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Aquel jueves del 55 que relució más que el sol



Leí el artículo deprisa, porque era ya la hora de ir a La Arbolada. Destilaba nostalgia por un tiempo que pasó, y tristeza por un ahora ingrato. También reclamaba justicia por el exceso hacia quienes nunca fueron así pero incluyeron en su grupo indeseables. Los curas rurales reivindicados, pensé. Nadie saldrá por ellos, continué el pensamiento. Y casi ya al apagar, encontré este poema y me dije, me lo pongo. Aquí está.

Cae el sol

Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.
Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.

¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
("hoy se caen solas las cerezas",
me dijeron un día, y yo sé por qué fue),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.

Se me había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)

Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.

Y cuando sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.

José Hierro, Libro de las alucinaciones

Ojala me sirviera de homenaje. Hoy quisiera ofrecérmelo a mí mismo que ya estoy en la postrera etapa, próximo a la meta, tras muchas pedaladas y pocas gratificaciones. (Por cierto, Contador arañó ayer dos segundos, ese sí que puede).
Cerrábamos el curso catequético. Salvo los más pequeños, nadie quiso destacarse. Miedo escénico, lo dicen. ¡Qué poco cambian las cosas a pesar del tiempo transcurrido y las nuevas formas y colores! Unos leyeron, otros y otras cedieron a mi insistencia y dijeron algo más con gestos que con palabras. Los mayores, en su sitio y sin moverse, asentían con la mirada y la sonrisa, y poco más.
Comulgamos mientras cantábamos y no me quise hacer notar, pero mientras daba a los más peques su “segunda” comunión, yo rememoraba sesenta años de distancia de aquella otra Ascensión en que vestido de marinerito hice mi “primera”.
Ya eres de la tercera edad, miguelangel, entérate bien. Nunca fuiste cura rural, ahora tampoco eres cura de barrio. Ni de ciudad ni de campo, siempre nadando por tu cuenta y a tu bola, dando la nota más de una vez, y por no parecerte ni siquiera a don Toribio, el de tu pueblo, que asistió a tu ordenación vestido con traje y sin corbata.
Acaba de recordártelo una paisana que amablemente te ha enviado una foto de una imagen de la Virgen y ya de paso te hizo ver que fuiste niño y comiste pelusos y sobadas que tu madre iba a hornear en casa del panadero del pueblo.
Aseguro que vivo con la  mirada puesta en el presente y hacia el futuro, sólo que de vez en cuando algo o alguien me hace mirar por el retrovisor. Prometo no dejar que se me “encone”.

En el lunes tras la Ascensión


La Ascensión de Jesús (La Piedad), Salvador Dalí, 1958. Fundación Gala

Ayer traté de explicarme y hasta es posible que lo consiguiera. Coincidimos en que hemos avanzado muchísimo, y que no podemos mirar hacia atrás ni con nostalgia ni con envidia. Incluso aventuramos que si nuestros mayores levantaran la cabeza, con toda seguridad volverían a caerse para atrás, no muertos, simplemente asustados. Y comentábamos que si este progreso se ha conseguido por el esfuerzo de unos pocos, no nos imaginábamos dónde estaríamos si todos los brazos posibles se hubieran aunado en la tarea.
Es verdad que no todos somos iguales, ni podemos lo mismo. Somos diferentes. Pero deberíamos ser iguales. Y que esta humanidad se desplace con la rémora de tantos brazos caídos desespera. Necesitamos líderes, pero sobre todo hace falta que la parte obrera sea mucho más currante. En primer lugar, que esté presente; y luego, que participe. Ya está bien de ser parte de la parte silenciosa, inmensa mayoría mirona y tantas veces criticona, derrotista y desmovilizadora.
Y va alguien y pregunta en alto si la jerarquía está por la labor. Y entonces hablamos de su función, si es para mandar y controlar, o es para servir y coordinar. Si esa minoría está por encima del resto, o su lugar está dentro y abajo. Y, aunque tímidamente, convinimos en que aquí todos y todas hemos escuchado las mismas palabras y recibido el mismo o parecido equipaje. Y que no es tanto que esa pequeñez en número sea grande en ejercer poder, porque si cada bautizada/o ejerciera como tal –y recordamos aquello que dice que somos un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes–, otro gallo cantara o cantase.
Y porque de lo que se trata es de “ejercer” y no simplemente “estar”, hay que poner mucho más énfasis en “ser” lo que realmente “somos”.
Una pena no haber tenido entonces a mano este texto de mi admirado Karl Rahner para haberlo leído como complemento a todo lo que celebramos. Si sirve para algo, lo expongo ahora, y que sea de provecho.

ASCENSIÓN Y PRESENCIA DEL SEÑOR

Señor, cuando vuelvas, como te has marchado, como un verdadero hombre, te has de encontrar a ti en nosotros como el sufrido, el paciente, el fiel, el bondadoso, el abnegado, como quien se mantiene unido al Padre aun en las tinieblas de la muerte, como el lleno de amor y de alegría. Señor, has de encontrarte en nosotros como nosotros quisiéramos ser y no somos. Pero tu gracia no sólo se ha quedado, sino que ha venido precisamente a nosotros porque Tú, al subir para sentarte a la derecha del Padre, has derramado tu Espíritu en nuestros corazones. Por eso creemos verdaderamente, contra todo lo que nos dice la experiencia, que Tú continúas tu vida en nosotros, aun cuando desgraciadamente encontramos en nosotros a nosotros mismos y no a ti. Subiste al cielo y te sientas a la derecha del Padre con nuestra vida. Vas a volver con esa misma vida para encontrar la tuya en la nuestra. Y el que Tú la encuentres va a construir nuestra eternidad, cuando mediante tu vuelta hayamos entrado en la gloria de tu Padre con todo lo que somos, lo que vivimos, lo que tuvimos y lo que sufrimos.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, pág. 94]

Tras la Ascensión…


Mural de la catedral de la Prelatura de São Felix do Araguaia, Cerezo Barrero "Mino". Brasil

…esta reflexión que no tuve oportunidad de exponer porque, entre las prisas y las pausas del último lote de las primeras comuniones, no hubo lugar ni momento. Es verdad que en el principio con los peques al decir que era la Ascensión estuve tentado de explayarme; me contuve a tiempo y me limité a decirles que puesto que él se había ido, ellas y ellos, todos, somos ahora las manos y los pies, los ojos y la boca de Jesús; que viviendo a corazón abierto, –“una cosa me queda por deciros: sólo os reconocerán como discípulos míos si os amáis unos a otros como yo os he amado” (Juan 13, 35)–, haremos presente al que está (aparentemente) ausente.
Sin embargo lo que me callé no era momento de decirlo. Habrá tiempo, y ellos lo captarán y, si quieren, lo asumirán.
Que Jesús asciende al cielo y se sitúa a la derecha del Padre, desde donde intercede por todos, encierra estos cinco pasos:
1) Está arriba, porque ha vencido a la muerte; “ha sido elevado” o “exaltado” (Lc 24, 51).
2) Está a la derecha, “a la derecha del Padre”, y desde allí vendrá a juzgar (Mt 25, 31-46).
3) Está delante, “va delante de ellos a Galilea; allí le encontrarán” (Mc 16, 7).
4) Está al lado, “Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el final” (Mt 28, 19-20).
5) Está en todo, “el mismo que bajó es el mismo que ascendió para llenarlo todo” (Ef 4, 10).
Expresado con palabras de Juan Masiá S.J., «dice Jesús: “Se me ha dado todo poderío para liberar; no para dominar y explotar, sino para levantar del suelo a todo el mundo. Os encargo que os bajéis al polvo para levantar del suelo a todas las gentes tiradas por el suelo. Y cuando hagáis eso, estad seguros que yo estaré a vuestro lado todos los días hasta el fin de los siglos”. Ese es el “todo” de la Ascensión, ese es el “todo” de la verdadera mundialización de la paz y la justicia».
La recriminación final, “¡¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo!?”, a los discípulos que miran sorprendidos y/o con la boca abierta, bien puede leerse de esta otra manera, también bastante fácil de entender:
Tiempo de despertar, de Miguel Manzano
MIRAD AL SUELO, CORRED LA VOZ,
DE QUE EN LOS HOMBRES ESTÁ EL SEÑOR.
NO HAGÁIS CASTILLOS PARA SOÑAR,
PUES CADA DÍA TIENE SU AFÁN.
1. Marchó el Señor dejando como encargo
cambiar el mundo en todos sus cimientos,
algún día vendrá y pedirá cuentas,
pagará a cada cual según su esfuerzo.
Querrá el Señor razón clara y concreta
del mal y hasta del bien que no hemos hecho;
El Señor será justo en su sentencia:
hoy no se puede estar mirando al cielo.
2. Está la libertad encarcelada,
los bienes en poder de pocos dueños,
es el hambre la espiga que más crece
y la envidia nos corre por el cuerpo.
Quebraron la garganta del que hablaba,
gritando la verdad a los mil vientos,
por maestro se puso al mentiroso:
hoy no se puede estar mirando al cielo.
3. Cristianos que habitáis en este siglo,
dejad ya de esconderos entre rezos,
hablad menos de Dios, mostradlo en obras:
son las obras medida de lo cierto.
Dejad en vuestras casas las palabras,
hablad con el lenguaje de los hechos,
hoy los golpes de pecho no convencen:
hoy no se puede estar mirando al cielo.

En el día de la Ascensión…


…uno de los más brillantes del año porque el sol luce, pero no tanto como la fiesta que celebramos, me he embutido en el buzo de trabajo y he arremetido contra la pintada que aquella huelga del otoño colocó en la fachada.
No ha desaparecido, sólo está oculta a la espera de encontrar la mejor manera de quitarla total y definitivamente.
Se trata de una medida provisional y muy deficiente, para salvar este día y acallar a quienes sólo se han quejado pero no han aportado soluciones.

Ayer fue la Ascensión

Cavilando a ratos en esta tarde pasada, en la que el sol brilló con toda intensidad, le daba yo al asunto de la “ida” de Jesús.
Cuando alguien se va, algo se rompe en el alma. Eso dice la canción. Toda partida tiene su tristeza, aunque quien se vaya lo haga para mejorar.
Pero tengo yo mis dudas en este caso concreto. Porque ¿quién se puede sentir satisfecho/a de que Jesús se nos marche?
Y, como digo, cavilando, fui haciendo un pequeño, y por lo demás superficial que de otra cosa no soy capaz, análisis de quienes estamos implicados en este asunto. Vayamos, pues, por partes:
1) Jesús había dicho muchas veces que tenía que marcharse. Que era del todo necesario. Lo había dicho mirando a sus amigos, que necesitaban crecer y madurar; no podían seguir agarrados a la teta, ni depender siempre y para todo de lo que el Maestro dijera o hiciera en cada caso. Lo mismo le requerían para resolver un problema de intendencia, “no hay comida”, que para atender un ruego, “mira que su siervo está enfermo”, que para arreglar un desaguisado por su propia torpeza, “no hemos podido curar a nadie”, que para llenar la barca de peces cuando ellos no habían sido capaces de pescar ni una carpa, “toda la noche hemos faenado y no hemos cogido nada”.
También lo había dicho pensando en sí mismo. “Tengo que marcharme porque he de ir a prepararos una casa donde todos quepais y estéis conmigo”. Se conoce que aquí no había encontrado la manera.
Lo dijo contando con que el Espíritu tuviera espacio para venir. Estando él, no lo había; todo estaba ocupado. Había que hacerle hueco.
Y lo dijo, digo yo, pensando en el Abba. Le había dado una encomienda. La había llevado a cabo y punto. Ahora todo volvía a estar en manos del Jefe. Lo mejor era quitarse de la vista.
O sea, Jesús pensaba que debía largarse de aquí.
2) Muchas personas necesitan que Jesús no estuviera.
Empleo adrede este tiempo verbal, en lugar del que sería correcto. Se acabó eso de que uno sude y el resto aplauda o pitorree. ¿Se acabó? ¿De veras?
No lo tengo yo nada claro. Dejo de ver el partido de Roland Garros, porque no puedo aguantarme la testosterona, digo la adrenalina. El público aplaude y jalea los fallos, en lugar de los aciertos. Lo mismo que en la cosa pública, igual que en la cosa religiosa. Demasiados mirando y tan pocos trabajando.
Me voy a nadar un poco, a competir contra mí y con el reloj. El agua será mi aliado.
Vuelvo de nadar. Nadal ha ganado, lo cual significa un triunfo también para sus seguidores. Se lo merecía(n), por saber sufrir. Aunque Federer era mejor.
También encuentro un resumen de la asamblea de Sol de las 12:00. Está puesta en su página. Estos chavales lo están haciendo muy bien.
Fe no és esperar,
fe no és somniar.
Fe és penosa lluita per l'avui i pel demà.
Fe és un cop de falç,
fe és donar la mà.
La fe no és viure d'un record passat.

No esperem el blat
sense haver sembrat,
no esperem que l'arbre doni fruits sense podar-lo;
l'hem de treballar,
l'hem d'anar a regar,
encara que l'ossada ens faci mal.

No somnien passats
que el vent s'ha emportat.
Una flor d'avui es marceix just a l'endemà.
Cal que neixin flors a cada instant.

Fe no és esperar...

Enterrem la nit,
enterrem la por.
Apartem els núvols que ens amaguen la claror.
Hem de veure-hi clar,
el camí és llarg
i ja no tenim temps d'equivocar-nos.

Cal anar endavant
sense perdre el pas.
Cal regar la terra amb la suor del dur treball.
Cal que neixin flors a cada instant.

Bien por los alemanes. Acaban de enterarse de que al enemigo lo tenían en su propia casa. Pero resultó más práctico disparar primero contra el vecino.
3) Está. Ni buscarle, ni echarle en falta. Simplemente, no estorba.
Termina la tarde con tormenta. La gente se recoge, que el lunes hay curro y cole. Todo parece funcionar. Bien, mal o regular, cada quien tiene su opinión. Es natural.
Si no van mejor las cosas, no será cuestión ni de mirar al cielo ni de echar la culpa al vecino. Tal vez sea que nos toca ahora la parte baja de la onda. Cuando nos toque la alta, ¿nos acordaremos?
En mi asociación tocan a rebato. Hay que celebrar el 35º aniversario. Faltan muchos que ya no están. Otros simplemente lo dejaron. Quedamos muy pocos. Lo que hay que hacer, a prorrateo. Mucho o poco, lo que sea. Ojalá fuéramos muchos más.
¿Cómo contagiar entusiasmo? ¿Cómo animar y enamorar? ¿Dónde están los jóvenes? ¿Se fueron todos a la acampada?
Tal vez nos falten profetas. “Ya no hay locos, compañeros, ya no hay locos”.
Está claro el mensaje, no podría estar más a la vista. Lo dijo aquel aragonés de voz fuerte y mirada huraña:
No cojas las acerollas
déjalas para el verano,
toma el camino de casa
que allí te espera tu hermano
y entre los dos hay que levantar (bis).

Una arboleda en el río,
una huerta en el secano
y al amigo que está lejos
atraelo de la mano
y entre los tres hay que levantar (bis).

Sobre la cueva una casa,
sobre el erial un paisaje
y al que se va a la vendimia
pagarle el último viaje
y entre los cuatro hay que levantar (bis).

Una esperanza segura
de que todo va adelante
y si alguien queda parado
decirle que es caminante
y entre los cinco hay que levantar (bis).

De toda la tierra entera
un lugar en donde quepan
los que caminan y esperan,
los que vuelven y se quedan,
y entre todos hay que levantar (bis).

Así ha sido siempre, o casi siempre. Al menos así me lo parece. Lo dijo muy bien un alemán que vivió en España, Dietrich Bonhoeffer, “etsi Deus non daretur”. Esto es la Ascensión:
“Dios, como hipótesis de trabajo, ha sido eliminado y superado en moral, en política y en ciencia…; pero también en filosofía y religión (¡Feuerbach!). Es pura honradez intelectual abandonar esa hipótesis de trabajo, es decir, descartarla hasta donde ello sea posible. Un médico o un científico edificante, piadoso, es un híbrido, un hermafrodita.
¿Dónde queda, pues, un sitio para Dios?, se preguntan ciertas almas acongojadas, y como no dan con ninguna respuesta, condenan toda evolución que les ha acarreado semejante calamidad… Ya te escribí sobre las distintas salidas de emergencia, que conducen fuera de este espacio que tanto se ha angostado… Cabría añadir aún el salto mortal para volver a la edad media. Pero el principio de la edad media es la heteronomía en forma de clericalismo. El retorno a este sistema sólo puede ser un acto de desesperación, que únicamente puede lograrse a costa de sacrificar la honestidad intelectual.
Y nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur. Y esto es precisamente lo que reconocemos… ¡ante Dios!; es el mismo Dios quien nos obliga a dicho reconocimiento. Así nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc 15,34)!
El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Mt 8,17 (Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias) indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos.
Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones. La religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo: así Dios es el deus ex machina. Pero la biblia lo remite a la debilidad y al sufrimiento de Dios; sólo el Dios sufriente puede ayudarnos. En este sentido podemos decir que la evolución hacia la edad adulta del mundo, de la que antes hemos hablado, al dar fin a toda falsa imagen de Dios, libera la mirada del hombre hacia el Dios de la biblia, el cual adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su impotencia. Aquí es donde deberá entrar en juego la “interpretación mundana”.
¿Quién soy yo? Ellos me dicen a menudo
que salgo de mi celda
sereno, risueño y fuerte,
como un noble de su palacio.
¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
que hablo con los carceleros
libre, amistosa y francamente,
como si mandase yo.
¿Quién soy yo? Me dicen también
que soporto los días de infortunio
con indiferencia, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
sediento de buenas palabras y de proximidad humana,
temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
cansado y vació para orar, pensar y crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo.
¿Quién soy yo? ¿Éste o aquel?
¿Seré hoy éste, mañana otro?
¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,
y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?
¿O bien, lo que aún queda en mí semeja al ejército batido
que se retira desordenado ante la victoria que le ha sido arrebatada?
¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy,
¡oh Dios!


[Carta a un amigo, Tegel 16 de julio de 1944. Resistencia y sumisión. Cartas y escritos desde la prisión. Libros del Nopal. Ediciones Ariel. Madrid 1971, pág. 209-210]

Hoy es la Ascensión

Hoy es la Ascensión. Pero ya no rige aquello de “hay tres jueves que relumbran más que el sol…» porque dos de ellos han pasado a domingo, que encaja mucho mejor a la hora de elaborar el calendario de fiestas y días laborales. Un asunto de pura economía, de cuartos y de intereses, ha producido este ajuste (desajuste según a quien se pregunte).
Hoy hace ya la tira que hice mi primera comunión. ¡Era de pequeño!
Como ya he hablado de esto en alguna ocasión, hoy me peta más hablar de lo otro, es decir, de la Ascensión.
La Ascensión del Señor. Rembrandt
Que Jesús se fue al cielo nunca lo he dudado. De peque porque lo decía el catecismo. Y más tarde, porque no me planteaba ningún problema. De sobra sabía, y sé, que encima de las nubes está la Luna, y más allá las estrellas. Y por encima de éstas, más estrellas. Y más arriba, estrellas a mogollón. Pero tiene que haber algún límite a tanta estrella, so pena que terminemos estrellándonos. Así las cosas, más allá de las estrellas, allá lejotes se fue Jesús.
Sin embargo, para Dios lejotes o cerquita no tiene importancia. Si no lo tiene para superman, cómo lo va a tener para Él. En caso de necesidad, de dos zancadas se planta aquí o donde haga falta.
De modo que para mí que Jesús subiera no me ha planteado mayor dificultad. Además, ¿no se dice de la gente que sube o que baja de categoría, de puesto de trabajo, de cargo social o político…? Ese subir o bajar no tiene por qué ser espacial o geográfico del tipo de “bajarse al moro”, sino que estaríamos hablando en sentido figurado.
Por mi barrio aún decimos subir a la ciudad, que no está más arriba, sino a la misma altura que donde vivo. Pero indica que de las afueras viajamos hacia el centro, que es como ascender en importancia, y acudir a comprar donde venden calidad, y no como aquí que es todo purrela.
A un amiguete funcionario, le han ascendido en su trabajo, pero sigue en el mismo edificio, en el mismo despacho y con el mismo horario de curre. Supongo que ahora cobra un poco más, y eso querrá decir que ha ascendido. Militar no conozco a nadie, pero sé que también ascienden, y en lugar de mandar sobre dos, luego mandan sobre tres.
Pues de igual modo Jesús, cuando terminó su labor, se fue al centro de dirección, y dejó de estar en las afueras. Pasó a cobrar sueldo de alto cargo, y empezó a descansar de tanto trajín como mantuvo con judíos y fariseos, tirios y troyanos.
Claro, esto visto así, no está mal para funcionar a mi manera. Pero cuando se trata de aclarárselo al personal, hay que afinar un poco, y no forzar tanto las cosas que parezca una comedura de tarro y querer mantener la fe del carbonero. Que dicho sea de paso, tampoco es de despreciar.
Pues sí, en efecto, decir hoy en día que Jesús subió al cielo es un anacronismo. Está bien leerlo, porque así están escritos los evangelios. Y se expresan de este modo porque entonces se hablaba así. Pero hoy no son formas. Hay que buscar otra manera.
Hacerlo mucho más claro y asequible no es tarea fácil. Y no siempre es aceptado porque muchos siguen leyendo textualmente y se niegan a consentir cualquier explicación o comentario que altere lo que siempre se ha considerado inmutable.
Arrinconada esta dificultad, que no anulada porque es bien real, aquí pongo yo esta otra lectura del suceso que se conoce como la ascensión, y el comentario que le sigue. El lugar de donde lo tomo lo señalo al final, como acostumbro.




SOBRE LAS NUBES DEL CIELO

Muchacha - ¡Pero no me lo diga, vecina!
Vecina - Sí, sí, como lo estás oyendo: mañana por la mañana, Jesús, el de Nazaret, se presentará en esa loma. ¡Ahí mismito será el prodigio! ¡Lo nunca visto: un muerto vivo! Dicen que lleva cuarenta días apareciéndose por aquí y por allá, ¡y que ahora es cuando va a subir al cielo!
Muchacha - Ay, Dios mío, ¿y qué voy a hacer yo con la comida? ¿Y quién me cuida la casa?
Vecina - ¡Olvídate de eso, muchacha! ¡A mí, que me roben o que se me quemen las lentejas, me da lo mismo! ¡Pero yo no me pierdo una cosa así ni por el tesoro de Salomón! ¡Ea, corre y avísale a la cheposa y al viejo Nemesio y a mi comadre Tilita. ¡A todo el mundo! ¡Que no falte nadie!
Muchacha - ¡Descuide, vecina, todo el barrio estará mañana allí! ¡Hasta al loco Martín se lo voy a decir!

No hizo falta avisar mucho. La voz de que Jesús se iba a aparecer junto al lago de Tiberíades, en la colina de las Siete Fuentes, corrió más rápida que una liebre y, antes de ponerse el sol, ya todos estaban enterados. Aquella noche nadie durmió en Cafarnaum. Y cuando los gallos anunciaron el nuevo día, hombres y mujeres, viejos y niños, todos salieron por la Puerta del Consuelo y echaron a andar hacia la colina donde ocurriría el prodigio.

Muchacha - ¡Es una emoción la que siento! Mire, póngame la mano aquí… ¿Se da cuenta?
Vecina - ¡Caramba, muchacha, tienes el corazón dándote brincos!
Muchacha - Es que yo nunca he visto una cosa de éstas, vecina.
Vecina - Ni yo tampoco, mi hija. Imagínate, ya voy para vieja, y el milagro más grande que vi yo, fue cuando a mi marido se le quitaron aquellos retortijones así de repente, pero fuera de eso…
Muchacha - Antes sí pasaban muchas cosas: el mar se partía en dos tajadas, el sol se paraba en mitad del cielo, las ballenas se tragaban a la gente, pero ahora como que Dios se ha vuelto más tacaño.
Vieja - ¡No diga eso, mujer sin fe! ¡Dios es grande! ¡Y hoy vamos a ver cosas maravillosas! ¡En Jerusalén lo mataron y en Galilea aparece vivo! ¡Bendito sea Dios!
Vecina - ¡Y bendito el que lo vea! ¡Límpiate las legañas, muchacha, que hoy vas a ser testiga de algo increíble! ¡Ven, vamos más arriba para estar más cerca!

Como hormigas detrás del dulce, así se fueron juntando los vecinos de Cafarnaum en las laderas verdes de aquella colina donde Jesús, muchos meses antes, había anunciado que Dios nos regalaba su Reino a nosotros, los pobres y los hambrientos. El lago de Tiberíades, como un gran ojo azul, comenzó a despertarse con los primeros rayos del sol. Pero hoy no se veían las velas blancas de los pescadores cruzando el agua. Las barcas estaban amarradas en el muelle y las redes colgaban entre las palmeras. Hoy nadie trabajaba en la ciudad.

Bartolo - ¿Y por dónde va a venir, digo yo? ¿Por oriente o por occidente?
Vecino - ¡Por arriba, compadre! ¡Como un higo maduro!
Bartolo - ¡Pues vaya trastazo que se va a llevar cuando caiga!
Vecino - No seas zoquete, Bartolo. ¿Tú no oíste que los ángeles subían y bajaban sobre la cabeza de Jacob y no les pasaba nada?
Viejo - ¡Pero ellos tenían una escalera, amigo, y así la cosa cambia!
Vecino - ¡Pues Jesús ya se conseguirá también alguna para bajar! ¿No le parece?
Vecina - ¡Jesús no tiene que conseguir nada! ¿O es que ustedes no saben que los santos y los ángeles vuelan como los pájaros?
Viejo - ¿Ah, sí? ¡Pues Elías era santo y si no le mandan el carro, no sube!
Vieja - ¡Hermano! ¡Ni carro ni escalera! ¿Saben cómo aparecerá Jesús? ¡Sobre las nubes del cielo! La profecía dice: Todo ojo lo verá y toda oreja lo oirá.
Todos - ¡Amén, amén!
Vieja - ¡En una nube viene y en otra se va!
Todos - ¡Amén, amén!
Vieja - Oiga, abuela, ¿y dónde está esa nube, porque hoy el cielo está más limpio que el bolsillo de un pobre?

No había una sola nube en el horizonte. Azul como un zafiro, el cielo galileo se confundía con el agua del lago. El sol, subiendo desde las estepas de Galaad, brillaba radiante.

Cleto - Dime una cosa, Bartolo, ¿tú de veras te crees ese lío de que a Jesús el nazareno lo colgaron en una cruz y luego salió otra vez vivo de la tumba?
Bartolo - Mire, compadre, de que lo mataron, lo mataron, eso sí que lo sé yo porque mi tío Miqueas estaba en la capital cuando las fiestas y lo vio todo con sus propios ojos. Pero de lo otro ya no estoy tan seguro.
Cleto - A las lagartijas les cortan el rabo y siguen coleando. Pero al que le cortan la cabeza o lo clavan en una cruz, no se mueve más.
Vecina - Pues Pedro y Andrés y los hijos del Zebedeo, dicen que lo han visto vivo. Que fue que Dios se puso furioso con la sentencia de Poncio Pilato y dijo: ¡De ninguna manera! Y entonces, metió la mano y lo volvió a sacar vivo de la tumba, para darles en la cabeza a todos los sinvergüenzas que lo mataron, ¿comprendes?
Cleto - ¿Y eso no será un cuento de Pedro y los demás, vecina?
Vecina - Bueno, yo no sé, eso es lo que ellos dicen, pero… Oye, por cierto, ¿y dónde están metidos esos pillos? ¿No han venido?
Bartolo - Sí, yo vi a Felipe, y al pelirrojo Santiago. Por ahí andarán…

Por ahí andábamos, mezclados con todos. Nunca supimos quién echó a rodar la voz de que Jesús se iba a aparecer en el monte. Pero, por si acaso, allá fuimos los once del grupo y también las mujeres.

Juan - ¿Qué crees tú de todo este lío, Pedro?
Pedro - No sé ni qué decirte, Juan. Aquí hay algo raro.
Juan - La gente anda diciendo que Jesús viene esta vez pero para despedirse, que ya no lo volveremos a ver nunca más. ¿Que te parece? ¿Será verdad eso?
Pedro - Lo que te digo es que en todo esto hay algo raro. Porque mira, cuando nosotros vimos al moreno las otras veces, cómo te diré, era distinto.
Vendedor - ¡Pastelitos, pastelitos! ¡A los ricos pasteles de miel con queso! ¿Quiere probar uno, paisano?
Juan - Ahora no, viejo, más tarde.
Pedro - No sé, Juan, era distinto. Por lo pronto, no había pastelitos.

Los vendedores, con sus cestas en la cabeza o empujando sus carretones, pregonaban mil mercancías entre la multitud cada vez más numerosa. En eso, una nubecita, blanca y pequeña, se formó en mitad del cielo.

Vieja - ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Ahí viene!
Todos - ¡Ahí viene! ¡Ahí viene!
Niño - ¿Quién viene, mamá?
Vecina - ¡Cállese, mocoso, y mire hacia arriba!
Vecino - ¡Oye, niña, no empujes, que yo llegué primero!

Todos levantamos las cabezas sin perder de vista la pequeña nubecita que iba avanzando lentamente a través del cielo azul.

Bartolo - ¡Ahora sí comenzará el Reino de Israel!
Vecina - ¡Ya era hora, qué caray! ¡Desde que Abraham puso las patas en esta tierra, los pobres estamos esperando a que se nos haga justicia, y nada!
Cleto - ¡Ya se les acabó el cuento a los de arriba, porque Jesús está más alto que todos ellos! ¡Míralo cómo viene, trepado en una nube!
Muchacha- ¡Ahora se sentará en el trono, y a reinar se ha dicho!
Vecino - Y nosotros a su lado, no te olvides.

La nubecita, empujada por una débil brisa del lago, se fue acercando al sol… y se disolvió como la espuma.

Todos - ¡Ooooh!
Cleto - ¿Y ahora qué, vieja?
Vieja - ¡No sean impacientes, caramba! ¡Esa era la nube mensajera! ¡En la de atrás viene el rey!

Pasó una hora y otra y otra más. El sol, colgado en mitad del cielo, nos achicharraba las cabezas. Pero seguíamos allí, sin movernos, esperando. De pronto…

Vieja - ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Ahí viene!

La vieja Tilita volvió a levantar su brazo largo y nudoso como una rama de olivo señalando a otra nube que cruzaba el cielo en dirección a nosotros.

Vecino - ¡Amárrense los calzones, compañeros, que ahora sí que va en serio lo del Reino de Dios!

Algunos viejos comenzaron a rezar. Las mujeres apretaban a sus hijos contra el pecho emocionadas, esperando el gran momento. Mirado hacia arriba, con la boca abierta, aquel mar de cabezas se fue inclinando a uno y otro lado según la nube avanzaba empujada por el viento.

Todos - ¡Ooooh!

Pero la segunda nube tuvo la misma suerte que la primera. El ardiente sol galileo la abrasó y el tapete azul del cielo quedó otra vez completamente despejado.

Vieja - ¡No se desanimen, muchachos, que más tuvo que esperar Noé dentro del arca hasta que pasara el diluvio!
Cleto - ¡Pues mire, que un poquito de agua no nos vendría mal! ¡Qué calor! Mire, mire, ya se me está poniendo la carne fofa, ¡como cera blanda!
Bartolo - Yo voy un momento a remojarme en el lago. ¡Vuelvo enseguida!
Vieja - ¡No te alejes demasiado! ¡Tengan fe, vecinos, no se desesperen! ¡Que Jesús viene pronto, ya no tarda!
Martín - ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Jo, jo, jo!
Vecino - ¿Y a éste qué mosca le picó?
Muchacha - Es el loco Martín.
Vecino - Eh, tú, so bobo, ¿qué andas buscando aquí? ¡Lárgate, lárgate, que esto es para gente seria! ¡Mira que venir a burlarse de Jesús el Mesías!
Martín - ¡Yo soy Jesús, yo!
Vieja - ¡Cállese, atrevido! Me dan rabia estos tipos, siempre metidos por medio.

Pasó otro largo rato. Los hombres, sudando a chorros, comenzaron a contar chistes para matar el tiempo. Las mujeres se cubrían la cabeza con hojas de palmera y se abanicaban con los pañuelos.

Cleto - ¡Maldita sea, estos calores no hay quien los aguante!  ¡Uff!
Vendedor - ¡Pastelitos, pastelitos! ¡Al rico pastel! ¡Miel y queso, queso y miel!
Niño - ¡Mamá, tengo hambre, dame un pastelito!
Muchacha - ¡Un pescozón es lo que te voy a dar, muchacho del demonio!
Niño - ¡Yo quiero un pastelito!
Muchacha - ¡Estése quieto, caramba!
Vecina - ¡No amenace a su niño, señora! Óigame bien, ¿quiere que le diga una cosa? Los niños como él serán los primeros en entrar en el Reino del Cielo porque Jesús lo dijo bien claro que… ¡Ayy!
Bartolo - Oye, ¿y a ésta qué le pasó ahora?
Viejo - ¿Qué le va a pasar? ¡Que le dio un sopitipando!
Vecino - ¿Un qué?
Muchacha - ¡Agárrenla, agárrenla!
Cleto - Estaba echando un discurso sobre el Mesías y, ¡cataplún, al suelo! La pobre, está embarazada.
Muchacha - Échenle fresco.
Vecino - Y si está preñada, ¿cómo se le ocurre meterse en un tumulto como éste? Es una imprudencia.
Vieja - ¡Ninguna imprudencia! ¡Ella hizo bien, porque hasta las criaturas en el seno de su madre piden a gritos venir a ver el prodigio!
Cleto - ¡Aquí el único prodigio es que todavía no se nos hayan derretido los sesos! A mí ya me está saliendo humo de la cabeza.
Vecino - ¡Y ni un dátil para echarse en la tripa!
Viejo - Y dígalo, paisano, que yo vine aquí sin desayunar y de pura hambre me está entrando un tembleque en las piernas que ni David cuando bailaba ante el arca.
Bartolo - ¡Ea, compañeros, vámonos! ¡Aquí ni sube ni baja nadie!
Vieja - ¡No, no se vayan! ¡Las cosas buenas cuestan sacrificio, caramba! ¡Además, si Jesús dijo que venía, vendrá!
Bartolo - ¡Y si yo dije que me iba, me voy!
Vieja - ¡Ahí está! ¡Mírenlo dónde viene!

La vieja levantó otra vez el brazo para señalar una nube redonda y espesa, como si fuera de algodón, que apareció de repente sobre nuestras cabezas.

Vecino - ¡Ahora sí! ¡A la tercera va la vencida!
Vecina - ¡Un aplauso, compañeros! ¡Un aplauso para el Mesías que viene a gobernar el mundo!
Todos - ¡Viva! ¡Vivaaa!

Y la tercera nube pasó de largo, aún más ligera que las anteriores…

Bartolo - Ésta tampoco…
Viejo - Bueno, a tomarle el pelo a otro que a mí me quedan tres mechones.
Vecino - ¡Y yo tengo ya e1 cuello jorobado como los gansos con tanto arriba y abajo! ¡Adiós a todos!
Vieja - No entiendo cómo se ha demorado tanto.
Martín - ¡Ni sube ni baja ni nadie trabaja!
Muchacha - ¡Denle un tapaboca a ese maldito bobo!
Cleto - Déjalo, que está diciendo la verdad. Bah, el día perdido mirando al cielo y, al final, para nada.
Bartolo - Y mira ya la hora que es. El sol ya va de retirada. Ea, vámonos.

Y la gente, cansada y con la cabeza gacha, comenzó a bajar de la colina de las Siete Fuentes y a desperdigarse por el barrio de los pescadores, y por el mercado, y a llenar las calles de Cafarnaum y a regresar a sus casas, mientras el sol se hundía nuevamente en el Mar Grande, allá junto a la punta del Carmelo.

¡Cuánto tiempo nos costó comprender y hacerles comprender a nuestros paisanos que no había que andar mirando hacia arriba, sino hacia el hermano y hacia la hermana que teníamos a nuestro lado! ¡Cuánto tiempo escudriñando el cielo para ver llegar a Jesús sobre las nubes, sin darnos cuenta que, desde que Dios lo levantó de entre los muertos, su Espíritu llena la tierra, que donde dos o tres hombres y mujeres luchan, sufren y esperan, ahí está él presente! ¡Cuánto tiempo hasta comprender que aquel Jesús, con quien nosotros habíamos comido y bebido, había sido puesto por Dios como Señor del cielo y de la tierra y, elevado ahora por encima de todos los señores de este mundo, no se había ido! Al contrario, se quedaba para siempre con nosotros, con el pueblo, todos los días hasta el final de los tiempos.



Mateo 28,16-20; Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-52; Hechos 1,3-11.


Comentario

Si consideramos la ascensión de Jesús como la subida a los aires de un extraordinario «astronauta» en un acto espectacular o maravilloso, o como un dejar este mundo para irse a la derecha del Padre, como un adiós cumplida ya su misión en esta tierra, falsearíamos toda la teología de la ascensión.
Las manifestaciones de Jesús a sus discípulos y a los primeros cristianos (es el caso de la aparición a Pablo: 1 Corintios 15, 8) fueron acontecimientos de la más diversa clase que ocurrieron durante un largo espacio de tiempo, probablemente varios años. Sin embargo, el libro de los Hechos habla de apariciones durante cuarenta días y dice que después de este plazo Jesús «subió al cielo».
El número cuarenta es un número simbólico y así aparece a lo largo de toda la Biblia. Cuarenta años equivalen a una generación. Por eso se dice que el pueblo de Israel anduvo cuarenta años por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Esto quiere decir que la peregrinación duró «una generación». El 40 indica también un período largo y con características especiales. Por eso se dice de un reinado que duró cuarenta años para indicar que fue un reinado que dejó huella, que marcó una etapa (2 Samuel 5, 4). O también que un período de paz duró ese tiempo para indicar que fue una época de plenitud. Decir que Jesús resucitado se manifestó a sus discípulos durante cuarenta días expresa que aquel fue un período suficiente, completo. Un tiempo marcado por características muy especiales. Que durante aquel tiempo (nunca sabremos con exactitud cuál fue su duración) los discípulos de aquella primera generación cristiana experimentaron vivo a Jesús, sintieron su presencia en la comunidad de forma única. Su fe se robusteció con esta experiencia y a partir de ella, toda su vida cambió y se orientó al seguimiento del camino de Jesús. A partir de estos hechos empezó a extenderse la fe cristiana por Israel y por el mundo mediterráneo.
Nuestra fe nos dice que Jesús sigue vivo, que se ha quedado con nosotros, que  lucha a nuestro lado. Precisamente esta presencia de Jesús que llena el mundo por el Espíritu, que orienta la historia hacia el triunfo definitivo, es lo que quiere decir el «misterio» de la ascensión.
Los textos evangélicos, al dar un marco narrativo al acontecimiento de la ascensión de Jesús, no coinciden en los datos geográficos. Mateo sitúa el hecho en Galilea y Lucas en Jerusalén. Marcos no precisa ningún lugar. Se trata de algo totalmente secundario para la comprensión de la teología de la ascensión, pues con ella no se está describiendo un hecho puntual, localizable. Después de la resurrección, su cumple de forma plena lo que Jesús había dicho a la mujer samaritana: ni en Jerusalén ni en Garizim ni en ningún otro templo encontraremos a Dios, pues él está en los que viven en Espíritu y en verdad (Juan 4, 21-24). Jesús resucitado, a quien Dios hizo Señor y Mesías, nos abre el camino para poder vivir así. Pues el Espíritu Santo, que es el Espíritu (Jesús-Cristo = Jesús-Mesías), continúa viviendo en nosotros y en la comunidad, haciéndonos libres, enseñándonos la verdad (Juan 14, 15-17; 16, 12-14).
El relato de la ascensión está lleno de símbolos teológicos propios de los que se emplean en otras manifestaciones que Dios hizo a lo largo de toda la Biblia. Jesús sube: siempre en «lo alto» está la región donde Dios vive. Que Jesús suba quiere decir, pues, que Dios ha elevado a aquel campesino de Nazaret a la dignidad de Señor de la historia, para que se cumpla aquello que él mismo dijo: «el que se humilla será ensalzado». Una nube lo oculta de la vista de sus discípulos. A lo largo de todo el AT la nube acompaña las manifestaciones de Dios: en el Sinaí, a través del desierto… La nube es el carro de Dios, es su tienda. El Mesías vendrá sobre nubes y el día de Dios será un día nuboso. En el evangelio, la nube aparece también en la escena del Tabor. Indica este símbolo la trascendencia de Jesús resucitado, en quien Dios se nos revela de manera definitiva. El último libro de la Biblia anuncia que Jesús volverá sobre las nubes del cielo cuando llegue la hora del juicio (Apocalipsis 1, 7).
También aparecen ángeles en el texto de la ascensión. Los ángeles siempre son en la Biblia emisarios de importantes mensajes de Dios. Y el mensaje que traen en esta ocasión a los discípulos, a los vecinos de Cafarnaum, es de suma importancia. No hay que estar mirando al cielo, porque Dios no está en las alturas. Dios está donde está Jesús. Y Jesús está donde estuvo siempre durante su vida: entre los artesanos de la paz, entre los que se juegan la vida por sus hermanos.

[«Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 1037-1045]

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