1.- ¿Por qué escribes?
Esta es una pregunta de difícil
respuesta para mí y por eso, tal vez, no me la hago. Además tengo la sensación
de que las razones conllevan ciertas dosis de justificación, de doblegarse a un
motivo. Creo que la escritura es un acto de libertad. Es un lugar no
compartimentado. Un lugar en el que ser.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Intento adaptarme al momento, a
lo que hay, sin esperar circunstancias favorables
para escribir, sin que ninguna manía o hábito me imponga nada.
Una se imagina escribiendo, tan a
gusto, en una casita en medio de un bosque, junto a una taza de café muy
caliente. Este lugar, que cuenta con un escritorio ordenado, silencio y grandes
dosis de soledad, permanece aislado del tiempo. Allí, siempre son las nueve de
la mañana y no existe esa desazón que supone el paso de las horas, con su
retahíla de quehaceres. Sin embargo, cuando me pongo a escribir, se me olvida
que esa casita no existe. Se me olvida que son las diez de la noche, o las tres
de la tarde, y que estoy en el balcón, o en la cocina, o que llego tarde a la
vida.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Creo que mis preocupaciones
temáticas pasan por esa parte de la realidad que está rota pero que se nos
presenta uniforme. Esas discontinuidades por donde escapa, muchas veces, lo
racional y esperable. Me interesa ese “qué raro” que se suele decir cerrando un
asunto, cuando sucede todo lo contrario. Algo se abre. Se resquebraja lo
cotidiano. Y en esas grietas, casi imperceptibles, casi absurdas, hay locura,
seres imposibles, objetos extraños. Están las posibilidades (todas) de lo que
hubiéramos sido si hubiéramos escogido un camino que no escogimos. Están nuestras
vidas ajenas. Hay, también, ausencias. Y hay muerte, que es una de las mayores
ausencias, la gran fractura de la realidad,
la más tremenda.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Esperar, escuchar y respetar. Me
explico. Más que a saber lo que suceda o deje de suceder en la historia, a lo
que aspiro es a escucharla correctamente. Hay una voz narrativa para cada
historia, si cambia esa voz, contamos otra historia. Por eso, para mí, lo que
prima es encontrarla. Hay que ser amable con esa voz. Hay que saber escuchar y esperarla, para que llegue
de manera clara, para que cuente la historia que guarda. Luego, una vez
descubierta, me dedico a encontrar la palabra exacta. No me sirve cualquiera.
Hay que respetar la vibración de cada frase, su armonía.
5.- ¿Eres de las que se deja llevar por la historia o de las que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Escribo desde la inseguridad que
supone no tener la historia planificada, pero también desde la sorpresa que
supone ir descubriéndola. Voy un poco como a oscuras, encendiendo cerillas,
tropezándome, palpando muebles, dejándome guiar por una sensación hasta esa voz
que viene a hacer la luz y me permite contemplar la habitación donde vive esa
historia.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Aún tengo muchas deudas con la
literatura, en el sentido de que me quedan muchos escritores por leer, pero me
han fascinado en algún momento de mi vida lectora autores como Nabokov, Irène
Némirovsky, Ana María Matute, Miguel Delibes, García Márquez, Saramago, Juan
José Millás, José María Merino, Eloy Tizón y Javier Tomeo.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
El año pasado, la editorial
Talentura publicó Enero, mi primer
libro. Enero es una novela corta,
escrita en segunda persona, cuyo tema central es el duelo, en la cual se
tratan, de manera soterrada, otros temas
como la vida en las ciudades, la amistad y el amor.
Siempre digo que Enero es un libro muy especial para mí,
que me está dando muchas alegrías, ya desde antes de su publicación pues
disfruté mucho escribiéndolo.
Actualmente estoy trabajando en un libro de relatos, que espero tener
acabado para finales de año.
Ángeles Sánchez Portero.
Nací el verano del 74, en una
ciudad sin mar pero con viento. He vivido en Zaragoza, mi ciudad natal, de
manera intermitente. Cada cierto tiempo, la ciudad me expulsa, indómita. Entre
maleta y maleta, estudié Ingeniería Técnica Industrial, me peleé con varios
tubos de ensayo, perdí planos, cuidé del medio ambiente y escribí microrrelato,
relato y novela corta. Ahí sigo.