que el sub 1 ya no vale, ha quedado ampliamente derogado por inútil, por inexpresivo, por ineficaz.

Tampoco la foto mía que lo acompaña vale ahora tres pimientos. Cara barbilampiña, jovenzuela ,insulsa y lela, cuello despechugado habitual, peinado al aire e impersonal, nariz tirando a superlativa…

La firma ilegible para mí, no lo será para Julita que fue la gestora del hecho en cuestión, y que su buena memoria también -si bucea un poco- identificará. ¿Qué doctor en medicina me lo ratificó?

Pongo esto a propósito de un comentario que he colocado en el blog de emejota, sobre atardeceres y otoñales edades, donde dije que mis sueños siempre me llegan despierto.

El día se va aclarando, y el sol dice aquí estoy, que es agosto y es mi tiempo. Y le dejo que alumbre y caliente, y que siga haciéndolo en otoño y en invierno, que es cuando a mí más me conviene.

El tiempo es para usarlo, del mejor modo posible. Y también para perderlo con bobadas como ésta, que no sirve para nada, pero está diciendo estás vivo, fuiste esto y lo otro, ahora sé lo que tú quieras o lo que te dejen y consientan.

Otra más, pero esta vez cortando por lo sano

     Me llamaron para pedirme donación y darme cita. Martes, 8, a las diez. Llegué y tras firmar los papeles obligados me dijeron que nada de pamplinas, que un sistemático, para ver. La última, en abril, se decidieron por coger plasma y plaquetas, y fueron sesentaitantos minutos, con paradas e intermitencias de la máquina que se quejaba de mis venas y del líquido excesivamente bajo en los preciados tesoros. Ya me avisaron, que no volvería a repetirse una situación así, que no es conveniente.

     Tras el resultado, va a ser plasma. Las plaquetas, que serían más necesarias, llevarían demasiado tiempo, y no se hace. Me salían casi setenta minutos, una exageración.

     Así que me enchufaron a la máquina. Era otra diferente a la de otra veces. En sólo cuatro ciclos se terminó el asunto: cuarenta minutos.

     Así que tras ingerir un zumo, me he vuelto para casa.

     Tarea concluida.
¡Hazte donante de sangre!

Sólo te supondrá un poco de tiempo, cada dos o tres meses.

Ser donante de sangre es solidaridad

Esta máquina ya es amiga mía

Esta vez, como no me han llamado, he ido yo a proponerlo. Así que me asignaron para hoy, día 29, a las 10:00. Esto fue hace una semana, más o menos.

Resultó que posteriormente me surgió un compromiso, ¡qué coincidencia!, a la misma hora. No hay problema, me dijeron, ven más tarde que no pasa nada, vienes cuando puedas y empezamos.

De modo y manera que ahí estaba yo, a las 11:10, dispuesto a lo que fuera.

Había gente a mogollón. Todos varones. Las preguntas de rigor, nada que reseñar; el pinchazo en el dedo para medir hematocrito, normal; la tensión, 12/8, normal; has desayunado, sí y también almorzado (que eso y la siesta servidor no lo perdona).

Tras la espera de rigor para que preparasen la maquina robot, me enchufan a ella y dice la pantalla: 66 minutos. Va a ser un poco largo, me dicen; no pasa nada, ya tengo planificada la mañana. Y empieza el proceso de ida y vuelta de la sangre, con su decantación o filtrado o colado, o como sea que se diga; de ahí sale sangre que vuelve a mi cuerpo, plasma que va a una bolsita y plaquetas que va a otra bolsita.

En un momento dado pita la “dichosa” y allá va corriendo la enfermera; mira, se tranquiliza, ajusta unos datos en la pantalla del ordenador de abordo y me interroga al decirme: Se va a alargar a 70 minutos. Y lo dice como avisando que es el máximo que se puede admitir. A mí no me importa si dura más o menos, pero ella advierte que no, que no es por mí sino por la vena, que también se cansa y puede no colaborar como debiera en el proceso de extracción/reposición. Bueno, pues haz lo que quieras, y ella acciona y reduce las plaquetas de 3.5 10 a la nosecuantas a 3.2 10 a la nosequé. Total, el tiempo se ajusta en 64 minutos.

Termina todo, pitido final y la máquina se calla. 62 minutos. La he vuelto a ganar 2 minutos, como la última vez, allá por el mes de septiembre.

¡Estoy hecho un mulo!

A todo esto tengo que reseñar el cariño y atenciones que desde el principio hasta el final me prodigaron las enfermeras.
«¿Estás cómodo? ¿Quieres tomar agua o zumo? ¿Te pongo la tele? ¿Te encuentras bien? Si en algún momento te mareas o notas algo extraño avísanos…» Durante la hora larga me sentí más que observado, estrechamente vigilado. Toda una garantía estar en tales manos.

Ya según me levantaba hice un comentario entre dientes y ella, que no había oído bien, me hizo repetirlo. Nada que me llamaba la atención sólo hombres, y justo acaba de entrar una moza. Es que las mujeres, por la mañana, suelen hacer compras; vienen más por las tardes.

Pues eso, que he donado plasma y plaquetas. Que los donantes somos muchedumbre, pero que aún así podríamos ser muchísimos más. Todo es cuestión de perder el miedo o de poner en valor lo que tenemos, la sangre, que hace falta, porque aún es un bien escaso.

¡Hazte donante!

Otra mañana colgado de la máquina

Estoy con la mesa puesta, a punto de empezar a meterme el primer bocado, y suena el teléfono: que si quiero donar sangre, que hace tiempo que no voy, y que cuándo me viene bien.

Diez meses han tardado en llamarme. También yo me he descuidado y no he aparecido por allí para recordarlo.

El caso es que me piden que haga una aféresis de plaquetas.

Como lo conté entonces, no vuelvo a repetir la historia, que es la misma: 66 minutos enchufado a una máquina que piensa por sí sola, que toma tu sangre y la manipula, separando algo de plasma y alguna plaqueta, devolviéndotela con el añadido de algo que parece suero salino.

No hay ningún dolor, no sientes nada malo en tu cuerpo, todo son atenciones de las cariñosas enfermeras que te vigilan en todo momento y se prodigan contigo en atenciones mil.

Es cierto que resulta un poco pesado, porque quieras que no se te pasa la mañana en pruebas y espera.

Empieza la cosa por rellenar un documento en el que expones que no tienes ninguna circunstancia que te impida donar sangre: es fácil, es contestar Sí o No a unas 30 preguntas sobre enfermedades y dolencias.

Toma de tensión y control de hematocrito. Yo lo tengo bien, tirando a bajo; pero vale.

Firmas una autorización, para que lo que donas sea administrado por quien lo recibe con libertad y responsabilidad.

Si es conveniente y se ve necesario, como en mi caso, te hacen un “sistemático” para no correr riesgos.

Si todo está en orden, preparan la maquinita de marras introduciendo en su ordenador los datos que los diversos análisis han aportado.

-“Salen 66 minutos, que se pueden convertir en 70. ¿Estás dispuesto a ello”, me pregunta la de blanco.

Ya puesto a echar la mañana, ¿qué más dan minutos más? Asientes y te dicen que esperes, que van a preparar la máquina tomadora.

Y al poco, unos quince minutos más, te llaman, te tumbas, te enchufan y empieza a manar el líquido en un proceso de ida y vuelta.

Así quedas, más o menos, (y no soy yo el que está ahí enganchado), con máquina y cuidadora:


http://www.fbstib.org/imgdb/foto_parnot855.jpg

Y se acaba todo 62 minutos después. Tú estás bien, fuera hay dos bolsas de color marrón claro que valen auténtico oro en paño que ahí dejas. Las “muchachas” de la bata te sonríen y despiden, y tú te sales contento de haber ganado a la máquina 4 minutazos. ¡Estaba seguro que mi sangre es mejor de lo que se creyó esta “listilla”! (La tal máquina debe ser yanqui o alemana, y ya digo que hasta piensa, y de vez en cuando pita y emite mensajes, recordándote que debes abrir y cerrar la mano conforme ella succiona, que la presión hay que mantenerla para que el proceso discurra suave y correctamente).


Internauta, lector/a amigo/a, ¡hazte donante de sangre!

Para más información se puede buscar en Internet con sólo escribir en el motor de búsqueda aféresis. La Clínica de Navarra tiene buena información, pero también Cruz Roja.

La dichosa maquinita

- Mire, Miguel Ángel, su tipo de sangre es especial. Sí, sí, no se extrañe. No es cero negativo, es abpositivo, pero es especial por lo siguiente: tiene un hematocrito bajo, es decir, pocos hematíes lo que la convierte en bastante fluida, un nivel de plaquetas aceptable y usted tiene disponibilidad de tiempo que le permite estar aquí cuando se lo pidamos. ¿Quiere colaborar?
- Dije que sí, por supuesto.
Y luego vino la explicación a todo esto. Parece ser que de la sangre de uno se saca sangre para transfusiones, plasma para no sé qué y plaquetas para tampoco sé qué. Y yo me podía convertir en “dador universal” de plasma y de plaquetas. Además la vena de mi brazo derecho es bastante aceptable. Se llama aféresis.

Esto fue hace unos tres años.

Antes de ayer me llamaron y esta mañana ha sido, una vez más, el proceso.

Rellenas un cuestionario al que tienes que responder NO a todo menos a lo de ser mujer que lo dejas en blanco: no enfermedades cardíacas, no deportes de riesgo, no vacunas inmediatas, no haber nacido en no sé qué países, no haber sido hospitalizado recientemente, etc.
Firmas un consentimiento, te toman la tensión, hacen un análisis para ver el nivel de plaquetas y, si todo está en orden, te instalas en una camilla y esperas.

Junto a ti hay una máquina como si fuera una lavadora pero en mejor, con tubos que salen y entran, pantallas por aquí y por allá, y unas bolsas en la parte de arriba, unas llenas y otras vacías. Te pinchan en el brazo, y mientras empieza a circular la sangre hacia fuera de ti, te explican el proceso como lo hicieron las otras veces.

“La sangre sale y sufre un proceso de filtrado dentro de la máquina que va separando plasma y plaquetas, devuelve el resto de nuevo al organismo y comienza otra vez a extraer más sangre…, así las veces que haga falta hasta completar el cupo de 3,7 no sé qué. Total van a ser 71 minutos si la vena aguanta y no hay contratiempos.”

“En cualquier momento se puede interrumpir. Si lo desea le podemos traer agua o cualquier otra bebida. ¿Está cómodo? Intente no mover el brazo y abra y cierre la mano durante la fase de extracción para que no baje la presión y la máquina no se queje; en la fase de retorno puede dejar la mano quieta”.

Porque la máquina se queja y hace cosas raras y todas las enfermeras del contorno vienen corriendo a ver si estás bien y te hablan con palabras amables.

Total que aguantas 71 minutos, bueno al fin fueron 70 porque la mi vena (en mi pueblo ponemos el adjetivo posesivo delante, ya sabes lo del burro que no se espante) aguantó como una jabata y el proceso se fue agilizando. Las piernas, dormidas; el brazo derecho, agarrotado; la boca con sabor a medicina (que dicen que es el exceso de anticoagulante que hay que añadir porque el proceso era muy largo); casi dos horas de estancia en el centro de hemodonación y la “satisfacción del deber cumplido”.

¡Vaya bobada la que acabo de decir al cerrar el párrafo anterior! Nada de deber cumplido, nada de sentimiento íntimo de comunicar vida a alguien que necesite lo que a mí me sobra, nada de solidaridad, etc. etc.
Empecé siendo donante porque había leído que en la Edad Media utilizaban sanguijuelas para bajar la presión de los humores del cuerpo. Como hace años la única manera de entrar en los hospitales de Valladolid era con familiares enfermos dentro o con carné de donante, pues probé a ver si mataba dos pájaros de un tiro: colarme cuando me hiciera falta para visitar a algún feligrés ingresado y aliviarme el cuerpo de vez en cuando.
No sé cuántas veces he donado. Supongo que alguien llevará la cuenta, porque te anotan y tal. Empecé por el año 80 u 81, o sea que llevo unos 27-28 años. Anda que no hay gente que ya han recibido la medalla de oro por sus 50 donaciones, incluso la de platino por muchas más. O sea que una cosa normalita, casi vulgar.

Pero he de reconocer que esta mañana ha sido una cosa especial. Me lo dijo muy seria la enfermera: van a ser setenta y un minutos. Yo dije de acuerdo sin pensarlo, pero luego sí tuve tiempo más que suficiente de hacerlo. Y pensé:

- ¿Cómo se sentirá un enfermo de verdad cuando tiene que estar enchufado a una máquina como ésta quiera o no quiera bajo pena de muerte, una o dos veces por semana, porque necesita la diálisis durante el resto de su vida?

- La mierdecilla de bolsa que contenía mis plaquetas, apenas medio chato de vino, debe ser muy importante a juzgar por la costosísima máquina que me lo extrajo y el montón de personal sanitario que me rodearon durante casi dos horas.

- Me enteré allí mismo que un chaval con una enfermedad rarísima se curó en La Fe de Valencia tras más de doscientas transfusiones, no sé si de sangre, de plasma o de plaquetas, que igual da. Lo cual podría dar a entender que harían falta al menos otros ciento noventa y nueve como yo que pasen ciento noventa y nueve ratos enganchados a una máquina para que alguien en otro lugar, no importa dónde, se libre de estar enganchado toda la vida a otra máquina o simplemente se muera.

Y pensé más cosas, pero no me atrevo a escribirlas, ni siquiera aunque nadie las fuera a leer.

O sea, tío, tía, hazte donante. Merece la pena aunque tú no te lo merezcas.

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