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La música de mi blog

Me gusta la música. No, no sé música, al menos no lo que debería saber de ella teniendo en cuenta que mi madre tocaba el piano, -tampoco sabía ella demasiado, pero tenía un buen oído para coger al vuelo y acompañar a su manera cualquier pieza- y que desde muy pronto estudié solfeo, pertenecí a diferentes rondallas con laúd y guitarra y de que el piano estuvo siempre en casa en el comedor bueno, el de las visitas, al que entrábamos para eso, para escuchar o tocar "el piano".

Pero me gusta la música a rabiar, todo el día tengo música puesta, o cantándola o, mejor, tarareándola. Necesito música para estudiar o leer o hacer cualquier cosa, hasta para cocinar y hacer las labores, desde que recuerdo. Y ahora cuando viene alguien a verme lo primero es quitar la música.

Generalmente, como soy muy vago, la escucho de la radio. Hubo un tiempo en que me fijé en Radio nacional clásica. Luego me acomodé en Radio 80, esa que funciona como si fuese hilo musical. Ahora han salido más emisoras de esa clase, pero todas ellas me han llegado a cansar por repetitivas y ofrecer un tipo de música, como diríamos, monocorde.

Ahora estoy en Radio 3, en 92.2 del dial. Música de todos los estilos, culturas, ritmos, con letra, sin letra, para pensar, para viajar, para sentir, para disfrutar. Casi todas, mejor dicho todas, comentadas, valoradas, comparadas, incluso acompañadas de entrevistas con los autores, intérpretes, arreglistas, en fin de gentes entendidas y de las que aprendes un montón y además disfrutas otro montón. Una mañana entera estuve oyendo Imagine de Lenon en tantas versiones como uno puede imaginarse, a cual más sentida, a cual más real.

Bueno, pues ya dicho que me gusta la música, quiero justificar que aquí tengo música. Aquí y en todos los lugares que tengo en internet. En cada página hay una pieza musical apropiada, en mi forma de entender, al tema del que trata la dicha página. Claro que como soy educado, doy al interesado o interesada la posibilidad de parar, pausar o reproducir. El volumen que lo ponga cada cual a su gusto, que eso es como la sal en la comida.

Este blog en el que estás tiene la pieza "La colina de la vida", de León Gieco. Y está la versión que el mismo autor realizó junto con Attaque 77.

¿Por qué está ésta y no otra? Buena pregunta. Lo malo es la respuesta.

Una posible sería que me gusta, pero no es suficiente.

Otra, porque habla de la vida como ascensión a una colina, cosa que me encanta; no hay montaña, cerro, alto, colina, montículo…, incluso surco que no me apetezca ascender, y hacerlo a toda mecha, nada de con calma y poco a poco.

Probemos otra respuesta más: Gieco ridiculiza a quienes suben para sentirse altos, importantes, fuera del tiempo y del mundo; habla de la vida como colina, y de la realidad multiforme, de los sueños, de las pesadillas, de la soledad, del ruido, de los dioses a medida, de las fantasías que nos creamos y de las que nos atormentan, de las mentiras y también de la muerte, que puede incluso matar a la propia vida.

Esta versión de Attaque 77 tiene una marcha particular, aunque la versión original es más que suficiente. Pero Attaque 77 tiene la gracia que hacer de Gieco un rokero, y eso mola un montón. ¡A que sí! ¡Escúchala como te plazca!

Esta es la letra completa de la canción, que puedes escuchar en versión del propio León Gieco en el vídeo de abajo.


Casi casi nada me resulta pasajero
todo prende de mis sueños
y se acopla en mi espalda
y así subo muy tranquilo la colina
de la vida.

Nunca me creo en la cima o en la gloria,
eso es un gran fantasma
creado por generaciones pasadas,
atascado en el camino de la vida.

La realidad duerme sola en un entierro
y camina triste por el sueño del más bueno.
La realidad baila sola en la mentira
y en un bolsillo tiene amor y alegrías,
un dios de fantasías,
la guerra y la poesía.

Tengo de todo para ver y creer,
para obviar o no creer
y muchas veces me encuentro solitario
llorando en el umbral de la vida.

Busco hacer pie en un mundo al revés
busco algún buen amigo
para que no me atrape algún día,
temiendo hallarla muerta
a la vida.

La realidad duerme sola en un entierro
y camina triste por el sueño del más bueno.
La realidad baila sola en la mentira
y en un bolsillo tiene amor y alegrías,
un dios de fantasías,
la guerra y la poesía.


Una auténtica fiesta

Ayer tuve la inmensa suerte, porque suerte fue, que me tocó la lotería, de asistir a una boda entre dos pedazos humanos, una mujer de tronío y un hombrazo fetén. Disfruté como hacía tiempo que no lo hacía, creo que disfrutamos todos y todas. Y después de escuchar su sí a la vida, y tras haber proclamado la Palabra de Dios bajo textos de San Pablo y de San Juan, tras brindar al Abba por Jesús y el amor, cogidos de la mano, yo con la suyas, que me la abarcaba como a un bebé aquel pedazo de hombrón y aquella mujerona de empaque, nosotros todos y todas rezamos al Abba, comulgamos a y con Jesús, y sabedores de que el Espíritu nos habita y contamina, salimos a la vida a vivir la Vida.

¡Que vivan los novios! Va por vosotros, pareja.

¿Catequesis también en domingo?, esto es mucho

Ayer he tenido catequesis por ausencia del titular, que tenía curso en la capital del reino.

Fue después de la Eucaristía Parroquial, tras fumar un cigarro en la calle con la gente, oye ¿pero fumas todavía? Sólo de vez en cuando, cada vez menos.

Total, que a las 13:15, con el sol bien en lo alto, emplazo a los jovenzuelos y jovenzuelas a subir a la biblioteca, empieza la catequesis.

Subimos, entramos, nos sentamos, ellos y ellas bien juntos justo enfrente de mí, que estoy solo conmigo y con sillas vacías a los lados.

Y empezamos a hablar de las fiestas, que cuándo organizan fiestas y cómo las celebran. Empiezan por decir que en los cumpleaños, que los fines de semana, en Navidad, por Pascua, cuando tienen aprobados, y también en verano. Y también de vez en cuando porque sí.

Al cómo, les cuesta empezar. Entonces tercio yo hablando de los guateques (que ya soy carrozón), de buscar la casa, de juntar a los amig@s, de preparar limonada, de mercar alguna otra botella para por si acaso, de la luz y la iluminación, de lugares reservados…

Y se ríen y empiezan a decir cosas que se tienen en las fiestas, que hay que ir a comprarlas a la tienda.

Y al decir los invitados dicen que a amigos y amigas, a gente de la misma cuerda. Y si falta alguien se le echa en falta.

Y empieza la fiesta y se saludan, y ponen música, y hablan de lo que hablan.

Yo les pregunto si tienen algún signo común en sus fiestas, vamos algo que se repita o case bien de una a otra. Se encogen de hombros, como no entendiendo. Como insisto, van saliendo cosas en unos y en otras. Pero no coinciden.

Entonces yo les digo que si va alguien extraño, qué pasa. Y se quedan como callados. Un@ dice: pues si no molesta, se le deja estar. Entonces a mí se me ocurre contar lo de Emaús: dos amigos y un extraño, y su diálogo y su parada y fonda. Y el gesto que descubren como amistoso y profundo que les convierte en cómplices y animosos.

Y les digo si en sus fiestas salen contentos y airosos. Y van diciendo que en general salen como con cuerpo dolido. Pero que aún así están deseosos de volver a organizar otra fiesta.

Entonces les digo que la catequesis de hoy trata sobre la Eucaristía, que si coincidía más o menos esta fiesta con lo que ellos piensan de la fiesta.

Y van respondiendo que más a menos, que la Eucaristía es más seria, que sí hay momentos de relación con los de al lado, pero no muchos. Que cada uno en su sitio y de participación la justa. Que venimos con lo que somos y tenemos de la vida. Que la comida está buena y el canto es compartido, pero que somos muchos y no hay lugar para más cosas.

Y que en la Eucaristía también nos despedimos hasta la próxima, con deseo de volver a encontrarnos una vez más en la misma fiesta.

Y salimos de la catequesis, justo para ir a comer.

Ya, cuando me quedo solo, me pregunto si habrá sido una buena catequesis, teniendo en cuenta que no hemos nombrado a Jesús una sola vez y que estos jovenzuelos y jovenzuelas van a recibir la Confirmación dentro de unos pocos meses.

Y me encojo de hombros, y que quedo muy tranquilo porque antes de la catequesis ya habíamos tenido la Celebración de la Eucaristía mi gente y yo.

Con la cámara en ristre…

He pensado que era buena idea la costumbre de mi paisano Fernando Manero de llevar la cámara preparada para cazar buena caza. Y he probado, y esto me ha salido.


Esta foto es la luna, tomada desde mi calle el día 13, o sea ayer, a las 23:20 horas.


Ésta es también la luna, a las 7:50 horas en el Pinar de Antequera, el pulmón por el que respira mi ciudad, Valladolid.


La luna misma de antes, sólo que unos metros más adelante. Bueno, también hay pinos, y algún que otro chopo, casi muertos, que ahí donde veis eso en el futuro va a ser un seguro campo de golf, con urbanización incluida, creo que de alto poder adquisitivo. Ya veremos en qué queda el asunto.


Estos son pinos, no sé si milenarios, pero pinos de una pieza entera, que se yermen insolentes al sol madrugador que ya empieza a caldearlos. Hace de temperatura en estos momentos, 8:00 horas, -3,5 grados C, o sea que está helando de c…, de narices, quiero decir.


Más pinos pinariegos, mucho más hermosos que antes, que ya el sol empieza a dar de plano. La temperatura sigue por los mismos subterráneos de antes, porque al fin y al cabo son las 8:20 horas del día de autos, o sea 14 de noviembre.


Y este es el astro sol, que se va abriendo camino entre pinos, entre qué va a ser, y hace figuras bonitas y bellas y no molesta a esa hora (8:45) aunque le mires con desparpajo a la cara, directamente y sin protección añadida. ¿Quién dijo que nuestro sol era enemigo? ¡Que no! ¡Que es nuestro amigo! (A este punto, ya ha subido la temperatura un punto: hace -2,5 grados, sigue, pues, helando)



Y estos son los culpables de que a mí se me hielen hasta las ideas, y no pueda escuchar bien la radio con las noticias y las bromas de Radio 80 en su matinal madrugadora de "No somos Nadie", porque los cascos no se sujetan en las orejas por el frío, y de que no vea bien por el empaño de las gafas, y que las manos tengan que estar inevitablemente metidas en los bolsillos.
Estos son los dos seres infelices que salen del coche y vuelven al coche, veáse la foto, y entre una cosa y otra están desaparecidos entre pinos y persiguiendo o jugando o porfiando, pues no sé la verdad, si con liebres, o conejos… en fin, que no sé si galgos o podencos. Pero ellos tengo por cierto que son la Moli y el Pancho, juntos pero no revueltos.
Helos ahí, pues, tan desafiantes, tan orgullosos, tan deseosos de volver a casa para continuar su… siesta.

(Una cosa advierto y proclamo: no esperéis que haga esto todos los días, digo lo de la foto y el comentario; que ya tengo suficiente con sacar a estos fieras y despabilarme yo por este pinar, el Pinar de Antequera, todos y cada uno de los días del año.)

Un día de catequesis para la historia de cada día…

Entran l@s pequeñ@s con sus chupetes, fotos, patucos, cosas envueltas… Van a ver cómo crecen ell@s y los demás.

Empezamos cantando ¡Qué bonito es crecer! y algun@ casi se quedó afónic@, qué potencia, qué gargantas, qué renacuajos…

L@s dejo corriendo, mientras las catequistas preparan los tiestos que previamente yo les había dejado y las semillas de cereales y legumbres.

Ellas ya traían algo plantado y germinado, para que la cosa fuera completa.

. . . . . . . . . . . . . .

Paso con l@s mayor@s, que vieron la creación el día anterior y hoy van a descubrir… que en el bien está el mal, Caín se levanta contra Abel… la creación bondadosa se transforma en algo horrendo?, pecaminoso?

Cantamos ¡Qué bien, qué mal! y nos confundimos al respondernos:

Si cantas tú, qué bien
Si lloras tú, qué mal
Si amas tú, que bien
Si pegas tú, qué bien (que no, que es qué mal, ah, sí…)

Pero al terminar sale de corrido:
Si rezas tú, qué bien
Si está Jesús, qué bien
Si es que son como niñ@s, una preciosidad de criaturas.
- - - - - - - - - - - - - -

Y termina la cosa con l@s median@s, o sea l@s que no son pequeñ@s ni mayor@s, pero igualmente que ést@s, una ricura.
Han trabajado un corazón en cartulina. Representa su propio corazón, en colores claro, que deben adornar y rellenar con los buenos deseos y cosas que no les gustan y se proponen arrancar.

Entran en la capilla, o templo, o iglesia, que de ello vamos a hablar.

Y hablamos de la Iglesia, que son ell@s y somos tod@s, l@s de ahora, l@s de antes, l@s de después, vamos tod@s l@s amig@s de Jesús: l@s cristian@s.

Y hablamos de la iglesia, que es un edificio de piedra, ladrillo y cemento, y claro bancos para sentarnos.

Y l@s hacemos ver que lo importante no son los edificios sino las personas, o sea l@s cristian@s, que somos nosotr@s mism@s templos de Dios, que el Espíritu nos habita.

Ell@s se quedan callad@s, y asienten en cuanto que no entienden.

Pero sí entienden que el corazón es importante por la sangre que bombea para dar vida, y por los sentimientos que animan y dan forma y sentido a la vida, que también por las maldades que desaniman y deforman y dejan sin sentido la vida.

Y van, jubilos@s, a entregar ese corazón a su amigo Jesús. Algun@, tímidamente, susurra: toma Jesús mi corazón.

Y terminamos orando a Abba: Padre nuestro…

Y salimos, y los papás y mamás impacientes porque nos hemos pasado y son las 19:10.

L@s catequist@s ponemos cara de circunstancias… Otro día seremos puntuales y a las 19:00 plegamos.

He visto una peli

Anoche vi una película, que fui invitado por Asun que me dio las entradas para la Seminci. Yo creí que iba a estar lleno el Calderón, que ponía ya no hay entradas para la sesión de las 22:00 horas, pero qué va, que había sitio de sobra en el patio, y casi todas las plateas y demás estaban como el queso de gruyère o más, casi vacías. Misterio (?).

El caso es que vi "La buena nueva", de Helena Taberna. Una navarra de una pieza, una tía fetén.

Trata la historia de una historia real, escrita por un cura que lo fue en su Navarra natal, de párroco en Alsasua durante los años 30 y pico. El ayuntamiento socialista y los azules y requetés a la sombra agazapados. Y se arma el tiberio y hay fusilamientos y dolor y ruptura y mala baba y lágrimas y soledad. El cura en medio, ¿de dónde? ¿del seminario? ¿de Roma? No. Viene del orfanato. Y se acerca al dolor, y lo hace con humanidad, es decir con ternura, con decisión, con recursos, con amor. Y se acerca al horror, y lo hace con humanidad, que es gallardía, hombría, bondad, valentía.

Pero los dos bloques son roca dura, fría, inmóvil e inmovilizadora.

Y el curita recoge cosas, y cava y abona, y pinta y anima a coser y coser para recomponer, para aliviar, para acompañar, para abrazar…, para besar.

Al final, ante la sima siniestra y acogedora de la humanidad rota, él y con él las que guardarán la memoria. En otra parte, un ritual impresionante, im-presionante, aplastante, demoledor, horrible, que mete miedo de que vuelva a emerger en la historia monstruo tan deshumanizante.

No tengo nada que decir de técnica de cine, que no tengo ni pajolera idea. Sí sé que se me lloraron los ojos, en silencio, en la oscuridad, por sentir y por doler. Pero también porque al final, ¿será siempre esa la solución?
¿El que se topa con la institución tiene que irse por fuerza? ¿No cabe posibilidad de cambiarla desde su interior, aunque sea con sangre, sudor y lágrima? ¿Hasta dónde puede y debe llegar la fe, la confianza, le esperanza, la CARIDAD? ¿Hasta dónde no puede y no debe llegar aunque se trate de la propia vida?

El resumen de la película está aquí: Resumen más o menos bien hecho de La buena nueva

Información adicional, y muy esclarecedora e interesante

Y esto es un corolario, que puede sobrar, o no, según se mire

Este está pendiente

He tenido una inspiración… sobre Manzacosas.
Julita, mi Julita, lectora incondicional y silenciosa, amiga desde ¡siempre! me avisó de que manzacosas ya no estaba, aunque sí su blog. Abro esta entrada, porque me juramento a leer todos sus posts (comentarios incluidos), y hacer después un resumen que sea no epitafio, no, tampoco homenaje que no me corresponde, sino… cómo decirlo, un monumento (dentro de mis posibilidades que llegan, ya sabéis, hasta donde llegan) a un señor burgalés que un cierto día me visitó para decirme:

"Hola. Llego a este blog a través del de FERNANDO MANERO. Veo que eres sacerdote, y veo que te expresas con sinceridad, lo que me agrada. Un saludo. Manzacosas"

No me digáis que no es un precioso regalo de "alguien" que entra y te echa este piropo. Además que él, el manzacosas, ya está con el Abba, Padre o Madre, o lo que sea. ¡Que más da! ¡Que sea lo que quiera! Lo que de verdad me (nos) importa es que SEA. Y ES. Vaya que si ES, ¡voto a bríos!

Post festum… FESTUM

El grupo de 9 años es buenón. No, Pilar, al grupo ese lo han hecho bueno Rosa Mary y Roselen. Ese grupo en 7 años era tan malo como lo es ahora el de 7 años. Lo que pasa en que Roselen y Rosa Mary se complementan muy bien y lo han trabajado juntas.

Roselen y Rosa Mary son las catequistas del grupo que este año termina la catequesis de iniciación, y para mayo o así hacen la primera comunión. Roselen es la entendida, es que es profesora de E.G.B., es la que domina la técnica, la que sabe. En años anteriores siempre llegaba tarde, que tenía reunión de claustro todos los lunes. Este año se lo han puesto mejor, y llega a tiempo. Rosa Mary es otra cosa; en nuestras reuniones es la que siempre siempre da la nota… negativa. Con los chavales y chavalas se transforma: todo es cariño, sensibilidad, buenas manera, ¡un encanto! Y lleva, eso sí que sí lo sé: toda la vida en esta catequesis. Durante dos años ha bregado sola con treinta y tantos galopines más de media hora cada día. Y las dos que son bien distintas, forman un tandem que ya lo quisiera ver yo equivalente en la copa Federación de tenis.

Hoy ha sido el primer día de catequesis. Una fiesta total.

La primera en llegar fue Isabel. La pegué un achuchón de órdago. Venía no nerviosa, venía emocionada. Iba a ser catequista. La dije que si ella estaba emocionada yo estaba babeando de abuelez. Yo la di catequesis, ella encima de mis piernas, tan pequeña que era, en un grupo muy pequeño: sólo eran tres. Ella, Javi y Antonio, su primo. Eran… bueno no hablemos de años.

Ahora Isabel viene con su hijo a catequesis. La catequista es ella, por supuesto. Y es nueva, igual que Belén, otra que lo mismo, también empezó aquí. Y con Charo que es nueva en todo, en el barrio, casi en la maternidad y por supuesto en catequesis.

Llegaban con tiempo suficiente para encontrarse todo preparado en la clase, ¿cómo dices?, que voy a la clase; oye niño, si quieres ir a clase te has equivocado que esto no es el colegio. Esto es la catequesis, así que sube para arriba que te esperan. Y así uno, y otra, y todos los demás, niños y niñas.

Y todos en corro, y va el cura, y empieza a gritar, para no salir de la costumbre, y dice que aquí hay que cantar, pero muy muy fácil. Que escuchen La, la, la,… a ver ¿os parece difícil? Pues repetimos: La, la, la,… ¡Qué va!, dicen diciendo, mejor cantando, la, la, la,…

Y así, entre unas cosas y otras, en un cuarto de hora cantamos el himno de la catequesis, sin haberlo ensayado. Ni la escolanía de Montserrat lo hace mejor.

Y me despido, y salgo corriendo para otro grupo. El de Esther, Ana y Mary Ángeles. Mamás, bueno Mary Ángeles casi abuela, casi porque sus tres hijos aún no se han sabido explicar, pero ya lo harán si les damos tiempo, que mimbres ya tienen.

Y hala, aquí es yo tengo un amigo que me ama, que lo cantamos sin repartir cancioneros, porque todos se lo saben y los nuevos enseguida aprenden. Otros treinta chavales y chavalas que ya se les nota que es el segundo año y van creciendo en casi todo, bueno en unas cosas más que en otras… Este es el grupo de 8 años. Por cierto, bien lucidos, que se notan que comen y duermen como leones.

Y al terminar a ver qué tal les ha ido a las de 7 años. Sudorosas, con el rostro arrebolado, soplando, asustadas, implorando que para otro día no las dejemos solas. Que movidos, que no pueden con ellos, que qué harán sus padres, que vaya niños y niñas… Tranquilas, que es el primer día, que ya veréis cómo poco a poco las cosas se van tranquilizando, que ellos venían muy nerviosos por ser el primer día, que vosotras también por lo mismo o casi, que todo esto es normal, que no os preocupéis. Y así.

Y se van todos, y Pilar y yo a recoger las cosas. Lo normal. Cepillo, cogedor, mover mesas, quitar sillas, poner sillas, mover mesas, que mañana en la misma sala otros niños y niñas tienen su actividades.

Yo soy yo. Pilar, ¿quién es? Vaya pregunta. Bueno no es la pregunta, es la respuesta la que no es fácil de dar. Pilar lo es todo. Por eso me resulta fácil imaginarme que Dios también tiene rostro de madre. No, no es madre Pilar. Pero Pilar está en todas partes, Pilar se entera de todo, por Pilar preguntan todos, a Pilar acuden…, eso, todos. Pilar es con una chorrada de expresión el "alma mater" de esta institución parroquial. Pilar es mi amiga.

Bueno, basta, no te pases. Se empeñó en no sé qué, y me tocó vocear, cómo voceo, y discutir y hacerla ver que ella no puede hacer eso, que ella tiene que estar, coordinar, substituir, orientar, mirar, observar, en fin, eso, estar para que todo vaya como la seda.
Ya ha tranquilizado a la jovencitas madres catequistas con que el próximo día, se da una vuelta por su grupo y mira. Y eso, eso ya está resuelto.

Primer día de catequesis. Una gozada.

Y a todo esto los papás y las mamás, las mamás y los papás, que este año no he visto mucho abuelo/a, esperando que bajaran, que la catequesis está en el piso de arriba. Y en el patio estaban ellos, aunque llovía y ya era oscurecido.

Un día de fiesta

Pongamos un ejemplo:

Supongamos que en una parroquia al uso, es decir debidamente constituida a la que acude la gente del lugar, celebran el inicio del curso catequético. Asisten familias con sus niñ@s, además de la gente que normalmente asiste en un día de domingo, ya saben ustedes, el día que es de “precepto”.

Y el orden de la misa es el siguiente:

1. Comienza el acto con la presentación de l@s niñ@s inscrit@s como nuev@s, 7 años, en la catequesis y de l@s catequist@s que van a acompañarl@s. Se hace notar la escasa existencia de catequistas de sexo varón, con la consiguiente merma en el testimonio de la fe para niños y niñas y en el peligro de que la fe sea referida en su “pequeñas mentes” exclusivamente al sexo femenino.
2. En el acto penitencial se canta el “Qumbayá” (más o menos Señor ten piedad, antiguo Kyrie)
3. El Gloria es substituido por el Gloria, gloria, aleluya (música de procedencia americana)
4. La oración colecta la dirige un@ niñ@ adult@.
5. De las lecturas sólo se proclaman la 2ª y el Evangelio del día, o sea, una lectura de San Pablo que habla de la transmisión boca a boca de la fe y el momento en que Jesús une en uno los dos únicos mandamientos, toda la Ley y los Profetas, núcleo de la fe cristiana.
6. En lugar del salmo responsorial se canta “Viva la gente”, con la estrofa que empieza por “Dentro de cada uno hay un bien y un mal…”
7. La homilía (el monólogo, uno más, que realiza el "celebrante" mientras tod@s permanecen sentad@s, quiet@s, respetuos@s, silencios@s, ¿atent@s?), es una especie de animación a la gente a que se conviertan tod@s en lo que son desde el Bautismo, catequist@s, evangelizador@s, testig@s…; a convencer a quienes piensan que catequizar es enseñar a recitar oraciones del tipo "cuatro esquinitas tiene mi cama…", o "Jesusito de mi vida…", o aprender textos de memoria o saber cómo responder en misa…, de que catequizar también puede ser coger de la mano al@ otr@ y caminar junt@s tras Jesús, cuya palabra es el agua mansa que cae en la tierra y la empapa, y por eso necesita tiempo (¿tres años viniendo? ¡qué barbaridad), porque si lo hace como un turbión arrasa pero no esponja la tierra sino al contrario la apisona y endurece…; en fin, que ser cristian@ es algo que se va a prendiendo y siendo poco a poco, junto a otr@s, y con Jesús…
8. El ofertorio más o menos sigue el “ordo” (se llama así al texto en rojo que aparece en el libro gordo que está sobre el altar en el que está el texto en negro que sólo recita el "celebrante" mientras el resto, sean much@s o poc@s, callan y ¿asienten?)
9. El santo es cantado con el “Alabaré”
10. El canon sigue el “ordo” (como un poco más arriba se explica).
11. La comunión es presentada, más o menos así:
Este es Jesús, es nuestro amigo que hoy nos pide que ante él expresemos que merece la pena ser amig@ suy@, asumir su vida y tratar de vivir como él. L@s que se sientan enamorad@s por esta persona que hoy nos ha convocado y reunido, que le digan SÍ, y si se comprometen con lo que acaba de decirnos Él, que se acerquen a comulgar. Y que nadie mire al@ de al lado, que cada un@ sea libre y responsable de sí mism@.
12. Y mientas se comulga “bajo las dos especies” (salvo honrosas excepciones toda la gente comulga cogiendo con la mano) se canta “Tus manos son palomas de la paz”. Se acercan a comulgar más o menos l@s de siempre, vamos casi tod@s, que hubo quien ni por ésas…
13. Termina el acto con una oración a la Trinidad divina sobre l@s catequist@s que se responsabilizan del servicio de la catequesis parroquial y que públicamente aceptan el encargo y la tarea.
Finalmente se dan los avisos pertinentes.

Supongamos que la gente sale esponjada, contenta, feliz de empezar un año más en la parroquia.
Alguien dice todas tenían que ser así, el próximo domingo también ¿verdad?
Supongamos que todo el mundo está de acuerdo, y nadie discrepa. Supongamos…

Es sólo una suposición. Porque si no lo fuera alguien iba a tener serios problemas y mucha gente no sabría qué es lo que pasa, y vendría lo que no tendría que venir, y que ojalá quiera Dios que nunca venga.

Afortunadamente sólo he dicho supongamos. Porque la vida sigue, con contradicciones, pero con vida, y con mucho amor.

Bueno y me olvidaba decir que en lugar de recitar el Símbolo de la fe de los Apóstoles o de Nicea se podría haber cantado el Credo de la misa nicaragüense, con eso de puñetero y desalmado, y lo de las barquitas navegando. (Pero, tranquis, que eso suena feo y está muy requetemal).

Cosas de pueblo

Llegó con su melena, tampoco tan larga, y sus barbas, tampoco tan descuidadas. Pero llegó, no con miedo, no, más bien con prevención y, sobre todo, con timidez, mucha timidez. Iba mandado, y no sabía bien a dónde iba.

Saludos, buenas palabras, mejores deseos… Apretones de mano, palmadas en la espalda, algún beso en el reverso de la mano derecha, tal vez un Dios le bendiga… Un poco azorado, de tú, oye, de tú, que es mejor, mucho más fácil…

Pasó algún día. Había que comer. Ni bar de comidas, ni tienda, ni comercio diario, que llegaba a días, carnicero, fresquero, frutero…, sólo el pan. Así que repitió la costumbre del anterior: encontrar casa donde pudiera compartir mesa, o al menos la comida, pagada por supuesto.

Recorrido matutino, nada. Recorrido vespertino, también nada.

Al tercer día, una anciana hermana de un obrero del campo jubilado se prestó a darle de comer durante algún tiempo, hasta que hubiera más suerte. ¡Qué comidas! Ella de pie, al lado, esperando que él acabara la sopa, para servirle el pescado. Luego el postre. ¿Le ha gustado? Estaba todo muy rico, muchas gracias, pero yo preferiría que no estuviera así, que se sentara conmigo… Ella nerviosa no sabía qué decir. Eso no podría ser, eso no estaría bien. No hubo más. Y así pasaron otros días.

Un día, tal vez el décimo, o el vigésimo quinto, entró en su casa, ella bajita, ni morena ni rubia ni castaña, sonriente y avergonzada, a su lado dos hijas como dos castillos de jóvenes, de llenas, de guapas, de altas, y también la pequeña, Elena, de unos 6 ó 7 años. Que si podría acogerme…, que sí, que lo hemos hablado en casa y que sí que venga usted con nosotros que donde comen cuatro comen cinco. Eran siete, el matrimonio, tres hijas y dos hijos. El hombre de la casa está con el ganado en el campo, que es pastor, llegará muy tarde, pero ya está hablado. Él se emocionó como hacía tiempo que no se emocionaba, y mira que el puñetero era reacio a las emociones, tanto que las ocultaba hasta hacerse daño. Por fin ya no comería solo, charlaría, reiría, trataría de ser uno más entre todos ell@s.

Y fue feliz en aquella casa.

Os recuerdo, os quiero: Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena.

Fueron su familia, su nueva familia… durante aquellos dos años, y bastantes más.

Por lo demás, los chavales, digo chavales y chavalas. Baloncesto en el patio del ayuntamiento. Paseos por el valle en bici, a pie o en coche. Llegaron a viajar en el pobre cacharro más de 15, ¿cómo? milagro de la multiplicación del espacio (Tranquis, que íbamos por caminos y similares). Ping-pong en la cuadra de la enorme casa rectoral convertida en sala de bailes y otros menesteres. Tardes viendo la tele en el teleclub. Y música. Porque tenía guitarra. La única del pueblo, al menos no se sabía que hubiera otra. Y por supuesto los monaguillos, los mismos que participaban en todo lo demás.

Un día llegó nuevo un señor, y señora por supuesto, que compró casa de larga historia y bella planta, vamos casa solariega. Y este señor que venía a vivir no, venía de vez en cuando. Y luego llegó otro señor, ya no sé si con señora, que resultó hermano del anterior. Andaba mucho por el campo, tomaba el sol, se mojaba con la lluvia y era como distinto.

Y un día se le acerca este señor y como no queriendo la cosa empieza a hablar y a preguntar, qué, cosas del pueblo. Y en éstas va y le dice: en este pueblo pasa algo raro. Los chavales, las chavalas, cantan cuando van por ahí ¡a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es mía, tuya y de aquel!, y soldadito de Bolivia, soldadito boliviano, y en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, y voy a cantar el corrido de un hombre que fue a la guerra, y carne de yugo ha nacido, y vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven, y muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, y te recuerdo amanda, la calle mojada, y me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, y si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, y andaluces de jaén, aceituneros altivos, y tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, y nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, y cuando ya nada se espera personalmente exaltante, y ciego que apuntas y atinas, y pues es amarga la verdad, y hace mucho el dinero, y levántate y mira la montaña…, que digo yo que esas cosas no las aprenden en la escuela del pueblo, que dónde las habrán oído. Y le mira, con media sonrisa que no lo es, tampoco media mueca, y continua preguntando cosas del pueblo.

Y siguió la historia aquella en aquel pueblo.

Ha pasado el tiempo y él se pregunta qué será de aquellos chavales y chavalas, qué cantarán si es que aún cantan, qué vivirán si aún viven. Y también se pregunta por aquel señor preguntón, que ni sonreía ni ná.

Pero de aquella familia, Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena no se pregunta nada, porque la lleva en el corazón. ¡Nos veremos! ¡Palabra!

Ángeles sí, que no demonios

Toda la semana estuvo la montaña soltando babas, como si fuera la espuma, el verrón que sale del puchero cuando hierve el buen cocido en la lumbre.
Estábamos acampados en Zuriza. Habíamos hecho varias cosas, incluida la mesa (Mesa de los Tres Reyes, esto para lo no iniciados. Hiru Erregen Mahaia para los vascos. Table des Trois Rois, su nombre en bearnes. Oye tú, el resto lo miras en Internet).

Pero amaneció claro, clarísimo. De un sol, vamos como para ir a los toros. Y la línea de la vecina Francia limpia a más no poder.
¡Este es el día! Vamos a por él. Él era el D´Anie. Un pico solo, aislado, hermoso, desafiante, fácil, muy fácil. Sólo tiene una puñeta: está rodeado de desierto de roca y hielo.

Muy de mañana, primero en coche, hasta la Piedra de San Martín. Luego, zapatilla, digo mejor, bota. Sin problemas. A la hora de la hora, arriba. Nos sentamos, disfrutamos, miramos, descansamos. ¿A comer? A comer. Los profesionales de la montaña no hacen tal, llegan, se paran, sólo un rato, y se bajan. Yo (nosotros) soy (somos) novato (novatos). De los de fardel, sentarse, abrir, comer, fumar y, luego, mucho luego después, volver bajando.
En mi ignorancia sentí extrañeza de que ese día no hubiera nadie arriba de los que yo vi subiendo. Ostras, qué pasará, ¿se irán porque tienen fiesta?
Y empezamos a bajar, despacio, con calma, disfrutando, pie pie, pie pie, como siempre, vamos.
Pero a media bajada llegó la muy puñetera: la niebla. Ni avisó, cayó. Vamos, como una piedra. No hay problema, hay señales, que los franceses son muy precavidos y tal. Pero ¡ya! No se veía ni torta más allá de las narices.
Oye, ¿por dónde? Qui lo , por acá. Pero . Nos paramos, dudamos, titubeamos… Y entonces la perrilla, vamos la Moli movió con gracia su rabo, ladró como ella solo sabe, trotó a mi alrededor y se puso por delante. Con ella de guía sorteamos las dolinas (huecos de gigante abiertos en la montaña donde la nieve anida y hasta se hace hielo) y encontramos el sendero. Un cruce. Piedra de San Martín al frente, Pierre du Saint Martain, a derecha, y Piedra, ya sabes de quién, a la izquierda. Otra vez, ostras.
Cogimos una, ya ni me acuerdo cuál. Otro cruce, e igual. O sea, lo mismo. La Moli tiraba adelante, pues a seguirla. Al final, una choza. Risas, parloteo en arameo, hay gente, llama. Y llamé. Y abrieron, y te juro que no hubo manera de entendernos. Ni francés, ni vasco (que algo me suena) ni por supuesto castellano. Por gestos, a saltos, haciendo muecas…, total que se enteraron por fin de que no sabíamos dónde estábamos. Una moza sanota, con la cara arrebolada por el anís que se estaban mamando dentro, cogió una furgoneta, nos metió como si fuésemos cabras, y nos dejó, después de recorrer una pista que dejó mis huesos golpeados, en una plaza asfaltada. Nos mandó bajar, todo esto a gruñidos ininteligibles, cerró la puerta, dio media vuelta y marchó.
Nos quedamos en la nada, asfaltada, pero nada. Pues a andar. Y anduvimos, y descubrimos unas sombras muy altas, que no eran rocas, no, que eran edificios.
¡Zas! Ésta nos ha dejado en la estación, de La Piedra de San Martín, por supuesto. Una familia de turistas no nos entiende, otro que va suelto tampoco, y yo venga decir carretera, route, coche, voiture, puerto, port, nada, ni pamplona.
¿Son ustedes de Valencia? dice una voz alto y claro en perfecto castellano. No, de Valladolid. Ah claro, que también Valladolid empieza por uve. No se preocupe, que ya he visto su R-6 solo allá arriba. Y nos coge a todos, Moli incluida, y nos lleva en su todo terreno hasta lo alto del puerto, (de La Piedra de San Martín qué te habías creído), justo junto al coche (R-6, por supuesto).
El tal pavo era un francés que tenía alquilado en lo alto del puerto (ya no lo repito que puede sonar a pitorreo, y seguro que te sabes de qué puerto hablo) una choza a los ganaderos. Pasa allí temporadas, aislado, solitario no, sí meditando (supongo que de lo divino y lo humano). Aquella mañana, o tarde, o lo que ya qué sé yo qué era, vio nuestro coche solitario en medio de la niebla y sospechó lo que pasaba. Así que se puso en movimiento y nos encontró. Porque bajó a la estación de esquí, -de La Piedra de San Martín, qué te creías- no a comprar no, no a tomarse una copa que tampoco, bajó sólo sólo para buscarnos.

Luego van y dicen, oye los ángeles, eso es magia, eso es fantasía, eso es un comecocos, vamos ni que estuviéramos en la era de las alucinaciones. Que no, que no hay ángeles.

Pues bueno. Tal vez no los haya, pero a mí al menos aquel día (y otros muchos que os contaré) me salieron al camino tres ángeles: La Moli, la muchacha gabacha y el también gabacho del todo terreno.

Hoy, esta mañana, la Moli se ha largado antes del paseo pinariego tras un gato (el jodido duerme en el patio, y estaba la pobre inquieta, que ya me di cuenta). Abrí la puerta y salió como loca. Dimos el paseo sólo con Pancho, que es un bendito. Volvimos a casa y nada. Me fui al centro de papeleos, voy al Tanatorio a achuchar a Chuchi que se le ha muerto su madre. Salgo del Tanatorio, hosti, empieza a llover. Pobre Moli, como una sopa. Ni baño ni leches, me voy para casa. Llego calado, que del tanatorio a mi casa hay que atravesar toda la ciudad, y lloviendo poco pero lloviendo, lo dicho, mojado hasta el calzoncillo. Y llego y ahí está la tunanta.
Abro la puerta, entra, la doy una galleta, la seco con su toalla, se tumba en el sofá y yo la tapo.

¿Qué iba a hacer? Es la Moli, uno de mis ángeles más preciados.

Historias pasadas que no mueven molinos..... de viento

¡A ti te voy a echar del pueblo!
El que hablaba desde el medio de la calle era Pedro, el alcalde. Le decía al melenas que venía rodeado de chavales y chavalas al campo de juego del ayuntamiento, o sea del pueblo.
Mira, Pedro, yo soy el cura de este pueblo porque me lo ha mandado el obispo. Tú no puedes hacer nada, así que no te pongas de esa manera. Ya lo sabes.

¿A qué venía esta invectiva, en tono acre y voz alta?

A una historia que poco o nada tiene que ver con aquellos enternecedores cuentos de la posguerra italiana de Guareschi, en los que un alcalde bravucón, comunista y descreído (?) y un ensotanado cura fascista (?) no menos bravucón, mantenían en constante tensión simpática a la población humana y divina de un pequeño pueblo de la Italia de entonces.

La cosa, el asunto, el tema empezó mucho antes. Apenas a pocos meses de aparecer por allí un tipejo sin pinta de cura, pero que era el cura. Lo de menos ahora es cómo era, qué decía, cómo se comportaba, que eso no cuenta, al menos ahora.
Lo importante es que en aquella temporada, tuvo la fortuna o “infortuna”, cada quien piense como quiera, de morir el caudillo, o sea Franco. Todos ya sabemos quién fue, no hacen falta más explicaciones. Y quien no lo sepa, que busque en Internet, que está al lado.

El caso es que ya de noche, llaman a la puerta de la rectoral (o sea donde vivía el cura del pueblo). Son el Alcalde y el Teniente de Alcalde (notad que las iniciales las resalto, que eran personas importantes). Vamos, Pedro y Juan. Muy serios dicen: Oye, mira, que ha muerto el caudillo y que dice el gobernador civil que te encarguemos un funeral para el domingo. Yo, respiro, no lo sabía. Y entraron y nos sentamos alrededor de la camilla. Y empezamos a hablar los tres. El cura intentar razonar que no puede hacer una misa funeral por alguien que ni ha sido del pueblo, ni siquiera tuvo el detalle de hacer algún alto en él si alguna vez pasó cerca. Vamos que sí, que fue el jefe del estado, pero que estaba tan lejos, que mejor dejarlo pasar. Un día, cualquiera, en misa, lo recordamos y ya está. Que lo otro puede hacer daño a algunos, que esto es un pueblo pequeño y que del otro bando también hay.
La conversación fue alargándose; de las formas suaves pasamos a las más ásperas; subimos la voz y hasta chillamos. Pero como la rectoral estaba al borde del pueblo, y en aquella calle no había más que corrales, no se enteró nadie. Bueno sí, se enterarían las ovejas, pero como ellas sólo balan, nunca se supo su opinión
Llegó un momento de la discusión en que ni pa´lante ni pa´tras. Y va el cura, y se quiere echar un farol, y va y dice: Bueno, lo que diga el obispo. A esto son los 11 y media de la noche, que entonces todavía no se decía 23:00 horas. Teléfono. Lo coge personalmente el obispo, qué pasa, mire que quieren un funeral y tal, que ¿qué hago? Y va mi obispo y me dice: Tú haz lo que tengas que hacer. Yo tengo un funeral en la catedral.

Total, que celebramos el funeral, por supuesto con las autoridades locales esta vez en el primer banco de la iglesia.

Pasaron los días o los meses. A lo mejor fue en primavera, ya no me acuerdo. El caso es que un domingo llaman a la puerta del cura. Está en el cuarto de baño, en el piso de arriba, que así estaba hecha la casa. Dormir abajo, lo demás, arriba. Porque entonces comía en casa de mi patrona, una santa de las de verdad, aunque claro, no era hija del pueblo.
Abro el balcón solemne de la rectoral, me asomo y veo abajo a la pareja de la guardia civil. Que tiene usted que bajar, que tenemos una razón para usted.
Os podéis imaginar. La guardia civil en casa del cura, que habrá pasado dice el personal curioso, si se lo llevan qué pasa con la misa comentó alguien con alguien. Bajé, charlamos, se fueron y yo volví a mis quehaceres. O sea, lavarme, desayunar y correr a decir las misas correspondientes.
Los guardias habían ido a decirme: el Sr. Juez Comarcal, le espera a usted el martes que viene en el Juzgado.
Y nada, eso, que fui, me recibió, me preguntó, le respondí, nos despedimos, y hasta ahora. Eso fue todo. O sea: Es usted el cura de ese pueblo, sí. Se ha negado a un funeral, no. Tiene usted algo más que decir, no.

Llegaron las fiestas del pueblo, recuerdo bien, San Pedro. El día en que se contratan los pastores para todo el año (supongo que se conservará aún esa tradicional costumbre, aunque a lo mejor con lo del cambio climático y la conversión al euro ya no se estila). Fiesta grande. Los chavales se encargan de ellas, eso, el baile, los cohetes, los juegos (bueno, eso no, que se los dejaron que los organizara el cura), el bar, las peñas, en fin todo ese montaje que supone las fiestas del pueblo.
El alcalde mangoneó y arrendó el bar a un amigo. Los jóvenes se cabrearon y no sé qué le hicieron. Teléfono de nuevo. Llegaron los guardias, detuvieron a 5 ó 6 y los encerraron en el ayuntamiento. Se enteró la gente. Alguien dijo que les estaban pegando. Los padres, las madres, los hermanos y hermanas, los pequeños y los grandes salieron en dirección, cómo no, del ayuntamiento. Al final, todo el pueblo revuelto y voceando que les dejaran salir, que ya estaba bien de agredir.
No sé quién volvió a coger el teléfono (y ya van tres), pero al mediodía de aquel día, San Pedro, llegaron a un pequeño pueblecito de los torozos castellanos 10 ó 12 yips (sé decirlo y hasta describirlo, pero no escribirlo) (corrección sugerida: se dicen "jeeps") llenos, o sea entre 30 y 40 guardias civiles de los de metralleta, casco y porra y guantes de boxeo (nada de a pie, mosquetones y porra). El pueblo copado, reculó cada cual a su cobijo. El curilla, atrevido y osado, se coló en el ayuntamiento y suplicó al alcalde que les mandara marcharse, que sólo él podía hacerlo. No, que se van a enterar de quien soy yo.
El cura comió de prestado, que ese día como era fiesta estaba invitado. Pero en aquella mesa se lloró más que comió, que aquella gente era buena y sencilla, y las viandas de postín quedaron casi intocadas. Qué desperdicio.
Luego hubo lo que tenía que haber. Un juicio, con acusaciones y tal, o no, que no lo hubo, bueno no me acuerdo. Lo que si pasó es que en los días siguientes vinieron amigos de la ciudad entendidos en cosas de derechos y defensas, hablaron con unos y con otros, vieron que no había lesiones, que tampoco malas caras, que al fin y al cabo todos eran parientes, que por qué no dejarlo al fin en nada. Y en nada se quedó. Pero al cura le dejaron con el culo al aire. Porque la noche de marras, todos fueron a la rectoral a pedir información sobre abogados defensores. Y el cura, tonto él, tiró de teléfono (ya es la cuarta, qué obsesión), también él, y metió bien metida la pata.

Pasó el tiempo, no sé si mucho o poco, pero llegó el momento de decir (que no, que no fue por teléfono, que con él hablaba de tú a tú): señor obispo, cámbieme de parroquia, que aquí me asfixio.
Y me cambió.
Ojo, quede claro. No me echaron. No fueron las beatas. Tampoco el alcalde. Ni siquiera el juez o el gobernador. Me fui porque el obispo me mandó a otro sitio. Y yo sé obedecer, que soy, bueno no sé lo que soy.

P.D.

Que ¿por qué cuento esto a estas alturas? Porque ya está contado en los papeles, salimos en el periódico de entonces, y porque ya hace tanto que no se acuerda nadie. Pero también porque he recordado ahora, y es bueno recordar si al hacerlo, descansas.

Moraleja: No te calles lo que tengas que decir, ni aunque te maten. Que como ves, no te van a matar, tonto, que es de broma.

Eloy, ¿me oyes?

Aquella mañana vino a hablarnos un misionero. Estaba o había estado en algún país de sudamérica. Y habló de muchas cosas, de bautizos no, de lo demás, de todo. Y habló de pobres y pobreza, y de que había que no quedarse al margen. ¿Entendimos a aquel buen hombre o no entendimos nada?

Estoy hablando de hace muchos años. En segundo de filosofía, seminario mayor de mi ciudad, años 65 ó 66.
Se fue el misionero. Nos quedamos sólo los del curso, muy numeroso por cierto, casi 40; ya era raro ese número entonces, ¡mira cómo estamos (o están, que no lo tengo ni claro) ahora!
Y empezamos recordando ideas y aprendizajes. Fuimos añadiendo cosas y también subiendo el tono. Al final alguien gritó: ¡No estamos haciendo nada! ¡Cómo no!, gritó otro que esperaba algún día cambiar el mundo y sus cimientos con su prédica.
Pobres de allí sí que eran pobres. Pobres los de aquí, voceaba otro. Nadie entendía nada, pero hablar vaya si hablamos. Incluso llegamos a pensar que cada quien sacara las castañas de los propios, o sea, cada uno en su casa y Dios en la de todos.
No se votó, porque no había nada que votar. (Tenían que habernos botado a todos, superiores a la cabeza). Pero no ocurrió nada, porque de verdad, no éramos malos, aunque no diéramos ninguna talla.

Se fueron a Perú, creo que a Arequipa, Tomás, el otro Tomás, José María y Eloy. El resto nos quedamos, es un decir, nos fuimos desperdigando. Incluso algunos llegaron hasta Roma, no por saber, sino por tener un título más fácil que les diera cobijo seguro en su futuro.
Otros nos quedamos un poco menos lejos.
De la pobreza y los pobres, cero. Se olvidó. Nosotros a lo nuestro.

Ha pasado el tiempo. Cada quien está en donde está, quí lo . Unos poquitos aquí, sin romper un plato. Los de Perú, volvieron todos menos un Tomás, y por supuesto Eloy que se fue o lo llevaron. Los de Roma, donde estén sus títulos estarán. Los de algo menos lejos, seguimos aquí haciendo casi nada.

Pero no acaba aquí. Eloy, ¡ay Eloy el de la casa del Abba!, pasó por mi lado un día que venía hacia (o de, que no recuerdo bien) Alemania o Bélgica o Suiza, qué se yo, nos rozamos, nos miramos, nos reconocimos, hablamos, seguimos hablando ya en corrillo aparte de los demás, nos dimos señas y reseñas (y mira que entonces estaban mal vistas las capillitas y los grupitos), y desde entonces y hasta su muerte (tránsito hacia la casa del Padre) no dejó él de cartearme y yo de mandarle cosas.
Él llegó a ser no sé qué de importante en los arrabales, casi desierto, con voz en las ondas, que allí se estila mucho, con cocinas y comedores comunes, con gritos, con ruegos, con susurros tocando a rebato por arrancar de la pobreza a miles de peruanos. Y de rebote y por contagio y también y sobre todo por abrazo a la cintura, de toda sudamérica. Ah, también fue cura, hasta el final.




Y yo sigo aquí. Y sigo y no sé porqué sigo, y hago y no sé porqué hago.
Me paro y veo que no es cierto, que hablo en singular y resulta que debería hacerlo en plural.
Hacemos, aunque “yo” no sé ni porqué ni para qué, que los demás sí lo ven (así parece al menos), y tiran de mí, y me empujan, y me riñen, y me acarician, y me exigen y me sacan los colores, y en fin, también me besan.

Eloy, amigo, hermano, no sé porqué hoy te recuerdo, y te añoro y te digo muy bajito: hace ya unos días que no sé qué me pasa, que lloro por nada. ¿Será que me estoy haciendo viejo? Pero si ya he dicho hace poco que estoy hecho un mulo, que corro, nado, salto… Pues eso, Eloy que un abrazo muy muy fuerte, y tira al Abba cariñosamente de las barbas, que yo también las tengo y alguna vez algún niñ@ también a mí me tira.

Eloy, fíjate qué raro, que yo nunca escribí más que para examen y apuntes y cartearte, pues ahora fíjate bien lo que te digo: al escribir me salen ripios y rimas y en fin eso que de jovencitos tan bien algunos hacíais. Qué cosas ¿verdad?

Para más información esto: Vida y milagros de Eloy Arribas Lázaro

¡Joder, qué mañana!

Pues nada, que he ido ante notario.
No ha sido la primera vez, que ya me he situado ante autoridad tan acreditada otras veces, no tantas, pero sí algunas. A ver: por ejemplo he sido testigo en testamentos, 4 ó 5; he hecho el mío propio, que ya me cumple; en algún poder por no sé qué, también he figurado; en la muerte de mis padres, en la escritura testamentaria. Y hoy.
He ido a firmar la escritura de propiedad de una plaza de garaje que he adquirido. Soy propietario, por adquisición de bien inmueble urbano.

Y me cuento la historia, para contársela a alguien, por si el paso del tiempo me borra la memoria y no recuerdo.

Mis papás compraron una casa, allá por los primeros sesenta, claro, con carbonera. El coche, un 600, tenía la calle, que era amplia.
Pasó el tiempo y la calle se fue estrechando, y el 600 pasó a ser un simca 1000. Pero en la calle dormía.
Me fui de casa, a un par de pueblos de mi Castilla, mi papá me pasó el simca 1000, que me hacía más falta a mí que a él. Y cuando yo volvía de los pueblos, era difícil encontrar dónde dejarlo. Pero siempre lo encontraba.

Pasó más tiempo (¿día 4º?) y al simca 1000 sucedió un R-6. Me lo pagó papá, que el otro ya no daba más de sí y yo no tenía ni pa pipas.
Papá, dónde aparco, haría falta a esta casa un lugar para el coche.
¡No hacéis más que gastar dinero! ¿De dónde pensáis que lo saco? El campo no da más de sí. Busca donde ponerlo o vienes en el coche de línea.

Pasó más tiempo (día penúltimo). Mis papás estaban en su final. El ayuntamiento sacó en Zorrilla aparcamiento para residentes. Teníamos derecho a solicitar plaza. Yo me enteré, pero a mi padre no podía proponérselo y yo ni era vecino ni residente ni tuve cabeza ni humor para pensar en ello. Y se pasó la oportunidad.

Murieron mis padres, me quedé con su casa, voy a regar las plantas y dar cuerda al reloj, a coger o dejar alguna cosa, vamos cosa de entrar y salir. Pero el jodido coche no lo uso porque dónde dejar este trasto del carajo. Así que voy en bici, como siempre, y aparco ahora en la calle, no como antes que siempre siempre estaba en el descansillo de los buzones de las cartas y el ascensor.

Un día metieron una nota anunciando la venta de una plaza de garaje en el edificio presidente, vamos, a 10 metros de mi casa. Fui, vi, pregunté y compré.

Y esta mañana firmamos los papeles. En la plaza donde ahora y siempre sigue “el electrico”. Sí hombre sí, aquel guardia urbano que dirígía el poco trafico de aquel cruce en los 50/60 como si estuviera dirigido por una mano oculta, como a golpes, muy tieso, muy simpático.

Por la parte contratante de la primera parte (o sea vendedor) alguien, Alberto. Pasa un rato y aparece en los papeles Alberto XXXXXXXX (este es el apellido). Y levanto la cabeza y él se da cuenta y me dice ¡qué le pasa!. Y yo le digo, nada…, oye, ¿tú eres hijo de XXXXXXXX? Sí. Y tu padre ¿era arquitecto?. Sí. Pues mira, la primera casa donde viví la hizo tu padre, justo enfrente de los grises, en la plaza Tenerías. Yo fui un niño de la calle (con perdón) porque no salía de ella, allí jugué a todo, a piratas, indios y vaqueros, burro churro no se qué, me pegué, nos pegamos, incluso, pero a pocos, pegué; aprendí a andar en patines y salí indemne, porque había coches, pero eran 4.4 que no corrían tanto; fui feliz en aquel sitio. Y encima estaba al lado el río (Pisuerga, por supuesto) y me mojé, exploramos las cloacas, rompimos ramas y más.
Y además tu padre era amigo de José Velicia. Pues sí, que venía muchas veces a comer a nuestra casa, dice Alberto.
Y comentamos y ensalzamos la humana e impresionante persona de Pepe Velicia.
Pues Velicia, que iba por la Cañada, me llamó para que yo hiciera lo que él, que sus obligaciones no le dejaban ir tanto como él quisiera. De esto hace 30 años, y ahora estoy yo, y Velicia ya no es ni recuerdo.
Pero hemos conseguido que en esta zona de la ciudad haya algo que le cite. El Alcalde consintió que una calle lleve su nombre. En el Peral, no en la Cañada. Pero vale.

Y terminamos la conversación, y terminamos los papeleos, y el notario estuvo muy amable, incluso me indicó que tenía que poner mi profesión, pero ¿qué ponía? Y yo le dije que lo normal: cura. Y el corrigió con maestría: Sacerdote. Y me dijo, si fuera ud. funcionario de prisiones no lo pondría, o policía o más cosas, por si acaso.

Y salimos y nos despedimos. Y cogí la bici y me dije: voy a ver si estas llaves que me ha dado Alberto XXXXXXXX al cambio del dinero, sirven y funcionan; funcionaron, por supuesto. Pero a lo que voy. Iba yo en bici por Zorrilla y empezaron a llegarme los recuerdos: mi padre que no quería plaza de garaje, mi madre que me daba la razón, yo que ahora soy propietario “adquiriente”, Velicia que se fue y era un gran tipo, y la Cañada en sus comienzos y yo de pequeño jugando en Tenerías con la tropa… Y vaya, vaya, vaya… Empecé a llorar en medio de la circulación, y no he dejado de hacerlo hasta que llegué al Corte Inglés, a comprar congrio cerrado, que aquí lo tienen muy bueno.

Y esta es la historia de esta mañana. Que a las puertas de mi tercera edad he firmado ante notario, que tengo una plaza de garaje que no quiso mi papá y sí mi mamá, que fui “niño de la calle” y que Velicia ahora soy yo, sólo que distinto y peor. Ah, y que he llorado como un gilipollas entre coches y a media mañana. Anda que si me para un guardia y me ve la cara, ¡qué apuro!

Ventura

Anoche estuvimos de fiesta. La Pilarica ponía nombre a una plaza del barrio: Plaza del P. Buenventura Alonso S.J. O sea, la plaza de Ventura. No hace falta más. Pero como el tiempo pasa y la historia envejece, los jóvenes ya no saben, desconocen. Y una placa más abajo describe por si acaso.

Hubo fiesta, y cantos, y palabras, y recuerdos, y sopas de ajo.
Bailes, abrazos, ojos tiernos traicioneros que rezuman emoción y añoranza y pena…
Una proyección en powerpoint o en openoffice, no recuerdo, puso imágenes, chavales, montañas, iglesias, árboles fósiles, calles pardas de tierra, campos castellanos…
Fue poco para lo mucho que es (fue) Ventura, el callado, el discreto, el hombre de una pieza, el creyente lleno de fuerza y de coraje, siempre en la penumbra que alumbraba como fuego.
Ventura, amigo, hermano, siempre adelante sin romper, sin cascar, sin forzar, siempre dócil al viento que sopla como y donde quiere, pero siempre constante y tozudo y machacante.
Te cantó Sabo esta pieza con música propia que no recuerdo pero sí la letra, que la apunto ahora mismo:

De la tierra,
lluvia, escarcha, trigo y tallo.
De la tierra
y de trozos milenarios,
y de sol, y del sol hermano.

De la sierra,
Salas, Silos y otros campos.
De la sierra,
y de Hacinas en el llano,
y de amor, y de amor granado.

El compañero que va sembrando
trozos de tierra en libertad.
Cada matojo de pelo cano
es un cimiento de su verdad.
Es mojón y es raíz,
es puente, carro, cañada y flor.

De la tierra,
nunca quiso ser esclavo.
De la tierra,
su mirada ha ido tallando,
con amor, con amor de hermano.

De la sierra,
desde Hacinas palpitando.
De la sierra,
vida a vida roturando
con valor y una flor brotando.

De la tierra,
de la tierra,
de la tierra.

Más fuerte que mi pudor, más grande que mi intimidad

Internet es un medio público. Internet es neutro. Internet ni manda ni prohíbe. Es un lugar donde todo es recibido. Es también un medio sobre el que convergen millones de ojos. Curiosidad. ¿Sólo curiosidad? También hay sed de información, afán de aprender, necesidad de encontrar respuestas; y sus recíprocas: informar, enseñar, responder…
De todo ello y de mucho más he usado y disfrutado desde que, hace apenas unos meses, navego por este mar inmenso de posibilidades.
Esta noche quiero volver a tentar a la suerte, volver a tirar otra botella al agua para que llegue al puerto que sea o simplemente se llene de líquido y se hunda hasta el fondo.

Anoche terminé de leer un libro que me ha ayudado sobremanera. Su autora, Dolores Aleixandre; título, Las puertas de la tarde; subtítulo: Envejecer con esplendor. Editado por Sal Terrae. No. No es publicidad. Tampoco tengo permiso para usarlo en público, pero no creo que lo que ahora escriba vaya a causar infracción de la ley de propiedad intelectual, como reza en una de las primeras páginas. En todo caso, asumiré mi responsabilidad. Necesito decir algo y lo voy a hacer.

Me lo han regalado. Al cumplir 60 años una amiga entrañable juzgó que yo entraba en la etapa que solemos etiquetar como Tercera Edad. Me vendría bien, me dijo, que empezara a pensar en ello. Y me lo dio.
Empecé a leerlo por el único motivo de que su autora me deleita y me maravilla con su manera de interpretar la Sagrada Escritura, por su dominio para relacionar lo que nunca yo relacionaría, por la profundidad a la que llega en el estudio de personajes y situaciones; en suma, porque me hacía gustosos textos a simple vista áridos para mí.
Y empecé poco a poco, como con desgana (yo ¿tercera edad? Pero ¡si corro como una liebre y nado como un delfín!); cinco páginas una noche, otras cinco o seis la siguiente… En fin, todo el verano para llegar a la página 174.
Anoche fue distinto. Empecé el capítulo 17, Ensayo general. Dolores fue introduciéndome en eso que ahora está tan desfasado y hasta ocultado: cómo prepararse para morir. Y ahí me cogió del todo y de repente. Y lo acabé. Y pasé al siguiente, el 18, Las manos del trapecista, y me derrumbé (lloré con calma y suavemente, me llené de paz y me perdoné). Terminé el capítulo, apagué la luz y me dormí plácidamente. La noche vino a mí con toda su luminosidad.

El libro me había ayudado a entender la muerte de mamá. Ojalá me ayude a preparar la mía.

Hace tres años y medio, exactamente el 7 de mayo de 2005, mi madre se moría. Había perdido la vista al deteriorarse la mácula. Estaba prácticamente sorda. El cáncer había destruido su lengua. Creo que sólo nos reconocía a papá y a sus hijos por el olor y por el tacto. Habíamos decidido ella y nosotros que nada de cortar, ni rajar ni especular con su cuerpo; lo que había es lo que había, y a esperar en casa, por supuesto.
Aquella tarde, sobre las 4 más o menos, con una voz que no era voz me dijo ¡ayúdame, me muero! Apenas la oí, pero entendí. Agarré más fuerte su mano, pegué mi boca a su oreja menos mala y dije: ¡Mamá, confía en Dios, déjate llevar! Lo repetí muchas veces. Papá asistía en silencio, me dejaba hacer. Mi hermano estaba en otra parte de la casa. En ningún momento se me ocurrió ofrecerla una plegaria, un salmo, leer algún pasaje bíblico, recitar jaculatorias de las que ella sabía… Simplemente ¡Mamá, confía en Dios, déjate llevar! Como si fuera un mantra. Eso fue lo que hice.
Era sábado. Llegaba la hora de la misa en la parroquia y como ella ya no hablaba ni se movía, sólo respiraba, avisé a mi hermano de que tenía que irme. Después de la misa, cuando volvía en bici para casa, mi hermano me llamó para decirme: no corras demasiado, acaba de morir. Ha dicho algo, pregunté. Desde que te fuiste no se ha movido, respondió; solamente una expiración profunda y ya.

Murió papá a los pocos días, exactamente el 10 de junio. Se durmió.

Sus muertes han sido como sus vidas: discretas, aleccionadoras, fortificantes, mejor revitalizantes. Sus presencias las siento muy vivas aún.

Sin embargo, yo tenía una pena metida en alguna parte del alma. Sentía que la súplica de mi madre pidiéndome ayuda estaba ahí, como insatisfecha, como cuando de pequeño me reñía: ¡qué te he dicho (ella quería decir enseñado)! ¡sabes más de lo que expresas! ¡sé capaz de sacar más de ti!
No era un rum-rum permanente; sólo de vez en cuando; tampoco había motivo para notarlo, simplemente lo sentía.
Anoche, leyendo a Dolores Aleixandre en el párrafo que empieza diciendo: «Saber caer, soltar…» caí en la cuenta, sentí la aprobación de mamá y yo me convencí de mi acierto. Lo había hecho bien. No tenía que sentir ni culpa ni pena. Hice lo que ella quería y todo lo que yo sabía y podía hacer. Y al sentir la mirada cariñosa de mamá, corrieron mis lágrimas hasta la sábana y me concedí el perdón.

Y porque quiero que esto ayude a quien lo necesite lo voy a transcribir a continuación. Es sólo una parte del capítulo 18, págs. 185 a 187. Dolores cita en este texto a R. M Rilke, Cartas a un joven poeta, Siglo XX, Buenos Aires, 1959, 54 y a Henry Nouwen, Escritos esenciales, Sal Terrae, Santander 1999, 146-147.

»Cuando algo se me cae desde la ventana,
aunque sea lo más menudo,
¡cómo se precipita la ley de gravedad,
fuerte cual el viento del mar,
sobre cada brizna; sobre cada baya,
y las conduce al corazón del mundo!
Cada cosa está vigilada por un hada pronta a volar:
Así cada piedra, y cada flor,
y cada niño por la noche.

»Solamente a nosotros, henchidos de soberbia,
nos urge abandonar estas correspondencias
para ir al vano espacio de alguna libertad,
en lugar de entregarnos a las fuerzas prudentes
y de elevarnos como un árbol.
En vez de acomodarnos, dóciles y tranquilos,
a las rutas amplísimas,
nos enlazamos de muchas maneras,
y el que se aparta de los círculos
queda indeciblemente solo.
Debe aprender entonces de las cosas,
a empezar nuevamente como un niño.
Pues ellas, que pendían del corazón de Dios,
de él nunca se alejarán.
El que osó superar
en el vuelo a los pájaros,
otra vez una cosa debe saber: ¡caer!
Pacientemente descansar
en la gravedad».

»Saber caer, soltar… Difícil aprendizaje para nosotros, que nacemos con un fuerte instinto prensor y a lo largo de nuestra vida solemos ejercitarlo en sus mil modalidades de agarrar, apoderarnos, retener, sujetar, asir, prender, hacer presa, aferrar, controlar… Nada nos es tan ajeno como ese «pacientemente descansar en la gravedad» y «pender del corazón de Dios». Como en aquella historia del alpinista que, en medio de la noche, se deslizó por un helero agarrado a su cuerda, quedando suspendido en el vacío. Cuando le pidió a Dios que acudiera en su auxilio, escuchó su voz que le decía: «¡Suelta la cuerda!» No se atrevió a hacerlo hasta que, al amanecer, ya casi congelado, se dio cuenta de que sólo la distancia de medio metro le separaba del suelo. Pero preferimos «morir congelados» antes de hacer ese gesto sencillo de abrir las manos y soltar.
»Quizá fue eso lo que más debió de deslumbrar a Pablo de Jesús: aquello de que, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios…». El término que emplea podría traducirse como «aferrar una presa o un botín», algo que nuestras manos posesivas conocen bien, mientras que Él parecía ignorar en qué consiste ese gesto, porque en Él todo era apertura, abandono, descentramiento, capacidad de entrega y de acogida. Y es ése el gran aprendizaje que tenemos que ir haciendo a lo largo de nuestra vida, algo que el Salmo 46 llama «rendirse»: «Rendíos y reconoced que yo soy Dios» (46, 11); y el verbo empleado significa también abandonar, soltar, ceder, cejar, permitir, consentir…
Lo refleja bien esta anécdota que cuenta Henry Nouwen: «Los Flying Rodleigh son unos trapecistas que actúan en el circo alemán Simoneit-Barum. Cuando el circo llegó a Friburgo hace dos años, mis amigos Franz y Reny nos invitaron a mi padre y a mí a ver el espectáculo. Nunca olvidaré cuán extasiado quedé cuando vi por primera vez a los Rodleigh moverse en el aire, volando y agarrándose como elegantes bailarines. Al día siguiente, regresé al circo para verlos de nuevo y me presenté a ellos como uno de sus grandes admiradores. Me invitaron a asistir a sus sesiones de práctica, me dieron billetes de entrada gratis, me invitaron a cenar y me sugirieron que viajara con ellos durante una semana en un futuro próximo. Lo hice, y nos convertimos en buenos amigos. Un día, estaba yo sentado con Rodleigh, el jefe del grupo, en su caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas. Y me dijo : “Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor. El público podría pensar que yo soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella es Joe, mi portor. Tiene que estar allí para mí con una precisión instantánea, y agarrarme en el aire cuando voy a su encuentro después de saltar”. “¿Cuál es la clave?”, le pregunté. “El secreto –me dijo Rodleigh- es que el saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto al encuentro de Joe, no tengo más que extender mis brazos y mis manos y esperar que él me agarre y me lleve con seguridad al trampolín”. “¿Qué tú no haces nada?”, pregunté sorprendido. “Nada –repitió Rodleigh-. Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor. Yo no debo agarrar a Joe. Es él quien tiene que agarrarme a mí. Si yo aprieto las muñecas de Joe, podría partírselas, o él podría partirme las mías, y eso tendría consecuencias fatales para los dos. El saltador tiene que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su portor esté allí en el momento preciso”.
»Cuando Joe dijo esto con tanta convicción, en mi mente brillaron las palabras de Jesús: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Morir es confiar en el portor. Cuidar de los moribundos es decir: “No temáis. Recordad que sois los hijos amados de Dios. Dios se hará presente cuando deis el salto. No tratéis de agarrarlo; él os agarrará a vosotros. Lo único que debéis hacer es extender vuestros brazos y vuestras manos y confiar, confiar, confiar».

Se murió Joaquín

En un foro que edita Atrio, a una aportación mía, alguien me respondió preguntando sobre mi comunidad:
"¿Cómo es su historia? ¿Cómo son sus miembros? ¿De dónde vienen? ¿Qué les preocupa? ¿En qué andan? ¿Qué hacen cuando se juntan, de qué hablan, cómo se tratan, cómo se escuchan? ¿Qué interés tienen por el otro, por sus cosas? ¿Cómo y quién decide lo que van a hacer juntos? ¿Qué esperan de la Comunidad? ¿Cuál es su vivencia de Dios? …"

El asunto versaba sobre lo aburridas que son la mayoría de las celebraciones de la Eucaristía. Yo me permití advertirles que estaban hablando del "cielo" -por decir un lugar incierto y no terreno-, que la realidad humana y terrena es más terca y no se puede acercar uno a ella con ideas preconcebidas desde un incierto idealismo.

Bueno, pues resulta que esta mañana hemos celebrado el funeral de Joaquín, el del 8º como decía mi madre, el marido de Lola, con quien tantas labores hizo ella en casa de una o de la otra.

¿Resultó aburrido el ceremonial? ¡Qué gilipollez preguntar eso! Yo estaba muy sensible y emocionado; por mí, y por Lola, y por Isabel (la hija que adoptaron, que yo vi crecer, que fui observando cómo se iba "asemejando" milagrosamente a sus padres adoptivos, que ya está casada y es madre…), y también por mis padres que tuvieron tan buena amistad con ellos dos.

El funeral fue una acción de gracias "agradecida" por la cantidad de gente buena que me ha tocado en suerte conocer; fue un acto comunitario en la fe aunque no conocía a la mayoría de la gente que estaba allí; fue un momento liberador porque sé que la muerte no es nada terrible, sino una puerta abierta a la Vida; fue y sigue siendo -porque me está durando todavía en la tarde- un "kairós" (tiempo fuerte), un mojón, un punto kilométrico, una señal en el camino que me orienta y me asegura que la dirección no es demasiado incorrecta.

Me queda el recuerdo de aquel señor con bigote con quien coincidía tantas veces en el ascensor, serio, poco hablador, que de pequeño me daba cierto miedo, que resultó ser una persona encantadora, vitalista, simpática y comunicadora, que a sus 88 años sentía que ya no podía ir a nadar de madrugada a la piscina “por prescripción facultativa”…

Joaquín, recoge el fruto de tus trabajos, enjuga nuestras lágrimas y sigue estando junto a Lola e Isabel que te necesitan aún.

Vaya racha

Hoy hemos enterrado a Angelita. Durante el funeral montaban, en la parte de atrás, la caseta para la fiestas. La muerte y la vida se entremezclan de una manera tragicómica. El muerto al hoyo y el vivo al boyo.

No. No es así, no somos así. Simplemente es la vida que no para. Unos nacen, otros mueren, y los vivos viven. Y no se puede parar. No se debe parar. Es verdad lo que la vida es como un río, continuamente discurriendo, sin parar y rebasando cualquier obstáculo, o sorteándolo, quién sabe, porque el agua busca por donde discurrir y avanzar…

La familia estaba entera. Claro, ya se sabía, se esperaba. Lo que me llamó la atención fueron las tres nietas mayores, jóvenes aún, que estaban desconsoladas. No las conocía, nunca la había visto. ¿Quién sabe?

En todo caso hoy ha sido un día duro de calor. Hemos tenido algo bajo el ánimo. Tal vez mañana consigamos remontar un poco el vuelo. Mañana siempre será otro día.

No sé cómo titular esto…; de cualquier manera. Ahora sí: Un momento de paz

Anoche pasamos un buen rato los catequistas; y sin salir del barrio. Bueno exactamente no barrio, porque esto es un puzzle que se va de las manos. Nos fuimos al bar de los campesinos, en la Cañada de arriba. Conchi nos trató bien y nosotros a ella también le hicimos un favor, porque un grupo así deja pasta.
Total, que cenamos y nos deseamos feliz verano. Ahora empieza ya la diáspora de las vacaciones. Unos para un lado, otro en casa pero con un ritmo distinto, a otros les llegan familiares que les modifican la vida…, total que en el verano nos vemos menos.
Jose se despidió de la catequesis. Dice ella que se jubila, porque tiene derecho a ello. Y tiene razón, pero menos; en esta tarea ¿cuándo se puede y debe jubilar uno? El caso es que no hay relevo previsible. Jóvenes no se acercan, y padres están en su mundo… En fin, después de verano veremos.

Ahora vamos a despedir a Nati. Rezar con los que sufren y lloran es piadoso. Ojalá consigamos animarles.

Retomo el teclado para continuar después del funeral de Nati. Ha sido como lo titulo: un momento de paz, de oración, de añoranza, de esperanza, de acción de gracias, de sosiego… Morir no es nada terrible. Lo que es horrible muchas veces, a lo mejor más de la cuenta, vivir y sobre todo vivir una vida plana, sin alicientes, sin ilusión y sin vida. Nati ha vivido y con ella hemos compartido muchas cosas.

Esas cosas siguen en la memoria y nos animan a mirar con esperanza lo que está por venir y lo que está en nuestras manos hacer.

Nati, estás con nosotros. Siempre estarás con nosotros.

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