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Dialoguemos, ¿dices?




Empieza por intentar ponerte a nivel, y no me fuerces desde tu alta posición y tu lejana distancia. Abájate y acércate, pues, un poco siquiera.
Trae tu verdad, sí, pero no rechaces la mía.
Aprende a conjugar el verbo escuchar. Y de paso también estos otros: mirar, sentir, atender, comprender, reconocer, compadecer…
No te olvides de tu historia, pero déjame que yo tampoco aparque en un rincón la mía.
Revístete de humildad, eres uno más de entre otros muchos. Estás en franca minoría.
Si apelas a noblezas y títulos de postín, prepárate, deberás soportar que la riqueza ajena ponga en evidencia tus exiguas credenciales.
Sé sincero, también tú comiste cebollas en Egipto. ¡Y cuánto las echaste en falta en momentos muy concretos!
¿Te ríes de mí porque voy en taparrabos? Mírate en el espejo de tu cuarto de aseo, tu ropaje se transparenta.
No intentes dar lecciones, no lo sabes todo.
No te agarres al derecho, es simple letra escrita en piedra. El viento, la lluvia, el sol, y hasta las heladas trabajan en su contra. Terminará por borrarse.
Deja de mirar hacia tu cielo. Este suelo que pisas es lo que tú y yo compartimos. Aprovechémoslo.

Esto que ni es decálogo ni es ná, ha resultado de un ensimismamiento en que he estado sumido durante la tarde de ayer y parte de la mañana de hoy –la noche no, que es sólo para dormir y descansar– tras un intento de dialogar acerca del diálogo precisamente. No parece que llegáramos a ningún sitio. Y no es que hubiera mala voluntad; simplemente no reconocíamos dónde estaba cada quien.
Afirmo y proclamo que soy muy mío. Cabezota, mucho. Displicente, bastante. Rencoroso, casi nada o nada en absoluto. Y sin embargo, tengo una memoria bastante trabajada; fue producto de un tipo de enseñanza que ponía demasiado acento en aprenderse cosas para luego recitarlas de carrerilla. Nunca me gustó, pero tuve que aguantarme.
Sí, ya sé que eso pertenece a otros tiempos.

¡Se callen, coño!



Desde aquello que dicen que dijo Saulo de Tarso, alias Pablo, “de que” las mujeres que se callen, tengo que emigrar hasta mi infancia adulta, en el convento, donde el silencio era virtud y hablar una falta grave que había que purgar a la vista del personal.
Luego vino aquello de se sienten, también ¡coño!
Ahora me encuentro con que mi máxima satisfacción sería que nadie se callara; o sea, que todo quisque se expresara.
Pero… va a ser que no. Y cuando es que sí, siempre hay alguien que sale “por peteneras” y entonces otro alguien va y me dice “ves, miguelangel, eso pasa por abrir la caja de pandora”, que es como echarme en cara de que cada quien diga algo venga o no a cuento del asunto de que se trate.
Me lo paso pipa cuando enchufan la alcachofa a la boca del personal;  tanto si son los de la tele como si de la radio. Hay personas que se desmelenan de tal guisa que dan ganas de poner en “mute” el dichoso mando. No así cuando son los peques los sujetos agentes de la parlanchina; hay que verlos, con qué desparpajo hablan o cantan. Se ve que tienen madera.
Sin embargo, a veces ocurre que se escuchan cosas muy interesantes y otras que no. Pero es que no hay que darle demasiadas vueltas al asunto; tras tantos millones de años transcurridos desde que el mundo es mundo, nada nuevo hay bajo el sol; encontrar algo a estrenar en este campo no es que sea empresa irrealizable, es que no damos para más. Menos mal que nadie exige sus derechos, porque de ocurrir así, entonces sí que tendríamos que callarnos por no tener con qué pagar.
En mi calle no hay ese problema. Cuando alguien tiene algo que dar a saber al resto del vecindario, sale, lo dice y tras esperar un rato por si hay respuesta, vuelve a meterse en casa con la tranquilidad de los deberes hechos. Ocurre con frecuencia que al discurso se abren puertas y ventanas, y se inicia un a modo de asamblea abierta e indiscriminada; y de una cosa se pasa a la otra hasta terminar dándole un repaso a la entera actualidad; del barrio, por supuesto; el resto casi no interesa.

Yo antes hablaba mucho con Moli, que es que la gustaba conversar; a su manera, por supuesto. Ahora con Berto es imposible, porque siempre está adormilado o a su bola. Y con Gumi no hay manera, porque me mira con su carita de pillo y me corto; es que se me acaba el hilo y sólo me apetece darle un achuchón y dejarle correr por el jardín.
Antes muerto que callado. Es mi lema. Porque al fin y al cabo qué es la vida si nos quitan la palabra…

Palabras, palabras, palabras



Tras mi última entrada he estado dándole vueltas a eso de las palabras. No lo he hecho estando ocioso, no; los lunes llevan algo más de carga de trabajo, y mientras hacía los preparativos para lo de la tarde catequética, escoba y cogedor en ristre, le daba a la pelota.
Palabras y muros tienen una relación. Bueno, no sé si la tienen o se la ponemos. Quiero decir que en sí y por sí, palabra y muro tal vez no sean relacionables. Pero en nuestros usos y costumbres sí que solemos levantar muros para que desaparezcan las palabras, o emitimos palabras para que se derrumben todos los muros. Y también pudiera ocurrir, y creo que sí ocurre, que se emitan palabras que se conviertan en auténticos muros.
En mi acerbo particular tengo que la Palabra es creadora; es el origen de la vida y el diálogo. Lo primero de lo primero es aquello de «Y dijo Dios…» De ahí venimos todo lo que existe, de una palabra originante. Fue el primer puente de la historia, que según se establecía hacía salir de la nada la orilla de enfrente. Desde entonces sólo dialógicamente tiene sentido la existencia, toda existencia. Ya no hay compartimentos estancos, todo está relacionado.
Pero también ocurre que cuando alguien de por acá tiene la ocurrencia de “decir algo”, ese su “y fue y dijo…” se convierte, en bastantes ocasiones, en un portazo en las narices de todo el resto de la humanidad: “He dicho” es la rúbrica con que cerramos todo diálogo, cualquier comunicación, la réplica constructiva, la respuesta necesaria…
¿Qué sería, sin embargo, de cualquier ser humano sin la palabra?
Hubo alguien a quien llamaron “buey mudo”. Si lo era o no lo era, ellos, -los antiguos,- sabrán. Pero cuando aquel buey soltaba alguna palabra, todos callaban. Tomás de Aquino tuvo más que palabras, vaya si tuvo.
También ha habido personas que han callado de por vida, ni palabra. Bajo una escalera, a solas consigo mismo, no consta que dijera nada. ¿Qué iba a decir desde semejante lugar? ¡Ah, si San Alejo hubiera dejado algo escrito…!
Otros, por el contrario, bien altos se colocaron. Encima de una columna, en lo alto de un campanario, arriba de un púlpito, en la tribuna de oradores, en fin, bien a la vista de todos, y con voz amplificada. Auténticos picos de oro. Y los demás a escuchar.
Quitar la palabra, dar la palabra, ceder la palabra, es tener poder, es cortesía. Tomar la palabra es ejercer de uno mismo, es entrar en relación. Atender a la palabra, es aceptar al otro, tomarle en consideración. Defender la propia palabra, es paradigma de rebeldía y autoafirmación. Se puede perder todo, renunciar a todo, ser completamente expoliado; la palabra, sin embargo, es derecho irrenunciable: “Me queda la palabra…” O el sol, que la sombra del grande ni calienta ni alimenta. Eso pensaría Diógenes dentro de su barril mientras disfrutaba de la vida. Aquí es posible que disientan muchas personas, porque crean que “quien a buen árbol se arrima…”
Luego están las palabras vacías, huecas; las palabras formales, rutinarias; las palabras rituales, necesarias y obligadas; las palabras sabias, las palabras necias; las palabras cálidas, las palabras hirientes; palabras de bendición, palabras de maldición y condena. En fin, todo un mundo de palabras.
Yo quisiera estar por las palabras, a favor de todas ellas, pequeñas y grandes, altas y bajas, sonoras y delicadas, de todos los colores y en todos los idiomas. Pero en medio de tantas palabras, ¡qué difícil es a veces encontrar el tesoro oculto de la Palabra!
Pero cuando se consigue dar con ese brillante escondido, ¡ah, entonces! Entonces sí que me sale de dentro el canto, y con Violeta voy y me atrevo a decir:
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abedecedario.
Con él las palabras que pienso y declaro:
Madre amigo hermano y luz alumbrando,
La ruta del alma del que estoy amando.

La palabra

Creo en la palabra, la escucho, la acojo, me la guardo, la recuerdo. También la discuto, la completo, la complemento, la altero. Nunca la niego, o eso me gustaría.

Invitado por el colegio donde me inicié a la vida a celebrar no sé qué aniversario, participando de los eventos organizados, hice un recorrido por las clases donde recibí enseñanzas, aplausos, reconvenciones, aprobados y suspensos, premios y castigos. Ahora se llevan los medios audiovisuales, dijo el guía. Y nos hizo una demostración.

La pantalla enorme, la música, la película, la explicación, con ser el último grito educativo, me dejó completamente frío. ¿Cómo pretenden suplir aquella historia narrada, fuera profana o sagrada, con una “presentación”, que se dice ahora, movida desde un ordenador, que nadie puede interrumpir para pedir una explicación, aunque lleve música de fondo incluida?

Y ¡qué decir de la tiza, la pizarra y el borrador! Tanto servía para acompañar visualmente una explicación como para recibirlo en plena cabeza como proyectil si el profe te pescaba distraído o discutiendo con el compañero por haberse pasado invadiendo tu lado del pupitre.

La palabra es la palabra que sale de una boca, que está en una cara con ojos; que surge de un rostro que expresa alegría, entusiasmo, seriedad, misterio, empeño, convicción…

Y por si los ojos no fueran suficientes, ahí estaba el resto del cuerpo, su postura, su dinamismo, su volumen…

La palabra paseada no es lo mismo que la que se escucha de alguien que te habla desde arriba, o desde una silla tras una mesa enorme, o desde atrás, que te observa sin permitirte la réplica visual. Palabras que te horadan el cogote, o palabras que te entran por los oídos… y también por los ojos. Aquellas meten miedo en tu cuerpo; éstas te llegan hasta el corazón.

El teléfono nos pone en conexión. Pero sirve lo mismo para vender que para comprar, para encargar que para reclamar. Para conversar es necesario tener entre los ojos la cara de la persona interlocutora. Y si no, inventártela. El teléfono lleva a confusiones. Internet también.

Es lo malo de internet. No permite que nos miremos cara a cara. Y eso lo cambia todo, vaya si lo cambia.

Sí, creo en la palabra. Y también en el silencio, especialmente cuando está henchido de miradas que expresan lo que hay, que lo dicen todo.

A propósito de los crucifijos

Me han reconvenido cariñosamente por expresarme como lo hice a propósito de los crucifijos en los lugares públicos y laicos. No me desdigo, no, sino que me afirmo en lo que digo: nunca el crucificado sirva para imponer a otros una presencia que no sea la propia vida, vida vivida según la vivió quien tuvo el fin que tuvo Jesús, el de Nazaret, el que pasó por la vida haciendo el bien.

¿Qué significa una cruz en un lugar donde confluyen otras creencias o descreencias?

¡Ah sí, nuestra cultura, nuestras raíces, nuestra tradición! Bueno, pues no, que también son cultura y tradición nuestra la espada unida a la cruz, el poder unido al culto, el imperio que todo lo conquista y lo doblega y los subyuga.

El cristo que cuelga de la cruz es un signo del servicio, de la entrega, del amor hasta la muerte. Es también sacramento de cuantos humanos hoy están aún crucificados. Una cruz de adorno, una cruz de recordar aquí estamos nosotros te vas a enterar, una cruz que carga conciencias, una cruz así de cargante ni libera ni conduce al Abba que lloró con el Hijo agonizante. Esa cruz, que también puede ser obviada por excesivamente visible, ni es redentora ni recuerda que es victoriosa precisamente de las mismas estructuras que la hicieron y la siguen haciendo real en este mundo crucificado.

Esa cruz que busca en las leyes la trampa para que se anulen o se minusvaloren no es la cruz de Cristo, tampoco debería ser cristiana.

Cruz que es defendida por los mismos o parecidos que siguen manteniendo o al menos consintiendo o siquiera callando que cruces actuales sigan siendo posibles no es cruz que merezca ni un minuto de nuestro tiempo precioso perdido en naderías que hieren a quienes más deberíamos curar de sus heridas, producidas precisamente en nombre de la cruz.

Esta tarde quiero ofrecer esta plegaria que recuerda el sentido de la única cruz que nos interesa:

El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un lago,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.

Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele
tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hay hombre en el que estás crucificado.

Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablas a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.

Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.
Porque existen las víctimas, el llanto. Amén.


Es el himno de vísperas del viernes de la 2ª semana de la Liturgia de la Horas.

Que Cristo Rey no nos “estorbe” a cuantos creemos en el Abba, en el Hijo y en el Espíritu.

¿Catequesis también en domingo?, esto es mucho

Ayer he tenido catequesis por ausencia del titular, que tenía curso en la capital del reino.

Fue después de la Eucaristía Parroquial, tras fumar un cigarro en la calle con la gente, oye ¿pero fumas todavía? Sólo de vez en cuando, cada vez menos.

Total, que a las 13:15, con el sol bien en lo alto, emplazo a los jovenzuelos y jovenzuelas a subir a la biblioteca, empieza la catequesis.

Subimos, entramos, nos sentamos, ellos y ellas bien juntos justo enfrente de mí, que estoy solo conmigo y con sillas vacías a los lados.

Y empezamos a hablar de las fiestas, que cuándo organizan fiestas y cómo las celebran. Empiezan por decir que en los cumpleaños, que los fines de semana, en Navidad, por Pascua, cuando tienen aprobados, y también en verano. Y también de vez en cuando porque sí.

Al cómo, les cuesta empezar. Entonces tercio yo hablando de los guateques (que ya soy carrozón), de buscar la casa, de juntar a los amig@s, de preparar limonada, de mercar alguna otra botella para por si acaso, de la luz y la iluminación, de lugares reservados…

Y se ríen y empiezan a decir cosas que se tienen en las fiestas, que hay que ir a comprarlas a la tienda.

Y al decir los invitados dicen que a amigos y amigas, a gente de la misma cuerda. Y si falta alguien se le echa en falta.

Y empieza la fiesta y se saludan, y ponen música, y hablan de lo que hablan.

Yo les pregunto si tienen algún signo común en sus fiestas, vamos algo que se repita o case bien de una a otra. Se encogen de hombros, como no entendiendo. Como insisto, van saliendo cosas en unos y en otras. Pero no coinciden.

Entonces yo les digo que si va alguien extraño, qué pasa. Y se quedan como callados. Un@ dice: pues si no molesta, se le deja estar. Entonces a mí se me ocurre contar lo de Emaús: dos amigos y un extraño, y su diálogo y su parada y fonda. Y el gesto que descubren como amistoso y profundo que les convierte en cómplices y animosos.

Y les digo si en sus fiestas salen contentos y airosos. Y van diciendo que en general salen como con cuerpo dolido. Pero que aún así están deseosos de volver a organizar otra fiesta.

Entonces les digo que la catequesis de hoy trata sobre la Eucaristía, que si coincidía más o menos esta fiesta con lo que ellos piensan de la fiesta.

Y van respondiendo que más a menos, que la Eucaristía es más seria, que sí hay momentos de relación con los de al lado, pero no muchos. Que cada uno en su sitio y de participación la justa. Que venimos con lo que somos y tenemos de la vida. Que la comida está buena y el canto es compartido, pero que somos muchos y no hay lugar para más cosas.

Y que en la Eucaristía también nos despedimos hasta la próxima, con deseo de volver a encontrarnos una vez más en la misma fiesta.

Y salimos de la catequesis, justo para ir a comer.

Ya, cuando me quedo solo, me pregunto si habrá sido una buena catequesis, teniendo en cuenta que no hemos nombrado a Jesús una sola vez y que estos jovenzuelos y jovenzuelas van a recibir la Confirmación dentro de unos pocos meses.

Y me encojo de hombros, y que quedo muy tranquilo porque antes de la catequesis ya habíamos tenido la Celebración de la Eucaristía mi gente y yo.

Siempre me han querido callar… También en Atrio

Es verdad, que no miento.

Siempre me han querido callar.

Un@s, con palabras suaves. ¡Sé prudente! ¡Mira que te mira Dios, mira que la gente te está mirando!

Otr@s, con palabras sabias: ¡Estudia! ¡Es que no sabes filosofía! ¡Tu teología es de primero de EGB!

En alguna parte lo han intentado arrinconando al desidente, al metepata, al enlodador y enredador, al bocazas: ¡Chilla ahí a ver si te oyen! ¡Chilla, chilla, todo lo que quieras!

En alguna otra lo hacen simplemente apagando la luz, que para eso ell@s tienen la llave: ¡Aquí sólo habla quien a nosotr@s nos da la gana!

Y, algun@, que también lo hay, a empujones, a codazos, vamos como queriendo pegar: ¡Quítate de ahí, enano!

¡Finalmente, en Atrio, han vuelto a decirme: "Miguel Ángel Velasco Serrano Su comentario ha sido enviado a la comisión de evaluación. Antes de 48 horas se publicará o se le enviará un correo explicando la decisión. 7 Noviembre 2008 a las 15:52"

De postre me han espetado: "Miguel Ángel V. Serrano: Eso de pedirle a un compañero que se “pringue” no parece muy delicado…"

Naturalmente he pedido perdón por la imprudencia e improcedencia de mi arrebato.

Pues, bueno, pues, vale, seré de palabra agria y desabrida; seré poco culto y menos sabio; también seré pequeño y enano; seré metepata y cargante; romperé la concordia y la monotonía; llegaré a tener complejo de burro dentro de un berzal. Pero ¿sabes qué te digo?

¡Que no me quiero callar!

Un lugar para el diálogo…, cuando se quiere dialogar

He tenido problemas en Atrio. Ya está casi resuelto, en honor a la verdad. Habrá sido un pequeño problema de máquinas, que si en Valencia, que si en Argentina, porque desde ambos sitios se trabaja en lo que podríamos llamar moderación o dirección central.

Se trata de hablar desde la fe o desde la no fe, desde la convicción convencida o desde algún tipo de postura adoptada al caso, eso se irá viendo a lo largo del diálogo. No todo es claro desde el principio. Donde estés creyendo que hay liebre, tal vez te estén poniendo gato.

El caso es que lo importante son los temas que se exponen para el comentario, la discusión y el diálogo. Y como eso merece la pena, además de que es información buena, pues vamos a seguir siguiendo cualquiera de los "hilos" que se ofrecen. Y nada, tener paciencia, para pescar algo bueno.

Yo creo que con buena voluntad todo es posible.

Y otra cosa, que no quiero que se pierda esto. Lo puso mi convecino de Valladolid en su blog. Aquí tienes el enlace "Al fin la deuda saldada "
Sirve para muchas cosas: recordar, añorar, reivindicar, deplorar, gritar…, y también para orar. Yo ya lo he usado de varias maneras.
[Me darás tu permiso, verdad Fernando? Gracias de antemano]

Un buen patio de vecinos

No ha sido una mañana fácil en Atrio. Llevo cerca de un mes dentro, aportando. Leyendo desde abril o mayo aproximadamente.
Lo tengo aquí apuntado, y en otros lugares, porque se trata de un foro sobre temas que me ocupan y preocupan. Autores y artículos serios, con tema, ofrecidos para el diálogo dentro de una libertad y hay aportaciones muy serias y profundas, desde lugares lejanos o cercanos que sospecho que existen, pero para mí desconocidos.
El problema es siempre el de siempre. Se habla, se comenta, como si fuera una tertulia de café. Siempre hay gente así, en lo divino y en lo humano, en lo profano y en sagrado. Hablar, hablar, de lo que sea, contra quien sea, desde donde sea…

Esta mañana me han moderado, es decir, no puedo entrar en las entradas en las que quiero; recortan la aportación si procede o no procede, siempre hay quien decide por ti; esa moderación me suena a censura, citerior o ulterior, que más da, censura demócrata, para que no haya problemas en el diálogo y no se corten los hilos y la gente no se subleve, en fin, casi casi como siempre.

Rectifico: Acabo de ver levantada la moderación. No hay rectificación sino Afirmación de que ha habido un cambio de actitud y de criterio. La resalto porque es de justicia.

Me reafirmo en que Atrio es un buen foro, que trata temas interesantes de manera interesante, moderado por una persona que a veces se equivoca, y que sabe rectificar y disculparse.

Gracias, Señor Moderador, y buenas tardes tenga usted, por supuesto, buenas tardes.

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