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Avanzando en fidelidad


En cuanto el cielo avisó, corrí tijera en mano a hacer acopio de flores naturales, sí, sin aderezos ni fertilizantes, sin cuidados e incluso sin miradas curiosas. Nadie se percató de mí y de mi afán por apremiarme antes de que la tormenta descargase. Cuando empezó a zumbar la lluvia ya estaban a buen recaudo y colocadas. Hoy lucirán, que es Pentecostés, la fiesta de la pluralidad, la diversidad, la inclusión, la discreción, la sobriedad y hasta de la humildad.
Reniego del adoctrinamiento que he recibido acerca del barroquismo de esta solemnidad. Tal vez no fue premeditado ni pretendido, pero esa catequesis funcionó en mí de esa manera, y me ha costado superarla con los años. Ahora, soy libre para expresarme libremente, los (muchos) años acumulados precisamente me lo permiten.
Corren vientos nuevos, he escuchado estos días por doquier. Hay quien se disgusta por ello, y quien se congratula. Percibo, no obstante, que a la mayoría ni le va ni le viene. Como si se hubiera alcanzado ya una etapa en la que cualquier cosa, no sólo es posible, sino realizable. Lejos de haberse producido una especie de “proletarización” del personal, es más bien lo contrario, “aristocracismo” puro y duro.
Has rejuvenecido, chaval, me dijeron antes de ayer, al verme con el pelo a cepillo, casi al cero (se pasó la peluquera unos cuantos pueblos). Te veo viejo, miguelangel, acabo de escuchar esta mañana. Y ¡qué razón tienen ambas opiniones!
Siempre jóvenes las amapolas que recogí del solar vecino, lucen airosas sobre unas cajas de vino de marca, ribera exactamente (desaparecida con la lija para no hacer publicidad gratuita), en un lugar de honor delante de la Virgen y de su Hijo, para recordarme a mí y de paso a todo el resto, que, si hay que subir, mejor que los peldaños no sean de especulación o vil metal, y que si hay que significar, mucho más lo hará lo que no tiene trampa ni cartón, lo evidente, lo que no requiere rocambolesca explicación ni sesuda disertación.
La fiesta del Espíritu Santo es motivo de alegría, pero también de esperanza, las cosas tienen arreglo por muy mal que estén. Ahí está Francisco poniendo orden en la iglesia de Chile y una actriz afroamericana amansando a la fiera realeza británica. Aquí en casa no lo tengo tan claro, pero es que los iberos de la antigua Hispania somos de comer aparte, por eso tienen que echarnos el pienso de otra manera.
Salvo que salgamos cada quien a buscarnos el condumio como dios no dé a entender, como he hecho yo con las amapolas.



Ruaj, viento huracanado, brisa apacible, ¡que igual da!



Hoy era su día. Mejor dicho, el nuestro, porque a su ritmo hemos estado celebrándolo. Ha sido una auténtica fiesta. ¡Pentecostés!*
Y puesto que es don y vigor, lo hemos aprovechado lo mejor que hemos sabido y podido. Una larga hilera de personas, de edades y condición muy variada, se ha acercado para ser ungidas. Y sobre ellas he puesto mis manos y he signado sus cabezas y sus manos, como manda el ritual, impetrando y confiriendo, así es nuestra fe, la sanación integral.
Puede que también se de la salud física, puede que sólo sea suficiente el ánimo y la compañía para llevar la enfermedad con entereza, puede, qué se yo, que incluso les llegue a quienes por profesión y vocación tienen la misión de cuidar de nosotros, los enfermos de miles de dolencias, conocidas, sospechadas o temidas. Un misterio de la vida, que hace tan frágiles a los seres humanos cuando nos querríamos comer el mundo.
También pedimos sabiduría, entendimiento, consejo… incluso santo temor de Dios. Pero sobre todo, salud. Porque mientras haya salud, lo demás ya irá viniendo.
Bien les advertí antes de que en nuestra mano está prevenir, cuidarnos, mantenernos en forma… Pero allí estaban, como unos más, dos guajes de apenas diez años que también solicitaban el sacramento. Sus madres aseguraron que estaban debidamente informados de lo que estaban pidiendo, y –quién soy yo para juzgar–, también los ungí y comuniqué el don de la salud.
No sé si algunas personas, a la vista de las indicaciones sobre nutrición, alimentación y dietética que dan en las mañanas de la tele, pensarán no enfermar nunca y vivir para siempre. Tal pretensión está fuera de nuestras posibilidades. Lo que sí está claro, al menos para mí, es que casi la mitad de mi gente se considera necesitada, aunque se les vea aparentemente sanos. Ya digo, un misterio.
Un misterio saludable, en mi opinión, que nos aleja de caer en la altanería y dejar que sea esa ruaj*, o aquel viento huracanado, o esta brisa suave, que así se explica la Sagrada Escritura, expresión de la presencia del Ser que nos funda y en el que somos.
Coincidiendo con esta fiesta, festejamos también nuestro derecho y nuestra responsabilidad política votando. Que nadie venga a decirme que no revuelva la cosas y que las distinga; no soy capaz, tampoco quiero. Yo jamás diría, como he oído que ha dicho un alto cardenal* de la Iglesia Católica, que alguien que ama a los pobres puede que sólo lo haga por ideología y no por fidelidad al Evangelio. Creo que estoy escuchando las carcajadas de Óscar Romero, que, desde el cielo donde se aloja hace treinta y cinco años y dos meses, me llegan como una suave corriente de aire… consolador*.
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Pentecostés, del griego Πεντηκοστή (ημέρα), Pentekosté (heméra) ("el quincuagésimo día") describe la fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua y que pone término al tiempo pascual. En Pentecostés celebra la Iglesia la venida del Espíritu Santo y el inicio de sus actividades.
Ruaj: del hebreo antiguo רוח, y este del protosemítico *rū- (soplar). Viento, aire, brisa, hálito, aliento, soplo. Expresado en griego como πνεμα, es traducido en castellano como espíritu.
Cardenal Amato en la ceremonia de beatificación de Monseñor Romero en la Plaza de Cristo Salvador de San Salvador: “Su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica. Su caridad se extendía también a los perseguidores”.
En el Evangelio de San Juan 14, 16, Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu Santo, a quien se refiere con la palabra "Consolador".

Encender/apagar




No siempre se alcanza lo que se espera, aunque ayer, vísperas de Pentecostés, San Pablo nos dijera que “solamente en esperanza estamos salvados” (Romanos 8, 23).
Esta mañana ansiaba tener la iglesia repleta de personal, porque el momento lo pedía. Pero nos quedamos en media entrada. El buen tiempo, las primeras comuniones y las diversas celebraciones tradicionales de nuestros pueblos tuvieron la culpa. Dichosa y feliz culpa.
Con todo y con eso, hicimos lo que teníamos que hacer, y encendimos nuestras velas y apagamos el cirio, porque en Pentecostés ocurre eso. Es un signo y reflejo de nuestra propia vida, encendemos y apagamos a lo largo de nuestra existencia tantas cosas…
Afortunadamente, si la memoria falla, hay una cosa que se llama Internet que guarda todo cuanto en ese enorme armario puede caber, y parece no tener límite. He conseguido reunir estos cuadritos de José Luis Cortés, algunos ya desaparecidos e inencontrables, y los he guardado a buen recaudo. Aquí los expongo. No necesariamente coincido esta vez con su pensamiento, pero resulta sumamente curiosa su forma de ver una realidad tan simple y al mismo tiempo tan complicada como Pentecostés.









En esta última, sin embargo, concuerdo absolutamente. Incluso diría más: abstenerse en este caso es perjudicial para la salud.

Un Pentecostés adelantado


Templo preparado para los bautizos. Sobra la escalera, por supuesto, y faltan los importantes…

Eso fue el bautizo de ayer en mi parroquia. Bautizos, porque fueron cinco niñas y un niño los pasados por la pila.
Reconozco que la llamada telefónica del martes me dejó tocado. Incluso llegué a temer que hubiera ruptura y renuncia. Pero en lugar de resultar Babel, fue Cenáculo. Algo haría el buen fraile, mucho seguro que trabajó el Espíritu.
El caso es que a la hora convenida había seis familias con sus retoños, dispuestos a recibir la Fuerza que llegaba a ellos por la colación de unos sencillos gestos nada misteriosos pero plenos de tradición y riqueza significativa.
A una, los dos actuamos, de manera que propiamente ambos fuimos ministros del sacramento, aunque en los papeles figuremos por separado y con nuestra dosis correspondiente. Hecho colegiadamente, él echó agua y yo ungí, yo entregué la luz y él impuso la vestidura blanca, él signó a unos y yo a otros, yo concluí agradeciendo, pero él puso el sello con su veteranía… María, María Aurora, Jaime, Adriana, Nicolás y Valeria fueron “pasados” por el agua y el Espíritu en un único y completo sacramento realizado en el nombre del Señor.
Lástima que no haya fotos. Esta vez no podía estar a todo. Quede constancia del hecho por estas simples palabras.

Siete dones




Siete son los dones del Espíritu.
Siete las llamas de fuego vivo
que encienden el corazón de los elegidos
y nos llevan a vivir en plenitud
acrisolándonos de toda escoria,
haciéndonos sensibles a lo que procede del Padre y del Hijo
y alumbrando nuestro camino noche y día.

El primero es el don de SABIDURÍA.
Por él nos hace comprender, saber y gustar,
con la inteligencia y el corazón,
que Dios no es misterio de oscuridad
sino hondura de vida y amor;
por él nos hace saber cuales son los caminos
de la vida, del bien y del gozo,
cual es la esperanza a la que estamos llamados,
cual es la riqueza que da en herencia a los santos
y cual la extraordinaria grandeza de su poder
para todos los que creen.

El segundo es el don de CONOCIMIENTO.
Por él se abre nuestro ser de par en par
a la auténtica experiencia de Dios,
de modo que el creyente pueda hablar,
con verdad y sin vanidad,
de lo que conoce última y personalmente
y dar testimonio de lo que ha vivido.

El tercero es el don de PROFECÍA.
Por él el creyente, unas veces, habla en nombre de Dios
a otros hombres y mujeres con palabras edificantes,
de exhortación, consejo y consuelo.
Y otras, anuncia y descubre el futuro mediato de Dios
y la aventura, sorpresa y novedad de la historia
que nos espera si nos adentramos por sus caminos.

El cuarto es el don de CIENCIA.
Por él el creyente conoce el verdadero sentido
de la enseñanza de Jesús,
recuerda cada uno de sus preceptos
y puede distinguir los buenos y malos espíritus,
los que caminan en la luz
y los que permanecen en las tinieblas.

El quinto es el don de FORTALEZA.
Por él hace el Espíritu del creyente un testigo fiel
en este mundo receloso, escéptico y ambiguo,
en el que tantas veces es necesario ir contracorriente,
porque testigo es él
y hace testigos de los discípulos de Jesús,
acudiendo a su ayuda siempre
en los momentos de debilidad.

El sexto es el don de PIEDAD.
Por él el creyente sale de sí mismo,
se siente confiadamente religado a Dios
y empieza a vivir como hijo,
con misericordia y fervor,
seguro de lograr la herencia que espera,
la que el Padre ha prometido a quienes,
hechos hijos en el Hijo,
están destinados a compartir su gloria.

El séptimo es el don de TEMOR DE DIOS.
Por él el creyente siente, vive y asume
la majestad y la ternura de Dios
que nos libra, día a día, de los miedos humanos,
y nos hace abandonar las obras de la carne,
para gozar de los frutos del Espíritu Santo:
Amor, Alegría, Paz,
Comprensión, Tolerancia, Servicialidad,
Bondad, Generosidad, Lealtad.

Florentino Ulibarri. Al viento del Espíritu


Sopla, Viento Divino, sopla…



SEGURO QUE ACIERTAS


Dicen que tienes siete dones
y multitud de gracias y carismas
que florecen y dan fruto
en cualquier estación y tierra.


Pongo mis zapatos en la ventana
por si quieres hacerme algún regalo
que me devuelva la alegría
y me haga vivir pisando tierra
y soñando nuevas utopías.


Podría ser la sabiduría,
porque soy torpe e ignorante.


Podría ser el entendimiento,
para tener experiencia viva de Dios,
y hablar con conocimiento de causa;
o algo de tu luz, ciencia y consejo,
para poder dialogar y acompañar a mis hermanos.


Podría ser la fortaleza
porque soy cobarde y tímido
cuando intuyo dificultades y resistencias.


Podría ser la piedad y el santo temor
para que sepa decir "Padre y Madre"
con confianza de niño y adultez responsable.


Pasa por mi casa, por favor,
y déjame lo que quieras.


¡Seguro que aciertas!



Florentino Ulibarri. Al viento del Espíritu

Una vez más… amapolas

 

¿A qué está bonita la capilla? Sí, respondieron los siete. Pero insistí: No miréis hacia allá, les dije indicando el presbiterio abarrotado de flores; mirad hacia allá, señalando la asamblea. Y volví a preguntarles: ¿Os parece bonita? Volvieron a responder ¡Sí!
En verdad que sí que estaba bonita…
Hoy clausuramos el curso de catequesis en la parroquia. Y hubo lleno. En un momento dado, antes de apagar el cirio pascual, siete jovencitos, con mayoría ponderada femenina, se aprestaron a representar Pentecostés, la llegada del Espíritu. Señalando uno a uno los siete Dones, encendieron sendas velas y explicaron el gesto.
Así, por ejemplo, uno dijo que el Espíritu es Temor de Dios. Pero no mete miedo, sino todo lo contrario; es el Amor que entra en nosotros, nos inunda y nos convierte en templos suyos.
Y otra dijo que es Fortaleza, y nos da valor y entereza para vivir como vivió Jesús, haciendo el bien. Y como la palabra entereza la soltó como quien no sabe lo que es, entre todos la ayudamos. Y descubrió que para vivir como Jesús hay que ser decidida, animosa, valiente, en una palabra "entera". No se asustó sin embargo, porque vio que ahí estamos casi todos… y seguimos confiando.
Y otro más dijo que es Piedad, porque en su ternura nos abrimos a los demás. Aquí resultó que quien hablaba tenía ternura a espuertas, sólo que creía que debía disimularla. Le convencimos de que no debía hacerlo. Y él, tan contento.
Y las siete velas estaban delante de un ramillete de flores campestres, amapolas incluidas.
Había más flores, que se olivaron de los jardines familiares para adornar la capilla. Hasta once, conté. Eran ramilletes uniformados: rosas con rosas, calas con calas, noséqué con noséqué, y así…
Sólo uno parecía un arco iris:. Sin embargo el conjunto entero era todo irisado. Mismamente como éramos en la asamblea: de todas las edades, sexos, condiciones y procedencias.
Y celebramos que por el Espíritu y en el Espíritu vivimos al Aire de Jesús.
Una vez más, las amapolas marcaron la diferencia, junto a las malvas, las margaritas y las amarillas.
¿Y las rosas? Las rosas lucieron hoy más que nunca. Se lo deben a las amapolas.

–––––––––––––––––––
Carmen, sí a ti te digo: nos podrán quitar muchas cosas. Esto, no.
Y otra cosa más: me han dado una receta para que las amapolas duren y duren y duren. Cortarlas muy de mañana, con la fresca, y ponerlas en agua muy caliente. Algo pasa con ellas que se mantienen como recién cortadas. Mañana lo compruebo y si no es verdad vengo y lo digo.
Y termino: me habría gustado que las fotos reflejaran el momento, pero no se puede estar en misa y repicando, así que están sacadas "post eventum".

Hoy es lunes de pascua, pero ayer fue Pentecostés

Vi desde arriba del camino que pastaban en la parte baja del prado, junto al río. Grité ¡Carlota!, y levantó la cabeza. Volví a gritar y se arrancó. Se trajo al resto. Bajé por el sendero, abrí y cerré portilleras, hasta llegar a ellos.
Carlota se adelantó y me metió el morro por el alto vientre, o bajo pecho según como se mire, y me apretó contra el pastor eléctrico. La sacudida me sobresaltó y ella pegó un respingo. Duró poco. Dejóme atusarla la grupa, rasparla el costado y la barriga, y terminé frotándola entre los ojos con el dedo. Le espanté las moscas de los ojos y ella permitió que le abrazara la cabeza, quieta, hasta que se me pasó.
La muy tunanta se dejaba hacer. Luego se apartó un poco y fue entonces cuando tiré las fotos.

Ya es mayor. El Jefe la ha enjaezado y ella, dejándose hacer, le ha llevado por donde ha querido. No ha hecho falta más historias. Cuarenta meses han hecho de aquella potrilla todo patas, una yegua hecha y derecha, con unas poderosas ancas que igual porta un jinete que tira de una montaña.
Fue uno de los mejores momentos de la tarde.
Otro fue ver cómo Gumi corría despavorido al sonar el primer cohete. Empezaba la procesión. No se alejó, qué va, fue a buscar refugio donde sabía que lo había: al coche. Y en su lugar, al prado, donde siempre encuentra abrigada.

Otro tunante que ya empieza a ser mayor.
Tras una mañana plena de gozo celebrando con mi gente la Fiesta del Espíritu, Pentecostés, una tarde no menos sabrosona de campo y pueblo, valle y prado, mesa y sobremesa.
Al anochecer, abro el libro Oraciones de vida, de Karl Rahner, el teólogo, el místico, el poeta, el hombre; y leo despacio, desgranando las palabras, buceando por encontrar el sentido profundo que encierran y ofrecen:

ESPÍRITU SANTO

Señor Jesucristo, Hijo del Padre, sacramento de la vida, pan de los peregrinos, viático y término, camino y patria, seas adorado, amado y loado en tu sacramento.
Señor, hoy es pentecostés. Hoy celebramos el día en que Tú, levantado sobre todos los cielos, sentado a la derecha del Padre, derramaste sobre nosotros el Espíritu prometido, a fin de permanecer Tú con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos, y por Él continuarás en nosotros tu vida y muerte para gloria del Padre y salud eterna nuestra.
Señor, mira los espíritus que nos oprimen y danos el carisma de discernimiento de los espíritus. ¡Qué propio de pentecostés sería este don!
Danos el conocimiento, que se abona en el diario quehacer de que, cuando te buscamos y deseamos, el espíritu de tranquilidad, de paz y confianza, de libertad y sencilla caridad es tu Espíritu, y todo espíritu de inquietud y de angustia, de estrechez y de plúmbea amargura es, a lo sumo, espíritu nuestro o de la oscura profundidad.
Danos tu Espíritu consolador. Sabemos que también en el desconsuelo, sequedad e impotencia psíquica debemos y podemos serte fieles; sin embargo, nos es lícito pedirte el espíritu de consuelo y fuerza, de alegría y confianza, de crecimiento en fe, esperanza y caridad, de generoso servicio y alabanza de tu Padre, el espíritu de tranquilidad y paz. Destierra de nuestro corazón la desolación espiritual, las tinieblas, la confusión, la inclinación a las cosas bajas y terrenas, la desconfianza sin esperanza, la tibieza, tristeza y sentimiento de abandono, la disensión y el sofocante sentimiento de estar lejos de ti.
Pero si a ti te pluguiere llevarnos también por esos caminos, déjanos, te pedimos, por lo menos en esas horas y días, tu santo espíritu de fidelidad, de firmeza y constancia, a fin de que, con ciega confianza, prosigamos el camino, mantengamos la dirección y permanezcamos fieles a los propósitos que hicimos cuando tu luz nos iluminaba y tu gozo dilataba nuestro corazón. Sí, danos entonces, en medio de tal abandono, más bien el espíritu de animoso ataque, de pertinaz «a pesar de todo» en la oración, en el vencimiento propio y en la penitencia. Danos entonces la incondicional confianza de que, ni aun en esos momentos de abandono, somos abandonados de tu gracia; de que, sin sentirte, entonces sobre todo estás con nosotros, como la fuerza que saldrá victoriosa en nuestra impotencia. Danos el espíritu del fiel recuerdo de tus amistosas visitas pasadas y del otear las pruebas sensibles de tu amor, que vendrán. Haznos confesar en esas horas de desconsuelo nuestro pecado y miseria, sentir y reconocer humildemente nuestra flaqueza y que Tú sólo eres la fuente fiel de todo bien y de todo consuelo celestial.
Cuando tu consuelo nos visite, haz que venga acompañado del espíritu de humildad y del propósito de servirte aun sin consuelo.
Danos siempre el espíritu de fortaleza y de resolución animosa, para reconocer el ataque y la tentación, no disputar con ella ni entrar en componendas, sino decir rotundamente que no, pues ésta es la más sencilla táctica de combate. Danos la humildad de pedir consejo en las situaciones oscuras, sin falsa locuacidad y espejismo roto, y también sin la necia soberbia que nos dice debiéramos arreglárnoslas siempre solos. Danos el don de la sabiduría del cielo, para conocer los puntos flacos de nuestro carácter y de nuestra vida y velar y luchar con la máxima fidelidad allí donde somos más vulnerables.
Danos, en una palabra, tu Espíritu de Pentecostés, los frutos del Espíritu, que, según tu apóstol, son: caridad, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia. Si tenemos este Espíritu y sus frutos no somos ya siervos de la ley, sino hijos libres de Dios. Entonces el Espíritu grita en nosotros: Abba, Padre. Entonces intercede por nosotros con gemidos inexpresables; entonces es unción, sello y arras de la vida eterna. Entonces es la fuente de agua viva que brota en el corazón y salta hasta la vida eterna y susurra blandamente: «Ven al Padre».
¡Oh Jesús, envíanos tu Espíritu! No te canses de darnos tu don de Pentecostés. Aclara el ojo de nuestro espíritu y afina nuestra capacidad espiritual para que podamos discernir tu Espíritu de todos los otros. Danos tu Espíritu para que de nosotros se pueda decir: «Si mora en vosotros el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, Él resucitará también vuestro cuerpo mortal para la vida por medio de su Espíritu que mora en vosotros». Es Pentecostés, Señor: tus siervos y siervas te piden con la audacia que Tú les mandas: Haz que también en nosotros sea Pentecostés. Ahora y para siempre. Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 105-107]

Este es el tiempo de la polifonía

La echaron por la tele hace ya tiempo y la pesqué de pura casualidad. Estaba el artefacto dando caña mientras cenaba y leía no sé qué;  y cuando me quise dar cuenta, ya llevaba hecho un buen recorrido; aún así, logré enterarme de qué iba. Se trataba de “La teta asustada”, una peli dirigida por Claudia Llosa. Tras el final, hubo comentario y diálogo con la protagonista, Magaly Solier, una preciosidad de actriz, y la directora.
Magaly Solier
Hoy la recuerdo porque pienso en el miedo que existe y es real; y se da en personas, instituciones y animales. Por darse, pienso que incluso las cosas inanimadas tienen miedo. Yo creo que existen edificios asustados, ríos asustados, y tierras asustadas. El miedo mueve montañas, mucho más que la fe. Por miedo se aventuran en pateras desarrapados de todos los colores, preferentemente negros y amarillos. Por miedo salen los maderos dando golpes. Al miedo se deben muchas decisiones equivocadas en personajes de la alta y baja política. Con miedo se desenvuelven tantas veces los jerifaltes de las iglesias. Es el miedo el origen de guerras y matanzas. Desde el miedo viene la crisis, y en la crisis el miedo se refuerza y recrudece. Miedo se da en muchos nacionalismos, atavismos, exclusivismos… Hay miedo a la libertad, a la calle, a abrir la puerta, a salir de casa, a coger el coche, a entrar en lugares cerrados, a hablar, a estar, a besar, a dejarse abrazar, a que le vean a uno, a que le sigan, al qué dirán, a perder, a recibir, a enfermar, a morir, a vivir.
El miedo puede que haya sido el motor más potente que haya forzado a la humanidad a evolucionar. Y, al mismo tiempo, también el corsé que le ha impedido llegar a donde espera, sueña y quiere.
El miedo atenaza y agarrota, impidiendo; o empuja, atropelladamente claro, desnortándonos. ¡Muchas meteduras de pata han sido provocadas por el miedo!
El miedo obligó al hombre primitivo a encerrarse en las cavernas. El miedo nos fuerza a buscar en las estrellas.
El miedo es monocorde, pero impulsa la polifonía.
¡Bendito miedo, cuando hace que salgamos decididos a comernos el mundo!
En Babel el miedo mal administrado llevó al enfrentamiento y a la disgregación.
Pentecostés aprovecha nuestro miedo para llevarnos derechos a la vida.
Dicen que dijo una vez un soldado, cuando le preguntaron si nunca había tenido miedo: “Ser valiente no es no tener miedo, es hacer lo correcto aún si tienes miedo. Si no tienes miedo es que eres un cobarde”.
Un sabio parece ser que contestó así: “Muéstrame a una persona sin miedo y te mostraré a un idiota”.
Un niño, Marco, ha escrito esto: “Querido Jesús: No te preocupes por mí. Yo miro siempre a los dos lados antes de cruzar”.
El canto monocorde, es una opción. El polifónico, otra. Cantar en gregoriano, por ejemplo, nos iguala a todos, pero nos limita. Escuchar la Oda a la Alegría, o interpretarla, en su versión sinfónica, hace de nosotros un mundo de matices, una explosión de colorido, un volcán en erupción, una naturaleza desbordada.
Miedo tenían, vaya que sí. Como yo cuando nado en mar abierta. Pero se olvidaron de la ropa, cosa que yo aún no hago. Las dos cosas al tiempo no resultan, “si bebes no conduscas…” Es sencillo cuando te dejas llevar, es como un fuego que todo lo abrasa. Déjate quemar.

Pentecostés. Jean Restout*

FUEGO EN LA TIERRA

Cuando llegó el día de Pentecostés,(1) Jerusalén se vio inundada de miles de peregrinos que venían con gavillas en los brazos a ofrecer las primicias del trigo y de la cebada en el Templo del Dios de Israel y a celebrar, como todos los veranos, la fiesta de la cosecha nueva. Por las calles de la ciudad de David, se apretujaban hombres y camellos, caravanas enteras de paisanos llegados de Judea y de Galilea, forasteros venidos de todas las provincias del imperio: partos, medos y elamitas, gentes de Mesopotamia y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia, de Panfilia y hasta del lejano Egipto y de las colonias libias que están más allá de Cirene.(2) Griegos y romanos, árabes y cretenses, judíos y paganos, todos subían a Jerusalén y hacían resonar dentro de sus muros las voces y las canciones de mil lenguas diferentes. Aquel día, a primera hora de la mañana, mientras conversábamos en la planta alta de su casa, llegó Marcos, el amigo de Pedro, casi sin resuello.

Marcos    - ¡Eh, aquí todos! ¡Aquí, de prisa!
Pedro     - ¿Qué diablos te pasa, Marcos? ¡Vamos, habla!
Marcos    - Malas noticias, compañeros. El gordo Caifás y la pandilla del Sanedrín están más furiosos que los demonios del sheol! ¡Y la cosa es con nosotros!
Pedro     - ¡Bah, si es por eso!
Marcos    - ¡Se enteraron de que están en la ciudad desde hace unos días y que andan corriendo que Jesús resucitó! Y ellos dicen que ustedes lo que quieren es alborotar al pueblo.
Pedro     - Que digan lo que quieran, Marcos. A nosotros, ¿qué nos importa?
Marcos    - ¡Y que avisaron a los guardias para meterlos presos!
Pedro     - Eso no importa.
Marcos    - ¡Y que vienen ahora mismo hacia acá a echarles mano!
Pedro     - Bueno… ¡entonces sí que importa! ¡Mateo, Andrés, Natanael! ¡Epa, compañeros, tenemos que irnos de aquí! ¡Nos andan buscando!
Juan     - ¡Pues que nos encuentren! ¡Aquí los esperaremos, Pedro!
Pedro     - Los esperarás tú, Juan. Yo me voy.
Felipe    - ¡Y yo también!
Juan      - ¡Cobardes! Eso es lo que son ustedes, unos cobardes ratones!
Pedro     - Está bien, di lo que quieras. Pero yo prefiero ser ratón vivo que león muerto. ¡Vamos, avísenles a las mujeres y andando!
María     - Pero, ¿qué bulla se traen ustedes? ¿Qué es lo que está pasando, a ver?
Pedro     - Ahora no pasa nada, María, pero va a pasar pronto.
Tomás     - Marcos, ¿estás se-se-guro de eso de-de los guardias?
Marcos    - Claro que sí, Tomás. Me lo dijo Nicomedes.
Pedro     - ¿Qué Nicomedes? Nicodemo querrás decir tú.
Marcos    - Sí, ese mismo, es que con el sofoco se me enreda la lengua. El magistrado ése es de confianza, ¿no?
Juan     - A lo mejor todo es cuento y lo hacen para meternos miedo.
Tomás     - Pues ya nos lo me-me-metieron.
Pedro     - Sea lo que sea, vámonos enseguida, antes de que lleguen y nos atrapen mascando dátiles. Vamos, María, muévete, haz algo. ¡María! ¿En qué estás pensando?
María     - Estoy pensando en lo que haría Jesús si estuviera aquí con nosotros.
Felipe    - ¡Yo no sé lo que haría él, pero lo que es yo…!
Magdalena - ¡Yo sí sé lo que haría el moreno! Jesús nunca dio un paso atrás. Pero nosotros andamos como los cangrejos, caramba!
Salomé    - Yo digo lo mismo que la Magdalena, porque si nosotros…
Pedro     - ¡Bueno, bueno, lo que quieran decir, lo dicen por el camino! ¡Ahora no es momento de hablar sino de brincar la tapia y largarnos de aquí! ¡Vamos, Santiago!
Magdalena - ¡Váyanse ustedes si quieren! María y yo nos quedamos, ¿verdad, doña María?
María     - Claro que sí, muchacha, no faltaría más.
Salomé    - ¡Pues yo también me quedo! ¡Que en la familia de los Zebedeos tenemos sangre en las venas y no agua dulce!
Felipe    - Pero, vengan acá, mujeres necias, ¿ustedes no han oído que vienen los guardias?
Magdalena - Como si viene el rey de Roma, ¿a mí qué? ¡Váyanse, váyanse ustedes! Nosotras nos quedamos.
Pedro     - Pero, ¿están locas? ¿Quedarse, para hacer qué?
Magdalena - ¡Oye a éste ahora! Pero, dime tú, Pedro, ¿para qué vinimos a Jerusalén, entonces? ¿Para bailar en la fiesta? ¿No quedamos en que había que revolucionar la capital y juntar a todos los pobres de por acá? ¿No dijimos que había que señalar con el dedo a todos los sinvergüenzas que nos tienen partido el espinazo?
Felipe    - ¡Jesús comenzó ese plan y ya ves qué pronto le echaron mano!
Magdalena - ¡Pero más fuerte que la de ellos fue la mano de Dios, Felipe! ¿O para qué sacó Dios a Jesús de entre los muertos, a ver, dímelo tú, cabezón? ¿Para ganarse el aplauso? ¿O fue para que siguiéramos luchando como él y no le tuviéramos miedo a la muerte?
Salomé    - ¡Bien dicho, Magdalena! ¡A ti habría que darte la espada de Judit, muchacha!
Pedro     - Bueno, bueno, vamos por partes. ¿Qué proponen entonces ustedes, mujeres escandalosas?
Salomé    - De momento, calmarnos, Pedro, y no dejar que el miedo nos acogote.
Pedro     - ¿Tú qué dices, María?

Todos volvimos los ojos hacia la madre de Jesús…

María     - No sé, Pedro, cuando las cosas se ponían difíciles, Jesús decía que rezáramos un poco, ¿se acuerdan? ¿Por qué no le pedimos a Dios que nos ilumine para saber qué hacer o qué no hacer?
Salomé    - Eso mismo, María: que el que de Dios se agarra, no resbala.
María     - Vamos a pedirle que nos saque adelante como sacó a nuestros abuelos allá en Egipto, que ellos también sintieron miedo cuando los guardias del faraón les corrieron detrás y los acorralaron junto al mar. Pero, acuérdense que fue entonces cuando Dios sopló y les abrió un camino por en medio del agua.

Estábamos allí los once del grupo. También Matías, el amigo de Tomás, que desde hacía unos días se había unido a nosotros. Estaban también las mujeres: la Magdalena, Susana y mi madre Salomé. Y, en medio de todos, María, la madre de Jesús, en cuclillas como se sientan las campesinas de mi tierra.

María     - ¡Padre! Ponte delante de nosotros, ábrenos un camino de libertad, como hiciste con nuestros abuelos cuando soplaste un viento fuerte y ellos pudieron pasar el Mar Rojo.(3) Ponte a nuestro lado, como cuando ibas en aquella columna de fuego, abriéndoles la marcha. Ven tú con nosotros, Señor. Si no vienes tú mismo, no nos hagas salir de aquí. Si de veras estás de nuestra parte, danos algo de tu Espíritu, del Espíritu que pusiste en Jesús, ¡y haz que tengamos el valor de los profetas!

Rezamos. Rezamos desde el fondo de nuestra cobardía, con un granito de fe ante una montaña de dificultades. Y el Dios de nuestros padres, el que rescató a Jesús de la muerte, el que fortalece las manos temblorosas y afianza las rodillas vacilantes, nos llenó de su poderoso aliento. Desde aquella mañana, Dios nos fue arrancando poco a poco el miedo y nos dio, a su tiempo, el valor necesario para la lucha de cada día.

Pedro     - Bueno, compañeros, ya está bien de cobardías, caramba. No, no lo digo por nadie, lo digo por mí. Sí, ahora comprendo que es bueno que Jesús nos haya dejado porque así tenemos que tomar nosotros las riendas. El moreno nos puso una lámpara en las manos y no la vamos a esconder bajo la mesa. Hay que ponerla arriba, en el candelero, para que todo el mundo la vea. ¿O no?
Juan     - Claro que sí, Pedro… Y si dejamos el pellejo por el camino, como Jesús, ¡pues mala suerte! Otros vendrán detrás. ¡Y ya Dios se las arreglará para reclamar nuestra sangre!
Pedro     - Ea, ¿qué esperamos entonces? ¿No dicen que vienen los guardias? ¡Pues que nos encuentren en la calle! ¡Que lo que aquí hemos hablado a media luz, vamos a decirlo a pleno sol! ¡Y lo que hemos estado cuchicheando vamos a gritarlo sobre los tejados!

Lleno de entusiasmo, Pedro abrió la puerta y bajó de dos en dos los escalones de piedra que daban al patio. Detrás de él fuimos todos. La calle estaba abarrotada de peregrinos en aquel caluroso día de fiesta.

Pedro     - Bueno, Juan, ¿y ahora, qué?
Juan     - ¡Encomiéndate a Moisés que era tartamudo para que te suelte la lengua! ¡Animo, tirapiedras!

Entonces Pedro se trepó sobre un viejo barril de aceite que había junto a la puerta y desde allí comenzó a manotear haciéndole señas a la gente que iba y venía por la calle.

Pedro     - ¡Eh, amigos, paisanas, vengan, corran, que tenemos una noticia para ustedes! Oye, Juan, ¿por dónde empiezo? ¿Qué les digo? ¡De repente, se me ha quedado la mente en blanco!
Juan     - No te asustes, Pedro. ¡Las palabras son como las abejas: sale una y detrás va toda la hilera!

Una multitud comenzó a rodearnos con curiosidad. Pedro, sobre el barril, sudaba a chorros sin saber cómo empezar y mirando a uno y a otro lado, por si asomaban los guardias.

Hombre    - ¿Qué te pasa a ti, galileo aspavientoso? A ver, ¿qué es lo que rifas?
Mujer     - ¡Vamos, desembucha ya!
Hombre    - ¡Ese tipo está borracho! ¿No le ven la nariz colorada? ¡Ja, ja, ja!
Pedro     - No, amigos, no estamos borrachos. Y no estamos borrachos porque son las nueve de la mañana y a esta hora ni el viejo Noé se emborracha. Lo que pasa… lo que pasa es otra cosa. Lo que pasa es que nosotros tenemos una noticia para ustedes. ¡Y la noticia es que ha llegado el Reino de Dios! Sí, amigos, sí, algunos de ustedes vienen de lejos y no saben lo que pasó en esta ciudad hace sólo unas semanas. Aquí hubo un hombre llamado Jesús. Yo creo que la mayoría de ustedes lo conocieron, ¿verdad? Bueno, resulta que este Jesús, el de Nazaret, pasó entre nosotros haciendo cosas buenas y luchando por la justicia como el que más. Y también curó a muchos enfermos, porque Dios estaba con él. Y a ese hombre, que era más derecho que un remo, y más profeta que todos los profetas juntos, a ése los jefes de aquí de Jerusalén lo llevaron preso y le amañaron un juicio a medianoche y lo condenaron a muerte. Muchos de ustedes lo vieron colgado de la cruz, ¿verdad que sí? Bueno, pues esos canallas pensaron que habían ganado la partida. Pero Dios no se quedó conforme, ni un pelo conforme. Díganme ustedes, ¿cómo Dios iba a permitir tamaña injusticia? ¿Cómo Dios iba a soportar que los gusanos se comieran al mejor tipo que ha pisado esta tierra? ¡No, no lo permitió! Y lo que hizo Dios fue que sacó a Jesús de la tumba, lo sacó vivo, ¡más vivo que antes, caramba!, y lo acreditó delante de todo el mundo. Y esto no lo digo yo porque sí, sino porque lo he visto. ¡Y todos éstos que están aquí conmigo también lo vieron! Nosotros, paisanos, somos testigos de esta victoria de Dios. ¡Y les decimos a todos ustedes, a los compatriotas y a los forasteros, a los de cerca y a los de lejos, les decimos a boca llena que ese Jesús que ellos crucificaron ha sido puesto por Dios como Señor y Mesías por encima de todos los señores de este mundo!

La gente que se apiñaba alrededor nuestro comenzó a aplaudir a Pedro que hablaba enardecido, con tanta firmeza que por un momento me recordó al mismo Jesús, cuando habló allá en la explanada del Templo.

Hombre    - Oiga, vecina, ¿quién es este narizón que se explica tan bien?
Mujer     - Pues yo no sé mucho, a la verdad, pero galileo sí que es. ¿No le oye el cantaíto?
Hombre    - Será de los zelotes, digo yo.
Vieja     - No, hombre, ése es uno de los que andaba siempre con el profeta, para arriba y para abajo con él, y los que están a su lado lo mismo.
Mujer     - ¡Cállese, vieja, y deje oír!
Pedro     - Amigos, escúchenme: los gobernantes y los grandes señores de la capital pensaron que este asunto de Jesús se había terminado. Pues no, no se ha terminado, ¿Y saben por qué? Porque ellos siguen ahí, los mismos que mataron a Jesús, los Herodes, los caifases, los pilatos, siguen ahí muy repantingados en sus palacios de mármol, sentados sobre los calabozos donde dan alaridos tantos compatriotas torturados; ellos banqueteándose y el pueblo pasando hambre. ¡No se ha terminado porque ellos siguen ahí matando y robando y abusando! ¡Pero Jesús también sigue aquí con nosotros plantándoles cara! ¡Ellos están vivos y Jesús está más vivo que ellos! ¡Ellos se ríen de nosotros, los pobres, pero Dios se reirá el último porque este asunto de Jesús no se ha terminado! Al revés, ¡ahora es cuando comienza! ¡Ahora, ahora es que se enredó la cosa, paisanos! ¡Porque ahora no es uno sino una docena! ¡Y pronto seremos doce docenas! ¡Y ya esto no lo para nadie! ¡El Reino de Dios corre como una chispa en el trigo seco! ¡Y nadie nos detendrá, compañeros, nadie!
Hombre    - ¡Bien, bien, galileo, así se habla!
Mujer     - ¡Dale duro, Pedro, dale duro!
Pedro     - ¿Cómo va la cosa, Juan?
Juan      - Va bien, Pedro, ¡pero no manotees tanto que te vas a caer del barril!
Marcos    - Oye, tirapiedras, aquí hay muchos extranjeros y yo no sé si se estarán enterando de nada.
Pedro     - ¡Amigos! Entre ustedes hay muchos forasteros que han venido de otros países y hablan otros idiomas. No importa. Yo sé que todos me están entendiendo. ¡Porque aunque las lenguas son distintas, la tripa de todos habla el mismo idioma del hambre! ¡Y los callos en las manos son los mismos, y el llanto de las madres a quienes les mataron sus hijos es igual en todas partes, y el grito de justicia de los pobres es el mismo en todas las lenguas! ¡No, aquí nadie es extranjero! Venimos de muchos sitios distintos, sí, pero vamos todos hacia una misma tierra. ¡Y eso es lo que importa! ¡Una tierra nueva, sin fronteras, sin desniveles, una tierra donde todos podamos vivir! ¡Y para llegar a ella necesitamos juntarnos, unir nuestros brazos, mano con mano, hombro con hombro, puño con puño, y meter el Espíritu de Dios en la carne del pueblo!(4)

Cada vez se reunía más gente para escuchar a Pedro. La calle resultó estrecha, tanto que los guardias enviados por los sumos sacerdotes y los magistrados del Sanedrín, cuando llegaron y vieron aquella multitud no pudieron hacer nada contra nosotros. Aquella mañana de Pentecostés, las orejas de Jerusalén escucharon la buena noticia que hoy saben ya tantos y tantos hombres y mujeres en todo el mundo: que Jesús sigue vivo, que el asunto del Reino de Dios sigue adelante, que el fuego que Jesús vino a meter en la tierra no se ha apagado porque es Dios el que sopla la candela y quiere que todo se abrase.



Hechos 2,1-41


Comentarios

1. La Fiesta de Pentecostés (penta = 50) se celebra cincuenta días después de la Pascua. Se la llama también la Fiesta de la Recolección o de las Primicias (de los «Shavuot»), pues se ofrecían a Dios los primeros frutos de la cosecha ya comenzada en todo el país. 0 la Fiesta de las Semanas, porque se celebraba siete semanas después de la Pascua. Era una fiesta de gran alegría y de acción de gracias por la nueva cosecha. A su carácter, originariamente agrícola, se le unió la celebración de la Alianza del Sinaí. La tradición cristiana vincula a la  fiesta de las Primicias una especial experiencia de los discípulos de Jesús, que sintieron colectivamente la presencia de Jesús vivo en medio de ellos y compartieron esta experiencia con una multitud de peregrinos presentes en Jerusalén para la fiesta. A la experiencia de Pentecostés se estaría refiriendo Pablo cuando habla de una manifestación de Jesús resucitado «ante más de quinientos hermanos reunidos» (1 Corintios 15, 6).

2. Forasteros de todas partes llegaban a Jerusalén para las fiestas. Los extranjeros que estaban en Jerusalén en la mañana de la fiesta de Pentecostés, según consta en el libro de los Hechos de los Apóstoles, eran representantes de muchas de las naciones conocidas entonces. Partos: pueblo famoso en la doma de caballos, del reino de Partia, situado en el centro del actual Irán. Medos: del antiguo reino de Media, destruido 500 años antes de Jesús, situado en el norte del actual Irán. Elamitas: habitantes de la región de Elam, en donde se desarrolló una de las primeras culturas de la tierra, situada en la actual frontera entre Irán e Irak. Gente de las provincias romanas de Mesopotamia, región entre los ríos Tigris y Eufrates, en donde nació la civilización asiria y babilonia, situada en el actual Irak. De Capadocia, región montañosa situada en el centro de la actual Turquía. Del Ponto, región a orillas del Mar Negro, en el norte de la actual Turquía. De Asia Menor, gente de las regiones de Frigia, zona de pastores en donde surgió la leyenda del famoso rey Midas, en el centro de la actual Turquía. De Panfilia, algo más al sur, también en la actual Turquía. Habitantes de Egipto, localizado en el territorio actual de este país. De Libia, también como en la actualidad, en el norte de África. De Cirene, zona occidental de la actual Libia. De Roma, capital del imperio y hoy capital de Italia. Cretenses: de Creta, isla al sur de Grecia. Y árabes, habitantes del antiguo reino nabateo, comprendido en parte de la actual Jordania y del actual Egipto. De todos estos lugares acudían a Jerusalén, tanto los judíos de raza como los llamados prosélitos, que eran los extranjeros convertidos a la religión de Israel.

3. En la Biblia, tanto el viento como el fuego son símbolos de la actuación del Espíritu de Dios. Tanto uno como otro manifestaron la acción de Dios en la liberación de Israel de Egipto que narra el Éxodo: el viento que sopló sobre el Mar Rojo y abrió un camino de libertad (Éxodo 14, 21) y la columna de fuego que guió a los israelitas en sus noches por el desierto (Éxodo 13, 21-22). El evangelio de Lucas, al referirse a la intervención del Espíritu de Dios sobre los discípulos de Jesús en la fiesta de Pentecostés usó estos mismos símbolos: un viento recio que resonó en la casa y lenguas de fuego sobre la comunidad reunida.

4. Del Espíritu de Dios se habla en las primeras líneas de la Biblia (Génesis 1, 2) y se le presenta aleteando sobre las aguas, de donde nace toda vida. Espíritu en hebreo es «ruaj», una palabra del género femenino que significa literalmente «viento» y también «aliento». Cuando Dios creó al hombre y a la mujer les infundió este aliento en sus narices (Génesis 2, 7). Cuando sacó a su pueblo de Egipto hizo soplar con fuerza este viento sobre los enemigos (Éxodo 10, 13 y 19). El Espíritu aparece siempre en relación con la vida. Es el soplo pacífico o huracanado de Dios que suscita la vida, la pone en movimiento, la defiende, la fecunda. Cuando falta el Espíritu falta la vida (Salmo 104, 27-30).

[«Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 1154-1163]
Pentecostés. El Greco**

* Jean Restout (15 de noviembre 1666, Caen - 20 de octubre de 1702, Ruán) fue un pintor francés y pertenece a la dinastía de pintores Restout. Estudió con su padre Marguerin Restout. También es conocido como Juan I Restout o Jean Restout el anciano para distinguirlo de su hijo Juan II Restout, también un artista.
      Se casó con Magdeleine Jouvenet, hermana de Jean Jouvenet, y su estilo se asemeja tanto al de su cuñado que muchas de las pinturas de Restout son erróneamente atribuidas a Jouvenet.

** Domenikos Theotokopoulos (1541-1614) nació en la isla Griega de Creta, que por entonces pertenecía a la República de Venecia, pero casi toda su vida artística la pasó en España donde fue llamado "El Greco". Era un hombre culto, estudió con profusión e interés la literatura clásica y contemporanea, sobre todo en su juventud.
      Pictóricamente se formó en Venecia con influencias de Tiziano y en especial de Tintoretto y los maestros del renacimiento. Más tarde se desplazó a Roma donde encontró inspiración en Rafael y Miguel Ángel.
      Ya en 1577 se trasladó a España, donde fue designado para pintar distintas piezas religiosas de varias Iglesias de Toledo. Esta ciudad se convertiría en su residencia habitual y en ella realizó un gran número de sus obras. En este momento se produjo un punto de inflexión en su estilo: se distancia de la escuela italiana, aparecen colores "no académicos", las relaciones espaciales y las proporciones y formas de la figuras humanas se deforman...
      Sus pinturas rebosan devoción y entusiamo, realiza numerosos retratos de personajes de la aristocracia Española y es acogido con buen grado dentro del mundo del arte.
      Pero sus relaciones artisticas con el Rey Felipe II no son lo buenas que él quisiera, y después de no designarle como pintor del Monasterio del Escorial regresa a Toledo donde trabaja en la Catedral.
      En 1586 pinta una de sus grandes obras de arte, su cuadro más famoso, "El Entierro del Conde de Orgaz", para la Iglesia de Santo Tomé en Toledo.
      El Greco desarrolló un personal y particular estilo dando una mística atmósfera a todos sus lienzos, una intensidad y colorido inigualable.
      Ya en el siglo XX ha sido reconocido como uno de los grandes maestros, y sus obras precursoras de los estilos más valientes de la historia del arte.

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