1.- ¿Por qué escribes?
Esta es una de las preguntas
imprescindibles y más difíciles de responder con honestidad. Me lo he
preguntado muchas veces. ¿Por qué una comienza a escribir? ¿Por qué seguir
escribiendo y para qué, si está todo dicho? No sé por qué comencé a escribir
tan pronto. Yo escribía mientras mis amigos salían, escribía mientras mis
amigos jugaban, escribía mientras ellos veían la tele. Y por supuesto que
también salía y veía la tele, pero escribir para mí era como jugar. “La
literatura es la infancia recobrada”, dice Bataille. Y yo creo que jugué poco
en mi niñez. Quizás por eso escribía.
A los ocho años, una de mis tías
me regaló un diario retándome a escribir sobre las cosas que me preocupaban.
Poco a poco me di cuenta de que escribiendo conocía más de mí misma y de mi
entorno, empezaba a comprender ciertas cosas que pasaban a mi alrededor.
Aquella costumbre la conservé durante muchos años. Actualmente guardo más de
quince diarios escritos en un baúl que me hizo mi abuelo con sus manos.
Más tarde -tendría unos diez años- tomé conciencia de que esas palabras no sólo podían servir para contar lo que ocurría en mi mundo, sino para narrar lo que ocurría en mi cabeza y para crear otras realidades. Y me puse a escribir.
Creo que continúo escribiendo
para darle sentido a la vida, porque a veces parece que carece de sentido, es
tremendamente caótica, por mucho que intentemos llenarla de reglas y de pilares.
La realidad continuamente se tambalea y nos sacude. ¿Quién entiende la
realidad? Supongo que escribo para intentar darle un sentido a todo lo que no
comprendo. Para mí, escribir es imaginar, vivir de otra manera, sentir de otra
manera. Escribir es una forma de estar en el mundo.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Necesito una separación un tanto
física, pero tengo pocas manías y aún menos supersticiones. Eso sí, para mí es
fundamental sentir que me siento a escribir. Necesito atravesar ese umbral que
supone eliminar todo pudor y dejarse llevar por el juego. Tomar notas es otra
cosa, claro. Apuntar las ideas aquí o allá me resulta fácil: en el móvil, en la
libreta que llevo en el bolso, en las servilletas o en un marca páginas. Pero
escribir… escribir, corregir, pulir el cuento es otra cosa.
Como dijo Clarice Lispector, digamos
que “escribo con todo el cuerpo”.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Me interesa mucho el carácter
ilusorio de la realidad, con sus tiranías, sus engaños, obsesiones, rutinas y
repeticiones. Me gusta jugar con la posibilidad de crear realidades diferentes
en ese entorno en el que parece que está todo dicho y establecido, y
probablemente sea así. Por eso la mayoría de mis historias ocurren en el hogar.
La familia es el principio y el final de todo.
Otro de mis temas recurrentes es
la maternidad en toda su complejidad, como redención o como castigo. Y
relacionado con la maternidad, la otredad y la alteridad, sobre todo en las
relaciones personales, en el ámbito familiar y sexual. Ese tomar conciencia de
uno mismo en el contacto con el otro, con nuestras pasiones, nuestras miserias,
nuestros miedos.
Y, por supuesto, me gusta que mis
personajes tengan dilemas éticos ante las instituciones impuestas socialmente:
la monogamia, el matrimonio, la maternidad, el goce al sufrimiento. La
aceptación o no de lo que les ha tocado vivir.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Consejo, ninguno. No me
atrevería. Lo que sí tengo muy presente es que “todo cuento siempre cuenta dos
historias.” No recuerdo quién lo dijo pero es un pensamiento de cabecera para
mí. En la ficción y en la realidad. Creo que nos gusta con demasiada frecuencia
coquetear con la ingenuidad, fingir que no sabemos, que no nos enteramos. Pero
la verdad es que todo está lleno de razones escondidas y dobles sentidos. Me
gustan los cuentos que siembran la duda y provocan.
5.- ¿Eres de las que se deja llevar por la historia o de las que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Ni una cosa ni la otra. Depende
del cuento en realidad. A veces tengo el título y a partir de ahí desarrollo la
historia. Otras veces es una conversación que escucho en la puerta del colegio
o en la sala de espera del médico. Algo que me llama la atención lo suficiente
como para que se agarre unos días, incluso unas semanas. Y de pronto un día
tengo la necesidad de sentarme a escribirla porque no me deja tranquila, es una
especie de desasosiego que no sabría explicar, que incluso me pone de mal humor
en casa hasta que no consigo sacarme la historia de la cabeza.
Esto mismo me ha ocurrido con
varios relatos del libro El trigo que cae.
Un día, por ejemplo, vi un documental sobre la transexualidad infantil que me
dejó impresionada, sobre todo cuando una madre explicaba cómo su hijo mayor, de
unos cuatro años de edad, tuvo una crisis de ansiedad al ver cómo a su hermano
recién nacido se le desprendía lo que quedaba de su cordón umbilical. Él quería
que desprenderse de su apéndice también y no hacía más que suplicarle llorando a
su madre que se lo arrancara, que no lo quería. Obviamente se refería a su pene
porque él era ella, se sentía ella, se pensaba ella. Tremendo. Ese fue el
germen, por ejemplo, de Cosas que pasan
cuando vas a por el pan.
Después, conforme me dejo llevar
por la historia, mis personajes suelen volverse más sólidos, el tono del relato
va evolucionando (¡qué dificilísimo es encontrarlo!), la atmósfera va tomando
consistencia. A menudo me ocurre que lo que tenía planificado en un principio
no se parece nada al resultado, salvo por un detalle o una sola línea de
diálogo. Como la vida misma.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
¡Tantísimos! Por supuesto
Cortázar, todo empezó con Cortázar para mí. Hebe Uhart, K. Mansfield,
Hemingway, Patricia Highsmith, Carver, Richard Ford, Sara Mesa, Kafka, Hipólito
Navarro, Ángel Zapata, Quim Monzó, Lorrie Moore, Samantha Scheweblin, Marcelo
Luján, Eloy Tizón, Marina Perezagua, Andrés Neuman, Fleur Jaeggy, Cristina
Fernández Cubas, Unica Zürn y un largo etcétera. Que nadie busque mucho orden
en esta relación porque no la hay (acabo de poner a Sara Mesa junto a Kafka,
fíjate). Paso de unos autores a otros, aunque sí es cierto que en los últimos
años leo sobre todo a mujeres.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Mi último proyecto es mi primer
libro de relatos, El trigo que cae,
publicado por la Editorial Talentura. He escrito desde siempre, he participado
en algunas antologías y colaborado con algunos proyectos literarios, pero nunca
tuve la ambición suficiente. Vi llenarse mi cajón de historias escritas y
guardadas, hasta que hace un año me inscribí a un taller que daba Sara Mesa (Hay poca elipsis now) que fue sin duda
el empujón que necesitaba. Al corregir uno de los ejercicios del taller, me
escribió haciendo referencia al talento y sutilidad especial que había
descubierto en mi cuento. Sus palabras me dieron cierta seguridad en mí misma y
el valor necesario para lanzarme y romper esa barrera del pudor que tiene todo
escritor.
A partir de ese momento, me puse
a trabajar en el manuscrito. El trigo que
cae recoge veinte relatos de personajes que intentan superar la incomunicación
y la culpa, que desconocen esa fórmula mágica para lograr que un grano de trigo
caiga en la tierra y no muera. ¿Por qué hay relaciones que florecen y otras que
apenas brotan? ¿Cómo evolucionan esas relaciones?
Mariano Zurdo, editor de
Talentura, me contestó inmediatamente mostrando mucho interés por el
manuscrito. Desde el 24 de noviembre está en las librerías.
Xenia García (Sevilla, 1975). Periodista. Cuenta con una amplia
trayectoria en el sector de la comunicación corporativa e institucional. Cuando
sus hijos duermen, escribe relatos. El trigo que cae es su primer libro
de cuentos.