A ninguno de los tres les hacía gracia que el solar
resultante de aquella vieja nave industrial a partir del cual tenían que idear
el nuevo templo parroquial estuviera encajado por ambos lados, aunque libre por
delante y por detrás. La parte trasera permitía algún tipo de abertura por la
que dejar pasar la luz, y la delantera, ya se vería. Pero que los laterales
fueran completamente opacos hacía imposible iluminar y ventilar adecuadamente.
Por fin dieron con la solución, la única que quedaba: iluminar por arriba.
Había, pues, que echar mano del policarbonato. Y desde el principio, esta
palabra pasó a ser la incógnita número uno de una larga lista que algún día
publicaré en una obra que se hacía con mi presencia pero sin mi intervención
directa o indirecta.
Las placas de policarbonato pueden ser transparentes
o translúcidas. Y eran éstas precisamente las que interesaba emplear, porque
sólo se quería luz, no mirar al cielo. Así pues, se dotó al edificio de un
techo luminoso en todo el perímetro excepto en la fachada, que sí fue
transparente porque lo pedí expresamente.
Terminada la obra, a todos nos pareció estupenda.
Vista ahora, tras dieciocho años, tiene sus cosillas. Por ejemplo, la limpieza.
Si complicado es mantener el cristal de la fachada por culpa del tramex que lo
protege, limpiar las placas del techo es tarea imposible. Sellado por el
interior y cubierto por el exterior por el tejado, nadie se ha atrevido a
tocarlo a lo largo de este tiempo.
El polvo que se había ido filtrando a pesar de todos
los pesares y la labor de arañas y otros insectos, todo ello bien conjuntado
dejó a media luz, exagerando un poquito, lo que en principio era un recinto
luminoso.
Hasta que, luego de una siesta reflexiva, me subí a
la escalera, pegué un empellón al policarbonato y empecé con el plumero a
quitar porquería.
Ha sido laborioso no sólo por el lugar, también por
las dimensiones: dieciséis metros de largo y casi metro y medio de ancho de
cada lucernario. He tenido que inventarme una herramienta después de estudiar
durante todo un día cómo acceder a maniobrar sobre la cara superior desde la
pequeña rendija que quedaba practicable.
El proceso ha sido engorroso, pero al fin está
terminado.
¿Esa mancha? No es tal, es una mosca atrapada.
Alguien quiso agilizar el montaje y obvió sellar la placa por su extremo oculto.
Un fallo que no tiene solución… fácil.