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El Papa ora por todos





«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).
Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

Concelebrando la Eucaristía con el papa




En esta Cuaresma de ayunos y abstinencia rituales, mas privado de la Eucaristía con mis amistades, el pueblo de Dios a quien tengo que servir, me uno al obispo de Roma, papa de la Cristiandad, Francisco, en la sencilla celebración transmitida desde su domicilio particular, la casa santa Marta. Lo hago a la hora habitual en que la celebro aquí con mi gente, y es la pantalla del ordenador el medio de entrar en comunión. Entre ella y yo coloco el pan y el vino.
Desnuda de todo adorno, sobria hasta la saciedad, Francisco ora en voz alta desde el principio con sosiego y hondura, para terminar con largo silencio reflexivo ante el Señor expuesto en la custodia rubricado con la bendición.
Inició el acto indicando que en la oración tendríamos en cuenta a los hombres y mujeres que están muriendo solos por esta pandemia, sin poder despedirse de sus allegados, y por sus familia; luego omitió la oración de los fieles. Igualmente ha suprimido la primera lectura del libro del Éxodo, –licencia que se le permite por ser él quien es–, con lo que la de Efesios sirvió de noble pórtico para el evangelio de Juan en su capítulo 9: la curación del ciego de nacimiento. Realizadas con delicada dicción y pausa todas ellas, la homilía de Francisco, breve y densa, se centró en la catequesis bautismal que Juan evangelista adereza con maestría, personajes claramente bien definidos y un ritmo trepidante desde el escuchar del ciego al proclamar del convertido: «Creo, Señor».
Y añadido a ello una frase de san Agustín trepidante: “Temo al Señor que pase”. Porque es posible que yo no me de cuenta y no lo reconozca. El ciego de nacimiento fue el único que se percató del paso del Señor, y recorrió el trecho que quien es la Luz del mundo le fue indicando.
Una preciosidad de celebración, libre de todo rigor ritualista, que me ha enseñado a no desear liar la cosa cuando otros líos urgen mucho más, y a respetar a quien sabe hacer sin ostentación ni imposición.
Gracias Francisco.

¡Oh, Cristo!




Oh, Cristo, dejado solo y traicionado también por los tuyos.
Oh, Cristo, juzgado por los pecadores y condenado por los jefes.
Oh, Cristo, golpeado en tu carne, coronado de espinas, vestido de púrpura.
Oh, Cristo, atrozmente clavado.
Oh, Cristo, atravesado por la lanza que ha partido tu corazón.
Oh, Cristo, muerto y sepultado. Tú que eres el Dios de la vida y de la existencia.
Oh, Cristo, nuestro único Salvador, volvemos otra vez a ti este año con los ojos bajados de vergüenza y con el corazón lleno de esperanza.
Qué vergüenza por todas las imágenes de devastación y de destrucción, de naufragios, que se han convertido en ordinarias para nosotros.
Vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente se derrama de mujeres, de niños, de emigrantes, de personas perseguidas por el color de su piel, o por su pertenencia étnica, social o por su fe en ti.
Vergüenza por las demasiadas veces que, como Judas y como Pedro, te hemos vendido y traicionado, y dejado solo para morir por nuestros pecados, escapando como cobardes de nuestras responsabilidades.
Vergüenza por nuestro silencio frente a la injusticia, por nuestras manos vagas para dar y ávidas para quitar y confiscar, por nuestra voz que defiende nuestros intereses y tímida para hablar de los intereses de los otros, por nuestros pies veloces sobre el camino del mal y paralizados sobre el del bien.
Vergüenza por todas las veces que nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, hemos escandalizado y herido tu cuerpo, la Iglesia, y hemos olvidado nuestro primer amor, nuestro primer entusiasmo, nuestra total disponibilidad, dejando arruinado nuestro corazón y nuestra vocación.
Tanta vergüenza, Señor…
Pero nuestro corazón también está nostálgico de la esperanza confiada en que tú nos tratas no según nuestros méritos, sino según la abundancia de tu misericordia; que nuestras traiciones no hacen venir a menos la inmensidad de tu amor; que tu corazón materno y paterno no nos olvida por la dureza de nuestras vísceras.
La esperanza segura de que nuestros nombres están escritos en tu corazón y que estamos colocados en la pupila de tus ojos.
La esperanza de que tu cruz transforma nuestros corazones endurecidos en corazones de carne capaces de soñar, de perdonar y de amar; que transforma esta tenebrosa noche de tu cruz en alba fulgurante de tu resurrección.
La esperanza de que tu fidelidad no se basa en la nuestra, la esperanza de que la lista de hombres y mujeres fieles a la cruz continua y continuará a vivir fiel como la levadura que da sabor, y como la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad herida.
La esperanza de que tu Iglesia buscará ser la voz que grita en el desierto de la humanidad para preparar el camino de tu regreso triunfal cuando vengas a juzgar a los vivos y a los muertos.
La esperanza de que el bien vencerá a pesar de su aparente fracaso.
Señor Jesús, hijo de Dios, víctima inocente de nuestro rescate, delante de tu misterio de muerte y de gloria, ante tu patíbulo nos arrodillamos avergonzados y esperanzados, y te pedimos que nos laves en el lavatorio de la sangre y del agua que brotaron de tu corazón abierto.
Perdona nuestros pecados y nuestras culpas.
Te pedimos que te acuerdes de nuestros hermanos arrancados por la indiferencia de la guerra y de la violencia.
Te pedimos romper las cadenas que nos tienen prisioneros en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos.
Oh Cristo, te pedimos que nos enseñes a no avergonzarnos jamás de tu cruz, a no instrumentalizarla, sino que la honremos y la adoremos porque en ella tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia.
Amén.
Papa Francisco. Oración en el Via crucis del Viernes Santo.

Cada cual en su casa y Dios en la de todos




Tras los últimos acontecimientos y después de leer la entrevista concedida por papa Francisco a El País, me viene a la mente este refrán de mis tiempos mozos. Entonces se decía, aunque no se practicara. ¡Cómo no íbamos a interesarnos por lo que ocurría en la casa vecina! A falta de telediarios, practicábamos el chismorreo. La radio nos permitía mirar a través de los visillos.
Aún así, éramos buenas personas porque deseábamos que Dios no faltara incluso donde habitaban los malvados. Al menos de palabra. Adiós, ve con Dios, que Dios te acompañe, Dios te bendiga nunca jamás podrán ser substituidos adecuadamente por los de ahora ¡hasta luego!, ¡hasta la vista!, ¡abur!, o el cosmopolita ¡chao! que igual sirve para despedir que para saludar.
Claro que decir adiós y pensar ¡ojala te parta un rayo! no era del todo infrecuente. Así éramos, así seguimos siendo.
Y ¿por qué he recordado este refrán? Al papa le preguntan su opinión sobre el recién estrenado presidente usa. Y contesta: “Ver qué pasa”. Insisten si está preocupado, y responde: “Espero”. De una persona de su posición y estado cabría una respuesta tal que el refrán al que vengo aludiendo. Además, constaría la mención expresamente religiosa. Pero no, parece que un argentino tiene otro estilo.
No es que me disguste su(s) respuesta(s). Al contrario, me sorprende gratamente. No es la que yo hubiera dado si estuviera en su lugar. Pecador de mí. Me queda mucho que aprender.
Y aprenderé, porque tengo buena disposición. Además confío en la gente. O quiero confiar, que es algo parecido.
Las gentes usa votaron a Obama hace ocho años, porque entendieron el mensaje, aquel sí, podemos” tan parecido al he tenido un sueño que entusiasmó a media América y parte del resto del mundo. Por eso, si no agradecieron, al menos tampoco se opusieron al nobel que le concedieron antes de hacer cualquier cosa. Y cuando libró al planeta del mayor criminal del mundo, Osama Bin Laden, miraron para otro lado para no reconocer los malos modos empleados. Entiendo que les disgustara la mala gestión del desastre de Nueva Orleans y alrededores, donde sufrió más la porción más pobre del país. En fin, habrá mucho más que yo ignoro, porque reconozco mi desconocimiento, y a buen seguro que el personal ya no quiso repetir, hastiado de no ver cumplidas las expectativas. Y ha probado otra vía. Que disguste a media América y parte del resto del planeta es un asunto que no tenía por qué contemplar, porque en su casa cada quien hace lo que le conviene. Y dado que son buenas personas, las buenas gentes de usa confían en que Dios cuidará de todos, de ellas y de los demás.
No seré yo una mala persona que musite por lo bajinis “que Dios nos pille confesaos”.

Los “dubia” de cuatro cardenales




Ayer me tocaba disertar ante mis compañeros curas del arciprestazgo sobre el capítulo 5 de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, de papa Francisco, en lo que constituye nuestra formación permanente, porque los curas se intenta que estemos al día en cuestiones que nos atañen. Se trataba de una reunión aplazada y no asistieron todos. Pero se terció el asunto y hablamos de muchas cosas, menos de lo que estaba estipulado.
Así el tema, el orden del día se fue haciendo sobre la marcha, es decir, hablamos de lo que se nos ocurrió y un poquito del documento del papa. Resultó interesante, a pesar de ello, porque de alguna manera tocamos lo del día a día, que para quienes nos dedicamos a “la pastoral” es lo que cuenta.
Entre todo ello, comentamos respecto de la oposición que Francisco papa está teniendo entre personas y grupos de algunos sectores que hasta ahora habían sido considerados firmes baluartes de la Iglesia Católica, íntegros y obedientes, libres y leales servidores. Alguno de los presentes manifestó no estar enterado de esta circunstancia y como pudimos intentamos ponerle al día.
Como entonces no tenía a mano mis apuntes, apenas pude sino darle unas pinceladas. Ahora con todo lo que necesito a la mano, puedo hablar con fundamento.
Cuatro cardenales de la Iglesia católica, los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner, el italiano Carlo Cafarra y el estadounidense Raymond Burke, han dirigido públicamente al papa estas preguntas sobre dudas que les han sobrevenido tras la lectura de Amoris Laetitia:
1- Se pregunta si, según lo afirmado en Amoris Laetitia (nn. 300-305), se ha vuelto posible conceder la absolución en el sacramento de la Penitencia y, por ende, admitir a la Santa Eucaristía a una persona que, estando vinculada por el matrimonio válido, convive more uxorio con otra, sin que se hayan cumplido las condiciones previstas por Familiaris Consortio n. 84 y después afirmadas por Reconciliatio et paenitentia n. 34 y por Sacramentum caritatis n. 29. ¿La expresión “en ciertos casos” de la nota 351 (n. 305) de la exhortación Amoris laetitia puede ser aplicada a divorciados en nueva unión, que siguen viviendo more uxorio?
2- Después de la exhortación post-sinodal Amoris laetitia (cf. n. 304), ¿sigue siendo válida la enseñanza de la encíclica de san Juan Pablo II Veritatis splendor n. 79, basada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, respecto a la existencia de normas morales absolutas, válidas, sin excepción alguna, que prohíben acciones intrínsecamente malas?
3- Después de Amoris laetitia n. 301, ¿todavía es posible afirmar que una persona vive normalmente en contradicción con un mandamiento de la ley de Dios, como por ejemplo el que prohíbe el adulterio (cf. Mt 19:3-9), se encuentra en situación de pecado grave habitual (cf. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24 de junio de 2000)?
4- Después de las afirmaciones de Amoris laetitia (n. 302) sobre las “circunstancias atenuantes de la responsabilidad moral”, ¿se debe considerar todavía válida la enseñanza de la encíclica de San Juan Pablo II “Veritatis splendor” n. 81, fundamentada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, según la cual “las circunstancias o las intenciones no podrán nunca transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección”?
5- Después de Amoris laetitia n. 303, ¿se debe considerar todavía válida la enseñanza de la encíclica de san Juan Pablo II Veritatis splendor n. 56, fundamentada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, que excluye una interpretación creativa del papel de la conciencia y afirma que la conciencia nunca está autorizada para legitimar excepciones a las normas morales absolutas que prohíben acciones intrínsecamente malas por su objeto?
He de añadir que esta forma de dirigirse al papa es normal y legítima, y ha ocurrido a lo largo de la historia de la Iglesia y seguirá ocurriendo, porque qué mejor cuando se tienen dudas que plantearlas a quien se considera sabe aclararlas y disolverlas. La publicación, sin embargo, y la misma expresión escrita de las cinco dudas, no me parecen aceptables.
Personalmente no dudo de que se hayan leído el documento íntegro los cuatro cardenales. Incluso opino que lo han entendido. Es más, me atrevo a afirmar que no tienen nada consistente en que apoyarse para hacer “estas preguntas”. Si las plantean y dan notoriedad a su gesto se trata, estoy convencido, de un gesto altanero y rebelde, que pretende atraer a su posición a quienes como ellos no están satisfechos con este papa. No quedarán aplacados con la respuesta que reciban, que no puede ser sino el mismo documento que critican, porque en él está respondida una a una las cinco dubia que tanto les agobian. Y si no se les contesta, Burke puede intentar llevar a cabo su amenaza: dirigir una “corrección formal” al papa Francisco.
¿Que es una corrección formal en la Iglesia? Dicho a lo llano: advertir a alguien de su herejía, es decir, de afirmar algo contra la doctrina firme y declarada como inamovible. En el caso de un papa como Francisco, declararlo hereje llevaría a su deposición, vulgarmente destitución.
Aclaro, para terminar, que Doctrina de la Fe que preside el cardenal Gerhard Müller ha afirmado recientemente que no hay ningún motivo para esta corrección formal. Oficialmente no hay declaraciones, sigue el silencio.

Señal de Jonás o simplemente síndrome



Mi interés por los profetas de la Biblia lo inoculó un hombre que fumaba en pipa y murió antes de tiempo; jesuita y profesor en Comillas, tiene dedicada una calle en Aguilar de Campóo, Palencia. Luego, una mujer me lo acrecentó con su forma de leer e interpretar el Libro, descubriendo en las pequeñeces de los grandes relatos la acción misteriosa/cercana del Dios creador y amador. Así pues, les debo a ambos, Goyo Ruiz y Dolores Aleixandre, una “cierta manía” a tamizar hechos y situaciones por las que paso, o que me sobrepasan, con las personas y los escritos de los profetas de la Biblia.
No es que me haya especializado en el profetismo de Israel, qué más hubiera deseado. En realidad no lo soy en nada. Así que… pobre seguro. Pero con frecuencia me descubro adosando a-reflexivamente a determinadas circunstancias el perfil o las características de alguna o de varias figuras del amplio colectivo profético. Lo que para mí es una suerte de riqueza.
De esta manera, no se me ocurre otra cosa que pensar de quienes están a la contra de Francisco papa por su exhortación apostólica postsinodal La alegría del amor que algo tienen de Jonás, el extraño profeta al que se lo tragó una ballena. Tres días, con sus noches, pasó en la panza del enorme pez, los mismos días con sus correspondientes noches que ese conjunto de personas que ahora airean sus controvertidas e inquisitoriales preguntas a Francisco deberían pasar en silencio meditativo y “obsequioso”.
Pero esto solo es una recomendación que les sugeriría; su actitud y sus intenciones necesitan a mi modo de ver algo más contundente. Esos cardenales, obispos y gentes de iglesia que aparecen en los medios firmando escritos públicos, en forma de carta o de manifiesto, en los que se pone en duda o directamente se acusa al obispo de Roma de contravenir la doctrina de la Iglesia Católica, están tocados por lo que yo llamaría el “síndrome de Jonás”.
La expresión “la señal de Jonás” es utilizada por Jesús en los evangelios en una confrontación abierta con quienes le exigen una señal del cielo para demostrar la autoridad de su misión. Ante ellos dice: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás». Mateo (12, 39; 16, 4) y Lucas (8, 29), los evangelistas que la transmiten prácticamente al pie de la letra, parecen no coincidir en lo que signifique teniendo en cuenta sus diferentes conclusiones. Sigue siendo para los investigadores un misterio a desentrañar, aunque supongo que andarán muy cerca de dar con el quid del asunto.
“Síndrome de Jonás” es una expresión que utilizó el papa Francisco en su homilía durante la Eucaristía del 14 de octubre de 2013 en la casa Santa Marta. Según sus propias palabras: “Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos, el «síndrome de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la misericordia del Señor”.
Jonás se negaba a ser el instrumento de Dios que comunicara la misericordia a los paganos. Por eso huyó. Dios revela que su misericordia y salvación no está ligada ni al arrepentimiento ni a la penitencia de nadie. Por eso no le importa parecer que se desdice o se contradice. Al fin y al cabo nos conoce de sobra a los seres humanos y sabe cómo solemos tergiversar sus cosas.
En fin, que la lección está ahí, bien clarita, para quien quiera aprenderla. Y yo, ahora, me limito a poner en antecedentes a quien se considere lego en la materia y quisiera más información.
El libro de Jonás es una pequeña historia que se narra en la Sagrada Escritura con este título, que está colocado entre los doce llamados profetas menores, –detrás de Abdías y antes que Miqueas–, y que es muy breve, pero muy enjundioso.
El resumen podría ser según Vincent Mora en Cuadernos Bíblicos nº 36 de la editorial Verbo Divino:
Una película bien llevada
En cuatro capítulos cortos, el libro de Jonás nos cuenta la historia seguida de un tal Jonás, a vueltas con una misión divina.
Este relato se descompone con bastante facilidad en seis episodios:
Primer episodio: la huida de Jonás (1, 1-3)
Jonás es un judío de Palestina a quien un buen día Dios envía a predicar a Nínive. En el mensaje que Jonás tiene que llevar a Nínive se adivina una amenaza mal disimulada. Por eso Jonás tiene pocas ganas de ir a predicar a Nínive. Toma la dirección opuesta y se embarca hacia Tarsis. Pero ¿es posible escaparse tan fácilmente de Dios?
Segundo episodio: la tempestad (1, 4-16)
Dios provoca una tempestad. El barco de Jonás se ve en peligro; los marineros se agitan, mientras que Jonás duerme en la bodega. Pero se descubre al culpable. Jonás confiesa su religión y señala el remedio para salir del paso: que lo echen al mar. Los marineros intentan primero zafarse del asunto. Es inútil. Se ponen entonces en manos del Dios de Jonás y Jonás se ve arrojado al mar.
¿Misión terminada? ¡No!
Tercer episodio: salvamento de Jonás (2, 1-11)
Apenas cae al agua Jonás, Dios hace que un pez gigantesco se trague a su profeta; el monstruo lo lleva tres días con sus noches en su vientre -¡tiempo que aprovecha Jonás para componer un salmo!- y finalmente lo vomita en la playa (2, 11),
Hemos vuelto al punto de partida. ¿Misión fallida? ¡No! El film continúa. La misión de Jonás tiene que realizarse.
Comienza la segunda parte.
Cuarto episodio: misión renovada (3, 1-4)
La palabra de Dios se dirige de nuevo a Jonás y esta vez Jonás obedece.
Quinto episodio: episodio central (3, 5-10)
¡Liturgia penitencial en Nínive! Jonás cumple su misión y se produce lo increíble: Nínive se convierte con la esperanza de que Dios retire su amenaza.
Sexto episodio: de hecho Dios retira su amenaza y provoca el enfado de Jonás (4, 1-11)
Analicemos de cerca este cuadro final. En primer plano, un Jonás enfadado (¿o un Jonás deprimido?). A Jonás no le gusta que Dios sea misericordioso y bueno con Nínive, la ciudad irreligiosa e inhumana.
Lo admirable es que Dios acepta dar explicaciones. Gradualmente: primero con una parábola en acción y luego con unas palabras. Pues bien, Dios no recuerda el pecado ni la penitencia de los Ninivitas, sino sólo la multitud de niños y de animales que pueblan Nínive.
Si Jonás mostró un poco de interés por un efímero ricino que no le ha costado ningún esfuerzo, ¿cómo no va a cuidarse Dios de tantos seres vivos y mostrarse solícito con ellos? Jonás no responde. Le toca responder al lector.
Y si aún, persona amable que me visitas, tienes tiempo y ganas, continúa…


y

Con Lesbos




¡Y la Palabra se hizo carne!, fue su rúbrica al salir tras mirar el ambón. No lo dijo con sorpresa, sino por curiosidad, ante la precisa obra de ajuste y talla en madera. Es de Argentina, radal, una madera típica de allí, le comenté. Y fue a tomarse un vaso de mistela con la concurrencia. Aquí, dijo, no se usa vino de la tierra; esto pasa muy bien con el dulce de las pastas.
Luis había venido en alas del Espíritu, y de su mano lo dejó todo enaltecido. Veintiocho rostros ante él hicieron profesión de fe y tras mostrarnos que estaban llenos de dudas pero firmemente decididos, ofrecieron sus frentes para recibir la Crismación.
Sí, la cosa salió bien. A su edad era imprevisible. Se ve que el momento impone y a todos nos ocurre cuando “nos toca”. Pero yo estaba en Lesbos. Sí, con Francisco. No me lo podía quitar de la cabeza. Aún lo tengo ahí.
Estoy escribiendo de la Confirmación que Luis Argüello ha conferido en la parroquia a un grupo de jóvenes. Él ha estado genial, como acostumbra. Cercano, pedagogo, ilusionante. El reportaje fotográfico estará en breve tiempo colgado de la web parroquial, para uso y disfrute de quien lo desee.
Lesbos está donde siempre. Es famosa porque allí cantó Safo sus amores. Hoy es noticia por ser lugar de llanto. Y yo, hoy, he estado más allá que acá.
Francisco, el papa, no sólo ha ido y ha vuelto de Lesbos. Sigue allí, con aquella torturada gente, aunque su cuerpo y los de otras doce personas, tres familias, pernocten ya en la ciudad del Vaticano.
Si Cristo se paró una vez en Éboli, ahora lo ha hecho en Lesbos.

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¡Ya están visibles las fotos del evento!
Podéis disponer de ellas en https://sites.google.com/site/laparroquiadeguadalupe/galeria-de-fotos

¡Ya estamos!



Anteayer me descargué la carta de papa Francisco y por la noche empecé a leerla. Voy despacio porque tengo otras cosas entre manos. Me llego a la página 21 de las 133 totales, porque la mía no tiene 300 como dicen por ahí. Se quejan de que es muy larga, pero en realidad son 100 folios netos, si descontamos las últimas con las notas*. Y estoy disfrutando.
Para orientarme en su lectura he picado leyendo comentarios y opiniones, y como es de suponer he encontrado de todo. No me hacía falta, pero la curiosidad no siempre la he sabido reprimir. El caso es que voy a seguir con la lectura, pero no con las críticas, sean positivas o negativas, buenas o malas, interesadas o leales. Y me voy a quedar sólo yo con la mía.
Y ya lo adelanto, aunque esté en la página 21 de 133: ¡Todo depende! Salvo sorpresas, veo que papa Francisco dice en su Exhortación Pastoral Postsinodal Amoris Laetitia, más o menos, lo que venimos practicando la mayoría de quienes nos tenemos que valer con el evangelio y el sentido común sobre la mesa, dejando el Ius Canonicum y los documentos doctrinales, incluso el Catecismo oficial, en la estantería del despacho parroquial.
Puede que me equivoque, y tenga que escribir otra cosa, correré ese riesgo. Sigue vigente, –¿esperaba alguien lo contrario?– toda la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. Pero, y no es un pero cualquiera, deja en su lugar a la propia conciencia; y resalto propia, porque es la de cada uno, no una mandada hacer por encargo de la superioridad para todos.
Hay palabras que se pueden decir, pero ojito con ellas, porque tienen doble dirección: responsabilidad, misericordia, amor, verdad… En atención a ellas, desgajándose uno mismo de su propio ser y sentir, puede hacerse de una manera y de la contraria, curar o matar, acoger o rechazar, acertar o meter la pata.
Voy, pues, a seguir con su lectura, confiado en no toparme muros insalvables, aunque tampoco espere encontrarme puertas abiertas de par en par. Con que simplemente no esté echada la llave me basta.

Vía crucis de papa Francisco


Cristo que preside la sacristía de mi parroquia



Oh Cruz de Cristo
Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados -los buenos samaritanos- que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
(Oración que dirigió Francisco papa al final del Via Crucis en el Coliseo Romano. Viernes Santo 2016)

En un lugar perdido de la selva…
da voz a los que se la han quitado


No estuvo en mí nunca la idea de que este lugar terminara siendo un homiliario, y sigue no estándolo; pero hay oportunidades que no pueden desaprovecharse, lo que ocurre en este caso con las palabras que papa Francisco ha dicho allá en México lindo, donde Samuel Ruiz fuera asumido como “Tatic” (papá) por los chiapanemas, naturales de una perdida región selvática, dejada de Dios y aprovechada por los de siempre para sus bastardos intereses.
Ponla, míguel, me han dicho; es la única manera de que nos enteremos. Y he cedido gustoso, porque me petan estas palabras lindas dichas en lugar tan remoto. Y hermoso, al decir de los que por allí han pasado y han tenido el placer de venir a contárnoslo.
Es la homilía de Francisco en Chiapas, en la Eucaristía que celebró ayer, lunes de la 1ª semana de cuaresma. Yo esperaba que aprovechara las dos lecturas de la liturgia (Levítico 19,1-2.11-18 y Mateo 25,31-46) para arrear estera, que se prestaban a ello. Él, sin embargo, se apoyó en el salmo (18) y el resultado es este:


Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz. Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz.
Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.
De muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar y callar este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles. Frente a estas formas, la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Laudato si’ 2).
El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia.
En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).
Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas y características culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan, estos jóvenes, que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.
El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, (que) no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada gesto que tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el alma.

Ellos, los lacandones, podían haberle respondido de muy diferente manera y razones les sobraban, sin embargo lo hicieron así de tiernamente:

Tatik Francisco: Todo el pueblo indígena de Chiapas, de México y de Guatemala estamos muy agradecidos por tu visita aquí en nuestra diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Gracias por la confianza de estar con nosotros, por aumentar nuestra fe en Dios, por la forma en que nos enseñas. Aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta, como la Virgen de Guadalupe a San Juan Dieguito.
Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, también con nuestra alegría y nuestros sufrimientos, con las injusticias que sufrimos, con el dolor de nuestros enfermos, con nuestros niños, jóvenes y ancianos, y con nuestra esperanza en Cristo resucitado.
Aunque vives lejos en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Síguenos contagiando la alegría del Evangelio y sigue ayudándonos a cuidar la hermana y madre tierra, que Dios nos dio. Y que nos tengas en cuenta en tus oraciones, para que podamos realizar las obras de la misericordia.
Muchas gracias, Tatic, por autorizar nuevamente el cargo de diaconado permanente indígena con su propia cultura, y haber aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos escuchar a Dios y hablarle en nuestro propio idioma.
Muchas gracias, Tatic, que has llegado a nuestra tierra, de ascendencia maya. Estamos unidos con el Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, como nuestros antepasados le llamaban a Dios, como dice el Popol Vuh, con un solo corazón con los árboles, flores, animales, plantas silvestres, agua y manantiales, porque creemos en un solo Padre y Madre Dios.


Gestos



Este es un día muy para gestos, gestos de “enamor”, de personas que se quieren y celebran su amor sin pudor ni cortapisas. Hay quienes gesticulan y quienes no, quienes lo celebran y quienes pasan totalmente de esas cosas, pero ¿quién se reconoce insensible ante un beso, un abrazo, un apretón de manos? Si nos place que nos besen, nos abracen o nos den la mano, también nos duele que nos los nieguen. Incluso aunque conozcamos la razón.
Muy comentado ha sido en estos últimos días el no saludo de Rajoy a Pedro. Todo el mundo ha visto intencionalidad, salvo los propios interesados. Mejor dejarlo pasar.
No tan conocido ha sido el encuentro entre Carlos y Rita, él arzobispo de Madrid y ella concejala madrileña. Uno disculpa, otra dice desconocer. Bien está, es suficiente. ¿Por qué llevar las cosas más allá?
Con luz y taquígrafos ha ocurrido, en hora de máxima audiencia, la aparición de doña Espe para publicar, urbi et orbe, su dimisión… no su volatilización. Seguirá, no me cabe la menor duda. ¿Dónde y cómo emergerá? Cuando lo haga, allí no estaré.
El gesto, con todo, que más me hace pensar es el de Francisco papa, encerrado a solas con la Guadalupana, tras un banderón de México lindo y rodeado de obispos pretorianos mitra en ristre, en tanto el pueblo llano estaba fuera, al fresco de la calle. El personal en el interior no parecía orar, como Francisco, sino intentar sacar la mejor instantánea del momento. Veinte minutos dicen que ha durado, aunque yo sólo he podido acceder a 2´53´´.
Francisco es persona de gestos, sencillos, significantes, epatantes e impactantes. No parece, sin embargo, que sean contagiosos. Al menos en lo que yo he podido deducir de las imágenes que me llegan. Por eso la cúpula episcopal se la ve inquieta, no sé si preguntándose si le ha dado un patatús, si medita, si descansa, si está pensando la siguiente jugada…
Yo estoy seguro de que ha aprovechado esos veinte minutos con la virgen morenita para comentar el contenido de la preciosa, enjundiosa, aleccionante homilía que ha “soltado” ante una concurrencia tan preclara.
No recuerdo haber escuchado algo semejante en mis ya muchos años sobre María, la muchachita de Nazaret, traspasada en este caso a la fe “morena, color de gente pequeña”. Tendría que remontarme a un poema de Casaldáliga, pero ya sabemos que se trata de un progresauro que está desaparecido y que muy pronto desaparecerá por completo, no en vano el próximo martes llega a los ochenta y ocho.
Todo está en internet, todo está al alcance de un click. Valga también este gesto para facilitárselo a quien esté sin ganas.
Poema guadalupano, de Pedro Casaldáliga, año 1991
Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas:
por todos los indiecitos
que viven muriendo, ruega.
¡Y ruega gritando, madre!
La sangre que se subleva
es la sangre de tu Hijo,
derramada en esta tierra
a cañazos de injusticia
en la cruz de la miseria.
¡Ya basta de procesiones
mientras se caen las piernas!
Mientras nos falten pinochas
¡te sobran todas las velas!
Ponte la mano en la cara,
carne de india morena:
¡la tienes llena de esputos,
de mocos y de vergüenza!
¡La justicia y el amor:
ni la paz ni la violencia!
Señora de Guadalupe:
por aquellas rosas nuevas,
por esas armas quemadas,
por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo,
¡salva a tu América!

Homilía de papa Francisco, basílica de Santa María de Guadalupe, 13 de febrero de 2016.
Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo.
El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.
Escuchar este pasaje evangélico y en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio San Juan Diego. Y así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, es decir sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.
En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.
Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos.
Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.
Por eso creo que hoy nos va a servir un poco de silencio. Mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho:
«Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.
No perturbar el viento de tu frente;
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra transparente.
Las horas se desploman; sacudidos,
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte, Madre; contemplarte apenas,
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas».
(Himno litúrgico)
Y en silencio y, en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿Qué entristece tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).
Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.
Y en silencio le decimos lo que nos venga al corazón ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.

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